Harry Potter, su universo, personajes, cositas, universo y cosas varias pertenecen a J.K. Rowling. La fumada de historia es mía, así que en ese sentido, yo solo escribo por simple pasatiempo. Nada más y nada menos.

Título: No fue amortentia.

Beta: FanFiker-FanFinal.

Capítulos: ¿Fics cortos? ¿Eso existe? xDD

Advertencias: Slash/Lemon/EWE/PWP. Esta es una historia que narra relaciones homosexuales, malas palabras, un montón de sexo con poca coherencia, doble sentido y muchas cosas pervertidas que podría crearte un profundo trauma si no eres adepto a este tipo de lecturas. Si no es de tu agrado y estás aquí por alguna clase de malicioso error, te pido amablemente que abandones cuanto antes esta historia. ¡Huye! Dicho está; sobre advertencia no hay engaño.


No fue amortentia

Por:

PukitChan

Capítulo 14

El sueño

A veces Draco tenía pesadillas que lo atormentaban durante el día y le impedían dormir durante la noche. La mayoría de ellas se ubicaban en el auge de la guerra y en los atroces actos que le tocó presenciar y de los que fue parte. Sin embargo, no todas eran así. En ocasiones, y solo cuando Draco estaba más deprimido que nunca, su mente le jugaba crueles bromas y le hacía recordar su adolescencia, cuando se había comportado como un patán. No había sido solo cosa de su crianza o del difícil padre que había tenido. Tenía que ver también consigo mismo y con todas las veces en las que fue cruel. Sus pesadillas a veces se trataban de su yo adulto caminando por los pasillos de Hogwarts, persiguiendo al niño caprichoso que no había tenido reparos en burlarse de la muerte de la familia de otros.

Y cuando eso ocurría, cuando se avergonzaba de muchos de sus actos y un nudo envolvía su estómago, amenazándole con consumirle por dentro, las llamas aumentaban y el dolor de su brazo donde portaba la Marca Tenebrosa se fortalecía. Parecía reírse de él con la misma crueldad con la que Voldemort lo hacía mientras lo torturaba frente a su padre, diciéndole con asco: «No eres más que una decepción, Draco. Eres igual de cobarde que Lucius. ¡Te dije que lo mataras!».

En ocasiones no podía soportarlo y deseaba con todas sus fuerzas tener el valor suficiente para colocar su varita sobre sí mismo, y así olvidarse de todo. Pero hechizarse no era la solución, como tampoco lo había sido pensar que, estando dormido, las cosas serían más fáciles de sobrellevar.

Dormir sin pesadillas era reconfortante. Lo había descubierto la primera noche que había usado correctamente la maldición Cruciatus, porque su madre (su siempre digna pero increíble madre) había aparecido en su habitación muy entrada en la noche, sin hacer comentario alguno sobre los ojos rojos y las lágrimas secas ensuciando el rostro de su hijo.

«—Bebe esto, Draco —le había dicho con suavidad, como si estuviera confiándole el mayor de los secretos—. La necesitarás de ahora en adelante; si nosotros no sobrevivimos, deseamos que tú lo hagas.»

Tal vez su madre se había percatado desde el principio que Draco no estaba hecho de la misma rabia que su tía o del orgullo demolido de su padre. Quizá la razón por la que Narcissa Malfoy le dio una pócima para dormir sin sueños, a pesar de saber que su hijo era un experto en el área, fue porque comprendía que era un poco diferente… lo suficiente para ser un problema. Sobre todo porque pertenecían al bando en el que no debía sentir compasión por nadie, ni siquiera por un muggle. Mucho menos por Adam.

Adam era exactamente el tipo de persona que irritaba a Draco, no porque le agradara o desagradara, sino porque tenía razón. Dormir, encerrarse en sí mismo para ignorar todo aquello que le dolía y a lo que le tenía miedo, había sido una solución fácil, cobarde e infantil. Creer que estaría protegido de sus errores había sido un pensamiento ingenuo, porque una parte él siempre había sabido que la Marca poseía magia que seguiría controlándolo, de una manera u otra, y aprovecharía cada miedo y cada lágrima para recordarle que él no había estado a la altura de los ideales de su señor, y que por eso merecía la muerte. Una muerte cruel, lenta y dolorosa, que nada (ni siquiera un sueño profundo) evitaría.

