HOLA, HOLA... ¿les está gustando la historia? Gracias a todas las personas que leen, anónima o presencialmente (dejando reviews).


Stear, como gustaba que le llamaran al sargento Kath, no paraba en su intento de llamar su atención. Los pocos ratos libres que tenía Flammy, solía dedicarlos a redactar notas y a planificar cosas relativas al hospital. Se sentaba en su escritorio, y en medio del silencio y la paz que tanto le gustaban, escribía sin parar una bitácora de su jornada diaria. Esos momentos de solaz terminaron con aquel impertinente joven; tan extrañamente parecido a la odiosa rubia White. Ambos eran sociables, caóticos, afables, optimistas, confiados; y compartían la misma exasperante obsesión por hacer amistad con ella.

La tónica de hablar él sin parar, y ella escribir sin hacerle ningún caso, se rompió el día 11. Ese día, el telegrama que todo el mundo llevaba más de cuatro años esperando.

LA GUERRE EST FINIE

LA GUERRA HA TERMINADO

,-


CAPÍTULO 2

Se oyeron gritos de júbilo hasta en el ala norte, donde estaban los heridos más graves. Flammy, que estaba concentrada escribiendo notas después de haber traído la bandeja de comida a Stear; y habiendo comido ella una sencilla sopa con pan, se alarmó con los alaridos que se escuchaban con cada vez más fuerza.

Temiéndose lo peor, quizás un ataque de la infantería alemana, salió al pasillo, y lo que encontró fue la algarabía de todo el mundo.

-¡Madame Hamilton, la guerre est finie! ¡La guerra ha terminado! -vociferó un emocionado Yves Duchesne.

Y otro milagro ocurrió en ese momento: Flammy Hamilton, la chica más seria en cien kilómetros a la redonda, mostró una radiante sonrisa. Pero no sólo el doctor tuvo el privilegio de disfrutarla, Stear también la vio... y le devolvió la sonrisa.

-¡Esto hay que celebrarlo! -anunciaba un exultante Duchesne -¡Al comedor, habrá vino para todos!

Sin embargo, Flammy regresó a su habitación, y se echó a llorar; por el estrés liberado, por Peter, por tantos muertos y heridos que ha visto, por ella misma, por Stear. El joven se quedó quieto en el quicio de la puerta, la cerró con lentitud y se dirigió hacia la chica.

-Tú... tú... vete... -ordenó balbuceando una orgullosa Flammy.

-Ah, no... no me iré. Tienes que entender que no tiene nada de malo que te expreses. No te haré daño porque rías, ni me burlaré de ti porque llores. Al contrario, para mí son preciosos esos gestos tuyos. Eres una mujer fuerte, sí, pero también sientes como todo el mundo. ¡Déjalo fluir, Frances Mae!

La cara de Flammy se puso roja como un tomate.

-¿C...cómo diantres sabes mi nombre real?

-Es fácil, aquí -señala el buró al lado de la cama -tienes una foto de tu boda. Atrás viene escrito tu nombre y el de tu marido. Bonita caligrafía.

Y ahora, la joven palideció. Sin explicárselo, se sintió mal de que Stear hubiese visto cada noche aquella fotografía. Pero no iba a permitir que él lo supiera, así que sin pensarlo, arrojó al joven su gorra de enfermera. Él no se enfadó, al contrario, lo tomó como un juego, y tiró de ella hacia la cama. Rodaron varias veces, forcejeando entre las risas de él, hasta que se dieron cuenta de que ella estaba encima de él, mientras el joven había posado sus manos en el trasero de la chica. Se quedaron mirando un rato, y aunque él intentó besarla, ella se levantó con rapidez y salió de la habitación.

No se volvieron a ver hasta horas después. Flammy se había ido al ala norte, buscando privacidad y una excusa para no unirse a la celebración. Odia el alcohol, por culpa de sus padres. A su vez, Stear había planeado ir a buscarla, pero a cada paso que daba, alguien le hacía charla o brindaba con él. Con toda la calma del mundo, volvió al dormitorio. Se dio un baño relajante, se puso un uniforme limpio, y tras encender un quinqué, tomó un libro para ponerse a leer. Pero no dejaba de preocuparle el paciente a su custodia, por lo que unos minutos después fue a buscarlo.

