La saga The Legend of Zelda y sus personajes no me pertenecen, son propiedad de Nintendo.


Capítulo Extra:
El capitán de la guardia y el Rey del Desierto

Era un gran día para el reino de Hyrule, todos en la Ciudadela se habían reunido en torno al castillo, expectantes. Hacía varias horas que había corrido la noticia de que su Majestad la reina se había puesto de parto y todos querían ser los primeros en ver al futuro heredero al trono.

Unos fuertes pasos resonaban en uno de los pasillos del castillo. El rey de Hyrule caminaba de un lado a otro, nervioso, sin alejarse demasiado de la puerta de la habitación en la que su esposa se encontraba en ese momento, habitación de la cual salían continuamente gritos de dolor.

— Deberíais tranquilizaros, Majestad —dijo una voz acercándose al rey—. Se pueden oír vuestros pasos por todo el pasillo, estoy seguro que eso no ayuda precisamente a vuestra esposa durante el parto.

El rey se detuvo por fin y se giró hacia su amigo.

— Líon, ¿cuántas veces te he dicho que me tutees cuando estemos solos? —preguntó el rey con el ceño fruncido—. Hace años que somos amigos.

— Hace tiempo que perdí la cuenta, Gustav —respondió Líon con una sonrisa burlona—. ¿Alguna novedad?

— No, no quieren decirme nada.

El rey Gustav comenzó a caminar impaciente de nuevo. Cuando Líon se disponía a detenerle otra vez, un fuerte llanto se oyó. La puerta de la habitación se abrió y salió una mujer de mediana edad.

— Felicidades, Majestad —dijo la mujer con una gran sonrisa—. Vuestra esposa os ha dado una preciosa y saludable niña.

Líon vio cómo su Majestad entraba apresurado en la habitación. Con una sonrisa, pronto lo siguió. Él conocía muy bien la emoción que ahora embargaba a su amigo, él había pasado por aquella situación un año antes, cuando las diosas le regalaron un adorable niño.

Entró en la habitación y vio al rey sosteniendo a la pequeña en brazos y a la reina tumbada en la cama, exhausta por el esfuerzo. Ambos parecían muy felices por el pequeño regalo de los cielos que habían recibido. Se acercó al rey y observó al bebé. Tenía los puños fuertemente cerrados y se podía ver una marca en el dorso de la mano derecha, la marca inconfundible de la Trifuerza.

— Tiene la marca —le indicó al rey.

— Sí, tal y como esperaba. La Trifuerza de la Sabiduría lleva pasando por mi familia desde hace generaciones, la última fue mi difunta madre y ahora mi pequeña Zelda.

— ¿Zelda? —preguntó Líon no muy sorprendido por la elección—. ¿Piensas seguir con la tradición?

Gustav se limitó a sonreírle.


Caminó abriéndose paso entre la multitud que regresaba a casa. Su Majestad el rey Gustav ya había presentado ante su pueblo a la pequeña princesa Zelda y ahora la gente regresaba al calor del hogar. Líon no tardó en llegar al suyo, estaba situado en la zona norte de la Ciudadela, cerca del castillo.

Cuando entró y cerró la puerta, notó algo apoyado en su pierna, tirándole del pantalón.

— Papa —oyó.

Bajó la vista y vio a su hijo de un año enganchado a él, sonriéndole. El pequeño era rubio y tenía los ojos azules, como él. Sonrió y se agachó para cogerlo en brazos.

— Hola, Link —dijo tras darle un beso en la mejilla—, ¿has echado de menos a papá?

— ¿Qué tal ha ido el día? —preguntó Elana, su esposa, acercándose hasta ellos.

— Ajetreado, como era de esperarse —respondió con una sonrisa.

Sujetando a su hijo con un brazo, abrazó a Elana con el otro y le dio un beso corto en los labios.

— ¿Habéis ido a ver la presentación? —preguntó mientras observaba a su esposa poner la mesa para la cena.

— No, no hemos podido —respondió con pena—. No ha habido manera de hacer que Link se dejara puestos los guantes. Se ha pasado toda la tarde restregando el dorso de la mano izquierda por cualquier sitio, creo que le pica.

