[Como espuma en el mar: capitulo II]

"Día tras día el príncipe sentía más cariño por ella. Él la amaba en la forma en la que se quiere un buen y querido niño, pero hacerla su reina era algo que él jamás pensó. Y ella debía ser su esposa si es que iba a sobrevivir, de lo contrario, su alma inmortal se trasformaría en espuma en la mañana siguiente a su matrimonio.

¿Me amas más que a nadie? Los ojos de la sirenita parecían decir cuando él la tomaba entre sus brazos y besaba su hermosa frente.

"Por su puesto, tu eres a quien más amo" dijo el príncipe "porque tu tienes el corazón más amable de todos. Tu eres devota a mi, y te pareces a una joven que vi una vez y ciertamente no volveré a ver"

La Sirenita; Hans Christian Andersen.

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Cuando Anna despertó eran cerca de las dos de la mañana. Tenía el peor dolor que hubiera sentido en su vida, era como si su aleta hubiera estado allí, en cambio de sus piernas, pero bien parecía que era rasgada en dos. Con mucha dificultad, Anna se puso de pie y salió al balcón que daba a su habitación. El olor de la brisa marina le golpeó el rostro, algo le decía que tenía que volver allí si es que quería calmar aquel sentimiento.

Cada vez que Anna caminaba era como si se clavaran una docena de cuchillos en la planta de sus pies, fue entonces cuando la princesa se preguntó porque los trolls no le advirtieron acerca de este terrible dolor. Anna no supo como lo logró, pero llegó a la playa frente al castillo, en donde tuvo que arrastrarse sobre la arena para llegar al mar.

— ¡Anna! — gritó un voz masculina. Por su parte, Anna no le prestó atención al extraño que gritaba desde la distancia, ni al sonoro ladrido de su perro, lo único que ella sabía era que debía alcanzar el agua. En cuanto sus manos tocaron las olas del mar, la chica sintió su cola regenerarse, el dolor desapareció y fue reemplazado, por el cansancio que se siente después de haber pasado varias horas de martirio.

— Anna… — suspiró Kristoff mientras se acercaba a la sirena que flotaba boca arriba junto a él. — ¿Estás bien? — preguntó el chico.

— No — contestó Anna — me dolía mucho. Yo pensé que moriría, los trolls no me advirtieron.

— Es el precio de la magia, nunca es barata — comentó el marinero.

— ¿Tu como lo sabes? — preguntó Anna abriendo los ojos.

— La matrona del orfanato donde viví por algunos años, solía hablar mucho de magia, algunos creían que era una bruja. Ella siempre decía que la magia exige algo a cambio, debe haber un precio, y nunca es barato — le comentó Kristoff mientras se agachaba junto a ella. Anna se sentó sobre su cola, por lo que el marino aprovechó la oportunidad para quitarle el flequillo del rostro y dirigirle una leve sonrisa.

— Realmente crees que cometí una locura ¿no es verdad? — preguntó Anna devolviéndole una sonrisa.

— Peor de lo que te imaginas— respondió el marino.

— Por lo menos ahora soy libre — dijo Anna quien volvió a dejarse caer en el mar.

— Es momento de secarse, si lo que me dijiste es cierto, entonces tu cuerpo no puede tocar el mar por más de unos minutos, lo mejor será que tengas cuidado — comentó Kristoff mientras la levantaba en sus brazos.

El marinero la dejó en la playa. La arena se sentía extraña sobre su piel, y Anna tenía demasiado frío como para siquiera parpadear. Por segunda vez en el día, Kristoff se quitó su abrigo y lo puso sobre sus hombros, por lo que ella dejó de tiritar en seguida.

— ¿Qué estas haciendo despierto a esta hora? — preguntó Anna.

— Escuché los rumores acerca del barco que se hundió y perdí todo deseo de dormir — comentó Kristoff.

— ¿Cuál barco? — preguntó Anna sorprendida.

— Poco después de que Hans y tu se retiraron de la fiesta, llegaron las noticias: una de las fragatas de las Islas del Sur se hundió en el mar. Sin embargo, todo es un misterio, pues no hubieron tormentas ni nada parecido, los rumores dicen que un espiral surgió del fondo del mar y prácticamente los succionó al interior del océano— le narró Kristoff.

— Es por eso que odió el mar— agregó Kristoff furioso. Anna se sorprendió al escuchar aquello.

— Si es que odias el mar ¿porque eres un marinero? — preguntó la princesa sorprendida.

— No soy marinero porque yo lo quiera— confeso Kristoff molesto— yo tenía una buena vida como recolector de hielo en las montañas, pero un día todo cambió.

La mente de Kristoff comenzó a vagar en aquellos días en los que él no era más que un recolector de hielo. El muchacho nunca se apegó a ningún pueblo en particular, él tan solo hacía su trabajo y vendía lo que recogía en la villa más cercana. Sin embargo, le tenía un especial cariño a Lindsen, una pequeño pueblo en las montañas, y que parecía el sitio perfecto para establecerse. Pero el destino tenía planes muy diferentes para él.

Un día, mientras caminaba por el mercado del pueblo, un pequeño pelotón de soldados lo capturó. Kristoff aún no lograba entender todo lo que sucedió después. El muchacho fue llevado a la cárcel junto con otros seis hombres. Él no los conocía, tan solo sabía que eran otros trabajadores comunes, como él. Se les acusó del secuestro y asesinato de un hijo de un noble local. Con gran desesperación, el recolector vio a cada uno de sus compañeros de celda ser ejecutados, hasta que solo quedaba él. Kristoff había perdido toda esperanza, hasta que una tarde cualquiera, llegó el inspector de policía encargado de la investigación.

— Te he fallado a ti y a tus compañeros — dijo con la garganta seca un hombre un poco mayor que él con cabello negro e impecablemente peinado, y una mirada asertiva que dejaba entrever cuan inteligente era. Kristoff se sintió sobrecogido cuando aquel sujeto lo miró a los ojos.

