¡Hola a todos! Lo sé, lo sé, prometí actualizar y no lo hice. Lo siento. Me equivoqué. Estoy muy apenada por mi falta de palabra. ¡Ojalá me perdonen!

La verdad es que tenía escrito este capi desde hacía casi tres meses. Pero es que como antes de publicar siempre le echo una revisada a los escritos, y se me había olvidado hacer tal cosa, pues ya se imaginarán... Pero bueno, la cosa es que ya actualicé, ¿no?

A propósito, que sepan que ya tengo escrito hasta el capi número 13. Si ven que pasa el tiempo y no actualizo (porque se me ha olvidado), me gustaría extenderles la invitación a que me dieran bofetadas virtuales, ya sea públicas o privadas. Igual el efecto recordatorio es el mismo. O también, siéntanse libres de mandarme un PM o, yo no sé, lo que sea.

Me he divertido mucho escribiendo este capi y los que están por venir. Ojalá que a ustedes les guste también.


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Hiccup ya estaba acostumbrado a levantarse todos los días con Berk hecho un desastre.

Al molino y los bacalaos les había seguido la misteriosa desaparición de la cubeta de Bucket (que nadie creyó posible en un principio), la repentina enfermedad de los yaks de Herleifr el Apestoso, y la aparición de los oleandros azules que tenían enfermos a todos los Terrible Terrors de Gothi. Lo más curioso era que todas y cada una de las catástrofes parecían apuntar hacia ciertos culpables que, si se miraba bien, resultaban poco más que estratégicos: Bucket estaba peleado con Mulch, Herleifr y Vald el Estropeado, los mejores amigos, se habían declarado la guerra; y por último, Gothi estaba de pelea con la aldea entera, en especial con Gustav porque, según ella, ese «hijo del demonio» siempre detestó a sus pequeños dragones.

Gobber era el único que no había caído con el truco.

Un día se había despertado sólo para darse cuenta que todos los repuestos de su garfio habían desaparecido, y que todas las pruebas apuntaban a Brunthair el Irritable. Así que con las mismas, el herrero había ido a la casa de su vecino y tocado a su puerta.

—Brunthair, ¿de casualidad has visto mis repuestos? —había preguntado.

—No, Gobber. No los he visto.

Okay.

Y eso fue todo.

Gobber era muy inteligente como para caer con algo tan barato, pero aun así era de los que se cabreaban con facilidad, y el hecho de que alguien hubiera osado meterse con sus amados repuestos lo llevó al Valhala y devuelta por la ira.

—Esto ahora es personal, Hiccup. —declaró el hombre, sentándose junto al Jefe en el Gran Salón a la hora del almuerzo.

—Lo sé. —suspiró el Jefe. —Y es la hora y no sé cómo solucionar esta ridiculez. —dijo, señalando a su alrededor.

Todos los concurrentes del Gran Salón estaban sosteniendo una encarnizada lucha a punta de verdeles y salmones (al menos variedad de pescados era indiscutible), mientras se gritaban cosas tales como: «¡Envenenaste a mis yaks!», «¡Encontré una uña tuya junto a mi cabeza! ¡Y sé que es tuya porque huele a caca de cabra!», y por último pero no menos importante, estaba el silencioso grito de Gothi hacia la aldea entera: ¡Todos ustedes se arrepentirán!

Mientras tanto en el hangar, en ese preciso momento, Eret estaba haciendo un anuncio muy importante a sus subordinados.

—Está bien, escuchen. —como nadie se calló, Skullcrusher le hizo el favor. —Gracias. Como iba diciendo, ahora los turnos se cambiarán. Los que iban por la noche lo harán en la mañana y viceversa.

Hubo quejas por todos lados.

—¡Silencio! Y además, a partir de ahora, quiero vigilancia las veinticuatro horas, los siete días de la semana, sobre todas y cada una de las casas y granjas de las cuatro islas. Sin falta. ¿Entendido?

—Bueno…

—Si tú lo dices…

—¡¿Entendido?!

—¡Sí, señor!

—Perfecto. Ahora vayan a trabajar.

Los adolescentes hicieron lo ordenado, cabizbajos. Eran esa clase de tétricos momentos en los que no sabían por qué se habían unido a la Guardia.

Ah, sí. Porque podemos volar día y noche.

Y aunque les dolía horrores seguir las sádicas órdenes de su también sádico profesor de biología, el poder volar con sus dragones cada vez que querían lo valía.


Eran las dos y veinte justas cuando Tuff por fin avistó algo por su telescopio.

La pandilla se había vuelto a reunir y todos estaban soberanamente cansados y vueltos polvo dentro de su Torre de Vigilancia Oeste número 2. ¡Acababan de regresar, y ahora les doblaban el turno!

Ser un vikingo sí que era duro.

—Por favor dime que no es otro Thunderdrum. —rogó Snotlout.

—No es otro Thunderdrum. —dijo Tuff, y se rio. Su hermana lo golpeó en la cabeza con una maza. —¡No, lo digo enserio! ¡No es un Thunderdrum!

Como autómatas, los chicos se levantaron de un salto.

—Dame eso. —Astrid le arrebató el telescopio y lo enfocó en la distancia.

—¿Qué es? —preguntó Fishlegs, rezando porque fuera algo verdaderamente interesante.

—Es… un barco. —respondió Astrid al cabo de unos segundos.

—¿Un barco? —Hiccup se adelantó para ver él también por el telescopio. En efecto, un barco se acercaba lentamente en la distancia, casi como si no quisiera terminar de llegar a Berk. Pero aquello no era lo único. Hasta donde él podía ver, la vela estaba rota y el mástil hecho trizas.

No se pensó dos veces qué hacer a continuación.

—Vamos a echar un vistazo. —y salió de la torre de vigilancia directo al lomo de Woodiepie. Astrid y los demás lo siguieron, excepto Fishlegs.

—Pero Hiccup… —tartamudeó el rubio. —Nuestro líder de grupo no ha autorizado…

—Nuestro líder de grupo quedó noqueado hace media hora, Fishface. —dijo Snotlout con los ojos en blanco, señalando al vikingo durmiente en un rincón de la torre. —Muévete.

—P-pero…

—Todo va a estar bien, Fishlegs. —le aseguró Hiccup con una sonrisa. —Anda.


Los seis se acercaron cautelosos hacia el barco entrante.

Como Hiccup había visto antes, el mástil y la vela estaban destrozados, pero además de eso, la nave presentaba grandes huecos laterales con la forma de mandíbulas de dragón, todos quemados e irregulares.

Sobrevolaron la nave con sus dragones, curiosos más que asustados. La irresponsabilidad de los seis era digna de leyenda.

