Título: RAMMEN.

Sinopsis: Quince años después de la cuarta guerra ninja, Sakura deberá regresar a la aldea a enfrentarse a los demonios del pasado.

NOTAS DE LA AUTORA: Disfruten con la lectura.

DISCLAIMER: Los personajes no me pertenecen, son propiedad de nuestro "Kishi".

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"Quizá la mayor facultad que posee nuestra mente sea la capacidad de sobrellevar el dolor. El pensamiento clásico nos enseña las cuatro puertas de la mente, por las que cada uno pasa según sus necesidades.

La primera es la puerta del sueño. El sueño nos ofrece un refugio del mundo y de todo su dolor. El sueño marca el paso del tiempo y nos proporciona distancia de las cosas que nos han hecho daño. Cuando una persona resulta herida, suele perder el conocimiento. Y cuando alguien recibe una noticia traumática, suele desvanecerse o desmayarse. Así es como la mente se protege del dolor: pasando por la primera puerta.

La segunda es la puerta del olvido. Algunas heridas son demasiado profundas para curarse, o para curarse deprisa. Además, muchos recuerdos son dolorosos, y no hay curación posible. El dicho de que el tiempo todo lo cura es falso. El tiempo cura la mayoría de las heridas. El resto están escondidas detrás de esa puerta.

La tercera es la puerta de la locura. A veces, la mente recibe un golpe tan brutal que se esconde en la demencia. Puede parecer que eso no sea beneficioso, pero lo es. A veces, la realidad es solo dolor, y para huir de ese dolor, la mente tiene que abandonar la realidad.

La última puerta es la de la muerte. El último recurso. Después de morir, nada puede hacernos daño, o eso nos han enseñado."

El nombre del viento, Capítulo 18. P. Rofhfuss.

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RAMMEN

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De las tradiciones,

Rammen y

Las nuevas complicaciones.

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Cada año, durante el equinoccio, todas las aldeas ocultas se reunían en el País del Rayo; en donde se había ganado la Cuarta Guerra Mundial para festejar el inicio de la paz.

Había trascurrido quince años desde que la Alianza Shinobi derrotó a Kaguya. Desde aquel entonces, cada diez de octubre, se conmemoraba a los valientes shinobi, al Sabio de los Seis Caminos, al clan Senju y al clan Uchiha. Con el tiempo, la celebración se convirtió en una feria: los cuentacuentos se congregaban para relatar las historias de la Gran Guerra, creando una espera curiosa y tensa entre los más pequeños; y generando recelos y ovaciones entre el público expectante. Los comerciantes aprovechaban para llenar sus bolsillos, vendiendo la mercancía para aguantar el duro invierno. Mantenían sus puestos durante veinticuatro horas, para que así cualquiera pudiese comprar lo que necesitase. También se celebraban los exámenes para ascender de rango ninja, y ya no se trataba de un asunto interno de cada aldea oculta. Ahora la seguridad primaba en los exámenes. Y, los mejores ninjas de cada aldea luchaban en un torneo por ganar el título de "Siete".

La ciudad de Rammen, llamada así por petición de unos de los héroes de la batalla, se situaba en el escenario donde se había desarrollado la batalla. Ya no quedaban rastros de destrucción; sólo puestos de comidas (en su gran mayoría puestos de ramen) y atracciones para los más pequeños de la familia. Los alojamientos se reservaban con meses de antelación. Algunos ninjas decidían que lo mejor era acampar a las afueras de la aldea, en la intemperie; pues ahí las estrellas brillaban con más intensidad y el ruido de la naturaleza los envolvía en un halo místico.

Neji y su hija, Tenten, recorrían las callejuelas de la aldea. Haciendo el mismo recorrido, año tras año, subieron al templo. A pesar de las labores rigurosas que tenía que realizar como líder del Clan Hyūga, lograba escabullirse para estar con su hija durante esta semana de festividad. En breve, su pequeña ya tendría la edad de convertirse en genin y estaba deseoso de observarla hacer la prueba desde las gradas del gran estadio.

