Declaracioneishon: Rurouni Kenshin no me pertenece, es obra intelectual de Nobuhiro Watsuki. Yo tomo sus personajes para, en este caso puntual, retorcerlos y generar una lectura divertida. Esto es por puro amor al fanfiction, sin fines de lucro.

*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*

Notas de autora: Siempre estuvo presente la idea de hacer una continuación a este fic y el tema también estuvo claro, sin embargo a veces me cuesta encontrar el tiempo o las ganas para hacerlo. Espero que esta segunda parte sea del agrado de la persona que más creyó en esta historia pero también quien de cierta manera la inspiró con sus ideas nuevas.

Dedicado a Rogue85. Gracias por todo.

*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*

Perro Viejo

(Segundo tiempo)

por

Blankaoru

*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*

-Entonces desperté un poco tarde y cuando fui a buscar mi peineta se armó todo un caos porque no la encontraba por ningún lado y luego de hacer todo un alboroto me di cuenta de que la había dejado aquí, asi que tuve que correr a donde Omasu a pedirle prestada la suya y claro, luego me demoré un montón en estar lista para salir. Aoshi se enfadó conmigo por eso y me regañó, pero es que para él es todo tan fácil, usted sabe, sólo se levanta y está listo. Yo no, tengo que peinarme, hacerme la trenza y este pelo tan largo... ponerse un kimono es complicado y como que el nudo del obi no me resulta...

Con toda calma a pesar de su incesante hablar, Misao se desarmaba la trenza sobre el cómodo colchón en el que dormía con Seijuro, mientras este, más allá, revolvía la sopa para cenar.

-No lo sé. Tal vez no estoy para comportarme como una dama, como dijo Aoshi. Él tiene razón. Me cuesta anudar el obi porque no es algo que me interese usar. Mi ropa de combate es mucho más práctica. Incluso mi pijama es más práctico que un kimono y esas porquerías de geta...

Seijuro puso un poco del sabroso caldo en un pocillo y su aroma de inmediato llamó a Misao. La joven se instaló junto al hombre y cenaron en armonía, como siempre que estaban juntos y es que la joven pasaba algunas noches en Kyoto, cuando tenía que hacer, otras veces en la montaña, retozando entre los enormes brazos de Seijuro Hiko y en ese acuerdo no hablado se llevaban muy bien.

Esa noche no fue la excepción. Tras lavar la loza, Seijuro la tomó por la cintura y se agachó hasta esconder la nariz entre sus cabellos.

-No es más mujer la que más se arregla, aunque no nos engañemos. Una mujer guapa atrae las miradas de cualquiera. Pero eso no basta para un hombre de verdad.

-Pero dígame, Hiko, qué puedo hacer yo ante una geisha, por ejemplo...

-Las geishas son de otro mundo, muchacha. No existe mujer normal que pueda compararse con ellas. Búscate otro ejemplo.

Misao se secó las manos con el delantal. Luego se lo quitó, sin perder jamás el contacto con Seijuro.

-Está bien. Hablemos de Omasu y Okón. Son esbeltas, de buen porte, tienen... todo eso que deben tener, usted sabe, pechos y bueno, siempre que visten de kimono lucen sensacionales, en cambio yo parezco una de esas muñecas de madera que venden por ahí. Y no es justo...

-Vamos, asi que todo esto es un asunto de vanidad.- dijo sujetándola por la cintura como si nada y llevándosela a su cama.- Mira, no entiendo mucho lo que dices pero crecerás, muchacha, quizá incluso extrañes el cuerpo que tienes ahora aunque a mi me encantas tal como estás, asi flacucha y con poco pecho porque lo mejor que tienes, lo que me conquista es algo que no se ve ni se adorna, aunque si se cultiva.

-¿Yo? ¿De qué habla?- dijo Misao siendo recostada por él.- ¿Ama mi cabello?- Él negó, llevando sus manos al nudo que mantenía la camisa del pijama cerrada.

-Me gusta tu forma de ser. Creo en ella firmemente. Me gusta lo que veo, pero también escucharte hablar de ciertos temas, ver tu valentía, ver tu orgullo. ¡Es que no sabes lo mujer que eres!

Misao se dejó elevar por sus manos, desde la espalda. Al desnudar su torso, Hiko no dudo en tomar uno de sus senos, devorándolo y acariciándolo con la lengua, cercándolo con sus labios. Pronto pasó al otro, sintiendo las manos de la joven presionando su cabeza contra ella y notar esa excitación y esa exigencia lo endureció en pocos segundos. Ella lo recibió en su cuerpo, alentándolo a embestirla con toda su fuerza y él se preguntó por un momento si ella sabía lo que le pedía.

La poseyó un poco más fuerte que otras veces, pero que ni pensara que emplearía toda su fuerza en ello. Su delicada contextura lo ahuyentaba un poco para poseerla como ella pedía, aunque no así para sorberla, chuparla o lamerla. El cuerpo de Misao le resultaba exquisito, tanto como su compañía. Estaba muy contento con ella.

Planeaban pasar esos días juntos, ya que ella había finalizado una misión y se instalaría con él. Hiko había acabado esa tarde de cocer varios jarrones y vasos que llevaría temprano al pueblo vecino y también quedaría libre. Al terminar el sexo Seijuro se recostó junto a ella, cobijándola, protector. Era la forma en que se permitía demostrarle lo posesivo que era.

-De todas maneras.- dijo Misao unos momentos más tarde.- Me siento un poco mal con usted. Diga lo que diga, yo no soy una belleza, en cambio usted es un tremendo hombre. Atractivo, guapo... en el Aoiya todavía no me creen que somos pareja y yo sé que deben pensar que...

No pudo seguir. Seijuro se había incorporado lo justo para darle un beso que le quitó el aliento.

