All the light we cannot see.

monstruo.

(Del lat. monstrum, con infl. de monstruoso).

1. m. Producción contra el orden regular de la naturaleza.2. m. Persona muy cruel y perversa.


-Aquel que lucha contra monstruos debe temer convertirse en uno.-


El remordimiento anulaba cualquier esperanza. Era el autor de males irremediables, y vivía bajo el constante terror de que el monstruo que había creado cometiera otra nueva maldad.


Llegamos pues, al final de nuestro relato. Sé que ustedes, señoras y señores, esperan con ansias el final tanto como yo, ¿pero de verdad desean que este breve momento de felicidad, de luz, termine?

Esta historia no acabará como un cuento de hadas, principalmente porque nunca fue uno. Les estoy relatando la leyenda de un monstruo, y un monstruo es lo que prevalecerá al final. No habrá princesas, ni caballeros con brillante armadura.

¿Alguien se atreve a descifrar el final? ¿No?, ¿nadie? La bestia rugiente al otro lado de la puerta debe ser muy disuasoria, pero por favor, no sean tímidos. ¿Oh?, ¿qué es eso que oigo? ¿Alguien ha mencionado que el monstruo nos matará a todos?

Se equivoca usted, señor mío.

Ya estamos todos muertos.

Así pues, prosigamos con la historia mientras podamos. Por favor, les recuerdo que deben permanecer sentados y sin hacer ruido, de lo contrario la bestia, que ya se encuentra entre nosotros, responderá a su llamado.

Disfruten de estos últimos momentos.


Toda gran leyenda tiene un final, y la nuestra se remonta a diez años y veintitrés días atrás. Dícese que el anochecer del día dieciséis de febrero está maldito, y para Hakuba, aquel era el hecho que marcaría el resto de su vida.

Y antes de comprender la caída del conquistador, ha de entenderse primero la victoria de la bestia.

Hakuba era conocido en todo el reino de Kommel como el mejor espadachín que hubiera pisado estas tierras, un habilidoso y joven guerrero, de apariencia humilde pero increíble destreza.

Atrás quedaron los tiempos de matanza, que nadie recuerda ya, y el niño que se ha convertido en hombre no puede más que agradecer por esto. Sabe que algún día tendrá que pagar por sus pecados, pero espera que ese día no sea hoy.

La mañana del deiciséis de febrero comenzó como cualquier otra, la bella Cafta cantando mientras lavaba la ropa en el río, y el intenso choque de espadas que se sucedía en el patio de la casa donde los tres habitaban.

Kavendisc y Hakuba entrenaban sin descanso, empleando sin miramientos espadas y movimientos que podrían acabar con la vida del otro en un instante. Pero la habilidad de aquellos dos guerreros no estaba sobrevalorada, ambos eran maestros de la espada y, debido su corta edad, Hakuba era considerado un prodigio.

Y puede que fuera más que eso.

Al fin y al cabo, no sólo era un experto en aquel campo, sino que también poseía una fuerza descomunal, comparada muchas veces a la de cien hombres, y una velocidad y agilidad que sobrepasaban la imaginación humana.

Para muchos, Hakuba era sólo otra leyenda, pero la realidad estaba presente cada día que el niño luchaba por convertirse en hombre, tomando la forma del monstruo durmiente que habitaba en su interior.

Durante años había vivido en paz; siguiendo las instrucciones de Sulkoff, había aprendido a controlar a la bestia, a dominarla incluso. Su nombre le daba poder sobre ella, y de esa era la fuente de todo su poder.

Después de horas de entrenamiento, no sólo con espada, sino también cuerpo a cuerpo, ambos hombres deciden tomarse un descanso, aunque Hakuba no luce como si llevara horas trabajando su cuerpo y sus reflejos. El joven era poseedor de una extrema resistencia gracias al poder extraído de la bestia, y para Kavendisc era evidente que pronto dejaría de ser un rival para él.

Con cada día que pasaba Hakuba era más fuerte, más brutal. Y aunque éste no se percatara, el hombre de los cabellos de oro temía que el monstruo ganara demasiado poder y pudiera escapar del exilio. Si eso sucedía, probablemente morirían más personas en una noche de las que podrían haber muerto en diez años.

Sulkoff comienza a envejecer, y aunque no posee ni cuarenta años, la edad empieza a notarse. Una pequeña arruga aquí, un párpado un poco caído allá… La belleza legendaria de la que era portador comenzaba a extinguirse, y Hakuba no podía sino sentirse un poco preocupado por su maestro.

Por su mente también pasó el pensamiento de que en poco tiempo tendrían que dejar de entrenar juntos. No quería aceptarlo, pero sabía que podía matarlo si las cosas seguían así, aunque fuera de forma involuntaria. Y eso no se lo perdonaría nunca.

Suspirando, el joven se dirige al río para refrescarse, y a medio camino se topa con Cafta, la hija de Kavandisc. Ella había crecido acorde a su edad, y ahora era una hermosa joven de diecisiete años, cuya belleza era conocida por todo el reino. Muchos pretendientes acudían a su padre a pedir su mano, pero era ella, la propia Cafta, la que los rechazaba a todos.

No era porque estuviera interesada en otro hombre, (Hakuba sabía que entre ellos sólo existía amor fraternal y eso sería la máxima relación entre ellos), sino porque la joven mujer se amaba demasiado a sí misma como para amar con tal intensidad a otro ser.

El espadachín quería a su hermana, aún siendo plenamente consciente del ego inconmensurable que ésta tenía. Todo giraba alrededor de su mundo, y, de vez en cuando, al de Hakuba y su padre.

Ambos charlan durante unos minutos, pero la joven se distrae observando su reflejo en su espejo de mano, y el guerrero continúa con su camino. Como siempre, toma un largo baño, y relaja los músculos después de toda una mañana de trabajo.

