Bien como todos ya sabemos los personajes de CCS no me pertenecen si no a las fabulosas CLAMP. La ihistoria tampoco es mía, le pertenece a Lisa Keypas, que es una increíble escritoria. Hago esta adaptación sin fines de lucro y pues… "X" a leer!
Declaimer: Sakura está decidida a librarse del matrimonio que sus padresconcertaron para ella, y la única manera de hacerlo es acostándose con el mejor actor de todo Londres, Shaoran Li.
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Porque tú eres mía…
Londres, otoño de 1833
—No puedo casarme con él. No puedo hacerlo. —Al contemplar a lord Masamune paseando por el jardín en compañía de su padre, a Sakura se le revolvieron las tripas.
Hasta que su madre, lady Kinomoto, le contestó, no se percató de que había hablado en voz alta.
—Aprenderás a cuidar de lord Masamune —dijo secamente. Como era habitual, su afilado rostro mostraba una expresión adusta de reprobación.
Después de conducir su vida con una tendencia a la autoinmolación próxima al martirio, había dejado claro que esperaba que sus tres hijas hicieran lo mismo.
Los fríos ojos verdes, enmarcados en un rostro pálido y elegante, se clavaron en Sakura. Excepto ella, que se ruborizaba con facilidad, todas las mujeres Kinomoto compartían idéntica blancura de tez.
«Espero que algún día, cuando hayas madurado —continuó Nadeshiko—, agradezcas que se te haya concertado tan estupendo enlace.
Sakura estuvo a punto de asfixiarse debido a una oleada de resentimiento y sintió que un rubor delator se instalaba en sus mejillas, tiñéndolas de un rosa brillante. Durante años había intentado ser cuanto sus padres esperaban de ella: dócil, discreta, obediente... Pero ya no podía contener sus sentimientos por más tiempo.
—¡Agradecer! —exclamó con amargura—. El casarme con un hombre más viejo que mi padre...
—Sólo uno o dos años —la interrumpió Nadeshiko.
—... que no comparte ninguna de mis aficiones y que me ve tan sólo como a una yegua de cría...
—¡Sakura!—exclamó Nadeshiko—. Semejantes palabras no son dignas de ti.
—Pero es la verdad —replicó Sakura, esforzándose por no alzar la voz—. Lord Masamune tiene dos hijas de su primer matrimonio. Todo el mundo sabe que quiere tener hijos, y se supone que yo soy la destinada a dárselos. Se me enterrará de por vida en el campo o, al menos, hasta que él muera, y luego seré demasiado vieja para disfrutar de mi libertad.
—Ya está bien —dijo su madre con rigidez—. Veo que se te tienen que recordar algunas circunstancias, Sakura. Es obligación de la mujer compartir los intereses de su marido, no al revés. No se le puede culpar a lord Masamune de que, casualmente, no disfrute con actividades tan frivolas como la lectura o la música. Es un hombre serio, con una gran influencia política, y espero que te dirijas a él con el respeto que se merece. En lo referente a su edad, llegarás a valorar su sabiduría y terminarás por buscar su consejo en todos los aspectos de la vida. Para una mujer, no hay otro camino hacia la felicidad.
Sakura apretó los puños y observó con tristeza a través de la ventana la voluminosa figura de lord Masamune.
—Si al menos me hubierais dejado alternar en sociedad un año, quizá me hubiera sido más fácil aceptar el compromiso. Nunca he ido a un baile o asistido a una cena o una fiesta. He tenido que seguir en el colegio, a pesar de que todas mis amigas ya se han ido. Incluso mishermanas han sido presentadas en palacio...
—No han sido tan afortunadas como tú—respondió Nadeshiko con la espalda más tiesa que una tabla—. Te ahorrarás todas las preocupaciones e inconvenientes de la temporada, porque ya estás comprometida con el mejor y más admirable partido de Inglaterra.
—Ésa es tu idea de él —replicó Sakura entre dientes, poniéndose tensa, pues en ese momento su padre y lord Masamune entraban en la habitación—, no la mía.
Al igual que cualquier otra chica de dieciocho años, había fantaseado con casarse con un gallardo y apuesto joven que se enamorase locamente de ella. Lord Masamune se hallaba todo lo lejos que se pudiera imaginar de aquellas fantasías.
Era un cincuentón bajo y fornido, de carrillos bamboleantes, con el rostro surcado por profundas arrugas, la cabeza sin pelo y labios gruesos y húmedos; todo lo cual evocaba en Sakura la imagen de una rana.
¡Si tan sólo tuviera sentido del humor, una naturaleza amable o algo que ella pudiera encontrar siquiera un poco atractivo...!
