Bleach no es de mi autoría, le pertenece a KuboTite. Historia original, escrita por mí.

Semi-universo alterno, basado hasta el capítulo 586 manga.

Nota: palabras en cursiva, memorias del pasado de cada uno de los personajes.

Introspección: Una suave caricia como despedida. Un adiós sin palabras. Promesas rotas, falsas palabras... Así es, como hoy vivimos. Donde perdimos todo lo que debió de haber sido, porque no hubo esperanza alguna para el futuro. Y sin embargo, el pasado se revelará, en el día prometido.

Sumary: Admira, el precio de tu pecado.


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– Torre de Babel –

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Por Ireth I. Nainieum

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Capitulo IV

La hija favorita de Dios

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Busca entre los recuerdos que yacen en tu corazón.

Descubre esas leyendas que siempre existirán.

Cree en que algún día volveremos a encontrarnos una vez más.

Si, así será. Algún día… una vez más

-Yuuko a Watanuki-

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Y la Heilig Pfeil (1) atravesó aquel pequeño cuerpo, ante el horror de los ojos violáceos que perdían lentamente aquel hermoso brillo que tanto los caracterizaba. Caía, lenta y suavemente, que casi parecía que lo hacía en cámara lenta. Ella antes pura, quedó mancillada, manchada y cambiando… el giro del destino.

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El mismo trono inalcanzable volvía a mirar en aquella amplia habitación. De hecho, era lo único que ahí estaba, blancas paredes lo rodeaban, tan altas que le era imposible el ver el techo. Y ante sus ojos, había una figura sentada en aquel trono, una sombra a la que no podía distinguir con claridad. Como si sus ojos careciesen de visión, una figura borrosa era lo único que podía vislumbrar. Como en cada terrible pesadilla que cada día se repetía con mayor frecuencia, con el primer paso que daba al frente el camino al trono se alejaba, como si le diese a entender que no era merecedor de estar ahí, ante tan magistral figura. Y esa vez, corrió como si su vida misma dependiese de ellos. Cuando estuvo a punto de llegar al trono, sintió algo muy caliente y viscoso en sus manos… era sangre. No suya, sino de…

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Soltó un grito al despertar y una vez más aquella horrible pesadilla que lo hacía temblar volvió a aparecerse en su mente ¿Cuántos años habían pasado? Y él seguía con el mismo sueño noche tras noche, cada vez más vívido, más real, como si fueses el vaticinio de algo más. Algo que desde un principio el mismo supo que volvería. Esa agonía cada vez se volvía mucho más real, de lo que él mismo quería aceptar. En un primer momento lo había atribuido a los hechos de la muerte de Rukia, pero… con el pasar del tiempo, algo muy dentro de él le decía que había algo mucho más siniestro en ese ensueño. La oscuridad aún reinada en el Seireitei, supuso que quizás solo habían pasado unas horas desde que había ido a la cama. Murmuro algunas palabras, nada serio, solo palabras. Y ahí lo vio, en el medio de la penumbra.

El frágil y suave aleteo de una mariposa dorada.

Etérea criatura que al intentar acariciarla se deshizo entre sus manos y aquel cálido brillo desapareció en el acto. Sus manos temblaron incapaces de mantenerse quietas, de sentirse sereno. No, aquel solo era un presagio de lo que se venía. Él lo sabía, lo sentía. Siempre lo supo, que hada había terminado desde aquel día.

Ese, solo había sido el verdadero inicio de la caída.

Torre de Babel

Había sangre esparcida alrededor suyo y gran parte del líquido carmín recorría su cuerpo. Estupefactos, acababan de ser testigos de un horrible asesinato. No… una ejecución, él había dicho. En su rostro, no había un solo dejo de amabilidad o tranquilidad. En su defecto, miraban la incordia del hombre, del juez, de Oshō. El hombre volteó hacia ellos y un horrible pensamiento cruzó la mente de los otros tres reunidos.

—Shutara traicionó a nuestro Rey —les dijo sin ningún un ápice de cortesía, su voz más bien fue amenazadora—. Desde hoy, no hay permisos para pensar por sí mismos… Lo que se dicte se acatará sin replica alguna —ordenó tajantemente—. Tenjirō-san, dejo en tus manos la desaparición de su cuerpo —susurró al pasar a su lado—. No quiero que quede ni un solo cabello de ella.

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Tenía que hacerlo, era su deber como el celador de la prisión de la prisión donde estaba conferido. Donde su existencia había permanecido impermutable por milenios, más de los que él mismo podía recordar. En aquel único lugar donde el mismo tiempo no existía. Conferido en aquel enclaustro, casi desde el mismo momento en que se le llamó "Dios" Llegó ante las enormes puertas y solo las tocó.

—Esto es por tu propio bien —le murmuró al individuo tras las puertas—. Debes dormir… dormir por siempre…

Sus palabras quedaron en el vacío, cuando un par de mariposas doradas revolotearon ante sus ojos. Turbado llevó su mano izquierda a su barbilla. Él tiempo se agotaba, lo sabía. El Rey estaba agonizando. Necesitaba que Ichigo volviera, lo iba a obligar y entonces, él con sus propias manos ejecutaría a los últimos Quincys.

Torre de Babel

Esa era el tercer día donde los canticos eran ejecutados. Verso tras verso en perfecta armonía por los cientos de sacerdotes que el Clan tenía, solo para su disposición. Una reunión inmensurable de tal magnitud no se había visto desde hacía más de ciento veinte años. El olor a incienso inundaba la habitación entera, todos los reunidos vestían de blanco y sus rostros estaban cubiertos. Los sutras eran repetidos ininterrumpidamente por las voces de los ancianos. Como si esas vagas palabras pudiesen santificar el próximo momento. Solo uno de ellos era diferente, solo uno de ellos sería sacrificado.

—Irónico pensar, que nuestra mera existencia penda de la vida de un solo individuo —exclamó el más viejo de los reunidos, al único al que no le estuvo permitido recitar los sutras, pesé a saberlos de memoria—. Mire bien, Renji-sama —terció jocoso el anciano— ese es un hombre al que nunca podrá alcanzar ni siquiera naciendo tres veces en este mundo. Ese es el porte digno del heredero del Clan Kuchiki, de un hijo del gran rey… Eres solo una sombra, no lo olvides —susurró.

Byakuya ejecutaba una serie de complicados movimientos, perfectamente llevados a cabo con su cuerpo. Una extraña danza de la que el pelirrojo no sabía nada. La vigésima octava cabeza del Clan Kuchiki llevaba toda su vida preparándose para aquel día, para cumplir con su propósito de vida y la razón de su mera existencia. Un lejano tambor le marcaba el ritmo que debía seguir —que estaba fuera de la habitación—. Renji miraba con total atención, memorizando aquella complicada danza, manteniendo su cuerpo en un rígido rictus. Al final, no era más que un perro recogido, un ser sin dueño. De pronto, Byakuya lanzó un sonoro grito y el tambor y los sutras se detuvieron. Cada uno de los reunidos, llevó su frente al suelo brindando su más sincero agradecimiento. Se mantuvo en pie, con la frente sudorosa y el cuerpo agitado. Temblaba, pero no comprendía bien sus sentimientos «era miedo, era frío» No lo sabía, no lo comprendía.

—Solo hace falta el misogi (2) —exclamo el mismo hombre que minutos antes había hablado con Renji—. Hoy es el día, Byakuya-tono… dime, ¿estás listo para morir? —No hubo una respuesta, solo un largo y tenso silencio que nadie más se atrevió a romper— Bien —musito recibiendo ayuda para poder ponerse de pie—. Me gustan esos ojos —incierto murmuró—, eran los mismos que tu padre tenía aquel día —le hizo una seña a otro de los ancianos, el cual depósito una diminuta mesa con papel y tinta a los pies de Byakuya—. Permanecerás solo, te daremos una hora y después vendremos por ti. Ordena tus ideas, dicta tus últimas órdenes señor Kuchiki y muere con honor.