— Yo sé que ustedes no lo hicieron, estoy seguro de ello — afirmó el sujeto, quien procedió a contarle los pormenores de su teoría mientras encendía un cigarro. Al parecer, el inspector pensaba que todo había sido una fachada para encubrir a los verdaderos culpables.

— El niño era huérfano, si él moría, su tío y sus primos serían los siguientes en la línea de sucesión — siguió el inspector con el mismo tono de voz triste y carrasposo con el que había iniciado la conversación.

— Nadie lo quería vivo, y al tío le fue muy fácil comprar a todos mis superiores para que los culparan a ustedes. Finalmente conseguí una prueba en su contra, pero nadie parece interesado en decir la verdad— afirmó el inspector. Kristoff dejó caer su cabeza, pues ahora no solo tenía la certeza de que moriría, sino que todo era una gigantesca mentira.

— No obstante, conseguí una salida para ti — continuó. — ellos te ofrecen dos posibilidades, o pasas el resto de tu vida en la cárcel, o sirves como marino en la armada por seis meses, después de los que tendrás que dejar el país y no volver. — concluyó. El resto era historia. Kristoff tomó la segunda opción y jamás miró hacía atrás. Lo único que lamentaba era haber perdido al reno que crió desde que era niño.

— A Hans lo conocí hace un par de años, he servido en su flota desde entonces — comentó el muchacho.

Anna se quedó mirando al marinero por un tiempo más, pues mientras él hablaba, parecía que algo se hubiera apagado en su interior. Sus ojos cafés normalmente eran cálidos y amables, pero habían adquirido un toque duro y vacío que solo el odio puro e inalterado podían darle.

— Lamento todo lo que has tenido que pasar — dijo Anna quien sentía que sus palabras se escuchaban vacías e innecesarias ante semejante situación.

— No tienes porque hacerlo — respondió Kristoff.

Por unos momentos, la pareja se quedó en silencio. Anna estaba agradecida por esto, ya que los dos se sentían cómodos el uno con el otro, sin necesidad de palabras innecesarias. Los dos llevaban cargas excesivas sobre los hombros y mutuamente podían entenderse.

— Es hora de volver, no quiero que Hans te vea así, o que piense que lo rechazaste para pasar la noche conmigo, eso solo nos crearía problemas— dijo Kristoff mientras se levantaba.

— Parece que lo odias ¿Por qué lo haces? — preguntó Anna. Kristoff arrugó la frente. Él hubiera querido contarle todo lo que había visto en ese par de años, acerca de la piedad que mostraba cada vez que peleaban en una batalla, o como trataba a las mujeres que tenían la desgracia de fijarse en él, o que no era más que un cerdo ambicioso, justo o como el tipo de hombres que lo habían arruinado su vida. Sin embargo, Kristoff prefirió quedarse en silencio.

— Él no es la persona que tu crees que es — dijo el muchacho.

Anna volvió a su cama, descansó por un par de horas más hasta que el sol salió completamente en el horizonte.

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Anna tuvo la oportunidad de recorrer el palacio al día siguiente. No era tan gigantesco como el de Arandelle, pero era hermoso, en especial la gran escalera que daba directamente al mar. La princesa cruzó por los pasillos hasta que se encontró justo en frente de una pintura que llegaba hasta el techo. La chica no podía creer lo que veían sus ojos, estaba segura de que se trataba de la ciudad submarina en la que ella había crecido.

La princesa no creía que un humano hubiera tenido la posibilidad de darle un vistazo a Arandelle. Normalmente, cada vez que un barco se hundía en el mar, los hombres caían en el agua, y las sirenas comenzaban a cantar una tonada para tranquilizarlos, invitándolos a seguir a su reino. Sin embargo, cuando llegaban a la profundidad tan solo eran cadáveres que flotaban en el mar. Anna no había visto un humano vivo hasta un par de semanas atrás, cuando Elsa decidió abrir las puertas del castillo como parte de la celebración de su coronación, pero eso no impedía que Anna estuviera obsesionada con el mundo exterior.

— ¿Te gusta esa pintura? — preguntó el príncipe quien se acercó a ella y se colocó a su lado.

— Sí, se parece a mi reino — dijo la chica. Hans sonrió ligeramente.

— Eso no es posible. — negó Hans — ese es el reino submarino de las sirenas. La leyenda dice que esa pintura fue hecha por un tritón que se trasformó en humano. ¿tu crees en sirenas, Anna? — preguntó el príncipe mirándola a los ojos.

— Sí, creo en sirenas — respondió la chica.

— Eso imaginé. Los rumores dicen que papá atrapó una pareja de sirenas hace años. Le he preguntado varias veces acerca de esto, pero él no ha querido hablarme. Supongo que es un tema difícil para él — comentó. Anna se estremeció al escuchar aquello. Ella hubiera querido saber que había sido de esa pobre gente del mar que fue capturada, pero no tuvo el valor para preguntarle. En ese momento, Anna sintió que él tomaba sus hombros y le daba un suave beso en la mejilla, justo en donde terminaba la base del cuello.

— Tengo que viajar a la capital, volveré en dos semanas — dijo Hans — ¿me esperarás? — preguntó el príncipe sin retirar sus manos de sus hombros.

— Por su puesto que lo haré — contestó Anna.

— Tal vez podríamos continuar lo que dejamos inconcluso ayer — sugirió el príncipe en tanto tomaba su mandíbula con su mano —tu me gustas mucho, Anna — murmuró. Anna se ruborizó. Ella aún no estaba familiarizada con las costumbres de los humanos, pero si él la quería, no estaba en posición de quejarse pues el príncipe era su última esperanza.

— ¿Me aceptarías entonces, Anna? — preguntó el príncipe tomándole las manos y apretándolas fuertemente a su pecho.

— S-s-si — tartamudeó Anna. Hans sonrió ligeramente, ella aún no comprendía completamente el doble sentido de aquella frase.

— Vuelve pronto, por favor — pidió la princesa quien estaba preocupada, pues si tenía ocho semanas para obtener su acto de amor verdadero, perder tiempo sería desastroso.

— No me tardaré, mi querida Anna — prometió el príncipe.

