Desclaimer: Digimon no me pertenece, ni sus personajes.

Lo primero que hizo al llegar al hotel fue dejarse caer sobre la cama. Recordaba las insistentes palabras de Miyako momentos antes de subir al avión: "No olvides llamarme cuando llegues Mimi, tenemos mucho de lo que hablar. ¡No sabes cuánto te he echado de menos!". Lo sentía mucho por su amiga, pero lo último que necesitaba en ese momento era una larga charla de horas con Inoue.

Despertó a la mañana siguiente con un poco de malestar debido al jetlag. Desayunó poca cosa en el buffet del hotel y se dispuso a salir al encuentro de su amiga. Miyako había pasado toda la noche mandándole mensajes al móvil advirtiéndole que si no se reunía con ella mañana a las 11:00, estaría en serios problemas.

Sonrío cuando la divisó a lo lejos. Puede que Yolei hubiera crecido, pero ese cabello morado tan propio de ella seguía intacto. Admiró el paso del tiempo en el cuerpo de la joven, había crecido unos quince centímetros desde la última vez que la vio, aunque seguía siendo más bajita que ella.

- ¡Miyako!- la llamó. Ésta se giró de inmediato al reconocer su voz, sonrío y fue rápidamente a su encuentro.

- ¡Mimi! ¿Cómo estás? ¿Has dormido bien? ¿Cómo estuvo tu vuelo? - las preguntas salieron atropelladamente de su boca, y es que si algo caracterizaba a Inoue, era esa forma suya de hablar insaciable.

- Bien, todo bien. Lamento mucho no haberte llamado ayer, pero caí rendida nada más entrar al hotel. Y bien, ¿dónde vas a llevarme?

- ¡Tengo una sorpresa para ti! Vamos a un nuevo café que han abierto hace poco, hacen unos cupcakes realmente buenos. Sígueme.

Ambas muchachas emprendieron camino por las calles de Odaiba. Mimi observaba absorta como la ciudad donde vivió en su niñez había cambiado en esos años que ella pasó en Estados Unidos. Abandonó su ciudad cuando apenas tenía 11 años, yéndose a Estados Unidos debido al trabajo de su padre. Ahora, 15 años más tarde volvía a su ciudad natal.

En unos 10 minutos llegaron a la cafetería. Tomaron asiento en una mesa para cuatro situada en una de las esquinas del local. Éste era sencillo, decorado en colores vivos con un pequeño mostrador lleno de cupcakes de varios tamaños y formas. El lugar contaba con unas 7 mesas más a parte de la suya, y se podía divisar a dos camareras atendiendo a los clientes.

Tan absorta estaba contemplando el lugar que no se dio cuenta de que se les había unido dos personas más hasta que una de ellas le llamó la atención. Pestañeó varias veces antes de reconocer a quien tenía delante. Sora Takenouchi le sonreía desde su altura, con el mismo pelo rojo y la misma tez bronceada que poseía a sus 10 años. Detrás de ella, la pequeña Hikari le sonreía con timidez. Tardó tres segundos más en levantarse y abrazar a sus viejas amigas, mientras sus ojos se aguaban de la emoción.

- ¡Chicas! No puedo creer que hayáis venido todas... Hacía tanto tiempo que no os veía.

- Te hemos echado tanto en falta, Mimi... Cuando Miyako me llamó para decirme que llegabas ayer y que planeabas quedarte indefinidamente, casi muero de la emoción. ¿Por qué no avisaste?- le reprochó Hikari.

- Lo siento chicas, en serio. Me ha costado mucho tomar esta decisión, y ha sido todo un poco de imprevisto. De hecho me estoy quedando en un hotel y tengo que buscar apartamento, es todo un lío. Quería tenerlo todo bajo control antes de avisaros.

- Ah vaya, entiendo. Nosotras te ayudaremos a buscar piso, de eso no te preocupes. ¡Ahora cuéntanos que ha sido de ti estos últimos años!

