Hola a gracias por los mensajes de aliento y los pedidos. Aunque falta poco para terminar el libro, falta mucho para terminar la historia. Vienen capítulos cruciales. Por si les interesa, estoy en:

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Y les dejo el enlace de una lista de canciones de Los Juegos del Hambre, En llamas, Sinsaj en Spotify

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Ch 97 Entre pieles

Luego de hacer una exhaustiva inspección por el departamento del Capitolio, nos damos cuenta de que está vacío, salvo por la mujer que acabo de asesinar. Quizá, si hubiera sabido que estaba sola, ni lo hacía. ¿A quién estaría llamando?¿Habrá querido pedir ayuda a un vecino o sólo estaba sorprendida porque nos había reconocido? Todas esas preguntas quedarán sin respuesta, porque ella no las podrá dar.

Igualmente, no puedo negar que me alivia pensar que no hay nadie más aquí. Sería ideal para quedarnos a descansar un rato antes de seguir nuestro camino hacia la guarida de Snow. Pero eso es un lujo que no podemos permitirnos.

Estamos todos sentados en la coqueta sala recobrando el aliento y estoy obligada a hacer una pregunta:

-¿Cuánto tiempo creen que pasará hasta que descubran que no volamos en la explosión del túnel?- le pregunto a todos.

- Podrían estar aquí en cualquier momento -responde Gale-Ellos sabían que nos dirigíamos hacia las calles. Probablemente, la explosión los desconcierte por unos minutos, luego empezaran a buscar nuestro punto de salida.

-Sería bueno que me fiara que está pasando afuera.

Me levanto del cómodo sofá y me acerco a una de las ventanas que da a la calle. Aunque las persianas están cerradas, puedo espiar lo que está pasando afuera. Y para mi sorpresa, me encuentro con un mar de gente que camina toda junta hacia un mismo sentido. No veo Agentes de Paz ni nada por el estilo. No los veo corriendo, sin más bien caminando pacíficamente, todos ataviados en sus coloridos vestuarios.

-¿Tienes idea de dónde estamos?-le pregunto a Cressida.

Cressida se levanta de su butaca y se une a mí frente a la ventana.

-¡Es nuestro día de suerte!- exclama.

-¿Por qué?

-¡Estamos aproximadamente a ocho cuadras de la Mansión presidencial! Hay que felicitar a Pollux por tan buen trabajo por nuestro viaje bajo tierra- dice efusivamente mientras el avox agradece con la cabeza.

-¿Puedes guíanos hasta la mansión?-le pregunto.

-¡Por supuesto!- me contesta- A falta de holo, buenas son las Cressida.

Una rápida inspección a lo que queda del escuadrón 451 me permite ver que no estamos en condiciones de salir a la búsqueda de Snow. Cressida se ve agotada y pálida. A Gale le sigue saliendo sangre por la herida del cuello. Pollux está acurrucado en un costado lloriqueando por la pérdida de su hermano. Y Peeta está en un sofá, sentado, agarrado a un almohadón al que a su vez muerde, como conteniendo un grito. Y yo sigo en movimiento por la adrenalina que fluye por mis venas por el odio que tengo. Son demasiadas muertes las que me rodean y Snow va a pagar por ello. Pero soy consciente de que en un rato, cuando la exaltación cese, voy a sentir el agotamiento.

-Miren, no podemos darnos el lujo de quedarnos acá a descansar, pero podemos utilizar las cosas que hay en el departamento para nuestro favor-les digo resignada-Inspeccionemos los placares a ver si encontramos algo con qué camuflarnos.

El resto se levanta reluctante de sus asientos mientras yo camino desganada al dormitorio principal. No me sorprende encontrarme con un armario gigante lleno de estrafalarios trajes de mujer; abrigos multicolores; cientos de pares de zapatos, algunos de los cuales no sabría ni cómo usar; y otras tantas pelucas de diferentes colores. No puedo dejar de mirar todo esto y pensar en Effie Trinket:¿habrá sido así su departamento?

-Cressida, busca entre todo esto algo que nos pueda servir a nosotras. Ten en cuenta que tiene que esconder nuestras armas también.

Me doy media vuelta y me dirijo otro dormitorio. Por suerte, en él encuentro una amplia selección de ropa para hombre. No me gustaba la idea de tener que disfrazar a Peeta, Gale y Pollux. Creo que en vez de pasar desapercibidos, hubiesen llamado aún más la atención. ¿De quién habrán sido todos éstos trajes y abrigos? ¿Esposo o amante?¿Volverá y encontrará a la mujer muerta?

Por suerte, el clima juega a nuestro favor. Aunque es mitad de septiembre, el Capitolio se encuentra a más de dos mil metros sobre el nivel del mar y, en ésta época del año, ya hace bastante frío. Como consecuencia, podemos encontrar grandes abrigos y capas que nos permiten ocultar debajo el uniforme de rebeldes y las armas. Lo más incómodo es tener que sacarnos las botas del uniforme para ponernos ridículos e incómodos zapatos.

Cuando hemos terminado el proceso de transformación, nos observo a todos en un gran espejo:

-Todo bien, pero el problema acá son nuestros rostros- les digo a todos.

-Sería tener mucha mala suerte que algún conocido nos reconozca justo ahora- confiesa Cressida- Creo que es más probable que reconozcan a Gale, el rebelde bien parecido, que a nosotros.

-El problema más grande es hacer pasar desapercibidos a Katniss y a Peeta- dice Gale un poco exasperado.

El comentario de Cressida me remite a los rumores que he escuchado en el Distrito 13 sobre la vida amorosa de mi amigo. En los últimos dos meses, su relación con Madge se había deteriorado un poco y se había ganado muchas admiradoras entre las cadetes y aspirantes a soldado. Conociendo cómo consume el Capitolio a los hombres bien parecidos, no creo que haya pasado desapercibido.

-Se me ocurre una idea- contesta Cressida mientras la veo que se mete en el gran baño del dormitorio de la mujer.

Aparece unos minutos después con varios tipos de maquillaje.

-Pollux, fíjate si encuentras sombreros y gafas-le ordena.

Cuando el avox reaparece con sombreros extraños y algunas gafas, ya tengo a Cressida encima de mí aplicándome maquillaje para oscurecer un poco más mi piel. Sobre la trenza aplica una peluca rubia. A Peeta le aplica un maquilla que le aclara aún más la piel, dejándolo prácticamente blanco papel. Y le coloca una peluca del mismo color de sus ojos. Luego, con una habilidad que me sorprende, nos coloca a los dos unos coloridos pañuelos que terminan escondiendo nuestras narices y bocas. Unas gafas muy ridículas terminan nuestra preparación.

Mientras Cressida, Gale y Pollux se disfrazan, yo aprovecho para buscar provisiones en las alacenas en la cocina. Sé que no tenemos mucho tiempo, pero no sé en dónde nos agarrará la noche y con hambre y débiles no serviremos para mucho. Encuentro una ridícula canasta en el que junto algunas provisiones y las llevo para el dormitorio. Cuando entro, me recibe una imagen caricaturesca de lo que queda del Escuadrón 451, causada por las llamativas pelucas, sombreros y gafas. Sin embargo, soy consciente que entre los habitantes del Capitolio, llamaríamos más la atención si camináramos con nuestros aburridos uniformes del Distrito 13. Apoyo la canasta en el suelo.

-No tenemos mucho tiempo, pero sería bueno que lleváramos en los bolsillos algunas provisiones, no servimos al grupo débiles por el hambre.

También encontramos algunas vendas, gasas y desinfectantes en el baño que nos van a servir para hacer las curaciones en caso de que podamos encontrar un lugar dónde refugiarnos por más tiempo. Cuando estamos listos, volvemos al primer piso, hacia la salida principal. Antes de salir, miro a mi escuadrón, convertido en pantomimas de habitantes del Capitolio y les digo:

-Vayamos todos juntos y tratemos de no hablar mucho.

Nos zambullimos de una vez por todas a la calle, en dónde la gente se arremolina como un rio hacia un lugar que no conozco. Una tenue llovizna, más bien aguanieve, está cayendo sobre nosotros obligándonos a bajar un poco la mirada. Alrededor nuestro, el mar de personas está igual, lo que nos da ventaja. Nadie nos está mirando. Puedo escuchar lo que están hablando. Están todos preocupados por el avance de los rebeldes sobre el Capitolio. Un tema que oigo recurrentemente es la falta de provisiones de otros distritos y el hambre que están pasando. ¡Cómo si realmente supieran lo que es el hambre! Pero seguimos hacia adelante, impávidos.