Hiccup bajó con Woodiepie. El chico aterrizó con cuidado en la cubierta bajo la mirada atenta de sus compañeros y sólo había dado un paso tras advertirles que todo iba bien cuando de pronto una trampa le atrapó la prótesis. Después de haber saltado del susto, Woodiepie le gruñó con saña al artefacto.

—Tranquila, chica. Todo está bien. —le dijo, y procedió a quitarse la trampa de encima.

Bueno, al menos en la secundaria esto nunca me habría pasado, se dijo a modo de consuelo.

—¿Todo bien allá abajo, Hiccup? —oyó que decía Astrid.

—¡Mi prótesis sigue viva, chicos! ¡Todo bien aquí! —gritó en respuesta. Dio varios pasos hacia adelante, más con la prótesis que con su pierna de verdad, y al aceptar por fin que no había otras trampas, dio vía libre a sus amigos para aterrizar. —Manténganse alerta. —fue lo único que dijo antes de entrar a la cabina.

Los seis adolescentes anduvieron por el barco como si éste fuese un campo a reventar de minas, acompañados por Woodiepie en caso de que alguna emergencia sucediese. En algún momento de la inspección, Astrid había sacado su ballesta, Snotlout su martillo y los gemelos sus mazas sin darse cuenta ninguno de lo que estaban haciendo. Hiccup y Fishlegs, por su lado, se mantuvieron desarmados.

Súbitamente, una rata le pasó por los pies al joven Jorgenson y éste saltó en el aire cual bebé asustadizo.

—¿Qué pasa, idiota? —se burló Ruff. —¿Te da miedo una tonta rata?

—Claro que no. —replicó él, abochornado. —Es sólo que…

—Shh. Chicos. —Hiccup señaló hacia la puerta del camarote principal, que estaba salida de sus goznes y balanceándose con el movimiento de las olas.

Ninguno pensó en que acercarse a una puerta forzada en un barco evidentemente atacado sin duda era una elección cuestionable.

Avanzaron a paso cauteloso tras Hiccup, confiando en que si alguna trampa aparecía su prótesis la atraparía, y subieron la guardia cuando el castaño empujó la puerta para entrar.

Lo primero que les llegó dentro de la estancia fue una pestilencia como ninguna otra: una nauseabunda mezcla entre rata muerta con huevos rotos, sarna de dragón y excremento de yak que les puso los pelos de punta.

—¿Qué es ese olor? —preguntó Astrid a nadie en particular, tapándose la nariz. El hedor era tan fuerte que Tuff empezó a toser.

Woodiepie se tapó el hocico con ambas patitas para tratar de evadir la peste.

Hiccup se movió hacia el escritorio, de donde provenía el olor, con los demás pisándole los talones.

La vista que los recibió los dejó muertos.

Literalmente.

Un inmundo cadáver en estado de descomposición, lleno de gusanos y moscas, yacía tras el escritorio. Estaba boca abajo y la única razón por la que pudieron reconocerlo como un hombre fue por los restos de ropa que llevaba puesta.

El grito que siguió al hallazgo fue ensordecedor.

—¡CORRAN!

¡PAF!

—¡OH POR DIOS!

¡PAF!

—¡VAMOS A MORIR!

Hiccup dio media vuelta para echar a correr fuera del sitio cuando algo llamó su atención.

—Hiccup, ¿qué diablos haces? —le susurró Astrid, histérica, tratando de levantar el cuerpo desmadejado de Tuff del suelo. Fishlegs y Ruff ya se habían llevado a Snotlout.

Pero él no dio explicaciones y simplemente se acercó al cadáver, haciendo acopio de todas sus fuerzas internas para no vomitar. Una vez estuvo cerca lo justo, arrebató de la mano derecha del pobre tipo aquello que le había llamado la atención y al instante se lo guardó en la bota.

—Vámonos de aquí. —le dijo, antes de ayudar a Astrid con Tuff para llevarlo fuera.


—¡Hiccup…!

—¿Qué? —resopló el Jefe, harto ya de la situación en la aldea.

Era Gustav Larson de nuevo.

—¡El otro Hiccup y los chicos se acercan!

—¿Y? —quizás estaba siendo grosero, pero llegaba un punto de cansancio en que incluso su propia consciencia le importaba un pepino.

—¡Traen un barco a remolque!

El Jefe se levantó al instante de su 'Silla de Castigo'. En dos segundos ya estaba saliendo del Gran Salón a lomos de Toothless. —¡Vamos, amigo!

¡¿Y ahora qué acaba de pasar?!

La mayoría de los aldeanos estaban reunidos en torno al muelle, esperando que el barco remolcado llegase. Los que no estaban intentando matarse, murmuraban frenéticamente entre ellos.

Hiccup aterrizó al lado de Gobber.

—Y yo creía que eras bueno buscando problemas. —se mofó el vikingo. Él hizo como que no lo escuchó.

El barco se fue acercando más y más, y a medida que lo hizo todos pudieron apreciar lo destrozado que estaba.

Los dragones traían la nave con sogas atadas a la proa y a lo que quedaba de mástil. Aunque para los vikingos los chicos venían a millón, lo que en realidad sucedía es que estaban locos por deshacerse de aquel barco de una vez por todas.

Finalmente, el barco llegó a puerto.

Un jadeo colectivo se alzó entre los presentes al ser testigos en primera fila de lo feo que se presentaba el pobre navío.

Los adolescentes soltaron las sogas y de inmediato se alejaron lo más que pudieron del barco, pero sus problemas no acabaron allí, oh no.

Eret los estaba esperando en el muelle de brazos cruzados y con una cara de mal genio tal que les provocó escalofríos. Ni siquiera esperó a que aterrizaran para regañarlos.

—¡Malditos mocosos! ¡¿Cómo se les ocurre, imbéciles, dejar su puesto para ir a…?! —y habría seguido de no ser porque Hiccup se adelantó en favor de los chicos.

—Yo me encargo desde aquí, Eret. Gracias. —le sonrió, y luego se volvió hacia los chicos con las manos hechas puños. Su mirada estaba particularmente fija en su mini-yo. —¿Cómo se les ocurre ir a inspeccionar un barco (que bien pudo ser enemigo) sin supervisión, o sin por lo menos avisar antes a su líder de grupo? ¿Qué pasa con ustedes? ¡No tienen idea de los peligros que han podido pasar allí! Y encima, ¡se van sin avisar sobre su destino!

Toothless bufó divertido, sin dar crédito a la hipocresía de su jinete. "Y tú, amigo, eres el menos, menos indicado para regañar a nadie por haberse ido sin avisar".

—¿Por qué me miras nada más a mí? —protestó Hiccup. El Jefe se inclinó hacia él con los brazos en jarras. Aunque ya puestos, la diferencia de alturas no era mucho que se diga.