Estuvieron en la cafetería como dos horas hablando y poniéndose al día de sus vidas. Tanto Yolei como Kari se encontraban acabando la universidad. Miyako había seguido su pasión por los ordenadores, estudiando Ingeniería Informática, mientras que Hikari se había decidido por los niños, estudiando así Educación Infantil. Ambas vivían juntas en un pequeño apartamento cercano a la universidad. Por otro lado, Sora ya había terminado su carrera y ahora se abría paso en el mundo de la moda como diseñadora.

Al llegar a su hotel, encendió el ordenador y se dispuso a buscar piso. Rápidamente encontró un apartamento que cumplía sus expectativas, en el centro de Odaiba, y cuyo precio era bastante asequible. Echaría mano de sus ahorros en lo que encontraba trabajo. Suponía que no le sería difícil, ya que hacía un año que se había graduado con honores en una universidad estadounidense en un grado de cocina.

Pasó los siguientes días acomodando su casa con la ayuda de sus amigas. La que más le ayudó fue Sora, ya que Hikary y Miyako estaban de exámenes finales. Aún así, ambas jóvenes sacaron tiempo de donde no había para ir a ayudar a Mimi con su nuevo hogar.

Llevaba cerca de una semana en Japón y aún no había visto a los demás. Sabía gracias a Sora que Taichi había terminado, no sin mucho esfuerzo y sacrificio, sus estudios de Derecho convirtiéndose así en abogado. El superior Jou estaba terminando su especialización en Medicina, habiéndose decantado por la neurología. Yamato había abandonado su sueño de convertirse en estrella del rock y ahora estaba graduado en Ingeniería Aeroespacial. Y por último, Izzy dedicaba su vida a la programación.

Echaba de menos a sus amigos, así que Miyako le había prometido que organizaría una cena con los demás DigiElegidos, pero que tenía que esperar a que terminaran sus exámenes finales, ya que no solo ella y Kari seguían en la universidad, sino que también Takeru, Ken y Cody lo estaban. El único de ellos que no entró en la universidad fue Davis, el cual se dedicaba profesionalmente al fútbol.

Era viernes por la tarde y decidió que ya era hora de empezar a buscar trabajo. Se vistió con un jean pitillo ajustado y una camisa rosa pastel. Podría haber madurado con los años, pero el rosa seguía siendo su color. Se calzó sus zapatos de tacón básicos negros y una americana a juego. Guardó su currículum en su bolso negro de mano tipo sobre junto a sus demás pertenencias y salió de casa. Pasó varias horas de restaurante en restaurante topándose con que la mayoría no necesitaban más empleados. Al final de la tarde, con sus esperanzas ya casi agotadas, entró en un pequeño café-restaurante que hacía esquina en una de las calles más secundarias de Odaiba. Para su sorpresa el pequeño restaurante estaba lleno, incluso había varias personas esperando su turno para cenar. Contó alrededor de unas 15 mesas. Todas ellas estaban decoradas sencillamente pero con muy buen gusto. El ambiente del restaurante era realmente acogedor. La zona de las mesas estaba iluminada tenuemente gracias a unas lámparas de estilo rústico situadas en las paredes. A la derecha del establecimiento divisó una barra con un camarero de mediana edad detrás, sonriéndole amablemente. Se acercó al hombre, y se presentó:

- Buenas noches señor, me llamo Mimi Tachikawa.

- Buenas noches señorita Tachiwaka. Mi nombre es Kazuto Kudo, ¿en qué puedo ayudarle?- le respondió amablemente.

- Verá, me gustaría hablar con el dueño del negocio. Recién acabo de volver a Japón después de muchos años y estoy buscando trabajo. ¿Podría usted ayudarme?

- Hoy debe ser su día de suerte señorita Tachikawa, uno de nuestros cocineros abandonó hace días su puesto de trabajo ya que se mudaba de ciudad, y estamos buscando un nuevo empleado. Ahora mismo aviso al señor Tanaka. Espere aquí, por favor.