Logramos avanzar tres edificios de departamento, cruzamos la calle. Pero justo después de dar vuelta a la esquina, nos cruzamos con aproximadamente tres docenas de Agentes de Paz. Al igual que los ciudadanos del Capitolio, nos hacemos a un lado para que pasen. ¿A dónde irán? Trato de adivinar, pero sin el holo, estoy totalmente perdida.

Un minuto después, volvemos a mezclarnos en el mar de gente. Pero estoy intranquila.

-Cressida- susurro-¿Se te ocurre un lugar en dónde podamos refugiarnos?

-Estoy tratando-dice.

Pero el caos está a nuestro favor. No sé si es el aguanieve, el hambre, o las preocupaciones, o que nos disfrazamos bien, pero nadie se detiene un segundo a observarnos. Con esa ventaja, logramos avanzar una cuadra más. Pero cuando estamos a la mitad de la segunda, comienzan a sonar las sirenas. Levanto la cabeza y justo veo la televisión a través de la ventana de un departamento de la planta baja del edificio por el que estamos pasando. Es una de esas transmisiones de emergencia que hacen en el Capitolio. Y de repente, nuestras imágenes vuelven a ser emitidas. Sospecho que todavía no saben quiénes sobrevivieron, porque veo las fotos de Finnick y Castor. Pero ya saben que sobrevivimos y será cada vez más difícil pasar desapercibidos entre la gente. De repente, todos se han convertidos en peligrosos para nosotros: transeúntes y Agentes de Paz.

-¿Cressida?

-Hay un solo lugar. No es lo ideal. Pero podemos intentarlo-dice- Tratemos de ser discretos.

Con las cabezas gachas y a paso un poco más rápido, logramos avanzar unas cuadras más. De repente, Cressida nos hace entrar por un portón de lo que parece una residencia privada. Pero a medida que avanzamos, un hermoso jardín se abre paso y, cuando llegamos a otro portón, me doy cuenta que es como una cortada que une dos calles. Ahora, estamos en una calle bastante más angosta que por la que veníamos, flanqueada a los extremos por dos grandes avenidas.

Lo llamativo de ésta callecita, son las tiendas que la adornan. Son todas bastante más pequeñas de las que he visto en las calle principales y de bastante menor categoría: en una, puedo ver que venden copias falsa de algunas de las joyas que he visto en las opulentas fiestas en el Tour de la Victoria. En otra, se venden vestidos de fiesta usados, más adelante, los zapatos. Y, para nuestra sorpresa y aún en el estado de emergencia que se encuentra la ciudad, hay transeúntes, aunque no nos miran. De repente, la voz de Cresida me saca del transe.

-Tú sabes, querida- dice en su insoportable acento- Como pronostican un largo y gélido invierno, lo mejor que podemos hacer, es comprar una buena ropa interior de felpa.

Caminamos unos metros más y sigue.

-¡Espera hasta que veas los precios!¡Créeme, es la mitad de lo que pagas en las avenidas!-me dice en su más afectado acento del Capitolio.

No entiendo por qué me está diciendo eso hasta que nos detenemos frente a la vidriera desvencijada de un negocio que, aparentemente, vende ropa interior de mujer afelpada. Por fuera, no parece que estuviera abierto, pero Cressida abre la puerta de ingreso al negocio sin ningún impedimento y con mucho desparpajo. En el acto, un coro de campanitas indica que hay nuevos clientes.

A diferencia de lo que he visto por fuera en otras tiendas del Capitolio, con decoraciones despampanantes y mucha luz, ésta tienda es de bastante menor tamaño y bastante oscura. A los costados, están alineados estantes desde medio metro de altura hasta el techo. En ellos, la mercadería principal son pieles. No puedo evitar la tentación de tocas esas suaves superficies mientras el familiar olor de la piel curada me invade y me trae recuerdos de El Quemador. Es evidente que el estado de emergencia que sufre el Capitolio ha mermado el influjo de clientes, porque somos los únicos en su interior. Evidentemente, Cressida sabía a dónde nos traía. Ella se dirige al fondo de la tienda con toda confianza, en dónde una figura encorvada está sentada del otro lado del mostrador.

A medida que me acerco y puedo observar la figura, comienza mi confusión, ya que no puedo determinar si es humano. Nunca había visto nada más extraño. Si es un humano, del que no puedo determinar su sexo a ésta distancia, ha sido intervenido quirúrgicamente algunas veces. Pero esas intervenciones no han tenido un buen resultado, porque el rostro de éste ser está extrañamente deformado. Tratando de observarlo con los cánones estéticos del Capitolio, tampoco me parece bello. A medida que me acerco, los rasgos felinos se me hacen más evidentes: le han tatuado la piel con rayas negras y color oro, como si fuera un tigre; le han reducido la nariz a un tamaño casi inexistente; y le han implantado unos bigotes negros de un largo exorbitante. Y, como todo felino, y con eso me refiero a Buttercup, nos mira de reojo con desconfianza.

Pero Cressida tiene algo en mente, porque se acerca aún más, se saca su horrible peluca y le habla:

-Tigris- le dice- Necesitamos ayuda.

¿Tigris? Creo que he escuchado ése nombre alguna vez, pero ¿dónde? Rápidamente comienzo a buscar en mi memoria, alguna referencia hasta que llego a los primeros Juegos del Hambre que tengo memoria. Ella era una figurita conocida por aquella época, una estilista famosa, más joven y aún menos deformada. Sin embargo, no puedo recordar para qué distrito trabajaba, aunque no lo hacía para el mío. ¿Qué habrá sucedido para que fuera apartada de círculo predilecto del Capitolio?¿ Será que de tanto operarse les habrá resultado repelente?¿Es así como terminan los estilistas venidos a menos?¿Será ésta la calle de los estilistas desterrados?¿ O tendrán un fin más penoso aún? Me enfurece cómo el Capitolio los lleva a cruzar ciertas líneas de belleza y luego los rechaza y los niega.

No quiero parecer grosera, pero no puedo evitar mirarla y preguntarme quién le puso de nombre Tigris. ¿Habrá sido así como la bautizaron en el Capitolio o fue el nombre que le dieron sus padres lo signó su destino? Pero la voz de Cressida me saca de mis pensamientos.

-Plutarch dijo que podíamos confiar en ti- añade Cressida.

Sólo escuchar el nombre del programador de los Juegos y de la Rebelión me da revulsión. Se conocen de antes, obviamente, y eso no me inspira confianza. Si no nos delata a las autoridades del Capitolio, nos delatará al Distrito 13, en dónde tampoco puedo confiar en nadie, salvo en mi pequeña familia. Enseguida, las voces de alarma comienzan a sonar en mi cabeza, indicando que ésta tienda no es el lugar ideal para escondernos. Sin embargo, si Cressida nos trajo hasta aquí, es porque no conoce ningún otro lugar. Pero todavía no podemos cantar victoria, ya que la felina no ha dado el visto bueno al pedido de la productora.

Ella tampoco parece confiar mucho en nosotros y alterna su mirada entre una pequeña televisión que está a un costado de su mostrador y éste heterogéneo grupo de disfrazados. Seguramente sabe que están buscando a algunos rebeldes, pero todavía no puede decidirse si somos nosotros o no. Y como necesita una prueba de quienes somos, me saco el sombrero, la peluca y el pañuelo que cobre mi rostro tratando de develar mi identidad. Me acerco un poco más hasta que una de las luces me da de lleno en la cara.

Y eso parece ayudar, porque ella me responde con el mismo desdén que Buttercup: un gruñido de resignación. Lo que sucede después me desconcierta un poco, porque con un movimiento felino desaparece del mostrador hacia un estante lleno de polainas de piel. Le sigue el sonido de una puerta deslizándose hasta que ella reemerge por detrás haciéndonos señas de que avancemos hacia dónde está ella.

Cressida y yo nos miramos como tratando de comunicarnos entre nosotras y decidir qué hacer. Le hago un pequeño movimiento con la cabeza, como admitiendo que no tenemos otra opción. Estamos muy cansados, algunos heridos y, en éstas condiciones, nos capturarían sin ofrecer mucha resistencia. Me sumerjo a través de las pieles por la que pasó Tigris para descubrir que son el telón que esconde un panel que nos habilita la entrada a una empinada escalera que se dirige a un sótano. Ella, un poco más abajo del nivel del piso, me hace un gesto para que la siga.

