MANZANA NEGRA


NOTA DEL AUTOR – Una vez más, si queréis empezar a leer directamente lo que es la historia en sí, saltad hasta la siguiente línea, donde termina la cursiva.

¡Bienvenido todo el mundo a otro de mis one/two/three-shots más o menos disparatados!

Para empezar, la aclaración que suelo hacer siempre: en caso de discrepancia entre el manga y el anime, normalmente sigo las descripciones del manga; si Eren tiene los ojos gris claro, o la bufanda de Mikasa es negra… en efecto, ése soy yo.

Y para continuar, ¡otra aclaración! Este fic no participa exactamente en los Retos del foro Cuartel General de Trost, pero está inspirado en uno de ellos; concretamente el del mes de marzo, titulado "Eren y sus demonios", centrado en el protagonista cuyo cumpleaños es el 30 de marzo.

Para ese Reto, se elegía un grupo de emociones básicas y luego una más concreta; cada elección conllevaba un personaje y un género seleccionados al azar, con lo que a veces salían combinaciones harto difíciles. Al final, algunas propuestas se quedaron huérfanas… pero había una que me fascinó desde el principio; es más, desde que cierta idea cruzó por mi cabeza, supe que no podría quitármela de encima si no escribía esto.

Se trataba del grupo "aversión" y, dentro del mismo, "disgusto"; el personaje y el género eran "Sasha Braus" y "espiritual", respectivamente. Permitidme sacar un momento el Diccionario de la Real Academia española…

AVERSIÓN: rechazo o repugnancia frente a algo o alguien.

DISGUSTO: (1) sentimiento, pesadumbre e inquietud causados por un accidente o una contrariedad; (2) fastidio, tedio o enfado que causa alguien o algo; (3) encuentro enfadoso con alguien, disputa, diferencia; (4) desazón, desabrimiento causado en el paladar por una comida o bebida.

Hermosa propuesta, ¿verdad? Todo encaja; es sencillo ir imaginando la cara que pondría Eren, conforme uno lee esas definiciones… Por otro lado, no puedo remediarlo: si en una historia aparece Eren, Mikasa termina "colándose"; quizás sea mejor así, porque cada vez que se separan en el canon, a él lo secuestran y luego ella tiene que ir a rescatarle, como Mario con su princesa.

Los que ya me conozcáis un poco mejor, sabréis lo mucho que me fascina el personaje de Marco Bott, con ese dualismo en potencia que sugiere un lado oscuro que todavía no hemos llegado a ver… Si habéis leído "Diario de un Traidor", ya sabréis a qué me refiero; no diré nada más.

Para terminar, y como de costumbre, os invito a pasar por el foro Cuartel General de Trost y echar un vistazo; seguro que encontraréis algo que os interese.

¡Muchas gracias a todos y hasta la próxima! ;)

AVISO LEGAL – No, no soy el genial Hajime Isayama. No, no soy el dueño de la excelente Shingeki no Kyojin. No, no soy millonario gracias a lo que escribo en FANFICTION.


CAPÍTULO 1 – UN MAL PRESENTIMIENTO

Publicado originalmente el 27 de abril de 2015, con una extensión de 4.369 palabras.

Perspectiva general, que va dando paso a la de Marco Bott.


Érase una vez una noche tranquila, en el Campo de Entrenamiento de la División Sur del 104º Cuerpo de Cadetes, en el comedor donde habían cenado los reclutas después de otro duro día de…

–¡Por mí os podéis ir todos al infierno! –bramó una voz.

¡Ups! Al parecer, ocurría algo fuera de lo habitual. ¿De qué se trataba?

Los pocos cadetes que aún quedaban en el comedor, a aquellas horas de la noche, observaban patidifusos al muchacho que había gritado de esa manera: Eren Yeager, superviviente de Shiganshina y con un objetivo en la vida muy sencillo… al menos para él.

Matar a todos los titanes.

El chico ya odiaba antes a aquellos gigantes devoradores de carne humana; odiaba la forma en que habían obligado a la Humanidad a quedarse encerrada tras sus Muros, como si fuese ganado. Pero desde que uno de esos monstruos devoró a su madre… era personal.

