Disclamer: Saint Seiya Lost Canvas no me pertenece, es propiedad tanto de Shiori Teshigori como de Masami Kurumada. En tanto Sailor Moon, es una obra perteneciente a Naoko Takeuchi. Lo único mío es la trama de esta historia.

Escrito para el reto "#ICBESOS" de la página Imaginative Challenge de Facebook.

Advertencias: Errores ortográficos.

Cronología: Pre-LC / Pre-SM.

[01: Accidental]

[Pareja: Regulus de Leo/Hotaru Tomoe]

[Palabras: 1455]


Accidental

Todo había sido un accidente.

Realmente, él no era el tipo de muchacho que hiciera cosas como aquellas adrede. No entraba en sus planes de ninguna forma. Se suponía-y vaya que hubo de repetir la palabra tanto a Yato como al resto de sus compañeros aprendices-que todo el asunto sería una simple jugarreta que sacaría a todos del aburrimiento, olvidando brevemente la fatiga de los interminables entrenamientos. Un instante de risas, donde los corazones de todos ellos sintieran una especie de traviesa satisfacción.

Ciertas semanas, antes de que el sol se ocultara tras las grandes montañas que rodeaban como escudo el Santuario de ojos ajenos a los de la gente de Rodorio. Un grupo de doncellas, encargadas tanto del comedor del recinto como de las tareas domesticas del lugar, el cuidado de los enfermos, heridos y la limpieza de los aposentos de la Diosa Athena. Desfilaba como flores envestidas en sus sencillos y blancos ropajes, recogiendo las prendas sucias o raídas de las filas (tanto soldados rasos normales, como santos y aprendices) para llevarlas a lavar al río abajo, en los límites del mismo.

Regulus no comprendía las razones del resto. Pero siempre que los signos de la semana esperada se presentaban. Absolutamente todos los hombres, con excepción de la Guardia Dorada-bueno, Manigoldo de hecho si esperaba con cierta ansia cuando las doncellas venían-se volvían locos.

Hasta Yato, por más que tratara de disimularlo. La cara de su único amigo se volvía igual de roja que las fresas del campo, tornándose su voz algo chillona. Siempre que la comitiva de doncellas compuestas por mujeres jóvenes, maduras o viejas era reconocible en la lejanía de las barracas. Yato se secaba el sudor rápidamente, al tiempo en que pasaba una mano temblorosa por sus cabellos húmedos por la transpiración. Para luego enviar la mejor de las sonrisas-que no le salían torcidas o extrañas-a las mujeres más jóvenes, en tanto murmuraba un rápido: "Gracias por su servicio".

Al león le resultaba una rareza ver a sus compañeros tan ensimismados, tan vulnerables y por sobre todas las cosas tan distraídos por un par de brazos paliduchos que no sabían lo que era agonizar bajo el calor del sol. Las amazonas mínimo sabían como dar un buen golpe y soportarlos. Sin olvidar que podían practicar combates mano a mano con ellas.

Así que… ¿qué tenía de interesantes en observarlas de lejos?

Era irritante. Usualmente, Regulus pasaría de largo aquella situación. No obstante, le molestaba aún más no saber que exactamente tenían de entretenido las doncellas.

— ¿Qué tanto le ven a esas mujeres?—preguntó un día, mientras todos estaban equipándose las hombreras en sus trajes de entrenamiento. Yato y el resto le dirigieron a Regulus una mirada indignada— ¿Qué?

—Regulus eres un idiota—siseo Yato. El castaño, pudo sentir entonces una llave en su cuello, Yato estaba estrangulándole— ¡No entiendo como eres portador de una armadura de Oro, con esa cabeza tan llena de aire que tienes!

Enojado con la peculiar acusación no dicha entre lineas, el joven león no demoro en liberarse del agarre de Yato. Enfrentando sus ojos azules con los oscuro del otro muchacho, adaptando ambos al mismo tiempo, una pose de combate.

—Te digo que no entiendo que le ven a las doncellas que vienen a buscar la ropa para el lavado—se explicó nuevamente. Con un tono de voz fuerte, bajo la creencia de que a lo mejor el no haber sido específico hubo de confundir con anterioridad a su compañero—No hacen nada más que lavar la ropa, remendarla y volverla a traer—señalo, en espera de que su argumento fuera validado por el resto de los presentes.

Pero cuando giró el rostro en busca de apoyo, lo que se encontró fue con la decepción palpable en los ojos y rasgos de los demás. Quienes, dirigiéndose miradas los unos a los otros, expresaban en voz baja lastima por su situación. Al tiempo en que remarcaban la inocencia de menor.

Este acto, a su vez, termino con la paciencia del intrépido mocoso.

— ¡Bien! ¡Si realmente son tan interesantes! ¡Demuéstrenlo!—desafío.

Lo siguiente que supo, fue que Yato rodeo su hombro con uno de sus brazos y tenía una sonrisa sesgada bailando en sus labios.