Líon cogió la mano de Link y la observó. No había nada raro en el dorso, solo la marca de la Trifuerza, como siempre. Aún tenía muy presente lo que había sentido al ver aquella marca en el dorso de su hijo recién nacido, preocupación y miedo. Sabía que aquella marca era peligrosa, Gustav le había hablado muchas veces de ella. Conocía también muy bien las leyendas sobre la Trifuerza, las guerras y conflictos por apoderarse de ella. Sabía que el mundo estaba plagado de gente peligrosa que la ansiaba, gente que no dudaría en ir tras su pequeño si lo descubrían, en matarlo incluso. Pero Líon no lo permitiría, haría todo lo que fuera por proteger a Link, daría su vida si fuera necesario.


— Hace ya mucho tiempo de la última vez que trajisteis a Link —dijo Gustav al verlo entrar con su hijo en brazos y junto a Elana.

— Quería que conociera a la princesa —respondió Líon con una sonrisa—. Puede que se hagan amigos y todo.

El rey sonrió y se acercó hasta ellos.

— Hola, Link —saludó cogiendo una de sus manos—. Has crecido mucho desde la última vez. ¿Te vienes con el tío Gustav?

Gustav alargó los brazos para cogerlo pero Link le dio la espalda y se enganchó al cuello de su padre. Líon rió.

— Me siento herido —dijo en tono dramático.

— No os preocupéis, Majestad, a mí también me lo hace —le aseguró Elana—. Cuando está en brazos de su padre no quiere estar con nadie más.

La carcajada de Gustav se oyó por toda la sala. Acarició el pelo de Link y les indicó que lo siguieran. Los condujo por los pasillos del castillo hasta una habitación. Dentro, la reina tenía en brazos a Zelda, quien no paraba de llorar, y le daba pequeñas palmadas en la espalda.

— No sé lo que le pasa —dijo la reina al verlos entrar—. Lleva rato llorando y no sé cuál es la razón. No quiere comer, no quiere dormir y acaban de cambiarla. Ya no sé qué hacer.

— ¿Me dejáis cogerla? —preguntó Elana.

— Adelante.

La reina colocó a la pequeña Zelda en brazos de Elana con la esperanza de que pudiera hacer algo. Pero continuaba llorando. Líon se acercó hasta ellas con Link aún en brazos. Cuando estuvieron junto a ellas, su hijo alargó la mano, intentando tocar al bebé. Líon se inclinó para que pudiera hacerlo y observó maravillado como la niña dejaba de llorar en cuanto la manita de Link tocó la suya. Las miradas de los dos niños se cruzaron y la pequeña Zelda sonrió al verlo. Link soltó una pequeña risa.

— Vamos a tener que traer a Link cada vez que Zelda llore —dijo el rey riendo.


Líon estaba sorprendido con la facilidad que había tenido para dejar a Link. Normalmente costaba mucho que le dejara soltarlo, pero el niño estaba tan entusiasmado con la pequeña Zelda que prácticamente no se había dado cuenta que su padre se marchaba.

En ese momento estaba con Gustav en el estudio de éste. El rey le había dicho que quería comentarle un asunto en privado, uno de suma importancia.

— Desde que Zelda nació he estado dándole vueltas a algo —dijo Gustav—, espero que te parezca bien.

— ¿De qué se trata?

— Sé que Zelda todavía es un bebé, pero llegará el día en que tenga que tomar una decisión muy importante con respecto a su futuro. Siendo una princesa, es importante que en un futuro no muy lejano le encuentre un marido adecuado.

— ¿Qué tiene eso que ver conmigo, Gustav? —preguntó Líon confuso.

— Más de lo que imaginas, amigo —respondió con una pequeña risa—. Me gustaría comprometerla con tu hijo.

Líon se sorprendió ante aquella proposición. Él había dejado años atrás a su familia precisamente para evitar aquel tipo de compromiso y no quería obligar a su hijo a algo así, quería que cuando tuviera la edad adecuada eligiera su futuro por él mismo.

— Sé lo que estás pensando, Líon, pero piénsalo de esta manera. Ellos no van a ser unos desconocidos, van a jugar, van a crecer juntos, serán buenos amigos y puede que incluso lleguen a enamorarse.

Permaneció en silencio, meditando sobre las palabras del rey.

— Tu hijo será un buen hombre, lo sé, será como tú, bueno, generoso, amable con todos, ese es el tipo de hombre que quiero para mi hija. La intuición me dice que se llevarán bien. De esa manera no tendré que casarla con un completo desconocido —Gustav hizo una pausa—. Piénsatelo.

Suspiró y esbozó una pequeña sonrisa. En el momento en que había visto a su Link interactuar con Zelda, él también había sabido que ambos serían buenos amigos, puede que incluso algo más.