Normalmente dejaba bien claras sus intenciones, cada vez que a alguien se le ocurría preguntarle; siempre había algún despistado. Muchas veces se liaba a cabezazos, figurada y literalmente, contra su rival Jean Kirstein: el chico de Trost reconocía que no había victoria posible y quería entrar en la Policía Militar para escapar de aquello; en cambio, el chico de Shiganshina quería alistarse en la Legión de Reconocimiento y matarlos a todos.

La agresividad de Eren no solía ser indiscriminada, pero estaba claro que aquella noche ocurría algo bien distinto. Yeager se había levantado de la mesa, apretaba con fuerza los puños contra el tablero de madera y un ligero temblor invadía todo su cuerpo; también le caían gotas de sudor por la frente, algo no tan habitual en él y que podría indicar que el chico tenía fiebre.

Los cabellos negros los llevaba más alborotados que de costumbre. Sus grandes ojos, de un penetrante color gris claro, parecían vagar algo desquiciados. Lo normal era que el muchacho desbordase entusiasmo y tuviera problemas para controlar su ira, pero esas cosas revelaban si acaso un exceso de vitalidad; ahora en cambio exudaba cierto aire enfermizo, malsano, que para nada encajaba con aquel arrojo irresponsable que le había valido el mote de "idiota suicida".

Es decir, que Eren no parecía el mismo de siempre.

Uno de los cadetes que todavía estaba sentado en el comedor era, precisamente, Jean Kirstein. Se trataba de un chico alto, con peculiar cabello rubio ceniza y negro en las sienes y la nuca; tenía una cara alargada, por la que algunos (principalmente Yeager) le apodaban "Caracaballo". Sus ojillos marrón claro, casi dorados, observaban con exasperación a su rival… pero también con duda.

"No me he metido con él, no le he insultado. Al menos, no esta vez," pensaba. "¿Por qué se habrá puesto así?"

Naturalmente, el chico de Trost ya fantaseaba con la idea de que Eren le diría algo y entonces él podría darle al fin la paliza de su vida… o al menos, intentarlo; para su fastidio, tenía que reconocer que el "idiota suicida" seguía siendo mejor que él en combate cuerpo a cuerpo.

"Será porque suele entrenar con Annie… ¡Las diosas los crían y ellos se juntan!"

Al parecer, a Kirstein no le caía demasiado bien su compañera Annie Leonhart, quien en esos momentos no se hallaba presente en el comedor; la chica tampoco era muy sociable, pero sí mucho más silenciosa y discreta que Yeager.

Éste, precisamente, volvió a hablar… sin mirar a nadie y, al mismo tiempo, alcanzando a todos con su voz, cargada con tal tono de desprecio que no parecía natural.

Me dais nauseas.

No era lo que decía, sino cómo lo decía, y especialmente quién lo decía; porque, en ese instante, todos los cadetes tuvieron la misma idea absurda y sin sentido… pero no por ello menos terrorífica.

Quien estaba hablando no era Yeager.

El ambiente se iba tensando; crecía la inquietud. Todos tenían la sensación de que, en cualquier momento, iba a ocurrir algo terrible… si es que no estaba ocurriendo ya. Los primeros en reaccionar fueron dos compañeros que eran mucho más; no sólo sus mejores amigos, sino prácticamente toda la familia que le quedaba.

Armin Arlert, bajito y con una melenita rubia, era confundido a veces con una chica; sin embargo, sus cálidos ojos azules, tan penetrantes como su aguda mente, podían ver casi siempre lo que permanecía oculto para muchos otros… aunque se sentía perdido en aquella situación, mientras miraba a su amigo con nerviosismo mal disimulado. Normalmente podía comprender qué preocupaba a Eren; solía ser capaz de evitar que el impulsivo joven tomase una mala decisión y empeorase aún más los problemas en los que se metía… pero aquella amenaza parecía estar a otro nivel, en el que ni la razón ni la lógica le servirían de gran cosa. Aun así, tenía que intentarlo.

–Tranquilo, Eren –fue todo lo que alcanzó a decir.

–Armin… cállate –Yeager ni siquiera le miró–. No vas a cambiar nada. No habría ninguna diferencia, incluso si murieras… O puede que sí. Todos iríamos más rápido, sin tener que cargar contigo.