Y la noche se iluminó para el piloto cuando la vio entrar, aunque para su mala suerte, estaba abrazado de dos guapas enfermeras.

-¡Será imbécil! -masculló Flammy, con un enfado impropio hasta de ella misma.

La enfermera de gafas no se dio cuenta de que Stear, aunque sostenía una botella de vino, estaba prácticamente sobrio. Simplemente tiró de su brazo, y lo sacó de entre el barullo. Casi lo arrastró por el pasillo. Cuando llegaron al dormitorio, lo tiró en la cama y le arrebató la botella.

-¡Nunca pensé que a la primera oportunidad, te pondrías ciego de alcohol!

-Hey, yo no estoy ebrio...

-¿Ah no? ¿Y ésto? -agita la botella de vino tinto, derramando parte de su contenido, que le mancha el uniforme, aunque por el enfado no le da importancia. Porque no era el alcohol, sino los celos, lo que la tenían en ese estado de ira descontrolada.

-P...pues... no sé, me la dieron... de verdad, ¡no estoy borracho! ¡Mira!

Con toda la inocencia del mundo, se levanta y acerca a ella para soplarle a la cara.

Pero a pocos centímetros de la boca de Flammy, cambia de idea, y la besa apasionadamente.

La joven intenta arañarlo, pegarle, tirarle del pelo; pero lo único que puede hacer, es afianzarse en sus sólidos brazos y dejarse llevar.

-Flammy... -Stear le besó la boca lentamente, luego, soltando el cabello de la chica, aspiró su dulce aroma a mujer. El deseo se le desbocó, manifestándose claramente en los pantalones, con un bulto que iba creciendo con rapidez, y rozaba rítmicamente el vientre femenino.

Ella tampoco permaneció indiferente al beso. Stear sabía a vino del bueno, y a hombre del mejor.

La enfermera, alarmada, se soltó del piloto y le dio la espalda, apoyándose en la pared.

-¿Pero quién te crees que eres?

Alistair no contestó nada, simplemente la apretó contra sí, besándole tiernamente la nuca, aspirando su olor a mujer limpia y sensual; murmurando palabras que ella no entendía, pero en un tono que la calmaban y excitaban al mismo tiempo.

Casi sin darse cuenta, Flammy notó que tenía el pecho a medio descubrir, y que las grandes manos de Stear luchaban contra el estúpido fondo y el sencillo corsé sin varillas, que usaban las mujeres pobres de la época. Ella se sentía caliente, dispuesta, esponjada; totalmente perdida en las caricias de ese joven.

Unas gotas de sudor perlaron la frente de ambos y, el aire se enrareció. Flammy dio un respingo al notar que se le nublaba la vista, casi al mismo tiempo que Alistair comenzó a acariciarle el trasero.

Flammy se asustó mucho al notar que iba perdiendo nitidez en la visión.

«¿Pero qué carajos...?» pensó alarmada, y luego soltó una risa gutural cuando lo comprendió. No se estaba quedando ciega por el placer, sino que habían encendido la calefacción en el hospital y, aunado a la calor entre esos dos cuerpos que había en el dormitorio, las gafas se les habían empañado.

Su risa se transformó en un hondo gemido, cuando unos dedos invasores la tocaron donde sólo su marido lo había hecho antes.

-¿Estás mojada por mí, Flammy?

-¡Sí, Stear! -¿Para qué negarlo, si escurría y temblaba por su toque? Además, el pulgar de Stear comenzó a juguetear con el diminuto brote femenino, haciéndola arquearse de placer. Y el ex-piloto sólo dejó un momento esa zona, para apoyarse en la pared y tocarle aquellos pechos que lo habían tentado desde que los vio.

