NADA DE ESTO ME PERTENECE, LOS PERSONAJES SON DE NICK YO SOLO ME DIVIERTO ESCRIBIENDO SIN FINES DE LUCRO.

¡Hola a todos! Pues... ya se que ha pasado muuuuucho tiempo desde que desaparecí misteriosamente, bueno, no tan misteriosamente, la universidad me tiene de esclava y no he podido escribir mucho. Este es un proyecto que empecé unos dos años atrás, acerca de una historia basada en la película de Anastasia pero al estilo Avatar. Incluso hice vídeos como trailer, que están en mi cuenta de YouTube ( watch?v= _EP6z _nHJ5k) sin espacios (pueden buscarme en You Tube también como "Nefertari Queen").

Este no es el primer capítulo, este es más bien un la historia se me ocurrió a partir de un song-fic que hice para mi colección "El ABC Kataang!" (que ya casi termino) es el que corresponde a la letra O con la canción "Once Upon a December". Esto los introducirá en la trama y en un par de días subiré el capítulo 1 (que ya tengo terminado) espero que realmente les guste y lo disfruten.


SAFE AND SOUND

By

Nefertari Queen


PREFACIO

El chico en el Templo

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Someone holds me safe and warm, horses prance through a silver storm

Figures dancing gracefully, across my memory...

Far away, long ago, glowing dim as an ember,

Things my heart used to know, things it yearns to remember...

And a song someone sings, Once upon a December

(Alguien me abraza cálidamente dándome seguridad, veo caballos saltando a través de una tormenta plateada.

Hay figuras bailando grácilmente, al menos según mis recuerdos.

Hace tiempo, uno muy lejano, siento un tenue resplandor como una brasa.

Cosas que mi corazón solía saber, cosas que anhelo recordar.

Y una canción, que alguien cantaba, una vez en diciembre.)

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Caminaba tranquilamente a través de esos pasillos tan brillantes y con decorados celestes simétricamente perfectos, en diseños ondulados que se alzaban al techo como el viento. El sonido de las risas como un eco que se golpeaba a través de las paredes y la sensación de haber caminado en ese mismo lugar un montón de veces, hace demasiado tiempo.

De repente el brillo de las paredes cayó abruptamente y al ver alrededor encontró un hueco donde antes había plenitud. Los muros opacos estaban ennegrecidos, cubiertos de polvo y en las ventanas donde antes se asomaban bellas rosas ahora crecían verdes hierbas que escalaban los marcos. Había destellos en su memoria que le hacían parecer ese descuidado lugar como lo más cercano a un palacio. Eso no tenía sentido.

Dio vuelta en uno de los pasillos hacia otro aún más ancho. Remolinos hermosos que antes fueron azules estaban tallados en la madera enmohecida del techo. Las ventanas, que abundaban de una manera asombrosa en ese lugar, habían desaparecido. Al ser de madera no quedaron más que cenizas negras cubriendo el suelo, o restos retorcidos por el fuego.

—Tengo miedo….

Susurró con una voz sollozante. Estaba aterrado, demasiado asustado. La nieve caía con violencia sobre el Templo con vientos fieros y truenos que alumbraban el cielo. El sonido de los relámpagos hacia estremecer el suelo, haciendo que el pequeño niño cerrara sus ojos tratando de no llorar.

—No pasa nada—era una voz sumamente conocida, que le hablaba de una forma dulce y conciliadora. Lo calmaba solo escucharlo—No pasa nada—una borrosa figura anaranjada se inclinó ante él y lo abrazó con fuerza, dándole consuelo.

Sus brazos eran un bálsamo. El hombre tarareaba una canción con voz suave y delicada, que se iba colando hasta su corazón para calmarlo. En la protección cálida de su abrazo, toda la tormenta y sus miedos fueron desapareciendo al ritmo de la canción.

Un viento fiero pasó por las ventanas llamando su atención. Al asomarse, descubrió que las nubes oscuras estaban pronosticando una tormenta. Él se estremeció. Siempre le tuvo miedo a las tormentas.

—¿No hay nadie aquí?—llamó. Pero era obvio que el lugar estaba desierto. Siguió caminando con curiosidad, contemplando aquel hermoso lugar tan tremendamente familiar.

