ESTARÁS SIEMPRE A MI LADO

Por

Nimirie Eryn Lasgaleneo

Esta historia participa en el Baker Slash Fest 2015

Prompt #22


PRÓLOGO

El olor de su hermana cambió repentinamente y los siguientes días se volvieron caóticos, ella gritaba de una manera horrenda y él no podía hacer otra cosa que taparse los oídos y cantar en voz baja una canción que lo ayudara a olvidar lo que estaba sucediendo.

Después de esos días su hermana salió de su habitación renovada, se le veía cansada, exhausta y le costó trabajo cargarlo para sostenerlo entre sus brazos. Pero era una nueva persona, el brillo de sus ojos lo mostraba, casi podía sentir el orgullo que de ella manaba.

Los mensajes llegaron en cuestión de semanas, el primero había sido Trevor, por supuesto, era el que estaba más cercano en su enclave de Bavaria. Hablaba de todo lo que podía ofrecer a la familia, porque era bien sabido que pese a ser de una larga tradición de omegas de raza pura, esta era prácticamente la última oportunidad.

Se suponía que deberían tener diez o quince omegas para repartir entre las principales familias, los cuales regresarían a una omega a la familia para reproducirse de nuevo y elegir a los que serían los omega principales de la siguiente generación. Omega con omega, era un proceso complicado pero una omega pura podía lograrlo y omega masculino si estaba bien dotado producía la suficiente semilla para asegurar la reproducción.

Sin embargo, los omega que habían nacido antes de ella habían muerto. Tres hermanas mayores enfermas antes de cumplir quince años, Harriet pensaba que estaba condenada y sin embargo sobrevivió lo suficiente como para presentarse como tal. Después, tres hermanas menores muertas antes de los diez años, dos hermanos menores muertos para los seis años y al final, John. Que hubiera superado los tres años era ya una maravilla y ahora tenía cinco y ella, veintidós años.

La edad en la que un omega puro tenía su primer celo.

La segunda carta traída por un mensajero que casi había muerto en el camino cuando un vampiro intentó capturarlo, fue más prometedora. El alfa ya había entrado en madurez y estaba en pleno control de su clan desde siete años atrás, muy diferente en su situación a lo que era el clan Trevor donde el alfa que esperaba unirse a Harriet había pasado su primer celo el año anterior y era su padre quien controlaba al clan.

Sus padres tomaron la decisión fácilmente, Harriet sería llevada a Italia para unirse con el alfa del clan Morstan. El mensajero fue despachado con rapidez y en menos de dos lunas había regresado acompañado de veinte alfas y un pequeño ejército de cincuenta betas. La familia entera se mudaría a Venecia y ahí, cuando recibieran la primera omega fruto de la unión de Harriet y Morstan, podrían unirla con John.

Tenían fe en John, él engendraría una camada de omegas y podrían hacer renacer el poder de los lobos. Confiaban aun más en Harriet, ella le daría muchos hijos a Morstan y así podrían unir a todos en un solo clan.

John estaba asustado, jamás había dejado sus tierras, vivían lo suficientemente alejados de todos como para no ser molestados, sin embargo, durante el viaje tendrían que pasar por terrenos más habitados. Sus padres sabían de los Holmes, hubieran sido unos tontos de no hacerlo, pero no creyeron que se lanzarían sobre ellos de esa manera.

Era la primera vez que se enfrentaban a un vampiro, aunque llegaron siendo más de cien. Trataron de defenderlos pero eran simples omega, por más puros que fueran, jamás habían tenido que usar su fuerza de manera violenta. Sus padres murieron en las manos del padre de los vampiros, ese que clamaba ser más viejo que nadie más. Era un ser terrible, su piel blanca refulgía con la luna en cuarto menguante, un día aciago para viajar.

Harriet protegió a John todo lo que pudo, pero el vampiro que la atacó se sintió tan feliz de encontrar resistencia en ella que la mató vilmente, desgarrando su garganta y bebiendo su sangre de tal manera que parecía que quería dejarla sin una sola gota.

El vampiro era hermoso.

Los demás tenían cierta belleza pero todo su ser se deformaba con la transformación, sus rostros dejaban de ser perfectos y se veían aterradores, no pudo evitar temblar al observarlos. Pero él, era diferente, no podía ser más evidente que entre todos los demás, destacaba. El brillo sobrenatural de sus ojos, los tonos rojizos que se observan en sus irises, el blanco de su piel, los colmillos que rasgaban el cuello de su hermana, todo se le antojó perfecto.

Pero no lo era, había asesinado a su familia, no sólo él, pero era como si lo hubiera hecho. Sin embargo, no le importaba. El olor que de él emanaba le hacía sentir tranquilidad, le hacía pensar que todo estaría bien.

Pensó que lo mataría también, en vez de eso se quedó mirándolo como si no entendiera qué era él. Se acercó despacio, parecía temer asustarlo, tomó su rostro con su palma y él se recargó en ella. No le pareció extraño sentir que estaba frío, más bien helado y la palma carecía de suavidad, era casi como ser sostenido por una piedra.

Los vampiros no se parecen a los lobos, pese a que son de igual manera seres de la noche. Ellos pueden ser eternos mientras que la mortalidad del lobo lo hacía más cercano a los humanos. Sin embargo, aunque lo habían enseñado a temer al vampiro, a huir de él, aquella primera vez frente a uno, después de que todos los alfas, betas y omegas a su alrededor murieran, supo que su vida estaría ligada a la de ese ser de ojos encantadores.

Lo tomó en sus brazos como si no pesara y tuvo una discusión con el vampiro más antiguo en un idioma que no comprendía, parecía que el dejarlo con vida no había complacido a los suyos pero se empecinó de tal manera que no les quedó de otras más que permitirle llevarlo a su hogar. La mansión, como le dijo desde ese día en adelante, se volvió su hogar, su habitación, el lugar más querido de todos.

Atrás quedaron Harriet y sus padres y la promesa de ir a vivir a Italia con el alfa que se uniría a ella. Su vida antes de conocer a quien se hacía llamar Sherlock Holmes era un borrón carente de toda lógica. Nunca en todos los años a su lado se preguntaría por la razón por la cual se había vuelto tan leal con el asesino de su familia.

Porque era el amor de su vida. De eso no le quedaba ninguna duda, aunque tuviera cinco años cuando lo conoció. Así eran también los lobos, cuando conocían a su pareja perfecta, tuvieran la edad que tuvieran, podían reconocerla. Nunca se lo dijo, porque sabía que él no lo entendería, no era un lobo, no tendría ninguna lógica.

Y así fue como pasaron diecisiete años.