Los ancianos comenzaron a retirarse, Renji fue el último en salir y por un instante pareció que Byakuya quiso decirle algo, más ninguna palabra salió de sus labios. Y el Kuchiki se quedó en silencio, en la sombría habitación, sus labios los sentía tan secos que ya estaban partidos y comenzaron a sangrar. Sonrió con amargura, como no iba a sentirse de esa forma, si llevaba el último mes subsistiendo a base de agua y un poco de bambú. Suspiró sereno ¿acaso quería escribir algo? Y en caso de hacerlo, ¿Para quién serían sus últimas palabras? El suave aleteo de una avecilla se escuchó perfectamente en el silencio de la noche. En pocos pasos llegó a las puertas, a penas y la abrió, tan solo para dejar entrar al pajarillo.

El ave se posó en la mesa y de pronto cayó sobre esta, inerte, muerta… La grácil figura de una mujer se mostró ente los ojos de Byakuya. Su larga cabellera pelirroja casi toco el suelo y ella traía un hermoso kimono negro. Muy lento, el hombre volvió a cerrar las puertas.

—¿Te has decidido? —Preguntó ella.

—Haré el sacrificio —él respondió.

La escuchó soltar improperios y comenzó a dar vueltas alrededor de la mesa, bastante molesta— ¡Absurdo, te están llevando al matadero! —Le susurró urgida.

—El plan debe de seguir tal como se acordó desde un inicio, Dokugamine.

La mujer se sentó frente a la mesa, dándole la espalda al hombre— ¿No tienes miedo a morir? —Susurró acariciando la mesa.

—Me aterra —respondió sincero el hombre—, desafortunadamente esto es algo que solo yo puedo hacer —le aclaró al momento de sentarse frente a ella—. Algunos sacrificios son necesarios.

—… Unohana-san dijo lo mismo —siseó molesta, mordiendo su uña izquierda del pulgar—. Le dije que escapará conmigo, pero no quiso. Ella quiere morir —le dijo.

—Ella ha estado lista para morir desde aquel día, es egoísta el negarle su sueño —Byakuya murmuró y mojó abundantemente el pincel en la negra tinta. Sus últimas palabras, se las daría a esa persona. Pasaron algunos minutos, hasta que el texto estuvo finalizado—. Dale esto a Inoue, por favor —su mano tembló cuando le entregó el papel.

—No deberías sacrificarte por este mundo —dijo guardando la carta entre los pliegues del kimono.

—¿Le has mencionado que Kurosaki está aquí?

—… No se lo he dicho, no he podido salir del Seireitei —de pronto una tensa línea se dibujó en sus diminutos labios— Unohana-san dice que es una «coincidencia desafortunada»

—Es correcto… Todo es inevitable —ella volteó hacia él—. Si Kurosaki no hubiese vuelto, el plan hubiese seguido como lo planeamos en un inicio.

—¡¿Qué dices?! ¡Todo sigue en marcha, tal cual se planeó!

Byakuya negó suavemente con su cabeza—. Solo estamos retrasando lo inevitable. Mi muerte, solo le dará un poco más de tiempo a Inoue y a Ishida, es lo único que puedo hacer. Pero quizás, ahora… pueda haber un poco de esperanza.

—¿Con Ichigo aquí? ¿Qué puede hacer él?

—Él es el milagro que no se convirtió en milagro. Y él es la auténtica luz que se topó con la sombra del destino —Byakuya se puso de pie— Dokugamine, yo no creo en el destino. No acepto que mi razón de vida sea morir para extender la vida de un ser que agoniza, hago esto solo porque creo que Inoue lograra redimir mi pecado. La muerte de este mundo es a causa mía, es por mí que todo se desmorona. Elijo morir, solamente para que esa vida que renació del Nidana (3) sea feliz. Perdóname, por ser egoísta —le dijo a la joven mujer.

Le temblaron los labios a Riruka, sus ojos los sintió arenosos, pero supo que no debía decir nada más. Al igual que Unohana, él estaba listo para morir. No era nadie, para intentar hacerlo cambiar de opinión.

—Me iré entonces —murmuró entrecortadamente.

—No, permanece —musitó cerrando lentamente sus ojos—. Percibieron que abrí las puertas y ahora observan. Renji está afuera —le dijo.

Riruka entró una vez más a la avecilla y el pequeño animal una vez más tuvo vida. Extendió las alas y voló hasta el techo, se posó en un rincón oscuro y apartado, estaba segura que ahí nadie la vería. Byakuya se mantuvo en total silencio, esperando a que llegasen para llevarlo a la alejada cascada para el misogi. Sabía que faltaba poco y su corazón comenzó a latir con rapidez. Fue entonces que percibió el delicado roce en su mejilla, casi por un instante percibió la misma delicadeza con la que Hisana lo acariciaba. Esperanzado abrió sus ojos, más la mariposa responsable del amable gesto se perdió entre los incontables insectos que volaban alrededor suyo. Los mismos que él veía desde aquel día. No, no solo él… Orihime también podía ver el mundo tal como él lo hacía. Así, como la misma tierra se hacía trizas.

Torre de Babel

La casa Shiba restaurada a su antigua gloria se alzaba en lo alto de la colina más alta del Junrinan, aún con sus inconfundibles dos brazos que daban la bienvenida a extraños y conocidos. Sabía bien que ya no podía postergar más la visita, era tiempo de hacerle frente a su familia. Pudo haber usado shunpo para llegar en un instante y aun así, prefirió recorrer el camino a paso lento, disfrutando de la brisa del viento, del olor del campo, del ruido de los insectos y de la maravilla visión que el cielo le regalaba. Habían tantas estrellas y tanto que admirar que se sintió demasiado pequeño e insignificante en el mundo. Y por un instante, por solo un segundo, se sintió como en los viejos tiempos.

No había nadie en la entrada, sin embargo, las grandes puertas estaban abiertas. Dudoso dio un paso al interior perfectamente iluminado. La mansión ahora no se ocultaba bajo tierra, sino más bien ocupaba un área casi tan grande como la misma mansión Kuchiki. Salvo que no había un estanque de peces koi, más bien el viejo tronco de un árbol quemado. Alrededor suyo lo rodeaban hierbajos y en algunas partes pudo ver diminutas flores blancas salvajes. Seguramente en sus mejores tiempos, había sido un árbol hermoso y ahora, sencillamente agonizaba.

Alguien estaba junto al tronco, unos ojos demasiado familiares voltearon hacia él.

Tan solo, se miraron en silencio, por un muy largo tiempo.

—Tardaste demasiado —le dijo al sentarse en el pasto y recargó su espalda en el tronco.

—… Lo siento —fue lo único que dijo al llegar a su lado—, estaba un poco ocupado.

—¡Excusas! —Terció su padre.

Ichigo se sentó a su lado, guardando una considerable distancia. Como si existiese una barrera que los obligase a esa separación entre padre e hijo. Tal parecía que las palabras desde había tiempo se habían perdido. Isshin parecía demasiado cansado, tenía bastante canas en su cabellera y barba. Sus ojos estaban hundidos y unas muy visibles ojeras pudieron verse en su rostro. El Capitán estaba tenso, y por un momento se preguntó si el mayor de sus hijos ya sabría sobre el oscuro secreto oculto en el Nido del Gusano. «No» se dijo a sí mismo, él no lo sabía. De otra forma no permitiría que lo que sucedía bajo esa cueva se llevase a cabo, Isshin no había criado a ese tipo de hijo.