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— Esto es terrible Kristoff— dijo Anna mientras perseguía al marinero por las caballerizas en tanto este hacía su trabajo.

— Claro que es terrible, te reduce mucho el tiempo, pero Hans ya se fue, no hay nada más que podamos hacer para solucionarlo — respondió Kristoff mientras seguía paleando el heno de los caballos.

— Kristoff — lo llamó Anna mientras observaba una yegua junto al corral.

— ¿Qué? — preguntó Kristoff quien tenía un feo presentimiento.

— ¿Crees que podría montarme en uno de estos? — preguntó — son hermosos, quisiera verlos correr como hacen los humanos. Kristoff se sintió conmovido por su curiosidad. Después de todo, ella estaba allí porque quería conocer ese mundo, y lo único que había logrado hasta el momento era complacer los miserables deseos del príncipe.

— Te propongo algo — comenzó Kristoff — acabaré mi trabajo en este lugar, y te prometo que te llevaré a montar ¿te parece bien? — preguntó.

— ¡Si! — exclamó Anna emocionada.

Mientras que Kristoff terminaba su trabajo, Anna se sentó en el campo al lado de los establos, todo era increíble, los pájaros en el cielo, las hojas de los arboles y la luz del sol. Aún no lograba procesar todo lo que veía a su alrededor.

— ¡Anna! — gritó Kristoff en tanto corría hacía ella. — ¿Aún quieres subir al caballo? Espero que estés lista — preguntó el marinero mientras recobraba el aliento.

— Oh, oh, oh, claro que estoy lista, yo nací más que lista — dijo Anna completamente emocionada.

— Cálmate — la previno Kristoff mientras traía la yegua que Anna había visto. — esta es Casandra, es muy tranquila, así que no correrás peligro cuando estemos montados sobre ella— le advirtió.

Kristoff se subió y la colocó frente a él, mientras le sostenía fuertemente la cadera para evitar que se callera. Sin embargo, la tarea del marino fue más difícil de lo que había planeado inicialmente, ya que la chica no dejaba de moverse y balancearse de un lado a otro cada vez que veía algo que le llamaba la atención, el problema es que absolutamente todo la excitaba.

— ¡Kristoff! ¿qué es eso? — preguntó Anna balanceándose para un lado.

— Un ruiseñor — respondió Kristoff.

— ¿Y eso otro? — insistió mientras apuntaba con el índice y se balanceaba hacía el lado contrario.

— Un conejo — contestó el muchacho mientras dejaba salir una leve sonrisa.

— Eres una sirena muy particular ¿no lo crees? — preguntó el marinero — nunca me hubiera imaginado que una criatura como tu estaría tan emocionada por conocer este mundo — opinó Kristoff.

— Ya no soy una sirena. Además, mi hermana solía decir que era una niñería, que no debía seguir mocionada por el mundo de los humanos. Ella cree que ustedes son unos barbaros — le contó Anna.

— Hablando de tu hermana ¿ no crees que deberías decirle que te encuentras bien? — preguntó — ella debe estar preocupada por ti.

— No lo creo, yo nunca le agradé a Elsa, probablemente está mejor sin mi— dijo Anna. Kristoff no podía creer que a su hermana no le importara ni siquiera un poco que sucedió con ella. Sin embargo, si aquel noble en Lidsen fue capaz de asesinar a su sobrino de ocho años e inculpar siete personas inocentes, no era tan descabellado que la reina Elsa odiara a esta chica.

Aquel paseo no fue el único que compartieron Kristoff y Anna durante aquel tiempo. En realidad, el marino pasó las dos semanas siguientes con ella. Kristoff disfrutaba tener a alguien junto a él que todavía creyera que el mundo era un lugar maravilloso que merecía la pena ser descubierto. Personalmente, él pensaba que cualquier deseo de conocer y entender lo que sucedía a su alrededor se había extinguido gracias a las difíciles circunstancias, lo único que amaba era su trabajo como recolector de hielo y su reno, y ambos habían sido retirados de su vida.

Sin embargo, así como los días de verano eran hermosos y luminosos, las noches eran más oscuras, pues Anna seguía padeciendo aquellos dolores incontrolables en las piernas. Al principio, Kristoff no se había percatado de que esto iba a ser una circunstancia regular, hasta que la encontró durante la cuarta mañana tendida en la playa. La princesa estaba mojada, y sucia por la arena, pero su rostro dormido reflejaba cuanto había sufrido durante la noche.

— Tenemos que hacer algo para curarte, no puedes seguir así — dijo Kristoff mientras la cargaba de vuelta a su habitación.

— No te preocupes, no tendrás que soportarlo por mucho tiempo — respondió la sirena quien tras decir aquellas palabras dejó caer su cabeza sobre su pecho y se quedó dormida.

Desde aquella breve conversación Kristoff entendió que Anna conocía muy bien las consecuencias del hechizo de los trolls, y había aceptado las consecuencias con resignación. Sin embargo, ello no significaba que él lo hubiera hecho. Tras dos semanas de conocerla, el marinero estaba comenzando a pensar cada vez más en la forma de salvarla, pues ella era la primera persona por la que hubiera sentido cariño desde hacía muchísimo tiempo.

Kristoff nunca pensó que se alegraría tanto de ver el bote de Hans llegar al muelle junto a su castillo, el príncipe se veía preocupado, al parecer, los misteriosos accidentes marinos que tenían lugar desde que Anna había aparecido, estaban acabando con sus nervios.

— Papá y mis hermanos están muy preocupados— comentó Hans a Kristoff. Mientras fumaba un cigarro en una de las tantas terrazas cubiertas con enredaderas en las que solía tomar su café durante la tarde — al parecer, los barcos se esfuman en nuestras costas. No hay mal clima, ni eventos parecidos, solo desaparecen, y no dejan ningún sobreviviente — continuó.

— Podría tratarse de un ataque enemigo — sugirió Kristoff tomando un poco de su deliciosa taza. La bebida estaba justo como a él le gustaba: muy amarga.

