Le gustaban los mocacinos. En plural, porque le era imposible beber menos de dos tazas en un día o un descanso. Su dulzura, su gusto a chocolate, el vapor calentándole la nariz roja de frío, eran suficientes para recordar que trabajar desde las ocho no era tan terrible.

De igual manera, se sentía atraído al cappuccino. Su capa de crema, espesa en la justa medida, y el sabor a leche que invocaba pequeñas sensaciones de la niñez. Llevó la mano sobre su barbilla, de pura indecisión y el sentimiento de satisfacción que lo había llevado a aquel lugar.

No se caracterizaba por ser alguien especialmente madrugador, al contrario, tenía la extraña capacidad de poder dormirse en cualquier lugar y caer en algo parecido a un estado de coma. Pero aquella mañana, sacó a relucir el humor de perros que llevaba escondido en algún recóndito lugar de su carácter generalmente afable. Se levantó de un salto, dando trompicones entre los baches invisibles por la incipiente oscuridad que había dejado la ventolera nocturna de la que no se había enterado hasta ese preciso instante. Buscaba la fuente del ruido irrespetuoso que osó a despertarle cuando el sol no se había dignado a regalar un solo rayo, a sabiendas de qué se trataba y maldiciendo el momento en que lo aceptó. Podría haber inventado alguna excusa, como la radiación y el peligro inminente de quedar estéril si se mantenía muy cerca. Pero no, era blando e inocente. No había conocido lo esclavizador que era el trabajo de oficina hasta llegar a aquella compañía un año y medio atrás, cuando no era más que un humilde recién graduado en la no tan humilde carrera de economía. No era su primer empleo. Estuvo obligado a buscarse la vida de diferentes formas a lo largo de su más temprana juventud, debido a uno que otro percance y desgracia que no lograron hundirlo más allá de la tenue melancolía que la ineludible soledad de su apartamento le brindaba a veces.

Luego de haber chocado con cada elemento sólido presente en la habitación, localizó el dichoso iPhone bajo el minúsculo espacio entre la mesita de noche y la alfombra color caqui. El sonido le tenía los pelos de punta, tanto así que ni siquiera se detuvo a lanzar un bufido o maldición y, poniéndose de rodillas, deslizó los dedos a ras de suelo lo más rápido que tan angosto espacio podía permitirle. Cuando sintió la vibración incesante alcanzar la yema de sus dedos empuñó la mano sin cuidado alguno, por lo que la mesita se inclinó levemente hacia atrás y la lámpara que yacía sobre ella se estrelló contra el piso, transmutándose instantáneamente en un montón de basura.

La boca se llenó de improperios. Aquella pobre lámpara no tenía más de dos meses de vida, y sus predecesoras habían perecido de manera similar en circunstancias similares. Contestó con algo más parecido a un gruñido que un hola, y para su renuente fortuna, el interlocutor no era otro que su poco estimado jefe. Se golpeó la cabeza en repetidas ocasiones, el saludo que le devolvió fue igual o más descortés que el propio, e instantáneamente un montón de paranoias le surcaron la mente. Que estaría despedido, que se vería obligado a regresar al pequeño apartamento de un ambiente donde había vivido toda su temporada universitaria, que terminaría trabajando en un McDonald's y debería comenzar ya mismo a ensayar el típico "¿desea agregar papas y bebida a su combo?" que los pobres empleados repetían cual máquina.

La voz del otro lado no le dio tiempo de ponerse pálido, y le informó que aquel día nadie asistiría a la oficina, pues el percance de la noche anterior había dejado sin servicio eléctrico a la mitad de la ciudad.

Recuperó el color tan rápido como un trastornado bipolar y dejó caer el iPhone en dirección aleatoria, sin siquiera haber cortado la llamada. Estaba tan despierto que desechó inmediatamente la idea de dormir otro par de horas, y en cambio, recordó que su mejor amigo había pasado medio fin de semana tratando con chinos prepotentes. Por lo que decidió llevarle el mismo las buenas nuevas con una buena taza de café, traído directamente de su cafetería predilecta. O la única que no le desagradaba.