No se tarda demasiado, porque ese no es su estilo, y cuando regresa a casa se pasea por los establos, visitando a Ferul y charlando con el animal un rato. Después de tantos años juntos, dueño y caballo habían desarrollado una relación de entendimiento y respeto mutuo, y ambos disfrutaban de la compañía del otro.

Con el tiempo el pequeño potro había crecido en un portentoso caballo, que aunque no precisamente fácil de domar, era muy fiel y poseía una inteligencia aguda. Hakuba no se imaginaba cabalgando sobre otro caballo.

La familia comió en compañía, y como siempre fue algo sencillo; ese día comieron carne de ciervo gigante que Sulkoff había cazado con algún tipo de guarnición preparada por Cafta, y entre charlas y risas Hakuba se excusó con prisas, dirigiéndose a su habitación.

Procurando no hacer ruido, el joven se tumbó sobre la cama, y mordió la almohada con todas sus fuerzas. El monstruo estaba despierto y le hablaba, quería salir. Él no podía permitírselo. Con voluntad férrea lucho contra el impulso de liberarlo durante horas, retorciéndose sobre su cama y de vez en cuando dándole un golpe al suelo.

Últimamente la bestia estaba más ruidosa que nunca, y Hakuba no quería saber en qué terminaría aquello. Con apenas diecisiete años de edad, el espadachín no quería pensar en el futuro, ni en cómo le afectaría al reino de Kommel si la niebla y el monstruo apareciesen de nuevo.

Con el tiempo logró quedarse dormido, y por extraño que fuese, el monstruo no despertó cuando la casa se llenó de ruidos. No despertó cuando Cafta gritó con cada fibra de su ser, como tampoco se despertó cuando la espada de Sulkoff, Durandal fue liberada.

Hakuba no despertó entonces, pero algo abrió los ojos en la oscuridad, y la blancura, como luces iridiscentes que se desplazaban con el monstruo, envolvió la habitación. Diez años después de haber encerrado a la bestia, esta aparecía de nuevo.

Y no estaba contenta.

Un viento huracanado cubrió la zona, sacudiendo la casa hasta los cimientos, y amenazando con destruirla. El bullicio de la sala principal se detuvo un momento, para después continuar con incluso más intensidad que antes.

La bestia tomó una espada y con un ligero movimiento cortó la casa por la mitad a través de la puerta. Un hombre gritó y calló al suelo, muriendo en un charco de su propia sangre, mientras trataba de alcanzar el trozo de brazo y torso que había perdido.

El monstruo rio ante esto y en un instante estaba junto a los hombres y la familia de Hakuba, turbándolos a todos con su poderosa presencia. No necesitó más que un pequeño empujón para que los tres hombres restantes estallaran en mil pedazos, vísceras y órganos esparciéndose por su rostro y a través de la estancia.

Cafta gritó fuertemente, y la bestia, oscura y retorcida, tenía su fuerte brazo a través de su cráneo antes de que nadie pudiera reaccionar. Kavendisc gritó y se abalanzó contra él, enarbolando su espada con precisión, preparado para matar.

Aquel no era su Hakuba, y no merecía piedad.

La pelea no duró más que unos minutos, y sólo porque la criatura quería divertirse con el hombre, pero finalmente llegó a una conclusión, y Sulkoff calló como un peso muerto en el suelo, carente de tres dedos de la mano derecha, el antebrazo izquierdo, y con cortes tan profundos que lo dejaron al límite de separarse en varias zonas de su cuerpo.

La bestia, sonriente se llevó una mano al rostro, y palpó la herida que había logrado arrebatarle un ojo y la nariz. Hundió los dedos en la herida, y disfrutó del dolor, hacía demasiado que no sentía nada, y estaba disfrutando aquel dolor al máximo.

Cansado de experimentar con su herida, decidió que quería una cara nueva. Y una cara nueva se hizo. Le arrebató el rostro a su mentor, y uniendo piel con piel, cabello con cabello, se transformó en alguien nuevo.

Ante el espejo roto de la sala se alzaba Kavandisc el monstruo, con veinticinco años menos en la cara y una sonrisa macabra en sus labios. La bestia se mofó de los muertos y pintó con sus restos las paredes, después, le arrebató la espada a Sulkoff, y prendió fuego a la casa.

Kavandisc el monstruo cerró los ojos, y cuando Hakuba despertó, sus gritos horrorizados rompieron la quietud de la montaña. Durante horas permaneció tirado en el suelo, dando golpes y llorando la pérdida de su familia. En un arrebato de furia, dirigió a Durandal hacia el coche de caballos de los asaltantes y lo hizo añicos de un único movimiento de muñeca. No se detuvo en eso, sino que se internó en el bosque y, durante horas, cortó árboles, mató animales, y borró del mapa varias zonas del terreno.

Cuando el anochecer llegó a su fin, Hakuba entró en el establo, tomó la espada de su mentor y se subió en su fiel montura. El único ser que no lo culparía por lo sucedido. Espoleó a Ferul con fuerza, incitándolo a ir lejos, muy lejos.

Cuando la noche sin luna cubrió el cielo y la niebla se asentó permanentemente en las ruinas de una masacre, el jinete se perdió entre las montañas, llevando consigo una única espada y un rostro robado, junto con un caballo que, para empezar, nunca fue suyo.

La leyenda cuenta que Hakuba se convirtió en el monstruo, y que la verdadera personalidad del guerrero salió a la luz tiempo después del desastre. La gente hablaba de un hermoso y habilidoso guerrero, y las sombras susurraban su nuevo nombre…

Cavendish del Caballo Blanco.

Capitán de los Piratas Hermosos y uno de los seres más peligrosos que existían sobre la faz de la tierra.