No obstante, y a pesar de sus ridículos intentos por desear apartarse de todos, pero sin atreverse a dejarse morir, el destino lo había alcanzado. De alguna manera que Draco no era capaz de comprender, Adam había encontrado la forma para enfrentarlo. Se había acercado a su mente, expresó su odio y le recordó a Malfoy cada momento de su pasado que quiso esconder de sí mismo. Y era curioso, porque si Draco estaba allí, encerrado y atrapado en esa situación, se debía a que quería evitarlo. Se habían enfrentado de un modo que no era normal, pero lo habían hecho. Y en cierto modo, eso debió haber bastado para que Draco despertara. Después de todo, ya lo había hecho, ¿no? Ya se había disculpado aunque no fuese perdonado.

Entonces, ¿por qué no despertaba?

—Porque la Marca Tenebrosa quiere destruirte. Aprovechó tu momento más frágil, y cuando te encerraste, ella puso el candado y destruyó la llave. Aunque afuera quieran despertarte, e incluso si encontraran el método para hacerlo, esta es una de esas puertas que solo se abren por dentro.

Draco levantó la vista. Enfrente de él, sentado también en el suelo pero en posición de flor de loto, se encontraba un sonriente Harry. O, cuanto menos, algo que se parecía a Potter y que había comenzado a aparecer desde que Draco comenzó a cuestionarse sus propias decisiones. Sabía que el Harry de su mente no era el real, principalmente porque ni siquiera compartían la misma edad. Ese Harry era el adolescente de su quinto año, que portaba su uniforme con su misma actitud desgarbada, pero con una alegría que nunca le había visto cuando estaban en Hogwarts.

Al principio, por supuesto, aquellas apariciones le habían hecho entrar en pánico, aunque no sabía exactamente por qué. Luego comprendió que el muchacho que lo miraba con atención, le sonreía y le llamaba cariñosamente por su nombre, siendo indiferente a las llamas que los rodeaban, no era Potter, sino su mente volviendo a ser cruel.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Draco en voz baja, con los labios resecos y el cuerpo cansado, muy cansado, pero sin ser capaz de acurrucarse y dormir. Harry pareció encontrar divertida la pregunta, porque se encogió de hombros y contestó:

—¿Cómo voy a saberlo? Fuiste tú quien me llamó.

—Si quería llamar a alguien, al menos hubiese sido al verdadero Potter. Tal vez hubiese resultado ser mucho más útil que tú.

—Soy útil. Solo que aún no lo comprendes.

—Potter jamás usaría oraciones como esas, por favor. Son demasiado complicadas para él.

—¿Es tu manera de decir que él es único para ti?

Draco miró a la versión barata y mal fabricada de Harry, comenzando a echar de menos al baboso y verdadero, porque al menos a ese sabría cómo manejarlo. La copia era demasiado complicada y demasiado Slytherin para su gusto. No cabía duda alguna de que era su mente quien la estaba creando.

—Solo quiero despertar —masculló.

—¿Por qué? —preguntó Harry, ladeando su rostro y dejando caer sus gafas redondas y rotas. Esas gafas nunca le habían quedado bien; lo hacían ver más pequeño de lo que en realidad era.

—¿Por qué? ¡Porque es absurdo estar aquí, por eso!

—Escapaste de la realidad y ahora quieres correr del único escondite que te quedaba en el mundo: tú mismo. ¿Qué harás después, cuando te sientas tan aterrado como ahora y quieras huir? Solo te quedará un lugar en el cual refugiarte, y sabes cuál es, ¿verdad?

Draco cerró los ojos, sintiéndose mucho peor que antes. Por supuesto que lo sabía. La posibilidad había pasado por su cabeza demasiadas veces como para ser ignorada.

—La muerte —contestó en un tembloroso murmullo—. Solo queda la muerte.

—¿Tú quieres morir, Draco?

La respuesta en realidad era bastante sencilla y casi absurda, lo sabía. Una persona normal –una persona como Harry– no habría vacilado. Pero él lo hacía, no porque quisiese morir, sino porque no recordaba exactamente cuáles eran las razones por las que estaba vivo. Su día a día no era monótono o vacío y tampoco se había sentido atrapado. Sencillamente, y como cientos de personas, había continuado con su vida tratando de sobreponerse a una guerra que había dejado huellas invisibles, pero duraderas.