-Por favor, cariño, déjame entrar... para... yo... -Stear no sabía cómo controlar a la fiera que había despertado. Flammy giró el cuello y le besó con ansiedad, frotándose desesperadamente contra él, tocándose a sí misma, como si lo urgiera a tomarla. Y eso es lo que él iba a hacer, aunque le se fuera la vida en ello.

Por fin, el joven encontró la manera de aplacarla un poco, lo suficiente para apoyarla inclinada contra la pared, abrirle las piernas, y comenzar a entrar en ella. Flammy quiso ¿detenerlo? ¿ayudarlo? Nunca lo supo, sólo pudo sentir que metía la mano donde Stear trataba de abrirse paso, y le guió hacia sus húmedas y estrechas profundidades.

-¡Stear! -Caramba, con los ojos muy abiertos notó que él era grande; que la llenaba por completo, y no supo si alegrarse o alarmarse.

Uno, dos envites, una corrección de postura, y Flammy ya no pudo pensar más. Le hacía falta sentir aquello, santo Dios, aun en su correcto matrimonio con Peter, intuyó que había algo más allá de unas caricias contenidas, pautadas por las rígidas normas de decoro de la época.

«Pero este joven, ese amigo de la rubia escandalosa...» No podía entender con claridad. La necesidad de ambos era más fuerte que cualquier norma social. Había cinco mil motivos para negarle su cuerpo a Stear, pero no lograba recordar ninguno. Su mente estaba en una espesa nube de lascivia, más atenta a sentir cómo las manos de Stear amasaban su cuerpo como una ardiente arcilla; que en cualquier norma social o impedimento a hacerlo.

-Tu piel es tan suave... -murmuraba Stear, con los labios pegados a la nuca femenina, que ha recibido multitud de delicados besos.

Flammy no respondía con palabras, pero su cuerpo vibraba de emoción y placer, que compartió generosamente con Stear. Se movió con una cadencia que enloqueció a Stear, y éste a su vez enervó aun más los sentidos de la chica; pues le seguía el ritmo y compás con sus poderosas embestidas.

Él no sabe quién es realmente. No recuerda haber conocido a Flammy en Chicago; ni siquiera recuerda que él mismo es de aquella ciudad. Simplemente son una viuda y un -presumiblemente- soltero, que satisfacen sus mutuas necesidades.

-Por favor... -gime Flammy, sin saber siquiera qué pide. Un excitado Stear juguetea un poco con su femeinidad; y pregunta travieso.

-¿Por favor, qué, hermosa? ¿Que pare? -y se detiene un momento justo a la entrada de ella.

-¡No! -Flammy por poco grita de necesidad, y moviendo los músculos internos, intenta absorber más de Stear.

-¿No q...qué? -casi aúlla Stear, rebasado por el placer.

-No... pares... -gimotea la enfermera.

-¡A sus órdenes, madame!

Y tomándola fuerte por las caderas, arremete en unas embestidas aceleradas que cortan la respiración de ambos.

Al sentirla apretándole más, ordeñándole, con su liberación de hembra ya inminente; Stear se deja ir y se pierde en ese tibio rincón. Apretando los dientes, le ofrece hasta la última gota de su esencia de hombre, entre los jadeos y caricias de ambos.

Un rato después, apenas se recomponen, y Stear cae en la cuenta de que no ha tomado precaución alguna con ella. Le mira la zona entre las piernas, preocupado.

-No te mortifiques, Stear -dijo ella, al tiempo que sentía cómo la simiente del joven humedecía sus muslos, escurriendo de su interior -no son los días adecuados del mes.

«Creo que no me quedaré embarazada de ti... por desgracia»

Él sonrió satisfecho, la abrazó con fuerza y se acostó con ella en la misma cama para compartir mantas, calor y besos.

Stear notó desde el primer momento que Flammy sabía lo que era estar con un hombre, y que le gustaba mucho. También sabía que era viuda, aunque nunca más le sacó el tema para no ser desconsiderado. Pero lo que no sabía es que para la enfermera, una cosa era cumplir dócilmente con el débito conyugal, que no estaba mal; y otra muy distinta era desmandarse en los brazos de un joven y vigoroso amante.