—Porque sé que fue tu idea, amigo. ¿O me equivoco? —miró a Woodiepie. —Y tú, esperaba que tuvieras al menos algo de sentido común. —aunque la dragona se sintió terriblemente culpable por haber llevado a Hiccup a un posible peligro y de buena voluntad, mantuvo la cabecita bien alta y no se dejó intimidar por el jefe. —Todos, a casa. Ahora. —cuadró la mandíbula y señaló al pueblo.

—¡¿Qué?!

—Pero…

—Sin peros. A casa.

Hiccup bufó irritado. ¡Los estaba mandando a casa sin siquiera hacer más preguntas! ¿Quién se creía que era?

Cabreado, se sacó de la bota el pergamino que había tomado de las manos del cadáver y se lo estampó a Hiccup en plena cara.

—Por si te interesa, amigo.

Él abrió el pergamino. En un principio no le encontró nada raro, era un típico registro comercial, pero luego lo vio. Escrito con sangre, no por una pluma sino por un tembloroso dedo quizás, llenaba toda la mitad inferior de la hoja:

«SÁLVENSE»

Despegó los ojos del pergamino. No se dio cuenta en qué momento Gobber se lo arrancó de las manos para leerlo él también.

—Hiccup, ¿qué…? —pero el chico ya lo había pasado, subiendo por el muelle.

Apenas se volvió para hablarle. —Lo siento, pero un anciano irritable me mandó a casa por traerle en bandeja de plata algo que bien podría solucionar muchos de sus problemas. Nos vemos. —y para darle más efecto, Woodiepie alzó la cabecita y meneó la cola al dejarlo atrás.

Hiccup parpadeó. Toothless soltó una risita.

"En tu cara, Hiccup."


Una vez el barco estuvo completamente asegurado en el muelle, Gobber y los hombres procedieron a examinarlo.

Mientras un par de ellos sacaban el putrefacto cadáver, otros bajaron la vela y otros más requisaron todos los camarotes en busca de pistas sobre la procedencia de la nave, no obstante no hallaron nada, pues el barco daba toda la pinta de haber sido saqueado en algún momento de su travesía.

—Aquí está la vela. —dijo Eret, tendiéndole la lona al herrero.

—¿Está completa? —preguntó él. Eret se rascó la nuca.

—Eh…

—Eso pensé. No seas flojo y ve a buscarme el resto de esta maldita vela, muchacho. —ordenó Gobber.

—Como digas.

Y pensar que los críos de la Guardia le tenían miedo a Eret.

El antiguo trampero retornó con todo lo que pudo recuperar de la vela.

La lona rota formaba apenas un cuadrado, adornado en el centro con un maltrecho escudo de armas, que constaba de una espada atravesando el tronco de un roble.

—Veamos… —empezó Gobber, mesándose la barba. —Muchacho, extiende esa esquina junto al chico Jorgenson, ¿quieres? Y tú, niño Thorston, desdobla ese otro lado.

Ellos obedecieron y esperaron a que Gobber continuara. El veterano, mientras tanto, entrecerró los ojos al ver el escudo de armas en la vela. Sólo para asegurarse, y bajo las atentas miradas de los demás, olió la tela antes de exclamar su veredicto.

—Esta nave no es del archipiélago.

La quijada de Snotlout cayó a tierra.

—¡¿Cómo puedes saber algo así con sólo oler un pedazo de lona?! —Gobber lo miró mal.

—No me cuestiones, chico. —volvió a la explicación. —En efecto, no es del archipiélago. Estos escudos de armas sólo se ven muy al sur. Lo más probable es que haya llegado a Berk por accidente.

—¿Por qué?

—Porque a juzgar por el estado del cadáver (y créeme que sé de estas cosas), el pobre tipo murió hace un promedio de tres semanas y media, si no cuatro. Si lo que creo es cierto y una lucha se llevó a cabo el día que la nave zarpó, mismo día en que murió el tipo también (lo llamaré Greta, como mi primer amor), lo más lógico es que la nave haya llegado a Berk siguiendo los vientos del sur que, si no estoy mal, soplan hacia el noreste en esta época del año. Lo que equivale a decir que Greta vino desde el suroeste.

La explicación los dejó viendo vacas de tres patas.

—¡¿Cómo puedes saber eso con sólo echarle un vistazo a una puta vela?!


A eso de las cinco de la tarde, Valka terminaba sus deberes en la Academia.

Aquel día en especial lo había pasado con los párvulos del pueblo y algunos dragones bebés que todavía no habían partido de la isla, para enseñarles a socializar con la otra especie y viceversa desde una temprana edad, en un programa de recreación diseñado por ella misma cuando todavía vivía con Cloudjumper en el nido del Bewilderbeast y soñaba con un Berk libre de guerras.

Todavía recordaba las risas de deleite de los bebés al haber sido hechos de caballito por los pequeños dragones. Por supuesto, no habían podido alzar el vuelo, pero aun así los dragones habían corrido con ellos encima, de un lado a otro, por lo que había quedado de clase.

—¿Y cómo está tu nuevo muchacho, Valka? —preguntó Elfgiva la Orgullosa al momento en que ésta le devolvía a su hijo para que se lo llevara a casa.

No hicieron falta más aclaraciones para que Valka supiera a quién se refería Elfgiva: el joven Hiccup.

Sabía que Hiccup no era su hijo. Sin embargo, no podía evitar amarlo como si lo fuera.

Antes de haber sido raptada por Cloudjumper, ella siempre había rezado a los dioses por la oportunidad de concebir una vez más y así darle a Hiccup un hermano que lo acompañara a lo largo de su vida. Durante veinte años, se había resignado a lo imposible de su pedido. Y luego, Stoick había vuelto a su vida.

No le había tomado mucho tiempo empezar a fantasear de nuevo, con los tres juntos, como una familia feliz, y quizás a la espera de un nuevo miembro. Pero entonces, así como Stoick vino, así le fue arrebatado, y con él se fueron las ideas de tener otro hijo; porque si no era con él, no sería con nadie, de eso Valka estaba segura.

Con la muerte de Stoick, su corazón se había resquebrajado. Aunque siempre sonreía y nunca lloraba, porque ya era una mujer hecha y derecha y, además, ahora tenía un ejemplo que darle a su hijo, sí se permitía desmoronarse en privado.

Lo echaba de menos. Terriblemente. Lo lloraba todas las noches, rogándole a los dioses porque la dejasen verlo una vez más pese a saber que no tenía sentido hacerlo. Y justo como sucedió durante veinte años, sufría al hallar cualquier cosa que llamase su atención, sufría al volverse para decirle: «Stoick, mira lo que…»; todo para luego darse cuenta que él no estaba allí para compartirlo con ella.

En más de una ocasión estuvo a punto de rendirse.

