Ranma ½ no me pertenece.

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Fantasy Fiction Estudios presenta:

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Sueños

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Se convirtió en una pesadilla

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Los espectadores perdieron la voz, quedándose paralizados con los billetes apretados en sus puños y las bocas entreabiertas. Los dos rivales se encontraban quietos, tensos, uno frente al otro como esperando el siguiente movimiento. En ese momento, el gran campeón del señor Kazuya bajó un poco los brazos para mirar a Ranma directamente a los ojos. Algo había cambiado en él, como si ya no existiera aquel desprecio hacia su pequeño rival de un principio, sino que un repentino y profundo respeto cubría su semblante.

—Mi nombre es Hisakawa —dijo rompiendo el silencio—, Hisakawa Yuu.

El joven, desconcertado en un principio, atinó a bajar también un poco los propios brazos descubriendo el rostro y respondió con la misma solemnidad.

—Saotome… Ranma.

—Perdóname, Saotome Ranma, por no haberte tomado en serio. No volveré a cometer ese error.

—Gracias por el aviso, yo tampoco lo haré. Ah, y llámame solo Ranma.

Hisakawa asintió… y en un segundo avanzó dando un largo paso que cortó la distancia entre ambos. Más rápido de lo que había demostrado en un principio, tomando al joven desprevenido, lanzó un feroz puñetazo al rostro. Ranma lo esquivó inclinándose hacia un costado, pero sus ojos advirtieron un nuevo peligro, pues Hisakawa ejecutó un sorpresivo gancho con su otra mano adivinando la dirección en la que el muchacho escaparía, apuntando directo a la cabeza. El puño del yakuza rozó los cabellos de Ranma, después de que el chico, con una sorprendente agilidad, apenas tuvo tiempo de dejar caer su cuerpo de espaldas para evitar el ataque, y casi sin aliento giró por el suelo apartándose.

—¡Qué demonios, eso estuvo cerca! —celebró el jefe yakuza, cada vez más entusiasmado con la pelea, al punto de olvidar sacudir las cenizas de su habano.

—Estúpido niño, ¡si hubiera recibido eso estaría perdido!… ¡Concéntrate, Ranma! —vociferó Matsumoto—. Por la zorra de mi exmujer, ¡solo concéntrate!

Tras rodar y quedar con una rodilla en el suelo, apenas alzó el rostro vio a Hisakawa, grande como una montaña, delante de él cortando con su silueta las luces de los automóviles. Ranma estiró la pierna, empujando todo el peso de su cuerpo hacia atrás, poniéndose en pie a la vez que retrocedió evitando una feroz patada del yakuza que provocó un chispazo y una estela al raspar con el zapato el pavimento.

—Él puede usar las piernas y yo no, genial —susurró Ranma, maldiciéndose a sí mismo por su propia porfía—... ¡Eh!

Otro largo puñetazo, rápido y poderoso como una locomotora, rozó su mejilla izquierda provocándole un corte. Ranma retrocedió otra vez, en un desesperado juego de pies, arrastrando las suelas de los zapatos por el suelo, esquivando una serie de golpes que pasaban rectos por los costados de su cabeza o giraban en feroces ganchos buscando su, en apariencia, pequeño y frágil mentón. El joven maldecía mentalmente cada vez más, porque Hisakawa se había apoderado del ritmo del combate, obligándolo a estar a la defensiva, a esquivar sin poder pensar en nada más, a sentir que en cualquier momento sus pies tropezarían o resbalarían, y todo llegaría a su fin.

—¡Concéntrate, concéntrate, no dejes que te domine! —gritaba e insistía el viejo entrenador, sudando como si él fuera el que estuviera en el centro del improvisado cuadrilátero.

Uno de los pandilleros lanzó una botella, que rodó por el suelo detrás de Ranma. El joven no se dio cuenta a tiempo y la pisó perdiendo el equilibrio. Su mirada de pánico se transformó en terror al ver el rápido gancho por el costado de su ojo, el enorme puño y los duros nudillos como de piedra del enorme yakuza, a punto de impactarlo. El golpe provocó un escalofriante sonido, como a huesos rotos o algo peor. Ranma había recibido el impacto de lleno en el costado de su cabeza, un golpe que podría ser incluso mortal entre boxeadores. Salió volando y rodó por el suelo como un muñeco inerte. Luego hubo silencio.

—No, Ranma…

El viejo entrenador estaba a punto de correr al lado del cuerpo, pero fue detenido por el jefe Kazuya, que cruzó su mano por delante.

—Aún no he terminado de fumar mi habano —dijo con una maliciosa sonrisa—. ¡Yuu, danos un poco más de entretenimiento!