—Se han adaptado bien a esta vida —le dijo Ichigo a su padre.

Por un instante, Isshin dudo de que las palabras de su hijo fuesen honestas—. No es fácil el vivir aquí, en este mundo de reglas tan estrictas. Yuzu-chan es la que más fácilmente se ha adaptado, pero Karin-chan…

—… ¡Ellas deberían de llevar una vida humana y normal, como cualquier otra! —Ese resentimiento salió a flote, Ichigo no podía guardárselo por más tiempo— ¡Justo ahora deberían de ser madres, no un par de jóvenes adolescentes!

—¡Cállate! —Gritó Isshin apaciguando aquel falso reclamo y se puso rápidamente de pie—. ¿¡Tú qué sabes de una vida ordinaria Ichigo?! ¿¡Qué es lo que sabes de esta enamorado?! ¿¡De entregarte por esa persona?! ¿¡De tener hijos!? —Le espetó con tal dureza, que avergonzado el joven solo pudo bajar su cabeza— ¡No sabes nada! —Le reprochó, de pronto lo vio mover sus labios, pero no pudo escuchar nada de lo que dijo— ¿¡Qué estás diciendo?! —Lo apremió a que tuviese el valor de hablarle.

—¡Nos mentiste toda la vida! —Chilló alzando el rostro y vio a sus ojos.

—¡Hice lo mejor para protegerlos!

—¡No es verdad! —Él también se levantó y ambos quedaron a la misma altura—. ¡Al único que protegías era a ti mismo y encima de todo te has atrevido a negar a mamá…!

Fue lo último que pudo pronunciar, ya que una bofetada dada con tal fuerza lo derribó en el acto. Su espalda se golpeó contra el viejo tronco. Un extraño sentimiento invadió por completo a Ichigo. Una sensación que hasta ese día jamás había experimentado, por primera vez se sintió profundamente arrepentido de sus duras palabras. Era cierto, él no era nadie para juzgar las decisiones de su padre.

—¡Eres realmente tan ingenuo, Ichigo? ¿Crees que realmente Oshō confía en ti? —En sus preguntas habían más dudas que severidad— ¿Dime si no has soñado con el trono? —Perfectamente pudo ver como los ojos marrones se abrían grandemente—… Yuzu-chan no para de decirlo.

—… ¡Papá!

—Yo no soy un Quincy, Ichigo. La sangre de Yhwach no corre por mis venas —mostró sus brazos—. Se perfectamente bien que Karin-chan también sueña con ese objeto, pero hasta hoy no ha tenido la confianza para decírmelo. Tu hermana ha entrado a la academia —le dijo.

—No se lo permitas, por favor —susurró con el corazón palpitante.

—Karin-chan no está hoy en la mansión —volteó hacia la enorme casa—, ahora mismo duerme en Shinōreijutsuin (4)

—¡Eres su padre, puedes ordenarle que se salga! —Ichigo pidió apremiante.

Isshin pareció meditar un poco sus palabras—. No lo haré —le dijo—. Como su padre, tengo miedo que salga herida, pero… ¿quién la protegerá cuando me haya ido? —Declaró el Capitán—. Ichigo, yo no seré eterno, algún día dejaré este mundo y tus hermanas quedaran desprotegidas. No puedo pedirle a Ganju-kun que tome esa responsabilidad, sería completamente egoísta de mi parte. Pero al final, ellas no me preocupan. Sé que cual sea la decisión que ambas tomen, estarán bien. El que realmente me inquieta, eres tú —lo señalo con su índice—. Los ojos de Oshō están sobre ti, eres más un prisionero que un guerrero para él —sabiendo bien que sus palabras eran ciertas, el joven volvió a bajar la cabeza—. Anda, pregúntalo… —le incitó a hacerlo.

Faltaba poco para el amanecer, los primeros rayos del sol comenzaron a verses tras la colina y poco a poco el cielo iba aclarándose.

—¿Amaste a mamá?

Una tenue y sincera sonrisa apareció en sus labios—. Más que a mi vida, Ichigo. Amé cada fragmento de ella, cada gesto, cada palabra, cada… cada… —se agachó y lentamente le levantó el rostro— a ustedes —terminó por decir al colocar su pesado brazo en el hombro de su hijo—. Ustedes han sido el más grande tesoro que Masaki me dejó —y suspiró—. Cuando Oshō te ofreció ir con él al Palacio Real, lo supiste desde un inicio ¿cierto? No fuiste como un soldado, sino como un prisionero.

—Él lo sabe —respondió Ichigo temblando.

—Ichibē está al corriente, de que en tus venas corre la sangre Quincy, sabe que tarde o temprano uno de ustedes tres intentará asesinar al Rey —desvió su atención a la mansión e Ichigo lo imitó—. El odio de Yhwach es algo que corre por sus venas, no es algo que puedas ocultar.

Cierta memoria suya regresó a su mente, aquel viejo recuerdo de cuando su cuerpo se movió libremente y atacó la coraza del Rey de la Sociedad de Almas. Fue algo que sucedió, que no lo planeó y aun así no pudo detenerse cuando…

—Él me espía —le dijo a su padre.

Isshin suspiró—. Tiene ojos en todas partes, no puedes confiar en nadie, ni allá arriba —señaló el cielo—, ni aquí abajo —exclamó punteando el horizonte.

...

—¿Estás enfadado conmigo, por haberme ido? —Ichigo dijo.

—¡Que pregunta tan más absurda! —Exclamó llenando profundamente sus pulmones y volvió a sentarse, pero esta vez frente al mayor de sus hijos—. Tenía miedo de que mis ojos no pudiesen volverte a ver, que la siguiente vez que escuchase de ti, fuese a raíz de que hubieses muerto.

—… ¿Por qué renunciaste al apellido de mamá?

Isshin dudo un poco, antes de responder—. Porque todos en el Seireitei, creen que el último Quincy murió hace mucho tiempo. Y la mayor parte no sabe que mis hijos, son también hijos de ese hombre —respondió.

—Bienvenido, onii-chan —la suave y gentil voz de Yuzu se dejó escuchar.

Las palabras del dios de las aguas termales resultaron ciertas. Su pequeña hermana era ahora una joven adolescente hermosa, frágil y delicada. Lucía como una versión mucho más joven de los recuerdos que tenía de su propia madre. Salvo que sus facciones eran mucho más delicadas y su cabellera era sumamente abundante, la llevaba suelta y brillaba bellamente con los rayos del sol. Extendió su pequeña mano hacia su hermano.

—Yuzu… —Ichigo susurro.

Estaba tan concentrado en su padre que no la percibió en lo absoluto, no sintió como se fue acercando a ellos. Sin embargo, para Isshin aquella sensación solo era un peligroso preludio. Su querida hija, había heredado seguramente el más horrible de los dones Quincys.

—Luces bien, onii-chan —respondió cuando su hermano sujetó su mano y ayudado por esta él se levantó—. Hacen mucho escándalo —les dio una leve reprimenda—, nos han despertado a todos.

Juntos los dos hombres voltearon hacia la mansión y ahí pudieron ver a todos aún con sus ropas de dormir. Kūkaku, Ganju, Koganehiko y Shiroganehiko también estaban ahí. Al igual que el resto de la pandilla del más joven de los Shiba. Incluso el tonto jabalí les hacía compañía. Las viejas memorias llegaron a su mente, de los días donde todo parecía posible. Un nudo en su garganta se formó de inmediato en la garganta de Ichigo.

—Lo sentimos —padre e hijo dijeron al unísono.

