N/A: Así me demore mil años, voy a terminar este fanfic. ¿Cómo están? Espero que bien. Yo saliendo adelante de todo. Solo quiero aclararles que este capítulo tiene varios cambios de narración y un flash-forward al comienzo. Pienso que es todo lo que quería, todo se está tejiendo perfecto y estoy feliz por ello. In Fine Temporis se acerca cada vez más a su fin. Gracias a todos los que esperan pacientes y me siguen desde el comienzo. Son toda mi motivación. Y obvio mis ganas de ver esta obra terminada.

Creo que me resultó un capítulo con harto contenido, pero me ahorré toda la acción para el próximo cap. Espero lo disfruten.

Saludos. Los quiero de aquí hasta siempre.


Capítulo 30: Antes de ti

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«Ya no puedo recordar la vida antes de ti…»

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Era temprano por la mañana. Más de lo que él hubiese deseado, podía llamársele madrugada incluso, sobre todo, al descubrirse los rincones del bosque, todos en tonos azulados. El frío no era inquietante, barría la piel con suavidad. Levi cerró los ojos un instante y se concentró en percibir el sonido de la ribera, el agua avanzando, siseando cautelosa.

Avanzó tímidos pasos, buscando rocas, buscando gruesas raíces sobresalientes, buscando cualquier elemento sobre el que apoyarse para así causar el menor ruido. No quería hacer tronar las hojas, porque ella era como una avecilla: desaparecía al menor crujir, como si siempre estuviese siendo acechada.

O lo estaba.

Levi oyó los susurros. Debía estar cantando alguna de aquellas canciones que le había enseñado su madre. Su voz angelical lo sacaba de este mundo, pero sin intenciones de perder su verdadero objetivo, avanzó hacia el lugar del que provenía la melodía, antes de dejarse llevar.

Cuando llegó a la orilla del río, ella estaba ahí, pero no era más que una sombra en la traslúcida penumbra. Estaba envuelta en su capa.

Levi avanzó suavemente, buscando no importunarla.

—No intentes ser sigiloso, no importa lo que hagas, siempre advertiré tu presencia —habló, altanera como era, dulce como era—. Siempre siento tu presencia…

Él se detuvo en el acto para contemplarla. Sí, astuta, hermosa, íntegra, única, irremplazable, surreal, su razón de vida. Niiv, su obra magna.

—Pensé que huirías.

La vida había cambiado tanto hasta ese entonces. Nada figuraba del mismo modo. En su mayoría, las cosas habían mutado o dejado de existir completamente (Levi hizo un mohín al pensar en ello), se habían adaptado, pero increíblemente nada se conservaba igual. Ni siquiera él mismo.

Tantos años habían trascurrido, tantas vivencias habían acumulado; era lógico. No obstante, era común sorprender a Levi en sus largas horas de sopor, aparentemente al tanto de nada, pero con la mente sumergida en todo.

¿Cómo habían llegado hasta ese punto? ¿Cómo había hecho para resistir todos esos años, mantenerse con vida y seguir adelante? La respuesta era un extenso recuerdo vívido de las más caóticas y dramáticas escenas. Y no era que su vida fuese o hubiese sido tranquila alguna vez (no, ni siquiera desde el primer día), pero la forma en que los hechos habían cobrado vida había sido realmente avasalladora.

Ahí, tras la niña que se distraía fácilmente con el agua de la ribera, escoltándola imperiosamente, Levi evocó todo el desenlace de esta nueva vida, el punto donde realmente había comenzado todo, justamente, aquel día en la noche más feliz de su completa existencia.


La reunión durante la noche había sido extensa. El comandante Erwin había organizado todo un operativo para dar búsqueda a Christa Lenz mientras que él se hallaba dispuesto en la sala de reuniones, cuestionándose cada decisión, cada acción que había sido tomada. No había manera de culparse a sí mismo o a nadie, porque nadie lo había previsto. Era inesperado, sobre todo, viniendo de aquella muchacha agradable y solidaria quien nunca buscaba el mal para los demás, quien siempre intentaba ser justa y, en ocasiones, condescendiente con tal de evitar discusiones innecesarias.

Sin embargo, su desaparición había formulado todo un debate complejo e innecesario. Las buenas intenciones habían sido nocivas. No había motivos para creer que sus medidas tuviesen alguna connotación cizañera. Sencillamente, ella había hecho lo peor, creyendo que era lo mejor.

Era insensato molestarse por aquel inintencionado error, pero lo estaba, estaba molesta. La razón primordial de todo: porque me había hecho lucir ingenua ante el resto. Luego, por todo lo demás que arrastraba esa primera sentencia: amistad, credulidad, confianza, todas esas cosas que se habían involucrado y que ahora me tenían presionada contra una espada y la pared.

La ira había hecho lo suyo instantes antes. Levi se había plantado frente a mí, para sostenerme de los hombros y recordarme que mi embarazo no me permitía reaccionar como hubiese hecho antaño. Tenía que recular, porque mis ansias furibundas no eran fructíferas. Christa no iba a aparecer porque yo, producto de mi cólera, clamase a todos los hilos del destino traerla de vuelta.