Kudo desapareció por una puerta situada detrás de la barra, dejándola sola frente al mostrador. Tres minutos más tarde, volvió a aparecer y le indicó con una sonrisa que el señor Tanaka la esperaba en la salita de dentro. Mimi se armó de valor y entró en la pequeña sala. En ella había una mesa grande llena de papeles y carpetas, cuatro sillas viejas rodeando la mesa y una pequeña lámpara colgando del techo. Sentado en una de las sillas se encontraba el señor Tanaka. Debía tener alrededor de los 60 años. Su cabello era corto y blanco. Tenía una nariz que llamaba la atención, comparada con el resto de la cara, que era más bien pequeña. Su rostro estaba invadido por las arrugas propias de la edad. Lo miró a los ojos y distinguió que estos eran de color avellana. Sin duda, unos de los ojos más amables que había visto nunca. El señor Tanaka le indicó que tomara asiento y finalmente se presentó.

- Buenas noches jovencita, mi nombre es Hiroshi Tanaka. ¿Cómo debería llamarla?

- Mimi, Mimi Tachikawa. Es un placer conocerlo señor Tanaka. Como sabrá estoy buscando trabajo.

- Oh sí, Kazuto me lo ha comentado ya.

- ¿Quiere ver mi currículum, señor?- preguntó a la vez que abría el bolso dispuesta a sacar el papel.

- Oh no, señorita Tachikawa. Aquí no nos importa ni los estudios ni la experiencia de nuestros trabajadores. No me malinterprete,- añadió rápidamente- no es que no valoremos esas cosas, sino que le damos más importancia al trabajo hecho. Entiéndame, ¿y si tuviera ante mí al mejor cocinero de toda la isla, pero este ha sido autodidacta y nunca ha asistido a una sola clase de cocina? Es por eso que antes de contratar a alguien, lo único que le pedimos es que cocine algo para nosotros. ¿Está dispuesta, señorita Tachikawa?

- Entiendo lo que quiere decir, señor Tanaka. Y me parece una acción maravillosa de su parte, el no cerrarle las puertas a nadie. Por supuesto que estoy dispuesta, solo dígame, ¿qué cocino?

- Sígame- dicho esto el señor Tanaka se levantó de su silla y salió de la habitación, entrando a otra unos metros más hacia el sur del local, que debía ser la cocina. Mimi le siguió y quedó boquiabierta al entrar.- Prepare lo que quiera, pero que sea para dos. Deduzco por la hora que es, que usted tampoco habrá cenado. Tiene una hora, señorita.

- Muy bien señor Tanaka, ¡ya verá que no se arrepentirá!

Si bien la cocina no era muy grande, tenía todo con lo que cualquier cocinero soñaría. Constaba dos mini cocinas separadas por una isla, donde se encontraban los fregaderos. Cada cocina disponía de una vitrocerámica, horno, todo tipo de utensilios, tablas para cortar, etc. Al fondo se intuía una gran despensa así como una cámara refrigeradora. Dentro de la cocina había otra mujer, unos 10 años más mayor que ella. Ésta se acercó a Mimi.

- ¡Hola! Ya extrañaba ver a alguien por aquí. Mi nombre es Sakura Fujiwara, encantada de conocerte. Supongo que vas a hacer la prueba, eres ya la séptima que veo pasar esta semana. Espero que el señor Tanaka se quede contigo, tengo la impresión de que eres la indicada para el puesto. Cualquier cosa que necesites para cocinar un dudes en preguntarme...

- Mimi Tachikawa. Muchas gracias Fujiwara. Yo también espero quedarme, al momento de entrar por la puerta ya he quedado prendada de este lugar. Me gustaría mucho trabajar aquí.- respondió Mimi. Se había sonrojado debido al ímpetu y la cercanía con la que la había saludado la muchacha.

- Oh por favor, llámame Sakura. ¿Puedo llamarte yo Mimi? Bueno, ¡no te entretengo más! Tienes que preparar una deliciosa cena.

