Alto al fuego

La persona que me devuelve la mirada desde el espejo bien podría ser un desconocido.

No logro reconocerme a mí mismo en la imagen y no se trata del hecho de que he ganado casi cinco kilos en menos de una semana, a través de una dieta rica en grasas y carbohidratos y a las inyecciones que me colocan dos veces al día para aumentar artificialmente mi masa muscular. Gracias al peso extra, mi cara ya no luce demacrada, o tal vez se deba a que me hayan sometido a un proceso de pulido que ha dejado mi rostro, mis brazos y, en general, todo mi cuerpo, libre de cualquier marca de las tortuosas semanas que he vivido.

Aunque sé que eso no es todo lo que pasa conmigo para que sea incapaz de reconocer al Peeta que me devuelve la mirada desde el reflejo.

Es algo que va más allá, es la sonrisa fingida que tira de las comisuras de mis labios mientras la cámara no deja de disparar sus flashes mientras Portia se encarga de ajustar el dobladillo de los pantalones y de colocar más relleno dentro de la camisa con el fin de que me vea más robusto de lo que estoy en realidad.

Le han colocado un aparato de goma alrededor de la boca, el equivalente a un bozal de perro, para que no podamos hablar mientras ella se encarga de darme los toques finales antes de que tenga que llevar a cabo mi puesta en escena.

Si quiero conseguir un indulto para Katniss, tendré que esforzarme, deberé echar mano a toda mi capacidad interpretativa mientras intento llamar a un cese al fuego en el que no creo realmente, pero nada de eso es importante.

Lo importante es ella, la seguridad de la que puedo dotarla sólo en caso de que su bando saliera perdiendo.

Portia alisa con sus manos una arruga inexistente en mi camisa y luego endereza la corbata. Me pone las manos sobre los hombros y me da un apretón que me hace levantar los ojos para juntar nuestras miradas.

Su mirada oscura es cálida, llena de bondad, pero todo lo que puedo ver son las delgadas cicatrices que ahora le recorren las mejillas y el mentón, ahí donde algún objeto filoso le ha cortado la cara para torturarla. Se me revuelve el estómago cada vez que la veo, como si alguien hubiese rasgado con un cuchillo el lienzo de una obra de arte.

Las cicatrices son rosadas y muy finas y forman un patrón que se entrecruza hasta formar una telaraña que convierte un rostro, otrora hermoso, en una muestra más de lo cruel que es el Capitolio.

No sé qué ha sido de Cinna, ni de mi equipo de preparación o del de Katniss. Tal vez estén muertos, todos ellos. Si los han torturado del mismo modo en que lo han hecho con Portia, más les valdría estar muertos, pues dudo que esas personas, tan frívolas e inocentes, pudieran resistir el dolor. En todo caso Portia es necesaria porque Snow me tiene aquí pero ¿qué uso puede darle a Cinna y a su gente?

Portia modela mi peinado utilizando un peine fino que mete con cuidado en mi cabello y frunce el ceño cuando éste sale lleno de los cabellos rubios que se desprenden de mi cabeza. La caída del cabello, me había dicho ella el día en que nos conocimos, antes de que me pusiera el traje de las llamas en mi primer desfile; es uno de los más ignorados síntomas en los procesos de desnutrición. Por lo general la gente se ocupa del daño que la falta de comida le produce a tu sistema, pero nadie nota que el cabello se te cae en rollos porque los problemas cosméticos son dejados de lado cuando la situación es de vida o muerte.

Es parte de la carencia de minerales que tiene mi cuerpo por llevar una dieta inadecuada. El exceso de grasas e hidratos de carbono tal vez puedan generar la ilusión de que estoy en buena forma, de que han estado cuidando bien de mí… pero no es cierto y la prueba está en los cabellos que Portia arroja discretamente en la papelera sin poder ocultar su descontento.

Sus ojos se llenan de lágrimas de frustración y sus mejillas se inflan en un grito contenido por la pieza que le tapa los labios.

—No pasa nada- intento tranquilizarla- Estoy bien, no me han hecho daño- "aún", agrego para mis adentros. Pero ella menea la cabeza, haciendo que sus rizos, que poco a poco han perdido el tinte rubio que les había puesto, se agiten en lo alto de su cabeza. - ¿Estas te dolieron mucho?- pregunto mientras toco su mejilla, cubierta de cicatrices.