El musculoso matón, que miraba fijamente a su rival, asintió obediente. Pero en su rostro se notaba la molestia que lo dominaba por la manera en que había acabado ese divertido encuentro. Dio una mirada asesina al pandillero que arrojó antes la botella y este último comprendió que sería mejor desaparecer rápidamente de ese lugar. Resignado a obedecer, Yuu Hisakawa caminó hasta el cuerpo del muchacho, sin saber si estaba tan solo inconsciente o quizás algo mucho peor. Levantó un pie dispuesto a patear el cuerpo sin vida.

Lanzó la patada y esta fue detenida bruscamente por la mano de Ranma, que lo atrapó por el tobillo. Todos contuvieron el aliento al ver al muchacho levantado en un instante apoyado sobre sus rodillas y con una fiera sonrisa de desafío, a pesar de la sangre que empapaba sus cabellos y caía por el costado de su rostro. Empujó con una sorprendente fuerza la pierna de su rival, obligándolo a retroceder casi perdiendo el equilibrio, y aprovechando el momento se puso de pie. Sin decir palabra alguna, separó un poco las piernas deslizando su zapato gastado por el piso, inclinó el cuerpo y alzó los brazos con las manos empuñadas a la altura del rostro, retomando su postura, dispuesto a seguir con el encuentro como si nada hubiera sucedido.

—Pero… ¿cómo? —se preguntó el entrenador Matsumoto.

El jefe yakuza dio una aspirada a su habano, relamiéndose, antes de contestar con gran satisfacción.

—Vaya, vaya, incluso un viejo zorro como el famoso maestro Matsumoto puede ser tomado por sorpresa. Estabas tan preocupado por el golpe que recibió tu alumno que por un momento no miraste lo que hizo con sus pies. ¡Qué buen movimiento!

—Entonces… ¿él…? —Matsumoto titubeó, antes de que su rostro se llenara de entusiasmo—. ¡Qué niño más astuto! También caí engañado creyendo que el golpe lo había arrojado por los aires, y en realidad lo que hizo fue saltar hacia el costado en el último momento para absorber la fuerza del impacto. Diablos, parece tan sencillo, ¡pero es realmente un movimiento escalofriante y muy peligroso! Un error y quizás hubiera pagado con su vida.

—Rápido y osado… Me gusta, es bueno —dijo Kazuya, dando una mirada de tristeza por su habano casi terminado—, lástima que de todas formas perderá en fuerza con mi hombre. Con un poco más de musculatura podría haber llegado a ser casi tan bueno como tu otro chico Issen.

—¿Realmente piensas que a mi muchacho le falta fuerza?

El resplandor en los ojos de Matsumoto provocó curiosidad en el jefe yakuza. Luego este, entendiéndolo, se sonrió otra vez con gran interés y sacó un segundo habano, que esperaba no iba a desperdiciar.

—Pues veamos entonces qué tan buena es esta mierda —comentó, pero ya no se refería a su habano.

El enorme Yuu Hisakawa volvió a abalanzarse sobre Ranma, y la secuencia de feroces golpes y rápidos movimientos de pie, dejando marcas en el suelo de cemento, se repitió otra vez. Ranma giraba retrocediendo por toda la improvisada arena, moviendo apenas la cabeza y los brazos para evitar los mortales puños. Yuu, incansable, atacaba con la potencia de una ametralladora, lanzando golpe tras golpe, cada uno tan fuerte como el anterior. De pronto hubo un cambio en los gestos de los combatientes que muy pocos notaron. Yuu se mostraba sorprendido, incluso preocupado, perdiendo la serenidad en su rostro de roca, a pesar de que él era el que parecía llevar el ritmo del ataque. Mientras que Ranma, siempre cubierto tras los brazos, parecía tranquilo a pesar de la desesperada situación.

—Resistencia… —murmuró el jefe Kazuya, concentrado en disfrutar la pelea.

—Así es, resistencia —respondió el entrenador Matsumoto, también susurrando, como para no perder detalle—. Lo más importante en el boxeo no es la fuerza de un buen gancho, sino la capacidad de aguantar el castigo durante muchos asaltos, soportando el cansancio, el dolor y no perdiendo nunca la concentración. Su campeón es un luchador maravilloso, señor Kazuya, tiene una excelente forma y sus ataques son devastadores… en alguien que los reciba. ¿Pero y si sus ataques no tienen efecto? ¿Y si no está acostumbrado a llevar el encuentro por un tiempo prolongado, después de tantas peleas en las que supongo derribó a sus oponentes con solo sus primeros golpes? ¿Está entrenado realmente para soportar un ritmo tan agresivo durante tanto tiempo? Aquí no hay campana que les dé respiro, lo que hace muy posible que la victoria no se defina por un buen gancho.

—Pero sí por el primero que agotado baje la guardia. —Kazuya se relamió sintiendo el sabor salado de su propio sudor, tensando su cuerpo con cada movimiento, sufriendo como propio el agotamiento de los luchadores—. Hacía muchos años que no me sentía tan… vivo. Tengo que darte las gracias por eso, maestro Matsumoto.