Pero Masamune no era más que un pedante sin imaginación, con una vida guiada por la rutina: la caza y las carreras, la administración de la hacienda, los ocasionales discursos en la Cámara de los Lores...
Y lo que aún era peor: sentía un injustificado desprecio por la música, el arte, la literatura... Todo aquello, en fin, por lo que Sakura suspiraba.
Al verla en el otro extremo de la habitación, Masamune se acercó con una sonrisa carnosa y las comisuras de la boca brillantes de humedad. Sakura odiaba la forma en que la miraba, como quien observa un objeto que desea comprar.
Por inexperta que pudiera ser, sabía que la quería por ser joven, saludable y presumiblemente fértil. Al igual que su esposa, viviría en un estado más o menos permanente de gravidez hasta que Masamune se viera satisfecho por el número de hijos que ella le diera. Nada esperaba del corazón, la mente o el alma de Sakura.
—Mi querida señorita Kinomoto —dijo con voz ronca y profunda—, cada día está usted más encantadora.
Sakura pensó que incluso tenía voz de rana y tuvo que reprimir una sonrisita histérica. Las pegajosas manos de Masamune se cerraron sobre las de ella y las atrajo hasta sus labios. Tuvo quecerrar los ojos y armarse de valor para soportar el escalofrío de asco que la recorrió al sentir los abotargados labios rozar el anverso de su muñeca. Masamune, confundiendo la reacción de Sakura con una suerte de recato virginal —quizás incluso de excitación—, la miró con una sonrisa aún más amplia.
Las disculpas aducidas ante la petición de que dieran un paseo juntos no tardaron en ser soslayadas por el entusiasta beneplácito de sus padres, determinados a tener en la familia a un hombre de tales medios e influencia; lord Masamune obtendría de ellos cuanto deseara.
Tras agarrar a regañadientes el brazo de su prometido, Sakura salió a pasear por el jardín, de una geométrica y meticulosa disposición de setos de espino blanco, pulcros senderos de arena y arriates de flores.
—¿Disfruta de sus vacaciones escolares? —preguntó lord Masamune, mientras los pequeños pero pesados pies hacían crujir la grava del sendero.
—Sí, gracias, milord —contestó Sakura sin dejar de mirar el terreno que se extendía ante ellos.
—Sin duda ha de estar deseando abandonar el internado, tal y como ya han hecho sus compañeras —observó Masamune—. A petición mía, sus padres accedieron a mantenerla allí dos años más que a las otras chicas.
—¿A petición suya? —repitió Sakura, asustada por la influencia que parecía tener sobre sus padres—. Pero ¿por qué?
—Me pareció que sería beneficioso para usted, querida mía —afirmó con sonrisa autosuficiente—. Tenía que pulirse y disciplinarse. A la fruta perfecta hay que darle tiempo para que madure. Ahora ya no es tan impetuosa como antes, ¿eh? Tal y como pretendía, se ha hecho más paciente.
«No lo creo», hubiera querido espetarle Sakura, pero algo la obligó a mantener los labios sellados.
Aquellos dos años de más marcados por el rígido confinamiento en el internado para
jovencitas de la señora Kasehaya casi la habían sacado de quicio. También habían propiciado que su naturaleza rebelde y fantasiosa se convirtiera en algo salvaje e ingobernable.
Dos años antes, la timidez y la falta de carácter le habrían impedido oponerse al deseo de sus padres de casarla con Masamune. Ahora, sin embargo, las palabras «paciencia» y «obediencia» habían desaparecido de su vocabulario.
—Le he traído algo—dijo Masamune—. Un obsequio que, estoy seguro, ha estado esperando.
Llevó a Sakura hasta un banco de piedra y se sentó con ella, presionando el costado de la chica con su cuerpo fofo. Sakura aguardó sin decir palabra aunque, al final, su mirada se encontró con la del viejo. Masamune sonrió como si fuera un tío indulgente que conversa con su traviesa sobrina.
—Lo tengo en el bolsillo —murmuró, indicando el lado derecho de la chaqueta de lana marrón—. ¿Por qué no lo saca usted misma, como la inteligente gatita que es?
Nunca le había hablado así antes, pues en los anteriores encuentros siempre habían estado convenientemente acompañados.
—Aprecio su amabilidad, pero no es necesario que me regale nada, milord —contestó Sakura, y juntó las manos con fuerza, entrelazando los dedos.
—Insisto.—Movió el bolsillo de la chaqueta hacia ella—. Busque su regalo, Sakura.