Para Alistair Kath ella no era la dura enfermera, sino simplemente una mujer que ardía con y por él. Stear la hacía suya con el ímpetu de un hombre que sabe que la vida puede acabar en cualquier momento, y ella recibía con furor la pasión de aquel hombre. No necesitaba de él más que su vigor masculino, o eso creía ella.

,-


Los encuentros se sucedieron discretamente, uno tras otro, siempre en el dormitorio de la chica. Más de una vez estuvieron a punto de ser pillados. Como aquella mañana en que, después de hacer el amor un buen rato, se quedaron dormidos abrazados, y alguien tocó a la puerta.

-¡Madame Hamilton! ¿Madame, m'ecoutez-vous?

Flammy despertó sobresaltada, tartamudeando.

-L..lou...ise, ya voy... ¡espera un momento! -balbuceaba buscando desesperadamente su camisón, que encontró tirado en el suelo, del lado de Stear.

-Madame, ¿se encuentra bien? -decía la enfermera francesa al otro lado de la puerta. Afortunadamente, Flammy siempre cerraba con llave su habitación.

-Sí, sí, creo que algo no me sentó bien anoche... vete con las demás chicas, ya las alcanzaré.

Y diciendo esto, se levantó a trompicones de la cama; enredándose en las sábanas revueltas. En su nerviosismo, olvidó por unos segundos que Stear dormía con ella y, tirando de la sábana que se le había enredado en las pantorrillas; hizo que el joven cayera de lleno en el suelo y gruñera disgustado por ser sacado del sueño y adolorido del golpe.

-¡Cállate, idiota!-masculla Flammy, que sin querer, pisa al pobre hombre en sus bajos, quien tiene que morderse una mano vendada para no gritar de dolor. Hacía tiempo que había aprendido a obedecer las órdenes de la enfermera.

El ruido alarmó a Louise, que tocó más fuerte la puerta, e hizo el intento de abrirla girando el pomo. Pero estaba cerrada con llave, haciendo suspirar de alivio a Flammy.

-Ya voy, Louise, deja de aporrear la puerta, ¡has despertado a mi paciente! -reclama Flammy, intentando sonar enfadada y no divertida, pues de ver a Stear tirado y adolorido, casi le gana la risa. La joven se recompuso como pudo, se aseó y arregló a toda prisa, y salió a trabajar; dejando en el suelo a un desconcertado pero feliz Stear; que se volvió a excitar viendo su silueta en el umbral de la puerta, saliendo del dormitorio. Ya se desquitaría como a ambos les gustaba, en la noche o quizás después de comer.

Desde aquella tarde en que se lo hizo apoyados en la pared, no volvieron a tener un descuido, pero ella miraba con angustia el calendario. No pudo hablar de ello con Stear porque el joven, inquieto, se había lesionado de nuevo probando una "mejora" en los paracaídas, inventada por él. Sucedió la misma mañana de Navidad.

-¡Estúpido! -masculló Flammy cuando le brindaba los primeros auxilios.

Según el diagnóstico del médico, estaría inconsciente a tramos durante uno o dos meses; aunque la primera semana, la inconsciencia, con delirios, sería total. Ella se lo tomó con resignación, cuidaría de él de nuevo, ahora de nuevo en el pabellón de heridos de mediana consideración. Con unas semanas de inconsciencia y la fisioterapia; el paciente necesitará ser alimentado a cucharadas, aseado y atendido en sus necesidades. Sin embargo, Flammy no lo vio como un fastidio, sino como una oportunidad de estar cerca de él durante más tiempo. Así que, esperanzada, reprogramó su agenda para adaptarla a las nuevas necesidades.

Todo se derrumbó una aciaga mañana, en que llegó el correo semanal. Entre el aluvión de misivas recibidas por las navidades, apareció una dirigida al doctor Yves Duchesne, membretada con un elegante logotipo. La curiosidad picó al doctor y, mientras Flammy clasificaba el resto de las cartas, leyó el contenido voz alta. Estaba escrita de puño y letra, con una elegante caligrafía cursiva. Quien la hubiera hecho claramente era una persona cultivada.