— No hay reportes de barcos que entren por nuestras fronteras — continuó Hans preocupado. De repente, el príncipe se sacó su cigarro de su boca, y se inclinó hacía Kristoff dirigiéndole una mirada confidente— probablemente creerás que me estoy volviendo loco, pero no vas a creer lo que papá preguntó — comentó Hans dirigiéndole una sonrisa retorcida y nerviosa.

— ¿Qué? — preguntó Kristoff.

— Él quería saber si yo había visto sirenas — murmuró Hans — ¿puedes creerlo? ¡Sirenas! — comentó, en tanto Kristoff permanecía en silencio tratando de que no se notara cuan alarmado estaba.

— La verdad es que él parecía demasiado interesado en Anna. Papá no dejaba de preguntarme acerca de ella, de su voz, su apariencia. — comentó el príncipe — casi pareciera que sospechara que ella es una sirena.

— ¡Eso es una locura! — exclamó el marinero— te lo aseguro, yo ya la conocía desde hace tiempo, ella es una humana común y corriente, como tu y yo — dijo el marinero. Hans se le quedó mirando fijamente, y Kristoff se preocupó por que su tono de voz se hubiera escuchado demasiado alegre y excitado, probablemente, él pensaba que estaba mintiendo.

— Lo sé, ella parece una chica ordinaria. Por su puesto, es linda, pero no hay nada de especial en ella — comentó Hans restándole importancia al asunto. Kristoff frunció el seño al escuchar aquello, se suponía que Hans debía enamorarse de ella, y él tan solo la veía como una distracción más. — Sin embargo, la que verdaderamente me interesa es aquella mujer que nos salvó la vida en aquel accidente, ¿la recuerdas Kristoff? — preguntó el príncipe.

— No recuerdo haber visto a la mujer de la que estás hablando — mintió Kristoff. — creo que debiste tener una alucinación — continuó.

— Y yo creo que tu estás escondiendo algo — dijo Hans inclinándose en su asiento.

— No escondo nada— negó Kristoff quien se sentía más y más nervioso conforme los ojos verdes de Hans lo escudriñaban.

— Eso no es verdad— negó el marinero con firmeza. Hans no contestó, pero tocó la campanilla de la servidumbre, para hacer que una de las mucamas llamara a Anna. Kristoff estaba muy asustado por alguna razón que él mismo no alcanzaba a comprender. Hans no había amenazado a la sirena, pero su instinto le decía que ella necesitaría protección de algo más que el hechizo de los trolls.

Anna debió haber escuchado rumores acerca de la llegada de Hans al castillo, ya que lucía especialmente hermosa en un vestido verde oscuro sin muchas enaguas, y con su cabello adornado con una trenza que iba de lado a lado de su cabeza, mientras que el resto permanecía suelto. Kristoff sintió nauseas al pensar lo que le esperaba cuesta arriba a la princesa. La sirena había puesto su vida en manos del hombre equivocado, no importaba cuanto lo complaciera, Hans jamás sentiría nada verdaderamente fuerte por una persona diferente a él mismo. El príncipe solo amaba una cosa, y esto era el poder.

La vida no era justa, esa era una verdad que Kristoff había aprendido de la mala manera. Pero en aquel momento, no había mayor injusticia que tener que ver a aquella encantadora sirena confiando en un imposible. Aunque de alguna forma, él entendía que había cierta tendencia suicida en las acciones de Anna. Ella parecía saber, muy en el fondo, que todo estaba perdido. Kristoff se negaba a aceptar aquello, y en ese breve momento, mientras la miraba saludar a Hans, él tomó la decisión de que haría lo que fuera para salvarla.

— ¡Anna! — exclamó Hans al verla — te ves muy bien. Creo que te has recuperado maravillosamente del terrible accidente que sufrió tu bote, eso es maravilloso— comentó el príncipe.

— Ven y siéntate junto a nosotros — dijo el príncipe invitándola a unírseles en la mesa en la terraza. Kristoff conocía a la perfección aquella rutina, lo había visto llevarla a cabo una y otra vez mientras que permanecía en silencio como un espectador más. Hans volvió a hacer sonar la campanilla para llamar a un miembro de la servidumbre, pero esta vez pidió algo de tomar, algo más fuerte.

— Es algo temprano para beber ¿no lo crees? — preguntó Kristoff mientras intuía el peligro en el ambiente.

— No es cierto — negó el príncipe dedicándole una sonrisa algo retorcida — pronto se ocultará el sol, por lo que es el momento preciso para hacerlo — comentó mientras levantaba la fina licorera de cristal y los elegantes vasos esmerilados que trajo la mucama.

— ¿Alguna vez has bebido alcohol, Anna? — preguntó el príncipe. Kristoff y Hans intuían la respuesta, pero el marino frunció el seño, ya que sabía que Anna aceptaría su propuesta de inmediato. Aquello era algo desconocido para la sirena, y no se resistiría al encanto de una novedad.

— No — negó la chica rápidamente— ¿podría hacerlo? — preguntó la chica emocionada.

— ¡Claro que puedes! — respondió Hans.

— Espera Anna — interrumpió Kristoff — No es buena idea que lo hagas, ese licor es demasiado fuerte, no lo soportarás— afirmó el muchacho.

— Vamos Kristoff, solo será un vaso, ella no lo sentirá — comentó Hans casualmente — aunque si vas a arruinar la diversión sería mejor que te fueras — añadió el príncipe mientras le dedicaba una mirada cargada de reproche. Kristoff entendió claramente aquella señal. Él normalmente hubiera dejado la habitación sin pensarlo dos veces, sin embargo, esta era una situación peculiar. El marinero no dejaría que le sucediera nada a la sirena, puede que ella estuviera lo suficientemente desesperada para dejar que Hans se saliera con la suya, pero él no lo permitiría.

Anna tomó el primer sorbo con ayuda de Hans quien puso sus manos sobre las de la sirena. Fue más que obvio que a ella no le gustó el sabor del licor, ya que trató de retirar el vaso, pero él no la dejó hacerlo.

— Espera — dijo el príncipe — debes probar un poco más para lograr degustarlo — aseguró mientras empujaba la boca del vaso contra los labios de Anna. Kristoff hubiera querido gritar o detenerlo, pero sabía que si intervenía violentamente, Hans lo sacaría de la habitación y no podría parar todo aquello.

