Disclaimer: Harry Potter le pertenece a Rowling. No me beneficio de nada salvo de los reviews que alegran mi día.

Este fic participa en el reto Anual: "Amores imposibles" del foro Hijos de la Guerra

Pareja principal: Tom Riddle & Harry Potter

Personaje en discordia: Hermione Granger

Advertencia: Slash. OOC pertinente para la historia.


Memorias destrozadas

~O~

Aquella desconocida sensación se presentó por primera vez a mitad de sus vacaciones veraniegas, justo antes de cursar su sexto año. No le había prestado la atención necesaria porque no lo había considerado pertinente. Sirius en aquel entonces y ahora ocupaba gran parte de sus pensamientos, impidiéndole continuar con lo que se supone que debería llamarse vida.

No concebía analogía alguna que pudiese retratar su sentir. Las palabras perdían significado al intentar describir su soledad, mucho menos esa dolorosa sensación de vacío que, ahora, a semanas de haber comenzado el ciclo en Hogwarts, sigue padeciendo.

Por supuesto, la extraña conmoción y el peso en su cabeza eran parecidos a una leve migraña, pero sin llegar a serlo del todo, sólo se asemejaba a una intrínseca molestia. Harry lo atribuía a lo sucedido con Sirius, y rápidamente dejó de pensar en la punzante incomodidad que pugnaba en la zona trasera de su cuello.

Ahora, la incomodidad se ha tornado molesta. Harry, si bien no está preocupado, sí está un poco aprensivo al respecto. Ha aprendido de los errores pasados, o al menos eso espera, y ha de ver que la importuna sensación no sea algún tipo de corazonada o mal presentimiento, sino las consecuencias serían realmente desastrosas.

—Harry —llamó Hermione, con cautela. Harry no respondió, tan sólo veía, ensimismado, la cena que recién servían en el Gran Comedor. Asado de chuleta con salsa agridulce.

Habían transcurrido ya dos semanas desde que comenzaron las clases, y ella observaba, impotente, como su querido amigo parecía hundirse cada vez más en sus pensamientos. Hermione lo veía, sintiéndolo tan lejos e inalcanzable como el año pasado, ahora siendo más profunda e insondable esa distancia que desde hacía tiempo ya les separaba. Se mordió el labio inferior, conteniendo las ganas de saltar sobre Harry, protegerlo de todo peligro encerrándolo en una jaula, mas se contuvo.

Sabía que esas acciones a su amigo no le agradarían ni un poco.

—Harry-

—Estoy bien, Herm —respondió, su voz monótona no ayudándole a creer ni una palabra de lo antedicho. A los segundos, casi como adivinando sus pensamientos, él le sonrió con suavidad, una sonrisa que no alcanzaba a esos dos fulgores extintos que son sus ojos esmeralda—. En serio Herm, estoy bien.

—Sí, Hermione, no lo molestes —corroboró Ron, desde el otro lado del mesón frente a Harry, devorando su cena con avidez.

Por respuesta, ella le dirigió una mirada punzante, y Harry no pudo evitar reír un poco, calmado y exasperado por partes iguales ante la actitud maternal de su querida mejor amiga. Hermione le vio reír, más aliviada al respecto; Harry seguía sintiéndose asquerosamente vacío, pero agradecido de tener tan buenos amigos.

Por un breve instante, dirigió una mirada panorámica a todo el Gran Comedor, paseando su vista hacia la mesa donde los profesores estaban cenando, siendo Horace Slughorn, el nuevo profesor de Pociones ese año, (Severus ocupando el puesto de Defensa Contra las Artes Oscuras, cosa que no le hacía ninguna gracia); aunque Harry esperaba, sinceramente, que el recién ingresado pocionista también impartiera clases en séptimo, así tendría oportunidad de tener una nota decente ahí…

Mientras observaba, perdido en sus pensamientos, el director Dumbledore posó su mirada azulada, tan brillosa y jovial como nunca, sobre las esmeraldas de Harry. Sin notar nada extraño, le sonrió como siempre lo hacía, pero esta vez el director no correspondió a su gesto. Tan sólo se limitó a escudriñarle.