Chicago, 20 de enero de 1919

Es para nosotros, el Clan Ardley, un honor y motivo de gran alegría saludarle, Doctor Duchesne; y desear que haya pasado unas muy felices fiestas navideñas. Sabemos de la encomiable labor que realiza en el hospital militar de Amiens, donde la tasa de recuperación entre los heridos supera la de cualquier otra instalación. Estamos así mismo satisfechos de que la terrible guerra haya terminado, poniendo fin al sufrimiento innecesario de tantas familias, como la nuestra, los Ardley.

El motivo de esta misiva es informar que, según las averiguaciones de un equipo de detectives contratado para tal efecto; mi sobrino Alistair Cornwell se encuentra entre sus pacientes. Le dimos por desaparecido desde que le derribaron en 1916, pero mi esposa, un servidor y demás familiares; todos grandes amigos de Alistair, jamás perdimos la esperanza de encontrarle con vida. Mi sobrino se alistó voluntario y se cambió los apellidos, lo que, aunado al tiempo que permaneció cautivo y herido, nos impidió localizarle antes.

Debido al inminente nacimiento de mi primer hijo, no podré ir a recoger a mi sobrino. Y Archibald, hermano de Alistair, tampoco podrá acudir a causa de la epidemia de gripe que ha afectado a su familia política. Sin embargo, a su hospital se dirige la señorita Patricia O'Brian, quien fuera la novia de mi sobrino Alistair hasta el momento en que se reclutó voluntario. Ella se ha ofrecido desinteresada y sinceramente a cuidar de mi sobrino, y a traerlo a casa en cuanto pueda hacer un viaje largo.

Sin otro particular por el momento, y haciendo patente a usted mi eterna gratitud, quedo a sus órdenes

Sir William Albert Ardley

Flammy se quedó paralizada y no escuchó más. Alegando que necesitaba ir al toillette, salió a toda prisa de la oficina. Y en efecto, fue al servicio de su dormitorio, pero a llorar amargamente. Ella sabía que Stear no era suyo, pero ¿otra vez tenía que acabar tan pronto el sueño de amor?

,-


Saber la existencia de esa carta, y todo lo que encierra su contenido; la llevan a tomar una dolorosa decisión. Sin hacer el menor ruido, empieza a preparar su equipaje. Él no sabe quién es ella, su secreto está a salvo; pero cuando llegue aquella chica gordita y también miope, su mundo se vendrá abajo, destrozándola anímicamente; y ella nunca mostrará semejante muestra de flaqueza.

-Maldita sea... maldito seas Ste... ¡No!

Contuvo el aliento, como si el maldecir a Stear, hubiera sido la blasfemia más grande que hubiera podido proferir. Flammy notó que una lágrima rodaba por su rostro, rebelde ante su habitual estoicismo. Jamás se permitía llorar, ya había llorado mucho de pequeña; cuando era maltratada en su propio hogar por sus alcohólicos y conflictivos padres. Además, Stear había alegrado sus días, y sin haberle hecho ofrecimiento alguno, le había devuelto la vida entera. Las lágrimas insisten en brotar, aunque ella lo impide.

«No te pongas sentimental, no seas ridícula.»

Se obliga a recomponerse, pero involuntariamente se lleva una mano al vientre. Tiene poco más de siete semanas de retraso, ha vomitado mucho últimamente, y para alguien que es ordenada hasta con la periodicidad de su menstruación, la respuesta es simple.

Está embarazada.

Ni en ese momento, en que el estupor la privó de conciencia un segundo, Flammy perdió la compostura. Había que tomar una decisión, ya no era uno sino dos, los motivos para alejarse de ahí. Hora y media después, al terminar su turno, había hecho los planes necesarios.

-Decidido...- y se marchó a la dirección del sanatorio, para hablar con el doctor Duchesne.

Al día siguiente, vestida con uno de sus anticuados y serios vestidos de calle, sale de su dormitorio para dirigirse al área de fisioterapia del hospital. Naturalmente, va a donde se recupera Stear. Merodea por los alrededores, asegurándose de que no haya nadie cerca, y entra al cuarto.

