V


El comportamiento de Helga solo logró que él se interesara más. Toda su vida, Arnold Shortman había sido distraído, ingenuo y malditamente atolondrado, pero decidió que esta vez sería diferente. No era simplemente por el hecho de que se había cansado de permanecer siempre en ese papel, sino que iba más allá. Se trataba de Helga. La niña que lo trató con apodos durante toda su infancia, que también lo empujó, lo molestó con bolas de papel durante las clases del Sr. Simmons, la que lo intimidó hasta el extremo de ponerlo hasta los nervios dejándolo caer en la sensación de la cólera. La chica que se había hecho pasar por su amiga Cecile. Se trataba de la muchacha que se le declaró desesperadamente en la azotea de Industrias Futuro. La misma que también lo ayudó a encontrar a sus padres. La única niña que había besado, la única con la que se sentía en entera confianza para abrazar y no sentirse desubicado. Ella.

Helga.

La que rompió una promesa que él consideraba inquebrantable.

¿Por qué era tan misteriosa?

Pero ahora, Arnold pondría toda su atención en ella, la trataría de descifrar. Si ella no le contaba sus emociones, sus reacciones y sus sentimientos, él las averiguaría solo. Y esa misma tarde, se percató de varias cosas.

Percibió que a Helga le gustaban las bolitas de chocolate, porque inconscientemente agarraba un puñado y se las metía a la boca. También que las masticaba minuciosamente, saboreándolas. También advirtió el pacífico sonido de su respiración cuando estaba tranquila. El cómo no escondía sus emociones cuando leía o el cómo se perdía en su mundo cuando algo le interesaba demasiado. Mordía sus labios cuando se encontraba inquieta o nerviosa. Cruzaba los brazos y fruncía el entrecejo cuando se sentía amenazada. De verdad se interesaba en sus estudios, y demostraba ser lista. Y finalmente, que cada vez que cruzaban miradas, ella desviaba la suya hacia el extremo opuesto inmediatamente y fingía que nada había pasado.

Todo eso, en una tarde.

—¡Oh, amor! —lloriqueó la japonesa mientras abrazaba a su novio—. Fue una película hermosa, ¿no es así?

—Claro, nena —asintió el pelinegro totalmente adormilado.

—¿Te gustó, Helga? —Phoebe le preguntó mientras se sonaba la nariz con un pañuelo que tenía en el bolsillo de su falda.

—Como sea —trató de sonar aburrida mientras se tallaba los ojos disimuladamente para liberarlos de las lágrimas retenidas—. Tengo sueño.

—Fitzwilliam Darcy es el hombre perfecto… —murmuró una Phoebe soñadora mientras reía tontamente.

—¡Hey! —se quejó Gerald, más despierto—. ¿Y yo qué?

—Amor, es solo una película —explicó como si fuera obvio.

—Gerald celoso de Sr. Darcy —rió Helga—. Ahora si lo he visto todo.

—Y tú Arnold, ¿qué opinas? —preguntó la pelinegra buscándolo con la mirada y finalmente encontrándolo en el piso, totalmente dormido.

Ella frunció la boca mientras la rubia reía.

—Creo que le gustó mucho, Phoebs —comentó la rubia mientras agarraba un pedazo de galleta y caminaba sigilosamente hacia el rubio dormido.

—Helga —intervino Gerald—, no creo que sea buena ide-

Pero era tarde, puesto que la rubia ignoró su consejo y metió la galleta en la fosa nasal de Arnold. El pobre despertó sobresaltado mientras estornudaba.

—¡Eso fue grosero, Helga! —le regañó su mejor amiga pero se le escapó una risa, por ende, no causó efecto negativo en la ojiazul, que reía incontrolablemente y se doblaba del dolor de estómago por ello.

—Es el karma, Arnoldo —explicó cuando tenía la vista del rubio sobre ella—, por no ver la película.

—Lo que tú digas, Helga.

—Viejo, estoy sediento… ¿vamos a comprar algunas bebidas? —preguntó Gerald mientras se levantaba y sentía calambres en los glúteos.

—Vayan ustedes —contestó bostezando mientras cerraba los ojos—, yo quiero seguir durmiendo.

—¡Arnold, no! —gritó aterrada Phoebe y por eso él se levantó de un salto, asustado—. ¡Todavía faltan muchas películas por ver!

Los dos chicos giraron los ojos y la rubia se quejó.