Con rigidez, metió la mano en el bolsillo hasta que dio con un aro diminuto. Cuando sacó el objeto y lo contempló, su corazón empezó a golpear en su pecho con un ritmo endiablado. Se trataba de un pequeño anillo de oro, de diseño trenzado y adornado con un pequeño y oscuro zafiro. Era el símbolo de su futura esclavitud como esposa de Masamune.
—Ha pertenecido a mi familia durante generaciones —explicó lord Masamune—. Mi madre lo llevó hasta el día de su muerte. ¿Le gusta?
—Tiene encanto —contestó Sakura con desdén, sintiendo una fuerte aversión por el objeto.
Masamune cogió el anillo y se lo puso en el dedo a su prometida. Como le quedaba demasiado holgado, Sakura tuvo que cerrar el puño para evitar que se le cayera.
—Ahora, cielito, ya puedes agradecérmelo.
La rodeó con sus pesados brazos, apretándola con fuerza contra su pecho fornido. Desprendía un olor hediondo y rancio, similar al de las piezas de caza que, para su maduración, pasan demasiado tiempo colgadas. Sin duda, lord Masamune opinaba que la frecuencia en el baño era un placer innecesario.
Madeline tomó aire con reprimida amargura.
—¿Por qué se dirige a mí como «cielito» o «gatita»? —preguntó con voz trémula y desafiante—. No me gusta que se me llamen esas cosas. Soy una mujer.
La sonrisa de lord Masamune descubrió una enorme dentadura amarillenta. Una ráfaga de su apestoso aliento impactó en la cara de Sakura, que no pudo reprimir una mueca de desagrado.
Antes de contestar, Masamune aumentó la presión de su abrazo.
—Sabía que antes o después intentaría desafiarme... Pero a mi edad, ya me sé todos los trucos. He aquí la recompensa a su impertinencia, mi díscola gatita.
Masamune apretó sus fofos labios contra los de su prometida, sellando con brutalidad la boca de la joven con el primer beso que recibía. Los brazos de Masamune , como aros de un tonel, se cerraron alrededor de Sakura, que se mantuvo inmóvil y silenciosa, estremecida por el asco, haciendo acopio de toda su fortaleza para soportar aquel contacto sin gritar o llorar.
—Encontrará que soy un tipo muy viril —afirmó Masamune entre jadeos, al tiempo que mostraba su orgullo por la conquista—. No soy de los que se andan con poesías o alientan los ridículos deseos de las mujeres. Hago lo que me place, y verá cómo acabará gustándole en sobremanera. —Con la mano regordeta acarició la mejilla, pálida y tensa, de su prometida—. Muñequita —musitó—. Jamás he visto un color de ojos como el suyo... Igual que el ámbar.— Enroscó los dedos en un mechón suelto del cabello castaño claro de Sakura y lo frotó repetidamente—. ¡Cómo ansio que llegue el día en que sea mía!
Sakura apretó los dientes para evitar que le temblaran las mandíbulas. Quería gritarle, decirle que jamás le pertenecería, pero el sentido del deber y la responsabilidad que se le habían inculcado desde la cuna le hicieron callar.
Masamune debió de notar el involuntario escalofrío.
—Va a coger frío —dijo en un tono que bien podría haber utilizado para dirigirse a un niño
pequeño—. ¡Vamos! Entremos antes de que se resfríe.
Aliviada, se levantó con presteza y se dirigió con él hacia el salón.
En cuanto lord y lady Kinomoto vieron el anillo en el dedo de Sakura prorrumpieron en risas y felicitaciones; ellos, que tenían a gala no mostrar jamás entusiasmo por considerar que se trataba de una emoción plebeya.
—¡Qué obsequio tan generoso! —exclamó Nadeshiko, cuyo rostro, por lo general melancólico, resplandecía ahora de placer—. ¡Y qué exquisitez de anillo, lord Masamune!
—Eso creo —contestó con modestia el aludido, a quien la satisfacción provocó un temblor en la parte colgante de sus carrillos.
Sakura, con una sonrisa leve y gélida, contempló cómo su padre hacía pasar a lord Masamune a la biblioteca para celebrarlo con una copa. Tan pronto como se cercioró de que no podíanoírlas, se arrancó el anillo de la mano y lo tiró a la alfombra.
—¡Sakura —exclamó Nadeshiko —, recógelo inmediatamente! No toleraré semejante pataleta de niña pequeña. De ahora en adelante, llevarás siempre el anillo... Y te sentirás orgullosa de portarlo.