El viejo entrenador asintió con solemnidad, aunque el jefe Yakuza continuó:

—Eso sí, me temo que la velocidad de tu niño ceda antes que la resistencia de Yuu, a la vista es notorio quién de los dos saldría perdiendo cuando comience el intercambio de golpes.

Matsumoto sonrió con arrogancia.

—Ah, pero el intercambio de golpes ya comenzó, señor Kazuya, ¿o cree que a mi chico solo le enseñé a esquivar?

—¡¿Cómo?!

El jefe Kazuya enfocó la mirada y entonces lo notó. La frustración de su campeón no era únicamente por no poder alcanzar a Ranma. Lo hacía, a cada momento, los poderosos golpes conseguían rozar los puños y brazos del muchacho provocando rápidos zumbidos. Pero lo que parecían ser roces casuales en el desesperado intento de defensa del chico, en realidad eran todo lo contrario: los golpes de Yuu sí impactaban de frente los brazos y puños de Ranma, pero este último tras detenerlos los desviaba tan rápidamente hacia un lado y el otro, que creaba la ilusión de haberlos esquivado.

—Espera un momento... tu niño… ¿realmente está bloqueando todos los golpes?

La sonrisa de Matsumoto creció un poco más.

—Arrebátale a tu rival la confianza en su propia fuerza y le habrás quitado todo... ¡Oh, espere, ahora va a comenzar!

Ranma clavó el talón en el suelo, deteniendo bruscamente su retroceso, justo en el momento que un puñetazo de Yuu rozó su característico mechón. Y cambiando violentamente la dirección de su cuerpo cargó hacia adelante, rápido y osado, pasando entre los brazos de su enorme oponente. Todo el cuerpo de Yuu se estremeció, encogiéndose hacia adelante y despegándose sus pies unos centímetros en el aire, cuando recibió un gancho profundo en el abdomen que lo hizo escupir por sobre la espalda de Ranma. Un golpe tan brutal que provocó un sonido estremecedor como un trueno, que dejó sin aliento a la audiencia.

Ranma se enderezó y dio un paso atrás, lento y calmado, con la espalda erguida, mirando a su oponente encogido y cruzando ambos brazos sobre el abdomen. La camisa la tenía hundida todavía en el lugar en que fue golpeado. Yuu Hisakawa estaba cubierto de sudor y no era capaz de cerrar los labios, gruñendo de puro dolor. Alzó los ojos envuelto en furia y, al ver a Ranma tan confiado ante él, se irguió en un inesperado movimiento lanzado un puñetazo con todas las fuerzas que le quedaban, imposible de esquivar a esa distancia.

El golpe fue seguido de un segundo estallido que silenció todo otro sonido. El gran puño había sido detenido por la mano desnuda del joven Saotome, que seguía mirándolo con un gesto imperturbable.

—Lo siento, pero necesito ocupar tu lugar —dijo Ranma al ver la desesperación en los ojos de su rival, que no tenía fuerzas ni siquiera para liberar su mano atrapada por la del chico.

Ranma empuñó su otra mano que tenía libre, retrocedió el brazo y apuntó. Parecía ser que un puño tan pequeño no provocaría daño en alguien tan macizo como Yuu, pero ahora ninguno de los espectadores quiso hacer apuestas.

—Lo siento —repitió el muchacho.

El puñetazo dio de lleno en la mejilla del matón, su rostro se deformó por un instante antes de que todo el cuerpo siguiera la dirección de su cabeza. Yuu lanzó un quejido brutal y su cuerpo salió volando. Los pandilleros que estaban sentados sobre un automóvil escaparon de un salto, cuando el cuerpo de Yuu cayó sobre el capó, donde quedó enterrado y no volvió a moverse.

Ninguno habló, todos se quedaron observando al muchacho que quedó de pie y solo en el centro de la improvisada arena. Ranma jadeaba, subiendo y bajando los hombros. Un poco de sangre fresca brotaba todavía del corte en la mejilla, otro poco caía de su labio lastimado, la que brotaba del costado de la cabeza empapaba un poco su cabello y caía hasta teñir de rojo el cuello de la fina camisa blanca, la que se salía a medias del pantalón. Los segundos en que pareció conseguir calmarse y bajar los puños apretados y tensos parecieron eternos, lo hizo finalmente dejando colgar los brazos a los lados de su cuerpo. Suspiró profundamente.

Era una victoria extraña, no lo llenaba de orgullo, no sentía deseos de fanfarronear como haría en otras ocasiones. No le provocaba ninguna alegría, pues acababa de cruzar una puerta muy peligrosa que oscurecía del todo su futuro, a un mundo al que jamás debió haberse acercado.

—Gané —dijo finalmente el muchacho, dirigiendo su rostro hacia el jefe yakuza, inseguro de cuál sería su reacción.

