El séptimo eslabón

Capítulo 2


Antes de entregársela por la noche, se la habían llevado junto a los demás eslabones hasta una estancia secreta para lavarla y vestirla como cualquier otra chica del burdel. Le habían quitado las muñequeras que juntaban sus brazos como una esclava cualquiera, al igual que las tobilleras, y las habían reemplazado por joyas de metales dorados con cuentas que titilaban cada vez que la muchacha se moviera, como las monedas que antes tenía. «Suena costosa», pensó Raditz sonriente porque concordaba con lo valiosa que ya era para él. Además habían tomado en consideración su equivocación al confundirla con una saiyan y la habían vestido para la guerra pero en vez de armadura tenía joyas: un peto esmaltado con escamas lavanda que le cubría desde los pechos hasta la primera costilla; una falda vasta y carmesí que dejaba las piernas descubiertas que iba desde la cadera hasta los pies; y de calzado simplemente llevaba argollas de distintos tamaños en los dedos de los pies. Raditz tuvo que reprimir un suspiro al verla, si antes le había parecido perfecta, ahora era una diosa.

Como la chica no estaba entrenada, su única función era la de servir el vino y entretener, bajo la mirada protectora de las encargadas del burdel, que no la dejaban retirarse de la estancia principal. Raditz la miraba sentado en uno de los mullidos cojines que sustituían a las sillas en ese ambiente y se sonrió de lado cuando reprimió una sonrisa más amplia, negándose a verse tan feliz en ese momento. Pero la muchacha humana no hacía otra cosa más que pararse frente a él con la jarra dorada de vino en sus dos manos, esperando a que Raditz se tomara copa tras copa para llenársela hasta el borde y acabar la jarra como si de eso dependiera su tiempo juntos.

Milk se sintió intranquila y esperó a que el gigante se entretuviera con el vino para divagar hacia los lados, buscando un pasaje por el que pudiera colarse para escapar, pero dio con la mujer de las orejas de perro que la incitó a voltearse a Raditz gesticulando con la boca sin que saliera una palabra de ella. Asustada, volvió a mirar al guerrero que se relamió los labios del vino que se derramó por la comisura, como si ya no le entrara más, pero volvió a extenderse la copa para que hiciera su trabajo. No había otra cosa que ella pudiera hacer, por lo que el soldado haría cualquier cosa porque ella siguiera sirviéndole vino. Y las encargadas del burdel así lo intuyeron, pronosticando un desenlace peor en el que tendrían a un saiyan borracho en su estancia, y no tenían en su retina la imagen de Raditz de esa forma como para predecir si se desmayaría sobre el cojín o si se pondría violento, posibilidad que las ponía nerviosas, por lo que se acercaron hacia la pareja con una bandeja colmada de comida, le quitaron la jarra momentáneamente a Milk y le golpearon el trasero para que diera un paso en frente con la bandeja sobre sus palmas.

—El señor saiyan debe de tener hambre —le advirtió la chica de las orejas de perro como una orden camuflada y Milk se encorvó sobre su espina para que la bandeja quedaba a la altura de la mano de Raditz. El guerrero se relamió la boca cuando la supo tan cerca, sorprendido que las encargadas del burdel le permitieran tanta proximidad. Los hombros de Milk temblaron ante su sonrisa—. ¿En tu planeta hacías algo? —la pregunta le quitó el aire de los pulmones emulando un golpe entre las costillas. La morena no supo qué responder y Raditz enarcó las cejas al sentirse amenazado por la mujer de las orejas de perro—, ¿cómo entretenías a tu compañía?

Milk repitió la pregunta con sus labios pero sin sonido, como si las masticara, las digiriera y las entendiera. Ella no entretenía a nadie en su vida anterior y ciertamente no se le ocurría qué hacer en un burdel cuando antes sólo existía para vivir. Ella sabía cazar, cocinar, encargarse de un hogar y sobrevivir el crudo invierno, pero nada de eso valía en ese momento, nada de eso entretenía a un hombre, fuere de la raza que fuera.

La voz de la mujer canina la sacó de sus propios pensamientos y volvió a ver la realidad, la mujer a su lado quitándole la bandeja de comida de las manos para dejarla libre del peso, a Raditz mirando a la intrusa con la cara contraída, empeorando con cada segundo que pasaba y que ella seguía ahí, interrumpiendo su tiempo limitado con la humana.

—¿Por qué no bailas para nosotros? —quiso saber la mujer, dejando la bandeja a un lado de Raditz a una distancia prudente de él pero no demasiado lejos para que comiera sin problemas. El gigante repensó su enojo con la canina en tanto le pareció una buena idea y se hundió en el cojín cómodamente para regodearse por el espectáculo que acababan de sugerir.

Sin embargo, la muchacha terrícola se quedó quieta en su posición, los brazos colgando en los costados totalmente inertes. Ella no había bailado nada en su vida, no sabía nada de movimientos ni ritmos, y lo único que podía parecérsele eran las posturas que conocía de las artes marciales. En su mente, aquello contaba como una clase de baile y para engañarlos sólo debía elegir posturas que tuvieran cierta fluidez entre una y otra. Milk miró entonces a la perruna con el mentón pegado al cuello como si estuviera aceptando la propuesta, pero de una forma muy insegura. La encargada de su seguridad atendió su asentimiento y palmeó dos veces sus manos haciendo una seña a las demás. Enseguida la música ambiental de ese lugar se volvió más notoria y los demás clientes se voltearon a verlos ante la señal inequívoca de que habría un espectáculo.