Y de repente, me siento atrapada, como la vez que con la escuela tuve que visitar los túneles de la mina donde murió mi padre. Como en el Distrito 13. El pánico hace que me suden las manos y me hace repensar si podemos confiar en Tigris. ¿Será una trampa? Busco sus ojos que brillan en la semipenumbra y trato de buscar en ellos una señal que me dé confianza. ¿Por qué lo hace? No la conozco, como conocía a Cinna y su sacrificio desinteresado por la causa de la rebelión. Para mi, Tigris sintetiza toda la superficialidad y esnobismo del Capitolio. De hecho, fue una de las predilectas criaturas que adornaban los Juegos del Hambre hasta que... hasta que no lo fue más. .Entonces, ¿será la sed de venganza? ¿El odio visceral la que la mueve a esconder a estos rebeldes del Distrito 13? En el fondo, la idea de que quiera vengarse por lo que le hicieron me reconforta y me acerca a ella. Nos iguala.

-¿Prohibió Snow tu entrada a los Juegos?- le pregunto como tratando de generar empatía.

Sin palabra de por medio, Tigris me lanza una mirada cómplice. Y su cola se sacude extrañamente.

- Porque voy a matarlo, lo sabes- le aclaro, por si acaso.

Ésta vez, me regala un tenue sonrisa, o lo que yo entiendo por ella cuando su felina boca se extiende a lo largo de su rostro. Y esa reacción me sirve como reaseguro de que no nos estamos metiendo en una trampa.

Ahora, con un poco más de confianza, la sigo por la oscura escalera hasta que me señala un lugar por el que debo pasar. El espacio no es muy alto, tanto que luego de dar unos pasos, una cadena me golpea la cabeza. Tiro de ella e, inmediatamente, se prende una luz fluorescente que devela como una bodega poco profunda y ancha, sin puertas ni ventanas, que por el alto, sospecho que está construida entre otros dos sótanos, lo que la hace invisible para el que desconoce su existencia. Demás está decir que el lugar está bastante frío y húmedo. Una mirada más concienzuda me devela las pilas de pieles apiladas por los rincones sobre el piso de cemento, pieles que no deben haber salido de ahí en años. De a poco, el pánico que sentía se va diluyendo porque, a menos que Tigris nos delate, podríamos quedarnos días aquí sin que nadie nos encuentre.

Mientras voy inspeccionando un poco el lugar, el resto de mis compañeros comienzan a entrar. Cuando estamos todos, siento el ruido del panel que vuelve a su lugar y luego el del estante de la polainas que vuelve a su lugar original. Cuando Tigris vuelva a sentarse en su taburete, todo habrá vuelto a la normalidad y nosotros permaneceremos aquí como si ésta tienda nos hubiese tragado.

Observo a mis compañeros justo para darme cuenta que Gale está blanco como una pared, a punto de colapsar por la pérdida de sangre de su herida en el cuello. Junto a Cressida, le preparamos una improvisada cama con una pila de pieles, le quitamos las armas, los borceguíes y le abrimos un poco el uniforme. Vamos a tener que limpiarle la herida y detener la hemorragia. Otra rápida inspección me permite ver una canilla de agua a un costado. Me acerco y la abro para recibir a cambio el ruido de cañería vacía. Pero luego de un instante, comienza a salir agua oxidada, hasta que, luego de un minuto, sale limpia al fin. Busco unas vendas limpias, las mojo y me acerco a Gale. Cressida ya lo ha sentado y preparado para que lo pueda limpiar bien. Yo la miro.

-Al fin y al cabo- me dice- Tu madre es sanadora. No me digas que no has hecho esto nunca.

Ni me preocupo en explicarle que odio la sangre y que he huido sistemáticamente de los procedimientos que ha hecho mi madre. Y cuando termino de limpiar, me encuentro deseando que ella estuviera aquí, porque la herida de Gale es más profunda de lo que pensaba y va a necesitar puntos de sutura. Tenemos equipo de sutura en el botiquín de primeros auxilios que nos trajimos del departamento, pero no tenemos a nadie capacitado para hacerla. ¿Estará mal si le pedimos a Tigris que lo haga? Durante sus años de estilista, debe haber cocido por lo menos telas. Pero convocarla aquí abajo alteraría la normalidad de la tienda, con el riesgo de develar nuestro paradero.

-Está bien-le digo a regañadientes- Lo haré yo. Pásame el botiquín de primeros auxilios.

Cressida busca en uno de los bolsillos de su capa y me alcanza el botiquín. A un costado, encuentro un pedazo pequeño de piel y se lo pongo a Gale en la boca:

-Muerde esto así no se escuchan los gritos- le digo con fastidio.

Uso un paño desinfectante para esterilizar la herida y mis manos, enhebro la aguja con el hilo de sutura y, resignada, comienzo a coser los extremos de piel a ambos lados de la herida. Seguramente le quedará la cicatriz, porque no tengo experiencia haciendo esto, pero evitará que siga perdiendo sangre y se infecte. Su cara de desesperación tras cada punto me indica que no está muy contento con mi desempeño, pero no tenemos la alternativa de una anestesia.

Cuando termino mi trabajo, luego de desinfectar nuevamente la herida y vendarlo, busco agua, le doy un calmante y un antibiótico del botiquín y Cressida lo ayuda a meterse en su improvisada bolsa de dormir.

-Descansa ahora. Estamos seguros aquí-le digo.

No sé si son los calmantes, el cansancio de la huida o la lucha contra el dolor mientras lo cocía, pero lo veo dormirse al instante.

Ya liberada de atender a Gale, veo a Cressida acercarse a Pollux. Juntos buscan un rincón cerca de Gale y, con unas pieles, preparan sus bolsas de dormir. Encuentro a Peeta en el otro extremo, acurrucado mirándose las muñecas. A pesar de que le habíamos sacado las esposas hace rato, tiene las tiene bastante laceradas.

Mojo unas vendas con agua y me acerco a él para no sobresaltarlo. Aunque no está dormido, se sorprende cuando me acerco:

-No te asustes- le digo despacio- Vengo a curarte esas muñecas.

Me siento a su lado y, primero, se las limpio con la venda mojada. Mientras le pongo el antiséptico, Peeta hace cara de dolor:

Hay que mantenerlas limpias, de lo contrario la infección podría propagarse y

Sé lo que es el envenenamiento de la sangre, Katniss dice PeetaAunque mi madre no sea una sanadora.

Y así, en un instante, es como si me llevaran hacia atrás en el tiempo, a otro lugar cerrado y oscuro, una caverna, otra herida, otra arena.

Me dijiste lo mismo en los primeros Juegos del Hambre ¿Real o no real?

Real dice¿Y arriesgaste tu vida consiguiendo la medicina que me salvo?

Real me encojo de hombros. Tú eras la razón por la que estaba viva para hacerlo.

¿Lo era?

Aprovecho la pausa que hace para terminar de hacerle la curación y vendarle las muñecas. Es evidente que no era la respuesta que esperaba, porque su cuerpo se ha tensado un poco y en su cara hay signos de confusión. ¿Estará buscando en sus pensamientos alguna referencia a mi comentario?¿Será alguno de esos recuerdos brillantes a los que se ha referido o podrá encontrar el recuerdo real? De repente, siento que se relaja, como si toda la energía que tenía hubiera abandonado su cuerpo. Luego me mira:

- Estoy tan cansado, Katniss- me dice con ojos tristes- Es agotador estar siempre separando los recuerdos.

-Ven, te ayudo a preparar una bolsa de dormir para qué puedas descansar- le digo.

Me ayuda a organizar las pieles de manera que queden como una cama. Al otro lado, Cressida me indica que ha repartido parte de las provisiones que sacamos del departamento. Las busco y luego me siento al lado de Peeta para que comamos juntos:

-Sé que estás cansado, pero será mejor que comas algo así no te debilitas- le digo como si estuviera hablando con mi hija.

Él asiente y, juntos, comenzamos a devorar unas latas de fideos con estofado. Cuando hemos terminado, le propongo ayudarlo a sacarse los borceguíes. Él está un poco confundido:

-Será mejor que duermas cómodo-le explico.

Pero se confunde aún más cuando me acerco un poco para comenzar a bajarle la cremallera del uniforme:

-Sácate esto también, total quedarás con la ropa térmica debajo. Debajo de las pieles hará más calor y cuando salgamos tendrás mucho más frío.

Cuando sólo está en camiseta, calzones y medias, lo ayudo a meterse en su bolsa de dormir. Apenas apoya su cabeza en la improvisada almohada, cierra los ojos. Estoy segura que tardará segundos en dormirse.

Me levando se su lado y me dirijo hacia dónde están Cressida y Pollux. Ellos todavía están comiendo y me siento a acompañarlos. Apenas lo hago, Cressida me pregunta:

-¿Quieres establecer una guardia?

Miro alrededor, a lo que queda del Escuadrón 451: Gale está dormido, pero su palidez me impresiona; Peeta , también dormido, con su estado de confusión extrema; Pollux, con grandes ojeras por no haber dormido durante días, en parte, por el dolor de haber perdido a su hermano; y Cressida, que como yo, sólo ha dormido una corta siesta de dos horas.