Harry lo sintió, como aquella vez en sus vacaciones veraniegas: repentino e incómodo, la punzante molestia comenzó a pugnar en su cabeza, pero la diferencia de ésta es que ahora provenía de su frente, no de la parte trasera.

Siseó, llevándose una mano a su frente, tocando la zona donde la incomodidad comenzaba a hastiar. Al instante, sus ojos se posaron en el plato de comida, y aquella sensación mermó de forma considerable.

— ¿Harry, estás bien? —preguntó nuevamente Hermione, la conversación con Ron momentáneamente pausada. Ahora su amigo también le observaba ligeramente preocupado.

—Estoy bien, sólo me dio un pequeño dolor de cabeza —respondió con naturalidad y Ron le creyó rápidamente, reanudando una vez más su conversación sobre Quidditch y las prontas prácticas que se llevarían a cabo.

Hermione no pareció creerle, pero Harry estaba bien mientras guardara silencio, como siempre lo hacía cada vez que él no quería que mencionara nada al respecto.

Después de todo, fue sólo un pequeño dolor, nada por lo que deba preocuparse, ¿cierto?


Transcurrido una semana, el dolor de cabeza (como Harry lo había etiquetado) no había vuelto a suceder… Quizá contando como excepción esa inquietante conversación con el director Dumbledore en las que exponía sus firmes sospechas sobre la dudosa posición de Malfoy. Pero el director tan sólo le había observado instándole a conservar la calma, su voz intentando sonar tan jovial como siempre, ahora distante.

Ahí sintió una punzada pequeña, más como el toque de una pluma sobre su cabeza en una suave caricia que una molestia en todo término. Sin embargo, a Harry no le gustó rememorar el perturbador recuerdo.

En respuesta a esa incómoda situación, terminó por asentir lacónicamente a las vagas excusas del director mientras salía presuroso de aquella opresiva oficina.

Malfoy parecía haber perdido su gracia, el recuerdo de la visita al Callejón Knockturn fresco en su mente, pero quedando delegado a segundo lugar. Harry cree que debe lidiar primero con los protervos pensamientos y la inquietante sensación de malestar que habita en su cabeza antes de que esta termine por enloquecerle.

No es que Malfoy dejara de ser sospechoso a sus ojos, pero aún no había pruebas fehacientes que le incriminaran, y esa falta de pruebas sólo aumentaba su malestar corporal, llenándole de una desidia que antes no había experimentado. Hermione le observaba, su atenta mirada de halcón la hacía mortal, pero su silencio absoluto era la muerte.

Harry aguardaba a que ella explotara en una retahíla de diatribas que le dejaran en claro su desacuerdo por las acciones pasadas. Vendría en breve, lo sentía; pero por ahora, podría pensar que Pociones con su libro adquirido iría escaleras arriba gracias al nuevo profesor Slughorn.

Claro, eso no era lo mejor: el puesto como capitán recién delegado aumentaba considerablemente su buen humor, hacía que el cielo nublado se viera un poco menos plomizo.

Harry deseaba que esas buenas noticias siguieran mejorando aquel cielo gris que con nada parecía desaparecer.


—Harry, ¿de quién es ese libro? —Hermione preguntó, muy recelosa al respecto.

Desde que habían iniciado con su horario de clases, Hermione pensó que no vería a su amigo en Pociones, precisamente por su impreciso desempeño en el curso, aunque ella admitía, a regañadientes, que él podía ser muy brillante si se lo proponía de corazón.

Verle ingresar al laboratorio le contentó y molestó por partes iguales. Hermione comenzaba a creer que su amigo estaba tomándose en serio sus asignaturas, al menos eso era lo que quería pensar, pues ya se veía en la esquina de la vereda el escaso tiempo de convivencia en Hogwarts. Si Harry deseaba entrar a la Academia de Aurores, entonces tendría que dar todo de sí.

A Hermione le contentaba ver a Harry envuelto en responsabilidades, pero le irritó que no le haya mencionado algo al respecto.

¿No se supone que eran amigos?

