El Tributo

PARTE II


La luz es cegadora después del túnel. Cuando logro ver la cornucopia y el conteo, ya quedan 54 segundos para que podamos salir de los círculos metálicos en los que estamos parados. En 53 segundos, empezará el baño de sangre que marca el comienzo de los 76º juegos del hambre. Mi fin podría estar cerca, si no funcionan los planes y estrategias que hemos elaborado con Haymitch y Katniss.

Por ahora sólo puedo mirar a mi alrededor: el ambiente es frío, pero la ropa que nos dieron es térmica y las partes cubiertas por ella permanecen calientes. Sólo la cara y las manos sienten verdaderamente el viento gélido que nos rodea. La cornucopia se levanta sobre un llano con poca vegetación. Sólo se ven unas montañas de poca altura a mi izquierda y un río a mis espaldas; el resto parece ser igual de plano y poco acogedor al lugar que nos encontramos ahora.

Busco a los chicos del 4: Samira y Gregor son profesionales, han entrenado en una academia donde los han preparado no sólo en habilidades para sobrevivir a la exposición de los elementos y la falta de alimentos, sino también en el uso de armas. Yo también he entrenado, me recuerdo, pero sin convencerme mucho. Nuestro plan es tomar unas pocas armas y provisiones y escapar rápidamente, evitando al máximo el contacto con los tributos de los distritos 1 y 2, quienes de seguro también tienen una alianza.

Suena el gong y salto del círculo de metal. Las cosas pasan muy rápido a mi alrededor para poder determinarlas con claridad. Yo me enfoco en tomar el machete y la mochila con provisiones, evitando cualquier ataque que podría llegarme. Afortunadamente es con Gregor con quien me topo a la salida de la cornucopia. Él agarra a Samira y los tres corremos hacia la montaña, confiando que nadie nos seguirá aún.

—·—

Los víveres que logramos obtener no son muchos, pero Samira logra fabricar un anzuelo con un alambre que sacó de la cornucopia y, utilizando unas lombrices como cebo, pesca un par de pescados. Los hago esperar hasta el atardecer para prender una fogata, recordando las instrucciones de Katniss, para evitar atraer la atención de los otros profesionales.

—No creo que vengan aún—me tranquiliza Gregor—. Han matado suficiente en el baño de sangre y es más probable de cacen de noche, aprovechando el cansancio de los demás.

—Sí, de seguro que están durmiendo la siesta—concuerda Samira y me sonríe con sus grandes dientes blancos. —Eres muy bueno haciendo fuego, Peeta.

—Sí, yo solía prender el horno en la panadería—les explico. Hablamos un poco sobre casa: ellos me hablan del 4 y yo del 12, pero la conversación muere pronto. Nadie quiere pensar mucho en casa en estos momentos. —Deberíamos movernos y buscar un refugio para dormir—les digo cuando apagamos la fogata y empieza a oscurecer.

—Creo que las quebradas son nuestra mejor opción. Dudo que se atrevan a recorrerlas de noche y la oscuridad nos protegería—expone Samira.

Gregor y yo nos mostramos de acuerdo y nos movemos con cuidado entre las quebradas. Están llenas de grietas y cuevas poco profundas, que podrían albergar poco más que un animal de tamaño mediano, pero no a tres chicos de dieciocho años. Hasta que al fin encontramos una lo suficientemente profunda.

—No creo que nos puedan ver desde afuera, incluso con lentes de visión nocturna—dice Gregor—. Pero por si acaso, haremos turnos para vigilar.

—·—

Es el tercer día cuando nos encuentran. Nos tienden una emboscada cerca del río, donde Samira y Gregor pescaban nuestra cena. Quizás nos habían visto antes o el humo no estaba lo suficientemente escondido con los colores del ocaso. Pero aunque es una emboscada, estamos listos.

Gregor es el primero en caer, atravesado por una lanza a manos del chico del distrito 2. El chico del 1 intenta desarmarme con su espada, pero soy yo quien lo hiere a él en el pecho. Puedo ver la sangre emanar de su herida y de su boca, pero eso no lo detiene al recoger su arma. Quizás es la sorpresa lo que hace que no bloquee bien el golpe.

La herida en mi pierna arde y la sangre brota a borbotones. Me alejo de la pelea. Llamo a Samira, pero al verla rodeada por la chica del distrito 1 y el chico del 2 me doy cuenta que no puedo ayudarla. El chico del 2 va por su lanza y yo corro lo más rápido que mi pierna me permite. No tengo provisiones, ni aliados. Sólo mi cuchillo en la mano, bañado de sangre. Un cañón anuncia una cuarta muerte y sé que es Samira.

Horas más tarde, su imagen en el cielo me lo confirma.

—·—

Junto a un pequeño arroyo, rodeado de musgo y barro, sólo Katniss puede verme. Ella me cuida, con los conocimientos que el ser hija de una sanadora otorgan, y me da de beber y comer. Y aún así, se sonroja al lavar mi ropa, temerosa de verme desnudo. La idea me hace gracia. Estoy a punto de morir y ella se preocupa de conservar mi dignidad. O su pureza.