-Si llegara a entrar un escuadrón de Agentes de Paz a la tienda y descubrieran éste escondite, no tendríamos chance-le confieso mirándola a los ojos.

-Nos atraparían al instante, tienes razón- me responde.

-¿Crees que el odio que Tigris le tiene a Snow es suficiente como para qué no nos delate?-le pregunto con sinceridad.

-Katniss, es de total confianza- admite Cressida mientras Pollux asiente con la cabeza.

-Entonces, no creo que haya ninguna razón para establecer una guardia. Tratemos de dormir un poco- le digo.

Me hacen una seña de asentimiento con la cabeza, no sin antes sonreírme, creo que por la felicidad que les causa la idea de descansar mientras podamos. Yo también estoy muy cansada y, mientras camino hacia el rincón en dónde duerme Peeta, me debato mentalmente en dónde voy a dormir. Habíamos improvisado dos bolsas de piel, una al lado de la otra. Me siento en la que está libre y comienzo a desatarme los borceguíes. Cuando estoy bajando la cremallera de mi uniforme, siento como voy perdiendo las fuerzas que tenía hace un rato. Lo único que quiero hacer es dormir. Y sé que sólo podré dormir a su lado. Si él estuviera despierto, seguramente se resistiría, pero sin perturbarlo, me meto entre sus pieles, a su lado, tratando de acomodar mi cuerpo junto al suyo, pero sin tocarlo. Con su calor corporal y la suavidad de las pieles, tardo segundos en quedarme dormida.

Estoy caminando por una calle extrañamente larga en el Distrito 12, dónde todo sigue intacto como cuando me fui al Vasallaje de los Veinticinco. A mi lado, Effie Trinket, ataviada con una peluca rosa brillante y un ajustado traje a medida, camina a un paso bastante rápido. Vamos al Quemador, a la entrada de las minas, a la Aldea de los Vencedores. A cada lugar que voy, trato de librarme de Effie, pero por más que corra, no lo logro, ella siempre está a mi lado. "Como tu escolta, Katniss, éste es mi trabajo, estar a tu lado para que llegues a tiempo", me dice cada vez que la miro. Pero el horario cambia constantemente. Justo cuando estamos llegando al Edificio de Justicia, al otro lado de la plaza principal, Effie se rompe uno de sus tacones. En el momento en que ella se agacha para agarrar su zapato roto, yo miro al cielo para ver más de una docena de aerodeslizadores que comienzan a tirar bombas por todo el Distrito 12.

Me despierto sobresaltada y casi sin aire. Me duele la garganta, pero no sé si he gritado. Miro alrededor mío, para ver si alguien se ha despertado. Bajo las viejas pieles, Pollux y Gale duermen exhaustos, uno luego de haber descargado toda su energía por la tristeza de perder a su hermano, el otro, por las heridas de la batalla. Cressida, a pesar de estar en buen estado, no está acostumbrada a tanto esfuerzo físico y el agotamiento la ha sumido en un profundo sueño. Sin embargo, a mi lado, siento que el cuerpo de Peeta se tensa. Sé que si despierta del todo, va a querer que me vaya de su lado. Corriendo el riesgo de despertarlo del todo, apoyo una de mis manos sobre su cadera para acariciarlo como hago con Hope para hacerla dormir. Al hacerlo, su cuerpo se tensa un poco, entonces acomodo mi pecho sobre su espalda y me acerco más a él.

-No, Katniss- me susurra -No.

-Está bien, Peeta, no va a pasar nada-le aseguro mientras comienzo a acariciarle desde el muslo a la cadera.

-Si, y tú lo sabes, soy un asesino.

- No-le contesto con firmeza pero sin levantar la voz- Sólo te confundieron las explosiones de las balas.

-No-insiste.

-Shhh, tranquilo - insisto mientras lo acaricio.

Mientras sigo el lento masaje a lo largo del costado de su cuerpo, mis sentidos se van despertando. Aunque hace sólo cuatro días que llegué al Capitolio, el vértigo de lo ocurrido desde entonces hace que parezca un siglo la última vez que estuve tan cerca de Peeta. Su calor, su olor, despierta los recuerdos en mí y me encantaría que él no estuviera tan distante.

-No me apartes, por favor-le susurro al oído.

Su cuerpo está quieto, pero de a poco, la tensión se aleja. El calor que irradia y su respiración comienzan a tener efecto en el mío y siento que me estoy durmiendo cuando, de repente, el cuerpo de Peeta se mueve hasta rotar y quedar de costado de cara al mío. Y la sorpresa es mayor, cuando toma con cuidado mi nuca y acerca mi cabeza a la suya para sellar nuestras bocas en un beso. Al principio es torpe, un poco por la sorpresa, un poco porque creo que él no recuerda cómo hacerlo. Pero, unos instantes después, los movimientos se vuelven los habituales.

-Te extraño- le susurro cuando intento tomar aire-Te necesito.

Probablemente sean las palabras, o las acciones, pero algo hace que, de a poco, el Peeta que conozco hace años vuelva a la superficie.

-Tranquila, estoy aquí- me contesta- Yo también te necesito, eres lo único que me mantiene cuerdo.

La mano que está en mi nuca comienza a bajar por mi cuello y espalda, acariciándome, acercándome aún más a él. Yo ayudo abrazándolo del torso y apoyando unas de mis piernas sobre el muslo, presionándolo hacia mí con mi talón. Uso mi otra mano para tomarlo de la nuca y acariciar su suave pelo. Rápidamente comienzo a perderme en sus caricias, en los besos. Nuestras lenguas se encuentran y comienzan una suave danza. Es como si los últimos tres días no hubiesen sucedido, como si Peeta no hubiese tenido el flashback. Y no puedo negar que mi cuerpo comienza a encenderse de a poco, reconociendo las manos de Peeta, las caricias, su olor. Los recuerdos de nuestra intimidad vienen a mi memoria, mi primera vez, el reencuentro luego de la primer arena, nuestros encuentros en el Distrito 13. Sin darme cuenta, los besos ya no son suficientes y mi cuerpo está listo para algo más. Pero no sé cómo reaccionará él. Sin nuestros uniformes, no es mucha la tela que nos separa, sin embargo, tengo dudas. Me conformo con presionar fuerte mi entrepierna contra su muslo para buscar cierto alivio ayudada con la pierna que lo sostiene.

Sus fuertes manos comienzan a amasar mi cuerpo, la espalda, mis nalgas. Pero todo se acelera dentro mío cuando siento que su mano rodea uno de mis pechos y no puedo evitar un gemido. Es como si no estuviésemos en éste tugurio, rodeados de extraños. Primero lo hace sobre la tela de mi camiseta, hasta que, finalmente, usa sus dos manos para quitar rápidamente mi camiseta por mi cabeza y dejar mi torso desnudo. Acto seguido, vuelve a tomar mi pecho, para luego guiar mi pezón hacia su boca. Al principio, la succión es suave, casi no la siento, pero de a poco, se vuelve más intensa. El calor en mi entrepierna se intensifica y trato de moverme un poco para generar fricción. Al moverme, uno de mis muslos choca con su erección, y ese simple contacto desata todo.

Ya sin pudor, uso ambas manos para remover, primero su camiseta y, luego, su calzoncillo, para luego tomar su erección entre mis manos. No tengo tiempo ni de acariciarlo un poco, cuando siento que mi calzón ya está a mitad de mis piernas y mi cuerpo de espalda contra las pieles. Sin perder tiempo, termino de bajar mi ropa interior por mis piernas y abrirme a Peeta, a quien guio sin problema hasta que me penetra. Ese instante, la primera impresión de nuestra unión, me transporta a mi hogar y me olvido por completo que estamos en medio de una guerra, en un sótano.

-Peeta- gimo- ¡Cómo te extrañé!

-¡Yo también!-me contesta en un ronroneo para luego encontrar mi boca y volver a besarme.

Finalmente estamos piel contra piel, corazón contra corazón, envueltos entre las pieles. Peeta coloca sus antebrazos a mis costados y comienza a presionar con fuerza dentro mío, pero el movimiento de sus caderas son casi imperceptibles. En los momentos en que afloja un poco la presión, yo trato de rotar mis caderas, de modo que cada vez la penetración es más profunda.

-Te amo- le susurro entre gemidos, casi sin pensarlo.

- Yo- dice, para luego tragar con dificultad- también te amo Katniss, aunque estoy seguro que me lo olvidaré antes de la mañana.

- Por favor no lo hagas.