El Templo Aire del Sur fue de antaño un hermoso centro de reunión donde los Monjes celebraban la vida, meditaban y cada cierto tiempo hacían hermosas fiestas donde todos eran bienvenidos. La última fiesta que hicieron fue donde festejaron el cumpleaños dieciséis del más reciente Avatar, nacido Nómada Aire, y acudieron ahí la nobleza de todo el mundo así como quien deseara estar presente. Los Templos nunca cerraban la puerta a nadie. Los Nómadas creían en la igualdad entre personas y por eso sus fiestas eran las más queridas alrededor del globo terráqueo. Todos siempre estaban invitados.

Pero en aquella fiesta un atentado tuvo lugar. Una fuerza revolucionaria que combinaba a Maestros Fuego, Agua y Tierra buscaba apoderarse de las Cuatro Naciones. Invadieron el Templo por sorpresa y le prendieron fuego en todas las construcciones. Bloquearon las salidas y asesinaron a cuantas personas pudieron. No había guardias ni soldados en el Templo ¡Nadie se esperaba un ataque en tiempos de paz! Nadie siquiera tenía conocimiento de esa secta malvada. Se habían escondido bastante bien.

Príncipes, princesas, reyes y reinas, nobles y no nobles perecieron en esa sola noche. Las llamas cubrieron todo el lugar, la tierra se desmoronaba alrededor y las aguas cortaron más gargantas que nunca. Hubo personas que consiguieron escapar, pero muy pocas. Al Genocidio de Diciembre, como se le conoce (aquel joven Avatar cumplía años a mediados de diciembre) los gobernantes de casi todos los pueblos murieron. Y el Avatar también.

Los pocos Monjes que sobrevivieron se fueron a otros Templos del Aire. El recuerdo de aquella noche y la sangre que profanaba aquel lugar lo transformó en un mal recuerdo. Nadie subía jamás las montañas donde estaba construido el Templo Aire del Sur, y donde habían muerto tantas personas inocentes.

Pero mientras Adam daba vueltas por los pasillos, que estaban visiblemente marcados por la violencia, más y más recuerdos de una lejana vida invadían sus memorias. Entre ellas, la risa de muchos niños que jugaban con alegría en los jardines.

—¡No me atrapas!—gritaba uno de los niños, mientras esquivaba a otro pequeño mayor—¡No me atrapas!

El niño comenzó a reír mientras juntaba sus manos formando una esfera de aire, se subió a ella y comenzó a sobrevolar el suelo rápidamente alcanzo al niñito pequeño. Aquél, viendo la ventaja de su mayor, le lanzó una ventisca lo suficientemente fuerte para desequilibrarlo y hacerlo caer al suelo.

—¡No es justo!—gritó el niño de regreso, mientras otra ventisca más le pegaba en la espalda—¡Oigan!

Otros dos niños se acercaron y comenzaron a jugar también. Se lanzaban de vez en cuando muchas ventiscas de aire y se perseguían entre sí, saltando hasta quince metros sobre el suelo y después bajando entre los árboles intentando esconderse entre las hojas. Sus risas se combinaban con la de más niños en los jardines de abajo.

Adam se llevó una mano a la cabeza.

—Esto no debe ser sano—se dijo en voz alta.

Adam no recordaba nada sobre sus primeros años de vida, pero despertó cuando era ya adolescente de unos quince años en la casa de una buena mujer anciana que llegó a querer como a su madre. Ella le cuidó y le educó con bastante cariño. Vivieron en un pueblo del Reino Tierra. De hecho, él era Maestro Tierra. Las posibilidades de que hubiera estado alguna vez en un Templo del Aire eran muy remotas, casi nulas. Su nana jamás había visitado uno y le dijo que lo encontró en los bosques, muy malherido, a varios kilómetros de cualquier Templo Aire.

Él seguro había sido un joven maestro tierra que se perdió en los bosques o fue asaltado por ladrones que lo malhirieron. No recordó nada cuando despertó, ni siquiera su nombre. Pero Adam le sonaba familiar, era una sensación demasiado rara, pero sabía que su nombre se escuchaba parecido a Adam. Y a su Nana le gustaba.

Nana le había dicho que las personas, a veces reencarnan. Como lo hace el Avatar. Pero a diferencia del Avatar que tiene un ciclo, poder, responsabilidad y completa conexión con sus vidas pasadas; las personas que reencarnan no saben nada de quiénes fueron ni tampoco tienen la oportunidad de saberlo. Sencillamente regresan porque los espíritus les dieron esa oportunidad.

