Bueno, pues historia nueva.
Se que tengo muchas empezadas, y prometo seguirlas. Pero como esta ya la tengo terminada, aprovecharé el tiempo que tarde en irla subiendo (un capítulo por semana) en escribir en el resto de mis historias a ver si consigo ponerlas al día.
AVISO: No se que idea loca se me pasó por la cabeza para escribir esto. Así que perdonadme si algunos de los acontecimientos no os gustan demasiado ^^
Y sin más dilación, aquí os dejo con el primer capítulo de la historia.
HERMANOS DE SANGRE.
Capítulo uno.
"Pérdida repentina"
Con varias bolsas cargadas en sus manos, abrió la puerta del apartamento. Todavía seguía repitiendo en su cabeza las últimas palabras que Patrick Jane la había dicho, después de ofrecerse a llevarla a casa. "Descarta lo imposible, Lisbon, y lo que quede, por improbable que resulte, será la verdad." Sonrió al pensar cuánta razón llevaba, pero una pintada en la pared le devolvió la sonrisa. Las bolsas cayeron rápidamente al suelo, provocando un estruendoso ruido que alerto a los vecinos cercanos.
Con rapidez, colocó su mano en la funda del arma y la empuñó, registrando cada rincón de su casa. Nada en la cocina. Nada en el baño. Nada en el salón. Solo quedaba su habitación. Respiró hondo, armándose de valor. Agarró el pomo de la puerta y la abrió despacio, preparada para atacar en cualquier momento.
Pero el arma no la serviría de nada. Ni siquiera el móvil. El cuerpo que yacía sobre la cama llevaba ya unas horas muerto.
Su vista se volvió nublada, y notó rápidamente las lágrimas caer por sus mejillas. Sin pensar que podría dañar pruebas –aunque con John el Rojo nunca las había- se acercó a él y le acarició la cara con dulzura. Cara que estaba estropeada por la cantidad de sangre que tenía sobre ella y que provenía del degollado cuello pero que poco a poco se borraba con las gotas que caían de sus ojos.
Apoyó su frente con la de él mientras susurraba palabras inentendibles. Entonces, un sentimiento de culpabilidad invadió su cuerpo y golpeó con fuerza la mesilla de noche que había contigua a la cama.
-Debería ser yo. Debería ser yo y no tú –repetía una y otra vez.
Sus vecinos, quienes no tardaron mucho en venir después de oír el ruido y los sollozos de la mujer, entraron en la casa. Ella lo sabía, pero no se movió del sitio. No podía, ni quería hacerlo.
Oyó los improperios que salían de sus bocas nada más ver la escena y cuando les miró, afirmó lo que creía. Estaban llamando a la policía.
Supuso que Jane sería el primero en llegar, puesto que le había visto hacía tan solo unos minutos y, con el pensamiento de que se encargaría personalmente de John el Rojo, se sentó en el suelo y se recostó en el borde de la cama, a la espera de que llegara la caballería.
24 horas antes…
Admiró las vistas que tenía desde el ático. Sin duda, era una de las cosas más hermosas que había visto jamás y más todavía si, como hoy, admiraba el sol saliendo por el horizonte. Metió las manos en los bolsillos del pantalón y respiró hondo, rememorando las palabras que había escritas en la nota que se encontró en el último escenario de John el Rojo.
"Tigre, tigre, fuego deslumbrante, de las selvas de la noche. ¿Qué mano inmortal, que ojo pudo trazar tu terrible simetría? … Poco a poco, el momento se acerca. ¿Estás seguro de tener a todas las personas que te importan, a salvo? Bienvenido a tus últimas 720."
Tan solo le había hecho partícipe de la carta a una persona; la de siempre. Y Teresa Lisbon le había contestado con un simple no te preocupes, todo irá bien. Lo que ella todavía no había aprendido era que con John el Rojo, nada iba bien.
No le costó mucho descifrar la última frase. En 720 horas desde que tuvo en su poder aquella carta, el asesino volvería a actuar y esta vez, lo haría con alguien cercano. Pero lo peor de todo era que el plazo se acababa esa misma noche. En apenas unas horas, una nueva víctima aparecería y no podría hacer nada para evitarlo.
La dulce voz de su compañera lo sacó de sus pensamientos, informándole que tenían un nuevo caso. Él asintió con la cabeza, ignorando o tratando de ignorar, los pensamientos que pululaban por su cabeza, haciéndole culpable de las siguientes atrocidades que el asesino en serie concebiría.