Pero entonces, tras una noche de luna roja y bajo extrañísimas circunstancias, había llegado un tímido y asustadizo jovencito de cabello castaño que le hizo preguntarse si acaso él sería la segunda oportunidad que los dioses le estaban brindando.

Le habían quitado a Stoick, pero le habían regalado un nuevo hijo.

Al menos así es como lo veía ella.

Se le hacía tan idéntico a su Hiccup, pero aun así tan diferente… Tanto semejanzas como diferencias la asombraban y la hacían sonreír sinceramente por primera vez desde la muerte de Stoick o, por lo menos, desde el nacimiento de sus nietos.

Y entonces, empezó a observarlo. En esos dos meses, lo observó vivir, crecer. Y a medida que él, día tras día, dejaba ir sus temores, así lo hacía Valka con su tristeza; dando paso así a una felicidad encantadora, que se abría dentro de ella como un capullo largo tiempo marchito.

Porque aunque ella misma no lo había concebido, sabía que era su hijo. Lo sentía en lo más profundo de su ahora feliz corazón.

La nefasta noche en que Hiccup les había contado a ambos qué sucedió con su madre en el futuro, lo único que Valka pudo pensar fue: «No llores, hijo mío. Yo seré tu madre ahora».

Porque un vikingo protege a los suyos. Y él, lo quisiera o no, hacía parte de ella, aunque hubiese sido concebido por otra mujer.

Mujer que, si se pensaba bien, era ella misma, pero en otro tiempo.

—Hiccup está muy bien, Elfgiva. Gracias. —Valka sonrió hacia la robusta mujer y la contempló alejarse, ensimismada.

De súbito, una veloz flecha negra pasó justo por encima de su cabeza, sobresaltándola. Alzó la mirada y vio al joven Hiccup a lo lomos de Woodiepie alejarse lo más rápido posible de Berk.

Sabía lo que había sucedido con el barco. Ella tampoco estaba de acuerdo con que se hubiera aventurado él solo a curiosear una nave desconocida, pero conociendo a Stoick y a su hijo mayor como lo hacía, sabía que intentar detener al pequeño no habría servido en absoluto, ya que una vez que un Haddock se interesa por algo, lo hace de verdad.

Prueba de ello era la magnífica relación que sus dos hijos llevaban con sus Night Furies.

Sin embargo, como toda madre haría, no pudo evitar preocuparse por él.

—Vamos, Cloudjumper. —trepó a lomos de su dragón y ambos siguieron desde arriba el oscuro dardo que eran el chico y su Night Fury.

¿A dónde va?

Aguzó la mirada para verlo mejor y en el punto se quedó de piedra, mientras contemplaba a Hiccup volar a Woodiepie como sólo su otro hijo, el jefe, lo hacía con Toothless: con el vientre recostado al completo sobre el lomo de su dragón, con ambas piernas estiradas y la cabeza apoyada entre las orejas del animal, para reducir la resistencia.

«¿Cómo habrá aprendido la técnica tan rápido?» , no pudo evitar preguntarse.

Hiccup y Woodiepie aterrizaron sobre un islote a un par de kilómetros al este de Berk. El chico desmontó a su dragona y nada más pisar tierra pateó una roca, evidentemente frustrado.

Entonces, empezó a caminar en círculos, a la par que hablaba (gritaba) para sí mismo con un muy marcado acento que Valka reconoció como el de Stoick.

—¡No, hijo! ¡No te crié para que te concentraras en estupideces como las cosas que te gustan, sino para que fueras un hombre! ¿Cuántas veces te tengo que decir que lo que has hecho está mal, Hiccup? —pateó otra roca y se volvió hacia Woodiepie. —¡Se comporta casi como si le hubieran cambiado la orden en el restaurante! —regresó a la mímica, esta vez con índice alzado y todo. —Disculpe, moza, me temo que me ha traído al hijo equivocado. Yo ordené un chico extra-grande y musculoso, con agallas extra y una guarnición de gloria. ¡Y esto, esto que me trajo es un hueso de pescado parlante! —y pateó otra roca.

Woodiepie lo miró poco impresionada, con una expresión que a las claras decía que creía que estaba exagerando. Por otro lado, aquellos dos meses le habían bastado para darse cuenta de que cuando su humano se sentía mal, sólo había que darle tiempo para que se desahogara y volviera a ser el mismo de antes.

Valka y Cloudjumper descendieron en aquel momento. La mujer carraspeó para llamar la atención del perturbado muchacho.

—¿Hijo?

Hiccup, por supuesto, se asustó por la repentina intromisión. Se giró hacia ella con el corazón a millón.

—Ah, mamá. —suspiró, llevándose una mano al pecho. —Me asustaste.

Algo se removió dentro del mismo Hiccup al pronunciar la frase. ¿Cuántos años había pasado sin decir aquellas mismas palabras?

Valka se acercó a Woodiepie y empezó a acariciarle el mentón, sin mirar en realidad a su hijo. La dragona ronroneó. —Sabes, querido, dudo que Stoick tenga la culpa de lo que acaba de pasar hoy. —lo dijo casual, en plan broma, pero él no se lo tomó igual.

Hiccup no necesitaba que nadie más lo regañase aquella tarde.

—Sí, ajá. —murmuró, mordaz. La mujer lo tomó entonces por los hombros y le dio un abrazo que, de no haber sido por la situación, se le habría antojado incómodo. Como la mayoría del contacto físico con otras personas hacía.

—Siento mucho lo que te dijo tu hermano hoy. —murmuró Valka a su oído. —Pero debes entenderlo. Desde que llegaste, siente que está a cargo de tu bienestar, y como tal está en todo su derecho a preocuparse por ti.

Él cerró los ojos y aspiró el aroma de su madre. Era la misma curiosa esencia, dulzona, a animal, flores y tela que le resultaba imposible de olvidar. Aunque el olor a pelo de yak ciertamente era algo nuevo, valga la pena decirlo.

Los recuerdos vinieron a él con rapidez.

De él y su madre en el zoológico mientras ella lo animaba a acariciar el pelaje de algunos leones, de él y su madre escogiendo el árbol de navidad, de ellos decorando ese mismo árbol, de él y su madre riendo y comiendo palomitas de maíz mientras veían los juegos olímpicos por la televisión…

Recordó a su madre besándole la frente antes de ir a dormir. A su madre diciéndole que lo amaba mientras ambos contemplaban el cielo desde la playa y se preguntaban qué se sentiría estar allí arriba y volar como las aves.

Su estómago se cerró por el dolor de las memorias largo tiempo reprimidas.

—Nadie le dijo que se preocupara. —masculló resentido, más con el mundo entero que con Hiccup en realidad. Valka rompió el abrazo para tomarlo por los hombros y los ojos de ambos se encontraron.