-Deja de decir tonterías o te tomaré de nuevo. Y sé que pienses lo que pienses, con lo cansada que estás no te será grato.

-Podría ponerme a prueba.- repuso Misao con una sonrisa picarona.

Hiko sonrió amenazadoramente, agradeciendo que Misao dejara esos comentarios de autocompasión. El sexo con Misao era de los mejores placeres que había disfrutado en la vida, pero debía reconocerse que había llegado tarde a su vida. Si bien no tenía problemas de erección y le podía cumplir, si necesitaba de un tiempo para reponerse entre sesiones amatorias y afortunadamente para él, esa noche, ella optó por descansar.

*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*

Misao amaba sentir la mano de Seijuro abarcando su panza y presionando contra él... salvo en ese momento que quería ir al baño. Se levantó de un salto y salió por un rato. Luego volvió a su lado.

-Maestro... Hiko...- susurró a su lado.- ¿Está bien si como algo? ¡Estoy hambrienta!

Entre gruñidos, Hiko le indicó el lugar donde estaba la comida. Misao preparó una bandeja que llevó a la cama para compartir, obligándolo a sentarse y más tarde fueron a vender su mercancía.

Hiko había estado solo mucho tiempo y no estaba seguro de cómo proceder con una mujer fuera de su cama y de su casa. Es decir, él comprendía que había otras cosas que ellas podrían querer. Se le ocurrió que además de no dejarla en ridículo frente a los demás con algún comentario que podía reservar para su intimidad, ella valoraría algún tipo de regalo. Y por eso le compró en el pueblo donde una artesana hacía finos kimonos de elaborados diseños. Pidió uno con medidas especiales hacía unas semanas y un obi a juego. Él se lo podía permitir.

Misao lo aceptó sorprendida, agradecida y explosivamente feliz. Él solicitó que se lo pusiera encima apenas llegaron a casa, pero la joven tuvo otra idea.

-El sábado es la fiesta de la primavera. Lo luciré entonces y si quiere verlo, tiene que venir a Kyoto. No espero que se muestre como mi pareja, pero quiero verlo allí.

-Todavía insistes con eso...- dijo molesto por no obtener su capricho.

-Y seguiré insistiendo. Vamos, Seijuro, reunámonos en Kyoto. No le puede costar tanto bajar.

Sin responder y con un gruñido, Hiko salió al patio a beber sake un poco frustrado. Toru, su perro, salió de entre unos arbustos más allá para acercarse a él. Cojeaba de una pata trasera, pero así y todo no venía solo. Traía compañía. Una perra preñada.

-Oh, no. Búscale otra casa a tu amiga.- le dijo Hiko.- Será un problema tener tantos cachorros, además, ni siquiera son tuyos.

Toru sólo movió la cola y jadeó un poco, girando sobre si mismo. La perra de raza Terrier se mantenía a metros de ellos, inmóvil.

-No. Si quieres hacerte cargo es cosa tuya, no mía.

Hiko miró con una expresión de asombro como Toru pasó de largo hacia una casucha mal construída que Misao había hecho para él y su amiguita perruna lo siguió. Luego la hembra se metió al lugar y Toru se quedó afuera, enrollado en el suelo. Hiko miró su sake con seriedad, decidiendo si tomárselo o dejarlo... le aterraba pensar que toda la botella pudiera estar en mal estado y decidió que en todos su años de vida nunca antes había alucinado de esa manera, de modo que era seguro tomársela. El perro era el que estaba loco.

*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*

Misao llegó furiosa el domingo al mediodía. Hiko estaba tirando en su cama, durmiendo la espectacular borrachera de la noche anterior que se dio. Un bulto le dio en la cabeza, despertándolo de mala manera.

-¡Lo esperé!- gritó enojada.- ¡Esperé a que llegara con ese estúpido trapo encima y no vino!

Al enfocar la vista, Hiko se encontró con el kimono verde pintado con flores. Lo tomó apretándolo con un puño y se levantó, arrojándolo por ahí. Salió a buscar agua fresca para lavarse la cara y enjuagarse la boca. Misao lo siguió.

-Te dije que lo mío no es mezclarme con la gente. No me interesa ir a los festivales por lo mismo.

-Pero me arreglé, hasta me pinté para usted y me hice un peinado especial.

-¿Y quién te dijo a tí que yo necesito verte con todo eso? Te compré un kimono para que me lo lucieras a mi, no a los demás. ¿O es que todavía esperas que Shinomori se fije en ti?

Llegando hasta el pozo y sacando un balde de agua, Hiko la vertió en un lavatorio que tenía sobre una mesa. Estaba fría, pero no le importó para asearse. Misao se había quedado muda con sus palabras.

¿De verdad él pensaba eso sobre el kimono?

-Me dijiste que te costaba el obi, que odiabas el no se qué del pelo... Ese kimono era para que lo llevaras aquí, a tu gusto, tal como te gustaría usar uno. Pero a tí dale con lo de la fiesta.- refunfuñó el hombre metiéndose a la casa. Sintiéndose una tonta, Misao tembló... pero de rabia.

-¡Pues me lo hubiera dicho! ¡Yo no soy una adivina! ¡Perdí mi tiempo por nada!

-Tú querías ir a esa cosa. Y fuiste. Siéntete feliz. Si quieres ponerte esto encima para mí yo quedaré satisfecho.

-Pero yo quería que fuera.

-Pero yo no quería ir.- dijo Hiko tranquilo, calentando un caldo. Su aparente falta de interés molestó a Misao al punto que salió de la casa. Fue a buscar más agua al pozo para meter en los jarrones dentro de la casa.

