Disclaimer: Esta historia ni sus personajes me pertenece, solo la estoy adaptando con algunos de los personajes de la saga de la grandiosa Stephenie Meyer y Sylvia Day.


CAPITULO 4

Fue el sonido de revolver papeles lo que la despertó. Estirándose en el sofá de cuero negro, Bella abrió los ojos y giró la cabeza para encontrar a Edward envolviendo regalos. O tratando de hacerlo.

—Estás destrozando la labor de envolver —murmuró, recordando vagamente ser levantada en el comedor y llevada hasta el sofá. El fuego aún crepitaba alegremente. La música todavía sonaba suavemente. A pesar del hecho de que estaba en un lugar extraño, se sentía como en casa.

Vestido con desgastados pantalones de chándal grises, Edward se sentó más cerca. Giró en la cintura y tiró el brazo por encima de las piernas de ella.

—Estoy tratando de no hacerlo, pero entre más esfuerzo pongo en ello, parece que lo hago peor.

—¿Necesitas ayuda?

Él asintió y le dedicó una sonrisa de niño. Con una cobriza barba de varios días a lo largo de su mandíbula y el cabello despeinado con los dedos, era casi demasiado guapo. Doblado hacia ella como lo estaba, los músculos bien definidos de su pecho y brazos sobresalían en marcado relieve. Ella vaciló y luego cedió a la tentación de tocarle el cabello.

Era espeso y sedoso, haciéndola temblar con renovado deseo. Luego él volvió la cabeza para besarle la muñeca y su estómago dio un pequeño vuelco.

Le iba a llevar mucho tiempo superarlo.

Dejando escapar un suspiro de resignación, se sentó y maniobró a una posición a caballo sobre la espalda de Edward. Quien se inclinó hacia ella y bostezó. Echándole una mirada al reloj en el manto, vio que eran las dos de la mañana.

—Estar cansado podría ser la razón por la que no estás envolviendo bien —dijo ella con sequedad—. ¿Por qué no te vas a dormir y vamos a repasar cómo envolver por la mañana?

Él entrelazó sus brazos alrededor de las pantorrillas de ella y la miró hacia abajo. —Si me voy a dormir, ¿vas a seguir aquí por la mañana?

—Oh, Ed. —Bella apoyó su mejilla contra la parte superior de su cabeza—. No seas tonto.

—Estamos hablando de un tipo que preparó la cena desnudo.

Acariciando su boca en su cabello, ella cambió de tema.

—¿Tienes cinta adhesiva de doble cara?

—¿Eh? Eso suena fetichista.

Ella se rió y se enamoró un poquito.

—Para tus regalos.

—Oh... ¡Qué mala suerte! No. Sólo la normal transparente.

—Está bien, maníaco sexual. —Ella miró por encima del hombro de él—. Vamos a ver lo que tienes.

Él volvió la cabeza y la besó en la mejilla.

Su corazón se apretó y tuvo que aclararse la garganta antes de hablar.

—Hay demasiado papel en los extremos. Es por eso que te es difícil doblar sin apuñarlo.

Edward tomó las tijeras y cortó.

—¿Así? ¿Es eso suficiente?

—Sí. —Ella deslizó los brazos por debajo de los de él y demostró cómo meter las esquinas—. Ahora pon un poco de cinta justo ahí.

—¿Aquí? —Su voz se había profundizado. Con sus pechos apretados contra su espalda y la nariz por su garganta, su posición era insoportablemente íntima.

—Así está perfecto —suspiró ella, liberando el regalo y retrocediendo. Él le cogió las manos antes de que dejaran su regazo.

Ahuecando las manos de ella sobre sus pectorales, Edward susurró:

—Tócame.

Ella tragó saliva a medida que la piel de Edward se calentaba bajo sus manos. Las puntas de sus dedos encontraron los puntos planos de sus pezones y los frotaron suavemente. Gimiendo, sus brazos cayeron a los costados.

Apoyó la cabeza en su regazo y la vista de su rostro perdido en el placer era demasiado para ella. Bella miró hacia otro lado, asimilando la mesa de café con la parte superior de cristal, la televisión de pantalla plana y el desnudo árbol de navidad por la puerta corrediza de cristal.

—¿No tienes ningún adorno? —preguntó.