Deposita un dulce beso en la frente un Stear profundamente dormido, e ignorante de lo que ocurre a su alrededor. Acaricia con amor los labios de aquel hombre tan amado, y lo contempla unos minutos antes de marcharse. Cuando Patricia llegue al hospital, Stear seguramente habrá salido de la inconsciencia y ella, como novia "oficial", será la indicada para ayudarle en su recuperación.

Es lo mejor para los tres. Él recuperará la memoria, y se olvidará de ella y del vínculo que hubo entre los dos, que ha engendrado a un tercer partícipe de su breve historia juntos.

Sí, Flammy ahora cuenta las cosas en términos de tres personas, aunque lo hace sólo para ella. De su boca no ha salido una palabra, acerca de la pequeña vida que crece en su vientre.

-Au revoir, mon amour...- suspira con honda tristeza, pero es el único momento de debilidad que se permite.

Enseguida se recompone, y se dirige a paso firme y seguro a la dirección del hospital militar; para recoger su finiquito. Ha renunciado un día antes. Su nuevo destino será un hospicio cerca de Bruselas, donde se encargará de la administración del hogar de cientos de niños que han quedado huérfanos por la guerra.

Treinta y siete minutos después, espera en el andén de la estación de trenes locales para abordar, con un viejo abrigo de paño, un bolso y una pequeña maleta como único equipaje. Nunca entenderá a esas ampulosas mujeres que, con ayuda de sus criados, abordan el tren con inmensos baúles llenos de ropa que tal vez jamás se pongan. Con sus ahorros, la pensión de viudedad de Peter, una estupenda carta de recomendación del director, su capacidad de trabajo y su fuerza de voluntad; sacará adelante su vida y la de ese pequeño ser que acoge en su seno.

El silbido del tren, y el revisor solicitando el billete de abordaje, la sacan de sus pensamientos.

-Par ici, madame.

La enfermera asiente, y con presteza aborda el vagón, para tomar el asiento numerado que le corresponde. Más fiel que nunca a su espíritu práctico, consciente de que cada franco ahorrado será vital, ha adquirido un asiento de tercera clase. Aunque, dadas las circunstancias en las que muchas veces trabajó en el hospital de Amiens, lo encuentra sorprendentemente cómodo.

Arrebujada en su asiento, y mirando a través de la ventanilla del tren el paisaje desolado por cuatro años de guerra; Flammy se da cuenta que aun bajo las peores circunstancias la vida se abre camino si hay voluntad para ello. Y así como el pino caído luce los primeros brotes verdes surgiendo del tronco mutilado, nacidos de las fértiles piñas; su corazón destrozado siente que de sus grietas surgirá un frondoso árbol de amor maternal, donde ella podrá sostenerse y cuidar de su bebé.

Debido a que aun está lejos de comenzar la primavera, el cambio de temperatura entre el exterior y los vagones hace que los cristales se empañen; tanto los de las ventanas del tren, como los de las gafas de algunos pasajeros como Flammy. La joven se estremece al recordar aquel ardiente primer encuentro con Alistair, tal vez el mismo en que quedó encinta, en donde las gafas de ambos se empañaron por completo.

Cubriéndose el vientre con el bolso para tener un poco de intimidad, se lo frota con delicadeza y mirando hacia la nada, hace una muda promesa a su criatura aun no nacida.

«Estaremos bien, hijo... Te lo prometo.»

FIN

"Probablemente de todos nuestros sentimientos el único que no es verdaderamente nuestro es la esperanza. La esperanza le pertenece a la vida, es la vida misma defendiéndose."

Julio Cortázar (Rayuela)

.-,


Nota: el apellido Kath que he usado, es un descarado intento mío de promocionar al cantante, guitarrista y compositor Terry Kath, de Chicago. Ruego a mis cuatro lectoras que me disculpen esa pequeña libertad que me tomé. ;)

Gracias por leer y por su apoyo.

Dedicado a mis Musas, y especialmente a Stearman, por su generosidad al compartir con nosotras su arte y su amistad.