Arlert sintió aquellas palabras como un directo en el estómago. Se encogió sobre sí mismo, agachando la cabeza, temblando. No lloró, no gritó, no hizo nada; simplemente se quedó allí, quieto, en silencio. Una parte de él sabía que su amigo tenía razón (al menos eso creía él); otra parte se preguntaba, angustiada, "por qué". Su mente era su mejor arma y ahora no le servía de nada; hacía tiempo que no se sentía tan impotente.

Los demás también se quedaron sobrecogidos al oír aquello. ¿Eren, insultando a Armin de aquella manera? No tenía sentido. La sensación de que algo iba mal se intensificó con creces. Sin embargo, había una persona que en ese momento miraba con auténtico odio al "idiota suicida"… o a lo que sea que estuviera creciendo dentro de él, inadvertidamente.

En general, los chicos (e incluso las chicas) de la 104 consideraban que Mikasa Ackerman, prácticamente la hermana de Yeager, era una de las más bellas; "y tan bella como fuerte… y es muy fuerte", podría añadir Kirstein, su admirador (no tan) secreto. Las facciones heredadas de su madre oriental le daban a Mikasa un aire delicado, su piel pálida ofrecía un elegante contraste con sus cabellos negros como ala de cuervo… pero los ojos oscuros, normalmente serenos y hermosos como una noche estrellada, tenían en ese momento un aspecto terrorífico; el tipo de mirada que solía reservar para aquellos a los que estaba dispuesta a hacer daño.

Quienes se dieron cuenta de ese detalle, se quedaron aún más extrañados que cuando Eren humilló a Armin. El "idiota" le había dado a Mikasa una bufanda negra, hace años ya, en uno de los peores momentos de su vida; la chica casi no se la quitaba nunca desde entonces, incluso se hacía raro verla sin ella puesta. Ackerman (según un desesperado Jean) prácticamente idolatraba a Yeager, con independencia de las circunstancias; verla actuar así con el chico de ojos grises indicaba, aún más, que algo marchaba rematadamente mal.

En realidad, era por esa gratitud que sentía hacia él, que ella no le había molido ya a palos, por haberle dicho esas cosas a Arlert.

Eren, o lo que sea que estuviera intentando poseerle, sintió sobre él aquella "mirada de la muerte" y se giró hacia la chica. Fue a decir algo… pero debió pensárselo mejor, porque al final se calló. Jean también permaneció en silencio; era impulsivo, pero no tanto como el "idiota"… aunque al final decidió poner a Yeager en su sitio y abrió la boca…

Entonces sintió una mano sobre su hombro. Kirstein miró hacia atrás y vio a su mejor amigo, que le sonreía; aunque, en realidad, Marco Bott solía sonreírle a todo el mundo. El chico era más bien alto, con cabello negro corto y raya en medio, ojos castaños siempre animados y unas pecas muy características. A pesar de sus caracteres contrapuestos, Jean y él habían hecho buenas migas desde el primer día; el moreno era mucho más pacífico y tranquilo, parecía ser capaz de calmar a alguien con su sola presencia… aunque incluso él se veía desbordado por aquella situación tan extraña.

–Eren, ¿estás bien? –preguntó Marco.

Sus ojos marrones le observaban con cautela, incluso con un brillo de reconocimiento… como si pudieran ver, al igual que Mikasa, lo que verdaderamente estaba pasando. Sin embargo, incluso el sosegado muchacho se llevó un susto cuando Yeager, al oír su voz, giró la cabeza tan bruscamente que por un momento pareció haberse partido el cuello; aquellos ojos gris claro, perturbados por una especie de sombra, no miraron sino que atravesaron a Marco, como si pudieran ver en su interior.

–Tú no te metas… Bott –Eren escupió el apellido como si fuera un insulto.

Jean se tensó y Marco tuvo que apretar el hombro de su amigo con más fuerza para que no se levantara. Incluso a él le costaba mantener la calma. Aquellos días de otoño no eran especialmente calurosos, menos aún ya de noche; pero dentro del comedor, la atmósfera estaba tan tensa que la mayoría de los cadetes sudaban como si fuera verano. Varios salieron para quitarse de en medio, desentendiéndose del asunto.

Ymir no fue una de ellos.

– Oye, payaso, ¿se puede saber qué problema tienes? –preguntó, con tono entre aburrido e irritado.