—Le he mandado un mensaje a Karin-chan, deberá de llegar en más o menos media hora —les informó—. El desayuno estará listo para entonces, onii-chan —Yuzu comenzó su lento camino a la mansión, ella misma se haría cargo de preparar los alimentos de ese día.

Isshin se preguntó si su hijo lo habría sentido, aquella extraña sensación de incomodidad en su piel. Más lo percibió tan sereno y tranquilo que fue toda la respuesta que necesito. No necesitaba abrumar más a su hijo, con lo que ya cargaba era más que suficiente. Él mismo se encargaría de proteger a Yuzu, sí eso haría.

Torre de Babel

Las sjoji le fueron abiertas, mientras ingresaba por el pasillo vestido completamente del blanco más puro que se pudo confeccionar. Todos los sirvientes habían sido retirados al ala sur de la Mansión y se les había prohibido salir de esta. Las puertas del Clan Kuchiki estaban completamente cerradas. Acérrimamente custodiadas por el ejército familiar. Solo a la rama secundaria le fue permitida su presencia. Había una larga fila de ancianos que lo reverenciaban, sus frentes apuntaban al suelo. Los pasos de Byakuya eran lentos, por primera vez en su vida no tenía prisa por llegar al hermoso jardín que tanto habían amado él y Hisana.

Se detuvo por solo un momento, para grabar la memoria del entrañable jardín. Un lago central donde por años habitaron carpas y koi de diferentes tonos de rojo y blanco. Las garzas que tan a gusto volaban para su deleite ahora no estaban. Ni siquiera escuchó el suave bamboleó del bambú al llenarse de agua y golpear acérrimamente la vieja y gatada roca. Las linternas tampoco estaban, ni el agua que el lago debería tener. El verde de los árboles también le pareció distinto, amarilloso, casi seco sin vida alguna. No se parecía ese lugar al que tanto recordaba.

Byakuya caminó hasta la orilla del lago, en el piso del estanque un enorme hueco resalto en el medio de este y por ese mismo lugar el agua fue drenada. Al acercarse, pudo ver claramente una monumental roca marcada con el símbolo de la Familia Real, la misma que había sido retirada. Una vez más miro hacia el cielo.

Comenzó a descender por aquel hueco que escondía una enorme escalera que bajaba directamente en diagonal. Justo debajo del lago superior, había otro gran lago mucho más extenso y profundo. El agua de ahí era fría, demasiado y le llegaba un poco más arriba de su cintura. La única luz que se filtraba, era la que llegaba del exterior y que se mostraba por el hueco por donde había descendido.

Y ahí lo vio, en el rincón más apartado y oscuro, el tronco de un árbol.

Las raíces rodeaban por completo el agua del lago y el imponente tronco se alzaba por lo alto de esa enorme cueva de más de cuarenta metros de alto, pero ¿dónde quedaba la espesura del árbol?

Una enorme y gruesísima soga cubierta de varios sellos rodeaban al tronco. Su paso se hizo cada vez más desosegado, como si quisiese extender un poco más aquella insufrible agonía. Cuando finalmente se encontró frente a frente con la cuerda, sujeto lentamente el último papel que ahí había sido puesto. Perfectamente pudo reconocer la caligrafía del hombre que lo había criado.

—Abuelo…

Cerró sus ojos una vez más y cuando los abrió, las volvió a ver. A esas mariposas doradas que revoloteaban en esa cueva. Tal era su brillo que lo deslumbraba. Se suponía que muy poco luz se debería filtrar, ya que la única que debería llegar vendría del hueco en la superficie. Pero para él, la luminosidad era enceguecedora. Cientos de millones de diminutos insectos volaban por todo el lugar y muchas de ellas salían presurosas por el único lugar por el cual podían salir. Byakuya no colocó su nombre en la cuerda —a pesar de que llevaba el papel consigo—, tan solo acercó su mano a la resquebrajadura que él mismo hizo, hacía diecisiete años.

—Aquí y ahora, voy a cometer otro pecado más…

De un rápido movimiento del interior de su blanca ropa, extrajo una bella cuchilla finamente tallada del único hueso que había quedado de su padre —y que su abuelo le había entregado poco antes de realizar la misma ceremonia que él mismo estaba haciendo— y la enterró en el hueco por donde salían los insectos. De pronto todo se detuvo, el eco, el sonido, el viento… El agua, antes inerte pareció cobrar vida y se arremolino alrededor de Byakuya. Las mariposas volaron en su dirección, dispuestas a devorarlo, tal y como lo habían hecho con cada uno de los previos miembros del Clan Kuchiki.

Y espero su muerte… así como la muerte del mundo…

—No mueras… —alguien más dijo—. Por favor, no mueras —escuchó el llanto de un niño.

Torre de Babel

—Y entonces, Takako-san se fugó con Kuriyama-san. ¡Puedes creerlo, se escapó con el mejor amigo de su novio! —Le chilló por el transmisor al shinigami tras la línea— ¡Todavía no puedo creer el final de la serie —se quejó de que ya no podría ver más nuevos capítulos de su dorama favorito.

Solo habían dos personas más en la habitación de monitoreo en el Seireitei, en el ala cinco de la Duodécima División, en el piso treinta y siete. Un hombre y una mujer de bajo rango en el laboratorio. Los cuales tenían la aburrida tarea —según sus palabras— de estar al continuo sigilo de un preso fuera de la Sociedad de Almas. Los oficiales Riko y Aragaki llevaban en esa labor los últimos dos años. Lo único que tenían que hacer era monitorear ese lugar por doce horas continuas —justo en ese momento se encontraban en el cambio de turno—, al individuo que era celosamente vigilado.

—Idiota —murmuro Aragaki, mientras hojeaba una revista pasada de moda.

El hombre de apellido Riko cubrió el micrófono con el cual se estaba comunicando con shinigami en el mundo humano—. Vamos, dale un respiro a Ueto-san. Es el único que vigila ese punto sin ayuda de nadie, sabes que no tiene permitido alejarse más de cincuenta metros de ese lugar. Si el pobre se pone a contar una tonta historia ¿quiénes somos para juzgarlo, Agaraki-san? Pero, ¿creí que lo odiaba? —Riko volvió al tema del dorama con esa última pregunta.

—¡Eso fue lo mejor! ¡El final más abrupto que cualquiera pudo imaginar! —Comentó el shinigami apostado en la entrada de la prisión de Fuchu.

Era un día inusualmente peculiar. Ueto llevaba más de quince años vigilando a ese único prisionero. Un singular hombre que había cometido una serie de horribles asesinatos y que continuaba aguardando la ejecución de su condena. De haber prestado la debida atención, ese shinigami se habría percatado de que ese día de visitas no era ni tan siquiera cercano a cómo eran los otros. Habría advertido la falta de movimiento en el aire, así como la falta de todo sonido en el mundo. También de aquel único autobús que se acercó. Así como de la curiosa pasajera que descendió y que en su andar comenzó a triturar y a dispersar varias tabletas por todo el sitio por donde caminaba. Sin embargo, el hombre continuaba hablando de la serie de televisión.

—¡Oh, espera…! —Comenzó a buscar con desespero los binoculares entre la montaña de basura que había a su alrededor y con ellos enfocó a la mujer que caminaba con ese hermoso vestido blanco y que iba directamente a la entrada de la prisión de Fucho—. Riko-kun, acabo de ver un ángel que ha descendido del cielo y creo… que me he enamorado.

Los binoculares eran un equipo especial, que le habían sido entregados por los miembros responsables del laboratorio de la Duodécima División. Y que se suponía que solamente debía de utilizarlos para casos excepcionales, ya que estaban directamente conectados con el equipo de monitoreo, así como el equipo de investigación del Capitán Kurotsuchi. La primera en alterarse fue Aragaki, arrojó la revista al suelo y le quitó el micrófono a su compañero.

