Call of Duty

La frente de Sherlock estaba perlada de sudor, las cejas tan juntas que parecía que no existía una división real entre ellas. Sus ojos se movían frenéticos por todas partes, parpadeando rápidamente para hidratar sus ojos (irritante costumbre de su "transporte" la de tener que cegarle por un microsegundo para evitar que sus globos oculares se secaran, absurdo, poco práctico) y no perder detalle. Tenía el corazón acelerado, y la adrenalina y la frustración le salían por la piel. Su cerebro era como una colmena de abejas, con miles de ideas zumbando allí dentro.

El ambiente era desértico, algún punto de Irak, seguramente. Había pequeños hierbajos saliendo de la tierra seca, de un amarillo pajoso, lo que indicaba sin duda su alto nivel de desecación y deshidratación. Había habido agua -de lluvia, probablemente-, y había desaparecido a tiempo de dejar morir a la poca vegetación que había conseguido crecer allí. Habría sido un lugar perfecto para unas vacaciones en el desierto, de no ser por los disparos y la emboscada.

Había soldados trajeados entre las hierbas altas y en trincheras cubiertas entre la arena, disparando con los fusiles de asalto pintados de camuflaje color tierra. Sus caras estaban también pintadas, y los cascos redondeados y reforzados sobresalían de vez en cuando de las esquinas más obvias. Sherlock ya los había localizado a todos, y parecía que su equipo, un grupo de artilleros y fuerzas especiales de asalto, no hacía más que gastar munición. Se suponía que eran un destacamento de élite elegido por los altos cargos, y allí estaban, siendo masacrados por el enemigo. Todo porque los de su grupo no le escuchaban. Por más que Shelrock gritara para advertirles, ellos se lanzaban de cabeza, pisando minas antipersona en el suelo (mal disimuladas, por cierto), siendo atravesados por varias balas, por granadas, o atacados con bombas de humo. Algún que otro cóctel molotov había estallado también. Sherlock salió de su cobertura y disparó, a tiempo de ver como uno de los soldados enemigos echaba el brazo atrás y lanzaba un pequeño proyectil verde hacía su posición.

Granada fragmentaria.

Hay que evitar la metralla. Agáchate.

Un tronco en el camino. Salta.

Te están apuntando entre la hierba. Muévete. Sal de tiro. Maldita sea, salta.

¡Salta!

¿Por qué no saltas?

Te han disparado en el hombro. Estúpido soldado.

¡Dispara! No, no dispares. Primero apunta...

¡A la cabeza, a la cabeza! Lleva casco... al corazón, pues. Defensas mediocres en el pecho. Arena en el suelo. Tienes un karambit en el cinturón. Estás cerca como para atacar cuerpo a cuerpo. Cegarle con arena es una buena opción. Luego podrías apuñalarle bajo el brazo, en la axila, y seguir adelante... incendiar la hierba con uno de sus molotov, y hacerlos salir a una zona sin cobertura...

Movió los brazos, alzándolos ligeramente, y con el blanco a tiro, apretó el gatillo y disparó. El enemigo pareció no enterarse de que había sido fatalmente herido, y continuó hacia adelante.

- ¡Le he dado, maldita sea! ¿Por qué no se muere? -gritó, muerto de rabia.

- ¡Sherlock! -oyó que gritaba John tras él, alarmado. Él no se giró. Sabía que venía cargado con las bolsas de la compra mensual, y que debían ser pesadas, pero ni se inmutó. Ya bastante tenía con controlar su muy alta frustración - ¿Estás bien? He oído disparos... Gracias a Dios, que susto -suspiró, aliviado, cuando vio como su compañero de piso lanzaba el mando de la consola, metido dentro de un revólver de plástico para simular ser auténtico (con un gatillo completamente funcional), y éste impactaba contra su sofá con un ruido sordo.

El juego seguía funcionando en la pantalla de la televisión, con los disparos todavía sonando atronadores, hasta que hubo una explosión que John reconoció como de granada por el familiar chasquido antes de bum, y hubo un pitido agudo y sostenido, mientras el monitor pasaba de estar rojo sangre a negro. Sherlock estaba sentado en su butaca, con las piernas encogidas y abrazadas, enfurruñado, mirando el televisor con aire asesino, como si estuviera planeando torturarle para apagar así su ira por haber sido asesinado en combate.

- La Señora Hudson estaba preocupada. Dijo que oía disparos. ¿Qué ha pasado ahora? ¿Por qué estás de morros?

- ¡Es este estúpido juego de guerra tuyo, John! ¿De qué me sirve deducir una buena estrategia si mi grupo está formado por un puñado de Andersons? Por más que les diga que no corran hacia el tanque, ¡siguen yendo allí! Y el idiota al que dirijo no es mucho más inteligente que ellos. No sabe saltar un tronco, John -gruñó, fulminando el televisor, en el que un punto blanco empezaba a girar en círculos en una esquina de la pantalla, anunciando que la carga de la nueva oportunidad desde el punto de control anterior estaba casi lista.