Las pruebas de la academia eran de escrutinio público entre todas las aldeas. Todo alumno que ascendía al nivel más bajo de ninja, tenía que contar con la aprobación de cinco examinadores. Cada uno era procedente de una Aldea Oculta diferente y, por ende, no había dos examinadores con la misma hitai-ate. Desde que se había firmado el tratado de paz, se formularon ciertas reglas inquebrantables y, esa, era una de ellas.

Neji alzó la mirada cuando el templo apareció ante sus ojos. El lago que lo cercaba reflejaba la hermosa estructura del edificio. El acceso al templo se delimitaba por la Puerta del Rikudo Sennin, donde se apreciaba un hermoso relieve de la combinación de la Espada del Nunoboko y el bastón de Shakujō. Este último tenía un trenzado en forma de espiral junto a dos esferas: una incompleta y otra completa, símbolo de la creación del mundo shinobi y del ninshū.

Atravesó el armazón de madera; y sin poder evitarlo, detuvo sus pasos para fijarse en el pájaro que volaba sobre su cabeza. Vio como el ave ascendía y graznaba a medida que sus pequeñas alas se batían de arriba abajo y planeaban por el cielo azul. Así se sentía él: libre. Desde hacía mucho tiempo, la jaula que le mantenía prisionero, bajo las estrictas normas de la rama principal, se rompió para dejarle en libertad como un ave en el momento en el que había decidido tomar sus propias decisiones.

Al aproximarse por el camino de tierra, el templo resurgía majestuoso ante ellos. La Padoga destacaba por su altura de diez pisos, por los Bijus que existía en el mundo shinobi. El Kondo se situaba al medio de las tres estructuras, teniendo una altura de tres pisos. El Kodo, donde se celebraban algunas reuniones importante entre los Kages, era el edificio base y se encontraba al lado izquierdo del Kondo, cubriendo el cementerio que se escondía a su espalda. Y la campana, a la que se accedía por unas escaleras pequeñas, se situaba justo enfrente del Kondo. Esta se tocaba exclusivamente al comienzo y fin de las fiestas.

Sintió un pequeño roce en su mano. Sus ojos se enfocaron en su hija, quien lo miraba esperando a que reaccionara. Sus pensamientos le traicionaron de nuevo, no pudo evitar acordarse de lo que había ocurrido cuando volvió de entre los muertos y cómo su vida cambió radicalmente. Tenía mucho que agradecer; quizá, esta era la única manera que consiguió para hallar la calma y mostrar su gratitud por haberle dado una segunda oportunidad. Además, no quería reconocerlo, pero le había cogido el gusto de realizar lo mismo cada mes de octubre.

Sólo hubo una vez en la que por fuerzas mayores, no pudo venir y sintió que le faltaba algo. Quedarse viudo no fue fácil, teniendo en cuenta que tenía que criar a su hija recién nacida. Su mujer, antigua compañera de equipo desde que se graduaron como genin, había muerto el mismo día en el que llanto de su hija, triste y sonoro, se escuchó por primera vez. Y no paró de sonar por más de una semana, quizás a sabiendas de que su madre había dado todo su chakra para ayudarle a nacer.

—Padre—le interrumpió la pequeña señalando una fuente con su dedo.

Sacudió su cabeza para alejar sus pensamientos y, de forma mecánica, repitió lo mismo que hacía su hija. Cogió el cazo que estaba apoyado en el bordillo de piedra cercano a la fuente y se mojó las manos con cuidado para purificarse desde el interior hasta el exterior y limpiar el polvo del camino. Con el agua sobrante, regaron el tronco cortado, que se hallaba al lado izquierdo de la fuente rodeado de varias cañas de bambú. La parte inferior del Gran Árbol, el cual no tenía raíces, se colocó para advertir que el ansia de poder acarreaba consecuencias catastróficas; recordando así el origen del chakra.

A continuación, se colocaron frente a un quemador de incienso - que desprendía una gran humareda que ascendía desde el suelo hacia el techado del templo - y con las manos hacían leves amagos de atrapar el humo para luego echarlo al rostro. Y luego del pequeño ritual, obligatorio para acceder a la sala principal; se descalzaron y, dejando las sandalias en el lado derecho de la entrada, se adentraron en el templo.