Muevo mis caderas más rápido y tengo que presionar mi boca contra su hombro para no gritar.

-Dilo otra vez- le pido un instante después mientras lo miro a los ojos iluminados de verde por la luz de seguridad.

-Te amo, Katniss.

-No dejes de decirlo-le susurro.

Y con su voz como un mantra me dejo llevar. "Te amo" dice a mi oído, contra mi cuello, en medio de un beso, contra mi pelo, mientras sus manos comienzan a acariciar mis pechos nuevamente. El beso que usamos para sofocar nuestros gemidos se convierte en nada más que nuestras bocas abiertas que intercambian alientos.

Cierro los ojos y estiro el cuello, la tensión de todo mi cuerpo aumenta anhelando el climax, justo cuando siento que una de las manos de Peeta se coloca entre nosotros y viaja por mi cuerpo hasta encontrar mi clítoris. En el instante que lo toca, me obliga a abrir los ojos y fijar nuestras miradas, teñidas de verde y puedo ver como en su boca se forma una sonrisa de triunfo. Acelera el ritmo de sus movimientos dentro mío coordinadamente con su dedo sobre ese punto, mojándome aún más. Su miembro está cada vez más firme para mí, y yo más blanda, caliente y receptiva. Nuestros movimientos se aceleran aún más hasta que, de repente, quedo casi sin aire cuando mi orgasmo irrumpe. Cierro mi boca para callar el grito al tiempo que siento los chorros de su semen caliente que se derraman dentro mío. Su cara se deforma en ese gesto de placer que tanto amo.

Pierdo totalmente la noción del tiempo y vuelvo a mi para sentir el peso del cuerpo de Peeta sobre el mío. Estoy a punto de quedarme sin aire, cuando se incorpora sobre sus antebrazos para aliviar el peso. Nos miramos fijamente, pero no nos movemos. Sólo se sienten nuestros corazones latiendo agitadamente. De a poco, nuestra unión se corta, en la medida que su pene se relaja y sale de mi cuerpo.

Peeta sale de arriba mío y se mueve para quedar de costado, a mi lado, pero nunca deja de mirarme. Escomo si estuviera tratando de recordar algo. El silencio se prolonga por un minuto o dos hasta que, por fin, habla:

-¿ Katniss?- pregunta en un susurro.

-¿Si?

- Hemos hecho esto antes. ¿Real o no real?

-Real- contesto, aunque no puedo dejar de sentir un poco de dolor por la pregunta.

-¿Gale?- sigue, con la mirada dolida.

-¡No real!- le contesto un poco dolida, aunque sé que es curiosidad, no morbo- Siempre fuimos tu y yo.

-Pero Snow…

- Peeta- le digo con paciencia- Entiendo que no puedas recordad ahora, pero lo nuestro empezó mucho antes de la primer arena.

Él no me contesta, sólo asiente con la cabeza. Veo que mueve con cuidado su mano hacia mi cuello. Casi como el toque de una pluma, roza un pulgar por encima del hueco de mi garganta y recorre la circunferencia de mi cuello, justo por dónde sus manos intentaron ahorcarme. Yo me quedo quieta, expectante, pero no tengo miedo.

-Katniss- susurra mientras levanta mi barbilla y baja su cabeza hasta posar sus labios sobre mi cuello- Lo siento tanto, pero tanto.

-Ya lo sé. Yo también lamento mucho que te hayan hecho esto.

Elevo mi mano hasta enterrarla en su pelo y guio su cabeza mientras él sigue haciendo un camino de besos alrededor de mi cuello.

-Es tan difícil a veces- sigue en un susurro-Una parte me dice que no debo confiaren té. Y la otra que dice que eres la única persona en que debo confiar.

Su mano comienza a bajar por mi torso, por el valle entre mis pechos, hacia mi abdomen.

-¿Y ahora?-le pregunto.

-Ahora estoy tranquilo. La única voz que oigo es la tuya diciéndome que me amas.

Su mano sigue el viaje más hacia abajo, hacia la base de mi abdomen que, aunque sólo tengo 11 semanas de embarazo, tiene una pequeña protuberancia. Peeta parece darse cuenta que no está totalmente chato y llama la atención respecto a mi consistencia huesuda que he ganado en el Distrito 13. Él me mira, como confundido.

-Estoy embarazada- le explico con calma- Sólo 11 semanas, lo concebimos justo antes de entrar a la arena.

- Pero . . .

-Por eso no querían que viniera al Capitolio con ustedes. Tuve que escaparme.

-Pero . . . – insiste.

-Peeta, va a estar todo bien. Te lo prometo.

-¿ Quién está en allí ahora, Katniss?- me pregunta señalándome la cabeza- ¿A quién oyes tú?

- A tu corazón, a tu respiración- le contesto, porque es lo único que quiero escuchar-Me da paz.

Cierro mis ojos y escucho la pesada respiración de Peeta mientras acaricia mi vientre suavemente, haciendo círculos. Lo sigue haciendo por unos momentos y casi estoy durmiéndome cuando su mano baja suavemente y un dedo me penetra. Mi cuerpo ofrece poca resistencia y el sensual masaje me hace emitir un gemido de placer. No puedo evitar abrir los ojos para mirarlo. Él me está mirando fijamente.

-¿A quién oyes ahora?-le insisto.

-Todavía a ti- dice y cierra la distancia entre nosotros- Sólo a ti.

Su cuerpo se afloja un poco cuando se acerca para besarme. Aprovecho la oportunidad para tumbarlo y dejarlo de espalda contra las pieles. Lo acompaño con mi cuerpo hasta quedar a horcajadas sobre sus caderas. Cuando meto mi mano entre nuestros cuerpos y tomo su erección no me sorprendo, es lo que esperaba. Y disfruto el momento en que envuelvo su pene con mi cuerpo y nos unimos nuevamente. Comienzo a ondular sobre su torso lentamente, generando fricción con cada parte de nuestra piel que está en contacto. Uno nuestras bocas en un beso para evitar que mis gemidos despierten al resto. Y me pierdo en nuestros cuerpos. Ésta vez no hablamos, sólo los cambios en nuestras respiraciones guían mis movimientos, y la urgencia de llegar al clímax.

Peeta toma mis nalgas con ambas manos, amasando la carne y agregando más presión a mis movimientos. La sensación es deliciosa, me gustaría quedarme así, con él, por toda la eternidad, alejada de los problemas y amenazas. De a poco, el ritmo va acelerándose y la tensión aumenta hasta que, siento que Peeta se tensa completamente debajo de mí. Su cara se transforma en esa torsión que tanto amo y el latido de su pene dentro mío me dispara a mí también al clímax. Pierdo por completo la noción del tiempo, arrullada por nuestros gemidos.

Me desplomo sobre el cuerpo de Peeta. Sé que no lo estoy aplastando, de hecho, él siempre me decía que le gustaba tenerme así. Apoyo mi oreja sobre su pecho y, mientras recupero el aliento, siento como el latido de su corazón se va calmando. A medida que retoma mi consciencia, no puedo evitar preguntarme qué nos depararán las próximas horas. ¿Llegaré a matar a Snow? Y si no lo logro, ¿nos apresarán nuevamente?¿Podré volver con Peeta a nuestra casa en el Distrito 12?¿Podré volver a estar así con Peeta otra vez? Pero, a pesar de todas esas dudas, el cansancio se apodera de mí y me duermo en sus brazos como en las viejas épocas.

Me despierto sintiéndome bastante recuperada. Por suerte, no volví a tener pesadillas. No soñé nada. Peeta está a mi lado, todavía durmiendo. No parece estar soñando y sus facciones reflejan mucha paz. Busco entre las pieles mi ropa interior y recupero una de las gasas con las que limpié las heridas de las muñecas de Peeta para limpiar un poco mi entrepierna. Salgo de entre las pieles y me pongo el uniforme, los borceguíes y me pongo de pie. Al otro lado del depósito puedo ver que Cressida está despierta. Me acerco despacio para no despertar a nadie.

-¿Sabes qué hora es?-le pregunto en voz baja.

- Es tarde-contesta secamente.

-¿Pudiste dormir?

- Un poco- admite con cara de pocos amigos- Tú, en cambio, parece que dormiste bastante bien.

-Si- contesto con la misma sequedad, no sé qué quiere, aunque no evito ponerme colorada de sólo pensar que nos escuchó.

-¿No le tienes miedo?

- Es mi esposo, mi amigo, mi aliado. Nos conocemos mucho.

-Entiendo- contesta aunque se le encienden los ojos- Deberías comer, recuperar fuerzas. Toma.