Decidió preparar de primero una vychissoise, de segundo una crepe de champiñoses y jamón dulce y finalmente de postre un soufflé de chocolate con frutas tropicales. La cocina francesa era uno de sus fuertes. Nadie se resistía a esos platillos. Pidió ayuda varias veces a Sakura para poder encontrar los cacharros que le hacían falta o los ingredientes. Finalmente, tras 56 minutos, terminó de preparar toda la comida y de decorar los platos.

Llamó al señor Tanaka y este le pidió que le acompañara a una de las mesas del restaurante. A los pocos minutos de estar sentados, un camarero les sirvió el primer plato. La cena pasó realmente rápido, el señor Tanaka era muy buen acompañante, no hubo ningún silencio incómodo. Mimi le contó de sus años en Estados Unidos, en concreto de sus años en la universidad. Hablaron de cocina, de sus platos favoritos, de los platos que aún no conseguían dominar, de todo. Descubrió que el señor Tanaka había viajado durante casi toda su vida, siendo cocinero de tanto pequeños locales como de grandes restaurantes. Había estado en Roma, El Cairo, Dublín, Barcelona, Buenos Aires, Nueva Delhi... Y tantísimos lugares más que Mimi fue incapaz de recordar. Le bastó una hora conversando con él para decidir que le admiraba y que trabajaría para él costase lo que costase.

Cuando terminaron la comida, el señor Tanaka se recostó en su silla y la miró fijamente. Se puso nerviosa ya que odiaba ser vista de aquella forma tan insistente.

- Voy a serle sincero, señorita Tachikawa. Es la mejor comida francesa que he probado en años. Ni yo mismo logré nunca que el soufflé adquiriera esa maravillosa textura. Espero que sea tan buena en el resto de las comidas, porque está usted contratada.

- ¡Muchísimas gracias, señor Tanaka! No sé como agradecerle esta oportunidad, de verdad. Le aseguro que no se arrepentirá.

Pasaron otros veinte minutos hablando de los detalles de su contrato. Pasaban de las once cuando Mimi abandonó el pequeño local. Llamó a las chicas para salir a celebrarlo. Sora no le cogió el teléfono, seguramente estaría durmiendo ya que esos días tenía mucho trabajo en la agencia y apenas tenía tiempo para ella misma. Miyako casi la dejó sorda debido al grito de alegría que soltó al escuchar la noticia, mas luego se disculpó ya que mañana tanto ella como Kari tenían examen y debían seguir estudiando. Mimi se entristeció, pero aún así decidir ir ella sola a tomar una copa, pues aún tenía ganas de celebrar. Caminó unas calles más, hasta que divisó a lo lejos un pequeño local llamado Lucky, con la fachada negra y pequeños detalles en verde. Junto al rótulo del nombre, había un pequeño enano pelirrojo con un sombrero verde portando un caldero. "¿Un pub irlandés? ¿Desde cuándo hay aquí un pub irlandés?" pensó Mimi. Atraída por el nombre del local, que no podía ser más acertado y por la curiosidad de ver como sería por dentro, entró en el pub.

