Cosas que pasan

Verano y cansancio.


Ya se había resignado a nunca volver a verlos.

A veces la desesperación llegaba desde lo profundo de su ser y la hacía llorar a gritos, pero no era tan frecuente como lo era antes. No sabía que había pasado ni la razón por la que pasó y tal vez nunca lo sabría, pero eso estaba bien ¿no? Así terminaría sus estudios, conseguiría un buen trabajo y sería la mejor madre y esposa que había existido, en su boda usaría un vestido de princesa, que jamás conseguiría al otro lado del pozo, y sería muy feliz.

Llegó al final de la escalera y limpió el sudor de su frente. El calor cada vez se hacía más insoportable. Y también esperar. Evitó mirar hacia donde estaba el pozo, pero los recuerdos vinieron de todas formas.

No se podía resignar a nunca volver a verlos.

Desde que desaparecieron de su vida no tenía ánimos para nada. Las clases eran confusas y le pesaba levantarse por la mañana, poco a poco dejó de salir con sus amigas (¡apenas podía mantener una conversación!), y las tardes eran aburridas e interminables. Por las noches, la fachada de chica dura que había creado para consolarse, se destrozaba y dejaba salir las preocupaciones que creía esconder en el día. Pasaba todo el día esperando algo que nunca llegaba.

Pero había veces que pasaba cerca del pozo y juraba sentir su presencia. Su corazón latía y se apresuraba a revisar. Después de un rato salía de ahí con los pies arrastrando, desilusionada y con el corazón dolido.

Entró a su cuarto, tomó una ducha y se preparó para la cena especial de Tanabata que su madre hacía todos los años. Otra vez, entre sus deseos, se encontraba el de volver a verlos.


Este largo cansancio se hará mayor un día
y el alma dirá al cuerpo que no quiere seguir