—Vamos a comprar, cariño —murmuró Gerald a la vez que miraba a Helga—. Quédate, Pataki.

—¿Por qué? —gaznó la aludida.

Y si Arnold estaba dormido, inmediatamente se despertó del todo. Ahí estaba su oportunidad. Había llegado sola, no tuvo que buscarla desesperadamente. El estómago se le revolvió. ¿Qué le diría? ¿Cómo la calmaría si algo salía mal? Estaba ansioso y la reconoció como una de las "Emociones Pataki"ya que solo ella podía generar tantos sentimientos encontrados en él. Decidió que no sólo iba a pedirle una amistad, también iba a exigirle la información que se había perdido, le iba a demandar la relevación que tanto le carcomía la razón. El motivo del paquete que recibió años atrás, la causa de la mentira de la identidad de Cecile, el motivo del repentino enojo hacia su moño rosa. Al fin…

Miró a su mejor amigo y le lanzó una mirada inquisitiva para que no se echara atrás respecto a la idea de no llevar a Helga, y en respuesta recibió una sonrisa de apoyo.

—Porque mi novia y yo nos daremos muchos besitos —caminó hasta quedar frente a la rubia—. Nos daremos las manos y nos diremos cuánto nos amamos durante el camino…

—¡Puaj! —la rubia fingió arcadas—. ¡Adiós! ¡Fuera antes de que vomite! Y si lo hago, será encima de ti, Geraldo.

—Nos vemos luego —se despidieron entre risas.

Era el momento. Era ahora o nunca.

Dejó pasar unos minutos antes de hablar, y meditó sobre las probabilidades que tenía de salir bien librado. Aunque se percató de que en realidad, la suerte ya no estaba de su lado, su positividad no decaía. Es que a este momento no lo estuvo esperando hace recién una semana, sino desde hace meses… ¡años! Y estaba tan cerca de lograrlo… Seguramente, en un tiempo pretérito, él no se hubiera atrevido a estar ni a cincuenta metros alrededor de ella, ¿era miedo?, ¿cobardía? Hace tiempo no se animó a pedir explicaciones. No se arrepentía, creía que si lo hacía por medio de una carta, el responsorio nunca hubiera salido de Hillwood. Probablemente, nunca hubiera existido. Ahora, podría charlar con ella personalmente, no tendría como escapar sin verse como una asustadiza. Helga G. Pataki no demostraba ser débil.

—Phoebe y Gerald están muy enamorados… —comentó mientras se sentaba a su lado. Ella desvió la vista de la trama de una película que hace segundos estaba leyendo y alzó una ceja, interrogante.

—Siempre lo han estado —respondió.

El rubio se guardó el suspiro de alivio. Había pasado la primera prueba. Ahora, tenía que tratar de no molestarla, estaba apacible.

—Lo supuse… —expresó con una sonrisa—. Desde niños se gustan.

Escuchó una risa a su lado y él se dio un cumplido.

—Creo que ellos no se daban cuenta en ese entonces… quizás Geraldo sí, a veces, lo veía babosear por ella. Era patético.

—¿Y cuándo empezaron a enamorarse?

Estaban adentrándose al momento en dónde él no estaba en Hillwood. El rubio guardó la calma, manteniendo las esperanzas.

—No lo sé… —murmuró secamente. Arnold tuvo que estudiar el tono de su voz para descubrir si en realidad era porque recordó lo que había sucedido entre ambos o por dejarse llevar por los recuerdos del pasado—. Un día, el cabeza de cepillo se acercó, empezó a compartir su tiempo con nosotras y cuando me quise dar cuenta, no se despegaba de Phoebs. El resto es historia.

Era una respuesta muy poco ambiciosa, pero él no le exigió más explicaciones.

—En un momento me molestó —rio melancólica y Arnold se sorprendió— pero luego entendí que era necesario. Las vidas cambian… fue hace unos años. Todos nos habíamos separado de alguna forma. Como sabes seguramente, Stinky y Harold se cambiaron de secundaria el segundo año, Eugene se mudó por... problemas, Sheena comenzó a juntarse con otras personas, en ese momento, Gerald estaba solo —explicó seria—. Todos habíamos madurado, habíamos seguido con nuestras vidas, y tú no estabas.

Arnold sintió que le estaba reprochando; mas no pudo intervenir porque ella suspiró, solemne.

