¡Hola! Bueno, ante todo pido disculpas por no haber actualizado mi otro fic, pero es que he tenido esta idea y me he visto en la necesidad de plasmarla en el fic, ya que me encantan tanto Frozen como Labyrinth. He querido hacer este relato mezclando ambas películas, pero es una adaptación libre en algunos aspectos. Anna sería Sarah, Hans sería Jareth, y así sucesivamente...
Por favor, denle una oportunidad, prometo que no defraudará (y que actualizaré tanto este como el otro fic en cuanto me sea posible). Por supuesto, esta historia va a ser HELSA y KRISTANNA. Comienza cuando Anna y Elsa se quedan huérfanas, y a partir de ahí, la historia cambia para adentrarse en el universo de Labyrith.
¡Espero que la disfruten!
I. Ojalá vengan los goblins y se te lleven ahora mismo
Por increíbles peligros e innumerables fatigas, me he abierto camino hasta el castillo más allá de la ciudad de los goblins, porque mi voluntad es tan fuerte como la tuya y mi reino igual de grande…
La silueta recorría los pasillos como un alma en pena, enlutada por prendas tan negras como la noche, que abatían la jovialidad de la que hacía gala a diario. No había felicidad alguna en su rostro infantil, surcado por las lágrimas de la más absoluta tristeza y melancolía, mojando su piel blanca y pecosa con la humedad de su pena.
Su cabello, anaranjado y trenzado, adornado en su derecha por un mechón de color blanco, parecía haber perdido su color para tornarse mas mustio, así como sus ojos azules habían perdido su brillo habitual… O puede que fuese un simple efecto creado por la luz mortecina del alba de un día encapotado, que se colaba por las ventanas a duras penas vertiendo pálidos haces sobre la pared recubierta por un bello tapiz rojizo.
Era curioso como la vida le había arrebatado su felicidad, un sentimiento del cual no había podido disfrutar en su plenitud casi desde antes de que pudiese tener uso de razón.
Hacía tan sólo dos semanas había visto a sus progenitores partir, con la promesa de regresar después de acudir a un compromiso con parientes de otro reino, y se habían embarcado tras unos abrazos emotivos y llenos de promesas; ahora, parecía mentira que esa misma mañana hubiese presenciado la despedida definitiva, diciéndoles adiós para siempre mientras contenía las lágrimas delante de los nobles y siervos que habían acudido para mostrarles sus respetos. Aguardó, sola, entre ambas lápidas que contenían las runas de los nombres de sus padres, escuchando los sacramentos que el sacerdote les dispensaba a sus tumbas vacías, rogando por sus almas perdidas en alta mar.
Anna había aguantado aquella tortura como buenamente había podido, asintiendo cortésmente cuando alguien se acercaba a darle el pésame o trataba de susurrarle palabras de aliento que ella casi no oía. Había llegado hasta tal punto que ignoraba quien le hablaba y quien no. Pero ya no podía más, había tratado de ser fuerte, pero la soledad dejaba un regusto amargo en su boca y por una vez, necesitaba desahogarse tranquila, dejar que su llanto limpiase el dolor y sentir que alguien compartía su abatimiento con total sinceridad. Porque nadie más podía entenderla, salvo su hermana.
Sus pasos cesaron cuando llegó a la altura concreta, casi como si al hacerlo sintiese miedo y anhelo a la vez. Hacía mucho tiempo que no se detenía frente a aquella puerta, pintada y barnizada de blanco con motivos de roseling en azul adornando el marco y la hoja de la misma, con la excepción cromática del pomo dorado que permitía la abertura al interior de aquellos aposentos. La princesa tragó saliva, y sacó su mano debajo de la pesada capa negra, para llamar tres veces seguidas a la misma.
Si había esperado una respuesta, ahora después de tantos años, se equivocaba con creces. Elsa no respondió.
-¿Elsa?-Llamó-Por favor, sé que estás ahí dentro-Empezó a decir, buscando entablar conversación… O simplemente abrirle su corazón a aquella desconocida que se escondía detrás de la puerta. Esta vez tendría que escucharla, está vez no la dejaría sola, no más de lo que ya estaba, porque la pérdida común terminaría de unirlas de nuevo-La gente pregunta donde estás… Yo… Bueno. La ceremonia ha sido larga y…-No pudo continuar, las palabras no querían salir de su garganta. Aún no había asimilado el hecho de no volver a ver a sus padres, era una realidad demasiado horrible para alguien como ella, ingenua y optimista-Dicen que sea fuerte, y lo estoy intentando-Aseguró a pesar de que su voz se quebraba y parecía querer decir todo lo contrario. Anna suspiró hondo para calmar su agitamiento y demostrarse a sí misma que era capaz de salir a delante. Era Elsa quien le preocupaba, tantos años encerrada en sí misma, dejando de lado a los demás, con el único contacto de el rey y la reina… Ella también lo estaba pasando mal, y pese a su rechazo, Anna quería consolarla. Porque para eso estaban las hermanas-Estoy aquí por ti, por favor, abre la puerta-Posó la palma sobre la puerta, mientras se daba la vuelta y se apoyaba sobre la misma, mirando sin ver nada a través de la ventana que tenía en frente, que revelaba un paisaje lleno de bruma-Sólo nos tenemos la una a la otra-Insistió, dejándose caer hacia abajo y arrodillándose en el suelo, rodeando sus piernas con los brazos mientras se contenía de no enterrar las piernas entre estas y volver a dejar las lágrimas correr-Sólo tu y yo. Por favor…
Silencio.