—Quédate conmigo—me dice, suplicante. Y yo no puedo más que darle todo cuanto me pida.

Hay líneas de un rojo fuerte subiendo por mi pierna, desde donde la espada abrió mi carne. No me queda mucho. Pero por Katniss aguantaría meses.

—Siempre—le digo.

—·—

El paracaídas cae sobre mi hombro y no puedo creer mis ojos al abrirlo. Es medicina. Pero no puede ser, pues estando los juegos tan avanzados la medicina ha de ser carísima. Y nadie ha de confiar que soy capaz de ganar los juegos con una herida infectada. Aún así, casi confiando que es una alucinación, me inyecto el antibiótico en el muslo. El pinchazo duele horriblemente en la carne maltratada, el dolor haciéndome desmayar.

Pero cuando vuelvo en mí, el dolor ha disminuido drásticamente. Sin demasiado esfuerzo, soy capaz de levantarme y beber agua de mi cantimplora. No sé cuantos días han pasado, ni cuántos tributos permanecen vivos, pero de pronto me siento fuerte como para volver al juego. Si tan solo pudiera conseguir alimento.

El segundo paracaídas llega como invocado por mis pensamientos. El caldo es cálido y delicioso, pero sé que debo comerlo lentamente o mi estómago lo rechazará y lo acabaré vomitando. Igual como la comida de la primera noche en el tren hacia el capitolio. Han pasado sólo unas dos semanas—si mis cálculos son correctos—pero siento como si hubiera sido hace meses. Pienso en Katniss mientras como a un ritmo pausado, en su brillante trenza oscura haciéndome cosquillas en el brazo mientras dormíamos abrazados en su cama, en su pequeño cuerpo enredado con el mío. Si no estuviera enfermo aún, el recuerdo despertaría otros instintos en mí.

La bruma de mi mente se ha disipado ya. Recuerdo haber soñado con Katniss, que estaba conmigo en la arena y cuidaba de mí. Me pregunto qué estará haciendo ahora, qué pensará de mí. Me consiguió esa medicina. ¿Todavía piensa que puedo salir vivo de aquí?

Me quedo junto a mi arroyo, esperando. Debo guardar fuerzas y quien sea que siga vivo, o me buscará o los vigilantes lo traerán hacia mí.

—·—

Me sigue llegando comida pese a que no hago mucho. La acción no está aquí. Pero eso está por cambiar pronto. La noche que veo la imagen del tributo del distrito 2 en el cielo sé que su compañera ha de estar buscándome.

A penas ha amanecido cuando la veo. Mishelle, la chica del distrito 1, me observa un momento relamiéndose los labios secos. Mis probabilidades de ganar no son altas: yo aún estoy recuperándome y ella está completamente sana, salvo por la notoria baja de peso y el cansancio típicos del final de los juegos. Seguramente, yo me veo aún más delgado y exhausto que ella.

Mishelle se sonríe entonces, probablemente segura de su triunfo. La veo levantar su hacha, con la cual sé que tiene una puntería mortífera pues la vi entrenar en el Centro de Entrenamiento. Yo me levanto y empuño mi cuchillo. No soy bueno lanzándolos; necesito tenerla más cerca si voy a defenderme.

Un ruido contras las rocas nos distrae de nuestra batalla de miradas. Suenan como pasos, pero son demasiado fuertes como para pertenecer a un humano. Se acercan demasiado rápido, resonando entre las grietas y amplificándose. Ya no logro distinguir si son sólo un par o muchos de ellos, el sonido haciendo eco a nuestro alrededor.

Mishelle me mira ahora con desconcierto. Es mala idea, lo que sea que viene lo mandan los Vigilantes. Quizás deberíamos enfrentarnos, intentar eliminar al otro antes que llegue lo que sea que produzca tanto ruido, evitando así su llegada. Pero ambos estamos paralizados.

Es la gran final.

Y es una bestia. Ni siquiera sé que tipo de animal es, demasiado grande para compararse con cualquiera que hubiera visto en el distrito 12 o en las clases de biología. Parece una especie de reptil, aunque está levantado sobre sus patas traseras. Las patas delanteras, libre como brazos humanos, terminan en garras que parecen ser lo suficientemente poderosas para partirnos en dos de un solo manotazo. Detrás suyo, una enorme cola se arrastra de lado a lado, levantando polvo en su trayecto.

Mishelle da un traspié, horrorizada, y corre hacia el risco más cercano, intentando subirse a él. Pero la bestia la sigue y es más rápida que ella, alcanzándola antes que logre subir fuera de su alcance y mordisqueando sus piernas. Mishelle grita de dolor y puedo ver la carne malograda y sangrante.