Le enorme mujer tras el mostrador le apuñaló con la mirada los diez minutos que tardó en decidir el sabor del café. Finalmente, optó por despilfarrar un poco más de dinero y pidió dos de cada tipo, junto a una caja con seis suculentas donas entre glaseadas y rellenas que la mujer no le dio oportunidad de elegir. Ya bastante tiempo había perdido con aquel niñato caprichoso, pues a pesar de ser tan temprano, la cafetería comenzaba paulatinamente a llenarse de clientes con un aire adormilado e igual de fastidiado que ella.

El chico cogió ambas cajas entre mediocres malabares y salió dando un "gracias" inaudito para la manera desdeñosa con la cuál había sido atendido. Caminó esquivando el campo minado que le habían resultado las dos calles de distancia entre la cafetería y el lujoso edificio donde residía su mejor amigo. En cuanto llegó al llamativo par de puertas reconoció la mirada gentil del portero sobre él, específicamente, sobre la manga de su a simple vista costosa chaqueta de cuero arruinada por el glaseado rosa que escurría desde la caja de donas. Saludó al hombre pequeño y regordete restándole importancia al asunto y éste hizo un leve gesto con la mano hacia el quinceañero que yacía tras recepción, ataviado con el traje verde brillante de los empleados y una expresión de completo fastidio. Recibió la caja culpable, viendo con evidente asco como el glaseado restante humedecía sus pulcros guantes blancos y guio al joven en completo silencio hasta el amplio e igualmente llamativo ascensor.

No es que necesitara quien le guiara, había hecho aquel recorrido cientos de veces desde que su amigo se había mudado a aquel lugar hace un año y pocos meses, dando la vaga excusa de sentir su antiguo apartamento excesivamente pequeño. Lo cuál le resultó desconcertante, ya que siempre sospechó de la potencial agorafobia** que éste padecía, si no, ¿qué podía explicar su aversión por salir a algún lugar que no fuera la oficina?

El ascensor marcó el número uno y abrió sus puertas con un suave repiqueteo. Dentro había un joven con el mismo traje verde y una anciana que despotricaba sobre la inconsciente mucama que no había tenido la suficiente delicadeza para lavar sus finísimas sábanas de seda con una marca de suavizante decente. Dio eternas vueltas al asunto los interminables minutos que tardaron en subir hasta el piso número doce, dónde despidió a su acompañante agradeciendo la ayuda y dándole una pobre excusa, sin sentirse culpable, lo hacía por su propio bien. Conocía de sobremanera la personalidad huraña de su amigo, y sabía que era perfectamente capaz de estrellarle la puerta en la cara a ambos.

El pasillo yacía desierto pero iluminado por las luces de emergencia que el edificio se había encargado de instalar después de una falla eléctrica similar a aquella. Caminó hasta el apartamento número veintiuno y dejó ambas cajas sobre el piso, al momento que escurría las manos entre cada pliegue de su ropa, en busca de la llave del apartamento que tantos horrores le había costado conseguir. Su amigo no paraba de argumentar la evidente ausencia de materia gris que tenía, la irresponsabilidad que parecía traer en los genes y lo estúpido que sería darle poder sobre su intimidad a alguien con tales características, pero gracias a su insistencia y el irrefutable argumento de "nunca se sabe" salió airoso y con la llave entre sus dedos.

Cuando comenzaba a sentir el leve calor de la culpa sobre parte posterior de su espalda, la textura fría de la llave rozó con sus dedos. La sacó, victorioso, y abrió con toda la suavidad posible. Con las cajas entre sus brazos nuevamente, entró sigiloso cual ninja cerrando la puerta tras de sí.

La mitad de las veces que había entrado tan innecesariamente escondido fue recibido con una ración de golpes e insultos por molestar tan temprano y con una excusa tan patética como su aversión a desayunar sólo, y la otra, no veía más presencia que los presentadores de televisión hasta al menos medio día, cuándo Sasuke Uchiha tenía la decencia de salir a recibirle con la intimidante amenaza de romperle las piernas si había vaciado la alacena, como ocurrió muchas veces anteriormente.