Pero para su asombro el jefe Kazuya batió las palmas lento y fuerte, una vez, dos veces, muchas veces, rompiendo el ominoso silencio, dando unos entusiastas vítores de celebración. Luego hizo un gesto para que el resto de los presentes se le unieran. Los pandilleros obedecieron a su jefe, batiendo las palmas más por temor que por entusiasmo, maldiciendo unos y suspirando otros, porque esa noche habían perdido mucho dinero.

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Nabiki jugueteaba con un lápiz entre los dedos, sentada en la silla que tenía girada hacia el costado con la espalda apoyada en el borde del escritorio, mientras escuchaba atentamente. Akane ocupaba el borde de la cama, cabizbaja y nerviosa, en la misma actitud que tenía desde que había entrado en la habitación de su hermana mayor.

—Déjame ver si lo estoy entendiendo, Akane —dijo Nabiki, un poco cansada de la larga, confusa e indirecta solicitud de su hermanita, que le llevó casi media hora de su valioso tiempo tratar de interpretar—, ¿quieres saber dónde está Ranma?

Akane levantó el rostro, con las mejillas rojas y los labios apretados a punto de negarlo todo. Pero al momento se tranquilizó apelando a su fuerza de voluntad, después de todo era ella la que había venido voluntariamente a buscar la ayuda de su hermana mayor, en primer lugar, y no tenía como ocultar los hechos.

—Sí… no… quizás... —susurró tímidamente.

La sonrisa de Nabiki creció.

—Interesante. Bien, recapitulemos entonces. —Dejó el bolígrafo sobre su cuaderno de apuntes, que abierto y lleno de notas esperaba sobre el escritorio. Cruzó las piernas y se acomodó—. Según pude entenderte, todo comenzó tras la misteriosa llamada de una chica, que hizo a Ranma tomar la repentina decisión de irse de entrenamiento. Y sí, sabemos que miente, porque no acostumbra hacerlo a no ser que tuviera algún encuentro difícil por delante, o a lo menos, hacerlo en compañía del tío Genma o de alguno de sus tontos amigos. ¿Me equivoco?

Akane negó con la cabeza.

—También podemos descartar que Shampoo, Ukyo o la loca de Kodachi tengan algo que ver, pues lamentablemente siguen en Nerima molestándonos cada día queriendo saber dónde se metió Ranma.

—Akane asintió lentamente.

—Y la única pista que tenemos es esa misteriosa llamada en que, según consigo entender, Ranma se expresó de una manera un poco… extraña. Demasiado tranquila para su habitual manera de ser, incluso preocupado... o tal vez... ¿asustado de tener que confesarte que se enamoró de otra mujer?

—¡Nabiki! —exclamó Akane, en una mezcla de enojo y también de repentino pavor.

—Ya, ya, solo bromeaba, ¡qué carácter! —se defendió Nabiki levantando ambas manos en señal de paz.

—No me parece divertido —reclamó Akane—. Ranma podría estar en problemas, ¡siempre que se mete en algo peligroso actúa de la misma manera, más callado y esquivo, lo conoces!

—Sí, quizás, pero no tan bien como lo conoces tú, hermanita —Nabiki se relamió los labios y esperó a que sus palabras, que provocaron un momento de confusión y rubor en Akane, consiguieran tranquilizarla—. Así que, finalmente, el único dato que tenemos es el nombre de la misteriosa chica que lo llamó, una tal Miu.

—Así lo escuché…

—Mientras lo espiabas.

—¡No lo espiaba!, fue un accidente, y…

—Ya, Akane, déjalo, te creo. Además, no es mi intención cuestionar a un cliente, aunque con tan poca información debes comprender que el presupuesto será un poco más elevado de lo normal. —Nabiki giró en la silla y tomando el bolígrafo comenzó a escribir rápidos números al costado de la lista de tareas que había escrito previamente—. Sí, sí, con eso bastará, y te haré un descuento muy generoso por tratarse de un asunto familiar.

—Eh… gracias, supongo —murmuró Akane no muy segura.

—Lo dejaremos en veinte mil yenes.

—¡¿Cuánto?!

Nabiki hizo un gesto de incredulidad, como si ella fuera la ofendida.

—¡Ay, ay, Akane!, ¿tan poco valoras el bienestar de Ranma, al que ya amo como si fuera mi propio hermano? ¿Qué son veinte mil yenes a cambio de una información tan valiosa? Recuerda que este precio también incluye un contrato de confidencialidad con mi cliente, en otras palabras, no compartiré con nadie el que estés tan preocupada por Ranma, ni mucho menos de los celos que sufres porque se esté encontrando con otra chica a tus espaldas, o que tampoco daré esta información a otras posibles interesadas una vez lo encuentre. ¿No te parece un precio justo?

—¿Me estás chantajeando, después de que vine a buscar tu ayuda? — Akane le dedicó una mirada intensa, herida y triste.

