Disclaimer: Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, la trama es original mía.
Capítulo I
"Problema resuelto."
Hola! Espero estén todas muy bien y se tomen el tiempo de leer esto. Bien, debido a que no logro decidirme por ninguna historia y sólo siguen llegándome más ideas jaja, he decidido subir el primer capítulo de todos los fanfics y dependiendo de la recepción que tengan, terminar uno y luego seguir con el otro hasta acabarlos por completo en el orden que vayan gustando, así que desde el fondo de mi corazoncito espero que les guste alguno y puedan ayudar a esta indecisa y dispersa chica jaja, sin más que decir, me despido. Un abrazote y muchas bendiciones!
PD: otra de época… jaja, trama bastante común también, pero tengo algunos detalles diferentes en fin, espero les agrade y me disculpo por cualquier error de gramática y/o de ortografía que pude haber pasado por alto.
…
— No te daré más de una moneda— sentenció la mujer regordeta con su voz profunda y el gesto adusto.
— Pues entonces me la llevo a otro lado— y diciendo esto la anciana jaló con brusquedad de la joven que apenas podía mantenerse de pie.
— ¡Espera! — Exclamó la fémina metida en un traje de terciopelo rojo que le quedaba estrecho de todos lados. — Está bien. Ten las monedas— a la par que extraía de entre sus senos apretujados contra la tela el dinero, también tomaba del hombro a la muchacha, ignorando los quejidos ante la dolorosa presión que sus dedos de garra ejercían contra la delicada estructura.
La anciana esperaba con gesto grave y severo.
— En realidad ni lo vale. Es una tabla y tiene esta piel tan pálida. Se ve tan frágil que seguramente no podrá ni aguantar el peso de un hombre— murmuró despectiva la madame con un enorme lunar falso cerca de los labios. El gesto era siempre rudo y molesto, sobre todo mientras inspeccionaba a la chica temblorosa y con el rostro cansado.
— Ah, ya las has comprado. Y sabes que vale mucho más, independiente de la belleza. Está sana e intacta. — Y sin dedicarle siquiera una última mirada a la muchacha que comenzaba a sentir la desesperación en su interior, se largó a caminar.
— E-espera… no, por favor— alargó sus trémulos dedos hacia la anciana que se volteaba a medias.
— Hey— la madame hizo más presión contra su dolorido cuerpo.
— No— se removió inquieta y desesperada. El miedo y la certidumbre del futuro que le esperaba la impelían a rebelarse contra su destino. — No— volvió a decir, pero se calmó al recibir un fuerte impacto contra la mejilla que ya le ardía por el frío.
— ¡Cállate! — La viejecilla sinvergüenza y sin ápice de piedad, la había dado la última bofetada que recibiría de ella en lo que quedaba de su desgraciada vida. Desde ahora le pertenecía a la dueña de aquel repulsivo lugar.
— Anda— comenzó a jalarla hacia dentro de su nuevo infierno. Los ojos grises de la vieja eran fríos e impenetrables, y la joven supo que solo le quedaba resignarse y rezar por una pronta muerte. Ojalá, lo menos dolorosa posible.
-o-
La botella del licor ya casi se había terminado y él se encontraba más activo y pensativo que nunca.
El alcohol le ayudaba a ordenar sus ideas y a tomar decisiones, sobre todo si éstas requerían de precisión y muchas cavilaciones previas. Debía considerar varias perspectivas, que le revelaran los pros y los contras. Pues no podía olvidar las exorbitantes cantidades de dinero que pasaba por sus manos y que necesitaba invertir y aprovechar al máximo, cuidándose de los malos negocios.
Y es que ser el único heredero de una cuantiosa fortuna y además gozador de una gran perspicacia, e ingenio para los asuntos económicos, dejaba a más de algún enemigo en el camino que estaría encantado de fastidiar su dinero. Y si a eso se le suma su codiciada soltería y apariencia apuesta y cautivadora, se convertía en el blanco de la envidia masculina generalizada.
El joven se llevó la copa entre sus manos a los labios sonrientes, recordando a cada uno de los hombres que le detestaban o fingían agrado cuando se presentaba en los bailes, ya fuesen privados o públicos, aunque no con mucha frecuencia asistía a los últimos. Por lo general, sus conquistas más deseables se aparecían con pomposidad en los bailes reservados únicamente para algunos.
Se dio una vuelta por la habitación iluminada por velas, mirando a través del cristal cómo la oscuridad parecía abrazar cada sector de las tierras que se extendían más allá de sus ojos.
Poseía una renta ridículamente grande, tierras que jamás podrían recorrerse en su completa totalidad, una enorme casa bien ubicada, una posición favorable y una vida sin complicaciones… pero a pesar de todo esto, no tenía a quién dejarle nada de aquello que le pertenecía y que cada día hacía producir más.