—No. —Su voz era un bajo susurro—. Compré el árbol para ti y olvidé los malditos adornos.

Sus manos se detuvieron.

—¿Para mí? —Oh, Dios mío, voy a llorar.

—Sí, sabía por el bloc de notas tuyo y el pequeño árbol en tu escritorio que realmente te gusta la Navidad. A mí también, pero ya que voy a la casa de mi hermana para la cena del día de fiesta, no me había comprado uno para mí. Para ti, sin embargo, pensé que no sería un deseo de Navidad si no parecía que aquí estábamos en Navidad.

Serpenteando alrededor, ella cambió de estar a caballo en su espalda a horcajadas sobre sus caderas. Cara a cara, se miraron el uno al otro.

—Lo siento, me olvidé de los adornos —dijo.

Y entonces él ahuecó la parte posterior de su cuello y la besó.

A diferencia del profundo beso posesivo que él le había dado en su oficina, este beso era persuasivo, sus labios rozando, su lengua chasqueando suavemente. Bella le echó los brazos al cuello y le devolvió el beso con todo lo que tenía. En gratitud. En la lujuria. En amor.

Ella se apartó y jadeó.

—¿Qué quieres para Navidad?

—Esto. Tú. Hacer el amor contigo. —Él sacudió sus caderas y ella sintió lo excitado que estaba.

Un regalo que no requería envoltorio. Sin palabras. Ella se levantó la falda, él se bajó los pantalones de chándal de un tirón. Ella lo envainó. Primero en el látex y luego con su cuerpo. Él gimió, ella gritó. Se movieron juntos, sin la prisa que había caracterizado sus encuentros anteriores. Con las manos sobre sus hombros desnudos, ella lo tomó profundo, subiendo y bajando al compás de los sonidos que él hacía. Apretando los músculos para acariciar su gruesa longitud.

Retirando la camisa y el sujetador para presionar su piel desnuda contra la suya.

—Te he deseado —dijo con voz ronca, guiando sus caderas con manos temblorosas—. Tanto... Dios, eres increíble.

Bella lo hizo durar, sin prisa porque su tiempo juntos terminara. Pero terminó, por supuesto.

El amanecer llegó con demasiada rapidez. A medida que la luz rosada del inicio del sol naciente entraba en la habitación por la puerta corrediza de cristal, ella puso una manta alrededor de Edward y recogió su gabardina.

—Feliz Navidad —susurró ella, deteniéndose en el umbral un momento antes de cerrar el paso a la vista de Edward dormido en el sofá.

El chasquido del pestillo dijo el adiós que ella no podía.

—Bueno, esto es una sorpresa —dijo Rosalie mientras abría la puerta—. Ha pasado más de un año desde la última vez que oscureciste mi puerta, Edward Masen. Y te veías muchísimo mejor entonces de lo que lo haces ahora.

Él dio un breve asentimiento antes de darle un beso en la frente.

—Necesito un favor, Rose, y espero por Dios que no me convierta en un imbécil por preguntar. ¿Sabes dónde vive Isabella?

La pequeña rubia parpadeó hacia él.

—Guau. De acuerdo, espera un segundo. Eso me dolió un poco. —Dejó escapar el aliento y dio un paso fuera del camino—. Entra.

Edward entró, pero se quedó rondando por la puerta. Tres malditos días habían pasado desde la última vez que tocó a Bella y si no la conseguía pronto, estaba bastante seguro de que se volvería loco.

Rose se quedó mirándolo un momento y luego se acercó a la mesa de la cocina donde su bolso esperaba.

—Ya te superé, te lo juro. —Ella sacó su BlackBerry y un bolígrafo.

Mientras escribía dijo:

—Todavía tengo que preguntar por qué Bella fue la que llegó a ti.

—Demonios. ¿Qué clase de pregunta es esa? —Se pasó la mano por el pelo.

—No lo sé. Supongo que sólo me pregunto si lo que dicen de Las Reglas es cierto. ¿Es hacerse la difícil la manera de conseguir a los grandes chicos?

—Ella se acercó a él y le tendió una tarjeta de negocios con una dirección en la parte posterior.

El alivio lo inundó. Se metió la preciosa tarjeta en el bolsillo.