— Buena niña — dijo Hans mientras que finalmente la dejaba poner el vaso a un lado — ¿te gustó? — preguntó el príncipe mientras que Kristoff tan solo deseaba rodear su cuello con ambas manos y estrangularlo.

— No mucho, es amargo— respondió Anna mientras tosía ligeramente.

— El ron es la bebida predilecta de los marineros— comentó Hans encogiéndose de hombros.

— Ciertamente no es la mía — contestó la muchacha, por lo que Hans rió levemente y se acercó a ella descaradamente.

— ¿Te molestaría cantar algo para nosotros? — preguntó Hans mientras tomaba su mandíbula con su mano. En ese momento, Kristoff vio algo que lo preocupó en los ojos de Hans. Este no era el casanova al que estaba acostumbrado, él pretendía algo más.

— No, claro que no — respondió Anna quien negó rápidamente con la cabeza y acercó el vaso nuevamente a sus labios. Kristoff se preocupó ya que ella ya parecía algo desorientada, y Hans no dejaba de poner liquido en su vaso.

— ¿Qué quieres escuchar? — preguntó la princesa.

— No lo sé. Lo mejor sería que tu escogieras la canción — contestó Hans dedicándole una encantadora y falsa sonrisa. Anna rió con un gesto que dejó ver cuán mareada estaba.

— Bien, les cantaré una canción muy popular en donde yo vivía — anunció la chica emocionada antes de terminar su trago de golpe. Anna empezó a cantar en un idioma desconocido. Kristoff se quedó viéndola fijamente. Las leyendas decían que una sirena era capaz de lanzar un poderoso hechizo con su voz, y aquello debía ser cierto, ya que ella tenía la más hermosa que hubiera escuchado. Pero no solo eso, todo en ella era atrayente, desde su largo y brillante cabello rojizo hasta sus alegres e inocentes ojos azules. Él sentía que con el pasar de los días caía más y más en una espiral en la que ella lo puso sin saberlo, y por eso, no le extrañaba que el príncipe la deseara, pues el también lo hacía con gran intensidad.

— Eso fue hermoso— dijo el príncipe aplaudiendo. — y ni siquiera necesitaste de acompañamiento, simplemente maravilloso— comentó. Kristoff no era un hombre de muchas palabras, por lo que tan solo aplaudió brevemente y le dedicó una significativa sonrisa, la que ella respondió con una igual. Anna se sonrojó y volvió a su asiento. Hans procedió a ponerle el vaso en las manos inmediatamente, en tanto lo llenaba hasta el tope.

— ¿Quieres tomar un poco más? —preguntó Hans sin realmente permitirle responder.

— No lo sé, no creo que sea buena idea, me siento mareada — respondió Anna. Kristoff estaba comenzando a impacientarse, no sabía cuando más podría soportar aquello.

— Anna — comenzó Hans apartando el vaso nuevamente — ¿dónde aprendiste esa canción? — preguntó el príncipe mientras retiraba el vaso de las manos de Anna por lo que ella se esforzó por alcanzarlo.

— En mi reino — dijo la chica.

— ¿Dónde queda tu reino? — preguntó Hans quien ahora mostraba una apariencia muy diferente a la del amable y animado príncipe. Su rostro había tomado un tinte frio y algo manipulador que solo utilizaba cuando quería intimidar.

— Muy lejos. Arandelle queda demasiado lejos —se apresuró a responder Kristoff torpemente antes de que ella pudiera decirle un palabra más. Hans lo miró fijamente, pero, pronto su atención volvió hacía Anna.

— ¿Arandelle? — preguntó Hans — es extraño, estoy seguro de que he escuchado ese nombre antes, y si no me equivoco, Kristoff está en lo cierto, queda muy lejos de aquí — comentó el príncipe. El marinero frunció el entrecejo, algo le decía que él era quien había cometido una imprudencia, y no Anna.

— Kristoff siempre está en lo cierto — murmuró Anna torpemente mientras recuperaba su vaso de las manos de Hans y tomaba un gran trago. — él siempre es tan correcto. Es la primera persona a la que le he importado si quiera un poco — dijo mientras le dirigía una cálida sonrisa.

— Estoy seguro de que eso no es cierto — negó el marinero respondiéndole el gesto, y en tanto sentía que Hans alzaba las cejas en su dirección.

— Oh, por lo que veo, él ha sido muy amable contigo— dijo el príncipe. Kristoff sabía que ahora Hans quería sacarle información de otro tipo — por favor princesa, me muero por saber que tan amable ha sido él — comentó. El marinero le dedicó una mirada cargada de resentimiento, ya que no le había gustado la forma sarcástica en la que había dicho esto.

— Bien… — empezó Anna — él me enseñó a montar a caballo, siempre quise hacerlo, también me mostró las aves, y cada vez que me duelen las piernas durante las noches, él me ayuda a salir del mar, o a llegar hasta él — comentó la princesa torpemente mientras deslizaba las palabras con dificultad.

— ¿Te duelen las piernas? — preguntó Hans sorprendido.

— Sí. Todas las noches mis piernas duelen mucho, solo el mar puede aliviarme, y Kristoff me ha ayudado a salir de él — comentó. Tanto Hans como Kristoff quedaron satisfechos con la respuesta, pues bien parecía que el marinero no fuera más que un buen amigo.

— Oh, ya entiendo — asintió Hans contemplativamente. Después, el príncipe tomó el vaso de las manos de Anna y lo puso sobre la mesa frente a ellos. El príncipe le dirigió una mirada a Kristoff. Él sabía que era el momento de irse, y que aquello no era más que una seña para que saliera de la habitación, pero el marino no hizo caso, tan solo se le quedó mirando fijamente mientras que se resistía a pararse de su puesto.

— Kristoff— comenzó Hans — será mejor que te vayas — dijo.

— ¿Qué? ¿por qué? — preguntó Anna alarmada — él no tiene porque irse, es mi amigo — comentó la chica quien volvió a dirigirle una suave sonrisa. Hans tomó sus manos.