Sus pupilas se dilatan ligeramente en un "sí" silencioso, pero antes de que pueda preguntarle más cosas la puerta detrás de nosotros se abre y entra un Agente de Paz, que no dice nada pero se recarga en la pared del fondo. Puedo verlo observándonos con sus pequeños ojos oscuros.

El mensaje es muy claro "nada de intercambiar información".

Con un suspiro que no puede emitir, Portia continúa arreglándome. Ignora magistralmente al puñado de cámaras que continúa disparando una fotografía tras otra, documentando el paso a paso de mi preparación como si este fuera solo otro evento para el disfrute de las personas en el Capitolio.

Portia termina de aplicar el maquillaje en mi rostro y su pulgar acaricia con suavidad mi mejilla. Ha hecho su magia haciendo que los huesos que sobresalían en mi rostro a pesar de los intentos del Capitolio por engordarme, se difuminen gracias a su habilidad de manejar las luces y las sombras.

Me da un par de golpecitos en la mejilla y sale ante una seña del Agente de Paz.

El Presidente Snow se cruza con ella en la puerta y le sonríe cruelmente al ver su rostro cubierto de cicatrices y el aparato en su boca. La admiro porque se mantiene firme. A pesar del dolor que le ha causado este hombre y el poder que sin duda tiene, ella no le da la satisfacción de ver lo mucho que le ha afectado el daño que le ha hecho.

Puede que para alguien como yo o como Katniss el ver nuestro rostro cubierto de cicatrices no sea tan terrible, no hace mucho mis manos estaban cubiertas de cicatrices rojizas a causa de las constantes quemaduras a las que acabas acostumbrándote cuando día a día te pasas las horas manipulando bandejas ardientes y hornos de gas que mantienen tu casa en un estado de eterno verano, pero la realidad para la gente del Capitolio es otra. Si no naces con un rostro bonito, según sus estándares, aquí te fabrican uno. Arrancarle a Portia su belleza etérea es una forma de castigarla, una posiblemente muy dolorosa.

El Presidente Snow está elegantemente vestido con un traje de color azul marino de tres piezas. Se ha colocado una rosa blanca en la solapa, que contrasta con el color oscuro de su traje y a la vez hace juego con su propia palidez. Luce una sonrisa amplia que no enciende ninguna chispa en sus ojos fríos.

—¿Está usted listo, señor Mellark?- pregunta con calma.

—¿Para interpretar mi papel?- pregunto mientras aferro la tela de mis pantalones con ambos puños.

—Cuidado- advierte él- a Portia no le gustará ver la manera en que ha arrugado su implecable traje ¿no? Me atrevería a decir que ella ha dejado lágrimas, sudor y sangre en esa pieza ¿usted qué opina?

Es una provocación, sin duda. Con que fin, no lo sé. ¿Qué gana con enfadarme antes de que lleve a cabo su puesta en escena?

—¿Le han gustado sus nuevas decoraciones faciales?- dice como si tratara de un nuevo tatuaje o de un nuevo juego de esas pestañas postizas que tanto le aficionan.

Un siseo se escapa de entre mis dientes y tengo que recordarme quien soy y en dónde estoy para evitar saltarle encima. Podría matarlo, colocar mis manos alrededor de su cuello y ejercer presión. Sigo siendo fuerte. Realmente podría matarlo. Pero ¿qué ganaría con ello? Puede que Snow sea una importante figura en el gobierno, la más importante de todas, pero a fin de cuentas es sólo un hombre. Podría perder más de lo que gano si decido sucumbir a la tentación de ponerlo en su lugar. La guerra no puede ser ganada por un solo hombre y sin duda yo no lo convertiré a él en un mártir que pueda ser seguido en esta guerra.

"Y tú quieres parar esta guerra ahora", me recuerdo.

Convierto mis dientes apretados en una sonrisa y él me mira sin llegar a comprender mi cambio de actitud.

—Creo que se veía mejor sin ellas, pero Portia es una mujer fuerte. No es de las que se hecha a llorar por un mal corte de cabello o unas cuantas imperfecciones. Además, creo que cada cicatriz en nuestra piel cuenta una historia ¿no cree?

Él me observa impávido por unos segundos antes de también componer una sonrisa. La suya más convincente que la mía.

— ¿Tiene claro su objetivo?- pregunta cambiando de tema.