Obedecí casi a regañadientes. Pero, luego de eso, mi mente se mantuvo dormitando; no inconsciente del todo, sí alerta a cualquier indicio. Guardé silencio y me conservé quieta, casi espectral mientras oía la charla a mi alrededor, acepté las críticas de Erwin Smith, las miradas de todos los integrantes del Escuadrón de Operaciones Especiales, y resistí toda la atmósfera caótica.

Inerte, catatónica, con los brazos cruzados y la mirada perdida.

―¿Así que le dijiste que buscábamos a Historia Reiss? ―las expresiones de Gunther figuraban entre incredulidad e irritación―. De eso va todo esto.

―Es suficiente ―espetó Erwin, frunciendo el ceño.

―Pensé que podía ser de ayuda ―comenté, sabiendo que no quería decirlo realmente. Mis labios se guiaron solos.

―Lo fue. La descubrimos en el acto ―bromeó Auruo, manteniendo su usual postura confidente.

―Dije ―Erwin alzó la voz―: es suficiente.

―No. Está bien ―acepté, finalmente, descruzando los brazos y apoyando ambas palmas de mis manos sobre la mesa―. Es mi responsabilidad.

―Confiaste en Christa porque ella te hizo creer que podías hacerlo. No podemos culparte por ello, sobre todo, si consideramos que, se suponía, ella estaba de nuestro lado ―Eren irrumpió en la conversación―. No importa ya el cómo sucedió, es intrascendental ahora. Solo tenemos que procurar encontrarla. Es pequeña, no pudo haber ido tan lejos. Lleva una noche fuera y nada más.

―¿Qué ha dicho, Ymir? ―Hange tenía sus manos entrelazadas frente a su rostro; había estado cavilando durante largo tiempo.

―Su silencio es toda la respuesta que tenemos de ella ―negó Erwin.

―¿Cómo? ―entoné con pesadez tras oírle, consciente de que ella debía, por lo menos, tener una noción sobre el asunto. Y con mayor razón, si no hacía otra cosa más que ser la sombra de Christa.

―Se ha negado a cooperar ―continuó el comandante―. Dice no saber nada, además, de exigirnos explicaciones como si la desaparición de la muchacha fuese nuestra responsabilidad.

Los presentes continuaron comentando al respecto entre ellos mientras yo extraje mi mente de la escena para cavilar en silencio.

Aquello no pintaba nada bien. Ymir era la única persona más cercana a Christa, la única capaz de decir, con toda confianza, que la conocía en profundidad. Nunca me había molestado, ni siquiera importado, que ambas tuviesen un tipo de relación sentimental. Pero no me esperaba oír sobre el desentendimiento de parte de ella. Era tan absurdo como si yo intentase desconocer las decisiones de Levi; las conocía todas al pie de la letra.

Por un momento, me atacó una grave preocupación: si ambas tenían algún plan respecto a toda esa situación. Primero, desaparecía Christa y, probablemente, luego lo haría Ymir. Y yo no podía permitirlo, bastantes errores había cometido ya. Por lo que, antes de proseguir con la misión de encontrar a la supuesta Historia, se me vino a la mente que era necesario atrapar a su secuaz.

―Arréstenle ―enuncié, interrumpiendo la charla que estaban llevando a cabo durante mi silencio.

―¿Mikasa? ―Eren enarcó ambas cejas.

―Arresten a Ymir, ahora.

―¿En qué posición estás como para dar órdenes? ―Gunther me increpó, con expresión casi ofendida.

―Si Ymir escapa…―tartamudeé con torpeza, intentando buscar la manera de comunicar mi teoría sin sonar extremista.

―Arréstenla ―repitió Erwin.

―¿Señor? ―Gunther no podía creerlo―. Mikasa ha fallado bastante…

―A decir verdad, señor Schultz, ya sea por medio de buenas o malas decisiones, tenemos todas las respuestas que tenemos. Espero que no tome represalias debido a la confianza que profesamos a la señora Ackerman.

Gunther contuvo sus actitudes en ese mismo instante. Con una señal, un gesto de su cabeza, indicó a sus compañeros retirarse de la oficina para ir a la misión encomendada. Todos le siguieron en el acto, sin rechistar.

En el cuarto, solo quedamos Hange, Erwin y yo.

―Levi lleva buen tiempo afuera con mi escuadrón ―comentó Hange―. No creo que vuelvan con buenas noticias. Lo siento tanto por ti, Mikasa. Era tu noche de bodas.

―Descuida, Hange ―encogí los hombros, sin ocultar mi tristeza, y miré un punto perdido en la superficie de la mesa―. Creo que es algo que asumimos, incluso, al comenzar nuestra relación. Como soldados de la Legión, no podemos esperar nada diferente.

Un breve silencio se alzó entre nosotros. Era triste, pero era una irrefutable verdad.