Hiko sólo la miró de reojo. Era complicado para él bajar al pueblo y no era para menos. No sólo era que le disgustaba el ajetreo de la ciudad y por eso prefería vender sus artesanías en el pueblo del otro lado, también su atractivo le traía problemas en el sentido de las mujeres que se le acercaban y le coqueteaban a veces, descaradamente. No quería exponer a Misao que viera algo de eso o a que sufriera de algún tipo de burla por parte de alguien más, pues a sus años sabía cómo funcionaba el mundo y en parte algo entendía de las malvadas mentes femeninas cuando querían quitar a alguien de entre medio. Además, Misao en el aspecto físico tenía muy baja autoestima y aún si nadie la molestaba, ella misma empezaría a compararse con las rivales.

Mejor que se quedara por ahí, molesta por algo que podía manejar.

Se sirvió su caldo y casi de inmediato llegó Misao a tomar también. Se sentó a su lado sin decir nada. Hiko la miró y le acarició la cabeza.

Poco a poco Misao levantó su mirada verde y la mano de Hiko se perdió entre los negros cabellos de ella, mientras sus propios ojos se oscurecían. La joven supo lo que vendría y cuando él dejó su pocillo por ahí para tomarla, ella le puso las manos sobre el pecho, para detenerlo.

-No, ahora no.

-¿Por qué?- preguntó el hombre cargándola hasta la cama.

-Es sólo que no... no quiero ahora.

-No nos demoraremos.- dijo Hiko inclinándose sobre ella para quitarle los pantalones largos ninja que en días fríos ella llevaba. La necesitaba, quería poseerla. Mostrarle que no necesitaba adornarse más de lo que ya traía para excitarlo.

-Pero yo no quiero.- repuso la muchacha saliendo con una agilidad envidiable de la cama y acomodándose la ropa.- Y le agradecería que a la próxima me dejara comer en paz.- Añadió alcanzando su pocillo.

Levantándose y disimulando su malestar, Hiko regresó a buscar su tazón. Se sentó alejado de Misao y sorbió su comida.

-¿Para qué me quiere usted?- preguntó la chica de repente, tras terminar de comer, así como al aire.

-Para esto. Estar juntos. Y antes de que me vuelvas a tratar como un degenerado, espero que recuerdes que hemos hecho muchas otras cosas aquí además de retozar en ese jergón.- Gruñó. Y era cierto. Misao era la única persona a la que él aceptaba de buena gana en todos los aspectos. Hasta su hablar le gustaba.

-Pero... cuando yo bajo a Kyoto no estamos juntos. Usted nunca me acompaña.

Hiko no quería explicar sus motivos. No dijo nada.

-Estuve... por varios años enamorada de un tipo que veía a través de mí. Él no quería nada y está bien, lo puedo aceptar. Pero ahora que estoy con un hombre... uno para el cual soy al parecer sólo un cuerpo para el sexo. Y entiendo que... - dijo Misao con la voz quebrada y con la completa atención de Hiko.- Y entiendo que sea así porque yo misma vengo cada vez que puedo pero pienso que le debe ser muy cómodo tener una mujer a la que ni se tiene que mover para obtenerla ni esforzarse nada más. Tal vez sea porque usted odia ir a la ciudad o simplemente salir de aquí, no lo sé, pero me queda claro que yo no tengo nada especial, más que subir hasta usted y pienso que si otra lo hiciera, a esa tomaría.

-Oye, Misao, no te lo tomes así. No entiendes... - dijo Hiko sorprendido de esas ideas de ella, aunque una parte de su mente reconoció algunas verdades en todo eso. Misao se puso de pie.

-El sexo está bien y la compañía, pero creo que quiero otra cosa. Le agradezco estos meses, han sido muy buenos, pero ya no más. Prefiero retirarme ahora y que terminemos con nuestra relación.

Hiko se quedó de una pieza. Al no saber qué actitud tomar se cruzó de brazos.

-No puedes hacerlo. No pienso dejar que lo hagas.

- ¿Irá a buscarme a Kyoto? ¡Ja!, no creo.

-Pero... Misao... ¿No te conviene esta situación? Estamos cómodos, nadie nos molesta. No necesitamos nada más.

-Así será para usted. Yo necesito más interés...

-Pero si tienes todo mi interés...

-No. No es cierto.- repuso Misao y se dio la vuelta rumbo a la entrada. -Pensé que teniendo más experiencia usted me entendería.

-Creo que eres tú a quien le falta para entender lo que pasa aqui. Siéntate y hablemos de ello.- repuso muy serio.

Misao lo ignoró y se retiró del lugar muy molesta y se fue por el bosque de vuelta a casa. Le dolía dejar a Seijuro, pero ella sentía que estaba bien así. No podía ser el objeto sexual de un hombre mayor, tal como le había escuchado a Aoshi comentarle a Okina la noche anterior tras el festival, cuando le había pedido que hablara con Misao para detener esa relación.

"Misao es muy joven, no lo comprende, pero ya es la tercera vez que la deja plantada y no viene a juntarse con ella al pueblo. Esa no es una relación sana" había dicho el ex Okashira.

"Aoshi, tú debes entender que no puedo involucrarme en la manera en que una pareja lleva su relación. Si para ellos eso está bien..."

"No está bien. No puede estarlo..." habia dicho Aoshi y luego ella no escuchó más, porque no pudo soportarlo. Salió con sigilo rumbo a su habitación donde con rabia se deshizo el peinado, se quitó el maquillaje y se arrancó el vestido. Estaba bien si Hiko la encontraba linda tal como estaba, pero ella quería que él la viera MÁS linda.

Llegó al Aoiya por la tarde y se metió a la cocina. Preparar té la distraería, pero nada más ver los vasos, tazas y jarrones que Hiko le había dado para que tuviera la pusieron mal y salió de allí.

Mientras, en la montaña, Hiko se quedó en su colchón acabando de pasar la borrachera que se había pegado la noche anterior.

*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*

Como todo los días de cocción, Seijuro preparó su horno. No tenía muchas piezas, pero hacía frío y le venía bien el calor del horno mientras amasaba su arcilla.