—No —dijo al fin, frunciendo el ceño—. ¿Por qué habría de querer morir?

—Porque te estás dejando consumir por la Marca. Ni siquiera te estás resistiendo. Solo lo estás permitiendo.

Ni siquiera se molestó en insultarlo. Una parte de él quería gritarle que luchar con los despojos de la magia del Señor Tenebroso era tan aterrador como ponerse de pie frente al mismo, pero sabía que no ganaría nada con ello. Nunca lo había hecho. Porque si de verdad luchar trajese alguna ventaja consigo, entonces Draco ni siquiera tendría que estar pasando por esta situación.

—Rendirse es fácil —musitó, diciendo al fin las palabras que nunca antes se había atrevido a decir por miedo a ser castigado—. Olvidarse de todo... permitir que otros te controlen y guíen tu camino te libra de muchas responsabilidades y culpas.

Entonces el falso Harry sonrió y, por primera vez en todo ese tiempo, Draco se encontró admirando el evidente parecido que tenía con el verdadero: ambos tenían esa natural gentileza al sonreír. Y era curioso, porque si esa copia de Harry había sido hecha por su mente y solo su sonrisa era lo que hacía latir su corazón, significaba que estaba en más problemas de los que pensaba.

—¿Eso fue lo que pasó con Adam? ¿Dejaste que la culpa la asumiera Voldemort? ¿Ignoraste deliberadamente todo lo que hiciste y ahora quieres morir? —Tras una risa que pretendió sonar como irónica, se escuchó—: A veces eres tan ridículo, Malfoy...

—¿Eres tú quien me lo dice? —explotó, totalmente irritado de esa conversación que parecía avanzar en círculos. Además era fácil enojarse; la Marca se alimentaba del odio y la rabia, y Potter (cualquier Potter, inclusive el de su imaginación al parecer), tenía el don de exasperarlo con unas cuantas palabras y miradas—. ¡Ni siquiera existes! ¡No eres otra cosa más que una estúpida alucinación! ¡Déjame en paz!

—¿En paz? —se mofó la imagen, extendiendo sus brazos como si quisiera recibirlo en un eterno abrazo—. Draco, soy yo quien te está dando la paz... ¿En verdad eres tan ingenuo para creer que la Marca se ha ido? Mira a tu alrededor... estás casi destruido... el incendio en el que te encerraste está por consumirte... la Marca Tenebrosa está por matarte.

No tuvo que mirar para saber que era cierto. De hecho, le bastaba con sentir, porque así fue como empezó: un dolor agudo contrajo su pecho, cortándole la respiración por unos cuantos segundos. Después, la sensación paralizante recorrió cada una de sus extremidades hasta detenerse en su brazo, allí donde tenía la Marca. El Potter imaginario había desparecido, pero tal y como lo había dicho, las llamas, más aterradoras que nunca, casi habían consumido todo lo que Draco recordaba... y ahora iban por él.

Desesperado, con un dolor punzante entumeciendo su brazo hasta el punto en el que no podía moverlo, Draco intentó caminar a cualquier lado, buscando una salida que no existía. Por supuesto, ¿por qué habría una? Él había sido quien decidió dormir y perderse en sí mismo.

...Había decidido darse por vencido.

«¡MALDITA SEA, DRACO MALFOY, VUELVE! ¡TÚ NO ERES ASÍ! ¡TÚ NO ERES UN DRAMÁTICO GRYFFINDOR! ¡NO ERES COMO YO! ¡TÚ NO TE DEJARÍAS MORIR! ¡VUELVE, IDIOTA!»

Parecía que alguien lo llamaba. ¿Quién sería? Aunque, la verdad sea dicha, en ese momento no importaba, porque en medio de sus lágrimas, el terror y el dolor que sentía, ya no había espacio para nada más. Porque solo bastó cerrar sus ojos un momento y volver a abrirlos para darse cuenta de que una vez más estaba solo y en la cima de esa torre de objetos rodeados por un mar de llamas y gritos desgarradores... una vez más, Draco Malfoy estaba esperando, ahora sin poder mover su brazo, por su muerte.

Inclusive si él no quería morir.

¡Por supuesto que no quería ni merecía morir! Lo había pensado, claro, como cualquier ser humano. Pero en verdad no quería hacerlo… al menos no hasta que llegara el momento correcto.