En el interior, saludaron respetuosamente al Hokage de Konoha, quien estaba sentado junto a Kakashi. Separados de ellos, Hinata y sus hijos guardaban silencio, inclinados hacia delante y rezando. Tenten les sonrió uniéndose a ellos, mientras que Neji abandonaba la estancia con los dos hombres que saludó.

El Hyuga recordó cuando inauguraron el templo. Sin ponerse de acuerdo, los tres habían aparecido allí. Fue tan casual, sin ser premeditado, que cualquiera quien los viese, hubiese pensado que acordaron en verse ahí. Desde aquel entonces, su rutina no cambió a pesar de los años. Sin darse cuenta, esta acción se fue repitiendo y, poco a poco, se convirtió en un rito al que añadieron un poco sake. No les afectaba, era un hábito inveterado, adquirido por la práctica de hacer lo mismo en esa fecha especial. El silencio era inexpugnable y primordial, una regla no dicha, determinado mutuamente. Incluso Naruto era incapaz de romper la norma.

Al terminar, volvieron al templo a venerar la estatua de Buda. No eran devotos creyentes, pero era la única manera que acordaron para rememorar el triunfo y el origen de la paz. Cada uno tenía sus motivos: Kakashi dirigía sus pensamientos desde Obito, quien había ayudado en el último momento a la alianza y le había salvado una vez más (incluso a Sasuke); Naruto fijaba su mente en el lapso de tiempo en que Sasuke realizó el Samsara, reviviendo a todos los shinobis de la alianza y en las palabras que pronunció antes de cerrar sus ojos para siempre; y finalmente Neji, quien agradecía la segunda oportunidad que le ofreció el Uchiha y había comprendido el significado de las acciones de su padre: decidir tu propio destino.

Al cabo de unos minutos, todos se pusieron de pie y regresaron todos juntos. Las palabras salían a una gran velocidad de los labios de Naruto, deseoso de compartir anécdotas del cargo que soportaba sobre sus hombros. Los únicos que mostraban interés en lo que el rubio decía eran su propia familia, quienes por supuesto, ya conocían todos los pormenores de las historias que relataba.

Hinata ya no era tan tímida como antes. Con el pasar de los años y la convivencia con el amor de su vida, había borrado la sonrojes que le caracterizaba en la niñez y su mirada era más segura que en aquel entonces. Sus ojos perlas brillaban de emoción cuando escuchaba a su marido hablar y se tornaban cariñosos al dirigirlos hacia sus dos hijos, fruto de la pasión que compartía con su esposo en el futón a la luz de luna.

Se dirigieron al Ichiraku Siete. El dueño del establecimiento de Konoha se había hecho de oro cuando todos se enteraron de la dieta de uno de los héroes, creando varios establecimientos en las demás aldeas ocultas. Todos los shinobi que aspiraban al trofeo del más esperado torneo del mundo ninja tenían una dieta estricta de ramen durante esa semana; que iban alternando con diferentes sopas y acompañamientos para equilibrar el régimen alimenticio. Algunos ninjas, lo más fervientes profesantes, comían exclusivamente los alimentos que aparecieron en el libro "Cómo salvar el mundo comiendo ramen", escrito por el ninja copia y un best-seller en la comunidad ninja.

Los niños descendían presurosos por la colina, deseosos de acaparar los mejores sitios. De bien era sabido que, a esas horas, debían de dar lo mejor de sí para salir victoriosos en la lucha titánica por apropiarse los taburetes del lado izquierdo, cercanos a la cocina. No les importaba la cola que había en la entrada. Ellos la sorteaban sin ningún esfuerzo, escabullándose entre las personas sin ser detectados. El olor que desprendía el restaurante provocaba que Naruto perdiera el control, empujando a todo aquel que se interponía en su camino, para adentrarse en el local y quitarle la silla a su hijo.

