¡YAHOI! Finalmente... y tras un duro y largo camino... aquí está el último capítulo de todos de Loneliness.

Espero de todo corazón que os guste.

Disclaimer: InuYasha y sus personajes no me pertenecen, son propiedad de Rumiko Takahashi.


Epílogo

Life


Se llevó la mano a la espalda y se irguió, sintiendo sus cada vez más viejos y cansados huesos protestar con un sonoro crujido por el movimiento. Cerró los ojos con un gemido, frotándose la zona adolorida mientras continuaba estirándose para devolver los músculos y los huesos a su lugar.

―¿Kikyō-sama? ¿Se encuentra bien?―Una joven se acercó preocupada hacia ella, ayudándola a sostenerse mientras se incorporaba hasta estar completamente en pie.

―Estoy bien, Aiko. No debes preocuparte por mí. ―La aludida frunció el ceño y los labios, en clara disconformidad.

―¡Claro que me preocupo! Venga, siéntese un poco. Hemos estado recogiendo hierbas medicinales desde el amanecer. Descanse. Yo terminaré. ―Ante la firmeza de la chica, Kikyō sonrió y se dejó hacer.

Se sentó a la sombra de un frondoso árbol y levantó la vista al cielo despejado, sin nubes y en el que brillaba el sol. Se encontraban en la época más cálida del ciclo lunar. Los campesinos ya habían empezado a recoger las cosechas y habían puesto a seca aquellos cultivos que lo precisaran. Las mujeres se afanaban en terminar de adecentar sus casas tras la temporada de lluvias, al tiempo que los más débiles se recuperaban de los achaques sufridos por el frío.

Observó a Aiko, arrodillada en medio del prado, con su brillante cabello negro ondeando a la suave brisa que soplaba. Su tez sonrosada y algo tostada por pasar tanto tiempo al sol, ayudándola. Sonrió al recordar las quejas de la madre de la joven, diciendo que su hija no encontraría nunca un marido decente si seguía oscureciéndose así su tono de piel. Claro que Aiko hacía oídos sordos a los reclamos se su progenitora. Ella había manifestado en innumerables ocasiones su deseo de ser sacerdotisa como ella, y por ello le había rogado años atrás, cuando no era más que una niña, que la entrenase en serio para sucederla en cuánto pudiese.

Sintió un estremecimiento recorrerla al tiempo que una energía demoníaca que ella conocía a la perfección hacía acto de presencia, tensándolas a ella y a Aiko.

―Kikyō-sama…

―No te preocupes, Aiko. No nos hará nada. ―Aiko torció la boca pero asintió.

―¿Irá a su encuentro?―Kikyō se lo pensó un momento y luego asintió, lentamente.

―Sí. Regresa a la aldea en cuanto acabes y comienza a clasificar las hierbas medicinales. ―Aiko asintió, todavía con una mueca disconforme en su rostro.

―No me gusta que vaya sola―susurró la joven. Kikyō sonrió y, haciendo un considerable esfuerzo, anduvo hacia su alumna y la envolvió en un cálido abrazo.

―Estaré bien.

―Pero… ―Kikyō le acarició amorosamente el cabello y le sonrió.

―No me hará daño, Aiko. Nunca me lo haría. ―Aiko acabó por ceder.

―Pero llévese su arco. Solo por si acaso… ―Kikyō contuvo una sonrisa pero asintió. Si eso dejaba tranquila a su pupila, entonces le daría el capricho.

Agarró su arco y su carcaj lleno de flechas y se encaminó hacia un pequeño claro que había un poco más allá, alejado del sendero.

Onee-sama… ¿por qué te torturas?―La voz de su hermanita la hizo suspirar.

Porque, aunque sea unos minutos, anhelo verlo, Kaede. Y en el fondo sé… sé que aún se preocupa por mí. No de la manera en que deseo, pero algo es algo…

Te haces daño. ―Kikyō esbozó una sonrisa triste.

Lo sé. ―Pero nada podía hacerle. Su deseo de sentirlo cerca, aunque fuese por unos breves minutos, aunque supiese que no podía acercarse a él nuevamente, era más fuerte que su sentido común.

Se internó en el claro y se quedó quieta, en el medio, esperando. Tras unos segundos, algo silbó en el aire antes de que un cuerpo alto y recio, cayera frente a ella. Los ojos dorados la taladraron durante unos momentos antes de que la voz masculina hablara, enviando un escalofrío por toda la espalda femenina.

―Kikyō… ―Su nombre sonaba maravillosamente bien en sus labios.

―InuYasha…

―Te veo bien―dijo él, repasándola con la mirada.

―Tú también. ―Kikyō tragó saliva―. ¿Cómo… cómo estás?―Se moría por preguntar algo completamente distinto, pero no tuvo fuerzas para hacerlo, no cuando la respuesta la destrozaría un poco más.

No obstante, él pareció no leer lo que había en su corazón, porque sonrió ampliamente y comenzó a contarle precisamente lo que no quería saber:

―Bien. Los niños nos tienen muy ocupados, pero… Kagome se las apaña. Aunque… va a tener que dejar de esforzarse tanto.

―¿Por qué?―preguntó antes de siquiera poder pensárselo mejor. Se mordió la lengua, maldiciéndose, pero tuvo que obligarse a seguir preguntando, para no quedar como una estúpida mujer celosa que no había superado un amor del pasado―. ¿Está enferma o-

―Está embarazada otra vez. ―El orgullo en la voz de InuYasha era evidente.