John dejó las bolsas en la cocina, y cuando volvió, preparado para enfrentarse al carácter casi imposible de un Sherlock enfadado con la vida en general y se encontró con la pose en la que estaba su compañero de piso, rompió a reír, lo que no ayudó a que el otro mejorara su actitud.

- No veo donde está la gracia. Este juego es estúpido.

John se sentó en su sitio, cogiendo el mando en la pistola de plástico, y calibrándolo en su mano. Era ligera, bastante. Luego miró la carátula del juego que había regalado a Sherlock para que se entretuviera en sus horas en las que todo menos disparar y torturar a John era "aburrido", pensando que con eso sería suficiente para mantener su mente ocupada. Al parecer era demasiado simple para una cabeza como la suya.

- No es estúpido, Sherlock. Es como el ajedrez... -empezó, pero al escuchar el bufido indignado de Sherlock por la comparación, carraspeó - Bueno, no exactamente igual, pero hay una serie de normas y limitaciones que debes seguir a la hora de montar tu ataque. Siempre puedes ponerlo en modo perfeccionista, si la dificultad baja es lo que te molesta.

John había jugado un par de veces antes de irse a la guerra a juegos parecidos en los recreativos. Sabía como funcionaban y las normas a seguir. Cuando la pantalla volvió en sí, no pudo resistirse a intentarlo por sí mismo. Avanzó con el soldado hasta una cobertura, y disparó desde allí, ahorrándose todas las balas que pudo en el proceso. Impidió que uno de los miembros de su pelotón se suicidara accidentalmente activando la mina con un disparo, y luego corrió como un loco hasta la siguiente avanzadilla, recogiendo un bazuca abandonado por el camino, pensando que podría serle útil más adelante si había tanques.

Sabía que Sherlock le estaba mirando, parcialmente distraído ante sus progresos en el juego, deduciendo en silencio. John se puso una medalla mentalmente. Si verle jugar y pasar el nivel, estudiando sus reacciones ante el juego, era lo que Sherlock necesitaba para distraerse, John no se lo iba a negar. Lo que fuera por un poco de paz. Había comprado la consola en un desesperado intento porque Sherlock se comportara como una persona normal y no trajera mas muertos despedazados a casa para meterlos en la nevera o disparara a la pared, alarmando a la Señora Hudson, a los vecinos, y destrozando el apartamento. Si lo que quería era disparar, había formas mejores de conseguirlo.

- No es eso lo que me molesta, es la falta de movimientos, la limitación. En una guerra real, puedes hacer muchas más cosas que eso, estoy seguro. Agacharte, esprintar, disparar y saltar. No puede esconderte, no puedes trepar correctamente... Llevo quince minutos en esta pantalla, y ya estoy planteándome la posibilidad de cometer asesinato. Si lanzo el disco con la suficiente fuerza tal vez le corte a alguien la cabeza... parece afilado... -meditó, calculando las posibilidades.

John falló un disparo al oír eso, y tosió, atragantado con su propia saliva. La distracción hizo que un misil le estallara encima y le hiciera volar por los aires, poniendo la pantalla roja hasta que se apagó, volviendo al punto de control.

- Sherlock...

- ¡Ves! ¡Otra cosa que me molesta! ¡La sangre en la pantalla! Cuando estás herido no tienes la cara cubierta de sangre, y no ves rojo. Es completamente absurdo -se quejó. Se pasó las manos por el pelo, revolviendo los rizos.

John se hundió en el asiento, y miró su reloj. Sonrió al ver la hora, y se le ocurrió una idea brillante.

- ¿Sigues queriendo dispararle a algo? -preguntó, ligeramente sorprendido con su reciente ocurrencia.

Sherlock se giró en el asiento para mirarle con mayor precisión, y achinó los ojos, curioso y auténticamente atento por primera vez desde que su amigo llegó. No respondió.

- ¿Vamos a algún sitio? -preguntó, en cambio, reparando por primera vez en el inusual atuendo de cómodo chandal desgastado de John bajo el abrigo, y observándolo con atención, intentando sacar alguna conclusión de él.

- Ponte algo cómodo y que se pueda ensuciar, y te prometo que se te pasará el aburrimiento.