Erwin decidió acabar con la tensión de inmediato.

―¿Qué planes tienes para Ymir? ―parecía ansioso por la respuesta, entendía los motivos de la decisión que había tomado, pero aun así quería profundizar en ella.

―Seré yo quien converse con ella. Después de todo, durante el último tiempo fui quien pasó más tiempo junto a Christa, aparte de Ymir. Creo poder entenderme bien con ella. O, a decir verdad, no es que nos caigamos bien, pero podría extraerle algo. Claro, si se me permite.

Hange emitió un ligero sonido de desaprobación.

―Pero no ahora, Mikasa. Dejémoslo para más tarde. Lo más probable es que no tengas ningún deseo, pero por tu estado, sabes que no te he permitido saltarte las comidas.

―Hange, es de noche ―me extrañé.

―Está oscuro, sí, pero ya son las seis de la mañana. Deberías desayunar. Has pasado muchas horas despierta, sin dormir y sin comer.

En cuanto lo mencionó, junto a Erwin volteamos a ver el reloj dispuesto en la sala. Hange estaba en lo correcto, el reloj marcaba la seis. Reparar en ello me resultó vertiginoso, el tiempo había transcurrido increíblemente rápido. Toda una noche de búsqueda y preocupaciones.

Asentí ante la petición de Hange y solté un largo suspiro. Todo eso estaba resultando agotador.

―El tiempo voló ―musitó Erwin―. Creo que también desayunaré; hoy hay bastante que hacer.

Finalmente, el comandante se puso de pie y abandonó el lugar.

―¿Vamos? ―invitó Hange, mostrándome una cálida sonrisa.

Me pregunté cómo podía hacerlo… es decir, sonreír. Era una cualidad de su forma de ser, su personalidad se caracterizaba por su carisma, pero me sorprendía que ella aún tuviese energías para permitírselo. Yo no tenía fuerzas ni ánimo a esas alturas.

Todo lo que había tenido, lo había gastado en la boda. Y, sumado al agotamiento, ahora se añadían sentimientos tan poco llevaderos como la frustración y la inquietud.

Hange me llevó al comedor. El escuadrón que tenía turno en la cocina ya estaba ahí, preparándolo todo. Una recluta, que en diversas ocasiones me había ayudado con las comidas especiales que Hange destinaba para mí, estaba ahí, llevando tazas a los primeros madrugadores. No tardó en acercarse hasta mi posición para extenderme un recipiente con avena, leche y frutas. Si bien había sido mi mayor antojo, durante aquel último tiempo se había convertido en un suplicio (o, quizás, Hange lo había convertido en un suplicio, pidiéndolo diariamente para mantenerme saludable).

Hubiese querido sentarme en una mesa para acompañar a Hange y a Erwin, quien ya venía con su tradicional té y su pan, de no haber sido porque no tenía ganas de estar ahí. Quería estar sola y pensar, sobre todo, en lo que conversaría con Ymir cuando se diese la oportunidad.

Por ende, tomé mi recipiente y, luego de pedir permiso, me dirigí hasta la sala de reuniones, que sabía que no sería ocupada de nuevo, por lo menos, hasta pasada la hora de almuerzo. En mi habitación, Sasha debía estar descansando. En cualquier oficina, el personal entraría y saldría repetidas veces. En cambio, la sala estaría quieta por mucho tiempo.


«Mikasa, tú eres la única que merece ser reina»…

La cuchara no paraba de ir de un lado dentro del recipiente. No me explicaba cómo iba a acabar con él, porque, tras mirarlo repetidas veces, se hacía cada vez menos apetecible. La avena se había vuelto blanda y pegajosa, la fruta cubierta de leche no lucía bien, y el sonido viscoso que emitía al revolverlo me crispaba los nervios.

Luego, comenzó a fastidiarme el cabello, por las incontables veces que se vino a mi rostro. Intenté sujetarlo detrás de mis orejas, pero era tan abundante, que acababa soltándose de todos modos.

La culpa no era de la comida, ni de mi cabello. Estaba irritada.

Me armé un moño tomate que, probablemente, no resultó del todo bien, pero evitó que los mechones imprudentes cosquillasen todo el tiempo sobre mis mejillas.

Además, solté la cuchara con inapetencia y resoplé.

«Habría que estar en el lugar de Historia para saberlo»…

Hipócrita…

Y yo una tonta, por haber soltado tamaña declaración. Mas si lo sopesaba, había sido como verter agua sobre un hormiguero. La pequeña hormiga salió corriendo al primer contacto. Había sido tan peligroso como eficiente. No obstante, ya todo estaba hecho y dispuesto de ese modo.

Solté un largo suspiro y me propuse acabar con la avena. Cuando ya iba llegando a la mitad, sentí la puerta de la oficina, para verla abrirse a los segundos después. Levanté el rostro para fijar mis ojos en ella y así juzgar con la mirada al intruso que osaba a irrumpir mi espacio. Pero el intruso era compañía grata, en efecto, la única que estaba dispuesta a aceptar.

