Las peanas y las velas estaban encendidas en la sala de la entrada del templo, generando una luz llameante y sugerente, iluminando los nichos y los santuarios a los miles de dioses que representaban a uno, el único y verdadero. En un extremo de esta sala estaba situada la fuente, la cual borbotaban varios chorros de agua que iban a parar en un estanque. Aquel fluir del agua era el único que se escuchaba en aquella sala. Frente a esta fuente, estaban los sacerdotes del dios, hablando y murmurando sus decisiones. De pronto, uno de los sacerdotes se dirigió a una niña flaca, la cual portaba el mismo hábito que los sacerdotes.
- Dile que ya puede pasar.
La niña se giró y caminó por la sala, hasta que giró y se introdujo por un pasillo. Al cabo de un rato esta volvió y se colocó en el mismo lugar en el que estaba situada anteriormente.
De pronto, del mismo pasillo, apareció una joven. Pequeña, delgada y atlética. Portaba el largo cabello castaño recogido en una trenza de raíz, exceptuando el largo flequillo que le caía a un lado y unos mechones que le caían a los lados de la cara, enmarcándole el rostro. Este aun poseía rasgos aniñados, señal inequívoca de su juventud, y tenía una expresión tranquila e indiferente. Sus grandes ojos grises demostraban una mirada intensa y, al mismo tiempo, glacial, una mirada que hubiera provocado escalofríos a cualquier ser humano.
Una mirada de depredador.
Llevaba puesto un corpiño de cuero negro con tirantes anchos, el cual le tapaba y sujetaba bien firmes sus pechos y dejaba la cintura desnuda. Unos pantalones, también de cuero negro, cubrían sus piernas, así como unas botas negras de buena calidad. Portaba dos espadas colgadas en la espalda y dos dagas firmemente sujetas a través de las vainas en cada costado de la cadera. Así como varios cuchillos arrojadizos, escondidos en la cintura y las botas.
La muchacha caminó con paso decidido hacia la situación donde estaban los sacerdotes. Una vez estuvo frente a ellos, hincó la rodilla derecha y agachó la cabeza, en señal de sumisión.
- Valar Morghulis.- Saludó uno de los sacerdotes adelantándose a los demás, el que tenía la cara llena de llagas supurantes.
- Valar Dohaeris.- Respondió con otro saludo la joven, sin levantar la vista del suelo.
- ¿Recuerdas lo que me dijiste cuando te asigné tu primera misión?
- Sí.- Respondió la chica impávida.
- ¿Para qué estás aquí?
- Para servir, para aprender, para cambiar de cara.
- ¿Quién eres?
- Nadie.
- Bien.- Contestó el sacerdote, haciendo una mueca de medio lado que la chica no pudo ver.- Mírame, muchacha.
La chica levantó la cabeza y le miró fijamente.
- Sigues teniendo mirada de lobo…pero hemos conseguido domesticarlo. Dime entonces… ¿Te gusta la sangre?
- No
- ¿Para qué matas?
- Para repartir el don a quien se lo merece. Soy un instrumento de El Que Tiene Muchos Rostros.
El sacerdote afirmó con la mirada.
- Bien niña, ha llegado el momento. Fuiste elegida por el dios de muchos rostros y reclutada, única y exclusivamente, para este encargo, para eso te hemos enseñado todo lo que sabemos. Tu encargo va a ser difícil, muy difícil, es muy probable que mueras y te reúnas con nuestro dios, es posible que te descubran y te torturen, y como no, que perezcas en dicha tortura. Tienes pocas posibilidades de conseguirlo, y de hecho, no todos los aquí presentes confiamos en tu éxito, pero también somos justos y valoramos el trabajo bien hecho. Si consigues regresar aquí con tu encargo cumplido, te garantizamos el ascenso a sacerdotisa del dios de muchos rostros, ocupando una silla en el consejo.
La chica sonrió de medio lado, pero no era una mueca espontanea. Tal y como le habían enseñado, la sonrisa venía cuando ella lo pedía.
- Es un gran honor.
- No cantes victoria aun.- Respondió nuevamente el sacerdote.- Tienes a tus defensores en este consejo, pero también a tus detractores. Algunos aquí presentes no estaban de acuerdo en reclutarte por ser quien fuiste en el pasado. Otros no estaban convencidos de encargar un objetivo tan difícil a alguien tan joven y con poca experiencia, y otros nos les hacía gracia que fueras una mujer, con todo lo que conlleva. Sin embargo, en mi opinión personal, lo que no me convence de ti es ese carácter rebelde y endemoniadamente salvaje que trajiste aquí. ¿Aun existe ese carácter en ti?