La chica era la más alta de la 104. Llevaba los cabellos negros recogidos en una amplia cola de caballo; también tenía pecas como Marco, pero su carácter no podría ser más distinto. Sus ojillos oscuros, entrecerrados, parecían fusilar en aquel momento a Eren, sin piedad. Normalmente la cadete sin apellido se mantenía al margen, desinteresada; atraer su atención, como estaba haciendo ahora el "idiota", podía tener consecuencias… poco agradables.

El chico en cuestión parecía estar en guerra consigo mismo; como si se debatiera entre dos fuerzas que tiraban de él en direcciones opuestas. Por desgracia, al final triunfó en su cara una sonrisa demasiado amplia, demasiado forzada; antinatural, tanto como el brillo maníaco que cada vez se iba haciendo más intenso en sus ojos.

–Vaya, pero qué haces tú aquí todavía, que no te has ido ya por ahí con Krista… bollera de mierda.

Si un mosquito hubiera estornudado en ese momento, se le hubiera oído con claridad; tal fue el silencio que se hizo repentinamente en la sala. Luego empezó a oírse alguna tos, algún carraspeo incómodo, de gente que preferiría estar en cualquier otro sitio; porque, a pesar de los rumores, nadie se habría atrevido jamás a ir tan lejos… y mucho menos en toda la cara de Ymir.

La chica, normalmente impasible, se quedó por un momento tan sorprendida como los demás; los ojos bien abiertos, la boca cerrada sólo con un gran esfuerzo y sin poder dar crédito a lo que acababa de oír. Sin embargo, no tardó mucho en recuperarse… y la sonrisa que apareció de pronto en su cara fue la de alguien que estaba dispuesta a matar. Se veía claramente que tenía todos sus músculos en tensión, lista para saltar sobre aquel desgraciado con la gracilidad de una pantera… y una ferocidad mucho mayor.

Todos contenían la respiración en el comedor; pensaban que, con suerte, podrían recoger los restos de Yeager con una fregona y un cubo. Sin embargo…

Ocurrió entonces el milagro, precisamente de la mano de quien jamás habría dudado en intervenir en una situación semejante, incluso para defender a alguien que acababa de insultarlas a ella y a su mejor amiga. No en vano se la conocía como "el Ángel de la 104" (o Diosa para sus admiradores más fervientes).

–Ymir, no –susurró a su lado la joven Krista Lenz, con suavidad y firmeza al mismo tiempo, mientras tiraba de su manga.

La chiquilla, de aspecto adorable, era la más pequeña de su promoción; bajita y delgada, con larga melena rubia y enormes ojos azules en los que refulgía una bondad a prueba de cañonazos. Más de uno juraría que alguna vez, incluso en mitad de la noche, un rayo de sol la había iluminado en ocasiones similares, cuando intervenía para animar o poner paz entre sus compañeros.

Sorprendentemente, a pesar de su aspecto cándido e inocente, nadie se había atrevido nunca a abusar de su confianza, a aprovecharse de ella; era como si todos quedaran hechizados por su presencia, su mirada, su sonrisa. Claro que… quizás también tuviera algo que ver el hecho de que Ymir, cual "demonio de la guarda", siempre rondara cerca de la rubita, dispuesta a devorar las entrañas de quien osara propasarse con Lenz. Por otro lado, Krista era la única persona capaz de tranquilizar a la morena; capaz de sacarle una sonrisa, no burlona o despectiva, sino de verdad.

–Está claro que Eren no se encuentra bien –continuó el Ángel, con más decisión–. Nadie le ha visto actuar así antes, ¿verdad? Debe de haber comido algo en mal estado y…

Fue interrumpida por el cariñoso abrazo con que casi la sepultó su compañera pecosa.

–Te diría que no cambiases nunca, pero… –le susurró Ymir–. Bah, qué más da, si soy una egoísta… Krista, no cambies nunca.

Se oyó un suspiro de alivio colectivo y algún que otro "aaaw" inspirado por aquella ternura; también hubo unas cuantas miradas de envidia, de quienes habrían preferido ocupar el lugar de la morena. En todo caso, se notaba que la situación ya no iba a explotar.

Incluso Yeager parecía haber recuperado la cordura; al menos, lo suficiente para darse cuenta de que algo iba terriblemente mal.

–Si me disculpáis, yo… –musitó con cierta angustia, sin mirar a nadie en concreto–. Necesito dar una vuelta.