―¿Todavía desayunando?

―No tenía ganas de comer ―admití―. Volviste antes de lo que esperaba.

―No tenía caso ―Levi avanzó con pesadez para tomar asiento al otro extremo de la mesa, frente a mí―. No está por ninguna parte. Recorrimos todo el perímetro, pero es como si se la hubiese tragado la tierra. Ni siquiera hay huellas.

Oír aquello clavó un puñal en mi estómago. Me recordó cuán ingenua había sido al revelarle información tan valiosa, y todo por creer en algo tan absurdo como que «podíamos ser amigas». ¿Qué era la amistad, en aquel entonces?, ¿qué podía ser, cuando el mundo amenazaba con venirse abajo y todo no era más que intentos por sobrevivir?

Christa… Historia debió tener sus razones para huir, razones que no cuadraban con nuestros intereses. Es decir, teníamos un conflicto de intereses y, por ende, no había amistad. Se había acabado, así de simple, porque ella lo había querido. Si hubiese sido más astuta, hubiésemos conversado, me hubiese pedido ayuda o algo y yo podría haberle entendido, mas había optado por la decisión más drástica.

―Lo lamento ―solté al aire.

Levi acababa de refregarse el ceño cuando alzó el rostro para observarme con desentendimiento.

―¿Qué cosa?

―Todo lo que hice ―sobé mis manos y las sentí más frías de lo usual. La culpa no cesaría, aunque diésemos con el paradero de Historia, porque el daño ya estaba hecho―. ¿Cómo se me fue a cruzar a por la mente hablar de más?

―No te quedes con eso pegado en la cabeza. No importa ahora. En un momento, saldrá otro escuadrón para insistir en su búsqueda. Dar con ella es todo lo que urge.

―Aun así, me siento mal…

El ruido de la silla me arrancó de mi encasillamiento, di un pequeño brinco a causa del abrupto chirrido. Levi se había puesto de pie para acercárseme y tomar asiento a mi lado. Una vez frente a mí, pidió mis manos, enseñándome las suyas, entonces las sostuvo con cariño, frotándolas para darles calor.

Sus manos, más toscas que las mías, se encontraban curiosamente cálidas. Sus pulgares se aventuraron a trazar círculos desde mis nudillos a la muñeca. Cuando volvió hasta mis dedos, se entretuvo con el anillo que reposaba en mi anular, y lo palpó, mostrándose conmovido.

―Se ve tan perfecto aquí. Aquí y en ningún otro lugar ―dijo.

Logró que sonriese, tras sentir la calidez de sus palabras y la forma en que me traspasó aquel sentimiento de seguridad que solo él podía proveerme. Era su forma de sostenerme en un momento tan difícil, un momento en que mi mente colapsaba entre dos sentimientos extremos y complejos: la felicidad de la boda y la desaparición de Historia.

―Aquí también ―musité, sintiendo su propio anillo en su dedo.

Eso consiguió que mirase la unión de nuestras manos y reparase en lo que simbolizaban aquellos objetos dispuestos allí. Amaba con fervor poder presenciar cada momento en que él reparaba en algo que no había notado antes.

Su actitud de criatura austera expuesta a la novedad removía mis células a través de temblores vivificantes.

―Por favor, por nuestra hija, tienes que estar tranquila ―pidió mientras apoyaba su frente contra la mía.

―Era nuestra noche de bodas… ¿cómo podría estar tranquila, Levi?

―Ya te dije que no sufras con el asunto de la culpa. Aquí la única que merece una patada en el culo es Christa ―gruñó―. Tú me conoces, sabes bien que siempre apostaré por lo que entregue mejores resultados, aun si hay que sacrificar algo necesariamente. Huir nunca es una opción, no es otra cosa excepto una cobardía. Nunca dijimos ni tú dijiste que, una vez que encontrásemos a Historia, le íbamos a encarcelar o a torturar.

―No… nunca ―refregué mi frente contra la suya―. Por eso no entiendo…

La mano de Levi fue a sostener mi rostro, pero cuando intenté mirarle para prestarle atención, presionó sus labios contra los míos, haciendo que mis ojos se abriesen ampliamente por la sorpresa, sobre todo, cuando su mano avanzó para acomodarse en mi nuca.

Su beso fue lánguido y reconfortante. A medida que sus movimientos lo convirtieron en un beso más ansioso, logré reconocer los sabores de las esencias del té que había bebido con anterioridad.

―Canela, clavo… cardamomo ―musité contra su boca.

Por consiguiente, él se retractó suavemente mientras me contemplaba con sus ojos entreabiertos.

―Ahora me siento desnudo ―murmuró, con una ligera sonrisa―. Bebí un té antes de venir.

―Y no comiste ―protesté.

―La que tiene que comer eres tú ―me regañó, reparando en el recipiente de avena dispuesto en la mesa, que aún tenía algo de contenido en su interior.