—¡Maldición, Ueta deja de verla! ¡Nos meterás en un lío! —Grito enfurecida y en su enojo, golpeó la espalda de su compañero.

Ueda no apartaba el enfoque en la mujer que había alzado su rostro para que pudieran verla. Era casi como si eso realmente fuese su deseo. Que todos la vieran. Agaraki tuvo que reconocer con verdad, era hermosa. Tan bella que parecía irreal.

Y el caos inició.

La alarma general se activó de inmediato, el novedoso sistema que Kurotsuchi diseño reconoció en un par de segundos el rosto de la mujer que todos ahora en la Duodécima División observaban. Esa persona, que el Capitán había estado buscando tan celosamente durante los últimos quince años, se dejaba ver. Justo en el último lugar donde alguien habría supuesto que iría.

—¡Imposible! —Murmuraron los oficiales en la sala de monitoreo.

—¡Ueto-san…! —Grito Agaraki, pero de pronto la imagen que los binoculares proyectaron desapareció—. ¿Ueto-san?

«Inoue Orihime» era el nombre que acababa de aparecer en la pantalla.

Las alarmas en todo el Seireitei se activaron. Capitanes y Tenientes fueron llamados a la Sala de Guerra de la Primera División.

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La policía en la prisión lucía confusa. La hermosa mujer tarareaba una vieja cancioncilla mientras esperaba que su bolso fuese revisado. No parecía en lo absoluto inconforme, sino más bien disfrutaba de la situación entera. Dentro de su bolso lo único que los hombres registraron, fue un labial rosado, un libro sin texto en alguna de sus páginas, una polvera de maquillaje y tubo de pastillas que consideraron que eran para el mal aliento. Era lo único que llevaba la visita del prisionero.

—Nombre por favor —solicitó el oficial listo para ingresar su nombre en la pantalla del ordenador y cotejar su información.

—Inoue Orihime —respondió cándida con una sonrisa, al tiempo que revisaba la hora en su reloj de pulsera «Diez menos cuarto» se dijo.

Fue llevada por el oficial en turno al área de visitas y espero por la llegada de su querido y viejo amigo. Cuando el moreno llegó, no pudo más que esbozar una sonrisa al verlo. Es decir, él… lucía diferente a como lo recordaba. Su cabellera era ligeramente canosa y tenía unas enormes bolsas bajo sus ojos, su piel lucía mucho más encurtida, como si le hiciese falta el uso de la crema. Sus manos se miraban ásperas, callosas, seguramente producto del ardua trabajo al que era sometido día a día en la prisión.

—Sado-kun —Orihime exalto gustosa cuando él se sentó frente a ella.

El mismo oficial que la había escoltado, permaneció custodiando la puerta observando en todo momento el interior de la sala, donde los viejos amigos se encontraban. El moreno solo se limitó a observarla.

—…

—Justo la semana pasada acabo el manga que tanto te gustaba, Hiddan… —Ella decía y el atezado continuaba atento, pero en completo silencio.

El moreno alzó sus brazos—. No me lo cuentes, por favor Inoue. Mañana me llegará el tomo —le explico para sorpresa de todos quienes miraban, ya que los últimos años el moreno se había mantenido en un estoico silencio.

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Los Capitanes ya estaba reunidos, así como Yoruichi —a excepción de Renji, e Ichigo también se encontraba presente—. Los Tenientes esperaban tras la sala principal, listos por sí eran requeridos. Ahora, el único que faltaba era el Comandante mismo. Estaba molesto, impaciente a punto de replicar algo cuando su padre lo sujeto con fuerza de su hombro y en total silencio le pidió celeridad de su parte. Shunsui llegaba en compañía de Hachiguen y de Tessai a la reunión. Ahora no había una mesa, sino dos largas hileras ocupadas por los presentes. Kyōraku quedó frente a todos, a su lado permanecieron los máximos representantes de la División de Kidō.

—¿Cuántos minutos? —Shunsui preguntó directamente a Mayuri.

—Doce minutos —le respondió—. Acaban de terminar con la revisión y precisamente ahora están sentados, ella habla, pero Yasutora no ha dicho nada aún.

Ichigo era el único que parecía no comprender la gravedad de la situación.

—¿Cuánto le llevará a la División de Kidō el estar lista Comandante Tsukabishi? —Kyōraku indagó.

—Ya estamos listos —respondió el hombre de oscuras gafas.

Por un momento la atención entera se centró en el Comandante del Gotei—. ¿Qué hay de la ceremonia Ukitake?

El hombre de blanquecina cabellera respondió—. Comenzará dentro de poco, ellos no se retasarán por este contratiempo.

Más de uno volteó hacia Ukitake, "ceremonia" nadie sabía que fuese a llevarse una. Hasta que repararon en un detalle, el líder de la Sexta División no estaba presente. Aun así, su Teniente se encontraba afuera, por si acaso se le necesitaba.

—Inoue Orihime acaba de llegar a la Prisión de Fuchu —Kyōraku dijo de pronto, paseándose por la larga fila de Capitanes reunidos y para el asombro de más de uno—. No sabes nada, ¿cierto? —Preguntó el hombre deteniéndose al frente de Ichigo— ¿Oshō no te dijo nada? —Pareció bastante sorprendido del hecho—. Dejaré que tu padre te cuente los pormenores de la situación, una vez que la tengamos controlada —le dijo—. Te permitiré el estar aquí, pero en esto, no tendrás ni voz ni voto —aclaró tajantemente—. Mi decisión será irrevocable.

Kurotsuchi dejó caer una esfera al suelo, cuando el objeto dejó de girar proyecto una imagen en el centro de la Sala de Guerra. Eran Sado y Orihime.

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—¿Mañana? —Ella preguntó.

—Sí, mañana —confirmó bastante serio.

Orihime sacó el libro y lo colocó sobre la mesa que los separaba. El oficial miraba atento, así como los ojos del Seiretei. Ella lo abrió y en la primera página se pudo ver claramente que no estaba en blanco. Había texto en su primera hoja y ahora, el libro lucía viejo y gastado.

—Giselle Gewelle, Meninas McAllon, Liltotto Lamperd, Bazz-B… —leía los nombres escritos en la primera hoja, luego le dio la vuelta para continuar con la lectura— Anita Otto, Rebeca Braun, Sonja Alexander, Gustav Unger, Sebatian Tappe…

En el Seiretei escuchaban atentos los últimos nombres dichos, eran unos cuantos de los que Sado había asesinado y la razón por la cual se encontraba preso en Fuchu.

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—¡¿Pero?! —Soltó de pronto Ichigo.

—¡Recuérdalo! —Kyōraku alzó su voz con la clara intención de dejarse oír.

Los Capitanes presentes también recordaron esos nombres. Eran los hombres, mujeres y niños a los que Yasutora había asesinado en el pasado. Sin una razón aparente, sin motivo alguno y nunca dio explicaciones. Desde aquel día, había permanecido en total silencio. No siendo nadie capaz de oír la razón de sus actos.

—Ichigo —su padre se le acercó—, Sado-kun ha estado en la prisión de Fuchu desde hace quince años. Luego de que te fuiste, él asesino a mucha gente y Orihime-chan… —apretó con fuerza su hombro— es la responsable directa de la desaparición de la Teniente Kurotsuchi y del Tercer Oficial Akon —le dijo y perfectamente los Capitanes escucharon.

Los puños de Ichigo se cerraron con fuerza. Se suponía, se suponía… que ambos iban a estar bien, que los había dejado para un mejor futuro y ahora… se encontraba con esa escena, que ni en sus más terribles pesadillas se pudo haber imaginado algún día.