Aunque provinieran de épocas diferentes, lo idéntico de sus miradas había trascendido el tiempo y toda clase de obstáculos.

—Pero él no puede no preocuparse, hijo. ¿Por qué no intentas ver las cosas desde su perspectiva? Él ya es un hombre, pero tú apenas eres un muchacho. Y siente que responde por ti.

Hiccup infló los carrillos, tal y como hacía cada vez que admitía haber estado equivocado. —Si lo pones de esa manera… —murmuró, sin mirarla del todo. Valka le besó la frente.

—Dale una segunda oportunidad y piénsalo, ¿quieres?

Él se encogió de hombros. —Si tú lo dices.

Valka caminó entonces hacia Cloudjumper y le sonrió ampliamente. —¿Te apetece echar una vuelta por la isla siguiente?

El rostro de Hiccup se iluminó.

—Ya lo creo que sí.


Ambos humanos y dragones sobrevolaron el mar disfrutando de la sensación de libertad que provocaba el viento contra sus rostros hasta casi llegar a la isla que Hiccup sabiamente había llamado «Sobaco Picajoso» años atrás.

Habían volado millas y ni cuenta se habían dado, a gusto como estaban con la dulce compañía de ellos mismos y sus dragones.

—¿Cómo lo haces? —preguntó Hiccup de pronto a su madre, con la vista clavada en ella.

—¿Cómo hago el qué?

Él la señaló con el mentón. —Volar de pie.

Cierto era que él lo había intentado un par de veces con Woodiepie antes de lanzarse al vacío, pero una cosa era saltar indiscriminadamente del lomo de un dragón de un momento para otro, y otra muy diferente era intentar mantenerse en pie en ese mismo lugar. Lo sabía por experiencia propia.

Valka parpadeó con la aclaración antes de echarse a reír.

—No es tan difícil como piensas. —entonces, lo miró con una sonrisa de plena emoción. —¿Quieres aprender?

—Pues… sí, claro que sí. —tartamudeó él. Miró a Woodipie y ambos se sonrieron, expectantes y emocionados por lo que Valka estaba a punto de revelarles.

—Intenté enseñarle a tu hermano, pero desde que Stoick… —un nudo se le instaló en la garganta al intentar terminar la frase. No obstante, se recompuso. —Pero desde que él murió, ha estado tan ocupado que apenas y he tenido tiempo de enseñarle todo lo que me gustaría. Y luego de que los niños nacieran, ha sido todavía más imposible.—se explicó, acercándose hacia su hijo de pie sobre Cloudjumper.

—Ya. Entiendo. —la mujer le sonrió. Ambos dragones terminaron a centímetros del otro, el uno frente a la otra.

Woodiepie sabía lo que aquella lección significaba. Estaba muy emocionada. Sus negras pupilas estaban dilatadas hasta su máximo punto y tenía la lengua afuera, intercambiando miradas entre su jinete y Cloudjumper, quien la veía divertido.

—Ahora, lo primero que debes hacer es ponerte en pie. —dijo Valka, y extendió ambas manos hacia él. —Apóyate en mí si sientes que pierdes el equilibrio.

Hiccup hizo como le fue dicho, pero le tomó al menos tres intentos poder quitarse de encima el reflejo de asirse a las amarras de su silla. Se paró sobre el lomo de Woodiepie con las piernas temblándole. Notó que aquel sentimiento era muchísimo más aterrador que el de lanzarse al vacío desde su dragona de manera deliberada. ¿Por qué sería?

En un momento de lo que él creyó pánico, que fue en realidad un pequeño resbalón de su prótesis, lanzó sus brazos como arpones hacia las manos de su madre en busca de un punto de apoyo.

—Está bien, tranquilo. —lo calmó ella. Woodiepie, desde abajo, ronroneó en respuesta para alentarlo. —Ahora, tienes que encontrar el lugar adecuado sobre el cuál sostenerte. Uno que no te moleste ni a ti ni a Woodiepie.

Poco a poco, las manos de ambos se fueron separando hasta que Hiccup encontró el sitio del cual su madre le hablaba, justo a unos diez centímetros a la derecha de la columna de Woodiepie, que era donde su prótesis no resbalaba y donde la dragona distribuía mejor el peso de su jinete. Y supo que lo había encontrado porque la dragona batió sus escamas superiores con gusto una vez él se hubo acomodado.

Valka sonrió a su hijo con orgullo.

—Ya está. Ahora, tienes que cerrar los ojos… —él la obedeció—… y confiar en tu dragón.

Hiccup abrió los ojos de golpe.

—¿Qué?

—Como escuchaste.

—Pero si yo ya confío en ella. —repuso, casi herido por la inferencia de su madre. —De verdad. —y para reafirmar su comentario se inclinó lo mejor que pudo para acariciarle una oreja a su dragona.

—Pero no lo suficiente. Una cosa es creer que ella te atrapará mientras tienes tus ojos abiertos, y otra cosa es hacerlo a ojos cerrados, sin mirar ni una sola vez hacia abajo.

Él no entendió. —¿Qué?

—Hijo, cuando vuelas de pie sobre un dragón le estás regalando por tu propia voluntad el control de tu situación. De tu vida. Así como también le estás entregando la confianza suficiente para dejarlo hacer contigo lo que él o ella consideren mejor.

—Eh… —él nunca lo había visto de esa forma. Lo meditó varios segundos y luego llegó a la rotunda conclusión de que su madre tenía razón. —Está bien. —y cerró los ojos, como en un principio había hecho, depositando aquella vez en Woodiepie todos los miedos reprimidos que no sabía que tenía, incluido el resentimiento que, sin que él lo supiera, le pesaba en el corazón.

Confió en que ella no lo dejaría caer y en que lo ayudaría a mantenerse en pie en todo momento.

Sin embargo, al cabo de un par de minutos no había sucedido nada significativo en él. Si acaso sentía el viento soplar con más fuerza sobre su cara.

—Eh, mamá… ¿Y ahora qué hago?

—¡Abre los ojos, hijo! —gritó ella. Por algún motivo, su voz le sonó más lejana que antes.

Él abrió los ojos.

Y se encontró con que Woodiepie y él estaban volando a mínimo treinta metros de distancia de su madre y Cloudjumper, directos hacia el sol poniente, entre las más altas nubes.

Se quedó mudo de la impresión, pero aun así supo mantener el equilibrio. Agachó la mirada y se percató de que su dragona lo miraba también, feliz y con la lengua fuera, ondeando al viento. Le sonrió de todo corazón. Ella ronroneó.

—Gracias.

"Gracias a ti".


A lo lejos escuchó la alegre carcajada de su madre.