―Ya comí suficiente…

Tan solo al imaginar el sabor de la avena, mi garganta se estrechaba a causa de las náuseas.

Levi se inclinó hacia mí una vez más, luego de haber soltado un «rezongona». En ese preciso momento, segundos antes de que sus labios rozaran los míos, Gunther apareció por la puerta de la oficina, sin delicadeza ni tino alguno.

Pude leer en su expresión lo incómodo que había resultado encontrarnos en una situación así, sin embargo, relajó su rostro a los segundos, y se dispuso a entregar la información.

―Mis disculpas, capitán ―hizo el saludo―. Señora Ackerman, la soldado Ymir ha sido detenida como se indicó. El comandante Erwin la llama a la sala de detenciones, se encuentra ahí antes de que la llevemos al calabozo. Está dispuesta a llevar a cabo la reunión.

—¿Detuvieron a Ymir? —Levi estaba desorientado.

—Fue mi idea —aclaré—. Es nuestro testigo más cercano. Tengo que interrogarla.

―No considero adecuado que vayas tú ―intercedió, no contento con esa resolución.

―Debo ser yo ―negué, poniéndome de pie―. Voy enseguida, Gunther. Gracias.

―Mikasa… ―coarté su insistencia, inclinándome hacia él para besarle con calma. Eso cuando Gunther ya había salido de la oficina de reuniones.

―No te preocupes, estaré bien ―asentí mientras sostenía su rostro en mis manos.

Lo solté poco a poco, y luego abandoné la oficina para dirigirme de inmediato a lo que me competía en ese momento.


Al ingresar a la sala de detenciones, los soldados que escoltaban a Ymir se retiraron en el acto, pero, de acuerdo al protocolo, aguardarían a las afueras de la estancia. Los sentí pasar por mi costado y cerrar las puertas a mis espaldas. Solo en ese momento, alcé la mirada hacia la persona frente a mí; Ymir y su expresión eran intimidantes.

Pero no para mí.

Estaba sentada, frente a ella se había preparado una mesa, sus brazos se encontraban tras su espalda, puesto que sus muñecas estaban esposadas.

Algo en sus ojos me reveló que no acababa de creer lo que estaba ocurriendo, un deje de incredulidad tras creerme incapaz de someterla a aquella detención que, seguramente, ella consideraba injusta. No obstante, la victimización no sería su aliada, mucho menos en una reunión donde yo era la encargada. Por más que intentase mostrarse inocente, mi propia postura le sería todo un desafío.

En algún punto, llegué a pensar que Ymir era la sombra de Christa, que venía incluida en el paquete, como si la pequeña rubia no funcionase sin antes considerar los pasos a seguir: una Ymir. Y ese era motivo suficiente para negarme a aceptar que ella no tuviese nada que ver en la desaparición de Christa. Era ridículo.

Y ya habían jugado suficiente con mi buena voluntad. No iba a permitirme otra falla.

Caminé hasta tomar asiento frente a Ymir, y tras ello, posé mis manos entrelazadas sobre la mesa. Ella no dejaba de clavarme sus ojos cizañeros y despectivos. No podía importarme menos su rechazo.

―No funcionará ―comencé―. Lo que sea que estés imaginando no funcionará… Mirarme con mayor ahínco tampoco logrará nada.

Luego de decirle aquello, soltó una risa sardónica. Sin embargo, a los segundos, retomó su postura seria, se había calmado.

―¿Detenerme era necesario? ―su voz no se oía agresiva.

Ymir simulaba estar sosegada y pasiva frente a la situación.

―Sí, claramente. Eres un testigo importante, y no me agradaba la idea de que fueses a perderte también.

Hizo un gesto que emuló un intento por retener una risilla y rodó los ojos.

―Es una teoría un poco floja para alguien que, a pesar de las horas transcurridas, sigue aquí. O no habrías podido detenerme, ¿verdad, Mikasa?

Estaba burlándose. Y eso tampoco me importaba. Permanecí quieta, sin alterarme ni caer en su juego belicoso. No tenía en mis planes descender a su nivel para comenzar una discusión sin sentido. Cooperar era lo mejor que Ymir podía hacer y mi misión era dejárselo claro.

―Existen muchos métodos de evasión o, también, de disuasión. Arriesgarme a averiguarlo fue lo primero que descarté de mi lista. Ya sabes, o Christa estaría aquí, ¿verdad, Ymir?

Vi su labio temblar tras oírme. Un gesto de repudio se dibujó en su expresión al reparar en ese detalle: yo no estaba dispuesta a soportar su sarcasmo e, incluso, estaba dispuesta a llevar el mío al campo de batalla.

Lo que Ymir no entendía era que mi vida no se reducía a la Legión. Todo lo que ocurriese en el entorno que nos rodeaba, afectaba directamente a mi vida personal. Sobre todo, Historia Reiss y su familia.

Así que no importaba si ella quería proteger a su amiga, novia o lo que fuese. Yo quería proteger a los míos también. Y eso haría, así se me fuese la vida en ello.