Ya cuando el cielo se había cubierto con la oscura capa y tan solo las estrellas lo iluminaban, Jane decidió sentarse en su sofá favorito y esperar a las noticias que le llegarían en breve. Los tres agentes que ocupaban el despacho diáfano habían abandonado hace rato sus puestos y tan solo Lisbon permanecía en el recinto, con él.
Cuando la vio salir y despedirse de él con la mano, recordó la carta y se levantó como un resorte, echando a correr para alcanzarla.
-¿Quieres que te acerque a casa? –preguntó, y sin esperar respuesta, montó en el ascensor.
-De acuerdo, pero solo si conduzco yo –respondió ella, montando a su vez en el ascensor y robándole las llaves.
-Si conduces tú, ¿de qué me sirve venir a mí?
Jane había accedido a dejarla el coche o, más bien, se vio obligado a hacerlo si quería acompañarla. Ya estaban llegando a su destino, cuando el hombre decidió hablar para alegrar un poco el ambiente.
-A ti nada. Pero a mí de mucho. Así me puedo vengar un poco por lo de esta tarde. ¿Cómo se te ocurre resolver el caso así? Más te vale que no decidan denunciar a la brigada, porque como lo hagan no pienso salvarte el pellejo otra vez –sentenció.
-Pero le he resuelto ¿no? –contraatacó él.
Una pequeña sonrisa se mostró en los labios de Lisbon, mientras aparcaba el coche en doble fila, justo en frente de su bloque de apartamentos.
-Bueno, pues ahora que el viaje ha acabado, me gustaría que me devolviera mis llaves, agente Lisbon.
-Sí, pero antes quiero que me contestes a una pregunta. –Al recibir una mirada de aceptación por parte de Jane, continuó -¿Cómo supiste que fue la hermana?
-Estaba claro que ni el padre ni la madre habían sido. Ambos tenían una coartada firme y no tenían ningún motivo para matarla. Tan solo la hermana lo tenía.
-Ya, pero no lo aparentaba. Ni siquiera tenía el perfil.
- Descarta lo imposible, Lisbon, y lo que quede, por improbable que resulte, será la verdad.
Sonrió por inercia, al ver como ella también lo hacía. Observó cómo se marchaba, tras despedirse por última vez con la mano y se cambió de asiento sin salir del coche, haciendo maniobras para no cargarse el cambio de marcha. Pero no arrancó el coche hasta que el cuerpo de la agente desapareció tras la oscuridad de la noche.
Tan solo diez minutos después, cuando ya había recorrido la mitad de la distancia que había entre la casa de Lisbon y las oficinas del CBI, su móvil comenzó a sonar. Pero se sorprendió al comprobar que no era de Teresa la llamada, sino de Cho.
Bajó del coche a toda velocidad. No se molestó siquiera en cerrar la puerta ni apagar la luces. Según llegó, se bajó y echo a correr hacia el apartamento. Subió las escaleras con rapidez y cuando se posicionó frente a la puerta, comprobó lo que más temía. La característica cara sonriente de John el Rojo resaltaba ante la pared beige. Miró a ambos lados, buscando de dónde procedía el alboroto. Enseguida lo localizó y se volvió hacia la derecha para subir un par de peldaños hasta dónde, él suponía, que empezaría su habitación. Y no se equivocaba.
Se abrió paso entre el grupo de vecinos que le bloqueaba el acceso y entonces lo vio.
Thomas Lisbon yacía sobre la cama de su hermana, degollado.
Su cuerpo se paralizó al ver la escena y rememorar su propio trauma. Recordó su dolor al entrar a la habitación y ver el cuerpo de su mujer y su hija.
Acurrucada en uno de los extremos de la cama y sentada sobre el suelo, se encontraba Teresa, quien no podía controlar el llanto. Se acercó a ella y se agachó a su lado, colocando una de sus manos sobre su hombro y apretando ligeramente. Las lágrimas comenzaron a salir de sus ojos, a la vez que un sentimiento de culpa le invadía. Reaccionó cuando la mujer se lanzó a sus brazos, buscando un hombro en el que llorar. Él no puso ningún inconveniente y la estrechó contra su cuerpo, susurrando palabras tranquilizadoras en su oído mientras acariciaba su pelo.
Frente a la cama, Cho, Van Pelt y Rigsby, quienes acababan de llegar, observaban con terror la escena.