Fuera de la casa Haddock, el pueblo seguía hecho un desastre. Un poco más y se prendería en llamas.

Aunque el pergamino hallado por Hiccup era en extremo clasificado, el cadáver en el barco bastó para enardecer todavía más a los aldeanos. Eran pocas las cosas que se necesitaban para volver loco a un vikingo, la verdad.

Por decisión unánime de los mayores, quienes ahora eran más hipócritas que otra cosa, toda la pandilla adolescente había sido suspendida de la Guardia hasta nuevo aviso.

Hiccup había regresado hacía poco de sabría-Thor-dónde calado de agua de los pies a la cabeza. Al entrar, no le había hablado a su versión mayor. En vez de aquello se dirigió a paso seguro al segundo piso en compañía de Woodiepie.

Aquello, por decirlo como un eufemismo, provocó una curiosa sensación de desasosiego en el corazón del Jefe.

—Bien. Por lo menos ahora nos queda claro que algo terrible está viniendo. —dijo Fishlegs, para romper el hielo.

—Sí, ¿pero qué?

Habían clavado la nota a la mesa con una daga, pero por mucho que la mirasen, no podían sacar nada claro de ella. Tenían que salvarse, eso lo entendían, ¿pero por qué? ¿De qué?

De momento, las únicas defensas que se les ocurrían los disgustaban a más no poder.

Los adultos siguieron cavilando al respecto, algunos sugiriendo las cosas más absurdas (Tuffnut fue amenazado con ser vetado de la reunión), y otros proponiendo cosas que si bien eran lógicas, se quedaban cortas. Lo que ellos no sabían, por supuesto, era que carecían de cierta información que Hiccup y Astrid poseían.

A mitad de la junta, el chico antes mencionado bajó las escaleras en completo silencio para llevar bollos y mermelada al piso de arriba. Hiccup se levantó a medias de la silla al verlo.

—Amigo…

Pero él no se dignó a hablarle.

En cambio, abrió la despensa, sirvió la comida y con las mismas subió las escaleras, con la mirada de todos los adultos siguiéndolo de cerca. Los ignoró y se encontró a mitad de tramo con Astrid. Ella lo contemplaba curiosa.

—¿Por qué no quieres hablarle? —él se encogió de hombros y le sonrió.

—Una vez te dije que soy de los que guardan rencores por mucho tiempo. —dijo. Ella rio por lo bajo.

—Recuérdame nunca estar en tu lado malo. —bromeó.

—Créeme, intenté «ponerte» en ese lado, pero nunca lo logré. —sonrojado, se echó a reír junto a ella en lo que subían al segundo piso.

Hiccup se volvió a sentar.

—¿Qué le pasa?

—Creo que heriste sus sentimientos. —comentó Fishlegs. Hiccup lo miró planamente por el rabillo de su ojo.

—Pues a mí más bien me parece cabreado. —metió baza Tuff.

—No puedo creer que te haya tomado más de veinticinco años de vida acertar por fin en algo. —Snotlout rodó los ojos.

—¡Hey!

—Gente, concéntrense por favor. —rogó Hiccup. Quería resolver todo el asunto lo antes posible.

No estaba seguro de poder soportar más de los silenciosos ultimátums de Gothi, del tipo "la ira de Odín caerá sobre todos ustedes".


El único problema era que aquella clase de asuntos no podían ser resueltos así nada más.

La nota permaneció como un recordatorio de lo que se avecinaba a Berk, pero más allá de cambios en el sistema de las patrullas y precauciones extremas, así como una decente flota resguardando a nivel marítimo la isla, todo quedó ahí. Hiccup se hallaba tan ocupado intentando evitar que su pueblo se matase a sí mismo que no podía hacerse cargo de otra cosa mientras tanto.

Porque si Berk se destruía por culpa de sus propios habitantes, ¿qué quedaría entonces de él para proteger?

Eran las diez de la mañana y Hiccup ya había recibido el tercer ultimátum del día por parte de Gothi.

"¡Thor los vigila a todos y sabe quién fue el que plantó esas flores en mi jardín! ¡Morirán todos!"

Nunca había pensado que la tranquila anciana del pueblo fuese tan vengativa.

El desolado Jefe caminaba junto a la granja de Sven, donde empezó todo (porque Mildew y su oveja no le importaban mucho que se pueda decir), tratando de elucidar qué había pasado allí en realidad.

Caminó con cuidado dentro del cercado, buscando pistas aun donde no las había.

Estaba seguro de que Fiske no había tenido nada que ver con la 'masacre' de las ovejas de Sven, pero ¿cómo probar eso a los involucrados? A esas alturas el mismo Fiske bien podría haberse tragado el cuento de que él había matado a las ovejas.

Toothless observó a su jinete mientras éste caminaba como un ganso cojo dentro de la cerca.

¿Qué rayos está haciendo?

Hiccup siguió caminando sobre la hierba. Sus ojos no encontraron nada que lo ayudase.

Al igual que su versión menor, casi se va de espaldas al sentir su propio bombillo encenderse. ¡Eso es!

Cerró los ojos y se concentró en percibirlo todo con sus otros sentidos, especialmente su nariz. Si su vista no le ayudaba su olfato bien podría hacerlo, ¿verdad? Se detuvo en medio del cercado e inhaló fuertemente. Encontró muchos aromas: la hierba, el pescado salado, la composta (y a esa la olvidó enseguida). Finalmente, un leve tufillo ocre, anormal, le llegó desde la derecha.

Veneno.

Era lo suficientemente mayor como para reconocer un veneno allí donde lo hallaba.

—¡Toothless, rápido! —el dragón saltó feliz de poder entrar en acción y esperó a que su jinete le dijera qué hacer. —Hay un olor raro en la hierba, amigo. ¿Lo sientes? —el dragón asintió.

Para él aquel olor no había sido raro, sino horroroso. Lo había sentido desde el primer momento en que pisó la granja de Sven, pero nunca pensó que fuera importante.

—Síguelo.

Toothless olisqueó la hierba y siguió el rastro de veneno hasta llegar a la fuente: unos arbustos adyacentes a la granja de Sven. Hiccup sacó a Inferno por si acaso y apartó los arbustos, sus ojos fijos en el suelo hasta encontrar lo que buscaba. Toothless contrajo las pupilas y gruñó feroz hacia la hierba.

Bingo.


—Hiccup… ¡Hiccup! —el Jefe llamó a su versión menor, pero el chico no le hizo caso. —¡Demonios, amigo! ¿Hasta cuándo vas a seguir ignorándome?

Hiccup se volvió hacia él con una sonrisa ladina. —¿Así que no pudiste soportarlo más?

El Jefe lo contempló incrédulo. —¿Lo hiciste a propósito?

La cáustica sonrisa de Hiccup se lo dijo todo.