No pudo evitar sorprenderse una vez estuvo dentro. Pese a lo que parecía por fuera, el sitio era bastante amplio. A mano derecha había una barra de madera fina con varios taburetes fijos de cuero negro. Tras la barra predominaban los estantes con todo tipo de bebidas alcohólicas. También se podía entrever una máquina de café junto a montones de vasos de cristal apilados. Grifos de cerveza ocupaban la parte derecha de la barra. Varias lámparas colgaban arriba de la madera, iluminando el ala oeste del pub de forma cálida, débil, reflejando pequeños rayos de luz en los ceniceros de vidrio opaco que descansaban sobre la barra. Varias personas estaban disfrutando de una copa o de una pinta de cerveza mientras charlaban animadamente sentados en los taburetes del fondo. En la parte izquierda del local, había un pequeño escenario con una banda de músicos tocando en él. El vocalista cogía el micro con sentimiento mientras recitaba las últimas palabras de la canción. Rock suave. Una guitarra eléctrica terminó con los últimos acordes. El cantante dio las gracias y anunció que volvían en 10 min. Tras esto las luces del escenario se apagaron, dejándolo así todo oscuro. Las paredes que cubrían el pequeño cubículo donde previamente estaban los músicos eran de color negro. Unos pequeños focos enganchados en el techo eran la única iluminación que estos tenían hacia apenas unos segundos. El medio del lugar estaba lleno de pequeñas mesas con butacas a su alrededor, perfectas para estar observando el escenario. Casi todas las mesas estaban ocupadas, ya sea por parejas que disfrutaban de la música como por grupos de amigos que charlaban y reían bien alto debido a la cerveza ingerida, fácilmente detectable por el rubor que adornaba sus mejillas. Al fondo del local podía distinguirse dos puertas de madera: una de ellas con el mismo enano de la puerta colgado y la otra con una enana casi idéntica al otro. Arriba de ambos podía leerse la palabra toilets en un cartel luminoso verde.

Decidió sentarse en un taburete lo más alejada posible del jaleo que montaban los jóvenes del fondo. Rápidamente se le acercó un camarero vestido con una camisa blanca, pantalón de traje negro y unos tirantes del mismo color sujetándolo. El hombre debía rondar la treintena de años y parecía totalmente extranjero. Su pelo rojo contrastaba notoriamente con sus profundos ojos verdes y su tez pálida. Llevaba barba y un gracioso bigote. Este le sonrío y le preguntó:

- Buenas noches señorita, ¿qué desea tomar?- habló con un japonés extraño, con un acento que Mimi no supo identificar.

- Buenas noches. Tomaré una cerveza.

- ¿De máquina o botella?

- Botella, gracias.

El camarero se alejó mientras asentía y volvió unos segundos después con un botellín mientras sonreía.

- Aquí tiene. Serán 409 yenes, señorita.

- Tome, quédese con el cambio.

Mimi entregó el billete al camarero y se dispuso a beber su cerveza. El grupo estaba tocando de nuevo. Se deleitó al escuchar música tan buena en directo. En Estados Unidos no solía salir a ese tipo de lugares. Estaba tan absorta observando y escuchando al grupo que no se dio cuenta de cuando terminó su cerveza ni de cuando el asiento a su lado fue ocupado.

- Toma.- le dijo una voz cerca de su oído.

- ¿Uh?- Mimi se giró y lo primero que vio fue un nuevo botellín. Siguió la mano que lo sostenía y lo que vio la dejó atónita. Frente a ella se hallaba un joven que debía rondar su misma edad, dos años más a lo máximo. Tenía el pelo corto, rubio y completamente desordenado. Varios mechones le cubrían parte de la frente. Las facciones de su rostro eran duras, definidas. Como si estuviese tallado en piedra. Más bien en mármol, pensó después, ya que su piel era tan blanca como él. Sus labios eran gruesos, rectos, con el labio inferior ligeramente más grande que el superior. Sus ropas eran más bien casuales. Vestía un jean oscuro roto, una camiseta gris y una chaqueta de cuero negra encima. Tenía un cuerpo bien formado, delgado, no parecía muy grande, pero tampoco débil. Debía sacarle cabeza y media. Avergonzada por examinarle de esa manera, subió su mirada a su rostro y se quedó muda al mirarlo a los ojos. Pese a la poca luz del lugar, pudo distinguir el color azul que rodeaba sus pupilas. Tenía un mirar intenso, demasiado. Sus espesas pestañas enmarcaban sus ojos, haciéndolos resaltar más, si es que era posible.- Gracias.- se maldijo internamente por tartamudear al hablar, pero , ¿qué se podía hacer frente a una persona así?

- ¿Es tu primera vez aquí, verdad? No te había visto antes.- su voz se le antojó como una de las más sexys que había escuchado nunca.