Harry sólo entró al laboratorio, excusándose ante la falta de material físico, aunque el profesor se desentendió rápidamente con un ademán lánguido de su mano, indicándole que podía escoger el libro que quedaba, seguro allí saldría algo con respecto a las pociones que estaban preparando.

En silencio, Hermione le observó, preguntándose qué podría hacer al respecto para ayudar a su amigo. Ese aire taciturno y desganado no le ayudaba, aunque cuando hablaban de Quidditch y las prácticas venideras, su tez se brillaba un poco; pero así como salía esa luz rápidamente se apagaba, dejando una leve soledad que olía a lluvia triste y se sentía profunda, inconsolable.

Ahora, Harry preparando la poción de Filtro de Muertos en Vida, también era así, su expresión lejana, sus ojos esmeraldas apagados y aquella ironía era risible. Dolorosamente risible.

—Harry-

—No sé, Herm —contestó rápidamente Harry, lacónico.

Le hubiese dado el beneficio de la duda si no fuera porque cada vez que ella le escudriñaba con sus ojos marrones, su amigo parecía querer desaparecer tras el sofá bermellón que yacía frente a la chimenea de la sala común.

— ¿Ah, sí? —inquirió, una ceja enarcada demostrando lo mucho que le creía.

A Harry le faltó tiempo para resoplar, obviamente hastiado con su actitud. Pero Hermione no iba a dar su brazo a torcer. Era tan extraño que de la noche a la mañana su amigo fuese excelente en Pociones, y no es que dudara de su potencial, porque sabía que su debacle académico era a causa del profesor Snape. Aún seguía siendo increíble, la verdad.

—Sí, Hermione —fue la respuesta escueta de Harry, casi sus labios sin moverse, una mueca de descontento visible en su rostro.

Bueno, estaba comenzando a sentirse un poquito culpable por su irrisoria reprimenda. Lamentablemente eso ya estaba arraigado a sí, a lo que es ella. Le resulta magistral separarse de su actitud firme porque Harry nunca había dicho nada al respecto. Demonios, es su mejor amiga, y sabe, que pese a todo, él tiene un límite.

Ella, suicida como nadie, lo está llevando al borde de un precipicio.

—Hermione, no sé cuál es el problema con el libro —dijo de repente Ron, al parecer sí prestando atención a su conversación, cosa rara.

Al instante hizo una mueca contrariada. No era por el libro en sí, sino la actitud aparentemente culpable de Harry.

—Bueno, si no hay ningún problema, creo que Harry podría prestarme el libro, ¿no? —preguntó con voz amigable, mientras observaba a su amigo que al parecer estaba deseando con fervor ser invisible o que el sofá rojo lo engullera. Ella resopló, su mano golpeando suavemente contra su pierna—. Harry, por favor, sólo lo veré —dijo, buscando sonar tan sincera como creía—. Echaré un vistazo, al menos para saber a quién pertenece.

Dudoso, Harry cedió a regañadientes el libro que protectoramente sostenía entre sus brazos. Hermione de una vez se lo arrebató, ojeándolo concienzudamente: hoja por hoja, listado por listado, los enunciados y cada nota que el dueño escribió pacientemente en las amarillentas hojas de aquel viejo libro de Pociones.

Claro, no se detuvo a sólo leer, sino que con su varita examinó posibles hechizos oscuros que yacieran en este. Menos mal que no vio a Harry poner los ojos en blanco, porque si no, nadie lo salvaría de su ira. Hermione lo cuidaba, lo hacía por su propio bien. No eran preocupaciones sin base.

Sabe que tiene razón.

Siguió ojeando toda la libreta, encontrando nada, salvo que no pertenecía a Harry, obviamente. Pensaba en renunciar a su infructuosa búsqueda hasta que viola última página, casi al final, en letras desvaídas y escurridizas yacía trazado con pluma negra: Propiedad del Príncipe Mestizo.

Hermione boqueó unas cuantas veces, incapaz de articular palabra alguna. ¿A quién pertenecía? ¿De qué año era? ¿Todavía seguía vivo? ¿Era alguien famoso? Tenía que ir a la biblioteca y averiguar por aquel nombre, una sospecha invadiéndole incómodamente.