- No. La persona que fui cuando entré aquí ya no existe.
- Eso me gusta más.- Contestó el sacerdote.- Pero aun nos lo tienes que demostrar. Obedece, se leal a nuestra hermandad y jamás volveremos a dudar de tu compromiso con nuestro dios y con nosotros.
- No les fallaré.
- Eso espero. –Sentenció el sacerdote.- Y ahora ve, sal de aquí y de esta ciudad. Tienes un importante encargo que cumplir.
La chica asintió con la cabeza, se levantó y se dirigió a la puerta de salida. Estas se abrieron, haciendo que entrara la luz del sol por la rendija de salida, y una vez se cerraron, la muchacha desapareció, decidida a cumplir con su cometido.
- Buenos días mi señora.- Saludó una jovial y femenina voz, mientras corría las cortinas para que entrara la luz del sol.
- Uuhmmmm….- Gruñó Daenerys, aun adormilada.- ¿Qué hora es?
- Temprano.- Respondió Missandrei alegremente.- Es hora de levantarse y cumplir con nuestro deber.
- Tienes razón.- Concluyó la joven reina mientras se frotaba los ojos y bostezaba.- ¿Y la reina no podría por una vez tomarse un día de descanso?
- Si lo deseáis…- Comentó diplomáticamente la joven morena.- Puedo decirle a Ser Barristan que se encargue hoy de sus asuntos.
- No, mejor que no.- Rectificó la reina, consciente de que ciertos lujos también requerían sacrificios.
Pero le hubiera gustado tanto quedarse en la cama… esa fue una de las cosas que echó más de menos cuando se escapó con Drogón. Prácticamente lo echó todo de menos, pero dormir calentita en una cómoda y mullida cama sin pensar en las hormigas corriendo por todo su cuerpo, o bichos, o posibles enemigos que la sorprendieran indefensa valía su peso en oro.
Se levantó estirando los brazos para desperezarse, e inmediatamente salieron sus criadas Dothrakis, las cuales habían estado preparando el baño. Las saludó a todas por sus nombres, como siempre, y le pidió a Missandrei que le escogiera un vestido para ponerse ese día, mientras se daba un baño.
- ¿Sabes que tenemos para hoy?- Preguntó en alto a su inestimable ayudante.
- Hay unas cuantas audiencias en el salón principal, tiene que pasar revista a las tropas... ah, y tiene que firmar unos cuantos documentos en cuanto tenga algo de tiempo disponible.
Eso hizo que Daenerys suspirara de cansancio.
"Trabajo, trabajo y más trabajo… ya estoy agotada y ni siquiera he empezado…"
Pero en el fondo sabía que no le quedaba otra opción. Además, la situación en Mereen no era la mejor, y tenía demasiados enemigos como para bajar la guardia, siquiera un solo día.
- Por cierto, también tiene que hablar con usted Ser Jorah, con respecto a su esposo.
Solo escuchar la palabra "esposo" hizo que Daenerys se pusiera rígida.
- ¿Ya ha conseguido por fin que ese traidor suelte la lengua para hacer algo más que adular?
- Eso ya lo desconozco.- Respondió Missandrei con su habitual diplomacia mientras entraba al baño privado de la reina para ponerse a su disposición.- Lo que tenga que hablar con él no es de mi incumbencia.
- Tú siempre tan diplomática, mi querida Missandrei.- Sonrió la reina, haciendo que su ayudante respondiera con una sincera sonrisa. Las dos se estimaban y se admiraban mutuamente.
- Solo procuro hacer mi trabajo lo mejor posible, mi señora.- Respondió con humildad la joven morena.
- Bien pues… vamos a acabar de arreglarnos.- Sentenció Daenerys levantándose de la bañera.- Cuando antes acabemos, mejor.
El día, desgraciadamente para ella, no estaba resultando demasiado agradable. Todo eran quejas, peticiones absurdas, solución de litigios, algún noble retrasado en información que venía a pedirle formalmente matrimonio…
"Para matrimonios estoy…"
Encima, Ser Jorah Mormont no había conseguido que ese desgraciado de Hizark ho Loraz confesara algo, realmente era muy duro de pelar. Ser Barristan tuvo el sentido común de detenerlo el día que ella desapareció en las Arenas de Mereen junto con Drogón, y cuando regresó, en cuanto se recuperó un poco fue directa a los calabozos y le dio dos bofetadas por lo que había hecho. Desde entonces, durante todos estos años ese maldito desgraciado no había vuelto a ver la luz del sol, y probablemente no lo vería en lo que le restara de vida.