Al ver que el más pequeño armaría un escándalo por haberle arrebatado su asiento, decidió sentarlo en sus piernas, dándole de comer un poco de ramen para que se callara. Todos los empleados sabían que cuando entraba el Hokage de Konoha y su familia, tenían que servirle inmediatamente un gran tazón de fideos a cada uno. No preguntaban, sólo lo colocaban delante y observaban como en treinta segundos lo devoraban todo. Cuando llevaban dos tazones de ramen, era cuando entraban los demás, haciéndose paso entre los clientes.

—Te atragantarás por la manera que tienes de comer—pronunció Neji con aversión al ver como se apilaban los platos. Se acomodó al lado del rubio; y entre tanto, su prima y su hija se sentaban en una mesa. Acercó su mano a la barra, cogiendo el tazón que pidió y lo degustó pausadamente.

—Puedo comer más de diez tazones de ramen en cinco minutos. —dijo orgullosamente el Hokage por su récord —¿Y Kakashi-sensei?—preguntó. No había perdido la costumbre de llamarle sensei; a pesar de que hacía muchos años dejó de ser su maestro. Era algo innato cuando lo nombraba.

El bullicio incesante crispaba los nervios de Neji. Tampoco ayudaba recibir pequeños empujones de ciudadanos al pasar; y menos aún el hecho que el rubio masticara con la boca abierta, dejando escapar perdigones de fideos triturados mezclados con saliva, que caían por el suelo y la barra. No entendía cómo les gustaba estar en un lugar tan abarrotado, en el que comer se tornaba una auténtica odisea y el silencio brillaba por su ausencia.

—Aficionados…me retuvieron…es el precio de la fama—justificó Kakashi con pesar y la respiración entrecortada, llevándose una mano a la cabeza. Tomó asiento y cogió el plato que le puso el cocinero. Cuando Neji, Naruto y sus hijos le miraron, ya se ajustaba su máscara y el tazón de ramen se había evaporado por arte de magia. No se explicaban como en escasos segundos era capaz de comer, teniendo en cuenta que tenía que deslizar la tela que le tapaba el rostro.

Los niños corrieron hacia su madre, quien no era capaz de apartar sus ojos perlas del rostro de su marido, para indicarle que se iban a dar una vuelta por la aldea y seguramente a escuchar a algún que otro cuenta cuento, ya que el torneo comenzaría más tarde. Tenten se ofrecía siempre voluntaria a acompañarles, vigilando que no hicieran ninguna trastada ya que tenían que dar una buena imagen al ser los hijos del Hokage. Y con unas sonrisas pícaras, abandonaron el restaurante, desapareciendo entre la multitud.

Hinata se acercó. Le puso una mano en el hombro de su marido, dándole apoyo tras escuchar cómo suspiraba. Estaba sumergido en sus pensamientos, y el azul de su mirada se apagaba con cada segundo que pasaba. Ella sabía que en esos momentos, el rubio pensaba en el antiguo Equipo Siete. Al aproximarse la hora que tenía que ir a presidir el torneo, junto con los demás Kage, sus ánimos se desplomaron tan rápido como las olas al llegar a la orilla.

Y sin que nadie preguntara, lo soltó. No podía aguantar más la congoja que llevaba en su interior.

—No he recibido ninguna carta desde hace más de dos años. No me ha perdonado aún.

—Naruto…—murmuró preocupada su mujer.

—Yo le prometí que todo volvería a ser como antes—espetó Kakashi, también furioso consigo mismo.— Y no quiero que hables en ese tono, como si la culpa fuera tuya. No fuiste el causante de su muerte, asimílalo. Él escogió su camino, hizo lo que creía que era correcto, no pudiste detenerlo. Entiendo que ella no quisiera volver a la villa tras conocer toda la verdad sobre la matanza Uchiha… El dolor era más fuerte que los lazos que la unían a Konoha. Tsunade, un ejemplo, ella también marchó en su adolescencia de la aldea, y al final, volvió. El tiempo lo cura todo.

—Sensei...— susurró Naruto. Quiso decir algo, pero las palabras no le salían.

—Cuando menos te lo esperes ella aparecerá. Es como dice Kakashi, ella es igual a Tsunade—dijo Neji.

—Pero han pasado quince años…—y se vio interrumpido por una avalancha de niños que los rodeaban pidiéndole que le relatara las hazañas de la guerra. Todos tocaban a Naruto como si de un Dios se tratase. Reían y lo observaban con curiosidad.