—Este libro no es tuyo, Harry —dijo Hermione, no encontrando nada inteligente qué decir de momento.

Al instante, Harry volvió a resoplar.

—Brillante deducción, Herm.

Pero Hermione le regaló una mirada punzante.

—Es en serio, debes devolverlo —replicó, tajante.

—Lo necesito, Hermione —intentó razonar Harry, observándola con seriedad.

Pero ella ya no le hacía caso. Se incorporó del sofá, con el libro firme en sus manos, una mirada llena de determinación en sus ojos que a Harry no le gustó.

— ¿Sabes?, mejor lo devuelvo yo. Se lo llevaré al director así…-

Su retahíla se vio interrumpida cuando Harry se incorporó con rapidez del sofá. Con la velocidad que le proporcionan sus reflejos de Buscador, le arrebató furiosamente el libro de aquellas manos encarceladoras.

Sin creerlo, Hermione le observó, con los labios entreabiertos en un rictus de gran sorpresa, no atreviéndose a replicar algo en contra de aquel repentino arrebato. Harry la contempló en silencio unos segundos, antes de que su voz temblorosa, dijera:

—Creo que eso no sucederá, Herm.

Luego de eso, se dio media vuelta, yéndose directo a su habitación escalera arriba. Hermione permaneció en silencio, observándole marchar, siendo incapaz de encontrar la valentía que todo león debe poseer para así defender su justificada posición.

Sin embargo, algo se lo impidió. Era una fuerza abrumadora, aplastante. No supo si vino de su querido Harry, cuyos ojos esmeraldas le habían visto como si en cualquier momento la maldición asesina fuese a salir de allí, dispuesta a apagar su existencia. Tragó saliva nerviosamente, sus piernas temblorosas cediendo con un ominoso plomf en el sofá bermellón.

No supo que le detuvo, pero no quería pensar en ello.

Era mucho mejor sentir la mirada reprobadora de Ron que aquellas esmeraldas frías y distantes.


Harry supo que se pasó de la raya cuando, en la soledad de su habitación, ahora pensando con frialdad, se percató de la expresión dolida que surcó la tez de Hermione al momento de arrebatarle el libro. Había sido sin premeditación, Harry sería incapaz de dañar a su mejor amiga; pero estaba tan enojado, tan molesto que todos le dijeran lo mismo, que una y otra vez pusieran a prueba su paciencia tomándole por quién sabe qué clase de idiota.

¿Acaso pensaban que era un idiota? Él veía cómo Hermione le observaba, cómo Ron algunas veces le regalaba esas miradas de pena que parecía lástima. Incluso Ginny y Neville le trataban en ocasiones con sutileza, como si se fuera a romper apenas ellos desviaran la mirada.

No le gustaba esa sensación y tampoco ayudaba a mermar la cólera que pugnaba de su garganta, amenazando con lastimar a todo aquel que se atravesara en su camino.

Bien, admitía que las semanas posteriores había dado una imagen lamentable, pero si así se sentía, ¿por qué contradecían su dolor atribuyéndolo a quién sabe qué cosa? Le dolía haber perdido a Sirius.

Si estuviese en su poder, rogaría porque aquellos recuerdos perduraran un poco más. La única persona, familia verdadera que sí le valoró y el efímero sentimiento desapareció como la llovizna aleja una espesa neblina.

A Harry aún le duele recordar todo eso. Sabe que sus encuentros fueron fugaces pero intensos; aunque eso sólo lo hiciera más complicado de sobrellevar. Realmente deseó vivir con Sirius e idear planes como una verdadera familia, así como lo imaginó de pequeño, creyendo que allí afuera, en alguna parte del mundo habría alguien que sí le querría.

Ahora que su mayor sueño se había cumplido, éste pereció bajo la luz etérea del Velo de la Muerte, consumiendo finalmente la existencia de su padrino.