—¿El llamar a un alto al fuego antes de que las pérdidas humanas sean demasiadas? Sí, lo tengo. Aunque también tengo una teoría, por si le interesa.

—¡No me diga! ¿Algo interesante?

Me encojo de hombros.

—Depende de a quién se lo pregunte.

—Ilumíneme, señor Mellark. ¿Cuál es su teoría?

—Creo que si necesitan que un chico como yo se ponga de su lado e inclusive trate de disuadir a los rebeldes de continuar con la resistencia, entonces no tienen tanta autoconfianza en su triunfo como usted quiere hacerme pensar.

La sonrisa no desaparece de su rostro en ningún momento, pero veo una chispa peligrosa brillando en sus ojos. Lo sabía, por más que haya intentado hacerme pensar que esto era una simple matanza, el Trece y su gente está dando la batalla.

— ¿Por qué simplemente no me deja a mí las tácticas de guerra y hace lo que se espera de usted? – dice con voz contenida.- ¿O es que acaso el destino de la señorita Everdeen cuando logre ponerle las manos encima ha dejado de preocuparle? ¿Ha abierto los ojos ante lo que es ella realmente? – me estremezco.

—Katniss sigue siendo mi prioridad- digo lentamente- Y solo por ella pienso seguir adelante con esto.

—¡Bien!- dice alegremente. – Entonces dejemos de perder el tiempo aquí y vayamos con Caesar. ¿Sabía que está ansioso por volver a entrevistarlo?

Yo ruedo los ojos. Caesar Flickerman es una de las personas más desconcertantes del Capitolio, con su empatía, a veces creo que está de mi lado, pero posiblemente me equivoco. Su fidelidad es para el Capitolio. Su fidelidad es para Snow.

—Sí, supongo que él está tan ansioso como yo con todo esto. – digo con una mueca.

Caesar tiene el rostro cubierto con purpurina, los ojos pintados de azul y una brillante peluca de color morado sobre la cabeza ¿o se habrá teñido el pelo de nuevo?

El ambiente se siente familiar. En los últimos meses he estado sentado en este mismo set media docena de veces, como tributo, como Vencedor, como tributo nuevamente y ahora como un preso del Capitolio.

De reojo, veo mi rostro en la pantalla. He compuesto una sonrisa, como si me encontrara encantado de estar aquí de nuevo mientras veo como las cámaras arrancan destellos de colores del traje cubierto de lentejuelas de Caesar.

No me ha dirigido la palabra, posiblemente para que mis reacciones ante sus preguntas sean auténticas. Sin embargo lo noto visiblemente incómodo. Posiblemente se ha enterado de lo que ha pasado con Portia, con Cinna y muy posiblemente con mi equipo de preparación.

Lo último que debe querer es que el gobierno crea que tiene alguna clase de camaradería conmigo. Cualquier relación con mi persona es peligrosa. Demasiado para valer la pena.

— Y estamos en vivo en TRES, DOS, UNO.

Tomo aire y me esfuerzo en relajar mi postura, en sonreír como si estuviera realmente feliz. Pienso en Katniss y en Mazapán y mi cuerpo se afloja. Es solo otra puesta en escena. Puedo hacerlo.

Caesar saluda alegremente al público. Estamos grabando en un estudio vacío. Supongo que a Snow aún le preocupa la posibilidad de que vaya a meter la pata y quiere tener el privilegio de poder cortarme de ser necesario.

Inhalo. Exhalo y de repente estoy en televisión nacional.

Observo mi rostro en la pantalla, aprovechando que Caesar aún está en medio de mi presentación. No hay rasgos en mi mirada del tormento que llevo por dentro, lo cual me alegra. El pulido completo que me han dado junto con el trabajo de Portia hace que luzca saludable, vigoroso. Mi piel resplandece bajo la luz cálida de los reflectores y, por el momento, permanezco completamente serio.

Menuda burla ha de ser para la gente que me daba por muerto o que me imaginaba desangrándome en alguna celda subterránea. Es otra de las estratagemas de Snow. Quiere que la gente me culpe a mí también, que me vean como un traidor a los míos, como si hubiera estado disfrutando de una gloriosa vida de lujos mientras ellos se partían el lomo tratando de salvarme.