- No se preocupe, hablará tarde o temprano.- Le prometió su fiel caballero, para después irse y volver a torturar a su "aun" esposo.
- ¿Puedo comentar algo, mi señora?- Preguntó entonces Gusano Gris, el comandante en jefe de sus "inmaculados".
Daenerys asintió con la cabeza.
- Tal vez… él sea la "Arpía".
- Eso también lo he pensado.- Pensó en alto la reina.- Si es así, con más motivo hay que matarlo entre horribles dolores. Quiero su cabeza en la pica mayor par que todos lo vean, debe ser un castigo ejemplar.
- Mi señora, tal vez no es buena idea que haga eso.- Cuestionó entonces Ser Barristan.- Si él es en verdad la "Arpía", pondrán a otro en su lugar. Él es la cabeza visible de toda esta organización, no toda la organización.
- ¿Y qué me aconsejáis que haga?
- De momento, no matarlo, eso sublevaría a sus bases. Hay que localizar a la autentica Arpía y negociar con ella.
- Eso ya se hizo en su momento y no sirvió de nada.
- Porque no negociábamos con la Arpía directamente.- Respondió nuevamente Ser Barristan.- Sino con enviados, emisarios y consejeros. Es la única manera de conseguir una paz verdadera e indefinida en esta ciudad.
- Claro, si no fuera porque esa "Arpía" lo que quiere es asesinarme…- Concluyo para sus adentros la reina.
Daenerys sopesó lo que le decía su leal consejero, y tuvo que reconocerse que tenía razón. Se levantó de la silla y bajó los escalones, pensativa.
- De todos modos, seguimos estando en la línea de salida.- Pensó en alto una vez bajó todos los escalones y empezó a dar vueltas.- No tenemos nada, una pista o indicio que nos diga quién es y donde está escondido. Y mientras tanto… mis libertos, mis nobles soldados, mis "inmaculados" caen como moscas, uno a uno, por la espalda y sin honor, por culpa de esos…- Su rostro se contrajo en una mueca de frustración e, inconscientemente, apretó los puños, clavándose las uñas en las palmas. La frustración y la rabia hacía mella en ella.
De pronto, Missandrei apareció abruptamente, nerviosa. Al percatarse de su presencia, todos se giraron para prestarle atención.
- Mi señora, aquí hay alguien que desea hablar con vos.
- Ya hemos acabado las audiencias para el pueblo por hoy.- Respondió Ser Barristan.- Que venga mañana.
- Es lo que le he dicho, pero ha insistido mucho en verla hoy.- Comentó nuevamente la chica.- Dice que puede ayudarnos a localizar a la "Arpía".
Ser Barristan y Daenerys se miraron, entre sorprendidos y curiosos.
- Hazlo pasar, pues.- Afirmó la reina, dirigiéndose a Missandrei. Si al final era algo intrascendente, siempre podía expulsarlo de la ciudad, pero ahora mismo necesitaba cualquier ayuda para resolver esto, y no era el momento de rechazar cualquier información, por muy insignificante que fuera.
Missandrei se marchó y volvió nuevamente, siguiéndola detrás una muchacha de cabello negro, piel blanca y ojos negros como la noche. Vestía como un mercenario, y por la seguridad y el aplomo que demostraba, era evidente que era alguien peligroso. Lo único que no cuadraba con todo aquel aire de peligrosidad era la baja estatura de aquella muchacha.
- Me han dicho que puedes ayudarnos a localizar a la "Arpía". ¿Tienes acaso información sobre ese líder?- Preguntó la reina.
La muchacha tardó un par de segundos en responder.
- No, aun no… pero os la puedo servir en bandeja.
Todos miraron extrañados a aquella misteriosa joven.
- Una suposición muy presuntuosa por tu parte.- Cuestionó la reina con superioridad.
- Puede… Pero pónganme a prueba y verán de lo que soy capaz.
Ser Barristan la observaba intrigado, y cuando se fijó en su mirada, un escalofrío recorrió toda su espina dorsal. Reconocía las señales de peligro, y verla a ella era como si un cuerno de señal de alarma sonara justo al lado de su oído.
- ¿Quién eres tú?
- ¿Qué quien soy yo?- La muchacha emitió una risa suave y grave, gutural.- Eso no importa.
La respuesta de la muchacha llevaba implícito un tono burla, pero su mirada se tornó tan gélida que Ser Barristan sintió una sensación que casi ya había olvidado, pero que reconocía con facilidad. Una sensación que no tenía desde hacía tiempo, cuando aún era joven y luchaba en el campo de batalla.
Esa sensación… era el miedo.