Miró en varias ocasiones hacia el camino, pero ni luces de ella. Ya había pasado una semana desde que terminara su relación y él estaba tranquilo con eso. Lo asumía como parte de lo que debía pasar, no él que entendía la situación, sino la chiquilla. Recién comenzaba con las relaciones hombre-mujer y debía tener sus ideas y expectativas al respecto y el problema es que había comenzado un poco mal, con un hombre mayor. Con un perro viejo.

Un perro viejo que no buscaba forzar las situaciones, que entregaba su lealtad por una mirada y una caricia. Él era sencillo en esas cosas, dejaba ser a las personas y no pedía más de lo que podían darle a no ser que se tratara de un alumno, en cuyo caso debía exigir para lograr la excelencia en el aprendizaje, como a su estúpido pupilo. Nunca trató de forzar su personalidad más allá de lo que se necesitaba para el correcto uso de la espada e incluso en eso falló, ahora que lo pensaba. Tuvo que haber sido más severo con Kenshin para endurecer su corazón en vez de dejarlo en un estado puro.

Al terminar de amasar y hacer algunas cosas, se lavó las manos y regresando a casa vio a Toru, durmiendo fuera de su casucha mientras su amiga perrita seguía dentro. Ya que el perro se empeñaba con eso, mejor sería echarle una mano, construyendo una casa para él. Terminó entrada la noche pero le quedó muy bonita. Toru jadeó, gimió y ladró cuando Seijuro le indicó que era su casa, pero a la mañana siguiente la perrita estaba adentro y el perro seguía echado afuera de la puerta. Seijuro suspiró.

-Al menos ustedes saben de construcciones.- dijo dándose un consuelo.- Pero son unos tontos.

*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*

Omasu y Okón miraban a Misao con preocupación mientras se desempeñaba en la cocina, preparando algunos platillos. Aún no recuperaba la sonrisa que había tenido esa noche del festival en el que se arreglaba para Hiko.

Misao no hablaba sobre él aunque para quien no la conociera mucho, pareciera que seguía feliz y risueña como siempre. Pero para quien se la encontraba a solas y sin previo aviso, sólo notaba sus labios cerrados en una línea recta y sus ojos apagados supervisando lo que hacía.

Por alguna extraña razón y contrario a lo que solía decir al respecto, Misao comenzó a vestir de una manera más propia de su edad y su aparente "trabajo en el Aoiya" con kimonos, yukatas y saoris. Ya que Okón siempre le había pedido que la dejara peinar para intentar otras formas de recoger su cabello, Misao aceptó esta vez, resignada a ser una mujer flacucha y sin gracia, pero con cierto excepticismo notó que llamaba mucho la atención cuando le tocaba estar de mesera. Incluso consiguió una cita y una parte de ella se complació al notar que llamaba la atención.

Sobre si extrañaba al maestro Seijuro, si, lo hacía. Lo extrañaba mucho, pero consideraba que él no era para ella. Y salió con un chico, pero se aburrió soberanamente y regresó a su casa. Le había parecido muy aburrido.

Fue en la semana dos desde que dejó de subir a la montaña que decidió hacer un plan de entrenamiento para su equipo de ninjas, porque consideraba que estaban perdiendo habilidades. Habló con Aoshi para que consiguiera personal de recambió para Aoiya unos días y se marchó con Okón, Omasu, Shiro, Kuro e incluso Aoshi a las montañas para un acondicionamiento fisico brutal, el cual ni siquiera empezó.

Porque cuando trató de cubrir una distancia saltando desde un muro a una rama, se desvaneció. Fue tan repentino e inesperado que ni siquiera Aoshi pudo evitar su caída.

*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*

-Es todo un gusto tenerlo aquí, señor Hiko Seijuro Treceavo, ¿o prefiere que lo llame Kakunoshin Nitsu?

Okina le ofreció té a su visita tras participar de una breve ceremonia. Seijuro había llegado por la tarde, vestido con un traje algo pasado de moda, pero limpio, que cubría con su enorme capa, aquella que heredaban los que habian aprobado el examen final para maestro del estilo Hiten Mitsurugi Ryu. Y desde luego, traía su espada. La que ahora estaba a su lado sobre el tatami.

-Como usted guste.- repuso el hombre, aceptando la taza de te.

Estaba nervioso, pero se dominaba bien. Eso fue al menos lo que pensó Okina al verlo de reojo. Preguntó el motivo de la visita, por pura formalidad.

-Vengo a ver a Misao.- respondió Seijuro sin titubeos. Ya bastante ridículo se sentía con todo eso como para más encima mostrarse inseguro.- Quiero hablar con ella.

-Comprendo. Pero no será posible, al menos por ahora. Salió a un retiro de varios días para hacer ejercicios ninja.- dijo tranquilo Okina, sabiendo que esa información podía dársela sin peligro al señor Hiko. Aún decepcionado, este inclinó la cabeza como señal de afirmación.

-¿Cómo está ella?- preguntó antes de poder atajarse. Se sentía descolocado y debía luchar para que su voz sonara clara y fuerte. Era un hombre próximo a los cuarenta y cuatro años que venía a preguntar por su amante de dieciocho. Se preguntaba si Okina no querría mandarlo a volar a patadas.

-Misao está bien, haciendo su vida como mejor puede. Pero no ha vuelto a trabajar al pequeño taller de cerámicas que le montamos en el patio. Señor Hiko, con todo respeto... Misao es una buena muchacha, pero es eso. Una muchacha. Hay cosas que aún ella no...

Un barullo proveniente de afuera llamó su atención. Excusándose, Okina se puso de pie ayudado de un bastón y corrió el shoji, sólo para divisar al grupo de ninjas caminando hacia ellos. Atento, Seijuro también se puso de pie, al tiempo que Aoshi llegaba hasta la estancia cargando a Misao. Pero ella no se veía bien. Parecía dormida. Traía como una sábana en la cabeza.