Él necesitaba una solución a ello. Y el problema se presentaba en que deseaba un heredero, pero no una esposa.
Y ninguna de las féminas con las que mantenía relaciones afectivas permitiría eso, ya que aparte de que sus cortos y efímeros encuentros no duraban más de unas semanas, las mujeres bellas y de clase como Tanya o Victoria, anhelaban más que cualquier otra cosa su dinero y la posición que les otorgaría el matrimonio de rasgo provechoso.
No, ninguna de ellas podría ser la madre de su hijo. Él necesitaba una mujer que únicamente le diera eso, y que una vez nacido el niño, desapareciera como un secreto jamás escondido. Su nodriza, Esme, podría hacerse cargo del bebé y más tarde, cuando creciera, se encargaría de la educación del pequeño para que aprendiera a cultivar el patrimonio que él le dejaría.
Un hijo era distinto de una mujer. Ellas son imposibles de entender, pues jamás dicen lo que realmente piensan y se fijan de pequeñeces que no importan de nada. Y a pesar de lo muy placentero y agradable que pudiese llegar a resultar su compañía… él solo deseaba eso, compañía esporádica, no todo el tiempo ni mucho menos para lo que duraran sus vidas.
Él requería de alguien de paso, alguien que no le dificultara sus planes… alguien más amante del dinero que de los sentimientos.
La idea y el descubrimiento del nombre de sus necesidades le enervó cada miembro del cuerpo, obligándolo a dejar con fuerza la copa sobre la mesa y salir de su estudio con prisa.
— Seth—llamó, sacando del perchero su abrigo y sombrero.
—Dígame, señor—el chiquillo moreno y con ojos despiertos llegó casi de inmediato.
—Ensilla mi caballo y prepara el carruaje. Y sé discreto, por favor—el chico asintió y salió casi corriendo luego de la mirada severa de su patrón.
— ¿Vas a salir? — Le interceptó en la puerta de roble Esme, la mujer que amaba como si fuera su madre.
— Sí. No tardaré. —Le dedicó una sonrisa y los ojos verdes de su nodriza de toda la vida lo contemplaron con la eterna preocupación
— No irás a meterte en problemas, ¿o sí?
—Espero solucionar un par de ellos. Volveré pronto—e inclinando el ala de su sombrero de copa salió de la casa que fue en algún momento de sus padres.
Afuera el viento de primavera era cálido y fresco, y lo antes solicitado ya le esperaba con diligencia.
— ¿A dónde, señor? —Preguntó su cochero más confiable, Jasper.
— Ya te he dicho que prefiero que me llames por mi nombre— el hombre rubio sonrió.
— De acuerdo, lo tendré presente— puso las manos en las riendas de los purasangre que tiraban del carro de madera barnizada y tallada a mano.
— Iré delante y solo sígueme—y sin decir más, hizo a un lado su abrigo negro y se montó en el corcel negro que había crecido con él.
Sin perder el tiempo, apuró al animal.
Ya sabía lo que requería y no dudaría en obtenerlo del modo en que fuese.
-o-
— Madame, la buscan— la nombrada, dirigió una mala mirada al enclenque trabajador de su recinto.
— ¿Quién? ¿No ves que estoy ocupada? —Jugó con los vellos del pecho del hombre que la mantenía entre sus piernas.
— Lord Cullen—al oír el nombre, la mujer pareció desconcertada y luego sonrió de forma amplia.
— Regreso en un minuto— y dándole un beso en los labios a su amante de turno por esa noche, se puso de pie con dificultad. —Debiste habérmelo informado desde el principio. A esa clase de personas no se les hace esperar—iba sermoneando de mal carácter al hombrecillo, mientras se acomodaba sus atributos femeninos dentro del vestido.
Una vez salió al salón privado, cerró a sus espaldas las puertas que permitían la audición de acordeones y notas alegres y casi enfermizas del piano, donde muchas de sus lady's se divertían y atraían a la clientela masculina. Poco faltaba para la aparición de su nueva adquisición… y debía por lo menos darle un baño, meditó poniendo una sonrisa pícara al reconocer la silueta alta y fornida del hombre vestido de negro por completo.
Se le secó la boca y se mordió los labios al observar sus ojos tan intensos y ese gesto arrogante en las delicadas facciones.
— Qué agradable sorpresa, Lord Cullen—alargó su mano para que el hombre se la besara, y él fiel a su educación lo hizo. — ¿Qué lo trae por aquí? — Echó una corriente de aire sobre sus sonrojadas y mórbidas mejillas con el abanico de colores llamativos. La pluma en su peinado le hizo cosquillas en la nuca.
— Un asunto casi de negocios, diría yo— forzosamente sonrió.