Avanzó hasta la sala de estar, que yacía iluminada por los mismos focos del pasillo. Era extraño. Sasuke no solía levantarse hasta al menos las siete en punto, y salir de la habitación hasta las siete treinta, cuando puntual se servía una taza de café amargo que bebía a cortos tragos en un plazo no mayor a los quince minutos, hora en la que salía al trabajo. Rápidamente se dirigió a la mesa de caoba, dónde puso con alivio ambas cajas. Ahora, tenía un problema aún mayor: Despertar a Sasuke. Sabía que de hacerlo escandalosamente le echaría a patadas, y de hacerlo suavemente también, pero tenía a favor las buenas noticias y confió, en que la alegría, o al menos el alivio suavizarían su reacción. Se dispuso a cruzar sonriente la sala de estar, pero al pasar cerca del sofá más grande una mancha rosa le surcó la vista periférica. Su mejor amigo no era el tipo de persona que tenía cosas rosa en casa. En realidad, evadía cualquier color que desentonara con el negro. Giró la cabeza en noventa grados, para encontrarse con que la mancha no era sólo tal cosa, si no una mota de cabello enmarañado que cubría parcialmente el rostro de una chica que dormía, con la chaqueta de paño perteneciente a Sasuke sobre ella.

La observó como si así fuera a desaparecer de golpe.

Pero era real, tan real como las dudas y paranoias que se agolpaban en su cabeza.

Cuando reaccionó, todo lo que pudo hacer fue gritar tan alto que de ser Sasuke un poco menos intimidante, habría tenido a sus vecinos golpeando la puerta e intentando armar una pelea inútil.

Se mantuvo estático cual estatua de mármol malograda. Solía replicar las costumbres antisociales de Sasuke prácticamente en cada conversación que tenían desde los trece, cuando comienzas a salir con amigos, interesarte por chicas y cosas por el estilo. Pero aún cuando ambos ya sobrepasaban la no tan tierna edad de veinte años, continuó firme a sus convicciones hasta ser algo muy parecido a un ermitaño moderno. Su montaña era el edificio, y su casucha un enorme apartamento.

El grito era algo más que comprensible., aún cuando no había tenido consideración alguna por los tímpanos de la pequeña durmiente que abrió los ojos con suavidad, como si le hubiese despertado el cantar suave de un pajarillo posado en la ventana.

Fue cuestión de tiempo para encontrarse con la mirada impávida y aterrada de Naruto Uzumaki, que iba de ella, a un punto de la entrada a la sala de estar.

-¡TEME!- gritó, aunque sin rozar los decibeles que había alcanzado anteriormente, en algo parecido a un reproche.

La inconfundible voz de Sasuke le mandó a callar, al momento que caminaba a través de la sala con total naturalidad.

-¿¡QUIÉN DIABLOS ES ELLA!?- Dijo apuntando a la chica, que sin más había vuelto a cerrar los ojos y tapado con la dichosa chaqueta hasta la cabeza.

-Una amiga.- Respondió.

-Tú no tienes amigas

-Tú no tienes cerebro y yo no te lo recalco

Naruto le miró queriendo ser él mismo una cuchilla para atravesarle el torso. No es que le extrañara, sus discusiones siempre eran de aquel modo. Él gritaba, Sasuke le ignoraba, él seguía gritando hasta que le atestaban un coscorrón en el cráneo. Pero jamás, ni una sola vez, hubo una chica en medio.

-Si no fueras tú, pensaría que aquí ocurrieron muchas cosas perver-

Y no alcanzó a terminar. El tan esperado coscorrón había llegado más fuerte de lo habitual y más merecido que nunca. Naruto se tomó la cabeza con ambas manos, chillando unos cuantos improperios autocompasivos hacia el desconsiderado de su mejor amigo, quien era incapaz de soportar una broma inocente y valorar el esfuerzo sobre humano que había hecho por llevarle el desayuno a su propia casa. Un completo malagradecido.

Sasuke rodó los ojos y observó la mancha rosa oculta entre los pliegues oscuros de su chaqueta. La noche anterior, después de varias horas rodando entre las sábanas, había oído la puerta de la habitación contigua abrirse con suavidad y sólo entonces, pudo conciliar el tan esperado sueño que fue vilmente interrumpido por el imbécil echado sobre la alfombra. Por eso no se explicaba cómo y por qué yacía tumbada allí tan a gusto.

-Oye…- Murmuró Naruto con curiosidad, apuntando hacia el extraño cabello.- ¿Ya viste? Es raro. Me recuerda al de mamá.- Sonrió, en un trance que Sasuke identificó como la melancolía presente cada vez que Kushina Uzumaki salía a colación. Pensó que realmente no tenían nada en común, pero era innecesario decirlo. – Tendrás que explicarme esto, pero cuando tenga una dona en la boca. Estoy muriendo de hambre.