—Tal vez en el comienzo la persecución es divertida. Ahora sólo es una mierda. Gracias por esto, Rose. En serio.

—Oye, Ed.

Él se detuvo en el umbral, su impaciencia casi abrumadora.

—¿Qué?

—No te estás dirigiendo hacia allí ahora, ¿verdad? Bella y Ethan están...

—¿Quién carajo es Ethan? —Cada músculo se tensó al oír el nombre de Isabella vinculado con el de otro tipo.

Los ojos de Rosalie se agrandaron.

—Oh, mierda... No lo sabes.

—Es obvio que no. —Volvió a entrar en la sala de estar—. Pero vas a decírmelo.

Ella suspiró.

—Es mejor que tomes asiento.

Edward miró por la ventana de su coche como Isabella sacaba su Grand Cherokee y empezaba a subir la acera congelada desde su camino de entrada hacia la puerta principal. La casa donde vivía era pintoresca y acogedora, con toques suaves, que eran claramente de Bella, que hacían de la residencia una casa. Ella lucía triste y él sabía por qué. La había visto irse con Ethan Swan hace apenas una hora. Ahora estaba sola.

Isabella tenía una familia.

Él era el forastero.

Armándose de valor, salió al aire frío de la tarde y cerró la puerta con fuerza suficiente para llamar la atención de Bella. Ella miró por encima del hombro y se detuvo abruptamente. Caminó hacia ella con paso decidido, parte enojado y parte jodidamente herido.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó ella, su voz baja y un poco en pánico.

Él no respondió. En su lugar, sacó las manos de los bolsillos del abrigo y la atrajo hacia sí, su boca encontrando la suya. El momento en que sus labios se encontraron, él gimió. Cuando su duda momentánea se fundió en ardor desesperado, él supo que tenía una oportunidad.

Ella todavía lo deseaba.

Levantando sus pies de la tierra, la llevó hasta la puerta.

—Ábrela.

—Edward...

—Sugiero que te des prisa si no quieres conmocionar a tus vecinos.

Tanteando con nerviosismo, Bella metió la llave en la cerradura y cuando el pomo giró, él se amontonó detrás de ella, cerrando la puerta de una patada con su bota. Ella se dio la vuelta y él la empujó contra la pared del vestíbulo.

—Te he echado de menos —dijo con voz ronca, sus manos vagaron sin descanso en un intento de sentirla a través de la camisa voluminosa que llevaba—. Cada maldito minuto desde que me dejaste, te he echado de menos.

—No me hagas esto, Masen. —Inclinó la cabeza hacia atrás y luego se quedó sin aliento cuando sus dientes le rasparon el cuello—. Teníamos un trato. La lista de deseos y luego habríamos terminado.

—Pero no hemos terminado —argumentó—. Estamos muy lejos de estarlo. Y si tengo opinión al respecto, nunca vamos a estarlo.

—¿Qué?

Isabella miró a las magníficas, pero cabreadas, facciones de Edward y sintió como si se fuera a desmayar. Su mandíbula estaba ensombrecida con barba incipiente, sus ojos verdes enrojecidos. Tenía el cabello de punta de pasarse los dedos y su hermosa boca severamente dibujada.

Simplemente lucía como si hubiera pasado un infierno, pero su corazón se llenó de alegría al verlo.

—Te amo, Isabella. —Él le cogió la mano y la apretó sobre su corazón—. ¿Sientes eso? Eso es pánico. Estoy aterrorizado que vas a decir que no es suficiente, cuando eso es todo lo que tengo para darte.

Las lágrimas brotaron y goteaban de sus pestañas.

—Ethan...

—Deberías haberme dicho lo de tu hijo, Bells. He estado volviéndome loco tratando de averiguar por qué no puedo tenerte. —Cogiendo la cremallera de la chaqueta, Edward la abrió y empujó la chaqueta al suelo.

—Ahora ya sabes por qué esto no va a funcionar —dijo ella, con voz temblorosa.

—No sé ni una mierda, Bella. Porque no me lo dijiste. —Metió las manos por debajo de su camiseta, apretó sus pechos y ella se derritió en sus manos—. Piensa rápido. La cama o aquí mismo en el suelo.

—Dios mío.