-Shiro, ve por el médico, Okon, prepara algo ligero para comer. Omasu, ayúdame a acomodar a Misao en su pieza.- dijo sin perder tiempo.

Se la llevó. Kuro se quedó a explicarles lo de la caída y una herida que Misao se había hecho en la cabeza al caer. Seijuro sintió que su frente se enfriaba. Preguntó dónde estaba la cocina, porque quería colaborar con algo. Con gusto Okon lo dejó hacer, aunque se tuvo que aguantar sus ganas de coquetearle, en especial cuando él dejó su capa afuera y la verdadera silueta de su espalda se mostró. Pero él era de Misao.

-Le agradecemos el esfuerzo, señor Hiko, pero Misao jamás se comerá eso.- dijo Aoshi mirando el tazón que preparó.- No le gusta. Lo mejor es darle pescado.

-Eso será bueno para mañana, pero ahora lo mejor es esto. A ella le gustará y la repondrá si viene mareada por el golpe.

Okina le hizo un gesto a Okon, de modo que ella recogió el tazón de Hiko y lo subió a donde Misao acababa de ser examinada por el médico. Mientras Seijuro seguía en el piso de abajo acompañado por el anciano, el resto pudo notar cómo Misao se devoró el líquido del tazón apenas pudo sentarse sin sentir mareos. Al ser informado, Okina miró a Seijuro, instalado en la habitación donde respiraba para serenarse.

-Lo invito a dormir aquí esta noche. Ya envié a preparar su habitación. Así usted podrá ver a Misao un momento y ya mañana marcharse o quedarse, como guste.

Aunque Aoshi no estaba de acuerdo, tuvo que ceder a Seijuro su puesto junto a Misao cuando entró al cuarto. Lo vió tan grande que por un momento le pareció monstruoso que un hombre como él estuviera con una chica tan menuda. Seijuro lo ignoró, se arrodilló y luego sentó junto a ella.

-Me alegra verlo.- dijo ella con un parche en una mejilla y otro en la cabeza.- Pensé que nunca vendría.

Hiko sonrió de medio lado, irónicamente, pero repentinamente cansado. Un perro viejo podía elegir a quien querer pero una vez hecha la elección, todo su cuerpo y todo su ser estaba sujeto a sus sentimientos, siguiendo a esa persona hasta donde ella fuera y él mucho se había demorado en llegar hasta ella. No había podido resistir su naturaleza, después de todo.

-Lamento lo de tu accidente. ¿Qué pasó? No puedo creer que hayas calculado mal la distancia.

-No, no fue eso. Es solo que... fue algo raro. Sentí que todo se movía bajo de mi y perdí el equilibrio. Yo no salté, me caí.

-¿Te has sentido bien?- preguntó preocupado, acariciando quedo su mejilla sana. Fuera del cuarto, Aoshi escuchaba atento, sorprendido del trato de Seijuro, con Okina a su lado.-No es normal que te pasen esas cosas. Yo sé que una Okashira jamás se equivoca en su proceder, pero tal vez esté enferma de algo.

-La pancita, un poco... - reconoció Misao, perdida en los ojos negros de Seijuro.- Hace dos días me molesta. Creo que comí algo, no lo sé.

-Debes cuidarte. ¿Cómo cuidarás de todos si te enfermas?

La voz de Seijuro era calmada y bien modulada. Okina miró a Aoshi, justo cuando este se decidía a meter al cuarto.

-Misao, no quisiste hablar con esto sobre el médico y se lo dices ahora a tu... al señor Hiko.

-Tu médico asumió que yo me había resbalado y que me merecía el golpe por hacer prácticas poco propias de una mujer. Aunque me curó la cabeza, no quiero ver a ese viejo nunca más asi que más te vale ir buscándote a alguien que me escuche como el señor Hiko si quieres que me atienda.

Aoshi enmudecio, sintiéndose de pronto fuera de lugar. Seijuro, absorto en Misao, habló.

-Quedé de ir a dejar una mercancía mañana. Pensé que nos veríamos esta tarde y entenderás que no esperaba lo de tu salida o tu accidente. Tengo que irme ahora.- Anunció Seijuro.- Pero puedo venir mañana por la tarde a ver cómo estás.- agregó cuando Misao protestó.

Seijuro se despidió de todos y se puso su capa. Les recomendó a las ninjas buscar a un médico diferente para Misao y se marchó. Okina tras ver su proceder y despedirlo, quedó muy satisfecho.

*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*

La perrita Terrier se había multiplicado cuando Seijuro alcanzó su casa. Había tres cachorros blancos con negro como ella y tres pequeños perritos muy parecidos a Toru. A Hiko le pareció que estaban bien en la casa que les hizo, pero por si acaso puso una vieja manta encima, para protegerlos del frío.

-Apenas te puedes tu propio cuerpo y adquiriste tamaña responsabilidad.- le dijo a Toru, poniéndole las sobras de un asado que tenía por ahí.

Al día siguiente, tal como había prometido, emprendió rumbo a Kyoto tras cumplir sus obligaciones. Esta vez no le vio caso a arreglarse tanto para una visita formal y se conformó con llevar su ropa limpia. El camino era largo y envidió la capacidad de Misao de acortarlo a saltos. Él podía hacer algo de eso, pero para ser sinceros no más de dos o tres de seguido. Las rodillas.

Tomó aire cuando divisó las primeras casas de la ciudad y trató de abstraerse del hecho de estar rodeado por la gente de la calle. Cuando niño él había vivido en un lugar así pero su infancia fue muy difícil y el maestro Hiko Seijuro Doceavo lo había salvado cuando lo sacó de ese lugar y le enseñó, además de las espadas, la tranquilidad y paz el bosque. Amaba la luz que se filtraba entre las hojas de los árboles y poder tener material para hacer sus cerámicas y vivir de eso. Comprendía que su estúpido pupilo no sintiera esa misma fascinación cuando decidió marcharse y emprender a Kyoto. Comprendía que la gente no viera lo que él en su bosque y sus sonidos.