Caesar se sienta cómodamente en su silla, que produce un ligero crujido cuando se cambia de posición y me estudia atentamente, repasando uno a uno mis rasgos. El movimiento de la luz roja de la cámara me dice que, al mismo tiempo, la gente en Panem me observa, centímetro a centímetro. ¡Vean lo bien que me ha tratado el Capitolio! Soy un huésped, no un prisionero.

—Así que…- empieza Caesar, imprimiendo en sus palabras el tono exacto de duda- Peeta… bienvenido nuevamente- y por su forma de pronunciar una a una las palabras es algo como "bienvenido de la muerte".

Le sonrío levemente al pensar en el trasfondo de sus palabras. Él nunca pensó que volvería. Todos sabían que yo habría deseado poder morir por Katniss.

—Le apuesto a que pensó que había hecho su última entrevista conmigo, Caesar.- respondo en tono de broma.

—Confieso que lo pensé- admite él, y la disculpa en sus ojos me hace pensar que lo lamenta de verdad-. La noche antes del Vasallaje… bueno, ¿quién hubiera pensado que te veríamos de nuevo?

Nadie. Ni siquiera yo mismo. Yo estaba decidido a traer a Katniss con vida, a que se coronara de nuevo. Ella tenía que haber ganado. Si la Arena no se hubiera destruido, si Haymitch no me hubiese traicionado…

El recuerdo me hace fruncir el ceño:

—No era parte de mi plan, eso seguro.

Caesar se inclina hacia adelante, como si estuviésemos en una conversación privada en su salón y no en un estudio, transmitiendo en directo a todo el país.

—Creo que era claro para todos nosotros cuál era tu plan - dice con una media sonrisa- Sacrificarte en la arena para que Katniss Everdeen y su niño pudieran sobrevivir.

La manera en que dice su niño, como si no fuera mío también, me molesta. Sin embargo me distraigo recorriendo el tapizado del sillón con los dedos.

—Ese era - asiento yo-. Claro y simple. Pero otras personas también tenían planes.

Y la amargura se cuela en mi voz mientras pienso en Haymitch, en Finnick, en Beetee…

Katniss y yo fuimos simples peones en el gigante tablero de ajedrez en que nos colocaron ellos. Si Katniss y yo no hubiésemos sido separados por Beetee ¿estaríamos vivos y juntos ahora? ¿Seríamos juntos un símbolo de la revolución?

Podría culpar a Beetee, Johanna y Finnick por esto, pero ¿cómo hacerlo cuando fue Haymitch, nuestro mentor, nuestro protector, el primero en clavarnos el cuchillo en la espalda? ¿Cómo confiar en nadie en este momento?

Siento el rostro tenso, con fuertes líneas entre mis cejas. El silencio se prolonga por un minuto entero antes de que Caesar decida que es hora de darme una nueva pregunta:

—¿Por qué no nos cuentas acerca de esa última noche en la arena? –sugiere con voz tranquila, como si me estuviera pidiendo que le leyera un cuento- Ayúdanos a entender algunas cosas.

Asiento, pero me mantengo inmerso en mis pensamientos. Tengo que ser muy cuidadoso con lo que diga a partir de ahora. Katniss es una víctima. Tiene que ser vista de esa manera por todos o ninguna protección que consiga con Snow será suficiente para las ansias de sangre de la gente del Capitolio.

Si tuviera un pincel en la mano, podría pintarles la escena. El aire cálido, el fondo verdoso de la jungla. La superficie espumosa del mar…

—Esa noche…- empiezo- para hablarte acerca de esa noche…- tendría que tener un pincel en la mano. Tendría que tener a Katniss entre mis brazos, saber que está segura, pues de otra manera mis recuerdos resultan demasiado aterradores para poder ponerlos en palabras- bueno, ante todo, tienes que imaginarte cómo se sintió en la arena. Era como ser un insecto atrapado debajo de un tazón lleno de aire caliente. Y todo a tu alrededor sólo hay selva… verde y viva, y haciendo tic-tac. – me aferro a la idea del reloj que ha dejado de ser una metáfora, como la que me presentó Snow sobre los engranajes fuera de lugar y se convierte en algo muy real, un recuerdo que me acompañará por el resto de mi vida- Ese reloj gigante contando los segundos que te quedan de vida. Cada hora promete algún nuevo horror. Tienes que imaginarte que en los pasados dos días, dieciséis personas han muerto, algunos de ellos defendiéndote.- Mags, la adicta del Seis… y luego los que cayeron como un efecto colateral del castigo que Katniss y yo íbamos a recibir. Seeder, Chaff,... -Por la forma en que avanzan las cosas, las últimas ocho estarán muertas por la mañana. Excepto una. El vencedor. Y tu plan es que no serás tú.