―Entonces, será mejor que comiences con tu cuestionario. No tengo interés en estar más tiempo aquí.

―Es una pena oírlo ―fui directa. La vi ensanchar los ojos, pero antes de que pudiese refutar, yo ya había interferido nuevamente―. ¿Dónde está Christa?

―No lo sé…

―Comenzamos mal ―increpé, recelosa.

―¡Es cierto! No lo sé ―masculló―. También quiero saber dónde está… ¿acaso no lo notaste? Era la única que estaba preocupada por ella anoche. Si quisiera escapar, Mikasa, ¿no lo habría hecho ya?

―¿Christa Lenz es Historia Reiss? ―cambié la pregunta, sin pensar si su respuesta me complacía o no. Necesitaba avanzar, luego todo sería cuestión de conversación y saber bien qué puntos atacar.

Ymir cerró la boca y respiró pausadamente. Cómo si no fuese lógico.

No hizo amago alguno de volver a hablar. Su rostro expresaba inquietud y desconcierto, volvía a atacarme con sus ojos pérfidos y con su mejor arma hasta el momento: su silencio.

Yo no tenía tiempo para ella. La reunión que llevábamos a cabo no podía extenderse tanto, cuando sabía que el comandante Erwin, Hange, Levi, nuestro escuadrón y, por poco, casi toda la Legión estábamos trabajando arduamente para dar con el paradero de Christa. A ellos debía mi responsabilidad, y le había encarecido a Erwin poder realizar aquella tarea, porque consideraba que podía resultarme fácil.

Pero Ymir se encontraba a la defensiva.

―Sé que estás preocupada por ella. La amas, y no te juzgo por ello ―solté, sopesando la posibilidad de abarcar el asunto por un lado más emocional―. Y te entiendo, porque sé cómo se siente estar sin saber nada de la persona que amas… Pero si no cooperas, todo será más difícil para Christa.

―Todo será difícil para ella coopere o no. Tú no entiendes eso. No es el capitán Levi quien desapareció. Estar inconsciente no es lo mismo que escapar —entendió a qué me refería—. Si yo supiera donde está, hubiese ido tras ella… no estaría aquí.

―Y, por lo mismo, te conviene decirme todo lo que sabes ―encogí de hombros―. Mientras antes sepamos su paradero, será mejor para todos. Si en tu afán por ser leal con ella, nos ocultas información, eso significa que no podremos seguir avanzando. Y si no avanzamos, nos alejamos de ella. Si quieres saber dónde está, entonces, coopera. ¿Ella es Historia Reiss?

―No lo sé.

―Sí, lo sabes. Pero no quieres decírmelo por temor a traicionarla.

Ymir volvió a callar, y esta vez logré constatar el momento en que su mandíbula se tensó producto del nerviosismo. Eran gestos livianos y poco perceptibles, pero para mí, que me encontraba totalmente alerta, no pasaron desapercibidos. Nada lo hacía, ni un solo mohín. La estudiaba sin pausa, dispuesta a dar con las respuestas que necesitaba.

―Estás enojada, puedo verlo ―me dijo. Retomó su postura sarcástica. Era su manera de alzar su muralla defensiva―. Te irrita pensar que ella quiso ser tu amiga y te falló, si es que así fue. ¿Tienes algún remordimiento por ello?

―Las preguntas las hago yo. Yo no sé dónde está Christa, por ende, no debo ser interrogada. Algo hace que estés en esa silla, esposada y cuestionada. No intentes invertir la situación.

―Te he dicho ya que no lo sé. ¡Estás perdiendo el tiempo! ―espetó.

―Lo pondré de esta manera, para que me entiendas mejor: Christa se encuentra en tela de juicio en este momento, porque, al parecer, está prófuga, que es un delito; oculta información valiosa, otro delito; y desertó de la Legión, otro delito más grave aún. Yo podría considerar ser compasiva con ella, pero tienes que cooperar. No hay otra forma.

No había hesitación en el tono de mi voz. Ni tampoco sentimiento alguno.

―Y luego, si la encontramos, no cumplirás tu palabra, porque el deber es más fuerte que una promesa.

―No del todo. Podrías averiguarlo o arriesgarte.

―No sé nada, ya te dije…

―Muy bien. Lo pondré más sencillo aún: dado que no quieres traicionarla, yo te preguntaré si ella es Historia Reiss. Si no lo es, me responderás con un no; pero si lo es, puedes guardar silencio. De esa forma, puedes abogar a que nunca la traicionaste, porque nunca me lo dijiste, no verbalmente, al menos. Así, tu consciencia estará tranquila ―ofrecí, manteniendo mi postura rígida―. Recuerda, no para negación, silencio para afirmación. Entonces, Ymir, ¿Christa es Historia Reiss?

Ymir dudó. Lo vi en sus ojos vacilantes y la manera en que intentaba comprender todo lo que estaba diciéndole. Debí aturdirla, pero daba lo mismo. La respuesta exigía prisa antes que todo.