Me alcanza una lata con guiso de carne y una botella de agua. Me retiro hacia un costado y me siento apoyando la espalda en la pared. No es el mejor estofado que he comido en mi vida, pero apenas lo abro y lo huelo mi sistema digestivo se da cuenta, porque me lo devoro en cinco bocados. La botella de agua es grande y me permite hidratarme bien. Ya saciada, los acontecimientos de ayer vuelven a mi memoria mientras trato de hacer la digestión. ¿Perderé alguna vez la cuenta de las muertes que he causado? Mitchell y Boggs al inicio de nuestra misión, Messalla derretido por la vaina, Leeg1 y Jackson devoradas por la picadora de carne, Castor, Homes, Finnick y Naan, presa de los lagartos. Y debería agregar a la mujer del Capitolio que perforé con una flecha. Son nueve muertos en veinte y cuatro horas. Fue todo tan rápido que me parece mentira. Levando la mirada y me imagino a Castor y Naan dormidos debajo de una pila de pieles. A Boggs y Jackson, que en cualquier momento vendrán a contarme el plan de escape. A Finnick, que vuelve de charlar de viejas épocas con Tigris. Casi todos ellos murieron defendiéndome en una misión que yo fabrique. Y ahora, a la distancia, la idea de matar a Snow parece realmente fuera de lugar, por no decir tonta. Sacrifiqué ocho personas por él. ¿Cuántas más serán? Estoy realmente consternada por los hechos Y me quedo pensativa por un largo rato, a medida que el resto de lo que queda del escuadrón de van despertando.

Estamos todos juntos sentados alrededor de las latas de comida y no puedo más del remordimiento. Entonces, todo sale de mi boca:

-Todo es un fraude. ¡Yo soy un fraude! Y soy una asesina. Por mi culpa murieron Boggs, Mitchell, Mesalla . . .- y no puedo evitar que algunas lágrimas caigan por mis mejillas- Las Leegs, Jackson y no sé si Finnick y Naan. Y los estoy poniendo en peligro a ustedes también.

-Katniss- me dice suavemente Cressida, que se acercó a mí para tratar de consolarme.

-¡ No tengo perdón!-insisto- No existe tal misión, ¿no se dan cuenta?

Ahora, todos me están mirando, en silencio, lo que me hace sentir aún más culpable.

- Katniss- rompe el silencio Gale- Todos sabíamos que estabas mintiendo acerca de que Coin te mando a asesinar a Snow.

-Tú me conoces desde hace tiempo y quizás lo sospechabas, ¿ pero ellos? – señalo a Cressida y a Pollux- Y los soldados del Distrito 13 no me conocían y ¡arriesgaron sus vidas por mí!

-¿De verdad crees que Jackson creía que tenias ordenes de Coin? – me pregunta Cressida con tono firme- ¡Claro que no! Estaba muy desconfiada. Pero en quien sí confiaba, era en Boggs y cuando él decidió seguir adelante, ella no dudó más.

- Pero Boggs no sabía la verdad de la misión, nadie sabía mi plan . . .

-¡Claro que sí!- interrumpe Gale- Se lo dijiste a todo el mundo en el Comando. Recuerdo mu bien que fue una de las condiciones que le diste a Coin a cambio de convertirte en el Sinsaje. "Yo matare a Snow"dijiste.

- Puede ser que lo haya expresado claramente ante el Comando. Pero una cosa es solicitar el derecho de ejecutarlo una vez terminada la guerra y otra cosa es ésta misión desastrosa a la que los he arrastrado.

- No la veo tan desastrosa- agrega Gale.

-¿A qué te refieres?- le pregunto con un tono de asombro.

- Míralo de éste modo: nos hemos infiltrado en el campamento enemigo, hemos demostrando que las defensas del Capitolio pueden ser vulneradas. Por otro lado, logramos inundar los noticieros del Capitolio con nuestras imágenes mientras burlamos su seguridad y hemos convertido a la ciudad en un caos mientras intentan descubrir nuestro escondite.

- Plutarch debe estar haciéndose un banquete con todas las imágenes y feliz de que los has hecho pasar como tontos a Snow y a sus secuaces- agrega Cressida con tono irónico.

- De ésto último estoy segura- le contesto a Cressida con pena- Ni a Plutarch ni a Coin les importa un comino de quien muera con tal de lograr su objetivo. Ellos se comportan como los hacedores de los Juegos del Hambre, sólo les interesa que sea exitoso.

-Si Coin hubiese estado en contra, ¿no crees que te habría mandado de vuelta al Distrito 13 apenas hubieras pisado el suelo del Capitolio?- insiste Gale.

- Ella no me mandó de vuelta porque me quiere muerta- le respondo con rabia.

- Muerta o no, tu misión le sirve- agrega Cressida.

Miro a mi alrededor tratando de buscar apoyo en los otros. Pollux asiente con la cabeza respaldando las palabras de Gale y Cressida. Al único que no puedo leer es a Peeta.

-¿Tú que piensas Peeta?- le pregunto y nuestros ojos se encuentran.

-Creo que . . . todavia no tienes ni idea del efecto que puedes tener sobre la gente. Ninguna de las personas que hemos perdido eran idiotas. Ellos sabian lo que estaban haciendo. Te siguieron porque realmente creian que podrías matar a Snow.

No sé si es la tranquilidad de su voz mientras dice las palabras, que me recuerdan tanto al hombre que es mi amigo desde hace tanto tiempo, a mi aliado, lo que hace que sus palabras lleguen a mi interior y me calmen. Realmente creo que tiene razón. Y darme cuenta de eso destaca la deuda que ahora tengo con todos los que murieron en ésta misión. Voy a tener que matar a Snow.

-Entonces, tendré que matar a Snow- les respondo en voz alta mientras saco el mapa de papel del bolsillo de mi uniforme y lo extiendo en el suelo- ¡Dime en dónde estamos Cressida.

-Estamos aquí- me señala Cressida en el mapa, un lugar a cinco cuadras de la plaza central del Capitolio, justo enfrente de la mansión de Snow.

-¿Hay mucha seguridad?- le pregunto nuevamente.

- En ésta zona comercial las vainas no están activadas por seguridad de las personas que viven y comercian, no te preocupes.

-Pero si salimos así nos reconocerían- agrega Gale.

-A la ropa del Capitolio, le podríamos agregar algunas pelucas de piel y accesorios de la tienda para ayudarnos a pasar desapercibidos- agrega Cressida.

- ¿Y no creen que la mansión de Snow esté vigilada?- pregunta Peeta preocupado.

-Probablemente- agrega Gale- Por eso necesitaríamos poder sacarlo al aire libre, con alguien de señuelo para que los otros pudiésemos atraparlo.

-¿Sabemos si ha hecho alguna aparición pública últimamente?- vuelve a preguntar Peeta.

- No lo recuerdo- le contesta Cressida-Los últimos discursos fueron filmados dentro de la mansión.

-Será difícil sacarlo, más teniendo en cuenta que los rebeldes están rodeando al Capitolio- confieso.

- No sólo eso, después que se conocieron los crímenes que denunció Finnick, debe de haber más de un ciudadano del Capitolio con ganas de aniquilarlo- agrega Cressida.

¡Claro! No me había dado cuenta que Tigris no es la única persona en el Capitolio que odia a Snow. Más de un amigo o familiar de las víctimas de Snow debe estar haciendo cola para deshacerse de semejante basura.

-Con toda la seguridad que debe estar rodeando a Snow, el señuelo deberá ser muy tentador para hacerlo salir- reflexiono.

-Si, tienes razón- me contesta Gale.

-Apuesto a que saldría por mí- les digo- Si yo fuera capturada, él querría que fuera tan público como fuera posible. Prepararía un escenario grandilocuente, como las escalinatas de su gran mansión.

-Sería muy arriesgado- interrumpe Peeta.

-Lo sé. Pero entonces Gale podría dispararle desde la audiencia.

-No, no me gusta- dice Peeta sacudiendo la cabeza- Hay demasiados finales alternativos a ese plan. Snow podría decidir torturarte para obtener informacion. O ejecutarte publicamente sin estar presente. O matarte dentro de la mansión y mostrar tu cuerpo al frente.

-¿Y tú que piensas Gale?.

-Sinceramente- me dice mirándome a los ojos- Lo veo como una jugada muy arriesgada como para llevarla a cabo si analizarla un poco más. Podría ser como última alternativa. Deberíamos seguir pensando un rato más.

-¡Es una locura!- insiste Peeta- Estás embarazada, es un riego que no puedes correr.

-¿Embarazada?- pregunta Gale con asombro.

-Si- responde Peeta con resignación mientras observo la cara de sorpresa de Cressida y Pollux.

- Estaba embarazada de Hope cuando entré a la primer arena- digo tratando de excusarme.