Sip, lo hizo a propósito.

—Saca tus propias conclusiones. —el menor se encogió de hombros y se acercó a él. —¿Qué sucede? —Hiccup sacudió la cabeza, sin dar crédito a las razones del chico para ignorarlo.

¡Y yo aquí preocupándome por él!

—¿Exactamente qué tan malvado eres, amigo?

—No soy malvado. Sólo me divierto cuando encuentro la oportunidad. —se explicó, pero Hiccup no se tragó la píldora. Si el chico esperaba que le creyese ese cuento luego de haberlo visto jugando póker, estaba muy, pero que muy mal.

—Sí, ajá. Mira esto. —se sacó de entre la ropa aquello que había encontrado tras los arbustos.

—¿Una botellita de cristal? —Hiccup no le veía lo interesante.

—Una botellita de cristal y de veneno. —el joven lo contempló, ahora picado por la curiosidad. —Esta es la prueba de que Fiske no mató las ovejas de Sven.

—¿Cuáles son tus fundamentos?

—El mercader Johan no vende vidrio, sólo sales de arena y caliza. El vidrio es muy frágil para transportarlo a tan largas distancias él solo, y además, el único que sabe hacer vidrio en todo Berk soy yo. De hecho, me apostaría lo que sea a que Fiske no ha visto un frasco de cristal en toda su vida.

—Por supuesto. —Hiccup se llevó una mano a la frente al obtener por fin la prueba a sus suposiciones. —Eso quiere decir que alguien ajeno a Berk implantó la falsa evidencia.

—Así como todas las demás. —concluyó Hiccup.

Sin saber realmente por qué, ambos castaños miraron alrededor con sigilo.

Hiccup se aclaró la garganta.

—Tenemos que hablar.


Hiccup se sentó en un rincón alejado del pueblo con su mini-yo. Toothless y Woodiepie ya sabían de qué iba todo, motivo por el cual estaban examinando sus alrededores en busca de algún fisgón que pudiera acercárseles lo suficiente como para escucharlos.

—¿Qué es lo que quieres decirme?

—El cómo me herí la mejilla. —admitió Hiccup, sin atreverse a mirarlo. El mayor esbozó una sonrisa comprensiva.

—¿Fue una flecha, cierto? —Hiccup bufó.

—Sabía que lo sabías —se miró la boca al caer en cuenta de la ridícula elección de palabras—, pero aun así pensé que…

—¿Y qué esperabas, amigo? Cualquiera podría reconocer esa como una herida de flecha a millas de distancia. —se calló por un momento. —¿Por qué no me lo quisiste decir?

Hiccup cerró los ojos con fuerza y no dijo nada.

—Anda, amigo. Puedes decírmelo. No es como si fuera a echarte de Berk o algo así si la respuesta no me gusta. —rio.

—No te lo dije porque tenía miedo de quedar como un cobarde. —dijo por fin. Se extrañó al sentir unos brazos cálidos sobre sí.—¿Hiccup? —preguntó inseguro, alzando la cabeza hacia el Jefe. Un momento estaba admitiendo la vergonzosa verdad y al otro… ¿lo estaban abrazando?

¿Qué diablos…?

—Esa es una de las razones más tontas que he escuchado en toda mi vida. —respondió el Jefe. —Precisamente cuando tienes miedo de quedar como un cobarde es cuando deberías decir las cosas, ¿sabes? El que no arriesga no gana.

Hiccup rio por lo bajo.

—¿Cómo te las arreglas para decir frases tan inspiradoras en los momentos más extraños?

—Es uno de los efectos secundarios de ser Jefe. —él le restó importancia. —Ahora, más te vale explicarte, jovencito. —dijo, imitando la voz y el porte de Stoick.

Y Hiccup se lo contó todo. Desde el ataque aquella madrugada hacía más de mes y medio y la emboscada que le habían tendido a él y a Astrid la tarde siguiente; así como también todas las suposiciones a las que ambos habían llegado en sus noches de guardia.

—¿No estás decepcionado? —preguntó el adolescente con timidez.

—¿Decepcionado por qué? ¿Porque gracias a tu miedo perdimos semanas de planeación para una posible guerra? ¿O porque las ovejas de Sven probablemente hayan muerto por tu culpa? —respondió a su vez Hiccup, procurando sonar molesto.

—Eh…

—Tranquilo, Hiccup. Sólo bromeo. Aunque no apruebo tus razones, las entiendo. Más de lo que me gustaría incluso.

—Qué bien. —el chico suspiró aliviado. Hiccup esbozó una sonrisa astuta.

—Aunque ya puestos, mi comprensión tiene un precio, amigo. —el alma de Hiccupse le fue a los pies.

—Tiene que ser una puta broma.

—Nop.

—Demonios…

Se mantuvieron en silencio hasta que…

—¡Pfffft!

—¡No puede ser! ¡Hiccup…!

—¡Deberías haber visto tu cara!

—Está bien, ¿qué es lo que quieres? —el chico lo miró ceñudo. Hiccup se limpió una lagrimita imaginaria de su ojo. Súbitamente, se puso tan serio que lo asustó.

—Vas a ayudarme, amigo. No sé qué está pasando, pero no me gusta, así que sea lo que sea, esto se acaba aquí. Berk no será cogido con la guardia baja mientras yo viva en este mundo.


El plan fue bastante sencillo: encontrarían todas y cada una de las pistas reales, y luego irían tras el bastardo que las había dejado.

Ahora que Hiccup lo sabía todo, concluyó enseguida que la repentina guerra civil en Berk tenía todo el sentido del mundo: todos estarían tan ocupados golpeándose con anguilas que al momento de ser atacados por el verdadero enemigo, no sabrían ni qué los había golpeado.

El plan del enemigo habría sido efectivo de no ser por un contratiempo que no fue tomado en cuenta: Hiccup y Hiccup trabajarían juntos.

Difícilmente habían pasado dos meses desde la llegada de los jóvenes del futuro, por lo que lógicamente nadie sabía que cuando esas dos mentes se reunían, el mundo debía prepararse para temblar desde sus cimientos. Con mayúsculas incluidas.

Lo difícil ahora era mantener el perfil más bajo posible hacia los habitantes del pueblo. Según lo que ambos sabían, cualquier aldeano bien podría ser el traidor que lo había empezado todo o, peor aún, el culpable podría huir si sabía que lo estaban buscando.

Los familiares y allegados de ambos Hiccup ya habían sido advertidos de que algo terrible se cocinaba a fuego lento dentro del mismo Berk, y todos habían tomado las precauciones pertinentes.

Todos quisieron sumarse a la búsqueda para ayudarlos, pero ambos se habían negado rotundamente: más de catorce vikingos buscando y rebuscando algo aparentemente importante a lo largo de la isla llamaría la atención, que era lo último que ellos querían lograr.