Nabiki al momento sintió el golpe y, si eso fuera posible, un poco de culpa se asomó en su rostro. Al momento y sorprendida por su propia reacción relajó los hombros y suspiró con resignación, incluso con orgullo de hermana mayor, porque su hermanita parecía finalmente estar aprendiendo algo de ella. O tal vez fuera que ella en realidad se estaba volviendo más blanda con los años.

—Bien, ¡bien!, no pongas esa cara, que no soy un monstruo. Cinco mil yenes, tómalo o déjalo, y te aseguro que tendrás la información a la hora de la cena.

Akane se levantó de la cama con las manos empuñadas y la ilusión pintada en su rostro.

—¿De verdad?

Nabiki se jactó con una gran sonrisa.

—Me ofendes, sabes que nunca miento… Oh, bueno, quizás a veces exagere un poco, pero tratándose de negocios soy tan transparente como un cristal. No te preocupes, Akane, que esta misma noche conseguiré la dirección de esa tal Miu y, seguramente, el lugar donde se encuentra Ranma. Así que, si terminamos por ahora, te pediré que me adelantes el pago, pues necesito invertir una parte para realizar ciertos trámites que me permitan encontrar a mi infiel cuñadito.

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Durante la cena en el hogar de los Tendo se respiraba una calma habitual, parecía que ninguno de ellos, a excepción de su prometida, se extrañaban de que Ranma hubiera desaparecido en un repentino viaje de entrenamiento. Ni siquiera los señores Saotome, siendo sus padres, se mostraban preocupados, actuando con una normalidad que exasperaba aún más Akane.

A pesar de su disgusto con todos Akane intentó calmarse, ¿qué más podía hacer? Tratando de ignorarlos tomó el cuenco de sopa miso y lo acercó a sus labios.

—Tío Genma —dijo Nabiki de pronto, bajando los palillos—, ¿conoce usted a alguna amiga de Ranma llamada Miu?

Akane se atoró y por poco escupió la sopa.

—¿Miu? —se preguntó Genma con la boca llena.

Soun levantó una ceja.

—Es un nombre muy lindo —comentó Kasumi.

—¿Amiga de mi hijo? —preguntó también Nodoka, intrigada, mirando a su esposo como si quisiera aprender algo nuevo sobre la vida de Ranma que se había perdido.

—¿Es una chica linda? —preguntó Happosai, dejando de mirar la televisión, donde hermosas jovencitas cantaban y bailaban en un escenario.

—Miu… Miu… —Genma titubeó, como si al principio quisiera negarlo rápidamente para volver a comer sin interrupciones, pero de pronto su rostro se iluminó—, ¿será Miu Kawai?

—¡Sí, ella! —exclamó Nabiki fingiendo seguridad—, el otro día Ranma nos contó sobre que tenía una amiga con ese nombre, pero no terminó de decirnos de dónde la conocía.

Genma se encogió de hombros y volvió a asaltar el arroz. Tras un bocado volvió a hablar.

—Miu Kawai, la recuerdo, sí, de cuando Ranma estaba en la secundaria…

—¡Un momento! —Akane golpeó su tazón de sopa contra la mesa salpicando por todas partes—, eso no es posible, Ranma fue a una secundaria solo de chicos.

—Sí, también lo recuerdo —Nabiki se adelantó, un poco exasperada de que su hermanita pudiera arruinar todo con su impaciencia—, pero si lo piensas, no es necesario de que dos personas vayan a la misma escuela para conocerse. Ella podría haber vivido en el mismo barrio que Ranma.

—Así es, Miu era la hija del dueño de un local de pasteles de arroz cerca de dónde vivíamos entonces, ¡y eran buenísimos! —recordó Genma, saboreándose el paladar—. El señor Kawai le regalaba constantemente a mi hijo algunos pasteles, que luego disfrutábamos juntos.

Todos en la mesa supusieron que en realidad Genma le quitaba los pasteles a Ranma, pero esa era otra historia.

—Así que mi Ranma tuvo muchos amigos durante la secundaria —dijo Nodoka con satisfacción y una mirada que mezclaba tristeza e ilusión—, debió haber sido un niño muy popular.

Los ojos de Nabiki brillaron, cuando se inclinó sutilmente hacia su tío y agregó en el tono más despreocupado que podía fingir.

—Nunca nos contó dónde quedaba la secundaria de Ranma.

—Muy cerca de aquí —contestó el hombre sin pensar, tragándose el pescado de una bocanada—, al norte de Meguru, era una zona muy tranquila cerca del río, a pesar de que estaba casi colindando con el ruidoso barrio de Shibuya…

El sonido de la madera partiéndose con fuerza fue seguido de un frío que heló la espalda de todos, envolviéndolos en un inquietante silencio. Nodoka abrió la mano y dejó caer las mitades de sus palillos sobre la mesa. Su expresión era tan calmada y amena como siempre, pero escondía una frialdad asesina que hizo a Genma empaparse el dogi de sudor, cuando apenas comprendió el error que había cometido.