«¿De verdad quieres sobrevivir? ¿Y esta vez estás dispuesto a enfrentarte a la vida y a no huir de ella? Si vuelves, ¿qué harás esta vez?»

No quería morir. Ni siquiera quería sobrevivir, maldita sea. Lo que él quería era vivir. Volver a vivir.

«¡DRACO! ¡PELEA, IDIOTA! ¡PELEA COMO CUANDO ÉRAMOS NIÑOS...! ¡LUCHA COMO SI ME ODIARAS...!»

En realidad, Draco nunca había odiado a Harry. Porque aquella voz escandalizada solo podía ser del cara-rajada, ¿verdad? Era la única persona que sería capaz de exigirle, con gritos estúpidos y voz preocupada, que luchara. Era el único que lo obligaría a ponerse de pie únicamente para demostrarle que estaba equivocado. A fin de cuentas, siempre había sido así entre ellos, desde que eran niños y se conocieron cuando tan solo tenían once años; todo el tiempo retándose y molestándose. Forzándose a continuar… obligándose a vivir inclusive si en algún momento el otro ya no quisiera hacerlo.

«¡VIVE!»

Pero ¿cómo hacerlo? ¿Cómo avanzar? No había escapatoria alguna de una habitación que se quemaba. Además, el dolor de su brazo no lo dejaba pensar con claridad. Lo peor de todo era que continuaba aumentando. Lo que había empezado como una palpitación que de vez en cuando le arrebataba la concentración, se había vuelto un terrible dolor, agudo y penetrante. Del tipo de dolor que te paraliza y te doblega. La clase de sufrimiento que te hace desear la muerte.

Con una mezcla de confusión y añoranza, Draco se animó a mirar su brazo. No le sorprendió, aunque sí le causó repulsión lo que encontró: la Marca Tenebrosa no solo había aumentado su tamaño, sino que además la serpiente que expulsaba la calavera ahora se enredaba por todo su brazo. Sus dedos se contrajeron y pronto comprendió que aquellas líneas oscuras que parecían recorrer su cuerpo, en realidad eran sus venas que lentamente estaban siendo envenenadas por la magia oscura. Con terror descubrió que si no tomaba una decisión, ya no tendría escapatoria alguna.

Dio un paso atrás. Una mala idea, por supuesto. No recordaba que estaba parado en esa torre de objetos olvidados. Y aunque sabía que era producto de las trampas de su mente y de la Marca, la caída que sufrió a causa de aquel imprudente movimiento fue tan real que la sangre rápidamente empezó a brotar de la yema de sus dedos, mientras intentaba inútilmente aferrarse a los objetos para no caer en las llamas.

Entonces, al borde de la muerte, Draco lloró. Nunca supo cómo comenzó o por qué, en ese momento de entre todos los que hubo, pero no le importó. Un jadeo murió en su garganta mientras se dejaba llevar por el miedo y la ira. Por la confusión y la soledad. Por el rencor y la culpabilidad. Porque el orgullo, lo único que le quedaba de sí mismo, fue diluyéndose a la par de su llanto. Y de pronto, Draco recordó a ese niño pequeño que aunque había amado su infancia, también habría querido tener un amigo. Pensó en el niño solitario que atormentaba a los elfos y que perseguía a Lucius por todo el salón del té. Y se sintió triste, porque nunca más vería a su padre y a su madre de la misma forma por mucho que los quisiera. Ellos nunca más volverían a ser sus héroes y tampoco podría imitarlos ya; Draco había llegado a un punto en el que tenía que tomar las riendas de su vida, de su existencia, de sus decisiones y…, sobre todo, de sus sentimientos.

De lo que Harry significaba para él.

Como si aquel pensamiento hubiese sido el disparo para el inicio de una carrera hacia la muerte, la Marca comenzó a quemar su antebrazo, intentando corroer su piel. Buscando (ahora Draco lo entendía) que se soltara de lo único que parecía mantenerlo con vida. Deseando que cayera hacia las llamas para cumplir el pacto que había jurado ante su señor. Y probablemente lo hubiese logrado si en ese preciso momento no hubiera caído algo de manera inesperada.