— Está bien —accedió—, pero con una condición —esperó a que Gustav afirmara—. Si cuando llegue el momento cualquiera de los dos no está de acuerdo, quiero que se cancele el compromiso. No quiero que se les obligue.

— Me parece razonable —contestó el rey con una sonrisa.


Llevaba meses sintiendo una inquietud oprimiéndole el pecho. Sabía que alguien los estaba observando, vigilando, y sabía por qué. Desde que Link había nacido tres años atrás, él y Elana habían tenido mucho cuidado en esconder la marca de la mano de su hijo, ni siquiera Gustav sabía de ella, pero al parecer alguien lo había descubierto.

Había una posibilidad que todo fueran imaginaciones suyas, pero no quería correr ese riesgo, tenían que sacar a Link de la Ciudadela cuanto antes, aunque eso acarreara dejar su puesto como capitán de la guardia del castillo. Elana estuvo de acuerdo con él y ambos acordaron irse a vivir a un lugar más tranquilo y apartado, al pueblo de Ordon.

Como era de esperar, Gustav no se tomó aquella decisión con demasiada alegría. Decidió no contarle el verdadero motivo por el cual se marchaban, no quería preocuparlo.

— ¿Y qué hay del compromiso? —preguntó Gustav.

— Por supuesto sigue en pie —respondió Líon con una sonrisa reconfortante—. Cuando tenga nueve años, lo traeremos de vuelta para que puedan conocerse bien.

Al rey le costó asimilar aquella decisión, no solo por el futuro de Zelda, también porque no podría ver a su amigo en mucho tiempo. Finalmente aceptó.


Link atravesó el pueblo a toda velocidad. Una gran sonrisa adornaba su rostro y sujetaba algo entre sus manos con gran fuerza. Entró en casa a toda prisa y fue hasta su madre.

— Mira, mamá —le dijo abriendo las manos—, me lo ha dado la señora Agnes, dice que es un pequeño adelanto de mi regalo de cumpleaños.

Tenía una pequeña bolsa, la abrió y le mostró su contenido.

— ¡Vaya, cuántos caramelos! —exclamó Elana con una gran sonrisa—. Supongo que le habrás dado las gracias, ¿verdad?

— Sí —respondió agitando enérgicamente la cabeza de arriba abajo.

— Así me gusta —le felicitó revolviéndole el pelo—. ¿Por qué no vas a ver si vuelve papá? Yo aún tengo que acabar de prepararlo todo para tu fiesta de cumpleaños.

Con una gran sonrisa, Link salió corriendo de la casa.

Era el noveno cumpleaños de Link y esa noche le prepararon una gran fiesta a la que asistiría todo el pueblo. Era su último cumpleaños allí en Ordon, por lo que todos querían asistir.

Esa noche recibió montones de regalos, pero, sin duda alguna, el que más le gustó fue el de su padre. Cuando abrió el regalo, no se lo podía creer, era una espada de verdad, más corta y de un tamaño adecuado para él, pero de metal y no de madera como las otras que había tenido hasta ahora.

— Pronto serás un hombre, Link —le dijo su padre—, ya es hora que tengas tu propia espada. Te he entrenado desde que eras muy pequeño, tienes mucho talento, sé que la usarás bien.

— Gracias, papá.

Dejando la espada a un lado, se abalanzó sobre su padre y lo abrazó.


Habían dejado atrás su vida en Ordon para volver de nuevo a la Ciudadela. Líon esperaba que, con todo el tiempo que había pasado desde que habían abandonado la capital, el peligro sobre Link hubiera desaparecido. Habían salido esa mañana temprano, de madrugada, iban lentos, pues iban muy cargados, pero esperaba poder salir pronto del Bosque de Farone. Link iba montado delante de él, como siempre que montaban a caballo. Con los años no había perdido aquel apego por su padre, incluso había expresado más de una vez que quería ser como él, algo que a Líon le llenaba de orgullo y satisfacción.

Detuvo su caballo, comenzó a notar algo extraño, parecía una presencia hostil y oscura. Aquello no le gustaba nada. ¿Y si los habían encontrado?

— ¿Ocurre algo? —oyó a su esposa preguntar.

Líon bajó del caballo, cogió a Link y lo llevó con su madre, sentándolo delante de ella.

— Quédate con mamá, Link.

— Líon… —dijo Elana preocupada.

Líon hizo un gesto indicándole que guardara silencio. Oía el ruido de los cascos de un caballo, alguien se acercaba.