Mis palabras revolotean en el aire y Caesar asiente, asimilando poco a poco lo que he dicho.

Mi frente se cubre de sudor cuando pienso en la forma en que el aire nos asfixiaba poco a poco. En los mutos. En las olas rompiendo en la playa… En realidad no necesito un pincel para pintar la escena. Las palabras son igual de buenas.

— Una vez que estás en la arena, el resto del mundo llega a ser muy lejano –sigo diciendo-. Todas las personas y las cosas que amaste o por las que tuviste interés casi dejan de existir.- excepto cuando te llevas a la persona más importante para ti y ella se queda a tu lado- El cielo rosa y los monstruos en la selva y los tributos que quieren tu sangre se convierten en tu realidad, en lo único que importa. Tan malo como te hace sentir, tendrás que asesinar, porque en la arena, tú sólo consigues un deseo. Y es muy costoso.

Casi me he olvidado de la presencia de Caesar cuando él dice:

- Te cuesta la vida.

Pero no, es un precio incorrecto. No es la vida lo que se llevan contigo.

— Oh, no.- digo en voz baja- Te cuesta mucho más que la vida. ¿Asesinar a personas inocentes? ¡Te cuesta todo!

¿Alguna vez volveré a ser la persona que era antes de los Juegos? Tal vez no quiera serlo. Esa persona no conocía el amor, aunque fuera fingido, de Katniss.

— Todo lo que eres -repite Caesar y las palabras parecen afectarle a él también.

La quietud se esparce. Casi puedo sentir como la gente se inclina hacia adelante para estar más cerca de la imagen de sus televisores. Nadie, hasta ahora, ha hablado de lo que se siente entrar y salir de la Arena. Todos salimos irreversiblemente dañados en el proceso. No hay nadie lo suficientemente fuerte para querer revivir esos horrores. Sin embargo, si con ello puedo salvar a Katniss, hacerla ver como la víctima de las circunstancias que realmente fue, entonces tomaré esa oportunidad.

Trago en seco y sigo hablando:

—Así que te aferras a tu deseo. Y esa anoche, sí, mi deseo fue salvar a Katniss.- pero lo arruinaron todo. Los rebeldes se metieron en mis planes. Haymitch me traicionó. Me tomaron por tonto- Pero aún sin saber acerca de los rebeldes, algo no se sentía bien. Todo era demasiado complicado.

La recuerdo pidiéndome ese mismo día, después de comer, que nos fuéramos de ahí. Que nos separáramos de ellos ahora que aún estábamos a tiempo. Antes de que vinieran por nosotros.

—Me encontré arrepintiéndome de no haber huido con ella más temprano ese día, como ella lo había sugerido.- pongo mis pensamientos en palabras- Pero ya no podíamos irnos en ese punto.

— Estabas muy enredado en el plan de Beetee de electrificar el lago de agua salada –dice Caesar.

Y siento ganas de estrellar mis puños contra su cara. La idea de dejar a Katniss a la merced de una alianza que nos superaba en número era demasiado para que yo pudiera soportarlo. Si podía darle la oportunidad de que alguien, Finnick tal vez, le cuidara las espaldas cuando yo me hubiera ido ¿no debía hacerlo?

- Demasiado entretenido jugando a los aliados con los otros.- Debí haberme impuesto cuando Beetee y los demás decidieron enredar las cosas para enviar a Katniss con Johanna y dejarme a mí atrás- ¡Jamás debí haber permitido que nos separaran! –estallo antes de cubrirme el rostro con las manos-. Ahí fue cuando la perdí.- susurro.

—Cuando permaneciste en el árbol del rayo, y ella y Johanna Mason tomaron el rollo de alambre abajo, hacia el agua –completa Caesar como si yo hubiese olvidado esa parte de la historia.

Algo se rompe en mi interior en ese momento. No es como si no hubiese pensado en ello en los últimos días. Mis errores, la forma en la que la perdí esa noche me han acompañado cada día, tanto cuando pensaba en que Katniss estaba muerta como después de que descubrí la verdad.