Al principio, Draco no pudo reconocer de qué se trataba. Con su visión nublada por el dolor y el llanto, con las últimas de sus fuerzas aferrándose a la vida, solo pudo sentir algo caliente cayendo y deslizándose por su mano. Al principio pensó que tal vez fuese agua, pero pronto lo descartó. El agua no se sentía tan pesada, tan difícil, tan… diferente. Intentó enfocar su visión y su rostro palideció aún más al notar que un hilo de sangre, procedente de algún indetectable lugar en el techo, caía directamente en sus manos. Lejos de atemorizarlo, curiosamente Draco se tranquilizó. La sangre comenzó a enredarse por su mano, bajando hacia su muñeca y posteriormente al brazo. Entonces se detuvo, y Draco, que no entendía nada de lo que ocurría, miró cómo la sangre se adhería a su piel y atrapaba la Marca. Instantes después, un destello de colores claros pareció salir de la sangre y la Marca dejó de palpitar.

—¿Lo entiendes ahora?

Draco volteó tan rápido que se mareó. Un suspiro bastó para entender que otra vez podía sostenerse con ambos pies, aunque aún seguía atrapado en medio de las llamas. Sin embargo, la voz que había llamado su atención, como no podía ser de otra manera, había sido la de Harry; la del falso Harry, que ahora estaba montado en su escoba y lo miraba con tranquilidad. Había una pequeña sonrisa dibujada en sus labios y parecía demasiado joven, demasiado guapo, pero también muy feliz. El verdadero Harry tenía más soledad en la mirada y eso, por alguna razón, le irritó.

Un déjà vú.

—¿Lo entiendes? —insistió aquel Harry, señalando su brazo. Por inercia, Draco se miró y, sorprendido, descubrió que la sangre había detenido la corrosión en su piel.

Sin embargo…

—Entiendo —aceptando, tocando la Marca son su otra mano. Harry lo miró con algo parecido a la compasión y murmuró:

—Allá afuera también te están esperando. ¿Estás listo para volver?

—Lo estoy —pronunció claramente, sin darse cuenta de que sus palabras parecieron desvanecer las llamas, porque lo único que Draco pudo hacer fue extender su mano derecha hacia Harry que, montado en su escoba, le suplicaba en silencio tomar su mano para, una vez más, salvarlo. Y Draco hizo lo que debía hacer: la tomó, se aferró al cuerpo de Harry y cerró los ojos, escuchando las últimas palabras de aquel adolescente imaginario, a veces más certero que el verdadero.

—¿Qué te parece si esta vez me confiesas tus sentimientos, Draco…?


~•~

El atardecer estaba muriendo cuando, una semana antes de cumplir medio año desde que cayó en esa inconsciencia, Draco despertó. Sus párpados se sentían pesados y sus labios agrietados. Tenía la garganta reseca y al tratar de respirar, su pecho se estremeció. Dolía, maldita sea. Vivir era más terrible de lo que recordaba.

Intentó enfocar su visión borrosa, sorprendiéndose por lo que encontró. Aunque la luz vespertina era tenue, era suficiente para darse cuenta de que se encontraba en una habitación desconocida. No se trataba de San Mungo ni de la Mansión Malfoy; además, no era todo: el lugar estaba completamente destrozado. Los vidrios, la puerta, las paredes, los escasos muebles… todo estaba agrietado y maltratado. Parecían los restos de un lugar al que nadie quería volver por la fiera y terrible lucha que había acontecido allí, dejando grandes pérdidas.

No obstante, esa no era la única sorpresa. Tal vez fuera por la posición en la que se encontraba, o el tiempo que había pasado dormido, pero en los primeros minutos Draco ni siquiera notó que había una mano que se aferraba con fuerza a la suya. Allí, con el rostro recargado en la cama y sin soltarlo, se encontraba Harry Potter dormido. O al menos eso esperaba, porque ni siquiera podía distinguir si en verdad estaba respirando, sobre todo porque en el rostro y en la mano de Potter había rastros de sangre a pesar de que no parecía tener alguna herida visible. Eso le hizo recordar aquella visión que había tenido, donde un hilo de sangre había detenido el dolor proporcionado por la Marca.

Su impaciencia le hizo querer moverse, pero pronto entendió que no sería fácil. Se miró el cuerpo y comprendió que había perdido peso y que su cabello estaba un poco más largo. Además, todos sus músculos estaban entumecidos. Lo curioso fue que a pesar de aquellos patéticos intentos de movimientos, ninguno fue lo suficientemente fuerte para despertar a Harry, al contrario.