Ella se alejó, retrocediendo por el pasillo mientras él la acechaba. Con los ojos muy abiertos y con el corazón acelerado, lo observó quitarse la chaqueta y luego la camisa. Cuando llegó a los botones de sus vaqueros, ella tragó saliva. El tierno amante que había conocido hace tres noches se había ido y la emoción que corría a través de ella la mareó.

—Ed...

—Yo me quitaría el suéter si fuera tú. Estarás lo suficiente sudorosa sin él. —Él se bajó la cintura de los vaqueros justo lo suficiente para liberar su pene completamente hinchado y sus bolas pesadas. Entonces metió la mano en el bolsillo trasero por un condón y se envainó a sí mismo mientras la acechaba.

Quitándose el suéter por la cabeza, miró hacia delante y casi corrió la distancia que faltaba hasta su habitación. Edward estaba directamente en sus talones. Apenas estuvo a los pies de la cama antes de soltarse el sujetador y, a continuación, él estaba encima de ella, su cuerpo largo y desgarbado hundiéndose en el de ella. Los definidos rizos de su pecho rasparon sus pezones y ella jadeó, abriendo la boca para su lengua inquisitiva. Un gemido retumbó profundamente en el pecho de Edward y él tiró de sus pantalones de chándal.

—Fuera.

Ella se retorció desesperadamente, dando patadas.

—Lo estoy intentando.

—Esfuérzate más.

Riendo, se liberó y después la mano de Edward estaba entre sus piernas, acariciando su coño y frotando su clítoris. Ella ya no se reía, gemía y se arqueaba contra su duro cuerpo.

—¿Me extrañaste? —gruñó él, mordiéndole el lóbulo de la oreja.

—Sí... Ummm... demasiado.

Dos dedos se deslizaron dentro de ella y acariciaron, haciéndola crema.

—Abre las piernas.

Edward se apoderó de ella, empujando sus muslos más abiertos con sus delgadas caderas, antes de tomarla en un impresionante empuje profundo. Luego envolvió el puño en su cabello oscuro y comenzó a follarla dentro de cada pulgada de su vida.

—¡Edward! —Bella se retorció debajo de él, tratando de moverse, pero era mantenida quieta por la prisión de su cabello atado y su polla bombeando.

Él apoyó su peso en un codo y usó su mano libre para tirar de la pierna de Bella sobre la cadera para poder hundirse hasta la empuñadura. Ella lo observó, cada terminación nerviosa en su cuerpo caliente y hormigueando, su respiración jadeante. La cintura de sus pantalones vaqueros se frotó contra los muslos de ella, un recordatorio constante de que él no podía soportar otro momento sin estar dentro de ella.

—Esto no se trata de echar un polvo —insistió con voz ronca.

—Lo sé. —Sus manos se aferraron a las de él con esfuerzo, sudando de nuevo.

—Esto no es temporal.

—Lo... Lo... —Su coño se agitó a lo largo de su polla—. Lo sé.

Enterrando la cara en su cuello, le dijo al oído:

—Te amo.

Y ella se derritió.

En la cama, contra él, en un orgasmo que la hizo gritar su nombre. Y él la llenó de amor.

Con esperanza.

Edward colocó su mejilla contra su hombro húmedo y dijo:

—Háblame, Bells. Dime lo que estás pensando, así ambos estaremos en la misma página.

Ella se encogió de hombros débilmente.

—No sé por dónde empezar.

—Comienza con el ex —sugirió—. Háblame de él.

—Jacob es un gran tipo. Es guapo y encantador, un padre cariñoso. Pero no podía comprometerse a mí. Creo que realmente quería, pero no podía.

—Cariño, no soy como Jacob. El hecho de que esperé a que aparecieras no quiere decir que tenga problemas con el compromiso.

—Tiene una nueva novia cada mes —dijo deprisa—. Ethan tiene una pequeña libreta que lleva a casa de su padre para escribir sus nombres para no meter la pata y utilizar el equivocado. Lo hizo una vez y fue un desastre. —Ella se agachó y le acarició la cadera desnuda—. No puedo hacerle eso, Ed.

Él se acarició en su contra.

—No te estoy pidiendo que hagas eso. Te estoy pidiendo que me dejes entrar. Haz lugar para mí en tu vida, en algún lugar permanente. Déjame amarte, estar con ustedes. No te arrepentirás.