—No me sirve —contestó Sakura con frialdad. El mero recuerdo de la sensación provocada por el húmedo beso de Masamune le llevó a restregarse la cara con la manga del vestido hasta que los labios y la barbilla enrojecieron—. No me casaré con él, mamá. Antes me suicido.
—No dramatices, Sakura. —Nadeshiko se agachó y recogió el anillo, sosteniéndolo como si su valor fuera incalculable—. Espero que el matrimonio con un hombre tan serio y prosaico como lord Masamune acabe con tus groseros arrebatos.
—Prosaico —musitó Sakura sonriendo con amargura. No acababa de creerse que su madre pudiera resumir todas las repulsivas cualidades de Masamune con una palabra tan trivial—. Justo la virtud que todas las chicas sueñan que atesore el hombre que las despose.
Por una vez se sintió aliviada de volver al internado, donde, a excepción del profesor de baile que iba una vez por semana, no encontraría hombre alguno.
Sakura recorrió el estrecho pasillo con una caja de sombreros en la mano; el resto de las pertenencias se lo subirían más tarde. Al llegar a la habitación que compartía con su mejor amiga, Tomoyo Daidoji, se encontró con una pequeña multitud de chicas tumbadas en las camas o arrellanadas en las sillas.
Como Sakura era la mayor de todas las pupilas del internado de la señora Kasehaya, y Tomoyo, con sus diecisiete años, la que la seguía en edad, solían recibir frecuentes visitas de las más jóvenes, que veían en ellas un modelo de madurez y mundanidad.
Las chicas parecían compartir una lata de bizcochos, mientras un grabado coloreado, en manos de Tomoyo, arrancaba de sus bocas todo tipo de exclamaciones. Al advertir la llegada de Sakura, su amiga le dedicó una sonrisa de bienvenida.
—¿Cómo está lord Masamune? —preguntó, sabedora desde antes de la partida de Sakura del planeado encuentro con su prometido.
—Es aun peor de lo que me imaginaba —replicó Sakura dirigiéndose a su estrecha cama, situada a continuación de la de Tomoyo. Dejó caer la caja de sombreros en el suelo y se sentó en el borde del colchón, deseando que las chicas abandonaran el cuarto para poder hablar en privado con su amiga.
«Enseguida», prometió la mirada amistosa de Tomoyo, mientras las otra chicas permanecían apiñadas en excitado círculo.
—¡Pero miradle! —exclamó una de ellas—. ¿Podéis imaginaros cómo sería realmente una cita con él?
—Me desmayaría —confesó alguien, provocando la risa tonta de las demás.
—Es el más guapo...
—Parece un salteador de caminos...
—Sí, tiene algo en la mirada...
Tal aluvión de suspiros femeninos provocó un reprobatorio movimiento de cabeza en Sakura.
—¡Por el amor de Dios! ¿Se puede saber qué estáis mirando? —preguntó, sintiendo que su pesadumbre era sustituida por una creciente curiosidad.
—Dejad que lo vea Sakura...
—Pero si yo todavía no lo he visto bien...
—Toma, Sakura—Tomoyo le entregó la lámina—. Me lo ha dado mi hermana mayor, es el grabado más buscado de Londres. Todo el mundo quiere una copia.
Sakura observó la imagen. Cuanto más la miraba, más fascinada se sentía. La cara de aquel hombre podría haber pertenecido a un rey, a un capitán de barco, a un delincuente... a alguien poderoso... a alguien peligroso. No se trataba de una belleza clásica, los rasgos eran demasiado descarados. Pero una cualidad leonina se desprendía de aquella cara delgada, de aquella mirada escrutadora y penetrante, de la amplia boca que dibujaba el esbozo de una sonrisa irónica. En el grabado, el color del pelo era de un castaño impreciso, pero la cabellera parecía espesa y ligeramente ensortijada.
Las demás chicas esperaban que, al igual que ellas, se sonrojara y rompiera a reír como una tonta, pero Sakura se abstuvo de mostrar emoción alguna.
—¿Quién es? —preguntó con calma a Tomoyo.
-Shaoran Li.
—¿El actor?
—Sí, el dueño del teatro Capital.
Al volver a contemplarlo, un extraño sentimiento se apoderó de Sakura. Había oído hablar de Shaoran Li, pero nunca antes de ahora había visto un retrato de él. A sus treinta años, Li era un actor de fama internacional, que superaba con mucho las convencionales actuaciones de David Garrick y Edmund Kean. Algunos aseguraban, incluso, que todavía no había alcanzado el cénit de sus facultades. Entre sus aptitudes destacaba la voz, de la que se decía que era capaz de acariciar los oídos como el terciopelo o de inflamar el aire con su chispeante intensidad.