Los gritos se hacían insoportables para Neji, quien con sigilo al igual que Kakashi, abandonó el lugar. Con un ligero movimiento de cabeza se despidieron entre ellos. Cada uno se fue por un camino distinto.

El recorrido al campo de entrenamiento se hizo más corto de lo que recordaba. Se posicionó en la barandilla viendo entrenar a los jóvenes genin. Usaban técnicas de taijutsu muy básicas; recordándole los tiempos en que su equipo entrenaba sin descansar, siempre desarrollando un sinfín de técnicas marciales y de cómo se valían de su fuerza y velocidad sin el uso del chakra. Su maestro siempre insistía en esta técnica, además que su compañero y amigo, no era capaz de usar genjutsu ni ninjutsu. Aún pensaba como pudo comportarse tan arrogantemente en aquella oscura época de su vida.

—Mirando como entrenan los chicos, ¿eh?— no preguntó, lo afirmó. —La primavera de la juventud— y sus ojos destellaron brevemente al pronunciar la última frase.

Neji le miró fijamente. Su ropa no había cambiado, seguía conservando el mismo traje verde elástico que marcaba la musculatura de su cuerpo. Sus cejas pobladas se alzaban conjuntamente al contemplar con admiración al grupo de chicos que entrenaban duramente el taijutsu, sin reparar en el escrutinio al que estaba siendo sometido por su amigo.

—Hoy no podrás negarte a luchar conmigo, deberíamos inaugurar el torneo nosotros dos, en un duelo. Esta vez daré lo mejor de mí. El trabajo duro vence al talento natural.

—Estoy seguro que podrás vencer, aunque no creo que sea el mejor lugar para exhibir nuestras habilidades. Deberíamos dejar el protagonismo a los que se presentan.

Las palabras de Neji mellaron las intenciones de Lee. Él asintió, cabizbajo.

—Bueno, deberíamos ir escogiendo los mejores sitios para contemplar el espectáculo, ¿no crees? Veremos lo duro que han trabajado estos chicos para conseguir el trofeo. Estoy ansioso por ver los exámenes para ascender de nivel, sé que mis alumnos lo conseguirán. ¡La juventud florecerá! — Lee alzó el puño en señal de triunfo con una gran sonrisa en sus labios. Su carácter no había cambiado; permanecía intacto, como si nunca hubiese habido ninguna guerra ni su compañera hubiese fallecido.

En cambio, Neji no encajaba tan bien la muerte de Tenten, haciendo grandes esfuerzos por no volverse fatalista como en antaño.

—Estoy deseando ver a tu hermosa hija. Espero poder ser su profesor cuando se convierta en genin. Le enseñaré todos los secretos del taijutsu…—dejó de hablar cuando miró a su alrededor y se dio cuenta que todos se habían ido, incluido Neji.

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Las puertas del gran estadio, construido para la ocasión, estaban custodiadas por varios ANBU, quienes se encargaban de inspeccionar el acceso al recinto. Todo estaba perfectamente vigilado. Un gran campo invisible rodeaba todas las arenas, controlando y absorbiendo una gran cantidad de chakra de los que entraban. Esta era una de las medidas de seguridad que se habían establecido para los que iban a observar el torneo; exceptuando a los Kage, quienes eran los únicos a los que se les permitía conservar toda su energía. Por supuesto, a los participantes tampoco se les limitaban el chakra, ya que tenían que demostrar todas las técnicas que conocían y usar todo el poder que albergaban.

Un cosquilleo recorrió la piel de Neji cuando atravesó la puerta principal. Notó como sus fuerzas mermaban, como una parte de su chakra se consumía en un instante como si hubiese luchado durante horas. Nunca le gustó esa sensación, aunque no le quedaba más remedio que soportarla para contemplar los exámenes. Era el protocolo, por lo tanto, tenía que respetarlo.

