Disclaimer: Si Rurouni Kenshin me perteneciera, no se habría casado con Kaoru (que yo voy antes ¬¬).

Capítulo 1: Kaoru

Kaoru colocó la última caja en el armario y sonrió.

Desde que había vuelto de sus "vacaciones forzadas" las noticias más extrañas sobre su resurrección habían recorrido toda la ciudad y cientos de curiosos se habían acercado. Algunos para confirmarlo (Yahiko los espantó a voces), otros para hacerse con algún recuerdo (Sano regaló unos bonitos moratones a más de uno) y otros para exorcizar al malvado espíritu del Dojo que había vuelto para vengarse de todos (Misao practicó tiro de kunai).

Pero eso era historia, ella ya no era la novedad del barrio y su pequeña familia se había disgregado para continuar cada uno su propio camino, libres, sin ataduras y sin necesidad de mirar atrás (vale, quizás en el caso de Sano que la policía fuera tras él había acelerado un poco las cosas).

Aún así no estaba triste. La escenita de Yahiko haciéndose el héroe ante decenas de personas también había corrido como la pólvora y, entre los fanáticos que iban a ver a la chica Kamiya, también aparecieron bastantes chicos de diversas edades listos para aprender cómo pelear como ese niño que había tumbado una montaña… ¡con una shinai! Así que ahora Kaoru se veía en la obligación de comprar todos los elementos de primeros auxilios que necesitaría para cortes, heridas, rozaduras, torceduras y todo-lo-que-pueda-salir-mal para sus queridos nuevos alumnos.

-¿Qué es todo eso, fea?

-Botiquín. Para los nuevos. –No lo admitiría, pero la falta de ejercicio (¡ni Yahiko había querido entrenar con ella hasta hacía una semana!), el estrés por las heridas aún sangrantes de Kenshin y la historia tras ellas y una mala alimentación durante esos días de encierro (vale, quizás no cocinara tan bien como quería hacer creer, sin mucho éxito por otro lado) habían reducido levemente su resistencia y estaba algo más exhausta de lo que debiera- Lo necesitaremos más tarde o más temprano, así que mejor lo compro ahora, con lo que me han pagado por las primeras lecciones.

-Te haces vieja, Kaoru. –Al no haber réplica de su maestra en forma de paliza para enmarcar siguió a lo suyo.- Megumi nos dio uno, ¿recuerdas? No hacía falta que compraras todo eso.

-ESE es un regalo de Megumi. A ella no le importa el Dojo, así que lo usaré para lo que le importa a ella: es para la familia.

Yahiko se sonrojó. Ayer Kaoru había estrenado el botiquín de la doctora con él. Era la primera vez desde que se conocían que la chica decía en voz alta aunque con indirectas algo veladas lo que todos veían claro como el agua: para la kendoka, ese bocazas era su hermano.

Ignorando la turbación del casi niño, Kaoru salió de la habitación.

-¿Has visto…?

-Kenshin no está. Aún no ha vuelto.

-Bien. Voy por él. No es que esté preocupada -aclaró- pero…

-Ya, ya. Como sea.

Ya estaba casi en la salida cuando oyó la voz del estudiante

-¡Fea! ¿Quieres… ya sabes, que vaya… haciendo… algo?

Lo último fue un suspiro avergonzado más bajo mientras más rojo se iba poniendo el pobre Yahiko, que había entendido la indirecta anterior de Kaoru: le consideraba su hermano así que en ausencia de hijos, él era el heredero del Dojo. La chica rió alegre.

-La colada.

Y se fue antes de poder oír una réplica de su parte.

No es que Kenshin se hubiera ido muy lejos, a decir verdad.

De hecho, Kaoru se había alejado más buscándole que él en todo el día. Se había conformado con bajar a la parte del río más cercana a la casa y sentarse, con la sakabatou entre las piernas y la mirada perdida.

Un olor a jazmines y una presencia turbada dirigiéndose al Dojo le devolvieron a la realidad de golpe. Sonriendo al saberse conocedor de la inquietud de la chica, no pudo evitar hablar.

-Estoy aquí, Kaoru.

Un minuto después, una figura femenina le tapaba el sol y le miraba con la preocupación pintada en los ojos azul oscuro. El samurái sonrió de nuevo.

-Es tarde, ¿no practicas hoy?

-Es tarde, -contraatacó la chica- ¿no vuelves a casa hoy?

El aludido rió y recibió el reproche sin rechistar, Kaoru tenía razón.