Finalmente, suspiró. Pero no dijo nada.

Su silencio fue toda la respuesta que obtuve.

―Perfecto ―comenté, asintiendo para mí misma―. Si aparece y se niega a cooperar, no tendré reparos en acabar con ella.

Fue en ese momento, justo cuando dejé de hablar, que Ymir se paró de la silla, logrando empujar la mesa por su reacción, la que emitió un chirrido escandaloso. Agradecí que el mueble no fuese a dar contra mi abdomen, puesto que logré reaccionar antes de que aquello ocurriese.

Me puse de pie de inmediato y retrocedí. Ella no insistió en caminar hacia mí, su arranque de ira había alcanzado solo para hacerla ponerse de pie. Sumado a eso, su estruendo ocasionó que los soldados que custodiaban la puerta, entrasen a la sala para verificar que todo estuviese en orden.

Al ver a Ymir de pie, se abalanzaron sobre ella para llevarla sentarse nuevamente. Levi había aparecido, probablemente, tras seguir mis pasos camino a la oficina. No tardó en llegar allí para esperarme a las afueras a que acabase con mi misión. No obstante, el sonido emitido por el exabrupto de Ymir fue suficiente para ponerlos alerta a todos.

Aunque intentaron preguntar cómo me encontraba, Ymir irrumpió con su voz jadeante.

―Ella estuvo contigo durante este tiempo. Más contigo que conmigo ―acusó―. ¿Acaso no podrías saberlo tú también?

―Confiaba más en ti. No importaba cuántas horas ocupase conmigo. Es lo de menos, Ymir.

―¿La consideraste amiga, siquiera? ―intentó ponerse de pie de nuevo, pero ambos soldados la sostuvieron de los hombros para detenerla.

―¿Qué importa?... ―el rumbo de la conversación no me agradaba.

―Aunque haya puesto tanto esmero en preparar tu estúpida boda, aun así, planeas atacarla, traidora.

Entonces, fue mi turno de perder los cabales.

Di una zancada que me llevó directo a la mesa y planté ambas palmas de mis manos sobre la superficie, provocando un ruido seco y fuerte. Y en ese preciso momento, vociferé:

―Ella es la que huyó, ella es la que me abandonó. ¡Ella es la que me traicionó a mí!

Mi rostro, por poco, chocó con el suyo. Su expresión de espanto y sorpresa solo consiguió irritarme más, y por el bien de mi estado, fue que desistí de continuar con mi labor. Di media vuelta, girando casi exageradamente, alzando mis manos para detener a todo aquel que quisiera acercárseme, no importaba si era para constatar que me encontrase bien.

Incluso, Levi fue víctima de la furia que me había envuelto. Intentó tomarme de los brazos para tranquilizarme, pero, en cambio, alcé mi mano en el aire, deteniéndolo, sin importarme la presencia de los demás soldados, y pasé de él, camino a la oficina nuevamente.

Necesitaba respirar, luego de todo lo que había ocurrido.


—Mikasa, detente.

Volví a la oficina de reuniones, sabiendo que aún tenía tiempo para refugiarme allí.

Levi venía tras mis espaldas, dando zancadas para alcanzarme. Llamó mi nombre en reiteradas ocasiones, pero no me detuve. Ingresé a la oficina, hecha un huracán, y comencé a dar vueltas sin sentido mientras Levi entraba también y cerraba la puerta tras sus espaldas.

—Serénate —me exigió, y el tono de voz que utilizó no contextualizaba con el que usaría mi esposo, sino mi jefe de escuadrón.

Me detuve y fijé mi atención sobre su rostro. Sentía mis mejillas calientes y me ardían los ojos, mi respiración estaba agitada, sin embargo, tras oír su tono de advertencia, comencé a relajar mis músculos para calmarme.

Sacudí la cabeza, buscando apagar la furia que ardía allí, nublándome el raciocinio. Luego, me acerqué hasta una silla para tomar asiento. Me palpé el abdomen, esperando que la situación no hubiese complicado las cosas en mi estado, pero, al esperar un par de segundos, constaté que todo seguía en orden.

Levi se quedó en medio de la estancia, contemplándome, con sus brazos cruzados y postura desafiante. Estaba molesto; quizás por mi determinación de haber llevado a cabo una tarea como esa yo sola, sobre todo en mi situación; quizás por mi reacción explosiva y arrebatada.

—¿Qué pretendes?

Y eso no lo aclaraba.

—Levi…

—No vuelvas a hacer eso, mucho menos cuando haya soldados presentes, porque me desautorizas. Soy tu esposo, pero también soy tu jefe de escuadrón, y en el ámbito laboral, yo no puedo…

—Lo sé —musité, sabiendo que había cometido una insolencia. Faltarle el respeto de esa forma, justo frente a otros soldados, era una insubordinación.

Aceptaba su reto, lo entendía completamente. Pero mi mente seguía inmersa en la conversación con Ymir.