«—Maldita perra —pensó Milk mientras veía que habían muchos ojos atentos en ella, por lo que intentó limitarse a ver a Raditz, el único que debía entretener y que de pronto se había vuelto serio en tanto comprendió que no era un espectáculo para él solamente—. Al menos estamos de acuerdo con algo —se dijo en silencio, queriendo que el público se redujera a una persona, porque para lo que ella concerniera, Raditz parecía a gusto con cualquier cosa que ella hiciera.

Comenzó con movimientos tenues, acostumbrándose a la vergüenza por la que estaba pasando pero que fue ignorado por el público, todos los ojos estaban sobre ella con ansias porque jamás habían visto a una hembra igual y menos dando un espectáculo así. Milk captó la ritmicidad de la melodía que escuchaba, separando la percusión del resto de los instrumentos porque ella sería su guía, el tambor que le indicaría cómo debía moverse. La morena cerró los ojos, dejándose empapar por el movimiento que flotaba en el aire y que ella debía traducir en movimientos de guerra que llevaba en la sangre. La elasticidad de sus miembros quedó clara y peleó con un adversario invisible que se movía como el viento, que la hacía voltearse en círculos y buscarlo por su escenario improvisado cuando desaparecía de su vista.

De vez en cuando la morena abría los ojos para encarar directamente a Raditz, su único foco de atención, y el guerrero la miraba de vuelta totalmente pasmado, como si lo hubiese hechizado. Para el guerrero verla a los ojos era como mirar dos carbones que entraban en combustión y sus pupilas se volvían dos brasas ardientes, cautivantes, hipnóticas. Y cuando volvía a cerrar los ojos, nunca mostrando alguna sonrisa u otra emoción distinta a la seriedad, Milk estaba convencida de que él seguía mirándola de la misma forma porque ella ya lo había arruinado, no había forma que volviera a ver a otra hembra sin compararla con ella, la más perfecta del burdel.

La música se fue mimetizando con los gritos complacidos de los demás comensales que la miraban, diciéndole lo deseable que era y preguntándose en voz alta cuándo estaría disponible para una sesión privada. Aquello disgustó a Milk de sobremanera y desnucó a su adversario imaginario antes de dar una sinfín de vueltas sobre una misma baldosa hasta que la falda carmesí se levantó del suelo girando con ella. Un grito generalizado de aprobación se propagó por el público cuando se vio lo que había bajo la falda y Raditz fue el primero en poner mala cara, mirando por primera vez a sus costados para darse cuenta lo mucho que se había llenado. Un hombre entusiasmado con el baile se atrevió a sentarse junto a él y el guerrero no dudó en tomarlo del cuello de su ropa para lanzarlo lejos de los cojines. Nadie más osó ocupar la primera línea de cojines que Raditz había reclamado para sí, tal como la había reclamado a ella para sí.

Los tambores comenzaron a sonar cada vez más rápido, como si fueran a querer acabar y ella ciertamente quiso aquello, su cuerpo ya se había perlado por sudor y sus mejillas se habían sonrojado por el esfuerzo de asesinar a incontables adversarios de aire para pretender que estaba bailando. Al final Milk optó por tomar un riesgo que pensó sólo por un segundo, sin darle mayores divagaciones porque era parte de una corazonada que no podría explicar, y eligiendo a su único aliado a Raditz, se lanzó al suelo de rodillas en el momento justo en que la última nota estuvo sonando en el aire y las baldosas la llevaron como si cobraran vida hacia los pies del guerrero, instante en el que sus rodillas dejaron de deslizarse y Milk se detuvo ante la ovación del público. Raditz se mantuvo callado, mirándola como si fuera la única persona en el universo, la única que le interesaba de verdad. Y entonces movió su pieza en ese juego que la obligaron a jugar.

—Sácame de aquí —le dijo en un susurro, segura de que nadie más sabría que hablaba por los gritos del público, solamente Raditz la escuchaba—, y seré tu esposa.

El gigante sonrió emocionado pero procurando ser sutil y se acercó a ella con un movimiento tenue, casi imperceptible, para rozarle la cara con su mano. Milk se estremeció llevando sus pupilas hacia abajo, Raditz confundió aquello con devoción, y ella se levantó del suelo para retirarse con la perruna porque el tiempo ya había terminado. El gigante siguió mirando el lugar donde ella había estado, saboreando las palabras de ella mientras se relamía los labios, imaginándose probándola cuando su entrenamiento se acabara. Raditz nunca pensó que ella sería tan valiosa.

—Te compraré —le dijo al fantasma de Milk en las baldosas, todavía de rodillas ante él.

Y las encargadas del burdel vieron lo mismo que el gigante y el resto de los clientes, era una mercancía invaluable que jamás irían a vender.


Nota de la Autorísima: Después de un gran tiempo de espera, he aquí el capítulo 2 de esta historia, my only pure Radilk fanfic. Sé que pasó demasiado tiempo sin actualizar, la inspiración se fue a la basura pero hace uno o dos días me llegó un review y una cosa llevó a la otra, y bueno, lo escribí xD Como estoy en muy mala forma en esto de ser fanwritter me costó un poco mucho, espero que no se note. Me encanta Milk media guerrera, media fuerte xD quizás me excedí.

Gracias a los reviews de sandra, Valee, Tour DDD, Schala S, zuhy, Kumikoson4, kiara, MARYSSJ1, Diosa de la Muerte y Sybilla's Song. Las amo :)

Y gracias si queda alguien out there que se acuerde de esta autora mendiga que nunca actualiza sus historias(?)

Besos, RP.