Y por primera vez, agradeció la existencia del pozo sin fondo que Naruto tenía por estómago. Para cualquiera sería incómodo que un desconocido te viera dormir, y le pareció mala idea intentar acostarla en una cama cuando sólo llevaba durmiendo dos horas, así que arrastró desde el cuello de la camisa a Naruto y lo soltó sobre la alfombra grisácea del comedor, donde el café humeaba campante como si el tiempo no pasara sobre él.

Miró con desdén la caja teñida de un líquido rosa que pasó hasta su preciosa mesa y le dedicó una amenaza sorda. No saldría de allí sin antes limpiarla, aunque fuera con la lengua. Tomó uno de los cuatro café al azar, ya estaba acostumbrado a los pocos escrúpulos que tenía su amigo para comprar. El vapor cercano a su nariz le advirtió de un dulzor que identificó como chocolate. Naruto se lo quitó de la mano y a cambio puso un exquisito cappuccino sin azúcar, que aunque no era de sus favoritos, sabía que no iba a desagradarle tanto como el macacino. Pues estaba bien variar de vez en cuando, sobre todo si acostumbraba a beber aquel brebaje obscuro que Sasuke llamaba "café expreso" pero "agua amarga" le calzaba mejor.

Cuando Naruto se abalanzó cual orangután sobre las donas, supo que tendría al menos cinco minutos de paz, los que se demoraría en engullir las seis donas y el ocuparía para pensar una respuesta razonable y de paso le evitara más comentarios impertinentes.

Cuando llevó a Sakura al apartamento, y decidió de manera unilateral que se quedaría allí un tiempo indefinido olvidó por completo las visitas sorpresa que Naruto solía darle y podían perfectamente incomodar a la chica. De todas formas, no a todo el mundo le agradaba la gente hiperactiva

-Supongo que ya sabes las buenas noticias.- dijo éste, con la boca llena de la última dona que quedaba. Tragó sin haber masticado adecuadamente y compuso la tan conocida expresión de asfixia que Sasuke veía cada vez que se juntaban a comer. Le ignoró, en ninguna había necesitado su ayuda. Excepto una vez, en la juró que la piel se le estaba volviendo morada, e instintivamente le dio un palmetazo en la espalda que resonó en todo el restaurant. La gente, ataviada con trajes ejecutivos casi casi finos les quedaron mirando con cara de horror, como si fuese un pecado atragantarse con un trozo de corvina o lo que hayan estado embutiendo. Como era de esperarse, Naruto no tuvo la mejor de las reacciones. Le miró furibundo, le gritó como troglodita y luego de aventarle la malteada sobre el cabello fueron expulsados como plagas.

Cuando recodaba momentos como aquel, no comprendía del todo por qué seguían siendo amigos.

-Sasuke…- Le interrumpió, inusualmente serio.- ¿Quién es ella?

Y recibió una mirada familiarmente gélida. Esos ojos desaliñados solían vociferar en un idioma incomprensible para casi todo el mundo, siendo él la única excepción, todo aquello que a Sasuke le parecía innecesario o derechamente incómodo pronunciar. Pero aquella en específico, era tan poco usual y, aunque menos acentuada, sinónimo de haber ocurrido alguna de esas cosas que te cambian la vida. Quizás la intención de Sasuke ni siquiera era disuadirlo de preguntar. La verdad, jamás oponía resistencia luego de tres planteos repetitivos, pero aún así Naruto guardó un silencio extrañamente pensativo. Podría contar con los dedos de una mano las veces que los ojos negros de Sasuke le gritaron "nunca, nunca más" y él en consecuencia debió pasar al menos la mitad de su tiempo diario los siguientes meses, e incluso años, recogiendo los añicos filosos que quedaban.

-Iba a morir.- Pronunció cortante.- No podía dejar allí.

Sí, mucho más complicado que una amante casual o una amiga surgida por fusión espontánea.

-En el puente. Iba a lanzarse

Naruto enmudeció. Parte de las minúsculas migajas de bizcocho que yacían aún en el, de pronto, angosto espacio entre la garganta y el esófago le supieron a amargura.