-Pero en ése momento no lo sabías- dice con decisión Peeta.

Su comentario me deja helada, no sólo por el tono de reproche que usa, sino también por el hecho de que lo haya recordado. La pequeña habitación se queda en un silencio sepulcral. Evidentemente tanta revelación los ha dejado mudos. Veo a Gale bajar la cabeza pensativamente y retirarse a Cressida un costado.

Luego de un rato, el silencio es interrumpido por los pasos de Tigris sobre el piso del negocio que está por arriba nuestro. Si no calculo mal, debe de estar cerrando la tienda. Oigo el ruido metálico de las persianas que se bajan y que nos separarán del mundo exterior hasta el día siguiente. Unos minutos después, los mismos pasos se sienten que se dirigen hacia el interior de la tienda, seguidos del traqueteo sobre la escalera hasta sentir que se abre el panel de madera que esconde la entrada al depósito en dónde nos encontramos.

Por detrás, escucho un ronroneo y tardo unos segundos en darme cuenta que nos están hablando:

-Vengan- nos dice- Arriba tengo comida para ustedes.

La primera en seguir sus comandos es Cressida. Cuando estoy llegando al último escalón, oigo que Cressida le pregunta:

-¿.Te comunicaste con Plutarch, Tigris?

-No tengo forma- ronronea Tigris- Pero no se preocupen, hay muchas casas seguras en el Capitolio y si no hay noticias de ustedes debe sospechar que están a salvo en alguna.

¡Sí que sus palabras me dan tranquilidad! La sensación de seguridad que me da confirmar que no haya contactado a los líderes del Distrito 13 me relaja e instantáneamente me abre el apetito. Pero me desilusiono un poco cuando veo que el prometido banquete consiste en un poco de pan rancio, un frasco de mostaza y media horma de queso dispuestos sobre el mostrador de la tienda.

-Sé que no es mucho- se disculpa- Pero desde que los rebeldes sitiaron al Capitolio ha habido racionamientos.

- No te preocupes Tigris- le digo sinceramente- Tenemos provisiones que hemos sacado de un departamento en el que irrumpimos hace una día.

- No voy a aceptar un no por respuesta, y menos del Sinsajo- agrega- Yo casi no como dice ella. Y cuando lo hago, sólo es carne cruda.

Aunque no puedo cuestionar sus gustos, no deja de asombrarme lo armando que está su personaje gatuno.

Nos acomodamos alrededor del mostrador y reparto el pan cinco porciones. Luego, hago lo mismo con el queso y se lo alcanzo a cada uno. En un costado, empotrado en un placar, hay un televisor por el que están pasando las noticias. Luego de un alto en la búsqueda, el gobierno de Snow ha concluido que sólo nosotros cinco somos los rebeldes sobrevivientes. Los carteles con nuestras fotos se muestran con gran pompa, acompañados de sumas impensadas de dinero que se ofrecen a modo de recompensa para los que brinden información que conduzca a nuestra captura. Recalcan una y otra vez que somos sumamente peligrosos. Nos hacen ver como asesinos despiadados, sobre todo a mí.

La emisión de las imágenes de nuestro enfrentamiento con los Agentes de Paz se suceden sin ningún tipo de interrupción por parte de una señal del Distrito 13. Es como si no existieran. Todo se vuele ridículo cuando emiten un homenaje a la mujer del Capitolio que maté con una flecha.

-¿Crees que los rebeldes hagan alguna declaración?-le pregunto a Tigris.

-No- ronronea mientras mueve la cabeza en forma negativa.

-Dudo que Coin sepa que hacer conmigo, ahora que todavía estoy viva.

La ronca carcajada que hace Tigris me saca de mis pensamientos:

-Nadie sabe qué hacer contigo, chica. Ven- me dice haciendo un gesto con la cabeza- Vamos a ver qué te puedo dar para contrarrestar el frío de afuera.

Me lleva a un costado en dónde tiene varios ítems ordenados. Después de mirar un poco, se decide por un par de polainas de piel.

-Toma- me dice- También te servirán en el sótano.

-No las puedo aceptar, no tengo dinero.

-Primero, es mala educación no aceptar un regalo- me regaña un poco- Y, segundo, si lo que están haciendo ustedes da resultado, el dinero no valdrá nada.

Sin argumentos, tomos las polainas y volvemos juntas a la improvisada mesa. Ahí veo que Peeta, Gale y Cressida están con un mapa decidiendo qué estrategia seguiremos.

-No estamos nada lejos- recalca Cressida.

-Pero éstas cuadras pueden convertirse en kilómetros si están muy vigiladas- advierte Gale.

-Lo más importante- agrega Peeta- Es que ellos esperan ver a cinco personas en grupo. Todavía podemos despistarlos.

-Tienes razón- le responde Gale- Si salimos en grupos de dos y de tres, podríamos despistarlos un poco.

-Katniss- me dice Peeta- Si quieres infiltrarte en la mansión de Snow, no hay problema, pero debes hacerlo antes de que te conviertas en el cebo.

-De acuerdo- contesto para no generar una discusión, aunque soy consciente que, si decido entregarme, no necesitare permiso de nadie o la participación de nadie.

- Será mejor que vuelvan al sótano- nos indica Tigris- Afuera ya es noche cerrada y, por el toque de queda, deben haber habilitado las vainas. Les conviene descansar un poco más.

Ninguno de nosotros discute su recomendación y, como si fuésemos niños, bajamos las escales en fila obedientemente. Ya en el sótano, reacomodamos nuestras camas, acondiciono la herida de Gale y las muñecas de Peeta, nos sacamos los borceguíes y nos preparamos para dormir.

Cressida, Pollux y Gale se encuentran en un extremo de la habitación. Peeta y yo en la otra. Ésta vez, él no ofrece resistencia cuando, luego de sacarme el mameluco del uniforme me acuesto junto a él entre las pieles. Apoyo mi cabeza en la almohada dispuesta dormirme, cuando Peeta me sorprende con un beso en la boca. Es como un toque de mariposa sobre mis labios, apenas un roce de sus carnosos labios que ponen en alerta mis sentidos al instante. A medida que aumenta la presión, su lengua comienza a rozarme los labios hasta que no me queda más remedio que abrir la boca. Su boca, al igual que la mía, sabe al queso sardo que acabamos de comer y a su característico sabor.

Luego de unos segundos nos separamos para tomar aire, pero instintivamente me adelanto y vuelvo a sellar nuestras bocas. Peeta me premia subiendo su mano por mi costado hasta tomar mi pecho derecho y empezar a amasarlo. Por el embarazo, está hipersensible y, casi instantáneamente, un corriente de placer comienza a correr por mi cuerpo. De repente, parece cambiar de idea, porque suelta mi peco y, con ambas manos, to mar el borde de mi camiseta térmica y me la saca por la cabeza antes de que pueda protestar. Su boca ahora está a un lado de mi cuello, dándome pequeños besos en dirección hacia mis pechos.

Cuando su boca encierra mi pezón, tengo que taparme mi boca con mi mano para no emitir un gemido. Comienza a dibujar círculos con su lengua por la areola, para luego dar pequeñas volteretas en el pezón. Cuando ha consigo dejar bien erecto el de mi pecho derecho, se dirige al izquierdo, al cual trata con igual devoción. Mi respiración es cada vez más agitada y tengo que apretar las piernas para contener la presión que siento entre ellas. En lo único que pienso es en su boca y sólo deseo que me ayude aliviarme, que me toque.

Al parecer, Peeta se da cuenta, porque coloca una pierna entre las mías y presiona como para que yo consiga la fricción que necesito. Comienzo a moverme haciendo pequeños círculos sobre el hueso de su rodilla, pero no es suficiente.

-Peeta, por favor- le ruego, pero no sé qué le estoy pidiendo.

Él me mira triunfante.

-¿Qué quieres Katniss?- me ronronea al oído.

-Te quiero a ti- le contesto rogando.

Peeta vuelve a posar sus labios inflamados sobre mi boca mientras que con una mano comienza a bajar mi calzón. Casi con reverencia abre mis piernas y apoya un dedo sobre mis labios. Muy despacio comienza a moverlo, acariciándome y esparciendo la humedad que se ha juntado.

-Estas lista- susurra.

-Si, por favor- le vuelvo a pedir.

-No todavía- insiste mientras inserta el dedo dentro mío y comienza a moverlo con maestría.