Se separó de la mesa y se dirigió a paso rápido hacia la puerta; sin embargo, frenó en seco al oír que alguien se levantaba de su asiento. Miró hacia atrás y fulminó con la mirada a Mikasa, que se había puesto de pie y le observaba expectante.

A solas –bufó Eren, como si de pronto algo se hubiera removido dentro de él.

La chica no se sentó, pero se quedó paralizada al oír su voz; más que furiosa, ahora parecía dolida, tanto por el tono de su hermano adoptivo como por intuir que, en realidad, era él quien estaba sufriendo lo indecible. Por un momento, Mikasa temió que Eren saliera por esa puerta y no volviera a verle jamás; temió que desapareciera para siempre en la oscuridad… devorado por algo distinto y horrible que terminaría sustituyéndole.

Entonces aquella puerta se abrió bruscamente y apareció de repente el Instructor Jefe Keith Shadis.

El irascible oficial aún sujetaba el pomo de la puerta, como si estuviera estrangulando a alguien. Con sus dos metros de altura, el ex comandante de la Legión de Reconocimiento siempre observaba desde arriba, implacable, a aquellos "gusanos" a los que intentaba convertir en soldados. Sus ojos claros, rodeados permanentemente de oscuridad (no se sabía cómo), le daban un aire siniestro, reforzado aún más por su calva y la barba de chivo que le cubría la barbilla y apenas la mandíbula inferior. Examinó el comedor buscando a su siguiente víctima y no tardó en topar con Eren, que prácticamente estaba delante de él.

–Muy bien, cadete Yeager –dijo en voz "baja" (o al menos sin gritar como de costumbre)–. Tiene usted cinco segundos para explicar…

Y entonces todos volvieron a contener la respiración.

Porque había una palabra que podría describir perfectamente la expresión que apareció en ese instante en el rostro del muchacho.

Y esa palabra era "demoníaca".

–¡Señor EX Comandante! –Eren sonrió demasiado, con una alegría y un brillo en los ojos que consiguió aumentar aún más el desasosiego de sus compañeros–. Qué bien, precisamente necesitaba preguntarle una cosa… Dígame, ¿cuántos legionarios calcula usted que han muerto inútilmente bajo su mando? Me refiero a antes de que se viniera usted abajo en Shiganshina, justo el día en que atacó el Titán Colosal. Fue usted mismo quien dijo que todas esas muertes no habían servido para nada, ¿verdad?

El silencio que se había hecho antes, con lo de Ymir, había tenido algo de sobrenatural; pero el silencio que se hizo justo en ese momento… fue el del infierno al congelarse. Un terror frío invadió a todos los presentes. Uno de sus temores era que el "idiota suicida" hubiera perdido por completo el juicio y Shadis fuese a ejecutarle sumariamente para dar ejemplo; pero que alguien que admiraba a la Legión le hablase así a quien la había dirigido durante años… indicaba que la realidad era mucho más terrorífica.

En cambio, el Instructor Jefe ni siquiera pestañeó. Con una cara que decía claramente "paso de esta mierda", dio media vuelta y se fue por donde había venido, en silencio; eso sí, cerró la puerta con tal fuerza que hizo temblar el edificio entero y, ya puestos, a quienes aún estaban dentro.

Eren todavía se quedó mirando en aquella dirección un rato, sin moverse, sin decir nada; de nuevo, en su expresión había más remordimiento que otra cosa… puede incluso que desesperación. Pero si sus compañeros creían que ya era incapaz de superarse, aún iban a llevarse otra sorpresa; porque al final el chico volvió a andar, abrió la puerta y se cruzó con alguien más mientras bajaba los escalones.

–Eh, Yeager. Si quieres, practicamos un rato más en el bosque, te vendrá bien…

–Métete las narices en tus propios asuntos, Leonhart.

Los cadetes que todavía seguían en el comedor se miraron entre ellos, asombrados y preocupados por tantas cosas extrañas como estaban ocurriendo aquella noche. La pregunta que todos se hacían era la misma: "pero qué le pasa a éste".

Naturalmente, alguno de ellos tenía que ser el primero en reaccionar, y en este caso fue Marco; el moreno pecoso se levantó de su sitio, con la misma sonrisa amable de siempre.

–Bueno… –le dijo a Jean–. Creo que yo también voy a estirar un poco las piernas. ¡Hasta luego!