Pronto vieron una sombra salir de entre los árboles. Era un hombre alto y corpulento, pelirrojo, vestido con una armadura negra y montado sobre un enorme caballo también negro. A Líon no le gustó nada ese hombre, rezumaba maldad por todos sus poros.

— Por fin lo encuentro —dijo mirando fijamente a Link—. Llevo años buscándolo. Los espíritus no me lo han puesto nada fácil.

El hombre rió. Era una risa arrogante y llena de malicia.

— ¿Quién eres? —dijo Líon en tono amenazante.

— Mi nombre es Ganondorf —respondió el hombre mientras bajaba del caballo.

— ¿El rey gerudo?

Líon estaba sorprendido. ¿Qué hacía aquel hombre del desierto allí? Miró a Link preocupado. Estaba claro, buscaba la Trifuerza. Había escuchado muchos rumores sobre aquel hombre, decían que era un hombre cruel y ambicioso.

— Prefiero que me llamen por mi título de Rey del Desierto —respondió con una carcajada.

Con la mirada llena de ira, Líon desenvainó su espada, no permitiría que nadie le pusiera un dedo encima a su hijo.

— ¡Líon! —exclamó Elana.

— No te preocupes —intentó tranquilizarla—, yo me ocupo de él.

— Un esfuerzo inútil, si me permites decirte —dijo Ganondorf con una sonrisa arrogante.

El hombre del desierto desenvainó también su espada y se abalanzó contra Líon, que se había adelantado, alejándose de su familia. Tuvo que reconocer que aquel hombre era fuerte, muy fuerte, en todos sus años como miembro de la guardia jamás se había enfrentado a un hombre como aquel. En ese momento lamentó haberse dejado tanto aquellos últimos años, la vida pacífica de Ordon había hecho que no se entrenara con tanta frecuencia como antes.

No podía ganar, lo sabía, pero no iba a dejar que aquel hombre tocara a Link. Ganondorf lo estaba haciendo retroceder, no podría detenerlo.

— ¡Huid! —gritó—. Rápido, saca a Link de aquí.

Justo antes de sentir la espada de su adversario clavarse en su estómago, vio a Elana huir a toda velocidad junto a Link, quien lo llamaba con lágrimas en sus ojos. Antes de que su vida se apagara por completo, alzó la vista al cielo y rezó una última plegaria, le rogó a las diosas que protegieran a su hijo.


— ¡Papá! ¡Papá! —gritaba Link.

Había visto como la espada de aquel hombre atravesaba a su padre. Quería ir con él, ayudarle, pero su madre no le dejaba. Cabalgaban a gran velocidad sin detenerse.

— ¡Por favor, mamá! ¡Déjame ir con papá! —rogó.

— Lo siento, Link, pero no puedo dejarte —se disculpó con lágrimas en los ojos—. Tengo que protegerte.

Link agarró con fuerza la camisa de su madre y enterró la cara en el pecho de ella, llorando.

De repente, oyó un zumbido y notó que su madre se inclinaba hacia un lado. Ambos cayeron al suelo, quedando ella sobre él. Link miró por encima del hombro de su madre y vio que tenía una flecha clavada en la espalda.

— ¡Mamá! —gritó.

— Corre, Link —dijo Elana con voz débil y un fino hilo de sangre en la comisura de los labios, intentando incorporarse—. Corre, no dejes que te atrape.

— Pero…

— ¡Corre!

Link afirmó y salió corriendo.

Corrió y corrió. Corrió todo lo rápido que sus piernas le permitieron. Corrió lo que le pareció una eternidad por el bosque, hasta que tropezó y cayó al suelo de bruces. ¿Por qué huía? Aunque había visto como mataba a su padre, él no le tenía miedo, se enfrentaría a aquel hombre como había hecho su padre. Si tenía que morir, lo haría con honor, como su padre. Pero tanto su padre como su madre querían que huyera, que viviera. Enjuagándose las lágrimas que caían por sus mejillas, se levantó y corrió de nuevo.

Comenzó a oír un fuerte ruido, parecía el ruido que hacían las aguas rápidas de un río. Salió de entre los árboles y frenó de repente. Efectivamente ante él había un río, decenas de metros por debajo de sus pies, al pie de un precipicio.

— Por fin te encuentro, chico —oyó al hombre a su espalda.

Se giró y lo vio. Era como un ser oscuro, vestido de negro, con su pelo rojo como el fuego y sus ojos amarillos llenos de maldad. Era la primera vez que Link veía a un hombre como aquel, con aquella mirada tan cruel y despiadada.