Aquello fue una puñalada directa a su maltrecho y roto corazón. Tuvo que esforzarse por mantener una expresión neutra.

―Vaya. Me alegro. ¿Necesitas que la revise?―InuYasha negó.

―Sango y Rin se encargan de ello. Solo… venía a ver cómo estabas. ―Kikyō tragó saliva y asintió, manteniendo todavía su cara inexpresiva.

―Estoy bien. No tienes por qué seguir viniendo. ―Kikyō miró para su rostro bronceado y aún juvenil, pero con alguna que otra línea que daba a entender que el hanyō había madurado en los últimos años. Sin duda, la paternidad le había sentado bien―. InuYasha…

―Todavía me preocupo, Kikyō. No puedo evitarlo―susurró, mirándola directamente a los ojos.

―Pero… no tienes por qué. Además, Kagome…

―Ella lo entiende. Porque tiene claro que la amo, a ella y a nuestros hijos. Los amo. Pero tú y yo siempre tendremos un lazo que nos une. Al menos mientras uno de los dos siga vivo. ―Kikyō sintió que se le formaba un nudo en la garganta.

―¿Crees… crees que tú y yo… habríamos… habríamos sido felices si… si yo… ―InuYasha clavó sus ojos dorados en los oscuros de ella.

―Sí―dijo él, con rotundidad―. Pero, incluso así, creo que habría conocido igualmente a Kagome. Ella… estaba destinada a conocerme y yo… creo que yo nací para ella. ―Kikyō cerró los ojos, sintiendo su corazón apretarse dolorosamente dentro de su pecho.

―Entonces… yo solo era un paso más en tu camino… ―InuYasha se acercó unos pasos a ella.

―Aprendí mucho contigo, Kikyō, mucho. Y aunque me llevó un tiempo darme cuenta, no puedo sino darte las gracias. Porque fuiste tú la que me hizo volver a creer que, tal vez, un medio demonio como yo sí podía enamorarse y ser amado. Pero…

―Pero yo nunca tuve el valor de luchar por lo nuestro. Nunca tuve el valor de abandonar mi vida tal y como la conocía para estar contigo. Por miedo. Y Kagome sí. ―InuYasha asintió, sonriendo, alejándose ahora un paso de la sacerdotisa.

―Tú tuviste mi corazón durante un tiempo, Kikyō, pero Kagome… Kagome es mi corazón, es toda mi vida. Ella y los niños lo son todo para mí. Todo. ―Kikyō tuvo que cerrar los ojos y retroceder.

Onee-sama…

Lo sé, Kaede. Es hora de dejarlo ir. Es hora de dejar de tener esperanzas. ―Abrió los ojos y miró directamente a InuYasha a los ojos.

―InuYasha… te libero de tu promesa. Ya no tienes que cuidarme. Vuelve con… con tu familia, con tu esposa y con tus hijos. Y sé feliz. Sé feliz por los dos.

―Kikyō…

―Ve, InuYasha. ―El medio demonio se aproximó a ella rápidamente y, en un último gesto cariñoso, juntó su frente con la de ella. Kikyō deseó con todas sus fuerzas que la besara, un último beso, que contuviera todos los "Y si" que podrían haber vivido.

Pero sabía que él no lo haría. Ya no. No cuando ella sabía que él no traicionaría a Kagome de esa forma, besando a un antiguo amor tan solo por nostalgia.

―Gracias―el susurro se lo llevó el viento, porque InuYasha desapareció de allí en un santiamén, seguramente deseoso de ir a reunirse con la mujer que amaba y los hijos que había tenido con ella.

Ahora eres libre, onee-sama. ―Kikyō cerró los ojos y asintió, sintiendo como al fin su alma se liberaba de un peso.

Un enorme peso que había llevado consigo durante demasiados años.

Volvió sobre sus pasos, decidida a recuperarse y a sanar su herido corazón.

Ya era tiempo de que ella también empezara a vivir su vida.

Fin Epílogo


Bueno, no tengo mucho más que decir... solo que... Gracias.

Gracias, por haberme acompañado hasta aquí, a pesar de mis tardanzas a la hora de actualizar.

Gracias, por todos vuestros comentarios, por todos ellos.

Gracias, por aguantar mis tonterías.

Gracias, por vuestra paciencia y vuestros ánimos.

Gracias, en definitiva, por estar ahí. Porque, aunque nos seáis conscientes, vosotros sois en gran parte la razón por la que sigo escribiendo, porque sé que va a haber personitas preciosas que van a apreciar todo mi esfuezo y el tiempo que invierto en escribir.

Ser escritora es algo muy personal para mí, y no sabéis lo difícil que resulta para mí, a veces, el subir una historia. Porque con cada palabra os comparto un trocito de mí.

Así que gracias, por permitirme abrirme al mundo de esta manera, por dejarme ser yo misma cuando más lo necesito, por soportar mis chorradas y mis idas de olla.

Gracias, chicos y chicas. Sin vosotros... yo no existiría, en definitiva, como escritora.

Y gracias especiales a aquellos que me han ido dejando reviews. Vosotros sabéis quienes sois y no quiero alargarme haciendo una lista interminable, porque además hay muchos que no tienen cuenta en ff, pero no por ello sus comentarios son menos valiosos.

Gracias, de verdad. Sois los mejores.

*A favor de la campaña con voz y voto. Porque dar a favoritos y follow y no dejar review es como manosearme una teta y salir corriendo.

Lectores sí.

Acosadores no.

Gracias.

¡Nos leemos!

Ja ne.

bruxi.