Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer y la historia es una adaptación. Decir que Isabella tuvo "un percance" cuando el desgarro del vestido fue más estruendoso que los "sí, quiero" de los novios era decir poco. El horrible vestido amarillo estalló en medio de la ceremonia.
Bella siempre había tenido unas curvas envidiables, pero estar medio desnuda en una capilla no era precisamente el look que había buscado para la boda de su ex. Un amigo del novio la ayudó a ocultar tan inoportunas curvas bajo una chaqueta, pero cuando esperaba una helada mirada de desaprobación por parte del guapísimo Edward Cullen, su reacción habitual cuando se trataba de ella, lo que recibió fue un beso que estuvo a punto de derretir lo que quedaba de aquella pesadilla de vestido…
Capítulo 1

–Queridos hermanos –empezó a decir el sacerdote–. Estamos aquí reunidos para…

Cometer un error de proporciones gigantescas, pensaba yo, conteniendo el aliento, inmóvil como una estatua, temiendo que saltaran las costuras de mi vestido de dama de honor.

En cualquier momento iba a salir disparada del vestido tubo color amarillo vómito y la boda sería para siempre recordada como aquella en la que la dama de honor lo enseñó todo. No es que yo sea particularmente pudorosa, todo lo contrario. He bailado sobre muchas mesas, pero prefiero no revelar mis intimidades al tío abuelo Henry en medio de una boda.

Algunas chicas se pasan la vida soñando con ser damas de honor. Una oye hablar de eso como si fuera el objetivo de toda una vida. Yo tenía una lista de objetivos para mi vida. Quería construir un robot, ir a Perú (siempre me han gustado las llamas), trabajar para la NASA. ¿Pero ser dama de honor en una boda? No, eso no estaba en mi lista.

Mis padres se habían casado cuando tenían veintiún años. Se habían colocado frente a un altar como el que tenía delante, llevando una indumentaria que en circunstancias normales no se habrían puesto ni muertos, habían hecho los votos tradicionales: en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte nos separe, bla, bla, bla, y luego se habían divorciado cuando yo tenía ocho años. Y eso me enseñó una cosa: que una boda no es más que una fiesta con otro nombre.

Como el cuello era lo único que podía mover sin hacer saltar las costuras del vestido, giré la cabeza para mirar hacia un lado. Tras el bosque de fascinantes y absurdos sombreros que me hicieron pensar en un OVNI, podía ver la puerta de la capilla, que llevaba a un bonito cementerio privado cubierto por una fina capa de nieve. Me alegraba de que fuera bonito porque estaba segura de que acabaría allí más pronto que tarde.

Aquí yace Bella, que salió disparada de su vestido en el momento más inconveniente de su corta y poco satisfactoria vida y murió de vergüenza.

La capilla estaba abarrotada de gente y llena de extravagantes adornos florales. El fuerte aroma de los lirios se comía todo el oxígeno, mezclándose desagradablemente con el olor de varios perfumes. Francamente, empezaba a dolerme la cabeza.

El sacerdote seguía hablando, con una voz que podría haber grabado como cura para el insomnio.

–Si alguien conoce alguna razón para que estas dos personas no se unan en matrimonio, que hable ahora…

¿Alguna razón?

Lo diría de broma.

Yo podría darle al menos diez razones sin tener que pararme a pensar.

Número uno: el novio era un cabronazo.

Número dos: se había acostado con la hermana de la novia y al menos dos amigas de la novia.

Número tres: faltaban tres días para Navidad. ¿Y quién demonios era tan tonto como para casarse cuando deberían estar comprando regalos y metiendo pavos en el horno?

Número cuatro: hacía demasiado frío para llevar un vestido de tirantes y si aquello no acababa pronto tendría que tomar la cena de Nochebuena en el hospital, con una neumonía.

Número cinco…

–Bella, ¿estás bien? –mi hermana Rosalie me dio un codazo en las costillas, sin pensar en las frágiles costuras del vestido, que me quedaba estrechísimo.

Por supuesto que no estaba bien. Las dos sabíamos que no estaba bien, coño, por eso había aceptado acompañarme. Pero no era el momento de contarse confidencias mientras tomábamos unos mojitos. Para ser sincera, si me pasara un mojito no sabría si bebérmelo o ahogarme en él.

Se me daban bien las estadísticas y podría decirte ahora mismo que esa boda tenía un noventa y nueve por ciento de posibilidades de terminar en lágrimas. Probablemente las mías.