Y debía comprender que Misao ya no quisiera volver por esos lados.

Llegó al Aoiya sorteando a una mujer que quería hablarle y otra venderle flores. Fue recibido por Okina, pero sintió que el ambiente era diferente. Cuando subió la escalera para verla notó las miradas de los demás puestas en él y al llegar al dormitorio, ella estaba sentada en su futón, un tanto incómoda.

-¿Cómo has estado hoy?

La joven también lucía distinta. Había algo en su mirada, parecido al temor. Misao no sonreía ni intentaba hacerlo. De pronto le pareció que se veía más pequeña.

-Bien. Vino un médico nuevo, me dijo que guardara reposo total hoy y cinco días más y luego que empezara a levantarme de a poco.

-Ya veo. Sigues mareada.

Misao pasó saliva esquivando su mirada.

Si. Algo hay de eso.

-Pero... ¿estás bien? Es decir, no es grave, ¿cierto?

Esta vez fue Misao quien reparó en la mirada preocupada que Hiko ponía sobre ella.

-Pasará.- repuso. De pronto Seijuro recordó algo y quiso contárselo, para aligerar el ambiente.

-Nuestro perro... es decir, Toru, anoche fue padre. Jajaja, ¿Puedes creerlo? Tiene seis hijos, por lo que pude notar y es muy gracioso. No sé qué haré con tantos perros cuando empiecen a correr por ahí. Tal vez le envíe uno a mi estúpido pupilo por correo o los regale en el pueblo...

Hiko dejó de hablar al notar el modo en que Misao se mordía el labio inferior y una lágrima le caía por la mejilla.

-Sobre eso... - empezó ella.- Hay algo más que le debo contar.

*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*

Todavía no podía creerlo. No podía ser cierto. Seijuro se despertó de mala gana en su cama. ¿Cómo pudo ser posible? Misao le había asegurado que los métodos ninjas de anticoncepción eran de los mejores. Pero aún cuando era comprensible que algo así fallara, se daba cuenta de que un hijo cambiaría por completo su vida.

Y se sintió, ante eso, completamente inseguro.

Durante muchos años había visto la sucesión de estaciones en su bosque en completa soledad. Debía reconocer que criar y educar a Kenshin no había sido tan malo, pero es que él mismo era más joven, tenía más energía. Lo de Misao se dio de manera natural... para terminar abruptamente cuando la brecha generacional se abrió entre ellos. Y con un hijo... si alguien veintisiete años menor no lo entendía, ¿Cómo lo haría con alguien cuarenta y cuatro años menor? ¿Cómo entenderse con él o ella? Y si sacaba los ojos de Misao y era niña, sería la más linda, estaba seguro. Se miró las manos, preguntándose de pronto de qué tamaño sería un bebé. Kenshin le había escrito hablándole del nacimiento de su primer hijo hacía unas semanas y que en cuanto el clima mejorara viajaría para enseñárselo, porque era demasiado pequeño.

¿Cómo sería un bebé de Misao? Ella era pequeña... Se le ocurrió que con una mano podría acunar a su hijo.

De pronto una imagen de él y su estúpido pupilo comparando tamaños de bebés llegó a su cabeza. No le hacía mucha gracia.

Pero tampoco se podía hacer muchas ilusiones al respecto. Misao había sido muy clara al decir que ella quería ser ninja y ceramista y cocinera y otro montón de tonterías que la hacía pensar que un hijo no tenía cabida en su vida. ¿Cómo no lo iba a tener? Eso no lo podía permitir. Fue a verla al día siguiente para hablar al respecto.

-Si no lo quieres tener, pues dámelo a mi. Yo lo cuidaré. - dijo apenas entró al cuarto de la muchacha. Estaba seguro de eso, podía hacerlo.

-Es algo que no he decidido aún y de lo que no quiero hablar.

Seijuro miró a Misao, entre molesto y apenado. Se preguntó qué cosa tan mala le pudo él hacer a la muchacha para que se comportara así con él. Se regresó a su casa y enterado de cómo estaban las cosas, Okina decidió por una vez involucrarse en eso. Ingresó al dormitorio de su adorada nieta, junto con Aoshi.

-Hay cosas buenas que pasan una ve en la vida.- comenzó Okina.- Y es de necios o necias dejarlas ir.

-Jiya, no quiero hablar de esto ahora. No del señor Hiko. Vete. Debo reposar.

-Al menos muestras mucho interés en ese bebé porque si quisieras perderlo te levantarías. ¿Por qué le dijiste a Seijuro que querías perderlo? Sabes que te escuché.

Misao miró en otra dirección.

-No lo sé. No sé por qué lo hice.

Okina encontró el problema de Misao. Decidió darle una mano y esperaba no equivocarse.

-Aoshi, por favor, indícame... dime el color favorito de Misao.

-Azul.

-Y su sopa favorita.

-La de pescado.

-Qué bien. Yo pienso como tú. Nosotros criamos a Misao, pero muy poco la conocemos. Porque según el señor Hiko, ella ama el color verde. Dice que le encanta y que su sopa es la de verduras y costilla.

Misao miró con interés a Okina.

-Dime, Misao, quién se equivoca en todo esto. ¿Nosotros o Seijuro?

Misao bajó sus gruesas pestañas para responder sin mirarlos.

-Ustedes.

Aoshi miró a su protegida como si fuera otra persona.