De haber tenido más juicio, Regulus debería haber retrocedido entonces, aún cuando su terca personalidad que le impedía retirarse se lo hubiera gritado a sus instintos mil veces.

Finalmente, al terminar la sesión de combates de aquel día. Regulus, con Yato y el típico grupo del que formaba parte entre los aprendices. Se habrían escabullido de forma sigilosa por detrás de unas piedras lo bastante grandes para cubrir la mole de todos sus cuerpos juntos. Regulus asomó la cabeza por sobre la superficie rugosa y dura de la roca, para ver a un escenario que Yato describía como encantador.

En la distancia dándoles las espaldas se encontraba un grupo de doncellas, lavando ropa. Riendo, y de a ratos, tirándose agua las unas a las otras. Al menos la mayoria, solo una parecía concentrada en su tarea. Mientras sobre las demás recaía el regaño de las mayores que constituían el grupo.

—Son tan lindas.

—La de cabello rubio es una belleza.

—Niños ustedes. Miren bien la mujer de labios cereza. Esa si es bonita.

Regulus frunció el ceño.

¿Bonitas? ¿Labios cereza? ¿Ese era todo el misterio? ¿Eran lindas y ya…?

Soltando un bufido, Regulus se dio media vuelta, dejando a su espalda reposar en la superficie de la roca. Nada de esto tenía sentido, pero Regulus no quería volver solo al Santuario. Además, si lo pillaban solo tendría que confesar que escapo de los límites con ayuda, y él no podía mentir. No muy bien, por eso requería de Yato. Mismo quien en estos momentos estaba embelesado en ver a las muchachas. Una araña camino por su mano, era lo suficientemente grande para ser visible.

Y como una vela que se enciende con una chispa, tuvo una idea.

Llegó un momento en que la mayoría de las mujeres se retiró. Dejando a una única joven-que Regulus reconoció como la única de las chicas que se tomara enserio su trabajo-sola, al cuidado de las cestas de mimbre con las prendas ya limpias. Restregando por su lado, otra pendra de ropa más en las aguas del río.

La victima perfecta, la presa ideal.

Conteniendo la respiración, avanzó sin temor. Aún con los susurros audibles de Yato y el resto, aterrados de ser descubiertos. Fijo sus ojos, como el felino que representaba su cloth. Tenso los músculos de su cuerpo en espera, mientras se inclinaba. Posando la araña sobre el hombro de la hembra.

Fue instantáneo, ella salto al sentir las delgadas patas de la araña recorrer la piel de su hombro, en ascendencia hacia su cuello. Gritó, haciendo que a Regulus se le escapara una risa de triunfo.

Pero aquello no duro demasiado.

Ella, en desesperación se asió de la tela de su camisa. Tirando de él, cayendo ambos a orillas del río, mojándose tanto la ropa como los cabellos.

Sin embargo, aquello no importaba. Porque algo inesperado, que definitivamente Regulus no tenía en mente que pasara, sucedió: Sus labios, y los de ella se unieron. Conectados, carne sobre carne.

—"Suaves"—murmuró una voz en su mente, encantada con la palabra.

Suave, al igual que la piel que el notaba de un color lechoso, como la luna por las noches. Sus ojos azules grabaron de forma inconsciente en sus retinas las facciones agraciadas de su rostro, la sorpresa impresas en el mismo, y la luz en esos ojos de un oscuro color violeta. Así como por supuesto, quedo impreso el escarlata de sus mejillas que generaba un contraste peculiar, único, tranquilizador y gentil con la corta melena de cabellos negros. Que ahora parecía adornada de perlas en vez de con gotas de agua prístina.

Aunque, como era de suponer todo sueño debía romperse. Ella, como era de esperar, fue quien lo hizo.

Con una patada en su zona baja, que Regulus sintió hasta el alma. La joven se deslizado por debajo de su cuerpo, traspillando, cayendo sentada en la hierba.

—E-E-Eso dolió—se quejó él, llevando ambas manos a la zona más vulnerable que pudiera tener un hombre.

Los ojos violetas se ampliaron, gravemente ofendidos.

— ¡Idiota!—chilló. Levantándose de un salto, corriendo en dirección opuesta a donde él yacía tirado— ¡Ojala te mueras!—ladró, mirándole por sobre el hombro una última vez. Aumentando la velocidad de su carrera.

Regulus le siguió con la vista lo mejor que pudo, hasta que perdió todo rastro de su silueta en la lejanía. Un gemido nació de sus labios.

—Pero si tú fuiste la que me golpeo.

Era oficial, no volvería a subestimar a una mujer. A ninguna.


N/A: Hace bastante que tenía ganas de escribir de esta pareja que nació en mi cabeza, tras ponerme a divagar mucho. Amo los crossovers. Esta historia tomaría lugar, como deje claro más arriba. Antes de la Guerra contra Hades, pero al mismo tiempo es anterior al tiempo en que Hotaru renace en la Tierra. Al menos, anterior a cuando todas las scouts renacen juntas y despiertan.

Capítulos: 1/12.