Kirstein no las tenía todas consigo; sobre todo porque por un momento, en los ojos de su amigo, le pareció ver pánico.

Mikasa, todavía de pie, también dudaba; Marco se acercó a ella.

–Creo que él te necesita más ahora –le sugirió con delicadeza a la chica, moviendo levemente la cabeza hacia Armin, que aún seguía abatido.

La oriental asintió en silencio y se sentó junto al Arlert; aunque le costó hacerlo, se olvidó por un momento de Eren y le pasó la mano por la espalda a Armin, mientras le susurraba algo al oído. El efecto fue casi instantáneo; lo que sea que le dijese, hizo que se le iluminase la cara al chico, ya mucho más animado.

El joven Bott, también más aliviado, se fue despidiendo discretamente de algunos compañeros mientras salía; aunque su mente estaba en otra parte. Puede que (en realidad como todo el mundo) tuviera unos objetivos muy concretos, distintos a los de la mayoría; pero eso no quitaba que él y sus camaradas de la 104 estuviesen en el mismo bando… y eso tenía que significar algo; al menos, para Marco, significaba ayudar a cualquiera que lo necesitase, directa o indirectamente. A veces, bastaba con dar un pequeño empujón; otras, se trataba más bien de sujetar a alguien para evitar una tragedia.

En ese momento, le preocupaba la reacción de la cadete Annie Leonhart. Sin embargo, nada más salir del comedor y cerrar la puerta, encontró a su compañera de pie, apoyada cómodamente contra la pared del barracón; tenía los brazos cruzados, pero en su rostro había una expresión serena, tranquila… y algo más que Marco no pudo identificar. Se quedó paralizado al verla así, a la luz de la luna.

La chica era bajita y delgada, apenas un poco más grande que Lenz, con quien compartía cierto parecido, si bien los cabellos dorados los llevaba recogidos en un discreto moño; aunque siempre se las apañaba para que algún mechón rebelde quedara libre y cayese sobre su cara, de modo que tenía que apartárselo cada dos por tres, entre aburrida y fastidiada, en un gesto que sugería una delicadeza insospechada en alguien como ella.

"Puede que sea la más fuerte de todos nosotros," pensaba Marco, observándola admirado. "En combate cuerpo a cuerpo, nadie puede superarla, no en cuanto a técnica. Pero como luego pasa de todo y ni se molesta en demostrarlo…"

El muchacho sabía que estaba mirándola demasiado fijamente, pero no podía evitarlo; la luz de la luna le daba un aspecto aún más delicado, casi etéreo. Aquel brillo plateado se reflejaba en su nariz, única, inconfundible; alguien que no estuviera en su sano juicio le habría dicho a Annie que era una gran nariz… y habría caído para no volver a levantarse. A él, en cambio, le gustaba aquella nariz; parecía tener una personalidad propia.

La chica seguía mirando al frente, atenta, escrutando la oscuridad con sus ojos azul claro, casi cristalinos. Para muchos, aquellos orbes de zafiro serían fríos e inexpresivos, incluso inmisericordes; pero si uno se fijaba bien, podían verse en ellos infinidad de secretos, que permanecerían ocultos para la mayoría. Sorprendentemente (o quizás no tanto), Armin Arlert era uno de los pocos capaces de encontrar, o al menos vislumbrar, aquellos tesoros escondidos en su interior; Marco quería creer que él era otro de los afortunados.

Fue entonces cuando, de repente, se dio cuenta de ese "algo" que le había parecido extraño en el rostro de su compañera.

Annie estaba sonriendo.

Y eso… no solía ser buena señal. Complicaciones. Dolor. Puede que las dos cosas a la vez.

Marco logró contener su nerviosismo creciente y trató de romper el hielo.

–Hermosa noche de luna llena tenemos hoy, ¿eh?

–Hum –se limitó a contestar Leonhart, con la mirada todavía perdida en la lejanía.

–Todo muy tranquilo por aquí.

–Hum.

–Salvo lo de Yeager, claro está.

Ella no contestó; pero un ligerísimo cambio de postura, una leve tensión que a él no se le pasó por alto, reveló que la chica escuchaba con atención.

–¿Qué crees que le ocurre? –preguntó Marco.

–Ah, nada importante –Annie se encogió de hombros–. Ya está muerto, es sólo que aún no lo sabe.

