He aquí les traigo mi segundo fic :$ espero les guste y que salga tan bien como suena en mi cabeza (recordemos que la normalidad es un término relativo xD) Me inspiré en un video de youtube llamado como debió terminar Harry Potter, pensando en qué había pasado si alguien hubiera echo algo como eso espués de terminar la guerra.

Caroline 2186: Si lees esto... Sé que te encanta ver a Theodore y a Luna juntos, a mí también, pero quise probar algo diferente, porque esta historia será un poco diferente en varios aspectos :) Aun así, espero te guste, este primer cap te lo dedico :D

Disclaimer: Lo relacionado al mundo Potteriano no me pertenece, solo es mía la trama y los lugares y personajes que deban ser agregados para el desarrollo de la historia.

Ahora sin más que decir.. ¡A leer! :D

Chapter 1: Azkaban.

– ¡Muévete engendro de doxy!- un fuerte empujón le hizo estamparse y patinar contra el duro suelo de piedra, la sensación de escozor en su piel al deslizarse por esta durante la caída fue lo que lo devolvió a la realidad.

El ruido provocado por algunos lamentos, cadenas arrastradas, gritos desgarrados, pisadas de otros guardias, ligeras corrientes de aire que silbaban tétricamente al colarse por cualquier rendija abierta entre los barrotes de algunas diminutas aberturas repartidas por las zonas más altas de las paredes sirviendo de ventilación y el sonido lejano de olas embravecidas chocando brutalmente contra los acantilados, eso era lo que lograba escuchar.

– ¡Párate sanguijuela!- le ordenó pateándole el costillar derecho y él solo pudo emitir un quejido que salía medio distorsionado al ser amortiguado fieramente en su laringe y rebotar después contra el suelo después de salir de sus labios apretados en una mueca de dolor y agotamiento.

Cómo habría deseado tener su varita en aquel momento, si antes no había usado un avada con nadie, este tipo podría ser el primero en cuanto saliera de esa ratonera, se levantó dificultosamente, tratando de llenar correctamente sus pulmones con el denso y polvoriento aire que lograba inhalar, continuó caminando sin decir nada, tambaleándose un poco.

El camino lleno de pasillos oscuros, iluminados por precarias lámparas que apenas alcanzaban a guiar el sendero se hacía retorcido, estrecho, ancho, recto, medio empinado, plano y extenso, muy extenso a lo largo del recorrido, no sabía exactamente en qué parte estaban, mucho menos en qué piso se encontrarían, pues aparentemente las secciones más empinadas simulaban pasarelas que fungían de escaleras sin escalones.

Gris, todo a su alrededor era piedra gris, barrotes negros y más piedra, con cortes de débiles luces que de vez en cuando chocaban con esta permitiéndose ver de otros tonos, de aun más gris; con el olor a humedad, sal y posiblemente comida en estado de putrefacción vapuleando su desarrollado y refinado sentido del olfato, jodida alcantarilla pestilente.

Una pesada puerta de acero mal pintada de negro y de pintura desgastada que permitía ver el metal que la componía, se abrió lentamente con un chirrido estrepitoso y tan agudo que le hizo sentir escalofríos y que sus tímpanos vibraban sacudidos por el férreo sonido, pero aun así fingió que en absoluto le importaba estar muriendo del miedo en ese lugar, que se sintiera perdido, o que la expectación mezclada con una primitiva angustia apostada en su pecho estuviera por matarlo.

Otro empujón, esta vez más leve, el guardia le obligó a entrar sin decir una palabra, asesinándolo con la mirada en un fútil intento de intimidarlo, porque ya no podía estar más asustado, no por gorila que vigilaba sus pasos, pero sí por el lugar; parecía que dentro de esa habitación ningún insulto debía proliferar de su boca, y en general, ningún vocablo debía ser si quiera murmurado, el silencio que se formaba entre esas roídas cuatro paredes no solo era sepulcral, era mortífero, vomitivo, lo comprobó cuando su estómago se contrajo e hizo un inhumano esfuerzo por contener una arcada.

Terror, solo pudo sentir el más estremecedor y gélido terror recorrer sus venas, cristalizando su inmaculada sangre limpia al fijar su vista hacia el interior de lo que parecía una sala vacía, él estaba allí, encadenado de pies y manos, con los cabellos platinos revueltos, sucios y grasosos, la piel brillante por el sudor frío que le recorría desde la frente hasta perderse en el cuello de su desgastada e inmunda camisa, la mirada de plata perdida, las ropas de reo cayendo pesadamente entre arrugas y manchas de suciedad, el cuadro perfecto de la derrota de un mortífero mago, hijo de la oscuridad.