–Deberías haberte negado cuando te pidieron que fueses dama de honor –me dijo Rosie al oído–. Todo el mundo sabe que estuviste saliendo con Mike.

Y allí estaba, allí mismo, la razón número cinco por la que el novio y la novia no deberían casarse. Porque una vez el novio había dicho que quería casarse conmigo.

Pero yo le había dicho que no. Jamás había tenido ambiciones de ser dama de honor y menos de ser una novia. Pensaba que si me quería, eso daría igual. ¿Qué tiene de maravilloso una boda? Eso no evitaba que las parejas rompiesen. Lo único que importaba era estar juntos, ¿no?

Aparentemente, no.

Mike resultó ser un hombre muy tradicional. Trabajaba en un banco de inversiones y necesitaba una esposa dispuesta a dedicarle su vida para ayudarle a escalar profesionalmente. Y a mí nunca me han gustado las escaleras. Intenté explicarle que yo estaba tan ilusionada con mi propia carrera como él con la suya y su respuesta había sido dejarme plantada. En público, además, para que todo el mundo supiera quién había dejado a quién.

Reconozco que me dolió, pero no tanto como tener que admitir que había perdido diez meses de mi vida con un tipo que no estaba ni remotamente interesado en mí.

En ese momento me di cuenta de que todo el mundo me miraba con expresión acusadora, como si hubiera ido allí a propósito para estropearle la boda a la novia o para castigar a Mike por no haberme elegido a mí.

Pues de eso nada, me habría gustado gritar. A ver quién de los dos estaba siendo castigado.

¿Qué chica con dos dedos de frente aparecería en la boda de su ex vestida como si fuera un condón gigante?

¿Era culpa mía que Jessica hubiese querido dejar bien claro quién era la novia y quién la dama de honor?

Aunque yo tenía una parte de culpa. Podría haber rechazado la invitación, pero entonces todo el mundo habría pensado que andaba llorando por las esquinas y una tiene su orgullo.

Eso fue lo primero que nos enseñó mi madre: no dejar que un hombre sepa que te ha roto el corazón. Tal vez por eso mi padre la abandonó, pero hablaremos de eso más tarde.

Noté que me ardían las mejillas y pensé que el color rojo debía quedar fatal con el amarillo vómito del vestido. Creo que la descripción oficial era "amanecer escarchado", pero si algún día viese un amanecer de este color no sacaría un pie de la cama.

¿Lo peor de todo? Él estaba mirándome. No, no Mike, que no había mirado en mi dirección ni una sola vez, el cobarde.

Edward Cullen, uno de los testigos, era quien estaba mirándome. Antiguo compañero de facultad de Mike, aunque en los últimos tiempos no tenían mucha relación, se había convertido en un abogado famoso. La verdad, me había sorprendido que aceptase ser uno de los testigos, pero desde que empezó a trabajar en el banco, Mike solo salía con gente que podía ayudarlo profesionalmente.

Edward Cullen estaba como un tren. En serio, para morirse. En el apartado de atractivo físico, aquel hombre había recibido un regalo de los dioses.

Desgraciadamente, cuando los dioses decidieron proveerlo de un cerebro fabuloso, un atractivo impresionante y un cuerpo increíble, debieron pensar que ya le habían dado demasiado y decidieron reservarse el sentido del humor.

Y era una pena porque Edward Cullen tenía una boca asombrosa. Sus labios formaban una curva sensual perfecta, que seguramente sería aún más perfecta si sonriera. Pero Edward Cullen no sonreía nunca. Jamás. Y no sonreía mientras me miraba. Estaba claro que no le hacía gracia verme allí. Tampoco me hacía gracia a mí.

Seguramente era la primera vez que estábamos de acuerdo en algo. Nos habíamos conocido la misma noche que conocí a Mike y, aunque nos encontrábamos a menudo en bares y fiestas, apenas habíamos intercambiado un par de frases. Yo sabía que no era mi tipo. Edward me miraba mal y ya estaba harta de hombres que me criticaban.

A Mike no le gustaba nada que yo fuese ingeniero y siempre insistía en que me pusiera vestidos muy femeninos para compensar. Era lógico que la relación no llegara a ningún sitio.

Edward lanzó sobre mí una mirada helada en ese preciso instante. Sus ojos eran oscuros, peligrosos, y mi estómago dio un vuelco.

Pero le devolví la mirada, pagando mi enfado con él.