-Elsa…-Insistió Anna, cerrando los ojos-¿Por qué?-Se llevó el dorso de la mano a la mejilla y la frotó-¿Por qué no…?
Escuchó algo, un gemido desgarrador, pero nada más. Elsa era dueña de su silencio, y con ello demostraba que no pensaba dejar de lado sus diferencias con ella, por mucho que las desgracias fustigasen a su familia. Había algo… Un sentimiento de vacío, una opresión en el pecho y en la garganta, que Anna trataba de contrarrestar como podía, sintiéndose golpeada por una oleada de emociones contradictorias. Dolor, por sus padres; odio, hacia su hermana, por ignorarla y negarle aquella relación fraternal que las unió de pequeñas; pena, por sí misma, pues definitivamente había perdido toda familia que pudiese llegar a tener.
Suspirando hondamente y apretando los dientes, la joven princesa de Arendelle se levantó del suelo y miró con una mezcla de frustración y enojo la puerta cerrada, como si fuese el emblema legítimo de su hermana Elsa. Estaba tan confusa y desconsolada que casi sintió el impulso de patear el marco sólo para molestarla, para que supiese que estaba ahí y que no iba a librarse de ella.
-Lamento ser una molestia para ti-Dijo entonces, dándole la espalda y caminando hacia sus propios aposentos, en otra ala del palacio, maldiciendo a su hermana.
Anna se dejó caer sobre la cama, ahogando el sollozo, estrujando la cara contra la almohada y mojándola, gritando para oír su propia voz amortiguada, como método para evitar ponerse a romper cosas. Nada parecía suficiente para hacerla librarse de la angustia y aliviar la carga, ese desasosiego al que debería resignarse tarde o temprano si quería mirar al frente y sobrepasar aquel bache en su vida. Aunque tal vez fuese a causa del fragor del momento, tenía clara una cosa, y es que no iba a perdonar a su hermana nunca. No sabía que mal le había llegado ha hacer para que la dejase de lado de aquella forma, ni qué era lo que le daba tanto miedo para esconderse como una cobarde, pero Anna estaba decidida a no pasar más por el aro. Llevaba mucho tiempo intentando suavizar las cosas entre ambas, buscando conocer el motivo por el cual ahora era una persona non grata. Lo que más le dolía, es que ahora tendría que vivir a la sombra de una persona que se dedicaba a ignorarla a diario, como si no existiese, o no fuese más que una piedra por el camino, mientras su futuro se marchitaba y se consumía lentamente. Odiaba a Elsa por querer que todos fuesen como ella.
¿Tendría que dejar atrás su niñez?… De algún modo, la princesa rehusaba a hacer algo así, simplemente no podía. Aunque se consideraba una chica madura, aún le quedaba un largo camino por recorrer, por no hablar de que era la primera vez que afrontaba algo así y no estaba ni de lejos preparada. El golpe había sido duro, pero no había sospechado que pudiese sentirse peor de lo que ya estaba.
Algo más calmada, se deshizo de la capa y la colgó a un lado, descalzando sus pies y subiéndolos a la cama, con el sordo silencio como compañero. Tendría que acostumbrarse a él... Anna tomó un libro que había sobre la mesilla de noche y lo llevó a su pecho, apretándolo contra él como si fuese un viejo amigo del que no quería despegarse de ninguna forma. En cierto modo, a sí era, Qué otro modo tenía de salir del castillo si no era a través de las páginas de los libros? Aunque ella nunca había sido muy asidua a la lectura, a veces las travesuras de palacio resultaban insuficientes, y necesitaba aspirar los vientos de la independencia, aunque fuese una mera ilusión.
Acomodándose contra el cabecero, la chica pelirroja posó las yemas sobre la tapa, sobre la cual brillaban las letras del título con pan de oro, rezando la palabra "Laberinto", saboreándola como si fuesen un dulce vergel. Suspirando, lo abrió para perderse en su contenido, aspirando el aroma a celulosa y a tinta que impregnaban sus páginas, como si fuese bastante para abstraerla de la difícil realidad. Sus párrafos contenían aventuras inigualables en las cuales se había refugiado desde que aprendió a leer, y a pesar de que el lomo estaba gastado por el repetido uso de aquel volumen, Anna no se cansaba de perder sus ojos en las páginas amarillentas, como si ella fuese la protagonista de la novela que leía.