-Pensaba. En Enishi. Dónde estará ahora, qué hará. Al final, aunque gran parte de la culpa fue suya, yo también tengo mi carga. Su padre, Tomoe, los hombres que le metieron en la guerra, yo mismo, él… todos tuvimos la culpa de en qué se convirtió y, como parte responsable, me pregunto, ¿dónde está? ¿Habrá ido a por lo que quede de su familia? ¿Volverá a China? Antes, cuando toda la casa estaba llena de gente que no me dejaba pensar no pude planteármelo, pero ahora…

La miraba a los ojos mientras hablaba, azul y violeta mezclándose en el dorado de los recuerdos del Battousai.

Es la primera vez que se sincera mirándome a los ojos.

-Estará bien –le sonrió. No podía no hacerlo, sonreír como le dijo Megumi, curar su corazón, confortarle, apoyarle… amarle.- Tú lo dijiste, Tomoe-san cuidará de él, igual que ha cuidado de ti estos años. Ella velará por él.

No pudo evitar imaginarse a sí misma mientras hablaba. Seguía creyendo que fue Tomoe la que la salvó de morir a manos de Enishi no una sino dos veces y se imaginó qué habría pasado si no hubiera sido así.

Yo habría cuidado de Yahiko, hasta el final.

Miró al río, incapaz de ver a Kenshin a los ojos sin tener ganas de llorar, sintiéndose de golpe incapaz de pensar que habría podido velar por él si hubiera muerto.

-Kaoru.

La chica se giró poco a poco y contuvo el aliento cuando enfocó la vista en el hombre a su lado. Kenshin había separado las piernas y estirado la derecha, mientras mantenía la izquierda doblada. La sakabatou descansaba en el suelo cerca de su diestra, la zurda estaba alzada hacia ella. Le miró al rostro, incapaz de saber qué hacer, y se encontró al rurouni sonriendo con un calco de la sonrisa de la playa, la que le dedicó en el cementerio en Kioto, la que guardaba sólo para cuando estaba ella.

Aceptó la invitación, temblorosa y sonrojada. Se sentó de rodillas entre sus piernas, rígida y nerviosa, su espalda apenas tocando la izquierda de él, la mano de Kenshin rozando apenas el obi del kimono.

-Kenshin, cuando dijiste eso de ir hacia la persona que más te importaba ahora…

Himura la miró sorprendido.

-¿Kaoru?

-No te lo he podido responder

El roce se convirtió de pronto en un agarre firme en su espalda y hombro izquierdo. La mano que rozaba la espada cubrió las de la chica que estaban sobre su regazo. Kenshin atrajo a Kaoru hacia él y apoyó la cabeza sobre su pelo.

-Lo sabes, ¿verdad? Lo que significas para mí.

La abrazó aún más fuerte, girándola para que estuvieran frente a frente, soltando la mano que acariciaba las femeninas para pasarla por su espalda y afianzarla más a él. El mundo entero olvidado en el abrigo de una calidez que Kenshin sólo había podido disfrutar a medias hasta ese momento.

-Y tú en lo que me convierto cuando no estás. Cuando sufres por mi culpa.

Kaoru sonrió.

-Battousai.

-Saito discrepa.

La risa de la chica hizo vibrar su pecho.

-Saito a veces delira.

Una carcajada estalló en la tranquilidad de la tarde y la kendoka aprovechó esa bajada de defensas para separarse del pecho de su compañero. Le miró a los ojos y sonrió.

-Está atardeciendo y he dejado a Yahiko haciendo la colada, será mejor que volvamos antes de que destroce toda nuestra ropa. No tengo tantos alumnos como para renovar tres roperos.

Kenshin asintió. Su relación eran confesiones veladas y acciones, nunca diría (al menos no a corto plazo) un "te quiero", menos "te amo". Lo de hoy había sido lo más directo que Kaoru podría escuchar de él y, viendo cómo había sido ella la que había cortado la conversación y era la que ya estaba levantada y lista para marchar, descubrió que ella lo prefería así. Que más avance hoy la asustaría.

Pero mientras caminaban de vuelta a casa, fue Kamiya la que cogió su mano con suavidad, completamente sonrojada pero sonriente. Él afianzó el agarre y, cuando ya habían cruzado la puerta, lejos de miradas indiscretas, detuvo a la chica, que ya se alejaba lista para soltarse e ir en dirección a donde oía las quejas de un alterado púber acerca de la ropa interior femenina de viejas pervertidas, alzó la mano de la chica y, mirándola a los ojos, la besó en el dorso.

Katsura-san siempre decía que, al final de la vida, se recuerda a cada persona que te ha importado rodeada de paz, para hacer más ligero el paso. Quizás esta sea la que me acompañe a mí al final. Kaoru en la puerta del Dojo sonrojada y sonriente con el sol poniéndose y el viento haciendo volar su melena.

En fin, he aquí mi primer intento de historia. Vosotr s me diréis si os gusta... o si hay que freírme a cañonazos (?), lo que sea.