— El juego se acaba aquí, niño —dijo Ganondorf—. Si vienes conmigo sin oponer resistencia, te prometo que no te haré daño.

Mentira. Link aún era un niño, pero sabía que aquel hombre mentía. Había matado a sus padres y ahora quería matarlo a él. Miró de reojo a su espalda, al acantilado. Si tenía que morir, no lo haría dándole la satisfacción a aquel hombre.

Sin perder ni un instante, retrocedió y se tiró al vacío. Sabía que tenía pocas posibilidades de sobrevivir, pero era lo único que podía hacer para huir de aquel hombre.


— Link…

Una voz lo llamaba, una voz desconocida.

— Link…

Volvió a oír aquella voz. A través de los párpados podía apreciar una fuerte luz.

— Link…

Abrió los ojos. Aún continuaba en el bosque. Había sido arrastrado río abajo y se encontraba en la orilla de éste.

— Ven, Link…

Oyó de nuevo aquella voz. Se levantó y la siguió. No sabía si era buena idea hacerlo, pero antes de darse cuenta su cuerpo ya se movía solo. Al menos no era la voz de aquel hombre. Se internó entre los árboles y, tras un rato andando, llegó a un claro. Había una fuente y una pequeña laguna y, sobre ésta, un ser de luz en forma de mono.

— Mi nombre es Farone —dijo el ser de luz—. Soy uno de los espíritus que dan luz a Hyrule merced al mandato de los cielos, y protejo este bosque.

Había oído historias sobre los espíritus de luz, se decía que uno residía cerca de Ordon, pero nunca lo había visto.

— ¿Eres tú quién me ha llamado? —preguntó Link.

— Así es —respondió el espíritu—. Se me ha asignado la misión de protegerte, a mí y al resto de espíritus de luz.

— ¿Por qué?

— Aún no puedo decírtelo, eres muy joven para entenderlo. Pero es importante que ese hombre no te coja, Link.

— ¿Por qué yo? —preguntó Link—. ¿Por qué me quiere a mí? Solo soy un niño.

— No puedo contarte los detalles, pero tiene que ver con la marca de tu mano.

Link se quitó el guante que cubría su mano izquierda y observó la marca de los tres triángulos sobre su dorso. Sus padres nunca le habían contado qué significaba aquella marca, solo le habían advertido que la mantuviera siempre oculta.

— He de transformarte, Link —continuó el espíritu—. Voy a hacer que adoptes un aspecto diferente, un aspecto que te permitirá vivir en este bosque y te mantendrá oculto de ese hombre.

El cuerpo de Link comenzó a cambiar. Notó todo su cuerpo arder. Sus músculos y huesos se contraían y cambiaban. Aquello era muy doloroso. Un grito de dolor escapó de sus labios y cayó al suelo. Cuando el dolor pasó, intentó ponerse de nuevo de pie, pero no pudo. Se miró a sí mismo y vio que todo su cuerpo estaba cubierto por un pelaje de color gris oscuro y una cola se movía de un lado a otro detrás de él. Observó su reflejo en el agua. Su aspecto había cambiado por completo, a excepción de sus ojos, ahora era algo parecido a un perro.

— A partir de ahora vivirás como un lobo —dijo Farone—. Vivirás así a la espera de que llegue el día en que ya no sea necesario mantenerte a salvo y puedas recuperar lo que es tuyo.

FIN


Comentarios: Con este capítulo extra, le doy punto y final al fanfic. Sé que algunos esperabais que la historia de este capítulo extra fuera posterior al final del fic, que fuera sobre la boda o algo por el estilo, pero como habéis podido ver es todo lo contrario.
No sé lo que os habrá parecido a vosotros, pero yo, personalmente, he disfrutado mucho escribiéndolo, es un capítulo que tenía muchas ganas de escribir a medida que iba desarrollando la historia principal.

Siento deciros que de momento no publicaré nada más. Actualmente estoy escribiendo otro fic, pero estoy tardando más de lo esperado en acabarlo, está resultando ser más largo de lo que tenía planteado en un principio. Hasta que no esté completamente finalizado, al igual que he hecho hasta ahora, no tengo intención de publicarlo, así que tocará esperar. Solo espero que mi inconstancia no me impida terminarlo ^^U

Por último, muchísismas gracias a todos los que habéis leído esta historia hasta el final, también a los que habéis escrito reviews y/o lo habéis puesto en vuestros favoritos o en seguimiento. Y sobretodo a Alfax por su ayuda.

Espero veros otra vez.

Bye!