Marco tragó saliva. La sonrisa incómoda desapareció de su rostro.

–No deberías bromear con ciertas cosas… –advirtió.

–Yo no soy de las que bromean –respondió ella, tajante; dejó transcurrir unos segundos de silencio algo tenso, antes de continuar–. Además, prácticamente lo está pidiendo a gritos. A quién se le ocurre, decirle esas cosas al Instructor Jefe…

Marco suspiró, aliviado; verdaderamente creyó, por un momento, que Annie se había tomado a mal la contestación de Eren… y que ya estaba planeando formas de deshacerse del cuerpo sin dejar rastro. "Aunque los demás creerían que lo habría hecho Shadis." Pensar en aquel nombre hizo que se diera cuenta de una cosa, extrañado.

–¿Ahora defiendes al bueno de Keith? –le preguntó a su compañera.

–Se merece un respeto –contestó ella, algo más habladora de lo habitual, con aquella voz suave y tranquila que tanto le gustaba–. Ese hombre ya estaba merendándose titanes antes de que cualquiera de nosotros hubiera nacido. A cada uno lo suyo…

El silencio que se hizo a continuación fue, precisamente, una muestra de respeto por el veterano. Encajar un ataque tan brutal como el de Yeager, sin tan siquiera pestañear, no estaba al alcance de cualquiera. Y sin embargo, todo parecía tranquilo aquella noche; por allí no había ni rastro de ninguno de los dos… ni de otras cuantas personas, ya ausentes del comedor cuando ocurrió aquello.

–Annie, ¿sabes por dónde pueden andar Reiner y Bertolt?

–Qué pasa, ¿ahora soy su niñera? –contestó ella en tono ligeramente irritado, aunque luego volvió a encogerse de hombros–. Yo qué sé, terminaron de cenar y se fueron pronto, estarán conspirando juntos o dando un paseo a la luz de la luna, a saber…

Marco sonrió, esta vez algo más tranquilo… pero de nuevo desapareció su sonrisa, al recordar a otras dos personas que habían faltado a la escena; una gruesa gota de sudor frío le cayó por la sien. Decir "mal presentimiento"… habría sido quedarse corto.

–Connie y Sasha tampoco estaban –susurró.

Annie abrió los ojos, sorprendida.

–Pues es verdad –reconoció–. No he visto a ninguno de los dos en el comedor en toda la noche.

–¿No les habrá castigado Shadis otra vez?

–No… Hoy no, al menos. Pero tienes razón, es raro que no estén por aquí, sobre todo ella.

A pesar de aquella corazonada temible, Marco casi rió al pensar en la cadete Sasha Braus, cuya voracidad y apetito ya eran legendarios en todo el Cuerpo de Cadetes; la chica no parecía, era capaz de comer por tres o cuatro… y preguntar luego alegremente qué había de postre.

Sin embargo, Annie comenzó a sentirse tan inquieta como el pecoso, compartiendo aquella intuición suya. Era casi seguro que los dos "salvajes de pueblo" habían tenido algo que ver, en lo que le estaba pasando a Yeager; quizás una broma que se les había ido de las manos, alguna hierba u hongo que provocase alucinaciones y cambios de conducta… Pero aquello no tenía mucho sentido; si hubiera sido otra de sus jugarretas, Sasha y Connie se habrían quedado cerca para admirar el resultado de su obra. Además, aquello parecía demasiado cruel, incluso para ellos.

La Leona, a su pesar, empezaba a estar interesada en resolver aquel misterio.

–No tengo nada mejor que hacer y todavía falta un rato para el toque de queda, así que… –nuevamente se encogió de hombros–. Venga, por qué no. Vamos a buscarlos. Será mejor que nos dividamos, así cubriremos más terreno.

Las expresivas cejas de Marco revelaron su alegría; Annie puso un momento los ojos en blanco, pero luego se apartó de la pared y marchó al frente, despidiéndose descuidadamente de él con una mano, sin mirar atrás.

El chico asintió en silencio y también se puso a buscar a sus compañeros. Una vez más, su alegría fue dando paso a la aprensión, a aquel mal presentimiento que volvía con fuerzas renovadas…

Como si algo terrible fuera a pasar aquella noche… y no hubiera nada que él pudiera hacer para evitarlo.

En ese momento, aún no sabía que se trataba de una Manzana Negra.