Cuando Draco levantó la mano derecha intentando recorrer la manga del pijama que usaba, y así poder ver la Marca, el miedo lo invadió. ¿Qué pasaría si eso resultaba ser otra trampa de su mente? Peor aún… ¿y si había fracasado en aquello que se había prometido a sí mismo? Sin embargo, al intentar mover su mano, lo comprendió.

Todo había sido real. Tal vez demasiado.

«¿Lo entiendes ahora?» se repetía una y otra vez en su mente mientras, temblando, levantaba la manga para ver la Marca. Claro que lo comprendía… después de todo, era uno de los principios básicos de la magia y del mundo mismo: Todo, absolutamente todo, tenía un precio. Y el suyo fue tomado a pesar de los esfuerzos sobrehumanos de Harry por ayudarlo.

—¡Ah…!

Su acción fue detenida por un profundo jadeo de sorpresa que siguió al sonido de la puerta al ser abierta. La última persona a la que Draco esperaba encontrarse era al muchacho impresionado con el que pocas veces había coincidido, pero por el cual sentía una curiosa aversión. Era uno de los asistentes de Harry en San Mungo ¿Cómo se llamaba? Ah, sí.

Ian.

—Des… despertó.

Bravo. Draco resistió el impulso de entornar sus ojos ante semejante muestra de sabiduría. Lo que sí hizo fue fijarse con mayor atención en Ian: el muchacho parecía mucho más cansado y maduro. Lo recordaba más bien bobo e inocente. No es como si hubiese perdido mucho de esa esencia, claro estaba, pero era como encontrarse a alguien diferente.

Ian no perdió el tiempo de la misma manera que Draco. De inmediato abrió la puerta y pidió ayuda. Luego, se acercó hacia la cama y con extremo cuidado, como si estuviese tocando una pieza de cristal, sujetó el brazo derecho de Draco, quien ni siquiera se molestó en pelear a pesar de lo desagradable que pudiera resultarle aquel contacto. Tomó sus signos vitales, le hizo algunas preguntas básicas y el rubio estaba a punto de preguntarle por qué demonios Harry seguía durmiendo cuando Rolf Scamander apareció en la habitación.

—En verdad funcionó... —musitó y Draco empezó a fastidiarle el hecho de que hablaran como si no hubiese despertado aún. Sin embargo, algo dentro de él no podía enojarse con Rolf de la misma manera en la que lo hacía con Ian. Y no sabía por qué—. ¿Ya revisaste si la Marca Tenebrosa...?

—Harry aún está aferrado —explicó rápidamente Ian—. No estaba seguro si debía...

—¿Qué? —interrumpió al fin Draco. Probablemente, si hubiese estado en una mejor condición, se habría sonrojado al darse cuenta de que todos esos minutos no había soltado a Harry. Al intentar hacerlo, se sorprendió de no poder lograrlo. Era como si sus brazos estuviesen encadenados—. ¿Por qué no puedo soltarme? —Exigió saber—. ¡¿Qué pasa?!

—Cálmate, Draco, por favor —pidió Rolf acercándose a la cama para tocar la frente de Harry y jugar con sus mechones desordenados—. Harry solo está ayudando.

—Harry entrelazó sus magias —explicó Ian, mirando con cierta melancolía a su jefe—. Pasó por una crisis mágica terrible. En las últimas semanas empezó a desprender magia oscura... —Y al decir eso, miró a su alrededor, como si eso explicara el desastre de la habitación—. Se tuvieron que crear barreras alrededor de usted.

—No ha sido agradable —aportó Rolf con una sonrisa—. Muchos de los pacientes de Spem perciben el tipo de magia bajo la cual fueron dañados. Al entrelazar sus magias, Harry trató de borrar la Marca, junto con una pócima que creó. No está encerrado en su mundo como tú estuviste. Simplemente el desgaste mágico ha sido demasiado. Sin embargo, ahora que despertaste, en unas horas también él lo hará. Solo hasta ese momento podrás soltarlo. Resiste un poco más, por favor.