No pudo sostener más aquella máscara de indiferencia que solía engalanar su rostro, no pudo fingir que era fuerte, porque en absoluto lo era, su expresión demudó al más puro dolor, al más puro e irracional miedo, y los rostros de quienes estaban allí se mantenían tan serios, tan imperturbables, que supo con toda certeza, que esas personas esperaban con ansias acabar con ese hombre.

Una segunda puerta de robusto y rudimentario acero se abrió, del otro lado de la estancia, un hombre de facciones duras, cabellos blanquecinos por la edad y ropas negras como la muerte, atravesó por el portal, seguido de dos guardias encapuchados que sujetaban con un par de cadenas a un dementor.

No podía creer lo que veía, no podía entender lo que sucedía, su cerebro estaba saturado, las ideas se escurrían de los pliegues de sus sesos, comenzaba a sentir que el estómago se le revolvía, que sus entrañas se metamorfoseaban en solo un amasijo de carne pútrida, que sus órganos se reventaban lentamente, y sin darse cuenta, a pesar de que su expresión solo mostraba miedo y desconfianza ante tal visión, traicioneras lágrimas comenzaron a empapar su rostro a raudales, cogió aire ruidosamente, comenzando a convulsionarse, pero nadie parecía hacerle caso excepto solo el guardia que le había hecho entrar allí en principio, él lo miraba por el rabillo del ojo para asegurarse de que no se desmayara de un momento a otro.

–Es hora de que recibas el beso- habló por primera vez el anciano, con voz pastosa e impersonal, el condenado solo alzó el rostro, con una dura expresión de odio que parecía permanentemente grabada en sus facciones, observó al muchacho y momentáneamente sus definidos y afilados rasgos de aristócrata se ablandaron, permitiéndose mostrar tristeza por haberle fallado, por haber sido el culpable de su condena, casi de inmediato volvió a serenarse y su expresión se volvió críptica.

–Alza la cabeza, deja de llorar y sé un hombre fuerte, deberás cuidar de tu madre, y siendo un marica no podrás hacerlo- murmuró despóticamente con tono lúgubre y voz rasposa, entorpecida por su garganta seca, el joven dio un respingo y trató de amortiguar su llanto sin mucho éxito.

– ¿Algo más que decir antes de su ejecución, señor Malfoy?- él asintió sin devolverle la mirada y continuó observando al muchacho.

–Cuando salgas de aquí, dile a Narcissa que le deseo suerte con Fomoré- sonrió de lado, con pesadumbre, y miró al anciano que le vigilaba como halcón, tratando de hallar algún indicio de que estuviera comunicándole algún tipo de mensaje secreto al otro peli-platinado.

–Estoy listo- espetó con tono duro e inflexible, parecía sereno, apacible, imperturbable, pero por dentro era un tórrido volcán de emociones, de miedos, de deseos de suplicar por su vida; finalmente los guardias se aproximaron fúnebremente sujetando al dementor con las cadenas mágicas de gnomo que lo ataban y este se acercó al rostro de Lucius, él abrió los ojos y lo encaró.

– ¡No! ¡Padre!- gritó desgarrándose la garganta y tratando de correr hacia su progenitor, el corpulento guardia lo atajó con fuerza desde sus espaldas, mientras el se revolvía sin descanso, los ojos grises de Lucius Malfoy progresivamente se vaciaban y sobras de su alma se veían al ser absorbidas por aquella oscura criatura.

– ¡Padre! ¡Padre! ¡Padre!- gritó a todo pulmón hasta hacerse daño, comenzó a toser copiosamente al sentir que había arañado el interior de su laringe y que el aire no llegaba a sus pulmones, y el malestar aumentó, cayó de rodillas al suelo apenas el musculoso hombre uniformado lo soltó cansado de retenerlo, entonces se estremeció y tembló con más fuerza, sintiendo como todo lo poco de sus órganos que aun se conservaban sanos se reventaron rápidamente, desde dentro.