—No es tu culpa —Love le dijo al chico—. Ellos tomaron sus propias decisiones.

El insecto espía mostraba la aparente insulsa conversación entre los amigos, en el mundo humano.

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—Hace tiempo que no escuchaba esos nombres —el moreno dijo—. ¿Por qué justo ahora te presentas?

—Ese mañana que tú esperas, no podrá llegar, Sado-kun.

—¿Sabes que todo lo que sucede en esta habitación puede ser perfectamente escuchado y visto por el Seiretei?

—Te has vuelto una persona huraña, Sado-kun —comentó con una suave y torcida sonrisa en su rostro—. Te has puesto viejo.

—Me he vuelto un hombre más sabio, pero tú… luces exactamente igual a aquel día… —murmuró— No has envejecido ni un día.

Ella movió lentamente su cabeza hacia los lados, negando en el proceso—. No, he cambiado mucho en estos años… sin darnos cuenta nos alejamos los unos de los otros. Sin que nos diéramos cuenta, nuestros sueños ahora son otros —alzó su rostro, para que los ojos que la espiaban la vieran claramente—. A veces, me gustaría volver el tiempo hacia atrás, y volver a esa época en que compartimos el sueño, nuestro sueño de luchar siempre juntos —le susurro—. Él está un poco cansado, más de lo que hubiera querido.

—¿Hablaste con Ishida? —Inquirió bastante serio, sabiendo bien que su última oración estuvo dedicada al Quincy.

—Ha llegado el momento, Sado-kun. Está a punto de dejar en nuestras manos el inicio del día prometido.

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—Treinta miembros de la División de Kidō se dirigirán de inmediato a la prisión de Fuchu —Kyōraku dio la orden.

—Hachiguen —Tessai le habló a su subordinado para que dirigiese a los hombres.

—Esta vez, no irá nadie ningún alto mando de la División de Kidō —El Comandante ordenó—. Hace más de cien años perdimos a dos de los mejores —fijo su atención en ambos—, y tardamos mucho en recuperarlos. Uno de ustedes, quizás sea el único que pueda hacerle frente si la situación se agravase.

—¡Permíteme ir! —Ichigo dio un paso al frente.

—No, Ichigo-kun —replicó el hombre al mando—. Cualquiera con un lazo cercano a ellos, no tendrá un buen juicio. Capitán Hirako, Capitán Hitsugaya, ustedes…

—… ¡Inaceptable! —La potente voz de Sui-Fēng se dejó escuchar—. El Capitán Hitsugaya tiene un lazo con ella —exclamó acercándose hacia el Comandante General— él y la Teniente Matsumoto vivieron bajo el techo de Inoue. Por lo que es lógico que exista un vínculo a pesar de los años.

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—El día prometido… —repitió el moreno.

—El arco nuevo casi está listo —Orihime murmuró—. Hecho de su sangre, sudor y lágrimas.

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—Si el Capitán Hitsugaya no puede ir, ¿a quién propone entonces? —Inquirió Shunsui.

—A mí —se señaló bastante segura.

Kyōraku pareció dudar, pero al final, terminó cediendo. Tal vez sus habilidades podrían significar una clara ventaja.

—Capitana Sui-Fēng, Capitán Hirako, vayan de inmediato. Su misión es mantener a Sado-kun en prisión y traer a Orihime-chan con vida al Seireitei. En caso de que se resista… tienen autorización para usar la fuerza necesaria. Tenemos que saber todo lo referente a la mención del nombre de Ishida.

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—¿Qué hay del tiempo detenido? —Yasutora preguntó.

—El tiempo volverá a girar una vez más —respondió consultando el reloj.

—Su tiempo llegará a su final —Sado jugueteó con sus dedos.

—Unohana-san así lo decidió, yo solo respetó su decisión. Todo lo que le ha pasado, ha sido culpa mía —su rostro mostró genuina vergüenza—. Sigo siendo una persona horrible que depende de otros, Sado-kun. Incluso tú, has tenido que pagar por mi error —se lamentó.

El moreno se puso de pie y sostuvo su mirada con ella por algunos segundos.

—Desde aquel día, yo tomé mi decisión Inoue. Y mi respuesta sigue siendo la misma. Seré el peón que se sacrificará para que la torre pueda proteger a la reina.

Y no hubo más palabras, salvo una sencilla sonrisa enmarcada en los labios de Orihime. Y por primera vez, Sado pudo sentir toda la belleza que la joven explayaba a su alrededor. En ese momento, ambos perfectamente percibieron el inmensurable poder que de pronto rodeó la prisión. Sado la miro con aprehensión, dudoso de dejarla ir sola a su encuentro. Para sorpresa de todos, ella se acercó hacía el moreno y le dio un pequeño beso en la mejilla, no sin antes susurrarle algo que nadie en el Seireitei pudo escuchar.

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El sonido de las aves se había detenido, el aire parecía no circular por los alrededores y ella era la única persona que caminaba por el estacionamiento. Un poderoso reiatsu se dejó percibir, aun así, Orihime caminó como si no hubiese algo que se lo impidiese. Hirako recargaba su cuerpo contra un vehículo estacionado, mientras se entretenía con una revista —posiblemente sacada del escondrijo de Ueta—. En cuanto la tuvo más de cerca, apartó los ojos de la publicación y la fijo en ella.

Eran ciertas las palabras de Sado.

Orihime lucía exactamente igual a como él la recordaba, desde la última vez que la había visto; poco antes de que ella desapareciera. Era imposible para un ser humano el mantenerse con esa juventud, el proceso natural obligaba a envejecer. Pero en ella, ni una sola arruga pudo ver en su piel tersa. La mujer no lucía mayor de veinticuatro años y sin embargo, él sabía que ella estaba cerca de los cuarenta años. Sus sentidos le advertían que debía de estar atento a cualquier señal que ella emanase. Alzó su vista un poco más tranquilo con los soldados expertos en kidō que Tessai envío.

—Podemos hacer esto por lo fácil o difícil, Orihime-chan. Eso lo dejo a tu elección —Hirako dio unos cuantos pasos al frente—. Pero antes dime, ¿dónde está Ueta?

—…

—Bien, bien —Shinji rascó su cabeza y de pronto, su amabilidad se esfumó— ¿Lo has matado? —Espetó el hombre.

—Es una pregunta absurda, Shinji-kun —Orihime sacó la polvera de su bolso y retocó el maquillaje de su rostro.

La sordina respuesta lo irritó mucho más de lo que imaginó—. ¡Maldición, Orihime-chan! ¡Este juego termina aquí y ahora! —Tentativamente comenzó a llevar su zanpakutō. Pero, por inercia llevó su mirada hacia arriba, al lugar donde se encontraba el insecto espía.

—¿Nos está viendo, Hirako-kun? —La dulce voz de Orihime le hizo desviar su atención del insecto y en su defecto, la enfocó directamente en ella—. También nos escucha, ¿cierto? Él cuya presencia lo está en todo… —y suspiró como si intentase aclarar su mente— Antes me has preguntado si esto sería a mi modo o al tuyo, pero antes, permíteme hacerte una sola pregunta… ¿No es irónico como personas como nosotros seamos lo más parecido a Dios, Oshō-tono? Retsu-san ¿no se los dijo?

—¿Cóm…?

Una traición donde menos lo esperó. El rubio solo fue capaz de dar un solo paso al frente, tan solo para ver en su caída como Sui-Fēng sostenía su pulmón izquierdo entre sus manos. Y luego, con total facilidad lo trozó en dos fragmentos. Estaba en shock, sin dar crédito a lo que acababa de suceder. Comenzó a toser sangre y de su pecho, el líquido carmín fluyó lánguidamente. Agonizaba… moría, y él lo sabía.