En la votación que tuvo lugar, hace una década, para decidir la garantía del evento, hubo ciertas discrepancias. Varios clanes poderosos, entre ellos el suyo, no querían someterse a la eliminación del chakra durante las pruebas. Hicieron referencia a lo que ocurrió en Konoha cuando Orochimaru atacó, matando al Hokage de aquel entonces. Se sentían impotentes, sin poder utilizar su Kekkei Genkai. Otros clanes, de menor rango, indicaban que lo mejor era esa medida, ya que imposibilitaba ese tipo de ataques. Pasaron dos largos meses de discusiones, con alguna que otra escaramuza. Al final, tras escuchar atentamente las razones de unos y otros, se reunieron los Kages y optaron por rescindir el chakra de todos los integrantes al estadio; exceptuando el de los examinadores, lo que se examinan y ellos mismos.

La primera vez que tuvo que adentrarse para ver las pruebas, por petición de su hija, se enfureció al comprobar que su energía se evaporaba, sin poder hacer nada al respecto. Tenten disfrutaba con el violento hormigueo que la sacudía de un lado a otro, provocándole un leve mareo. Siempre aludía a esa sensación como un barco a punto de zozobrar de un lado a otro, luchando contra el furioso oleaje.

Extrañado, tras pasar la entrada, al no ver a su hija esperándole cerca de las gradas. Decidió recorrer el recinto unos cuantos metros, ya que no podía usar su byakugan. Raro, pensó. Nunca había tenido que esperarla. La puntualidad en el clan Hyūga estaba arraigada desde la niñez.

Desconcertado al no hallar ninguna señal que indicara que ella había accedido al estadio, caminó hasta el palco de su prima, pensando en que sabría dónde se encontraban niños. Las ovaciones del público se extendían como un sordo eco a lo largo de los angostos y zigzagueantes pasillos. Por fin llegó a su destino al divisar a su prima.

Los labios de Hinata se torcían en una mueca nerviosa al comprobar ensimismada como uno de los genin de su aldea recibía un duro golpe en el corazón. Esputó sangre al cabo de unos segundos. Inconscientemente, se llevó su mano pequeña a su pecho, rememorando su primer examen para ascender a chūnin. Neji sacudió la cabeza, alejando los recuerdos de aquella lejana pelea. Carraspeó para atraer la atención de Hinata, que aún mantenía sus dedos apoyados sobre su corazón.

—Neji-san. ¿Quieres unirte conmigo?—preguntó con suavidad, al tiempo que sus ojos recorrían expectante como los médicos sacaban al joven genin en una camilla. Inquieta, intento discernir los cuidados que le aplicaban al chico. Iba a salir en su auxilio, pero el mutismo de Neji, le desconcertó—. ¿Ocurre algo?

— ¿Sabes dónde están los chicos? Normalmente, suelen estar aquí antes de que empiecen las pruebas, pero no hay rastros de ellos. Si pudiera activar mi byakugan… ¡cómo detesto esta sensación! No sé cómo puedes soportarlo. —dijo burlón.

—No, no le tomé mayor importancia a su retraso. Ellos siempre llegan tarde, me recuerdan a Kakashi —añadió para restarle importancia—. No te preocupes, seguro que cuando menos te lo esperes, aparecen. Estarán al llegar—aseguró—. Mientras, toma asiento. Nunca es agradable estar sola.

No contestó. Cuando iba a sentarse en el asiento que le señaló Hinata, Jiraiya, el hijo pequeño de Naruto, entró corriendo y jadeando. Con una bocanada enorme atrapó todo el aire que su diminuto cuerpo le permitía, recuperando el aliento. Ambos primos le miraban con la preocupación tatuada en el rostro, ansiosos por averiguar por qué razón había entrado como un torbellino.

—Tenten y Minato…—y lo que dijo a continuación, no fue entendible para ninguno de los adultos, sólo salieron detrás de Jiraiya con el miedo dibujado en sus rostros. Sea lo que fuese, no tenían tiempo que perder.

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Notas de la autora: Espero que disfrutéis de este fic tanto como lo he hecho yo a la hora de escribirlo. Las actualizaciones serán cada diez días. Quiero agradecer especialmente a Just-Hatsumi, mi beta-reader.

Recuerden dejar un review para saber vuestra opinión. Muchas gracias.