Sherlock salió de su asiento, y miró a John fijamente mientras decidía si obedecía o no le interesaba la oferta de entretenimiento de John. Observó su ropa, el firme pulso en sus manos, sin un solo temblor a la vista, las manchas lavadas de pintura de colores en su ropa que Sherlock había atribuído de pasada a actividades domésticas en un pasado, sin prestarles mucha atención ni darles importancia. Ahora que se fijaba, parecían manchas pensadas, no aleatorias. Desde luego, no las que se haría alguien pintando la pared de su casa y ensuciándose por accidente. Miró sus ojos, que relampagueaban, como cada vez que salían a perseguir a algún delincuente y cuando regresaban de hacer algo particularmente peligroso. La adrenalina y la anticipación. Fuera lo que fuera que John iba a hacer con él, la idea parecía entusiasmarle.

- ¿Qué? ¿Te apuntas o no?

- ¿Quién más va a venir? -preguntó, intuyendo que era una actividad grupal. La pintura no había llegado sola a la ropa de John. Mentalmente, iba repasando actividades con pintura en grupo.

John sonrió.

- Los de siempre: Molly, Anderson, Mike, Greg...

- ¿Greg? -preguntó.

John suspiró, pasándose una mano por la frente. Luego, apoyó la cara en la mano, mirándole con cierto cansancio. Cómo alguien con una mente tan prodigiosa era incapaz de recordar el nombre de alguien era simplemente un misterio infinito para él. Aunque, a decir verdad, la mayor parte de las cosas que hacía Sherlock lo eran, así que no había novedad.

- Lestrade. ¿Cuando vas a aprenderte su nombre?

Su compañero respondió categórico, como si la respuesta fuera obvia.

- Sé su nombre: Detective Inspector.

John chasqueó la lengua, dando ese tema por imposible una vez más, y se levantó con un gruñido.

- Bueno, si no quieres acompañarme, me voy ya. Si llego tarde otra vez me matarán... y esta vez de verdad.

Sherlock se carcajeó, sobresaltando a John. Pasó a su lado, palmeándole el hombro, y luego subió las escaleras hasta su cuarto tan rápido como las piernas se lo permitían.

- ¡Que obvio! Elemental, claro. ¡Paintball! Eso explica las manchas de pintura y las salidas semanales de John siempre que no hay un caso de por medio -meditó en voz alta, mientras se sacaba el pijama y la bata, y se ponía unos viejos pantalones y una camiseta gastada de color gris, que había perteneció a un pijama que su madre le había comprado, en sus buenos tiempos. Se pasó unas deportivas nuevas, sin estrenar, y bajó las escaleras, emocionado por no pasarse la tarde aburrido. Aunque no era un caso, le parecía una buena forma de distraer su mente: estrategia, deducciones y adrenalina. Mucho mejor que dispararle a la pared.

Cuando llegó abajo, John había cogido una bolsa de deporte, y la tenía colgada del brazo. Supuso que allí dentro llevaba equipo y munición. Le resultaría más cómodo tenerlo todo de forma permanente si se pasaba tanto tiempo yendo allí como parecía que así era. Sherlock se preguntó como podía no haber notado que su amigo se iba a jugar partidas de paintball en grupo los fines de semana. De alguna forma tenía que mantenerse en forma, él y su puntería.

Se puso el abrigo, y se ató la bufanda, sabiendo que fuera hacía frío. John le sonrió al verle tan entusiasmado.

- Vaya. Parece que tienes ganas -apuntó, meneando la cabeza. En otro momento, a Sherlock le habría molestado que John le hubiera manipulado tan fácilmente.

Le gustaba demasiado controlarlo todo, o casi todo. Pero ese día estaba tan absurdamente necesitado de algo que hacer para que su mente no se lo comiera, que estaba dispuesto a concederle esa pequeña victoria a John... aunque decidió que se la quitaría pronto, no obstante, solo por el placer de hacerle rabiar. Le encantaba ver a John airado. Era divertido como se le ponía la cara colorada y sus funciones léxicas se atascaban. Cuando movía los brazos sin saber bien qué hacer con ellos, y cerraba y abría las manos, hasta que respiraba hondo y pasaba a otra cosa, generalmente cambiando de tema, o intentándolo, al menos.

Bajó las escaleras ante un sorprendido John, y oyó como le seguía mientras abandonaba el edificio para pedir un taxi. El juego estaba a punto de empezar, y no veía el momento de llegar para ponerse a ello.

John, tras él, pensó que aquella sesión de viernes por la tarde sería tremendamente interesante... para todos los implicados.


EEEEYYYYYY, He vuelto! Después del "long-fic" de seis capítulos que he acabado hace nada... creo que tres días, mi cerebro no ha dejado de elucubrar, hasta que ha salido esto. Llevaba días pensando en ello, así que aquí está!

Falta un capítulo más, que será la partida de Paintball, así que podéis esperar una actualización en breve ;) últimamente tengo un poco de tiempo libre, así que... jejeje

Nos vemos en el siguiente, y ya sabéis que los reviews, follows, y likes son bienvenidos!

MH