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—Vaya, vaya… Todo fue un ardid muy bien planeado —Shunsui terció arrugando sus labios y pronunció muy fríamente sus palabras, ante una amenaza que nadie fue capaz de escuchar.

De un rápido shunpo, tanto Yoruichi como Ichigo desaparecieron. Rose, Love y Kensei también daban rápidos pasos hacia las puertas del Senkaimon, irían a ayudar a su viejo amigo. En ese punto, todos comprendían que la ayuda de más no sería innecesaria. De pronto, un sonoro sonido como el lamento de un moribundo se dejó escuchar por todo el Seireitei, una extraña sensación que puso la piel de gallina a todo aquel que vivía en ese mundo. Kyōraku apretó con fuerza sus puños, aquello no fue para nada una coincidencia, era un hecho muy bien planeado. Demasiado, para su propio gusto.

—Por el momento, es imposible acceder al mundo humano —Shunsui le dijo a los tres Capitanes.

De inmediato detuvieron sus pasos, y solo Kensei habló.

—¿Por qué? —Terció con furia.

—Hitobashira —Respondió el Comandante.

—¿Dónde está el Capitán de la Sexta Escuadra? —Kempachi inquirió.

—… —Shunsui, fue incapaz de responder esa simple pregunta.

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Un poderoso ataque proveniente de los miembros del cuerpo de kidō se dirigía en dirección a Orihime, más este poder desapareció en el aire. O al menos, esa impresión generó a quienes miraban.

—El mar se convierte en nubes, las nubes se convierten en lluvia, la lluvia en niebla, todas las cosas que tienen forma, se desvanecen, al final de nuestra alegría, lanzamos la copa al suelo —Ella recitó.

Una presión espiritual emanó en un solo instante, lo suficientemente fuerte que derribó la barrera que había sido creada, así como el hechizo que había sido lanzado contra su persona. Ese poder, fue capaz de mandar a esa treintena de hombres al suelo, todos ellos inconscientes al no ser capaces de soportar la fuerte presión espiritual. Orihime comenzó a acercarse lentamente hacia donde Shinji estaba y la que pareció una simple polvera, en realidad era uno de los viejos medallones Quincy que muy bien conocían en el Seireitei.

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Las máquinas en el laboratorio de la Doceava División enloquecieron de inmediato, incapaces de registrar la desmedida energía que emanaban del mundo humano. Aun así, el reiatsu pudo ser fácilmente identificado, sin error alguno.

—¡Enlácenme de inmediato con el Capitán? —Torue gritó.

Kurotsuchi recibió la información a través de un comunicador que tenía instalado en sus oídos.

—Esa presión de energía espiritual que acabado de ver —comentó a decir en voz alta—, no le pertenece a ella, sino a la Capitana Unohana Retsu —exclamó.

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Con ese poder espiritual en el aire y con la herida que tenía, le costaba respirar más que antes. No era ningún tonto, comprendió muy bien que se estaba desangrando. Aquí tenía dos opciones, atacarla con lo que le quedaba de energía, o detener la hemorragia. Incluso Sui-Fēng debió arrodillarse debido a la enérgica presión espiritual. Solo Orihime parecía ajena a la situación. Lentamente a medida que se acercaba hacia el rubio, el poder lentamente fue desvaneciéndose.

—¿De verdad pensaron que vendría a este lugar sin un plan? —Pregunto con cierta burla que irritó al rubio—. Este día, no… este encuentro fue planeado desde hace mucho tiempo. Aun así —fijo su atención en la Capitana—, hay cosas que no me esperaba.

Shinji sonrió para sus adentros—. No te preocupes, vendrán muy pronto por ti y este tonto juego habrá terminado —escupió furioso.

—Hitobashira —Orihime respondió.

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A la propia sorpresa de Kyōraku, Orihime pronunció la última palabra que hubiese querido escuchar salir de sus labios. Entonces, lo comprendió de inmediato, ella sabía la verdad del mundo. El secreto que Oshō había guardado durante tantos milenios.

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—El día de hoy no me vieron porque ustedes me hayan encontrado, sino porque yo lo he querido —le dijo al rubio—. Desde siempre he caminado ante sus ojos, pero ustedes han sido incapaces de verme.

—¡Y qué se supone que eres!, ¿un Dios falso como Yhwach? —Tiempo, todo lo que necesitaba era un poco de tiempo para que la ayuda llegase.

—Es verdad, sería muy malo que aun hubiesen más Quincys por ahí, además de Uryū-kun ¿No es verdad?, aquellos que nacieron con la voluntad de Dios, para destruirlo o… para salvarlo

—¡Esa maldita estirpe no llegó al mundo para salvarlo!

Con la fuerza que le quedaba, Shinji arremetió de inmediato contra Orihime. Un ataque directo, sería más que suficiente para acabarla. Sin embargo, fue incapaz de llegar a ella, su poder, su valor flaqueó en un solo instante y en el tiempo que tarda un solo parpadeo… pudo verlo todo. Esa fulgurante estala de luz que la rodeaba. El incesante baile de cientos de miles de mariposas doradas, que a los incautos ojos parecerían simples pétalos al son del viento. Y esta vez, su cuerpo fue atravesado por una espada, sus rodillas golpearon fuertemente el pavimento y así quedo; medio erguido para la consternación de quienes miraban en el Seireitei.

—«Es extraño» —Se dijo a sí mismo Hirako —«No siento dolor alguno, ¿esto es la muerte?»

Comenzó a escuchar algunos pasos lánguidos que se acercaban hacía él. Una ligera sonrisa apareció en su rostro. Ese día, esa mañana nunca se habría imaginado que moriría y mucho menos que sería por culpa de ella. De haberlo sabido, habría hecho las cosas de forma distinta en los pasados años. Habría dejado atrás su odio por Aizen, habría hecho más amigos, habría reído más, llorado más… Habría, habría tenido el valor para decirle que la amaba. De pronto el escudo de Orihime lo envolvió por completo, aturdiendo por completo el raciocinio de Hirako; más solo fue rodeado, no sucedió nada más.

—¡Los seguirán hasta su muerte! —Sentenció el rubio.

—No, Shiji-kun… No permitiré que nadie muera, al menos no este día —ella le respondió.

—Incluso la has condenado a ella —exclamó refiriéndose a Sui-Fēng—. ¿Crees que Yoruichi podrá perdonarte un día?

—Confiar en tus amigos y perdonar sus fallos... esos sentimientos han desaparecido de nuestros corazones. Pero a diferencia suya, yo estoy dispuesta a cargar con el peso de mis decisiones y sé, que llegará el día en el que seré juzgada.

—¡Has matado!

—Yo no he cometido ese pecado aun, Shinji-kun —explayó y ante los ojos del rubio se apareció una de las últimas personas que hubiese querido ver. Hasta que el día prometido llegue, solo iré hacia delante sin mirar atrás —le dijo al rubio.

—Akon… —murmuró Hirako.

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En el Seireitei, en la Sala de Guerra y en el laboratorio —los del departamento de investigación observaban los acontecimientos en tiempo real de lo que pasaba en el mundo humano—, no pudieron salir de su asombro. El Tercer Oficial Akon estaba vivo y en donde menos lo pudieron imaginar.

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—He terminado —Akon le dijo a Orihime.

—¡Onii-san! —Así le llamó Sui-Fēng al hombre que llegaba en compañía del antiguo oficial.

—No… no puede ser —exclamó con un hilo de voz al reconocer perfectamente su rostro, y comprendió bien el significado de la espada en su pecho— ¡Tu… tu eres Tsukishima!