Eso no era fácil de superar, pero tampoco iba a morirse por ello. ¿Creían que iba a suicidarse? A Harry le dolía que pensaran tan poco de él, le lastimaba y le molestaba por partes iguales. Era exasperante que Hermione, aunque la adore, sea de esa forma.

¿Qué iba ganar entregándole el libro a Dumbledore? Harry seguramente tendría que dar muchas explicaciones, y ahora la situación con el director parece ser nebulosa. Harry no quiere contarle nada al director.

Un momento… ¿No quiere contarle nada al director?

Abrió varias veces la boca, buscando en su mente alguna excusa convincente, pero nada halló por respuesta. Cerró los ojos, su cabeza, su cuerpo cansado ante tantos pensamientos contradictorios.

Echó una mirada fatigada hacia la cama, antojándosele ahora más placentera que nunca. Tal vez si dormía unas cuantas horas podría despejar su mente, pedirle perdón a Hermione y decirle que sí, que tal vez deberían dejar el libro en manos mucho más profesionales. Lo lamentaría sí, aquel libro le había salvado en muchas ocasiones durante el curso.

Con ese pensamiento en mente, caminó en dirección a la cama, corriendo los doseles inmediatamente. Se despojó de su calzado, camisa y pantalón, dejándose tan sólo una bermuda de algodón. El aire era un poco templado, pero los hechizos de ambiente pronto comenzarían a hacer efecto. Con un suspiro, apoyó la cabeza en la almohada, cerrando sus ojos lentamente.

Mañana sería un nuevo día y con suerte, la noche, sólo sería una prueba más de lo que ésta traería consigo.


Amanecía en Escocia, Hogwarts siendo arropada por una neblina templada que danzaba seductoramente, avisando que pronto traería el invierno consigo.

Era temprano aún, pero en Hogwarts solía haber individuos madrugadores. Por supuesto, este no era el caso de Harry; aunque sus ojos esmeraldas yacían abiertos. Tras la oscuridad de aquellos doseles carmesí, estos brillaban intensamente, un rictus de horror y desesperación dibujado en su expresión.

Harry había tenido una terrible pesadilla.

Con inhalaciones y exhalaciones desenfrenadas, se incorporó de la cama, apoyando toda su espalda en ésta, buscando a tientas los lentes, mientras rogaba ansiosamente que aquella pesadilla no fuese como en su quinto año, que por favor, esa visión no se hiciese realidad.

Que esa figura sonriente cuyos ojos carmesí auguraban un terrible futuro, no despertaran.

Tragó saliva una y otra vez, deseando que su garganta seca pudiera articular los gritos silenciosos que en su cabeza aún pernoctaba en ecos de doloroso horror.

El sueño, la pesadilla… eso, había sido tan extraño como horrible. Parecía real, tan lóbrego que Harry sólo podía rogar a quién sabe qué Dios que por favor impidiera aquello que su mente figuró. El despertar de la bestia, él lo sabía, Harry estaba seguro que aquel hombre, Tom Riddle, era Voldemort.

En su pesadilla, ese hombre había sustituido a la bestia sedienta de sangre, pálida como la muerte, delgada hasta los huesos. Esa figura magnánima que ahora era Voldemort le sonreía, sus labios antes pálidos e inexistentes, ahora rosáceos; mejillas níveas pero sin llegar a verse enfermizas y unos ojos carmesí incapaces de matizar el índigo que vio en aquella vez en su segundo año; todo ese ente compuesto por un hombre recreado, le apuntaba con su varita.

Las circunstancias desastrosas les convertían en enemigos jurados, pero Voldemort en aquel sueño sólo le apuntaba con su varita, la sonrisa esbozada, casi con pena, casi con amargura pero el brillo en sus orbes diferían del sentimiento que intentaba exhibir.

Harry le vio, impotente. En su sueño, no hizo falta que recitara las palabras en voz alta: el verde del Avada Kedavra, tan parecido a sus orbes esmeraldas, cegó por completo su vida, tiñéndola de oscuridad.

Inmediatamente se tensó, haciendo una pausa obligada a su fila de perturbadas inquieres, deseando con desesperación que aquel horrible sueño desapareciera de su mente, porque Harry era incapaz de dejar de rememorar una y otra vez aquello: esa sonrisa proterva y la luz mortífera de la maldición asesina. Era su cruel destino, un horrible final.