— Vamos Anna, ¿acaso no quieres pasar tiempo conmigo? — preguntó Hans. Kristoff se molestó al escuchar aquello, no le gustaba los términos que estaba utilizando el príncipe, pues bien parecía que quería manipularla como lo había hecho toda la noche.

— Si… — murmuró Anna, quien le dirigió una mirada a Kristoff. El marinero no necesitó ver mucho más para entender que ella le pedía que se marchara. Él hubiera querido gritar, oponerse o hacer algo para impedir aquello, pero la verdad lo golpeó como una ráfaga: ella tenía que ganarse el cariño del príncipe si quería sobrevivir.

Kristoff dejó salir un profundo suspiro mientras se ponía de pie. Él odiaba todo aquello, la situación, la maldición de los trolls y al príncipe. Pero, había una sola cosa que no podía detestar, y esa era a Anna. Mientas caminaba hacía la entrada el marino sintió la mirada de la princesa clavada en su nuca. Al tomar el picaporte, Kristoff pidió silenciosamente por el bienestar de la sirena, esto era lo único que le restaba desear para ella.

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— Finalmente solos — dijo Hans al escuchar el sonido de la puerta.

— Si — volvió a asentir la princesa mientras que hacía el vaso de licor hacía un lado. De alguna extraña manera, Anna se sentía más alerta de lo que había estado cuando Kristoff se encontraba en la sala, bien parecía que su instinto tratara de advertirle el peligro en el que se encontraba.

— ¿Me extrañaste? — preguntó Hans mientras que se acercaba a ella sin dejar de sonreírle.

— Por su puesto— contestó Anna algo nerviosa mientras se retiraba de su lado. — es una lástima que no hallamos podido pasar más tiempo juntos— comentó la sirena. De repente, Hans la tomó por los antebrazos y la besó en los labios. Anna dejó que el marcara el ritmo de aquel baile, mientras ella intentaba no interponerse en su camino, ni imponer ninguna clase de resistencia

"Él es tu única oportunidad" se repitió la princesa mentalmente una y otra vez, mientras que sentía las manos de Hans recorrer sus brazos. El príncipe la tomó por la cintura y la subió en su regazo, por lo que Anna siguió sus movimientos casi con obediencia. El sonido del mar llegó a los oídos de la sirena, al principio, se escucho como un suave murmullo que servía de fondo a toda aquella escena, pero conforme Hans bajaba sus labios de su boca a su cuello, se convirtió en un poderoso rugir que clamaba por ella.

Anna levantó la cabeza para observar el vaivén de las olas por encima de las setas de flores que rodeaban la terraza, mientras que Hans parecía estar demasiado ocupado en su escote para si quiera notar la falta de interés de su pareja. El mar ejerció un poderoso hechizo en la princesa, quien no podía desprender su atención de él. Hasta el momento, ella no había extrañado su antiguo hogar, pero al recordar la caricia marina, y el brillo de las luces submarinas de Arandelle, el corazón de Anna se contrajo.

Un par de ojos azules brillaron en el recuerdo de Anna. Ella se preguntaba si Elsa la extrañaría o siquiera se habría dado cuenta de su desaparición. Desafortunadamente, la princesa sabía que la respuesta era negativa, pues siempre fue muy claro lo que la reina sentía por ella, y aún así, Anna no podía hacer otra cosa más que quererla y desear lo mejor para ella . En aquel momento, la sirena se asustó y dejó salir un leve grito al sentir que Hans volvía a levantar su falda.

Anna no apreciaba que nadie la tocara sin su permiso, ni siquiera cuando vivía en el fondo del mar. Sin embargo, ella sabía que era completamente necesario, no había ninguna salida, tendría que soportar aquello por un breve instante, y después, ella podría quedarse para siempre con la forma de una humana, y disfrutar de aquel nuevo mundo con el que siempre sonó.

La princesa se repitió aquello una y otra vez mientras que Hans la colocaba sobre el tapizado del sofá y se ubicaba sobre ella. Anna trató de captar la mirada del príncipe, pero él estaba tan ocupado en su propias sensaciones que ni siquiera le puso atención. Nuevamente, la misma presión en el pecho que había sentido dos semanas atrás, volvió a atacarla. Ella no podía respirar, y aquello empeoró cuando sintió su mano deshaciendo los broches en la parte de atrás del vestido.

— Hans… — llamó una voz en la puerta.

— Hans… — repitió al no escuchar respuesta. Anna agudizó el oído. Ella estaba segura de que se trataba de Kristoff quien esperaba en el exterior. La princesa puso sus manos en los hombros de Hans e hizo presión para que se apartara de ella.

— ¿Qué sucede? — le preguntó Hans a Anna, quien se encontraba molesto, a juzgar por la forma en que la miraba. Por un momento, la expresión del príncipe la asustó, ya que nunca había visto aquella faceta tan agresiva de Hans.

— T-Te están llamando en la puerta — respondió Anna tartamudeando ligeramente. Hans asintió, como si reconociera que ella tenía la razón. El príncipe se puso de pie y caminó hasta la entrada.

— ¿Qué es lo que quieres? — le dijo Hans a Kristoff, mientras fruncía el entrecejo y apretaba los labios.

— Llegaron noticias del mar, otro barco se ha hundido — dijo Kristoff con una expresión tan dura como indescifrable. Anna siempre se había sentido intrigada por este aspecto de la personalidad del marinero, él podía ser tan gentil como amenazador. Ella no quería llegar a imaginarse que pasaría si lo llegase a ver iracundo.

— Esto se está saliendo de control — dijo Hans quien regresó a la terraza, tomó su chaqueta y salió de la sala sin siquiera dedicarle una segunda mirada a Anna. Mientras tanto, ella comenzó a acomodar el corpiño de su vestido y su despeinado cabello, la sirena sabía que pronto comenzarían sus dolores así que deseaba acercase al mar lo más posible.