A medida que sus ojos verdes comenzaron a brillar, algo en su interior se ablandó.

—Tengo miedo. Por mi hijo. Por mí.

—Lo sé. Yo también tengo miedo. —Apretó sus labios contra los de ella—. Tengo miedo de que vayas a echarme porque no puedas confiar en mí.

Las últimas tres noches sin él habían sido un infierno. Ella había extrañado la sensación de él abrazándola, haciéndole el amor, haciendo que se sintiera especial y cuidada. Echaba de menos la forma en que la hacía reír y lo bien que se sentía cuando estaba con él.

—Quiero confiar en ti —susurró.

—¡Entonces hazlo! Escúchame, Bella. —Se levantó sobre un codo para mirarla—. Ser madre soltera no significa que tu vida haya terminado.

—Significa que mis necesidades son lo segundo. No puedo... —Cerró los ojos—. No lo entiendes. Fue difícil para Ethan. Yo era un desastre cuando Jacob y yo nos separamos. Y yo ya ni siquiera lo quería.

—Pero me amas. —Edward le tomó la cara entre las manos—. Un poco. Lo suficiente como para que te dé miedo. Y me alegro de que me ames, porque estoy perdidamente enamorado de ti.

La mirada en sus ojos le dijo que estaba poniendo todo por ahí, haciéndose vulnerable.

—Yo... Yo no sé qué decir

—Di que nos das una oportunidad. Estás acostumbrada a dar las órdenes y puedes seguir dándolas. Yo sólo quiero ser el chico en quien te apoyas cuando necesitas recarga. Quiero ser el tipo que te sostiene cuando estás cansada y hace el amor contigo cuando no lo estás. Quiero ser el chico al que llegas a casa todos los días.

—No va a haber ningún dormir fuera de casa por un tiempo —advirtió, le necesidad de dejar de lado cualquier ilusión romántica.

—Vamos a tomar largos almuerzos.

—No me verás una gran cantidad de noches. No puedo hacer la cena y salir a citas a menudo. Ethan sólo va a casa de su padre uno que otro fin de semana y parte de las vacaciones.

—Sé que voy a tomar el asiento de atrás para tu hijo. Estoy de acuerdo con eso. De hecho, te amo por eso.

Las lágrimas no se detuvieron y el nudo en su garganta le hizo difícil hablar.

—Ethan podría no tomarte bien de inmediato.

Edward la atrajo hacia sí.

—Eso también lo sé.

Bella frunció el ceño.

—¿Has salido con una madre soltera antes?

—No. Pero mi amigo Chris acaba de casarse en una situación similar. Nos reunimos para el almuerzo y hablamos de ello. También hablé con su esposa, Denise, así podría tratar de ver las cosas de la manera en que lo haces tú.

—¿Lo hiciste? —La imagen en su mente de Edward dirigiéndose a sus amigos para hablar de sus sentimientos y temores la hizo llorar con más fuerza. Lo abrazó apretadamente, transmitiendo en silencio su gratitud eterna. —Quería saber qué esperar. No he venido aquí de esta manera sin hacer la tarea. Eso no sería justo para ninguno de nosotros.

—Entonces sabes que no será fácil.

—No lo estoy pidiendo fácil, cariño. Estoy pidiendo una oportunidad para hacerte feliz.

Ella no sabía si reír o seguir llorando. Así que hizo ambas.

—Eres el indicado. —Besándole el rostro, lo obligó a retroceder y se subió encima de él—. Todo este año has estado aquí y yo no podía verlo.

—Te amo, Bells. —Su sonrisa torcida le aceleraba el corazón. Con un mechón de cabello cobrizo cayéndole sobre la frente, lucía más joven y vulnerable. Acostado sobre su colcha de Navidad, era el regalo más perfecto que jamás pudo imaginar.

Ella apretó los labios contra los suyos.

—Has hecho todos mis deseos realidad.

—En realidad... —Sonrió—. Nos falta uno.

—¿En serio? —Rememorando, sus ojos se abrieron mientras su boca se curveaba—. Sí, lo hicimos.

Lamiéndose los labios, Isabella se deslizó por el cuerpo de Edward.

Edward cerró los ojos con un suspiro de satisfacción.

—Feliz Navidad a mí.

FIN