—Sólo puedo recordar partes de lo que sucedió – continúo- Recuerdo como intenté encontrarla. Ver a Brutus asesinar a Chaff. Matar a Brutus yo mismo.- digo mientras me estremezco. Y dejo de hablar sobre el momento en que me convertí en un asesino. No quiero recordarlo- Sé que ella gritaba mi nombre. Entonces el rayo cayó sobre el árbol, y el campo de fuerza alrededor de la arena…- fue destrozado por Katniss… pero no, Katniss es la víctima, no el victimario- estalló.

— Katniss lo hizo estallar, Peeta -dice Caesar sin darme tregua-. Tú viste las imágenes.

Por supuesto, no tiene que decírmelo, lo he visto una y otra vez, del mismo modo en que tuve que presenciar una y otra vez la muerte de mi familia.

— Ella no sabía lo que hacía.- me apresuro a defenderla-. Ninguno de nosotros podría haber seguido el plan de Beetee. Puedes verla intentando resolver qué hacer con ese alambre.

— Bueno. Sólo se ve sospechoso -dice Caesar frunciendo el ceño-. Como si ella formara parte del plan de los rebeldes todo el tiempo.

Y el hecho de que él la lance a ella a los leones de esa manera, que la coloque en la pila del sacrificio, me saca de mis casillas. Antes de darme cuenta, el rostro de Caesar está a escasos centímetros del mío. Estoy de pie, mi espalda doblada, mis manos apoyadas en los brazos del mullido sillón rojo en que está sentado Caesar.

—¿De verdad?- pregunto yo y mi voz suena peligrosa. Con mi vista periférica veo a los Agentes de Paz moviéndose nerviosos en el lateral del escenario. Inseguros sobre si intervenir o no. -¿Y formaba parte de su plan que Johanna casi la matara?- digo con un nudo en la garganta- ¿Que esa descarga eléctrica la paralizara? ¿Provocar el bombardeo sobre el Distrito 12? – y lo último sale como un grito-. ¡Ella no lo sabía, Caesar! ¡Ninguno de nosotros sabía nada más que teníamos que luchar por mantenernos vivos el uno al otro vivo!- "y fallamos" pienso mientras mi pecho sube y baja.

Caesar coloca la palma de su mano, con los dedos abiertos en abanico, sobre mi pecho. No me engaña, no trata de consolarme sino de protegerse a sí mismo.

—De acuerdo, Peeta, yo te creo- dice como si pensara que me lo puedo creer. Pero no vale la pena discutir más.

—Bien- le digo apartándome de él. Echo las manos hacia atrás y hundo mis dedos en el intento de estilismo que ha tenido Portia. Mis dedos quedan llenos de cabellos rubios que nadie ve. Me limpio con disimulo en el pantalón y vuelvo a mi sitio algo alterado.

Caesar me concede un minuto para calmarme antes de volver a la carga.

— ¿Qué hay de su mentor, Haymitch Abernathy?

Mi rostro se hace de piedra. No, a Haymitch no voy a justificarlo.

—Yo no sé lo que Haymitch sabía- digo, saliéndome por la tangente.

— ¿Podría haber formado parte de la conspiración?

Pues no parecía. Prácticamente se rió en la cara de Katniss cuando ella lo presentó como una posibilidad, pienso yo.

—Él nunca lo mencionó- digo con un gesto con la mano.

—¿Qué te dice tu corazón?- contraataca Caesar, deseoso de verme esgrimir la espada que cortará la cabeza de quien fue mi mentor.

— Que no debería haber confiado en él- le suelto entre dientes mientras pienso lo doloroso que fue darme cuenta de que Haymitch nos había utilizado a los dos como piezas de un ajedrez- Eso es todo.

Y secretamente espero que la esté pasando tan mal como yo. Aunque la verdad lo dudo. Si está en el Trece con Katniss, él debe ser una especie de héroe para todos, Katniss incluída. A fin de cuentas fue el quien la sacó de la Arena. Aunque la relación de Katniss y Haymitch nunca ha sido particularmente cordial.

Me encuentro deseando que él esté viendo lo que estoy haciendo, que sepa lo mucho que lo odio en este momento, lo traicionado que me siento…

Caesar me toca el hombro, posiblemente preocupado por la mueca asesina que debo tener en la cara en este momento.