Odiaba que me hiciera sentir de ese modo. No le caía bien, eso era evidente. Y a mí no me gustaba él. Éramos dos personas totalmente opuestas. Yo era divertida, afable y sincera sobre mis sentimientos. Él era hermético, reservado y frío como el interior de una nevera.

En más de una ocasión había sentido la tentación de lanzarme sobre él con un lanzallamas para ver si podía descongelarlo.

Me había llevado a casa una vez, una noche que Mike estaba tan borracho que no podía caminar y mucho menos conducir. Una noche que yo había intentado olvidar. Habíamos estado celebrando un ascenso en mi trabajo, algo que por alguna razón había puesto a Mike muy nervioso.

Edward conducía un Volvo plateado, el coche más sexy del planeta, que estaba limpio como una patena. No había ni un papelito tirado por el suelo, ni una botella de agua vacía (aunque cuando me dejó en casa seguramente habría restos de saliva en el asiento). Sus trajes eran de Armani o de Tom Ford, llevaba los zapatos brillantes y las camisas blancas almidonadas.

Pero tras esa imagen tan cuidada y pulida había algo crudo y elemental que ningún traje de chaqueta, por perfecto que fuese, podía esconder.

Yo llevaba mi vestido negro favorito esa noche y recuerdo que no me miró ni una sola vez. Ni siquiera las piernas, que son estupendas, especialmente cuando me pongo zapatos de tacón de aguja (para estar guapa hay que sufrir). No se había molestado en disimular su desaprobación entonces y tampoco lo hacía ahora.

Su mirada ardiente se deslizó hasta mi escote y frunció los labios en un gesto de censura.

En ese momento me dieron ganas de levantarme para decir que yo no había elegido el vestido, que era otro truco por parte de la novia para hacerme quedar mal. Sinceramente, mis pechos son demasiado grandes para este vestido y los pechos no suelen aparecer en la lista de invitados a una boda.

Pero Edward Cullen parecía pensar que no deberían haber sido invitados en absoluto.

¿La verdad? Aquel hombre me intimidaba un poco y eso me sacaba de quicio.

Yo soy una mujer moderna e independiente. Jamás me visto de rosa y nunca en la vida me he puesto a balbucear tontadas frente a un cochecito de bebé. Mis materias favoritas han sido siempre las matemáticas, la física y la tecnología. Siempre sacaba mejores notas que los chicos, algo que solía cabrearlos sobremanera, pero ese era su problema, no el mío. Tengo un título en ingeniería aeronáutica y estoy trabajando en un proyecto relacionado con satélites. No puedo contarte más o tendría que matarte, ya sabes.

Me encanta mi trabajo, me excita más que cualquier hombre, pero tal vez es por eso por lo que me cargo constantemente mi vida sentimental.

Todo el tiempo.

En serio, ¿cómo una mujer inteligente puede meter tanto la pata? He intentado aplicar a mi vida sentimental los métodos de análisis que aplico en mi trabajo, pero nunca he conseguido extraer ningún dato significativo salvo que meter la pata duele un montón.

Rosie y yo hemos visto a mi madre hacer malabarismos por hombres que luego la dejaban plantada, de modo que debo llevarlo en los genes. Como he dicho, no se nos dan bien las relaciones, probablemente por eso estoy sentada aquí ahora, viendo a mi ex casarse con otra.

Mientras respiraba el olor a moho y polvo de la vieja capilla pensé en cuántas promesas se habrían hecho allí para romperlas un par de años después.

Y allí mismo, en ese momento, tomé una decisión.

Se acabaron los sentimientos.

Los sentimientos solo llevaban al desengaño y yo estaba harta de sufrir.

Aunque nunca he sido el tipo de chica que espera al lado del teléfono, rezando para que suene. No, no. Si un hombre quería jugar a eso conmigo, lo borraba de mis contactos. Pero eso no significaba que no me hiciera daño. Y francamente, ¿para qué?

–He tomado una decisión para el nuevo año –arriesgándome a que saltaran las costuras del vestido, me incliné hacia Rosie–. Y voy a empezar ahora mismo.

–¿Jamás volverás a ponerte un vestido de color amarillo vómito? Buena idea.

Yo puse los ojos en blanco.

–Estoy harta de las relaciones románticas. ¿Para qué molestarse? Puedo ir al cine con mis amigas, puedo charlar con mis amigas, puedo contarle mis penas a mis amigas y reírme con ellas.

–¿Esa es tu decisión para el nuevo año?