—Genma, querido esposo, así que, durante todos esos años, en los que estuve dolorosamente separada de Ranma, creyendo yo ingenuamente que vivían y entrenaban en tierras muy lejanas, sufriendo toda clase de sacrificios que templarían el carácter de un artista marcial, ¿en realidad nuestro hijo estaba asistiendo a una secundaria aquí en Tokio?

—Ah, bueno, Nodoka, pues…

—¡¿A tan solo minutos en tren de dónde vivíamos?!

—¡No!… ¡Sí!, quizás, bueno…, el entrenamiento igual era duro.

—Me escribiste cada mes relatándome las más duras penurias y fantásticas aventuras, durante todos estos años, y… y...

—Querida mía, quizás exageré poco.

—Traté de entender tus excusas de por qué Ranma jamás tuvo ningún conocimiento de mi existencia, pero esto… Genma Saotome, ¿tienes alguna explicación al respecto?

—Ah… Nodoka…

Nodoka lo ignoró girando el rostro, dirigiéndose a los demás como si de pronto su esposo no existiera.

—Gracias por la comida, estuvo maravillosamente delicioso como ya nos tienes acostumbrados, mi querida Kasumi —dijo Nodoka, con una cortés reverencia. Pero al momento estiró la mano para agarrar por el cuello de la camisa a Genma, frustrando su desesperado intento de fuga—. Si me disculpan, mi amado esposo y yo necesitamos discutir algunos asuntos en privado.

—¡Soun…!

Soun Tendo hizo oídos sordos al último susurro de súplica de su amigo Genma, ocultando su rostro detrás del periódico, mientras este era arrastrado por el piso con increíble fuerza por su aparentemente frágil esposa. Happosai sacudió su pipa murmurando algo en contra de su estúpido discípulo y Kasumi se preguntó pensando en voz alta si la tía Nodoka querría postre.

Akane y Nabiki aguardaron calladas, siendo la mayor la primera en hablar, esbozando una radiante sonrisa.

—Miu Kawai, hija del dueño de un negocio de pasteles de arroz cerca de una escuela secundaria en Meguru, casi en las inmediaciones de Shibuya —resumió Nabiki calmadamente—, con esa información sería muy sencillo de encontrar, ¿estás satisfecha?

—Lo único que hiciste fue preguntarle al tío Genma —contestó Akane, golpeando la mesa, con los labios temblando y la voz quebrada—, ¡yo podría haberlo hecho!

A pesar de su frustración, ni ella misma sabía si su malestar se debía a la burla de Nabiki o a que todavía Ranma tenía un pasado del que no conocía nada.

Los escalofriantes gritos de súplica del señor Saotome irrumpieron escuchándose en toda la casa, pero ninguna de las dos pareció prestarle atención, mirándose fijamente a los ojos.

—Ah, pero no lo hiciste. —Nabiki giró hacia Kasumi, la que traía una bandeja con varias porciones de helado—. No creo que el tío Genma vaya a querer helado esta noche, Kasumi, ¿no crees que sería un desperdicio dejarlo?

—Nabiki, ¿no será mucho para ti sola? —preguntó la mayor.

Al saberse ignorada, y sin nada con qué rebatir, Akane se levantó y se fue de la sala en una mezcla de rabia, ansiedad y tristeza.

—Vaya, parece que Akane tampoco va a querer —exclamó Nabiki con voz cantarina, mientras extendía la mano hacia el lugar que dejó vacío su hermanita, atrayendo su porción sin tocar.

—Ay, Nabiki, te va a doler la panza —advirtió Kasumi.

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La delgada y diminuta figura de la chica se confundía con la oscuridad lúgubre del lugar. Hacía tantos días que el negocio de pasteles no funcionaba que todo estaba cubierto por una fina capa de polvo y el aire encerrado, enrarecido, se había tornado tan frío como el hielo. Miu se frotó los brazos y volvió su atención a la ventana, apenas moviendo un poco la cortina. Desde la ventana podía tratar de mirar a la persona que había golpeado la cortina de acero del frontis del negocio. Un nuevo golpe remeció con más fuerza la cortina y la hizo asustarse, dejando escapar un involuntario grito.

—¿Miu?… ¡Miu, puedo escucharte!… ¡Sal, solo queremos hablar!

La voz del desconocido fue seguida por un coro de risas. Al principio vio dos, luego tres sombras. Entonces una de las siluetas se acercó a la ventana y se cruzó rápidamente delante de ella, haciendo que su corazón se detuviera un momento. Tras el miedo que la hizo retroceder, reconoció al excompañero de gimnasio de Issen. Sería imposible no recordar ese rostro, ahora más horrible por la fea quebradura que había marcado su nariz para siempre, después de lo que trataron de hacerle a ella. El horror de lo vivido y de las pesadillas que tardó mucho en superar volvieron al punto de sentir sus pies tan fríos que se creía incapaz de despegarlos del piso. Y lo peor era que había llegado con un grupo de sus amigos, a los que escuchaba gritar y reírse, todos en evidente estado de ebriedad. Miu comenzó a ser víctima del pánico al pensar que estaba sola en casa. Rápidamente se dirigió al teléfono, pero al levantar el auricular la voz de una grabación hizo que su terror se convirtiera en algo palpable, que le acarició la espalda y la cubrió de un sudor gélido. Había olvidado que le cortaron el servicio por no poder pagarlo.