¿Quizá esas escenas que veía en su mente eran recuerdos de alguna vida pasada? Se veían demasiado lejanos y casi ajenos a su persona. Siempre, desde que despertó con Nana, las ansias de ir a un Templo Aire lo carcomieron. Quería ir a un Templo y también, a la Tribu Agua del Polo Sur. Claro que Nana no le dejó, en tiempos de guerra viajar era demasiado peligroso.

—Vendrán muchas personas a este baile ¡quieren festejar tu cumpleaños!—le decía aquel hombre de túnicas naranjas cuyo rostro no podía ver. Más la barba blanca que caía de su mentón era apreciable—Entre ellos vendrán la princesa del Polo Sur—dijo lo último con un tono pícaro.

El muchacho estaba un poco decaído, pero esa declaración le provocó una enorme sonrisa en sus labios. Ver a la princesa del Polo Sur, su morena amiga de ojos azules, siempre le ponía de buen humor. La quería mucho, de una forma más íntima de una amistad.

—Gracias—le dijo—No te lo tomes tan a pecho, Gyatso. Es solo que… yo no pedí ser esto ¿Me explico?

—Completamente. Y quiero que sepas, que cuentas con todo nuestro apoyo. Te ayudaremos en lo que necesites.

Vio a través de la ventana cómo los bisontes voladores se perdían entre las nubes, que brillaban bajo el ocaso de colores anaranjados y amarillos.

Adam entró a una enorme habitación circular. Era tan amplia, que seguramente un Palacio cabría en ella. Pensó que era el centro del Templo, por la decoración de numerosos monjes alrededor de las paredes. Pero al momento de entrar un pinchazo le estremeció en la cabeza y después, su corazón dio un salto ante la melancolía que se respiraba ahí. Sobre el suelo había muchísimas ropas carcomidas, cubiertas de polvo o de cenizas, objetos desechos que parecían haber sido en algún tiempo mesas, sillas.

—Éste debió de ser el salón…—se dijo Adam a sí mismo—El salón de aquel baile.

Colgados en las altísimas paredes habían un montón de cuadros y retratos. Muchos estaban carbonizados y otros dañados por humedad, golpes y fuego. La inmensa curiosidad de Adam lo llevó a caminar buscando entre los restos de lienzos pigmentados alguna imagen decente. Caminaba más y más, viendo en el suelo brillantes resplandores que alguna vez pertenecieron al candelabro tirado a mitad del salón, destruido completamente. De vez en cuando alcanzaba a ver un brazalete, una especie de pulsera y dijes que seguro formaron parte de collares.

Viendo los retratos comenzó a perturbarse. Había uno de un hombre, a simple vista nómada aire, que inmediatamente llamó su atención. Tenía la barba blanca naciendo en su mentón y los tonos grisáceos concentrándose en el centro le creaban un brillo peculiar, opacado por el hollín encima de óleo. Sus ojos, grises y penetrantes, poseían una expresión de absoluta paz, ligeramente familiar.

—Nuevamente, esto es extraño—una punzada dolió en la cabeza de Adam y él se llevó una mano a la cien, intentando mitigar ese dolor que empezaba a crecer más—Debería irme.

Pero siguió viendo unos retratos más. No podían hacerle más daño cinco minutos ¿Verdad?

Y vio ahí, en el suelo, un retrato cuyo marco había desaparecido y que estaba carcomida en la parte inferior. Oscurecidos los demás colores, apenas y era posible reconocer un rostro moreno de suaves ojos azules con un brillo de alegría. Le nacían dos bellas trenzas marrones de la frente que eran recogidas por un acabado de cristales azules; lo demás no se salvó. El vestido, su barbilla y parte de su sonrisa fue consumida por las llamas.

La niña de cabellos castaños estaba detrás de las faldas de su madre, asomando su morena cabecita de vez en cuando. Tenía los ojos más azules que jamás vio, iguales a los del océano. Su madre le instó a que saliera y fuera cortés con el niño.

—Vamos amor—le dijo la reina—¿No quieres jugar con él un rato?