–Todo lo que necesito en la vida lo tengo con mis amigas. Salvo una cosa…

Rosie carraspeó.

–Bueno, siempre puedes…

–No, no puedo. Para eso necesito un hombre. Pero solo para eso. A partir de ahora, voy a utilizar a los hombres para el sexo. Nada más.

–Intuyo que esta resolución va a ser incluso más divertida que la de dejar el chocolate.

Siempre podía contar con mi hermana para que me apoyase, pensé, irónica.

Pero cuanto más lo pensaba, más convencida estaba de que era una idea fantástica.

–Debería haberlo hecho antes –hablaba por un lado de la boca, intentando no llamar más la atención de los desagradables invitados–. En lugar de buscar un hombre que me haga reír y esté interesado en mí de verdad, en lugar de preguntarme qué puedo hacer por su carrera, buscaré hombres guapísimos que solo quieran pasarlo bien.

–Si eso es lo único que te interesa podrías empezar por Edward Cullen –susurró Rosie–. Está para comérselo.

Ah, entonces no era yo sola.

El problema era que yo no quería encontrar sexy a Edward Cullen. No quería pensar en él desnudo o preguntarme cómo sería besarlo. Yo no le gustaba, eso estaba claro, y turbaba mi sentido del orden y la justicia que lo encontrase atractivo.

Aparté la mirada durante unos segundos, pero no aguanté mucho tiempo y volví a mirarlo. Era un cierto consuelo que todas las mujeres por debajo de los noventa años estuvieran mirándolo también. Si esa cosa llamada sex appeal existía, Edward la tenía a puñados. Era el tipo de hombre que te hacía pensar en el pecado y eso no era bueno cuando una estaba sentada en una iglesia, intentando que no se le saliesen las tetas por el escote.

Estaba deseando ir al baño para desabrochar el maldito vestido y darle a mis costillas la libertad que merecían.

¿Cuándo iba a terminar aquella boda?

Daos el "sí, quiero" de una maldita vez e id a vivir vuestras vidas hasta que descubráis que lo que deberíais haber dicho es "no quiero".

Pero Mike y Jessica estaban mirándose a los ojos y recitando mensajes personalizados que llevaban escritos en un papel.

"Prometo amarte y cuidarte para siempre".

"Prometo no cancelar nunca tu suscripción al canal de deportes".

(Bueno, esto me lo he invitado, pero tú ya me entiendes).

Me pregunté entonces, no sé por qué, si Edward Cullen había llevado a su hermana pequeña a la boda, una chica morena, sofisticada y elegante como él, que de vez en cuando lo miraba con cara de adoración, como si fuera un dios. A mí eso me parece antinatural.

Por favor, yo adoro a mi hermana, pero algunos días me gustaría meterle un dedo en el ojo. Por supuesto, aquellos seres perfectos jamás mostrarían emoción en público. Seguramente nunca discutían y eran de los que creían que el matrimonio era "un viaje emocionante".

Yo siempre me mareo en los viajes.

Gracias al poco ejemplar comportamiento de nuestros padres, mi hermana y yo éramos un desastre cuando se trataba de relaciones sentimentales. Aunque no faltaban hombres en nuestras vidas, al contrario. Los hombres siempre se sentían atraídos por la hermosura de Rosie y su preciosa sonrisa. Pensaban que era frágil y necesitaba protección. Luego, cuando descubrían que era cinturón negro de kárate y podía romperle los huesos a un hombre de una patada, salían corriendo.

Hubo un hombre una vez, pero si se me ocurriese mencionar su nombre mi hermana me partiría la cara, de modo que era un tema que no se tocaba.

Cuando pensaba que la boda no iba a terminar nunca, el sacerdote le dijo al novio, con tono benevolente, que podía besar a la novia. Claro que Mike había estado besando a la novia y a la mitad de sus amigas durante seis meses sin pedir permiso, pero a nadie parecía importarle eso.

Y yo no podía dejar de preguntarme si el beso era para que yo lo viera, para recordarme que me había dejado plantada.

Era todo muy Hollywood, sin choque de narices o momentos incómodos, todo muy ensayado; la clase de beso hecho para los demás, no para reflejar lo que sentías por dentro.

Con mucha lengua, además.

Rosie fingió una arcada a mi lado.

Ah, cuánto quiero a mi hermana.

Y entonces, por fin, todo terminó.

Yo dejé escapar un largo suspiro de alivio…

Y las costuras de mi vestido estallaron.