Era una historia simplemente hermosa, y la chica fantaseaba a menudo con ella. La historia versaba sobre las aventuras de una joven, de la cual un enigmático sujeto conocido como el Rey de los Goblins, se había encaprichado. Un día, la joven, harta de tener que ceder a los caprichos de su hermano, había suplicado ayuda al hechicero para librarla de semejante castigo, obteniendo así sus deseos y su libertad.
Había veces que no era capaz de discernir la realidad de la ficción, y se sorprendía a sí misma pensando en el apuesto brujo que seducía a la joven y la salvaba de sus desgracias, tendiéndole su mano para llevarla a un mundo donde todo era posible. Anhelaba tener algo así, alguien que verdaderamente estuviese preocupado por ella y no le diese de lado. Un caballero. Un príncipe. Un rey. Exhaló el aire, como si estuviese enamorada… Pero apartó esos pensamientos de su cabello, enfurruñada. Nunca tendría algo así, pues seguro que Elsa se encargaría de espantar a cualquiera que osase pedir su mano, así era su hermana: No la quería a su lado, pero tampoco lejos de ella, ¿Tenía acaso eso sentido? No, claro que no.
Ojalá las cosas sucediesen como en los cuentos de hadas. Ojalá algún día alguien llegase a rescatarla de las garras de la malvada "bruja" que era Elsa.
-Ojalá-Susurró, abandonándose lentamente a los brazos de morfeo, cerrando los ojos y dejando que sus pensamientos fuesen hasta la puerta cerrada y hasta su moradora. Quería centrar toda su ira en ella, la culpable de su soledad, sólo para poder sobrellevar mejor la muerte de sus padres-Vengan los goblins y se te lleven… Ahora mismo-Así acabarían sus problemas y sería libre al fin…
Un rayo cortó el silencio con su atronador rugido, sobresaltándola al darse cuenta de que se había quedado dormida mientras divagaba en sus propios pensamientos. El cielo oscuro se iluminó, anunciando otro estruendo, haciendo que el corazón taladrase su pecho a causa del miedo que acababa de apoderarse de ella. Tuvo una corazonada sin saber por qué, que la impulsó a levantarse corriendo y precipitarse hacia el pasillo. ¿Por que estaba tan agitada? ¿Por qué corría en aquella dirección? Tropezó con sus propios pies pero no quería detenerse, doblando esquinas desiertas que apenas si eran iluminadas por antorchas, ¿Cómo había anochecido tan pronto? Finalmente llegó hasta su destino, y soltó un suspiro de alivio al ver que, como de costumbre, la puerta de Elsa estaba cerrada… Pero al acercarse más contempló con horror como esta estaba entreabierta. Hacía muchísimo tiempo que no pisaba los aposentos de Elsa, en realidad, jamás había podido entrar en ellos… La puerta se abrió con facilidad con un simple empujón, dejando caer la luz a su interior en forma de cuña, con la silueta de Anna apoyándose sobre esta y revelando una habitación revuelta y completamente desordenada, del mismo modo que si un torbellino hubiese irrumpido en su interior para dejar tras de sí un rastro de caos. Los libros estaban desperdigados por el suelo, la colcha estaba desgarrada y las plumas creaban un manto blanco sobre la alfombra. Había algún que otro mueble destrozado, y las ropas sobresalían de la cómoda abierta. La ventana estaba de par en par, y el viento mecía suavemente las cortinas, dejando entrar la brisa del exterior, acompañada de lluvia fría. Elsa era una obsesa del orden, jamás habría consentido dormir en semejante leonera… Pero lo peor no era eso: No había rastro de su hermana.
Anna la buscó con la mirada más no fue capaz de hallarla.
-¡Elsa!-La llamó con desespero, acercándose al ventanal y mirando por él. Era imposible que ella hubiese huido, no era propio. Ni siquiera había una escala de sábanas que le diesen una pista sobre lo sucedido…
Un ruido se escuchó a sus espaldas, y aterrada, la tenaz princesa se giró. Una figura alta y bien parecida permanecía en una de las sillas que componían el mobiliario del dormitorio de Elsa, sentado con pose relajada pero elegante a la vez, destilando una seguridad en sí mismo innegable. Su cabello era cobrizo a pesar de la oscuridad, y sus ojos verdes y astutos se posaban sobre una afilada y recta nariz. Tamborileaba los dedos sobre el reposa manos, como si observar la escena le resultase entretenido.
-Eres tú...-Susurró sorprendida. El rey de los Goblins.