Su entorno comenzó a dar vueltas a su alrededor, apoyó su frente en el pétreo y sucio suelo; las palabras de Lucius resonando en cada rincón de su mente, su corazón deteniéndose lentamente, hasta que solo podía latir cada tantos segundos, bombeando únicamente la sangre necesaria para mantenerlo con vida, su crisma vaciándose y quedando relegado al rincón que ahora compartiría con el recuerdo de su padre, como si el beso del dementor también lo hubiera recibido él.

–Vamos chico, debes volver a tu celda- el mismo hombre que había estado guiándolo le ayudó a levantarse y le habló por primera vez con dureza, pero con un leve rastro de compunción bañándole la voz, entonces comprendió que el muy maldito sentía lástima de él, entendió que la última voluntad de su padre, había sido que por ningún motivo se convirtiera en un saco de huesos inservible que solo pudiera producir compasión, porque cuando le había dicho 'se un hombre fuerte', se había referido a no dejar que nadie, nunca, sintiera ningún tipo de pena por él y su desgracia, lo vió tan claro, que al colocarse de pie y parpadear fuertemente, dejó escapar solo una última lágrima, dispuesto a jamás volver a sentir de nuevo, y entonces comenzó a sentirse vacío, como si ya no hubiera nada en su pecho, y con los residuos de las convulsiones que estremecían su cuerpo a causa del llanto mermando a cada paso, llegó de nuevo a su celda, callado, con la mirada perdida.

La pesada puerta se cerró a sus espaldas, miró fugazmente por sobre su hombro y al saberse totalmente solo, observó a través de la ventana revestida de barrotes, la luna llena iluminaba las penumbras de su celda.

Los grilletes que apresaban sus manos y los que apresaban sus pies eran pesados, aun así no le impedían moverse con cierta libertad, pero nada podía hacer con ello cuando no tenía varita, cuando aunque la tuviera, no podría solo aparecerse en Malfoy's Hall; el recuerdo de su padre en el Wizengamot siendo condenado al beso del dementor llegó raudo a su mente, los pocos días que habían pasado desde entonces, como cuadros difusos se colaron entre las resquebrajadas grietas de su psique, la reciente ejecución de Lucius frente a sus ojos le caló hondo en las entrañas y sus ojos comenzaron a humedecerse de nuevo, los limpio con tanta fuerza que lastimó la piel alrededor de ellos, gritó furiosamente tratando de desahogar su dolor y su frustración lastimándose todavía más la garganta, entonces se preguntó ¿Por qué lo habían obligado a presenciarlo? ¿Por qué, si la sentencia había exigido que ningún civil estuviera presente en ese momento? ¿Era una especie de tortura especialmente pensada para él por algún auror sediento de venganza? ¿Era ese su verdadero castigo?

Un gira-tiempos, un gira-tiempos, revolvió las cosas entre maldiciones e improperios al no hallarlo, observó fugazmente su antebrazo izquierdo y sintió el deseo de escupir sobre el morsmordre tatuado permanentemente sobre su piel, siguió revisando en las demás gavetas de la cómoda, apresurando el paso, sonrió con satisfacción al hallarlo, se preparó para lo que se avecinaba, desapareció con un movimiento de varita y volvió a materializarse a las afueras del Callejón Knockturn.

– ¡Chicos!- el grito asustado de la señora Weasley, apenas poner un pie dentro de La Madriguera, alertó a Arthur; sus hijos, Harry y Hermione yacían desmayados en el suelo, las cosas revueltas por toda la casa.

– ¿Pero qué…?- ni siquiera pudo terminar de hablar, la impresión lo dejó mudo, Molly se acercó a George, tomando su pulso, luego a Ginny, a Fred y a Ron, repitiendo los mismos movimientos, comprobando que estaban vivos, solo dormidos, así como su esposo había hecho con Harry y Hermione.

–Debemos llevarlos a sus habitaciones, deben descansar, querida- su esposa asintió aturdida y con sus varitas apuntaron a los inertes cuerpos de los jóvenes, haciéndolos levitar con un par de 'wingardium leviosas', consiguiendo trasladarlos por el angosto pasillo de las escaleras, concentrándose en no dejarlos caer, los repartieron por los cuartos a medida que avanzaban.

Estaba solo en aquel cuchitril al que el posadero se había atrevido a llamar habitación, la desgastada bolsa de piel de dragón contenía los pocos galeones que le quedaban, unos cuantos sickles en los bolsillos de su túnica y otros más desperdigados por el suelo, sacó el gira-tiempo de la bolsa con manos temblorosas.