Pero no está del todo contento, porque vuelve a capturar mi pezón derecho en su boca. De repente, son un montón de sensaciones justas que me tienen al borde del precipicio ansiando el climax. Y él sabe que estoy a su merced, usando su dedo para tocar todos los confines de mi entrepierna, alternando con mi clítoris. Me eleva hasta que siento la explosión de mi orgasmo. Y tengo que apretar mi boca contra su hombro para no gritar. No puedo evitar retorcerme espasmódicamente mientras él sigue tocándome hasta que mi cuerpo se detiene prácticamente derretido por las olas de placer. Por más que he intentado mirarlo, tengo los ojos bien cerrados.

Muy despacio, vuelvo a la conciencia. Primero inhalando, luego abriendo un ojo. Cuando finalmente abro los dos y enfoco su cara, puedo ver su sonrisa de triunfo y ese brillo inconfundible en sus ojos. Yo estoy totalmente satisfecha, pero sé que él no.

-Sácate la camiseta- le susurro y él hace caso como un niño.

Primero, apoyo mi mano sobre su pecho y la llevo hasta el lugar en dónde está su corazón, que late agitadamente. Luego, muy despacio, comienzo a bajarla por su abdomen hasta llegar al elástico de sus calzones. Siento una sensual inhalación cuando meto mi mano por debajo de la tela y empiezo a aflojarla hasta que logro bajarla por sus caderas y hasta sus rodillas. A continuación, subo mi mano por sus muslos hasta llegar a sus testículos. Los acaricio suavemente mientras el me regala un ronroneo muy sensual.

Subo un poco más mi mano hasta tomar su pene erecto, que está apoyado sobre su abdomen. Voy subiendo lentamente desde la base hasta la punta, que ya está un poco húmeda. Cuando vuelvo a bajar mi mano hasta la base, Peeta me detiene con una mano.

-No voy a durar un segundo si sigues así-me explica.

Pero no llego a sacar la mano. Peeta maniobra mi cuerpo rápidamente hasta colocarme de espalda contra la piel y juntos guiamos su pene hasta que está completamente dentro mío. Su peso sobre mi cuerpo es reconfortante y seguro. Apoyo los talones de mis pies sobre la base de sus nalgas y presiono con fuerza para que comience a moverse dentro mío.

-Si- ronronea a mi oído.

Comienza moviéndose despacio, rotando un poco su cadera para intensificar la fricción mientras nuestras miradas se conectan. El contonear de nuestros cuerpos es sin prisa, como tratando de que nuestra unión sea eterna, que dure mucho. Ambos sabemos que por la mañana nos espera una dura misión que no sabremos si sobreviviremos.

Peeta baja su cabeza y comienza a darme pequeños besos en la boca. Yo empiezo a mover las manos por su espalda, explorando cada centímetro, las marcas de los latigazos que recibió en el Distrito 12 en defensa de Gale. Luego bajan hasta sus glúteos y me detengo en el movimiento del músculo, que se tensa y se relaja al mismo ritmo que su penetración.

Cuando mis manos vuelven a la altura se sus hombros, el las toma y coloca ambas por sobre mi cabeza y, apoyado sobre ellas, aumenta la presión y la velocidad de sus movimientos. Cada uno de sus empujes hacia adentro hace que pierda el aire de mis pulmones. Tomo una bocanada de aire y me elevo hasta su oído para susúrrale:

-Te amo Peeta.

-Más- me contesta y ya sé lo que quiere.

-Te amo- repito- Te amo.

Las dos palabras se repiten una y otra vez al ritmo de nuestros movimientos, volviéndose casi vitales para alcanzar el clímax. De a poco, siento como los músculos de nuestros cuerpos comienzan a tensarse, precediendo el orgasmo al que queremos llegar, pero no todavía. Pero por más que quiero detener el tiempo y quedarme con Peeta sí por siempre, no puedo evitar explotar.

Mi boca se abre exhalando un grito mudo mientras nuestras manos se aprietan fuertemente. Los movimientos de Peeta se hacen rápidos y descoordinados mientras navega su orgasmo. Los espasmos de nuestros cuerpos se vuelven casi incontrolables por unos minutos, hasta que la cabeza de Peeta cae sobre mi pecho, bajo mi barbilla. Ambos estamos tratando de tomar aire para retomar nuestro ritmo cardíaco normal y lo abrazo fuertemente para prolongar nuestra conexión.

Unos minutos después, siento como el pene flácido de Peeta sale de mi cuerpo y nuestras respiraciones han retornado a la normalidad. Él se mueve hacia un costado y me mira a los ojos:

-Hola- susurra dulcemente- Yo también te amo.

Me acurruco cerca suyo y le acaricio el pelo transpirado con mi mano.

-No te olvides, por favor- le digo casi como un ruego.

-No me olvidaré- me afirma.

Me quedo dormida, apoyada en el hombro de Peeta, casi instantáneamente, gracias al calor de las pieles y el cansancio luego de hacer el amor. La sensación de tenerlo a mi lado me da confianza y aleja las pesadillas.

Pero unas horas más tarde me despierto sin razón aparente. Al estirarme entre las pieles me doy cuenta por qué: Peeta no está a mi lado. Sin embargo, siento su voz a lo lejos. Está hablando con alguien. Me coloco de costado para poder enfocarlo. Lo veo al otro lado del cuarto, cerca de la improvisada cocina de campaña, completamente vestido, hablando con Gale. Vacilo entre volverme a dormir o escuchar la conversación. Me quedo con lo último.

-Gracias por el agua -dice Peeta-No quería depertarte..

-No hay problema- responde Gale- Me despierto diez veces en la noche de todos modos.

-¿.Para asegurarte de que Katniss esté todavía aquí?- le pregunta Peeta.

-¿Te pasa lo mismo?- le responde Gale resignado.

A lo lejos, veo que Peeta hace un gesto afirmativo con su cabeza. Luego, el silenci vuelve a caer en el cuarto.

-¡Qué ironía lo que dijo Tigris!- rompe el silencio Peeta.

-¿A qué te refieres?- pregunta Gale.

-Cuando dijo que nadie sabe qué hacer con ella- le responde Peeta.

-Creo que tu has sabido que hacer con ella- agrega Gale.

No puedo dejar de sonrojarme al escuchar la respuesta. ¿Habrá escuchado lo que hicimos al comienzo de la noche?

-Yo sólo hago lo que ella quiere que haga- le responde Peeta.

Ambos ríen. Es tan extraño escucharlos hablar así. Casi como amigos. Cuando no lo son. Nunca lo han sido. Aunque no son exactamente enemigos.

-Ella te ama, lo sabes- le dice Peeta-Estuvo muy triste cuando te enojaste con ella cuando anunciamos nuestro casamiento.

- No lo sé — responde Gale- Siempre esperé otra cosa de ella, ya sabes, sentimentalmente. Y guardé las esperanzas hasta que fue a la segunda arena. Pero cuando ví

la forma en que te beso en el Vasallaje de los Veinticinco... bueno, nunca me dio un beso asi.

-Te entiendo. Me hubiera sentido muy abatido si nuestros papeles se hubiesen invertido.

-Pero al final, tú te la ganaste. Renunciaste a todo por ella. Tal vez esa es la única manera de convencerla de que la amas.

Un largo silencio vuelve a caer entre ambos

-Muchas veces pensé que debería haberme ofrecido como voluntario para tomar tu lugar en los primeros Juegos. Para protegerla.

-No, no. Se hubiera enojado muchísimo contigo- afirma Peeta- Ella nunca te hubiera perdonado. Tenías que cuidar de su familia. Importan más para ella que su vida. Sobre todo Prim.

-Mis esperanzas resurgieron cuando te rescatamos del Capitolio. Pensé que lo que había entre tú y Katniss había acabado.¿Acabó?- se pregunta.

-Mmm-balbucea Peeta.

-Bueno, eso no será un problema por mucho más tiempo. Creo que es poco probable que los tres estemos vivos al final de la guerra.

-Espero que ésta vez no tengas razón Gale. No querría que mi hija quede huérfana.

-Oh- reflexiona Gale- ¿Igual me pregunto si ella elegiría entre nosotros cuando todo acabe?

La pregunta de Gale me enerva, él nunca estuvo en mi ecuación como amante y no entiendo por qué trata de confundir a Peeta con eso.

-Me pregunto cómo hará para decidirse- le contesta Peeta mientras se incorpora.

En su voz hay cierto dejo de ironía, como si su pregunta encerrara una trampa para Gale. Él sabe que yo elegí hace tiempo, pero parece darse cuenta de que Gale está jugando con su supuesta falta de memoria, como si quisiera instalar en él esa duda que ya hace tiempo se despejó entre nosotros.

-Oh, que se yo- ríe Gale con sarcasmo-Katniss escogerá a quien piense que no puede sobrevivir sin él.

Fuente:Collins, Suzanne. "Sinsajo". Editorial Del Nuevo Extremo (en itálica