—Gerald no tenía amigos en quién confiar… —prosiguió—. Es decir, todavía no nos separábamos del todo, a veces todos los de la PS 118 nos reuníamos, pero era una rutina fastidiante. A nadie le gustó esa época en donde sabíamos que nos estábamos alejando y tratábamos inútilmente de seguir juntos. Pero comprendíamos que si por algún motivo alguno desaparecía, ese quedaría como el malo de la película. Finalmente, la mayoría se cansó de seguir con la farsa y cuando en un momento nadie quería ser tachado de arrogante, al siguiente todos se separaron sin importar qué dijeran los demás —sonrió, descontenta—. Gerald estaba solo de pronto, eras su mejor amigo. Su único amigo —aclaró.

Gerald… solo. Ese chico que siempre había estado acompañado por su fiel amigo, súbitamente se encontraba solo...

Él escuchó atentamente cada palabra, le dolió pero las degustó con ganas. Estaba avanzando cada vez más, estaba a punto de llegar a la meta, podía sentirlo. Helga nunca se había abierto de esa forma frente a él.

No quiso interrumpir, no había porqué hacerlo. Temía que muriera el ambiente de entera confianza que se había generado. Pero Helga miraba al vacío mientras reavivaba los recuerdos. Frunció las cejas hasta que se formó una pequeña arruga y sus labios se volvieron una línea dura.

—Pero luego de un tiempo, se separó de ellos —cortó sorpresivamente ella—, él solamente comenzó a sentarse con nosotras y fin. Las vidas cambian.

Su voz había sido dura, fría. Pero no se atrevió a interrogarla más. Había obtenido parte de lo que quería. Estaba feliz por ello. No obstante, sabía que había tocado un tema delicado, pues al final, sus palabras volvieron a ser bruscas. Sabía que había más…

—Es verdad —admitió el ojiverde—. Las vidas cambian, pero nosotros somos quienes las manejamos.

—Eso no lo sé —farfulló ella mientras agarraba la bolsa de bolas de chocolate, agarraba unas cuantas y se las metía a la boca—. Las personas creen en el destino.

—El destino es un "complemento" de la vida. Las acciones las maniobramos nosotros, las consecuencias son el destino —aclaró Arnold.

Ella miró al suelo pensativa.

—Es una opinión interesante, cabeza de balón —felicitó mientras se paraba y se acostaba en la cama del chico.

—Helga, nosot... —comenzó él.

—No —atajó ella.

Estaba cerca… Tan cerca y, de repente, había perdido. Era un idiota y Helga Pataki una genio. Sospechaba que sabía sus intenciones desde el principio.

—Necesito hablarlo… —suplicó.

Estaba cansado. Sabía que era hoy o no era nunca. Tenía que resolver todo en ese momento, pero el tiempo volaba junto a ella, sus amigos volverían en cualquier momento, y entonces, regresarían al inicio. Él no lo quería.

Tomó el silencio de la rubia como una afirmativa a seguir.

—Quiero ser tu amigo, Helga —declaró Arnold y sus palabras quedaron en el aire por un momento.

Los segundos pasaron aunque a él le parecieron horas.

—Estamos llevando una convivencia digna de admirar, zopenco —explicó Helga—. Hablamos lo justo y lo necesario, Phoebe y Gerald están cómodos, y nosotros también…

—Yo no lo estoy —y aunque quiso callarse, no pudo.

—Tómalo o déjalo, Shortman —susurró mientras miraba el cielo.

—Ninguna —contestó, un poco frustrado—. Escojo tu amistad.

—Yo no tengo ninguna amistad que ofre-

—Deberías —interrumpió él, pero luego se corrigió—. Mejor dicho, sí, tienes tu amistad para ofrecerme. Porque si no, no estarías aquí, no estarías hablando conmigo.

—Eso es la convivencia, niño —lo asesinó con la mirada.

—La convivencia es mucho menos que eso. Y lo sabes.

Ella se quedó callada otra vez.

Arnold además de estar fastidiado, estaba confundido. No sabía si había perdido o ganado. Si había retrocedido o avanzado. Estaba a ciegas, así que por su bien y el de la humanidad esperó a que ella abriera la boca.

—¿Qué quieres de mí, Arnold? —de alguna forma, su nombre había sonado frío, y sintió como una cuchilla le atravesaba el pecho.

—Tu amistad —repitió.