En aquel momento, el sonido de unas pesadas botas sobre el mármol de la terraza llamarón la atención de Anna, se trataba de Kristoff. La princesa pensó que el marinero se iría tras Hans, pero se había equivocado, ya que se hallaba mirándola desde la entrada con una expresión indescifrable, pero ligeramente más suave de la que le había dirigido al príncipe.

— ¿Lo obtuviste? — preguntó — tu acto de amor verdadero — precisó con la garganta seca y la voz ahogada.

— No — respondió Anna mientras terminaba de aplanar su cabello antes de ponerse de pie — ¿Y quieres que te diga una locura? — preguntó la chica quien se mordió ligeramente el labio inferior luego de hacer la pregunta.

— Adelante — respondió Kristoff.

— Creo que es mejor así — concluyó Anna. Kristoff tomó una gran bocanada de aire al escuchar aquello. La verdad es que el marinero no sabía como debía reaccionar, una parte suya deseaba sacudirla fuertemente por los hombros mientras le hacía entender a aquella niña inconsciente que moriría si no accedía a los deseos del príncipe. Pero, su otro yo se sentía completamente aliviado, y agradecido por que ella no estuviera segura de sus sentimientos hacía Hans. Kristoff se odió a sí mismo por pensar aquello.

— No es mejor así — negó Kristoff sin convicción — Hans es la solución a tus problemas — afirmó.

— ¿Realmente lo es? — preguntó Anna quien lo miraba a los ojos sin ninguna vergüenza — ¿realmente aquello puede llamarse un acto de amor verdadero cuando yo no lo deseo? — preguntó la princesa como si genuinamente esperara una respuesta útil y honesta por parte de Kristoff, el problema era que el marinero no podía dársela.

— Yo… — empezó el muchacho — no lo creo — concluyó Kristoff frustrado, ya que aquello hacía su trabajo más difícil. Kristoff se enfureció, pues ella se comportaba como si no deseara ser salvada, y esto lo llenaba de ira. Anna se dio media vuelta mientras caminaba al extremo de la terraza y se asomaba por encima de las macetas de flores, sin quitar su vista del mar que se escondía en la oscuridad.

— Una vez, hace tiempo, escuché que a veces las sirenas al morir pueden llegar a convertirse en una especie de espíritus del viento que vagan sin rumbo fijo. Esa sería una buena manera de conocer todo el mundo ¿no lo crees Kristoff? — preguntó Anna dándole la espalda, y con los brazos cruzados.

Kristoff no podía creer que ella dijera todo aquello con tal tranquilidad, y nuevamente, el deseo por sacudirla hasta que entrara en razón lo invadió. Cómo se atrevía aquella sirena a entrar en su vida y hacerlo sentir tantas cosas por ella, y estar dispuesta a abandonar todo tan fácilmente.

— ¿Realmente deseas desperdiciar la oportunidad de sobrevivir? — preguntó Kristoff mientras sentía que una ira roja y cruda se formaba en su pecho. — no parecías del tipo de personas que se dan por vencidas.

— No lo soy — aseguró Anna — si lo fuera, hubiera abandonado mi sueño de conocer el mundo exterior. Aunque, tal vez, debo reconocer que tomé una decisión algo apresurada — comentó la princesa quien lo miró por encima del hombro con una melancólica sonrisa.

— Anna… — murmuró Kristoff. Por un breve momento, el marino se sintió tentado a preguntarle si no habría alguna de posibilidad de que él lograra hacer el acto de amor verdadero que necesitaba, pero rápidamente se negó a aquella posibilidad. Él sabía que ella jamás podría amarlo.

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A la luz de la luna, cuando todos se hallaban dormidos — incluso el marino en el timón —ella se sentó al lado del borde de la nave miró hacía abajo el agua clara, y le pareció ver el castillo de su padre. En la parte más alta, estaba su abuela con su corona gris sobre su cabeza observando los fuertes corrientes bajo la nave. Luego, sus hermanas vinieron a la superficie del agua y tristemente agitaron sus blancas manos. Ella las saludó con la mano, les sonrió y les iba a decir que todo estaba bien, que ella era feliz, pero el barco del muchacho se acercó y sus hermanas nadaron hacía el fondo, entonces ella pensó que el blanco que había visto era tan solo espuma en el mar.

La Sirenita – Hans Christian Andersen.

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los tres primeros barcos habían sido un accidente. Elsa jamás quiso que las acontecimientos tuvieran semejante curso. La reina estaba completamente pasmada por la forma en que se estaban saliendo de control sus poderes, y lo peor de todo, es que la única persona capaz de mantener su cordura en medio de todo aquel desastre se había ido para no regresar.

Desde pequeña, Elsa heredó un extraño don que había corrido por la sangre de su familia durante generaciones. La reina caminó hasta una gigantesca estatua dorada que se encontraba situada en el centro del jardín interior de su castillo. El personaje era el famoso rey Tritón, el primero y el más importante monarca del reino de Arandelle. Las leyendas decían que él tenía el poder para estremecer los mares y hundir flotas enteras si así lo deseaba. Otros reyes habían tenido su poder, pero nunca de la forma en la que lo hacía Elsa.

La reina a menudo se sentía indefensa ante el peso de sus propias habilidades, como si no hubiera nada más dañino para su persona que ella misma, pero sabía que si las usaba con cuidado y astucia podría tener a su hermana de vuelta sana y salva. Era por ello, que los dos siguientes barcos no fueron un accidente, pues no solo quería enviar un mensaje a los humanos que podrían tener a Anna en su poder, sino que también serviría de precio para activar la magia para encontrarla.

Elsa no se enorgullecía de su decisión, pero una parte perversa de su alma clamaba por venganza y esta la manera adecuada para obtenerla. Mucho tiempo atrás, cuando la reina no sabía que era el odio o el rencor, sus padres aún vivían entre ellos. Un día, ellos dejaron el palacio en un viaje a uno de los lejanos reinos submarinos del Sur. Sin embargo, pasó un mes sin que ellos regresaran.