Sí, la verdad es que lo he encontrado de casualidad. ¿Tú vienes mucho por aquí?

Estuvieron charlando durante al menos 40 min en los que Mimi le contó que acababa de mudarse y que había entrado al pub para celebrar su éxito en la búsqueda de trabajo. Estaba intimidada por la mirada del muchacho, pero al mismo tiempo éste le transmitía una seguridad y confianza extraña. Es decir, lo acababa de conocer, ¿cómo era posible que le transmitiera eso? Le atribuyó la respuesta a los efectos del alcohol. Sentía que lo conocía de antes, pero no podía ser ya que podía contar con los dedos los amigos que dejó atrás en Odaiba hace 15 años. Supo de él que trabajaba en el campo de la ingeniería, tenía un año más que ella y adoraba la música rock. Frecuentaba Lukcy debido principalmente a la música y según sus palabras "al buen whisky". Le gustaba hacerlo solo, pero esa noche por primera vez, algo aparte de la música llamó su atención: ella. Él se lo había prácticamente dicho directamente, sin pudores. Estaba interesado en ella, en ese momento, en ese lugar. La deseaba. Al hablar la miraba directamente, sin intentar seducirla, simplemente transmitiéndole lo que despertaba en él. Rozaba su rodilla accidentalmente con la suya al moverse.

Mimi debatía en su interior que era lo correcto. Por una parte sentía la necesidad de cogerle de la camiseta y besarle ahí mismo. Pero había algo que le advertía que no debía hacerlo, que estaba mal, que era un desconocido. No supo si fue el alcohol o las ganas irracionales que tenía de ese sujeto las que le llevaron a no apartarle la mano cuando sutilmente la posó sobre su rodilla izquierda. El rocé le quemaba. Se sintió desfallecer cuando el muchacho se acercó para decirle algo al oído, alegando que la música estaba muy alta.

- ¿En qué piensas, preciosa?- le preguntó. Mimi se mordió el labio antes de contestar con voz queda.

- Hace mucho calor aquí, ¿no crees?- se maldijo internamente por lo que acababa de decir. ¿Dónde había ido su capacidad de raciocinio?

- La verdad es que lo llevo sintiendo desde que te he visto sentarte en la barra. ¿Te gustaría ir fuera a tomar el aire?- se lo dijo sin tapujos, directamente, mientras le sonreía. ¿Cómo podía ser tan descarado?

- Claro-le sonrió coquetamente. No supo porque. Ella no coqueteaba nunca, ¿verdad? Los hombres coqueteaban con ella, pero ella nunca les seguía el juego.

Se puso de pie y le tendió la mano para ayudarla a bajar del taburete. Cogió su mano y bajo con cuidado, había bebido bastante y si a eso le sumábamos los tacones que llevaba no obteníamos una buena combinación. Salieron del pub tomados aún de la mano. A cada lado de la puerta había una pequeña mesa de esas altas, con un cenicero cada una. Se acercaron a una de ellas y Mimi sacó una cajetilla de Marlboro Gold de su bolso. Cogió un cigarrillo y mientras lo sujetaba con la boca guardó el paquete y fue en busca de su pequeño mechero Clipper rosa. Apenas metió la mano en su bolso que sintió como su acompañante le ofrecía fuego con su Zippo plateado.

- Jamás hubiera imaginado que una chica como tú fumara. No te pega- le dijo él con una sonrisa socarrona.

- ¿Una chica como yo? Y si se puede saber, ¿qué clase de chica crees que soy?- le preguntó desafiante.

- Una niña bien, ¿no?

- Que sea buena persona no significa que deba o no deba fumar.- rió ella.