Se había quitado el abrigo porque en los Templos no hacía mucho frío, por eso su hermoso vestido azul lucía en todo su esplendor. Ella juntó las dos manos nerviosa y caminó tímidamente hacia él.

—Hola—saludó.

—Hola princesa—le dijo—¿Quiere usted jugar conmigo?

La niña miró a su madre, como pidiendo permiso. La reina, a la cual la princesa se parecía muchísimo, le dedicó una sonrisa amena y asintió.

—Yo…creo que sí.

—¡Vamos!—guiado por la infantil confianza, estiró su mano a la de ella y la cogió.

Crash….

El ruido lo trajo de vuelta al presente. Adam miró hacia abajo, lo que sus pies habían pisado. Ahí, en el suelo, estaba un hermoso collar. Era una piedra de color azul, con las ondulaciones del océano en la base, finamente talladas y pintadas de un azul más profundo. En la parte de arriba había tres remolinos de tono más celestino que creaban la sensación tan llevadera del propio mar. El listón de azul marino contrastaba con el dorado del seguro que unía de forma permanente aquél fino collar de manufactura envidiable con su soporte. Adam pasó las manos sobre la gema, había sido tallado a mano, era fácil de apreciarlo. Y además la delicadeza de sus formas era más que digna de admirarse.

—Qué bello—se dijo a sí mismo—Debió pertenecer a una princesa.—agregó sin titubear.

Ese collar que le era tremendamente familiar.

—Como si lo hubiera visto… en un sueño.

La princesa tenía su habitual peinado de trenzas, pero en ésta ocasión el acabado dejaba caer mechones ondulados por su espalda que enmarcaban su delgada y fina carita. Ella miraba hacia el atardecer con ensoñación.

Su mano estaba encima de su cuello, la punta de sus dedos tocaba suavemente la gema azulada, casi como una caricia. El color de aquel collar armonizaba perfectamente con el tono de sus ojos profundos.

—Se te ve hermoso—le dijo.

—Gracias—fue su respuesta—Me lo ha dado mamá por mi cumpleaños.

—Te ves más… como una princesa.

Ella se sonrió.

—Soy una princesa ¿Recuerdas?

—Sí.

Y por eso era inalcanzable. Al menos para él. Se recargó en el barandal del balcón, justo a su lado y muy cerca, para contemplar el perfil de la hermosa morena.

—Estoy nerviosa—le confesó entonces—Este baile… no lo sé. Temo arruinarlo todo.

—¿Tú? No eres capaz de arruinar nada, Katara—agregó con sonrisa socarrona—Todo irá de maravilla.

—¿Cómo puedes estar tan seguro?

La miró como si fuera lo más obvio del mundo.

—Te conozco. Eres una persona grandiosa y la mejor princesa que jamás he conocido. Todo irá de maravilla.

—Gracias—sus ojos azules brillaban por la emoción—Por confiar tanto en mí.

—Solo te doy la confianza que te mereces.

—No, es en serio—colocó delicadamente una mano sobre su hombro—Gracias por estar siempre ahí, confiando ciegamente cuando nadie lo hace. Gracias, Aang.

Lo miró directamente a los ojos, sus rostros se iban acercando cada vez más. Pudo apreciar la finura de su nariz, los pómulos sonrojados y sus labios rosas, cada vez más cerca de los suyos…

Ojos azules.

Piel morena.

Cabello castaño.

Con el collar en su mano, Adam miró el retrato semi-quemado que estaba en el suelo.

—Se le parece mucho—dijo pensativo—Pero en qué estoy pensando…

Definitivamente, los espíritus que murieron en ese Templo seguían ahí. Y le estaban jugando malas pasadas.

—Mejor me voy.

Adam caminaba hacia la salida, pero los ojos azules de aquella princesa seguían en su mente. Y también la forma tan dulce y delicada en que había pronunciado aquel nombre.

Aang.

Salió del Templo. Y al momento de descender los peldaños, un viento sopló del sur trayendo consigo hojas coloridas. Le dedicó una mirada más al complejo abandonado. El viento se arremolinó en la entrada, como si estuviera despidiéndose de él.


Y pues bien, eso es todo por ahora, espero de verdad que esta historia sea de su agrado y que les haya gustado este Prefacio. Los veo a más tardar mañana para subir el capítulo 1

¡Gracias por leer! =D