Es esa visión lo que me saca de mi trance y me hace retroceder hacia el risco a mis espaldas. Pero no bien me muevo, la bestia se gira hacia mí, olvidándose de las piernas de Mishelle, y corre en mi dirección. Estoy subiéndome en el risco, cuando siento una de sus garras hundirse en mi pierna izquierda. No necesito mirar para saber que estoy sangrando y profusamente.

Un ruido recobra la atención de la bestia. Es Mishelle que ha caído al suelo, probablemente demasiado débil como para poder subirse al rico. La bestia corre hacia ella con interés renovado.

—Es el movimiento—murmuro. Cuando estamos quietos, la bestia no nos nota, se olvida que estamos aquí. Pero en cuanto nos movemos, corre a desgarrarnos con garras y dientes. Mishelle llora de dolor, pero sé que no ha de quedarle mucho tiempo, considerando toda la sangre que ha perdido.

Logro subirme al rico y veo mi pierna, la sangre emanando libremente. Debería hacerme algún tipo de vendaje, intentar no perder tanta sangre, pero estoy demasiado cansado y mareado para hacerlo. Me siento dormir cuando escucho un cañonazo a la distancia.

—·—

Hay un sonido agudo incesante. Suena a intervalos regulares, como el tic toc de un reloj en la silente calma de la noche. Mis ojos están cerrados, ni siquiera sé si tengo suficiente fuerza para abrirlos, pero el sonido agudo me recuerda que estoy despierto.

Hay alguien aquí conmigo. Siento una mano pequeña entrelazada con la mía y un peso suave inclina mi cama hacia la derecha. Cuando me convenzo que no es mi imaginación quiero abrir los ojos. Sé que es ella. Esta vez sí es ella. No puede ser un sueño.

Cuando logro abrir lo ojos, mi visión está un tanto borrosa. Katniss está inclinada sobre mi cama, su rostro volteado hacia mí. Está durmiendo, lo que relaja sus facciones notoriamente y me permite observarlas sin tapujos. Su cabello está en la trenza de siempre, aunque parece algo desecha por el sueño. Estiro mi mano y acaricio la trenza que ha protagonizado más de alguna fantasía. Es más suave y tersa de lo que me la había imaginado.

Katniss se mueve en cuanto la toco, e inmediatamente me siento culpable por haberla despertado. Sus ojos grises se enfocan en mí, con sorpresa al verme despierto, y rápidamente se llenan de lágrimas.

—Peeta, estás despierto—susurra, apretando la mano que aún está entrelazada con la suya. Yo asiento levemente.

—Lo lamento tanto, Peeta. Es mi culpa. Debí sacarte de allí antes—solloza ella. Yo la miro sin comprender. Sigo su mirada hacia la parte de la cama donde debería estar mi pierna izquierda. Pero en su lugar sólo está la sábana.

Oh.

Katniss rompe a llorar otra vez. No sé que decir. Mi mente se ha quedado en blanco de pronto. Mi pierna. He perdido mi pierna. Parece irreal, como si fuera a despertarme y fuera a estar de nuevo en la panadería y nada de todo lo que ha pasado el último mes fuera verdad.

—Al menos… al menos estoy vivo—le digo, intentando sonar positivo. —De seguro que me darán algún tipo de prótesis… —divago y ella asiente.

—Valió la pena—me dice, aunque pareciera que lo dice más para sí misma. No entiendo a qué se refiere, pero la acerco hacia mí. Ella no pone ninguna resistencia, acomodándose entre mis brazos como si allí perteneciera.

Nos quedamos así un momento hasta que Katniss se aparta y me mira a los ojos. Luego, sus labios están apretados contra los míos con desesperación. Y de pronto, yo también siento que valió la pena. Me aferro a ella, como si fuera lo único que me mantiene vivo. Y supongo que de alguna manera lo es.

—Perdóname, Peeta—murmura contra mis labios, como si fuera un secreto. No estoy seguro de qué es lo que tengo que perdonarle. —Sólo lo hice porque era la única forma de salvarte—solloza.

Yo la miro, cada vez más desconcertado. —¿Qué pasa, Katniss? ¿De qué hablas?

Katniss observa sus manos, esquivando mi mirada, y no me responde. Las lágrimas corren por sus mejillas sin tregua, pero ninguna palabra más sale de su boca. Intento tomar sus manos, pero me rechaza. Sin decir nada, se pone de pie y me mira suplicante.

—Tuve que hacerlo. Hice este acuerdo para llevarte a casa—me dice crípticamente. —Sólo… nunca olvides que hubo algo entre nosotros.

Se gira para irse entonces y un sentimiento de desaliento me invade. Un acuerdo. ¿Qué clase de acuerdo podría haber hecho para llevarme a casa?

—¿Katniss?

Ella se voltea para mirarme y hay un dejo de finalidad en sus siguientes palabras, como si no admitieran contradicción.

—Adiós, Peeta.

FIN


Nota de Autor: ¡Feliz día de San Valentín adelantado! Un beso, Naty.