Elsa no sabía que hacer ni a donde ir, hasta que recordó una visita que hizo durante su niñez con sus padres a la región de los grandes abismos, en donde vivían los trolls marinos, con el fin de encontrar una forma para manejar adecuadamente sus poderes. La reina nadó completamente sola a mitad de la noche, hasta que llegó a las tenebrosas cavernas. Los trolls aceptaron ayudarla a encontrar al rey y la reina pero les pidieron un precio a cambio : carne humana.

Los Trolls se alimentaban de muchas cosas, pero su comida predilecta era la carne humana. Elsa había escuchado antiguas leyendas acerca de trolls que vivían en el mundo exterior y que solían atacar a los viajeros, esperándolos escondidos debajo de unas construcciones que ellos llamaban "puentes". La reina les dio lo que ellos querían con mucha dificultad, ya que los humanos no habían hecho nada en contra de ella o de sus súbditos. Sin embargo, era necesario si deseaba recuperar a sus padres.

Elsa formó un gigantesco remolino en el exterior, que se encargó de succionar la estructura de madera, así como todos los pobres inocentes que viajaban allí. La reina aún podía ver claramente a los sujetos caer en el mar, mientras ella cantaba su canción para atraerlos a las profundidades y que murieran en el camino. Al ver las tétricas marionetas que flotaban a su alrededor, Elsa nadó de vuelta a la caverna de los trolls, les aseguró que ella había cumplido su precio y esperó el conjuro que le mostraría donde se encontraban sus padres.

Una gigantesca burbuja surgió del centro de la caverna circular en la que vivían aquellas criaturas, mientras que el más anciano de todos le murmuraba : — no puedo asegurar que te guste lo que vas a ver, princesa.

Elsa permaneció en silencio, no importaba que lo que le mostrara la burbuja fuera lo más horrible del mundo, pues todo era mejor que vivir en la incertidumbre por siempre, sin saber si sus padres se encontraban muertos o sufriendo en algún lugar. La burbuja le enseñó el camino hacía un reino que se encontraba al lado del mar. Los ojos de la chica se dilataron al contemplar la horrible visión ante sus ojos: sus padres se encontraban en el mundo exterior, pero se hallaban inconscientes en una especie de mesa, mientras que un hombre que parecía ser de su misma edad, los examinaba cuidadosamente.

— ¿Quién es él? — preguntó Elsa con ira contenida, mientras que sentía que las manos le temblaban por el continuo deseo de estrangular a este miserable sujeto.

— El Rey de las Islas del Sur — respondió el anciano troll. Elsa repitió el titulo en su cabeza una y otra vez, como si se tratara de una especie de mantra, mientras que pensaba en una forma de rescatar a sus padres. De repente la princesa se percató de un detalle.

— Están muertos — susurró para sí. — están muertos— Elsa miró la burbuja por un par de minutos sin acabar de entender completamente lo que pasaba en su interior.

Elsa ya sabía todo lo que necesitaba, por lo que volvió a su castillo y pasó toda la noche en vela mientras daba vueltas en torno al salón del trono. La reina quería hallar una manera de vengarse. Su mente contempló muchas ideas, desde maremotos hasta gigantescos oleajes que succionaran aquel reino hasta el fondo del mar, de donde aquel sujeto no podría salir nunca. Sin embargo, una suave vocecita interrumpió sus pensamientos.

— Elsa — llamó Anna quien se encontraba al otro lado de la puerta.

— Ahora no, Anna — dijo la reina quien sabía que si la dejaba entrar se derrumbaría frente a ella, y no podía darse el lujo de hacer aquello.

— Elsa… lamento molestarte, pero los guardias me dijeron que habías salido a buscar a nuestros padres y yo…

— ¡Largo! — gritó Elsa quien sentía su voz quebrarse y su respiración dificultarse. Ella no se sentía completamente fuerte para revelarle a su hermana su descubrimiento. Ella tan solo era una niña, y aunque Anna había tenido que llevar por sí sola muchos compromisos diplomáticos como consecuencia de la muerte de sus padres, no sabía como reaccionaría ante semejante noticia. El rey y la reina de Arandelle no solo estaban muertos, sino que eran el blanco de los experimentos y estudios de uno de esos barbaros sin aleta ni corazón.

La reina sabía que sus poderes eran peligrosos, no había más que horror en ellos, y era indispensable proteger a su hermana, pues ya la había lastimado una vez y no dejaría que volviera a pasar. En ese momento, Elsa tomó la decisión de callar y nunca dejarle saber la verdad a Anna.

Tres años después, la reina sabía que era hora de volver a visitar a los trolls. Elsa nadó a la profunda zona de los abismos y entró a la misma caverna. La escena era desafortunadamente familiar, y el precio igual. La chica lo pagó gustosa, pues ya no sentía ni una pizca de remordimiento, lo que menos necesitaba el mundo era más de aquellos barbaros. La burbuja volvió a aparecer. Elsa se sintió palidecer cuando se encontró exactamente con el mismo castillo en el que encontró a sus padres. Sin embargo, aquel sentimiento de furia desapareció al ver a Anna hablando con un humano de cabello rubio.

— ¡Piernas! — exclamó Elsa asustada y furiosa —¿por qué tiene piernas? — preguntó horrorizada.

— Reina Elsa — empezó el Gran Pabbie en un tono casi paternal — es momento que te revele la verdad.

Elsa estaba lívida, no podía creer lo que escuchaban sus oídos. Una parte suya quería castigar a Anna, obligarla a regresar al mar y nunca más dejarla salir del castillo. Pero la otra sabía perfectamente que aquello era más grave que una simple travesura infantil. Ella estaba metida en un problema del que nunca podría salir, pues, o se quedaba como humana o moría. Elsa se llevó las manos a la boca y reprimió un grito de dolor. Tenía que sacarla de aquel embrollo a como diera lugar.

— Díganme en donde está — ordenó la reina con una voz dura como el acero.


Hola a todos, lamento la tardanza, pero la semana pasada me dediqué a otro de mis fics, ya regresé al trabajo así que apenas me queda tiempo para escribir una sola cosa por semana, ni siquiera he podido mirar mucho fanfiction últimamente. Muchas gracias a todos por sus comentarios y sus suscripciones, nos leemos después. Adiós :D