—¡Miu, ya te vi! ¡Sal, queremos charlar un momento, nada más, como amigos! —gritó el muchacho y dio fuertes golpes a la ventana, violentamente, amenazando con despedazar el cristal, que se llenó rápidamente de finos canales de plata.

La cortina metálica se estremeció de nuevo por las patadas que los otros jóvenes le daban desde el exterior, dejando marcas en la delgada lámina. Las risas de esos muchachos se hicieron más fuertes que antes, sus gritos se volvieron vulgares y al momento Miu comprendió que, sabiéndola sola, venían finalmente a cobrarse su revancha.

—Váyanse… ¡Váyanse o llamaré a la policía! —gritó con la voz quebrada, en un intento por amedrentarlos.

La puerta lateral de madera del negocio también se estremeció, como si alguien quisiera abrirla forcejeando con el pestillo, luego le dio de patadas y escuchó el sonido de la madera resquebrajándose.

—¡Por favor, déjenme en paz, no quiero nada de ustedes!

—¡Miu! ¡Miu! ¡No me hagas enojar!… ¿Es esta la manera de tratar a unos viejos amigos? —El muchacho acabó por romper la ventana de un puñetazo, y al momento se quejó por el corte que se provocó él mismo en la mano—. ¡Chica estúpida, mira lo que hiciste! ¡Es tu culpa, maldita zorra! ¡Es tu culpa!

Antes de que Miu echara a correr hacia las escaleras, un estruendo como un trueno la detuvo en su lugar. Era la cortina de metal que rechinó y se estremeció mucho más fuerte que con cualquiera de los golpes anteriores. Tan violento que la lámina de ondas de acero se hundió doblándose en el centro y casi desprendiéndose de los rieles de las paredes, como si hubiera sido empujada desde el exterior por algo tan grande como el cuerpo de un hombre. Antes de poder reaccionar, la chica escuchó a continuación un doloroso alarido, pasos corriendo por el frontis del negocio y luego otros extraños sonidos de tela desgarrada y, golpes y más voces de dolor.

—¿Qué…?

El muchacho que la amenazaba sacó el brazo de la ventana y trató de mirar hacia su costado, en el momento en que Miu vio como una mano lo agarró por el pelo, jalándolo tan fuerte que lo arrastró fuera de su visión, escuchando más gritos. Pero ningún sonido se comparó a lo que Miu escuchó después, como si algo más duro que la madera se hiciera trizas, junto a un bramido desgarrador, como si la voz raspara la garganta perdiendo todo rasgo de humanidad, víctima de una desesperación y aflicción más allá de lo soportable, convirtiéndose en el grito de un animal herido de muerte.

Fue tan espantoso que la obligó a taparse los oídos.

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Ranma tuvo problemas para entrar por la puerta cargando al viejo entrenador Matsumoto. No podía creer que ese viejo, con lo asustado que estaba en un principio de los yakuzas, tuviera tanta confianza para beber y celebrar junto al jefe Kazuya después de la pelea. Tras llegar a la sala y empujar una pila de periódicos viejos que estaban desordenados por todo el piso con los pies, dejó caer al viejo sobre el tatami y resopló cansado.

—¡Más cuidado, niño! —gruñó el viejo con voz ronca.

El muchacho se encogió de hombros y lo dejó sin prestar atención a sus siguientes balbuceos, en los que el entrenador se puso a contar de manera entrecortada sus viejas glorias en el boxeo, y se dedicó mejor a dar una vuelta por la pequeña sala. Estaba adolorido tras la pelea y solo gracias a la dueña del bar que atendió sus heridas era que ya no estaba sangrando, aunque hacerlo con licor en lugar de alcohol normal no fue la mejor idea para él. Había ardido como los mil demonios y por si no fuera suficiente ahora apestaba a whisky. El muchacho se dejó caer al piso cruzando las piernas, mientras escuchaba al viejo entrenador mezclar ronquidos con algunas oraciones, se quedó admirando las paredes, llenas de medallas y trofeos, de fotografías antiguas en que Matsumoto aparecía junto a campeones a los que había entrenado. Una fotografía llamó su atención, en un pequeño marco que se equilibraba sobre la vieja televisión, y levantándose con mucho esfuerzo por culpa del dolor, se acercó para tomarla con una mano.