Una, dos, tres vueltas, giró la diminuta perilla hasta el séptimo y medio giro, pudo sentir como era absorbido, aplastado, retorcido, agitado y vapuleado sin sentido hasta que aterrizaba de espaldas sobre gravilla verde y húmeda, producto de alguna reciente lluvia, la gran edificación del Orfanato de Wool aguardaba lúgubremente adornada por rayos que se veían caer tras sus instalaciones, como si el cielo supiera qué pretendía hacer, caminó hasta cruzar la calle, viendo a todos lados para asegurarse de que no hubiera potenciales testigos.

Se adentró con sigilo en los dominios del gran edificio, pasando de las verjas como si estas no estuvieran hechas de duros materiales que aseguraban la propiedad, como si fuera un fantasma, recorrió los pasillos con discreción, cuidándose de no hacer ruido, se escondió tras una cortina al notar que una anciana se acercaba, salió del recoveco respirando hondo para calmar su estado de alerta, continuó su camino al azar, subió algunas escaleras hasta llegar al primer piso y se guió de los gritos de dolor que salían de una de las habitaciones, la voz estrangulada de una mujer resonaba por el desierto pasillo, un hombre daba vueltas yendo y viniendo nerviosamente frente a la puerta de la habitación de la que provenían los alaridos, otra voz femenina se dejaba oír de vez en cuando.

– ¡Puja, Merope!- se escuchó, seguido de otro agonizante grito de dolor.

–Desmaius- susurró suavemente y el hombre cayó al suelo totalmente inconsciente, se encaminó hasta la puerta y la abrió lentamente, entró y sacó rápidamente una poción de su bolsillo, con la varita fuertemente sujeta en la mano contraria, lanzó el frasco y su contenido se expandió como humo amarillento, esperó a que hiciera efecto en las mujeres que no se habían percatado de su presencia, cuando ambas se sumieron en la total inconsciencia, guardó la varita y tomó suavemente el cuerpo a medio parir de entre las piernas de una laxa Merope y lo extrajo teniendo cuidado de no lastimarlo, lo posó entre las manos de la enfermera.

– ¡Avada kedavra!- exclamó con voz gutural, con tanto odio, que el recién nacido murió en el instante justo en que el chorro de luz verde chocó contra su diminuto pecho y a través del cordón umbilical, la maldición pareció extenderse, falleciendo la madre también, manipuló los recuerdos de la muggle que había atendido a la bruja y cuando se dio percató de que la heredera de los Gaunt también había muerto, se dio cuenta de que había cometido un error, pero no quiso reparar en ello, ese era el precio, uno alto en opinión de cualquier defensor de las vidas humanas, pero no tanto como el de dejar que ese niño se convirtiera en un monstruo unos años más adelante, caminó de espaldas hasta toparse con la pared, salió de su ensoñación, con una floritura desapareció y reapareció en las lindes del bosque prohibido y sonrió satisfecho, mientras se desintegraba lentamente hasta ser solo polvo dorado arrastrado por el viento salvaje.

Haló con fuerza sus cabellos tratando de eliminar esos sentimientos de ira, de pena, de amargura y pensó en Narcissa, ella estaba sola, debía sobrevivir por ella, debía lograrlo, sí, debía, andó tambaleante hacia la abertura en el gran muro, como tratando de alcanzar al astro nocturno, sintió que sus fuerzas minaban, percibió como sus hinchados ojos iban perdiendo enfoque y todo se volvió oscuro, lo último que pudo sentir fue que era arrastrado desde sus adentros, como si trataran de sacarle el alma, y ya no hubo más, solo el golpe seco contra el duro suelo.

– ¡O'conell! ¿Qué hace este aquí?- la pregunta había resonado en el eco del abandonado corredor, el guardia se acercó y divisó a un muchacho tendido inconsciente en el suelo.

–No tengo idea de cómo llegó a este lugar, ni siquiera debería estar en un sitio como este de visita, mucho menos dentro de una celda… ¿Crees que alguien…?- ambos se miraron dubitantes.

–No importa, hay que sacarlo de aquí, envía un halcón a San Mungo, hay que trasladarlo- su compañero asintió y se perdió rápidamente de su vista, él se acercó al adolescente de escasos quince años que yacía en el piso y le dio vuelta, se espantó al notar que parecía un cadáver de lo pálido que se hallaba y que era como una versión joven del mago oscuro más buscado de Gran Bretaña y toda Europa en general.