Habiendo dicho eso, Hiccup comunicó a Gobber y a su madre que se tomaría un par de días libres (más bien una semana) para aclararse los pensamientos, así que a nadie le pareció extraño ver al Jefe caminar sin rumbo fijo por la isla junto al hijo del primo de su tío (o lo que sea que fuera el chico), ambos "riendo" ajenos al caos de la isla.

En tres días, los dos habían encontrado las pruebas de la inocencia de Phlegma la Fiera, de Orvald el Medio-bueno, de Herleifr el Apestoso y de Vald el Estropeado. «Sólo hay que buscar bien», se habían dicho. A ninguno de los dos castaños, tampoco, les pareció extraño que a medida que ellos iban descubriendo la verdad, más y más aldeanos fuesen inculpándose los unos a los otros de cosas todavía más ridículas, reduciendo así el número de vikingos que no eran víctimas de perjurio. Si bien se lo vieron venir, no pudieron evitar irritarse: era como avanzar un paso y retroceder dos, y aquello nunca le había gustado a ningún Haddock.

Al séptimo día estaban inspeccionando el barco pesquero de Bjarke el Oso, buscando aquello que librase a Torborg la Tenaz de haber, supuestamente, saboteado el timón de la nave.

—¿Tienes algo? —preguntó Hiccup al otro Hiccup, con una de las redes de pesca en las manos.

—No… espera, sí. —se acercaron a evaluar el hallazgo.

El timón del barco no había sido saboteado como ellos en un principio creyeron. De hecho, la estructura presentaba varias muescas en la madera, justo alrededor del lugar donde se había producido el daño.

—El tipo usó una palanca. —se dijeron casi al mismo tiempo, y bastante poco impresionados.

Aquel jueguecito de los detectives los traía aburridos hasta la médula desde hacía cinco días atrás.

Examinaron el timón. Resultaba poco más que ridículo pensar en Torborg la Tenaz utilizando una palanca para sabotear cualquier cosa, pues la mujer era tan gigantesca que podía alzar a un hombre con cada mano sin problemas. Si lo que Torborg quería era sabotearle el barco a Bjarke, habría arrancado el timón de cuajo y eso era todo.

—Aun así, esto no es suficiente. —suspiró Hiccup.

—Espera un segundo. —dijo el chico, con los ojos fijos en la caña del timón. —Préstame a Inferno. —pidió. Sacó la hoja de la espada y ante la mirada horrorizada de Hiccup, la clavó allí donde observó la falla más significativa: un hoyo en la juntura de la caña con la mecha.

—¡¿Pero qué haces?!

—Fíjate bien en el ángulo. —dijo el chico, alejándose para que el mayor pudiera ver con más claridad la espada enterrada en el timón, diseñado expresamente por Bjarke el Oso.

—Es muy abierto. —observó Hiccup, sorprendido.

—Exacto. Si Torborg fuera la culpable, el ángulo sería bastante más cerrado, ¿no crees? Digo, la mujer mide lo mismo que una montaña pequeña. —Hiccup tomó a Inferno entre sus manos e intentó calcular la altura del culpable.

—Este tipo no pasa de los cinco pies con seis. —sacó su arma y se la colgó de nuevo a la bota.

Mientras, Toothless y Woodiepie también estaban metidos de lleno en el tema.

"¿Hueles algo?", preguntó la dragona a su compañero apenas hubo terminado de olisquear la popa.

"Nada de nada" respondió Toothless desde la proa. "Lo único que tengo es el (asqueroso) olor a sudor de Bjarke. ¿Y tú?".

"Lo mismo por aquí".

Hiccup se restregó la cara con hastío y masculló por lo bajo: —Estoy hasta las nubes de este jueguecito de los detectives, maldición.

Hiccup le palmeó un hombro con una mueca divertida.

—Bueno, al menos sabemos un aproximado de cuánto mide. Y, si te lo piensas bien, hay muy pocas personas en Berk que sean así de bajas.

—¡Ni siquiera yo soy tan bajo! —se quejó Hiccup.

—Ya. Pero es que tú te pareces a mí, y yo a mis diecisiete estaba por llegar a los seis pies.

—No me digas. —murmuró el menor con sarcasmo.

Ambos se dieron media vuelta al escuchar a un Terrible Terror gruñir tras ellos. El animal revoloteaba sobre las cabezas de los dos dragones azabaches.

Era el correo aéreo.

—¿Qué dice?

Hiccup alzó la mirada del pergamino. Sus ojos se habían ensombrecido.

—Es el mercader Johann.


Ambos Night Fury aterrizaron con fuerza sobre la entrada de la cabaña de Gothi. Los dos jinetes se precipitaron dentro de la vivienda con el corazón a millón y pensando exactamente lo mismo.

Que no se muera, que no se muera, que no se muera…

Gothi y Ruff, su nueva ayudante, estaban haciendo todo lo posible por mantener al mercader quieto en su catre, pero el hombre estaba convulsionando de manera incontrolable y era imposible controlarlo.

Hiccup ordenó a las mujeres que se alejaran cuando Johann lanzó un manotazo contra la cara de Gothi. Se arremangó. Con sus propias manos, fijó los brazos del hombre al lecho.

—¡Hiccup, coge sus pies! —gritó al chico, en vista de las patadas al aire que empezó a propinar el hombre.

Todo se mantuvo en mediano silencio. Lo único que se escuchaba era el frenético frufrú de las sábanas.

Entonces, el mercader Johann abrió los ojos de golpe y los clavó sobre los de Hiccup, jadeando. El Jefe hizo un esfuerzo sobrehumano para poder entenderlo.

—Vienen… por los dragones…


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¿Y bien? ¿Qué tal? A mí me gustó escribirlo. He estado pensando que, aunque a la mayoría de la gente no le gusta leer sobre nuevos personajes Night Fury (yo incluida), he estado tratando de hacer a Woodiepie lo más soportable posible. Me he pasado mirando a mis tres gatas por días enteros (enserio), viendo cómo se comportan (lo digo enserio). No quiero que Woodiepie sea uno de esos factores que hacen que la gente deje de leer los fics. Ustedes me dirán qué piensan. Por lo menos, a mí ella me cae bien. Me gusta pensar que es como Toothless, pero hembra. Y eso es todo.

Ya van viendo que las cosas se están poniendo buenas (al menos para mí, quiero decir). Ojalá a ustedes les haya parecido lo mismo de emocionante que a mí.

¡Nos vemos en el siguiente capi!

P.D.: Se agradece el apoyo que le han dado a la historia, no saben cuánto.

P.D.2.: Recuerden las bofetadas virtuales.

P.D.3.: ¡Dejen reviews!