-Tu problema, Misao, es que quieres las cosas a tu manera. Cuando lograste traer a Aoshi a casa y te empeñaste en hacerlo reír, fue algo muy positivo pero Aoshi no es el tipo de hombre que se ríe fácil. Y te empeñaste en cambiarlo. En que hablara más, en que fuera más emotivo. Aoshi... tiene una forma de ser que no cambiará por nadie si él no quiere, pero insististe mucho tiempo. No me miren así, ustedes saben lo que pasó acá, pero si me atrevo a mencionarlo es porque considero que somos todos adultos. Cuando empezó toda esta historia con el señor Hiko, no me metí. Tú lo sabes. Te dejé ser. Y de pronto, después que él no viene a verte y haces un berrinche, se termina la relación. Pero ese hombre te conoce mejor que tú misma, te tiene más fe que todos nosotros juntos y ha hecho el camino desde su casa hasta aquí varias veces sólo para estar contigo unos minutos. Tú no puedes pretender que sea cómo tú quieres. Seijuro no será más joven, posiblemente nunca te lleve a pasear al puente bajo la luz de la luna y quizá ni una sola vez asome su nariz por algún festival, y no lo hace para molestarte. Es que él es así.

-Pero podría mostrar más interés en lo que si me gusta a mí...- dijo Misao.

Okina se sacó unos folios atados con un hilo de entre su yukata. Se lo pasó a Aoshi para que lo leyera. Le habló a Misao.

-Cuando Himura solicitó la dirección de Hiko, aprovechamos de averiguar unas cosas sobre él. Misao, Seijuro es un hombre mayor que hace las cosas a su manera, porque lleva casi toda su vida en la montaña. No ha tenido compañeras sentimentales. Posiblemente ni él sepa muy bien cómo proceder contigo, pero podría asegurar que eres la persona que más quiere. Tu misma nos hablaste de las cerámicas, de su forma de alentarte.

Con un remordimiento, Misao recordó que ella lo acusó de quererla sólo para el sexo. Y no, nunca se trató sólo de eso.

Aoshi leyó la información escrita. Infancia difícil, Hiten Mitsurugi Ryu. Hombre solitario, justiciero. Problemas por el exceso de atención del sexo femenino (eso los hizo reir, incluso Aoshi). Ermitaño.

-No existe mujer en Kyoto que pueda decir que tuvo algo con él. Ni donde preguntes porque no es dado a relacionarse con los demás. Como guerrero es asombroso, como persona tiene pocas habilidades sociales. Él vio algo en tí. Tú le causaste algo. No te vino a ver cuando quisiste mostrarle un vestido, pero ha venido a verte cuando has estado en reposo. No sé qué tan malo te puede parecer eso.- dijo Okina levantándose con ayuda.- Pero si eres tú quien no lo quiere a tu lado, deberías decí que eres muy chiquilla para aceptar lo que un hombre como él te ofrece.

El anciano los dejó solos y temblando, Misao miró a Aoshi, su primer amor. A quien por todos los medios trató de impresionar sin lograrlo. Al que tal como dijo Okina, trató de sacar una sonrisa.

-No me gusta Seijuro. Es muy mayor.- dijo Aoshi con esa seriedad que lo caracterizaba.-Te quiere, pero es tu decisión. Por lo mismo de que sea mayor, él no cambiará. ¿Tú has cambiado algo por él?

Elegante, Aoshi le dio las buenas noches y se retiró. La joven se quedó pensando en la conversación y en la pregunta de Aoshi.

Al día siguiente habló con Seijuro cuando vino a verla. Le pidió una disculpa por comportarse de una manera tan inmadura y luego le preguntó si estaba bien que ella se instalara con él durante su embarazo o mejor se quedaba en el Aoiya. Él quedó de pensarlo, como si le diera lo mismo.

Tres semanas después, cuando ella pudo subir a la montaña, vio que Seijuro había hecho un cuarto nuevo para utilizar de bodega y encerrar el calor de mejor manera en la casa, pero lo que la emocionó a las lágrimas fue notar que había desarmado y lavado un viejo colchón. Ese que usaba Himura cuando estaba ahí y que ella usó en algunas ocasiones.

Cuando estuviera armado y seco, dormiría allí su hijo.

*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*

-¿Por qué yo?.- preguntó Misao jugando con uno de los hijos que quedaban de Toru mientras Seijuro preparaba unas vasijas.

Seijuro la miró de manera seductora, sin responder. La primavera ya estaba pasando y los días eran más cálidos. El próximo otoño, Misao sería mamá. Sus pechos habían crecido, tal como su barriga y su cuerpo le parecía como el de otra persona. Pero Seijuro estaba fascinado.

No habían papeles de matrimonio entre ellos, ni siquiera un nombre formal a la relación que tenían. Seijuro siempre hablaba de ella como "su mujer", sin embargo, en esa aparente falta de cariño, Misao, que se había llegado a sentir muy insegura por no obtener una cita ni ese tipo de detalles de él, se empezó a dar cuenta de su forma de querer. Cuando Hiko parecía darle libertad, en realidad no le quitaba ojo de encima. Nunca le levantó la mano, ni siquiera la voz para discutir algo. Pero, ay si algún cliente trataba de embaucarlo con algo o peor aún, decir algo sobre su joven mujer. Se convertía en un demonio tal que ni Misao se atrevía a hablarle para llamarlo a la cordura. Por las noches no dormía si no la aseguraba con su brazo encima y nunca despertó sin un beso sobre su cara. Misao misma no volvió a mencionar que él sólo la quisiera para tener sexo, se sentía un poco idiota cuando recordaba eso y para compensarlo, le mostraba al hombre mayor toda su ternura, toda su pasión y todo su cariño. Y vaya que Misao podía ser cariñosa. Cuando sentados en su colchón ella le acariciaba la cara, Hiko inclinado para eso no dejaba de mirarla, enamorado, mientras Misao le decía entre besos lo mucho que lo quería.