—Podemos parar ahora si lo deseas.

—¿Hay algo más que discutir? –digo deseando introducir el final de la entrevista, hacer lo que Snow quiere y poder irme a mi celda a sentirme miserable fuera de las cámaras.

— Iba a preguntarte lo que piensas acerca de la guerra, pero si estás muy alterado… - dice él, aferrándose al guion. Ante todo, soy uno de los queridos del Capitolio, no le conviene hacerle pensar a la gente de aquí que me están maltratando.

—Oh, no estoy demasiado alterado para contestar eso- y ha llegado, este es el momento para cumplir con lo que quiere Snow y garantizar la salvación de Katniss. Me preparo, respirando hondo y encarando la cámara. Le hablo directamente a cada una de las personas en el poder en ambos bandos. En cada individuo que tiene la responsabilidad de pulsar los botones que pueden mejorar o empeorar la situación.

— Deseo que todos los que estén mirando – digo en voz alta y clara- tanto los del Capitolio como los del lado rebelde, se detengan por sólo un momento y piensen acerca de lo que esta guerra podría significar. Para todos los seres humanos. – la incontable pérdida de vidas. Así fue como nació Panem ¿no? Una guerra que se llevó demasiado de nosotros como para poder seguir funcionando del mismo modo.- Nosotros casi nos extinguimos por luchar unos contra otros antes. Ahora somos aún menos que entonces.

Y por lo tanto somos más proclives a simplemente dejar de existir. ¿Qué ganamos realmente con matarnos entre iguales, si al final lo que quedará será un gran charco de nada en el suelo.

—Nuestras condiciones son más frágiles. ¿Es esto realmente lo que queremos lograr? ¿Aniquilarnos completamente? En las esperanzas de… ¿qué? - ¿poder? ¿dinero? ¿fama? ¿quién se beneficia de todo esto- ¿De que alguna especie decente heredará los restos humeantes de la Tierra?- termino mi idea.

— Realmente no… No estoy seguro de que estoy siguiéndote… -dice Caesar y recuerdo en donde estoy. Quienes son los que me ven, los que me escucharán.

—No podemos luchar los unos contra los otros, Caesar – le explico con la misma condescendencia con que le hablaría a un niño pequeño- No habrá suficiente de nosotros para continuar luego- ¿quién se encargará de recoger el desastre que dejaremos tras nosotros cuando se acaben las armas, las municiones, las ganas de seguir peleando…- Si todo el mundo no baja sus armas… y me refiero a muy pronto, todo estará acabado, de todos modos.

Y está hecho, he dado el mensaje que me han encomendado.

— Así que… ¿estás pidiendo un alto al fuego? – pregunta Caesar, para que no queden dudas de lo que estoy diciendo. Para que mañana todos puedan repetirlo cuando caminen por la calle.

—Sí. Llamo a un alto al fuego –digo con cansancio, sintiendo el millón de abusos que se han cometido contra mí y contra los míos para llegar a este momento- Ahora, ¿por qué no llamas a los guardias para que me lleven de regreso a mi cuarto, así puedo construir otras cien casas de naipes?

Me llena de satisfacción el poder decir eso al aire. Estoy tensando los cables y posiblemente me lleve mi castigo más tarde, pero de momento, está bien no entregarle la victoria a Snow en bandeja.

Caesar frunce levemente el ceño y arquea las cejas un momento más tarde, sorprendido por mi respuesta, pero se recompone con rapidez.

—Bien. Creo que eso es todo. Entonces regresamos a nuestra programación regular.- dice haciendo una seña.

Y es todo.

Entierro mi cara entre mis manos en cuanto la pantalla pasa a negro y estoy a punto de echarme a llorar cuando me llega el eco de las risas de Snow. Entonces me levanto y me paro muy recto, sin querer darle el gusto de verme derrotado.


Volví! Sé que estas actualizaciones están muy espaciadas unas de otras, pero entre la oficina, la tesis y el SYOT que estoy haciendo Peeta se me resiste un poco. Con algo de suerte pronto agarro el ritmo y podré traerles capítulos más seguidos.

A las lectores y lectores de esta historia, nuevos y viejos ¡gracias! Sus reviews, fallows y favorites me alegran la vida.

Preguntilla ¿a qué personaje están deseando ver aparecer en esta historia?

Saludines, E.