Continuaron hablando mientras fumaban sus cigarrillos. Nunca el acto de dar una calada le había parecido tan sensual como en ese momento. Ese chico sí sabía como encender a una mujer. La miraba fijamente mientras aspiraba y soltaba el humo, sujetando la boquilla seductoramente con sus labios llenos. Mimi le miraba cual niña pequeña, intimidada por el poder de sus insistentes ojos zafiro. Tal vez fuera el alcohol sumado al cigarrillo lo que la hacía sentir más débil, como mareada. O tal vez fuera el hecho de sentirse bajo su merced con solo una mirada. Estaba convencida de que con él iría hasta el mismísimo infierno si así lo deseaba.

Terminaron sus cigarrillos y Mimi dijo algo de volver dentro. No supo en que momento él la había arrinconado contra la mesa. Sentía el frío metal implacable contra su fina blusa rosa. Alzó la cabeza y lo miró a los ojos interrogante. Sintió como las manos de él iban a parar detrás de su cuello, y como éste empezó a acercarse a la vez que la atraía hacia sí. Su parte racional le decía que se alejase, por Dios Mimi, es un desconocido, le gritaba. Mas fue incapaz de mover un solo músculo. Lo último que vio antes de cerrar los ojos para recibir el contacto que llevaba esperando toda la noche, fue una sonrisa de satisfacción por parte de él.

Mimi podía presumir de que había sido besada por bastantes hombres como para saber distinguir un beso bueno de uno malo. Pero cuando sintió los labios del sujeto sobre ella, fue como si no hubiese sido besada en sus 26 años. Al principio era un beso lento, suave. Como la calma que precede a la tormenta. Un beso de tanteo, para conocerse. Tardó unos segundos en reaccionar, debía moverse, por Dios. Llevó sus manos al cuello del muchacho y tiró de él. Le respondió al beso con un ímpetu que no sabía que tenía, demandante. Se sintió desfallecer cuando las manos del joven abandonaron su cuello para posarse en su cintura a la vez que éste profundizaba el beso. Nicotina, fue lo primero que se le vino a la mente al sentir su lengua jugar con la suya propia. Después distinguió el sabor de la amarga cerveza que bebía apenas veinte minutos atrás. Y se le antojó que a partir de ese momento, esa sería su combinación favorita en el mundo. Cuando el oxígeno se hizo necesario, pararon de besarse. El muchacho se alejó para recuperar el aire. Mimi le miraba más sonrojada que nunca. Y a él se le hacía demoledoramente irresistible.

Fue entonces cuando el joven sintió una palmada fuerte en la espalda. Se giró y se encontró de frente con su mejor amigo. Mimi observó al nuevo sujeto detalladamente. Alto, fuerte, de pelo castaño y ojos marrones despreocupados. Fue entonces cuando éste habló:

- ¡Yamato! Creía que no ibas a salir hoy. Debiste avisarme- dijo mientras reía.

- Ya Taichi, déjame en paz. Si no te he avisado es porque quería estar solo. Y tú, ¿de dónde se supone que vienes a estas hora?

- Vengo de casa Sora, estaba ayudándola con las cuestiones legales de su nuevo contrato.

Fue entonces cuando algo hizo click en la mente de Mimi. Repasó mentalmente: Yamato, rubio, con potentes ojos azules. Amigo de un tal Taichi que venía de ver a una tal Sora. Esto no podía estar pasándole a ella. Tenía que asegurarse.

- ¿Taichi, Taichi Yagami?- preguntó con miedo. Rezaba porque una simple no saliese de la boca del moreno. Una respuesta afirmativa significaría que acababa de besarse, y de qué manera, con Yamato Ishida, su amigo de la infancia.

- ¡El mismo!- exclamó orgulloso.- No sabía que tenías compañía Matt- dicho esto el Tai procedió a examinar a la muchacha con detenimiento. Pestañeó varias veces y enconces añadió.- ¡Pero serás cabrón, Yamato! ¿Cómo no me has avisado de que hoy quedabas con Mimi?