También corrían rumores de que las mujeres le perseguían allí donde iba, cautivadas no sólo por sus magníficas interpretaciones de héroes románticos, sino, sobre todo, por las de villanos desalmados. Haciendo de Yago o de Barrabás era insuperable... Era el seductor, el traidor y el manipulador por excelencia, y las mujeres le adoraban por ello.
Un hombre en la flor de la vida, atractivo, culto... Todo lo que no era lord Masamune. Sakura se sintió desgarrada por un vehemente y repentino deseo. Shaoran Li habitaba en un mundo del que ella nunca participaría. Jamás llegaría a conocerlo; ni a él, ni a nadie que se lepareciese... Nunca coquetearía, ni reiría, ni bailaría. Nunca sería seducida por las tiernas palabras de un hombre ni por las caricias de un amante.
Al mirar fijamente la cara de Shaoran Li, una idea loca y salvaje brotó en su pensamiento con tal intensidad que le temblaron las manos.
_¿Qué te pasa, Sakura? —preguntó Tomoyo preocupada, mientras le retiraba el grabado de las manos—. Te has puesto blanca de repente, y tienes una expresión tan rara...
_Sólo es cansancio —dijo Sakura con una forzada sonrisa. Quería estar sola, necesitaba tiempo para pensar—. Ha sido un fin de semana de mucha tensión. Quizá, si descansara un rato...
—Por supuesto. Vamos, chicas... Seguiremos la reunión en la habitación de otra. — Considerada, Tomoyo hizo salir a las muchachas y, antes de cerrar la puerta, se detuvo—.Sakura, ¿necesitas algo?
—No, gracias.
—Me doy cuenta de que haber visto a lord Masamune este fin de semana ha sido una dura prueba. ¡Ojalá pudiera ayudarte de alguna manera!
—Ya lo has hecho, Tomoyo. —Sakura se tumbó de costado y encogió las piernas hasta el pecho, de manera que los faldones de su sencillo uniforme escolar se arrebujaron alrededor de su cuerpo. Los pensamientos se agolpaban en su mente y apenas se percató de la silenciosa salida de su amiga.
Shaoran Li... Un hombre cuyo apetito por las mujeres era casi tan legendario como su talento como actor.
Cuantas más vueltas le dio a su dilema, más se fue convenciendo de que la solución se encontraba en Li. Lo utilizaría para hacerse tan indeseable a ojos de lord Masamune, que a éste no le quedara otro remedio que cancelar el compromiso.
Había decidido que tendría una aventura con Shaoran Li.
Sacrificar su virginidad resolvería todos los problemas. Si el precio a pagar era tener que vivir el resto de sus días con el oprobio de ser considerada un objeto usado, pues muy bien.
Cualquier cosa era preferible a convertirse en la esposa de Masamune.
Empezó a elucubrar de manera febril. Falsificaría una nota de su familia, en la que se solicitaría que volviera del internado un semestre antes. Durante las próximas semanas, sus padres darían por sentado que estaba a salvo en la escuela, en tanto que la señora Kasehaya pensaría que había vuelto a casa. De este modo, le dejarían las manos libres para llevar a cabo su plan.
Iría al teatro Capital y se presentaría al señor Li. Después le informaría de su buena disposición a acostarse con él. Sakura esperaba que el problema tuviera una rápida solución. De todos es conocido que los hombres, por honorables que parezcan, desean seducir a las lindas jovencitas. Y un hombre con la reputación de Li no habría de mostrar, en materia de pecado y disipación, ningún atisbo de duda.
Una vez perdida sin remedio, volvería a casa y aceptaría cualquier castigo que sus padres le impusieran. Lo más probable es que fuera desterrada a casa de algún pariente en el campo.
Lord Masamune la despreciaría y así se libraría, de una vez por todas, de sus atenciones. El método escogido no sería fácil ni placentero, pero no cabía otra posibilidad.
Quizá no fuera tan malo vivir como una solterona una vez culminados sus propósitos. Le sobraría tiempo para leer y estudiar, y al cabo de unos pocos años, mamá y papá le darían permiso para viajar. Intentaría involucrarse en obras benéficas y hacer algo bueno por la gente desfavorecida. Haría lo mejor que se puede hacer: «Al menos —pensó con sombría determinación—, escogería su destino antes de que éste la manejara a su antojo.»
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Espero la historia les haya parecido interesante.
Publicaré el siguiente cápitulo el sábado que entra.
Cómo la historia no es mía podré actualizarla sin dejar de atender "El secuestro de Sakura" que sí es de mi autoría.
Nos vemos...
Atte.: Dalian Monthgomery