—¡Ni tu te lo crees! —le lanzó una mirada de desprecio—. Lo que tú quieres es una explicación, ¿no? —se levantó de golpe y Arnold se asustó. No quería que se fuera, además no sabía como le diría a Phoebe que su mejor amiga se había ido enfurecida. Afortunadamente, ella solo se paró frente a él. Por respeto a su integridad moral y física, el rubio hizo lo mismo—. Quieres que te explique la verdad, camarón con pelos, pero no hay ningu-

—No quiero nada de eso —aclaró él.

¿Pero mentía? ¡Por supuesto que lo hacía! ¡Quería la verdad desesperadamente desde hace años! ¡Desde que le había llegado ese maldito paquete! Él se la merecía, él había sufrido, él se había lamentado, lo mínimo que tenía que recibir era una explicación. A pesar de eso, suspiró rendido. No podía obligarla. No podía encerrarla en su habitación hasta que ella se dignara a explicar lo que había sucedido años antes. No quería tampoco. No era su estilo.

Trató de sonar convincente, sintiendo que cada palabra le dolía.

—No quiero ninguna verdad —dijo—. Es más, quiero olvidar todo.

Su conciencia lo golpeó mil veces hasta que quedó rendido. De pronto sus piernas perdieron el sentido de la fuerza y tuvo que sentarse en su cama para no caer ahí mismo.

—Quiero que empecemos de nuevo… como amigos —aclaró—. Una segunda oportunidad.

Cerró los ojos con fuerza por un segundo. Él no quería olvidar nada, ¿es qué ella no lo entendía? Tal vez solo la quisiera como una amiga, pero esa chica, la que estaba dándole la espalda con una postura seria, estuvo a punto de ser su pareja.

Se quedó callado, aguardando.

Escuchó un suspiro, y vio como agarraba la bolsa de chocolates y acto seguido se sentaba a su lado.

—¿Por qué quieres ser mi amigo? —preguntó Helga con voz cautelosa.

Arnold meditó la respuesta, tratando de que sea corta y concisa.

Estaba cerca…

—Me agradas, Helga —no mintió esta vez. Ella se merecía una declaración sin tapujos, solo la verdad—. Quiero ser tu amigo porque me agradas de esa forma, no como un simple conocido al cual le tienes que hablar obligatoriamente.

La voz de Lila retumbó nuevamente «Abrir tus sentimientos, comentarle como te sientes, que le provocas.»

Tomó valor.

—Sé que seríamos buenos amigos… Como dijiste, las vidas cambian y con ellas, las personas. No somos los mismos, ya crecimos. Nos trataríamos bien… Cambiamos, congeniaríamos bien —recalcó.

Sintió pisadas en las escaleras que conducían a su recámara y miró a Helga, alarmado. Por lo visto ella también se dio cuenta de ello porque se levantó de la cama y caminó hacia donde estaba la película que hace rato sostenían sus manos.

Cuando Gerald y Phoebe traspasaron la puerta, ella habló con voz serena.

—Tengo esta… —miró la portada y leyó—. Moulin Rouge.

—Buena elección, Helga —elogió su mejor amiga mientras la tomaba y la ponía en el DVD.

Gerald miró a su amigo y con un gesto le preguntó si estaba bien. El aludido solamente se limitó a asentir con la cabeza.

Pero mintió. No estaba bien, ¿era normal? ¿Por qué se sentía tan desdichado? Miró a la rubia pero ella no le prestaba atención; estaba burlándose de Gerald porque sin querer había derramado bebida en sus pantalones. Ella sonrió burlona mirando al moreno y Arnold también lo hizo, pero mirándola a ella. Su sonrisa era una de desesperanza. Tal vez ella no quería ser su amigo, quizás ella no mentía y no lo toleraba de verdad. Eso lo decepcionó, pero lo aceptó. Ya había aportado sus esfuerzos. Había abierto sus sentimientos, se los había confesado, no había nada más que hacer.

Se quedó sentado en su cama mientras veía el comienzo de la película. Los novios decidieron que el piso sería su nuevo asiento y se los veía cómodos abrazados.

Helga se sentó a su lado y su cuerpo inevitablemente tembló. Aceptó el vaso de refresco que ella le ofrecía. Tomó un sorbo para tranquilizarse y centró toda su atención en el desarrollo de la película. Inesperadamente, la rubia se acercó a él cuidadosamente, sus cuerpos estaban pegados, sus muslos y brazos chocaban. La situación había pasado a ser una enteramente privada.

—Acepto, si quiero ser tu amiga —susurró bajo.

Y Arnold sintió que el alma le volvía al cuerpo.