Este fic surge de un reto dejado por Ficker D.A.T en el foro Proyecto1-8. No sé si le gustará lo que hice. En todo caso, Ficker, acepto sugerencias para próximos capítulos.

La trama es dramática y se darán las siguientes parejas: Michi, Mimato y Mishiro.

Hay cambios de narrador. Tengo planeada la trama, pero no sé cuánta extensión tendrá.

+.+.+

Ayer éramos sombras

+.+.+

A destiempo

Cuando era más joven, los sueños me parecían un derecho. Algo que llegaría tarde o temprano solo por pensar en ello lo suficiente. Si no se cumplían era porque no lo había querido de verdad, así que no los merecía. Siempre había alguna razón oculta, inconsciente, para que no ocurriesen, algo similar a un miedo. Y así fue, más o menos, hasta los dieciséis o diecisiete años. A esa edad empecé a cansarme, dejé de creer. No hubo ningún motivo en particular. O quizá sí y sea más sencillo olvidarse.

Ayer. Ayer, como quien dice, parecía el último día de instituto. Pero Taichi me aseguró que no había cambiado nada desde entonces. «Recuerdas mal». «Puede ser». Esa pequeña concesión fue mi única victoria del día. Miré, en el reflejo de un escaparate, el cinturón azul que separaba en dos partes mi vestido beige, preguntándome si él daría importancia a ese tipo de detalles. Él vestía por completo de negro. De pronto me pareció tonto fijarme en eso.

Antes solía llegar tarde a las cenas; nunca me pareció un problema. Hoy no tenía nada mejor que hacer que llegar a la hora. Se ve que Taichi sí. El teléfono no da respuesta. Quizá sea mejor que me vaya. Ahora aún estoy a tiempo. Ahora, antes de que el camarero me diga que necesitan esta mesa.

.

.

.

Me disculpé por el tráfico y le pregunté si pensaba marcharse. Tenía el abrigo sobre los hombros, lo llevaba con mucha gracia, me recordaba a una actriz, pero no sé a cuál.

—Pensé que no vendrías, no es que me molestase. Es solo que no iba a estar esperando por alguien que nunca iba a venir, ¿no? Te llamé, varias veces. —Lo decía tranquila, a pesar de todo.

—No me he dado cuenta. —Revisé mi teléfono, no había llamadas.

—Tal vez me equivoqué al llamar, suele pasar. —Miró hacia los lados—. Se ha hecho un poco tarde.

Tenía razón. Era demasiado tarde para dos personas que querían sentarse a cenar sin reserva, pero nunca lo es para comer algo, si no importa mucho el qué. Lo sabía tanto como yo.

Más tarde, con restos de pollo entre los dientes y el viento removiéndonos el pelo, Mimi aseguró que ese tipo de noches no me sacarían de mi soltería.

—Mejor —afirmé—. ¿No te lo parece? Lo prefiero así.

Al principio rio, solo un poco.

—Yo no lo tengo claro. La mayor parte del tiempo sí. Pero no estoy hecha para estar sola mucho rato. A veces, cuando estoy sola, me pasa que me pongo a hablar conmigo misma, lo hago como si lo hiciera con alguien más, como si tuviera que explicar o justificar todo lo que hago para que otra persona lo aprobase. Y, total, vuelvo a casa, me meto en la cama y estoy sola, nadie me pide el crédito del día. No tengo que agradarle a nadie y eso debería sentirse bien.

—Libertad —lancé un suspiro, no fue intencionado.

—Sí. Libertad suena bien pero hay demasiadas cosas que no me gustan. Déjalo, es complicado. Cambia el tema. Hablo y no sé parar. Es un problema.

Le cogí la mano y se la acaricié, esperando que no hiciese más que callar, por una vez. Mimi no se inquietó, para cualquier espectador podríamos ser dos personas acostumbradas a ese gesto. Seguí haciéndolo hasta que empecé a sudar.