— ¿De verdad? ¿Y será que le puedo contribuir? —La madame se dio unas vueltas por el cuerpo del hombre, tocándolo apenas en los brazos.
— Sí. Y me gustaría que habláramos seriamente, señora de Gigandet. —Expresó con voz firme y la fémina se detuvo, con una emoción irónica.
—Hacía mucho tiempo que no me decían señora—comentó y soltó una risita al recordar a su imbécil esposo que jamás supo satisfacerla del modo correcto.
— Lo que me trae a su trabajo…—comenzó el Lord.
— ¿Desea una de mis chicas? —Preguntó ahora la mujer, poniéndose en plan de negociación—debido a nuestra confidencialidad, los valores son algo elevados—explicó.
— Deseo a una, sin duda… pero no del modo en que usted cree.
— Creo que no estoy comprendiendo— Madame Gigandet frunció el ceño con extrañeza, contemplando al joven apuesto relamerse los labios.
— Deseo comprar una de sus mujeres y no solo por una noche o dos.
— ¿Quiere decir que le venda para siempre a una de mis lady's?
— Sí, exactamente eso.
— ¿Y por qué desearía usted hacer eso? He sabido que…
— Eso no le incumbe. Y si no puede ayudarme, buscaré en otro sitio. Si me disculpa—inclinó su sombrero y pretendió abandonar la estancia. Era obvio que esta mujer solo querría saber el cotilleo completo. Por medio de secretos de hombres influyentes había conseguido armar su prostíbulo, uno de los más famosos de toda la región.
—No, espere—le llamó— creo que puedo ayudarle, Lord Cullen— le sonrió— tengo a chicas experimentadas y muy listas en el área que usted desee y…
— No, no quiero a la más experimentada, ojalá lo menos informada en esto posible—en ningún momento el hombre demostró duda o vacilación ante su descabellada idea.
— Eso es algo difícil puesto que aquí no abundan las muchachas inocentes—sonrió de forma burlona.
— Siempre hay excepciones y yo puedo pagar por ellas— él sonrió ahora, una sonrisa confiada y segura que opacó la broma de antes.
Y entonces, ante la Madame, apareció la imagen de aquella chica nueva que había comprado. Ella no estaba segura de hasta qué punto las palabras de la anciana habían sido ciertas, pero Lord Cullen no tenía por qué enterarse de ello, pues una vez vendida… ya nada podría hacerse.
Estuvo a punto de soltar una risa al pensar en todo el dinero que podría pedir por aquella insignificante chiquilla que bien podría convertirse en objeto de experimentación o simple capricho morboso de aquel rico hombre.
— Oh, lo lamento— fingió golpearse la maquillada frente— lo había olvidado con todo el ajetreo de las noches. —Se abanicó nuevamente, captando la atención del Lord— ha llegado una chica nueva, hoy iba a ser su estreno… pero creo que el destino le tiene otros caminos ¿no cree? —Sonrió.
— ¿Y cuánto sabe ella de este negocio?
— Supongo que nada, ha llegado toda andrajosa y debilitada por el hambre la pobre, seguro que es una simple campesina— mintió un poco.
Se quedaron en silencio unos segundos.
— De acuerdo. ¿De cuánto estaríamos hablando, en términos de dinero?
— Bueno… dado el nivel de inexperiencia de la mujer y la alta posibilidad de que se mantenga aún intacta…
— ¿Cuánto?
La mujer se inclinó para susurrarle el costo, que a ella la parecía ridículamente alto. Mas, lo dijo directamente y sin rodeos. Luego fingió avergonzarse
— Es que si llegase a ser virgen… el dinero de las recaudaciones y…
El hombre sin expresión en el rostro alargó una bolsa con el dinero en su interior— creo que va un agregado que asegura la completa discreción. Por favor, deje a la mujer en mi carruaje que esperará por la puerta trasera. Déjeme decirle que si esto llegase a salir de aquí, por más famoso que sea este lugar… todo se pueda acabar—y dándole una sonrisa cínica a Madame Gigandet, tomó su mano depositando un beso únicamente cortés— con permiso— y se retiró del mismo modo que como llegó.
No se tomó la molestia de supervisar si la entrega de la muchacha sucedía del modo estipulado, para eso ya había encargado la labor a Jasper. Por lo que se montó en su caballo y galopó de regreso a su hogar.
-o-
— Cuando llegue Jasper, tengan un baño preparado y ropa de mujer—ordenó Cullen, al llegar y dejar su fusta, sombrero y abrigo en una mesilla.
— Sí, señor. — Fue lo que oyó mientras subía las escaleras con rumbo a su habitación.
El problema ya estaba solucionado, ahora sólo restaba engendrar a su heredero.