Estaba consciente que probablemente no sobreviviría, pero aun así eso no lo hacía menos doloroso, no dejaba de ser menos incómodo y mucho menos mermaba las ganas de llorar que amenazaban con quebrarle en cualquier momento.

¿Realmente tenía motivos para estar molesto con Hermione, ella siendo tan perceptiva y comprensiva con él?

Tal vez era cuestión de orgullo, o-

—Deberías estarlo, Harry —un suave murmullo rompió su doloroso mutismo, el barítono de su voz crispando sus nervios.

Sobresaltado, enfocó su mirada verde, buscando la dirección de aquella voz, pero no hallando nada en la soledad de sus doseles. ¿Habrá sido su imaginación?

—Por supuesto que no es tu imaginación —espetó esa misma voz. Harry se hubiera reído de la indignación palpable en su voz si no fuera porque no veía nada que identificara al individuo.

Estaba comenzando a asustarse.

— ¿Quién es? —preguntó con el entrecejo fruncido en un ademán que pretendía ser firme, pero fallando miserablemente: sus labios temblorosos revelaban la inquietud de su cuerpo.

—No temas —susurró aquella voz, casi ronroneante, muy cerca de su oído, haciéndole estremecer.

Se alejó un poco de allí, creyendo que tal vez era algún fantasma inoportuno o quién sabe qué cosa, pero al instante, cayó en cuenta de algo: ¿estaba leyendo sus pensamientos?

—Exacto —un leve murmullo—, eres inteligente, Harry.

A Harry no le gustó nada, nada. Volvió a fruncir el ceño, esta vez con profundidad, el miedo dejándolo a un lado.

— ¿Quién eres? —volvió a preguntar, el tono de su voz sonando exigente. Su mano sostenía firmemente su varita bajo la almohada.

Por un instante, realmente creyó que se trataba de alguna clase de locura interior o que aún seguía en el mundo de Morfeo; pero no era estúpido. Hermione le había obligado a leer mucha teoría cuando se vio forzado a estudiar (sufrir) Oclumancia bajo la tutoría de Snape. No estaba del todo seguro con la analogía, pero sabía que tenía razón al pensar que aquello, lo que sea que fuere, no pertenecía a su desequilibrada imaginación.

Sin embargo, no todo era de esa forma. Las hipótesis que se plantearon en la mente de Harry, una más inverosímil que la otra, comenzaron a perder sentido ante lo que percibiría a continuación: en el centro de su frente, un silbido comenzó a perpetrar. Era una incomodidad sin llegar a doler del todo, como una sensación que sonaba y olía. Apestaba a plomo y se percibía como el sisear de las serpientes, el zumbar inconstante de las moscas…

Era extraño y a la vez familiar, como si fuera parte de todo y a la vez de nada, Harry jadeó ante lo que sentía, un mareo nublando sus sentidos.

No llegó a desmayarse, pero su cuerpo ya no pudo sostenerse sobre sí. Cayó de lado y sin gracia, sus lentes desbordándose del puente de su nariz. Lo último que sus esmeraldas acuosas registraron antes de sucumbir, fue un extraño fulgor blanco que iluminó el reducido espacio de su cama, que cubierta por los doseles rojos, la aparición parecía sombría y atemorizante.

Harry se desmayó con la figura de un chico familiar; ojos enigmáticos, sonrisa lóbrega, cabellera ligeramente larga con ondas en diversos flequillos.

El espectro etéreo de Tom Riddle se inclinaba sobre sí y Harry no pudo hacer nada para evitar lo que vendría a continuación. Todo se sumió en la dulce oscuridad.

Continuará.


N.A: ¿qué les pareció? Espero que les haya gustado, esto apenas comienza. A pesar que se centra en el libro sexto y séptimo, no serán los mismos diálogos pero sí la esencia. He decido que lo de Rowling es de Rowling pese a que yo me apodero de su mundo para mis planes maléficos. En fin, nos leeremos luego~