-Vaya…- Murmuró.- Debí dejarle al menos una dona.- Paseando la mirada entre la caja vacía y el rostro indescifrable de Sasuke. No sintió necesario emitir algún otro comentario o pregunta inquisitiva, pues le conocía perfectamente, y aunque no lo aparentara, con su aire desdeñoso e imponente, aquel hombre frente a él era la persona más empática y testaruda que conocía, e intentar convencerle de que quizás la chica era un potencial asesino a sueldo acentuaría más que disuadir su empeño por tenerla entre las cuatro paredes del apartamento.

-Es bonita- Murmuró Naruto.

-Tienes novia.

-Tú no.

-No me digas.- Respondió el sarcasmo a través de Sasuke.

Naruto rodó los ojos. El asunto de la novia y "te vas a morir sólo" era tan recurrente como polémico, y francamente, ya llevaban bastantes discusiones en una sola mañana.

-Mira.- Dijo para finalizar.- Mientras tu te haces viejo entre el trabajo y la cerveza, yo avanzo. Muchos lo hacemos. Mientras yo tengo un anillo de compromiso, tú tienes el anillo de tus pa…- Se interrumpió cuando apuntó hacia el dedo anular desnudo de Sasuke- ¿Dónde está el anillo de tus padres?- preguntó.

Sasuke observó su mano derecha con una expresión ausente y pensativa.

-Lo tiré por la ventana.

Silencio.

-El anillo. Lo único que quisiste conservar de tus padres.- Dijo, en una especie de trance de incomprensión.

-El mismo.

El mismo. El mismo que llevaba inamovible envolviéndole el dedo la módica suma de doce años. El mismo que defendió a puñetazo limpio las tres veces que intentaron robárselo, y el mismo que usaba como alianza de matrimonio cuando le acosaba alguna chica especialmente tozuda.

Naruto bebió el macacino restante de un golpe y sin rezongar de dolor cuando caló a temperatura insanamente alta hasta el fondo de su garganta, deseando que por algún motivo se transformara en cerveza recién sacada del congelador.

-Sabes…- murmuró.- Si no tuvieras esa inconfundible cara de estúpido te preguntaría donde diablos dejaste al verdadero Sasuke.

Naruto debía agradecer a los dioses por la presencia de Sakura a sólo unos metros de allí, de otro modo, el jaleo y los gritos habrían acabado con su rostro y quizás otras partes de su cuerpo amoratadas junto uno que otro corte. Sasuke suspiró, en busca de la poca paciencia que genéticamente poseía. Prioritariamente debía dejar a la chica dormir todo el tiempo posible, pero con Naruto allí aquello era, por lo bajo, una utopía.

Y por dios, que insostenible se volvió cuando le rogó por una cerveza a las ocho de la mañana.

-¡Es Lunabado!- Exclamó Naruto.- ¿Cómo puedes negármelo?

Pues con el sentido común, le gritó a través de una mirada fulminante que rogó, fuera suficiente para hacerle callar sin necesidad de atestarle un derechazo en la comisura de los labios. Pero, siendo fiel a la realidad, Naruto ignoró olímpicamente dicho escarmiento silencioso y se dirigió hacia el frigorífico, ubicado a sólo un par de pasos del comedor.

-Ni siquiera la intentes…- murmuró Sasuke, con la voz más parecida a la de un asesino serial que de un amigo hasta cierto punto preocupado. Aunque no por el. Si sobrio y limpio era escandaloso, con unos cuando mililitros de alcohol en la sangre era sencillamente insoportable.

-¡Soy un maldito adulto!- gritó Naruto- No puedes impedírmelo.- Y abrió el dichoso aparato. Entonces Sasuke, a una velocidad increíble, llegó a su lado y le empujó contra la pared.

-¡¿Podrías callarte?!- Exclamó con la voz furiosamente contenida.- No a dormido en toda la puta noche.

Naruto pasó de estar enojado, ha confundido

¿Se refería a la chica?

Volteó la cabeza hacia la entrada de la cocina, desde donde el sofá era perfectamente visible, en busca de pruebas que apuntaran el potencial delito de haber interrumpido su descanso.

-Oye…- Murmuró impávido.- Creo que se me adelantó.

Sasuke aflojó el agarre con el que inconscientemente mantenía a naruto inmóvil contra el muro, dirigiendo la vista hacia el sofá.

El sofá vacío.