—Mimi —la llamé, no me miró—. Si alguna vez quieres hablar a alguien de carne y hueso, puedes llamarme.

—Si me contestas, claro.

—Sí, si te conteso. Puedes dejar un mensaje. Estaré atento.

—Pensaré en ello.

La acerqué hasta una parada de metro y me volví al hotel. De todo lo que pasó después es lo que más recuerdo. Lo último que supe de ella es que se marchó otra vez de Estados Unidos. Sin avisar. Las personas, cuando viven en un sitio el tiempo suficiente se vuelven más abiertos, pero pierden la capacidad de sentirse parte de un lugar o parte de alguien. Lo sé porque me empieza a ocurrir.

¿Que si la eché de menos? Mis paradas en esta ciudad son más grises. En mi teléfono no habrá mensajes suyos y hay días, días que cada vez son más, en los que me pongo a hablar solo, pero como si hablara con otra persona. Y, sí, cuando estoy aquí, ese alguien puede ser ella. La ella que no se fijaba en la gente con la que se chocaba en la calle porque iba demasiado pendiente de su reflejo en los escaparates.

La libertad nunca fue tal y la vista de su estatua, luego de tantas veces, no me provoca emoción.

.

.

.

El cuerpo de Taichi sigue causándome curiosidad. Tengo grabada una ocasión en la que, debido al calor, prescindió de formalidades y se desabrochó la camisa. Pensé que parecía el cuerpo de alguien mayor, asiduo al gimnasio, hasta que reparé en que quizá y simplemente, ese cuerpo ya iba acorde a nuestra edad. Sí, no hay duda, a los hombres les cambia el cuerpo pasada la mitad de la veintena. No tengo claro lo que ocurre con las mujeres, mis caderas son más redondas.

Esperaba que él diese el paso. Él se chocó conmigo. Él me pidió el teléfono. Él me invitó a cenar. Él me cogió la mano y opinó sobre las vistas. Di por hecho que siempre iba a ser él. A mí me parecía estupendo, lo último que me apetecía era pensar. Quedar con él era fácil. No exigía mucho de mí, no tenía que fingir gran cosa. No hablaba de temas que no pudiera entender ni me enfrontaba contra mi supuesta superficialidad. Solo, si quería, me dejaba hablar y, si no quería, hablaba él por mí. Aunque lo que dijésemos no tuviese conexión alguna. Aunque nada de lo que hacíamos tuviese un fin.

¿Por dónde iba? Que esperé, esperé sin pensar demasiado en ello, la verdad. No me planteé sus intenciones ni mis deseos. Nunca había tenido que hacerlo. Hasta que, como si nada, comentó:

—Ayer conocí a una chica.

—¿Y?

—Me interesa. No solo para un día.

Su sonrisa me enfadó.

—¿Cómo puedes saber eso ya? ¿Estás loco? Podría ser… podría ser hasta una psicópata o… mil cosas. ¿No lo has pensado?

—No tengo la costumbre. Mide sobre 1,55. Creo que estaré a salvo.

No pude decir nada más al respecto. Acaricié el cuello de su camisa, me senté sobre él y apoyé la cabeza sobre su hombro. Antes de que preguntase qué pasaba, se lo dije en voz muy baja: «ahora que aún no estás enamorado…». Taichi nunca tuvo interés en saber si yo lo estaba. Me llevó hasta la cama, no puedo decir que le costase, tampoco tardó en decidirlo. Y el maldito nunca se quitó la camisa del todo. Era lo único que, en apariencia, se interponía entre nosotros.

¿Por qué, entonces, llegó nuestra despedida? Porque la despedida ya había empezado desde el momento en que me lo encontré.

Se había quedado dormido y yo miraba por la ventana. Eran unos dieciocho pisos de altura y del suelo solo me separaba la rigidez de la construcción. Si se venía abajo de un segundo a otro, yo no iba a poder hacer nada más que respirar hasta que fuera imposible. Ahí supe que había llegado el momento de enfrentarme al pasado, lo quisiera o no.