Rolf le cerró un ojo e Ian lo miró maravillado. Sin embargo, la mente de Draco estaba hecha un caos. ¿Potter había borrado la Marca? ¿Había creado una poción para ello? ¿Lo había salvado? ¿Estaba controlando su magia? ¿Por qué...? ¿Acaso...?

«¿Qué te parece si esta vez me confiesas tus sentimientos, Draco…?»

Tragó saliva y volvió a mirar su mano, en donde Harry se aferraba a él como si fuese lo único que importase en su vida. No obstante, lo que al parecer esperaban ansiosamente sus acompañantes, fue lo que a continuación Draco hizo: se levantó la manga, deslizándola por el brazo. Una honda respiración que pareció ponerlo al límite de sus sentidos le hizo parpadear, como si no comprendiera qué pasaba. Y es que, después de tantos años mirando aquel tatuaje, simplemente no podía creerlo.

La Marca Tenebrosa ya no estaba.

Sin embargo, la profunda herida, lo terrible que fue poseerla, había dejado su huella: una cicatriz rosada recorría su antebrazo. Una cicatriz que, curiosamente, se asemejaba mucho a un rayo.

—¡Espere a que Harry despierte, señor Malfoy! ¡No va a creerlo!

Ese era Ian, pero Draco no podía compartir su emoción. Rolf lo notó cuando, al preguntarle qué ocurría, el rubio deslizó las yemas de sus dedos por su piel, trazando la cicatriz. Cerró los ojos y apretó los labios, porque no podía... no podía sentirlo.

Su precio. Un pequeño precio a cambio de sus errores. Un pequeño precio a cambio de su vida. Por supuesto que lo entendía. Y estaba bien, porque lo aceptaba.

—¿Draco...?

—Mi brazo. No puedo sentirlo... ni moverlo —pronunció al fin, mirando su cuerpo. Mirando la mano de Harry, que seguía sujetándolo con fuerza, a pesar de que Draco no lo percibiera—. He perdido la movilidad en mi brazo izquierdo.

Después de todo, nadie puede portar magia oscura sin alguna consecuencia...


Autora al habla:

Lo sé. No tengo perdón. Me encantaría dar una explicación coherente que les bastara a ustedes, queridos lectores, por esta larga, larga espera. Sin embargo, sé que no les sería suficiente. Lo que puedo decir es que esta historia continuó cuando debía hacerlo, y que si hubiese sido antes, quizás las cosas para Draco habrían resultado muy, muy terribles. Como Draco, después de tanta lucha no se merecía un final como ese, puedo decir que estoy cómoda en donde está. Entiendo perfectamente si no desean continuar con esta historia. Mas, si siguen interesados en ella, aquí estamos. ¡Muchas gracias por todo su apoyo!

Pensé mucho en Draco y hablé con varias personas sobre esto, sobre la decisión que podría traer varios rumbos. Mi idea original, de hecho, era que Draco tuviese que perder por completo el brazo y parte de su magia. Como pueden ver, llegamos a un final menos trágico que el original, jajajaja xD.

Y pues eso, estoy loca xD, ¡Muchas gracias por todo, son un amor total!

Quiero dedicar este capítulo a Roberto Carlos Rodríguez por todos los ánimos :)! Aquí está, como lo prometí. Un agradecimiento ENORME y muchos besos a FanFiker-FanFinal, la mejor Beta del mundo mundial, por darse un tiempo para ayudarme, a pesar de los tiempos difíciles. Sin ella, no sería lo mismo. ¡Te quiero!

¡Muchas gracias a Perla, Miaupls, Kuroneko1490, Estrella Blank, Paulinafujoshi, CazadoraDeSombras, sinideas, jess Granger s, Acantha-27, Christine C, AliceB1402, chiquita05, cuquiluna3, Mumisshi, Emil K, xonyaa11, lizbethshawol, belloty, Seremoon, Shades, dragon de mala fe, Izlando, Guest, Carmes Kumori, Two Dollar, Luar7, AishaUchiha, sasuhinas fan, Saku-Aya, triblyn, AnonymousCrazyFangirl, Kokoa Kirkland, Yeth-Riddle por sus ánimos, sus palabras, sus reviews!

Muchas gracias por leer, sus palabras, sus ánimos, sus reviews, su comprensión. Vamos, ustedes son geniales. ¡Gracias! ¡Excelente fin de semana!

¡Os quiero!