Automáticamente le soltó, y sus pies le llevaron hacia la sala también vacía. Escudriñó en todas direcciones, derecha, izquierda, atrás. Llegó a la habitación que la noche anterior le había indicado a la chica como suya. Nada. De hecho, todo yacía intacto, la alfombra limpia y la cama sin signos de haber sido usada. Fue hasta su propia habitación con la maldición en los labios y el panorama resultó igual que en toda la pequeña búsqueda efectuada. Naruto llegó al trote hasta él, con la preocupación calcada en el rostro

-¿Dices que es suicida…?- Susurró, aunque rápidamente se arrepintió de haberlo hecho. La expresión de Sasuke era un poema surrealista, confuso, y hasta alarmante, aunque perfectamente legible. De hecho, gritaba que quizás estaba lanzándose desde cualquier edificio fuera de su alcance.

-Tranquilo.- dijo Naruto.- Lo más probable es que haya ido por ropa y cosas de chicas.

Y necesitó que fuera cierto. Buscarla era una estupidez tomando en cuenta los seis millones de personas que habitaban la ciudad y por ende el tamaño de metrópolis que ésta tenía.

Otra muerte era demasiado para su consciencia.

…..

La noche cayó con fuerza sobre la cabeza de Sasuke Uchiha.

Había pasado el día completo en compañía de su mejor amigo y sus estupideces, que le permitían olvidar momentáneamente el incidente. Se encontró mirando cada cierta cantidad de minutos la puerta, esperando ver entrar a alguien que no fueran las molestas mucamas, quienes no escatimaban en dirigirle miradas insinuantes, como lo hacían desde su llegada al edificio.

Entonces la tarde se largó más rápido de lo usual. Y ni rastro de ella.

Lo peor del caso es que estaba de manos atadas. Ni siquiera sabía su verdadero nombre, edad, domicilio. Era increíble como podía conocer a alguien de manera tan íntima y superficial a la vez.

A las doce de la noche, su nivel de preocupación y de cansancio estaban casi igualados, pero cuando las dos noches que estuvo en vela le pasaron factura media hora después, todo lo que pudo hacer fue caer rendido sobre la cama, sin siquiera quitarse los zapatos.

Él no solía soñar. Dormía como un tronco, y despertaba de igual forma. Y si por casualidad, alguna imagen se cruzaba por su cabeza, la olvidaba a penas abría los ojos. Pero aquella noche un montón de fotogramas y sonidos susurrantes se le arremolinaron en la mente. Pasos, puertas, sombras surcando muy cerca de él. Y un leve tintineo, casi imperceptible.

Puntual como siempre, el reloj despertador chilló a las seis en punto desde su mesita de noche.

Sasuke, somnoliento, buscó a tientas el milagroso botón que acababa con aquel molesto rumor. Pero en cambio, sus dedos palparon una circunferencia fría e irregular.

Abrió los ojos, y con ahínco se sentó en la cama. Reconocería aquel diminuto objeto aún con los ojos cerrados.

Era el anillo de sus padres.

Intacto, de no ser por una leve hendidura entre dos brillantes rubíes.

Se levantó repentinamente al recordar que hasta donde sabía, Sakura no había vuelto al apartamento. Abrió de golpe la puerta de la habitación contigua. Vacía. Llegó hasta la sala de estar y observó el sofá. Vacío. Y cuándo se volvió hacia la entrada, la encontró. Enfundada en su chaqueta de paño obscura, profundamente dormida… sobre la mesa.

Sasuke se acercó sigilosamente. La chica tenía un par de ojeras casi del color de su chaqueta, y el pelo aún mas revuelto que la mañana anterior.

Entonces, su mano aflojó el leve agarre que mantenía, y el anillo cayó al suelo en un tintineo familiar. Rodó a través de la sala y terminó el recorrido chocando contra la pata de una silla. Sasuke llevó los ojos de ella, al anillo repetidas veces.

Fue ella, pensó.

No estuvo sobre la azotea del edificio más alto de la ciudad, ni haciendo cosas de chicas.

Estuvo buscando el anillo.

Las sombras, los sonidos, el tintineo…

Sasuke sonreía muy poco. O lo justo y necesario, según le decía a Naruto cada vez que le reprochaba este hecho seguramente tan genético como su ausencia de paciencia. Pero, sólo por esta vez, se permitió sonreír varios instantes más de los que acostumbraba.

Después de todo, ella había sido su primer sueño.

Nueve páginas. Ni yo me lo creo.

Tengo un gran apego por el numero veintiuno, lo verán seguido por aquí. Tal vez algún día les cuente el por qué.