—Te has portado bien, querida imouto —le regalo una suave caricia contra su mejilla—. Mira nada más como está tu mano —exclamó al percibir la sangre aun fresca y comenzó a limpiársela con un pañuelo que traía consigo—. No te he dicho siempre, que las niñas bonitas no se ensucian —Tsukishima le sonrió.

—¡La has corrompido! —Shinji le grito.

—¡No te atrevas a…! —Sui-Fēng salió a defender a Tsukishima.

Shūkurō se colocó delante de ella—. A veces, la ignorancia es una bendición —estiró la mano y la espada que seguía fija en el pecho de Hirako abandonó su cuerpo y ante la sorpresa del rubio se convirtió en un simple separador de libro—. Hasta nunca, Capitán —tanto él como Sui-Fēng pasaron a su lado, tomados de la mano. Seguidos de Akon.

—Sōten kisshun —murmuró.

—Le has puesto una piedra muy grande a Ichigo —le dijo en cuanto tres pétalos comenzaron lentamente a brillar. La sorpresa en el rostro de Orihime fue algo muy evidente en Hirako—. ¿No lo sabías? —Su haori antes blanco, estaba casi empapado de su propia sangre—. No le has dejado otra opción más que el asesinarte —de pronto su rostro se volvió muy serio—. ¿Crees que él no lo haría ahora que le ha jurado lealtad al Rey de la Sociedad de Almas?

—… —Ella solamente se levantó y miró hacia arriba, al lugar en donde estaba el insecto—. Supongo, que esto es a lo que llaman "destino" —exclamó— Supongo que este es tu verdadero deseo.

—… —La sangre comenzó a fluir de la boca del rubio—. ¿Curarás mi herida y luego qué? Estando tú aquí sola, nadie podrá protegerte.

—No necesito que nadie cuide de mí, Shinji-kun. Para cuando el Seireitei llegué aquí, yo ya me habré ido. Desapareceré de este mundo, hasta que el día prometido se presente —lentamente sōten kisshun comenzó a emanar su poder en torno al blondo, no solamente sanó su cuerpo. Sino que fue mucho más atrás… a un día que Hirako bien podía recordar y un desgarrador grito se escuchó— Porqué yo seré el menor de sus problemas.

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Asqueado Rose llevó sus manos a sus labios, cuando comenzó a ver como esa masa blanca salía de la boca de Hirako y su grito se mezclaba con su agonía. Nadie podía hacer nada más que mirar como poco a poco su alma comenzaba a ser devorada una vez más por ese hollow que ya hacía mucho había domado.

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—Te diré un pequeño secreto, Shinji-kun, ahora que aun puedes comprenderme… El sōten kisshun, no es una técnica de curación, sino de negación. Aquello que es envuelto por sus pétalos son devueltos al origen. Me entiendes ahora, no estoy sanando tu cuerpo, sino que lo estoy llevando a ese día.

Hirako estiraba sus manos hacia ella, sintiendo como su cuerpo era partido en dos. Apreciando un terrible dolor que creyó que jamás volvería a experimentar, no importaban sus gritos, aquello no pararía. Pero aun así, con todo lo que estaba sucediendo, el aura dorada que la rodeaba no desaparecía. Era como sí, como sí, sus acciones fueran obra del mismo Creador.

—Solo un Dios, puede devorar a otro Dios…

Fue lo último que Shinji pudo escuchar, después de eso todo se volvió solo oscuridad. La blanca armadura del hollow lo rodeo por completo, como si el hecho de haber sido domado en antaño nunca hubiese sucedido. Como si los últimos cien años no hubiesen existido. Fue un grito de llamado a la guerra, lo que partió en cielo en Japón. Como una cortina abriéndose, grandes manos blancas comenzaron a asomarse y solo una gran bota blanca dio un paso al frente a espaldas de Orihime —quien no se inmutó en lo más mínimo—. Sus cuerpos, fueron los últimos en salir.

Menos grande…

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La alerta en el departamento de Investigación comenzó a sonar, dando la alarma para una de las cosas menos inimaginables posibles. Varios, no cientos de puntos rojos aparecieron por todo el mapa de Japón. Mayuri enlazó la comunicación en la Sala de Guerra con el laboratorio.

—¡Capitán, han aparecido poco más de quinientos Menos grandes, al mismo tiempo! —Gritaba un ayudante.

El insecto espía enfoco una vez más a Orihime, un acercamiento a su rostro y vieron como movió sus labios. La pantalla ennegreció y todo el contacto con el mundo humano desapareció. Hasta que la ceremonia finalizase, nadie podía ir al mundo humano.

Torre de Babel

El pasillo era blanco, todo irradiaba tal pureza que casi le parecía irreal. Se acercaba cada vez más a esa puerta entreabierta con la que tanto había soñado, pero hasta ese día, siempre estuvo cerrada. Al tocarla, dudo solo un poco. Algo muy dentro de sí le decía que no debía de ir más allá. Aun así, algo en su corazón le decía que sin importar lo que le deparase tras esa puerta, ella debía de avanzar. Solo un paso al frente y el blanco camino desapareció. Fue sustituida por una amplia habitación casi completamente sola a excepción de aquel trono en lo alto. Cada paso lo sentía como si fuese el último que daría, y sin embargo el objeto mismo la incitaba a seguir adelante. Se detuvo a solo un paso de tocarlo, estiró lentamente su mano…

—¡Bienvenida, mi niña! La madre mis hijos…

Murmuró tras de sí la voz de un hombre que le heló por completo la piel y terriblemente asustada se giró, solo para ver una torcida sonrisa y unos ojos llenos de maldad. Fue incapaz de moverse, el miedo la había dominado por completo. El varón la sujetó fuertemente de su rostro, tanto que la lastimaba y la besó en sus labios para su propio horror. Al final en medio de aquel horrible acto, la obligó a sentarse sobre aquel frío trono.

Despertó con un terrible grito, llena de sudor y de temor. Agitada llevó sus manos a su pecho, sujetándolo con firmeza y se acurrucó como una pequeña niña. Tenía miedo de ese hombre, sabía que él la encontraría, lo sentía y muy dentro de ella sabía que le pertenecía. Después, todo dejó de importar. Se desvaneció por completo sobre la cama.

—¡Rukia, Rukia! —Gritaba su nombre aterrado. Habían pasado la noche en el departamento de su familia, había quedado de llevarla pronto al Instituto y ahora, acababa de tener otro ataque—. ¡Vamos, fue sola pesadilla! —La aferró contra sí, mientras marcaba al hospital del abuelo de Rukia.

El día prometido, está cada vez más cerca.


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Pero incluso si Eva fuera a morir…

Si algo me llega a pasar y muero antes de abrir las puertas de Edén…

Entonces, la humanidad estaría marcada por el pecado y ella aparecerá una vez más.

Judas

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Notas de la autora:

+ La parte donde Byakuya habla con Riruka y donde Ichigo sueña con el trono, suceden al mismo tiempo. De igual forma, la sección donde Byakuya desciende y la parte donde Orihime visita a Sado en prisión son simultáneas. Y por último, donde Orihime conversa con Shinji y los demás shinigamis están reunidos en la Primera división pasan al mismo tiempo.


Glosario:

+ (1) Heilig Pfeil, ("flecha santa") son el arma principal utilizada por los Quincy.

+ (2) Misogi, es parte de la ceremonia de Oho-harahe y consiste en permanecer en una corriente de agua helada para expulsar a los espíritus malignos y las influencias negativas.

+ (3) Nidana, es un término atribuido a Buda, que significa Teoría de Causación.

+ (4) Shinōreijutsuin, más comúnmente llamada Academia Shinigami

+ (5) Hitobashira, practicado antiguamente en Japón, es un sacrificio humano.


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Este mundo... ¿Es realmente... algo que deba ser protegido?

Shinji Ikari

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