*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*

Su hijo nació sin complicaciones un día tibio de Octubre. Un fuerte muchacho de espeso cabello negro y ojos que más adelante lucirían verdes, aunque un poco más oscuros que los de Misao. Ella quedó agotada, pero el pequeño gritó a todo pulmón.

Kenshin que había visto en su maestro todas aquellas emociones por las que él pasó cuando nació Kenji, sonrió al dejarlo pasar a la habitación para conocer al pequeño. Kaoru y la partera salieron, cansadas, a asearse antes de volver al interior de la casa.

Seijuro no lo podía creer. Su hijo... ¡Su hijo! Se veía tan pequeño, ahí, prendido al seno de Misao, buscando su alimento, que algo muy grande se anidó por él dentro de su pecho. Por Kami que siempre lo amaría, siempre lo protegería... lo guiaría. Nadie podría ponerle un dedo encima a su hijo, ¡Nadie! Sería feliz, donde quisiera, sea en la montaña o en la ciudad, pero sería feliz.

-¿Lo quieres tomar?- dijo Misao cuando el bebé terminó de mamar. Con el rostro congestionado, Seijuro tomó con mucho cuidado al niño, nervioso y temeroso de dañarlo, pero emocionado. Fue Kenshin, a su lado, quien notó la lágrima que rodó por su mejilla y sonrió sin decir nada.

*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*

El pequeño Haku, de cinco años, miraba sin entender lo que pasaba. Tomado a la mano de Misao a pesar de ser un poco más alto que el promedio, observaban a Seijuro, unos metros más allá, echar tierra a un hoyo. La pequeña Kiyo, de dos, se aferraba a las piernas de su madre, comiendo un trozo de fruta que le había dado.

Seijuro tomó un breve descanso cuando el cuerpo de Toru quedó tapado. Su fiel amigo finalmente había terminado sus días echado por ahí en la casa en que fue papá en tres ocasiones, muriendo de viejo. Suko, la perrita y uno de sus hijos miraban la escena y Seijuro se preguntó si ellos entenderían lo que sucedía. Tras unos momentos reanudó su labor y luego llamó a su hijo y le indicó que debían poner piedras encima de la tierra suelta. Misao y Kiyo también ayudaron, como jugando. Misao buscó la mirada de Seijuro. Los adultos eran quienes sentían más pena.

Cuando ella y Kiyo regresaban a casa, Seijuro se quedó mirando la tumba y su hijo Haku se le acercó y le tomó una mano. Seijuro tenía cuarenta y nueve años y aunque mantenía su soberbio cuerpo, no podía dejar de notar el paso del tiempo en su piel o algunas molestias. Mirando a su hijo, sólo esperaba y pedía a los dioses, tener suficiente vida para verlo varios años más y encausarlo de buen modo. No pensaba enseñarle ninguna técnica de espadas. Con infundirle valor para buscar su destino siendo un hombre de honor le bastaba.

Se fueron a casa, donde Misao ya había puesto a calentar la comida. Cuando estuvo embarazada, pregonó que volvería a ser Okashira, que haría misiones, que derrocaría a los corruptos y todo lo que se le ocurrió. Pero Haku la ancló al bosque y cuando tuvo tiempo para hacer todo eso que quería, le había tomado el gusto a la alfarería, renovando sus esfuerzos en diseños novedosos, alentada por su hombre. Cierto que participaba como apoyo en algunas misiones, pero nada que la obligara a alejarse de casa y de sus niños más de dos días.

Tras acostar a los niños y poner una cortina para separar los ambientes, Misao se acostó junto a Seijuro. Con veintitrés años, lucía una belleza desbordante en su cara, en su cuerpo, en toda ella. Seijuro sabía que aún se pondría mejor con los años y bajo el cobertor, atrapó uno de sus senos.

Entusiasmada, Misao se trepó sobre él, liberando su miembro para atraparlo entre sus piernas. Seijuro jadeó y la tomó por las caderas para guiarla e imprimirle más fuerza, moviéndose sutilmente a la vez para estimular una parte de ella y enloquecerla. Lo logró. La mujer alcanzó su climax clavándole las uñas ya que no podía gritar por los niños y se encargó de que él tuviera el suyo antes de acostarse. La familiar mano sobre el vientre la atrajo hacia él cuando se volvió para dormir. Seijuro se quedó despierto un rato más.

Ya no lamentaba haber conocido tarde a Misao en su vida. Las cosas debían ser así, después de todo, así funcionaba la naturaleza, con sus reglas y atracciones. Ese día había enterrado a su perro viejo y ahora, en esa casa, él quedaba como el más mayor. Cuidaría de su manada, defendería su hogar. Guiaría a sus cachorros y aunque no se lo dijera muy a menudo...

Continuaría eternamente, rabiosamente, fielmente enamorado de su ama.

*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*.I.*

Fin Perro Viejo.

Abril 9, 2016.

Notas de autora:

Salió bastante diferente de cómo lo había pensado, pero me gustó así, que tuvieran sus problemas y sus asuntos como pareja. Se me ocurrió mientras escribía, que Seijuro tiene para estas cosas y en este fic, una manera muy pura de amar. Es lindo pensarlo, y bueno, de ahí el nombre de sus hijos.

Misao también tuvo sus dificultades. Ni tan madura ni tan emancipada. La inseguridad casi se la comió. Pero se quedó con él. Wiiiii.

Y no, no me los imaginé casándose, tal vez si, en una ceremonia intima. Pero eso ya sería otro capítulo. No, mejor imagínenlo. No tengo tiempo por ahora.

Estoy un poco cansada justo por estos días y me costó este capítulo, porque no lograba llegar con claridad a algunas situaciones. Sólo por esta vez les pido indulgencia. Si hay algo que corregir, lo haré en unos días. Queda decir que se viene un nuevo capítulo de "La Protegida" y luego, "Después de Perderte"

Que estén muy bien.

Blankiss.