Los siguientes minutos fueron solo de charla incesante por parte de Taichi. Abrazó varias veces a Mimi y le estuvo contando sobre su vida mientras preguntaba por la de ella. Mimi respondía como podía a las preguntas de éste, ya que su mente seguía ocupada pensando en como se había besado con Yamato minutos atrás. Éste estaba totalmente callado, como procesando toda la información. Mimi podría jurar que llegó a ver un pequeño rubor en las níveas mejillas de Matt. Inventó como pudo una excusa cuando Taichi le preguntó que hacía con Ishida en ese lugar. Maldijo al cabrón por estar callado todo el tiempo. Podría echarle un cable, pero no, el seguía con la cabeza en otra parte.

Debía hablar con ella. Aún no se creía que la mujer que tenía delante era la misma Mimi Tachikawa que llegó a aborrecer en su infancia. Chillona, mimada, superficial y dolorosamente rosa. Así la recordaba. Ahora que se fijaba bien, algo no había cambiado. Seguía vistiendo de rosa. Había crecido unos veinte centímetros desde la última vez que la vio. Su pelo asquerosamente rosa adornado con estrellas había desaparecido, siendo sustituido por una larga melena castaño claro. La naturaleza había sido generosa con ella. Si bien sus pechos no eran muy grandes, la cintura estrecha que los acompañaba los hacía resaltar. Tenía las piernas largas. Y aún recordaba como había quedado embobado con su trasero cuando la vio entrar al local. La miró a los ojos, y le pareció ver en ellos a la pequeña muchacha que los dejó atrás cuando tenía 11 años. Sus ojos caramelo le miraban preocupados mientras Taichi le contaba como copió aquella vez en su examen de legislación.

Pero esa no era su noche de suerte. Taichi se empeñó en acompañar a la joven a su casa, por lo que no pudo estar a solas con ella. Cuando llegaron a su portal y Mimi se giró para despedirse, se sintió totalmente desorientado. La muchacha abrazó a Taichi y después se dirigió hacia él.

- Buenas noches, Ishida- arrastró su nombre mientras lo pronunciaba y le miró de forma significativa.

- Buenas noches, Tachikawa- le respondió, y la miró directo. No podía ganarle en un duelo de miradas. Mimi apartó la vista sonrojada y eso le hizo sonreír. No quedaba rastro de la mujer atrevida que había conocido esa noche. Ésta había sido reemplazada por la tímida Mimi de 11 años.

La joven entró en su portal tras sonreírles una última vez. Subió a su apartamento y se dejó caer en la cama atropelladamente. Instintivamente una de sus manos fue a parar a sus labios. La piel le quemaba por dondequiera que Yamato había besado. Se sonrojó al recordarlo. Con la de chicos que debía haber en Odaiba y ahí estaba ella. Graciosamente colorada recordando como, de todos ellos, había terminado besando a su amigo de la infancia en la primera noche que salía. Aunque si recordaba bien, no es que ella y Matt Ishida fueran grandes amigos. Siempre se preguntó porque ese niño amargado no podía ser más como su adorable hermano pequeño Takeru. El Yamato de once años parecía realmente odiarla. Pero ella no le culpaba. Sus personalidades de niños eran totalmente opuestas. Es decir, él era frío, callado. Ella era cálida, amable, muy habladora.

Se deshizo de su ropa y se puso un fino pijama. Se acostó y se tapó con las mantas preparada para entregarse a Morfeo. Lo último que vio antes de dormirse fueron unos ojos azul zafiro, penetrantes, oscuros, que la miraban con antelación, con socarronería, con un pequeño atisbo de burla en ellos, pero también con un deseo con el que nunca la habían mirado.

NA: ¡Hola! Esta es la primera historia que escribo, la verdad es que la idea me vino a la mente y me animé enseguida a escribir. Llevo como 7 años leyendo fics y jamás me había atrevido a escribir ni publicar uno.

Agradecería de todo corazón vuestras opiniones respecto a este primer capitulo.

La pareja principal de la historia serán Matt y Mimi, aunque habrá partes leves se las parejas habituales, Takari, Kenyako y Taiora, supongo.

Espero que os haya gustado! Intentaré subir el próximo capitulo lo más pronto posible.