En ella aparecía Issen, con el cabello más corto y sin las ridículas trenzas, como pensaba él, sosteniendo un trofeo. A su lado estaba Miu con los ojos llenos de lágrimas de emoción y el viejo Matsumoto entre los dos, robando cámara, abrazando a la joven pareja por los hombros. Miró la fecha al margen de la imagen.

—No puedo creerlo, es del mismo año en que llegué a casa de Akane.

Sintió una punzada en su pecho y no era por los golpes que había recibido. Sus ojos ardieron y su garganta se secó. Todo por culpa de la extraña idea que apareció en su mente. Dentro de poco acabarían la preparatoria ¿y qué hizo él?, ¿qué planes tenía para su futuro?, ¿a qué dedicó sus esfuerzos? Su vida se había convertido en un torbellino que lo arrastró de una situación alocada a otra, pero al final, él no había elegido ni luchado por nada, todo había aparecido en su camino como si fuera por arte del destino. Incluso Akane.

Mientras que Issen, tras escuchar la historia de Matsumoto, dedicó toda su preparatoria a dividir el tiempo entre los duros entrenamientos y trabajos de medio tiempo para suplir las carencias de su hogar. Ranma se sintió avergonzado, siempre culpó a su padre de todo lo malo que le sucedía, pero Issen tuvo una relación similar incluso peor con el suyo, un hombre abandonado por su esposa, que se gastaba todo el dinero en mujeres, licor y apuestas. Issen jamás se rindió, tampoco descuidó sus estudios, soñando algún día con obtener una beca deportiva en la universidad. Su amigo estaba obsesionado con la idea de construirse una vida estable, no solo depender del boxeo pues sabía podía ser una carrera muy corta, para así darle también un futuro mejor a Miu. Y los fines de semana, en lugar de tener citas con su novia, se dedicaba a ayudarla a ella y al señor Kawai en el negocio de los pasteles de arroz. ¡Tan distinto a él, que se la pasó escapando y negando sus sentimientos por Akane, sin hacer nada en concreto por ella, más que salvarla de los peligros en que él mismo la metió!

Issen jamás descansó, nunca se quejó, tenía grandes sueños por los que luchar… Sueños destruidos por la culpa de otros. ¡Era una maldita injusticia!

Yo tengo un sueño a diferencia de ti...

El cristal que protegía la fotografía se trizó bajo la presión repentina de los dedos de Ranma.

De pronto el teléfono sonó como un estruendo en la silenciosa sala. El viejo Matsumoto, despertando de su medio sueño, escupió un improperio y estiró la mano, agarró el cable del aparato que estaba en un rincón de la sala, en el piso de tatami. Jalando el cable lo atrajo hacia sí y descolgando el auricular respondió más ronco que antes.

—Sí, diga… Maldita sea, ¿sí?… ¿Hay alguien…?

Matsumoto guardó un repentino silencio y sus ojos se abrieron de par en par, tras escuchar finalmente una voz suave, temblorosa y quebrada del otro lado de la línea. Levantó el torso sentándose bien erguido sobre las piernas, más despierto que nunca, como si hubiera tomado un barril de café. Los labios del viejo temblaron nerviosos, incapaces de cerrarse, hasta que sus ojos dieron con el paralizado Ranma que esperaba atento. Los ojos ansiosos del muchacho lo devolvieron a la realidad, y afirmando la voz el viejo contestó rápidamente, presionando el auricular contra su oreja.

—Miu, niña, calma, ¡ten calma, iré enseguida!... Sí, sí, no te muevas de ahí, no hagas nada, todo estará bien, ¡te lo prometo!

Colgó el teléfono, ya poniendo un pie en el suelo. Ranma lo agarró rápidamente del brazo para ayudarlo.

—¿Era Miu?, ¿qué sucede?

—Ese grandísimo imbécil, niño estúpido, tenía que…

—¡¿Quién?! —lo interrogó Ranma, remeciéndolo, aunque en el fondo temía y sabía la respuesta.

—Issen... —respondió Matsumoto saboreando las palabras con rabia y dolor—, está en prisión.

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Continuará

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La magia para escapar de nuestro encierro y salir volando por el balcón existe. Y no, no son polvos de hada, así que no es necesario sacudir a la pobre Campanita. Esa magia se llama fantasía, el antiguo arte de escribir hechizos en antiguos grimorios a los que llamamos historias. Este arte se basa en canalizar la energía mística que muchos conocemos como imaginación, para crear milagros capaces de dar vida a mundos enteros habitados por miles de personajes interesantes, para invocar a criaturas monstruosas o las más bellas ninfas. Y sí, también sirve para volar.

Y existen las hechiceras y los magos, maestros de grimorios, que trabajan en oscuros laberintos, caóticos laboratorios y aisladas torres en los confines de los mundos, para llevarles a ustedes en viajes fantásticos, aunque sea por escasos minutos, a realidades muy distintas a esa pared que ven si levantan los ojos de esta lectura.

Gracias por leer, nos vemos pronto.

Noham T.