—Ahora ven aquí y dame un beso —alcé mi vista abruptamente hacia él, con los ojos anegados de lágrimas iracundas. Me mordí el labio inferior cuando lo vi acercarse hacia mí—. No, espera. Yo voy…

Entonces, me abrazó y me besó.

—Lo siento, Levi —murmuré entrecortadamente, buscando estabilizar mi respiración.

—Terminaste soltando a la bestia… ¿por qué? —exhaló con pesadez, aun conmigo entre sus brazos—. Lo propones de forma tan sencilla y te exaltaste al final, de igual manera. Sabía que podía ser complejo para ti, no estás en tus cabales últimamente, y no porque no sepas cómo controlarte, sino porque tu estado te impele a actuar de manera impulsiva. ¿Por qué cada vez que intento resguardar tu integridad, te expones innecesariamente?

—Necesitaba esclarecer un par de dudas.

—¿Lo conseguiste siquiera? Como para decir que el exabrupto valió la pena.

Tragué con dificultad. Tras la espalda de Levi, se encontraba una silla disponible. Lo alejé de mí, retirándolo con mis brazos para alcanzarle el asiento y cedérselo. Hizo un mohín de resignación tras verme hacer eso, pero finalmente accedió a acompañarme tal como había hecho anteriormente.

—Christa Lenz es Historia Reiss —sentencié con voz dura y determinada.

—¿Ymir te lo dijo?

—Su silencio fue su respuesta. Fui didáctica con ello, así que no fue tan difícil como esperaba.

Levi apoyó un codo sobre la mesa para hacer de pilar y apoyar su mano sobre su mejilla. Durante nuestra conversación, se mostró serio y atento, y entre los diversos trazos de su expresión podía vislumbrarse la preocupación. No me quitó los ojos de encima mientras le contaba qué había dicho Ymir, cómo se lo había tomado, y por qué habíamos terminado discutiendo.

Sabía que, luego de aquella fugaz reunión, Ymir sería trasladada a los calabozos. Y aunque mis impulsos me indicaban que no lo permitiese, que le dejase libre —porque en el fondo sabía que Ymir desconocía el paradero de Christa— no podía arriesgarme a que ella huyese también. Podía hacerlo solo por su afán de recuperar a Christa e irse juntas, lejos, para siempre.

Pero estaba al tanto de que mantenerla recluida tampoco ayudaba lo suficiente.

—¿Cómo asegurarnos de que Ymir no está mintiendo? —preguntó Levi.

—No, no creo que esté mintiendo. Detenida no tiene mucha opción. Además, está preocupada, vi la desesperación en sus ojos… y yo…

Me detuve un segundo tras recordar cuándo fue que me sentí de esa manera. Cuando Levi estuvo inconsciente, al borde de la muerte.

—¿Y tú…? —Levi me instó a continuar.

—Yo… yo la entiendo —lo miré, deseando explicarle por medio de mis gestos a qué me refería. Y sé que lo entendió—. Realmente, no está mintiendo. Y si Historia no quiso decirle a donde iba, es porque sus intenciones son desaparecer, incluso, del radio de la persona que ama.

—¿Qué tan terrible puede ser… ser una Reiss?

—Mucha responsabilidad con todo lo que sabemos ahora —asentí—. Sobre todo, si su padre domina conocimientos sobre la Facción.

—Y decía ser tu amiga… ¿no hubiese sido más «amigable» cooperar contigo para evitar que un desconocido que forma parte de un grupo sin sentido venga y te asesine? —no había cizaña en su hablar, más bien, las preguntas de Levi se hacían retóricas. Buscaba poner los hechos en palabras.

—Quizás, esos también fueron sus motivos para huir. Pero yo juro que, si ella me lo hubiese dicho aquella noche que conversamos, yo no hubiese tomado represalias. ¿Por qué lo haría? La sinceridad esto todo lo que puede esperarse de una persona. Y ella prefirió fingir que todo estaba bien, para luego salir corriendo como una cobarde…

—Estás enojada porque te sientes ingenua.

Al decirme esto, escruté a Levi varios segundos en silencio.

Ciertamente, era lo que más me dolía, verme absurda, crédula y sí, ingenua.

—Un comportamiento como aquel debiese ser mal visto en estos tiempos, sobre todo, con la situación que enfrentamos. Desde el punto de vista estratégico, me he convertido en un peligro.

—Erwin no lo considera de ese modo. Tus decisiones poco normadas, de igual forma, han sido fructíferas.

—Es una forma de verlo… —sonreí, apenada.

—Es «la» forma de verlo. Todo lo que reste y no sume, queda descartado.

Siempre avanzar, nunca retroceder, ni siquiera para tomar impulso. Levi y su forma de pensar eran la única clave capaz de anular mis inquietudes. Sabía exactamente qué decir para hacerme sentir bien y, por tal razón, sabía que no me había equivocado al escogerlo como compañero de vida.

Liberé un largo suspiro.

—Gracias… por todo.

—Mikasa —me interrumpió—, quiero que entiendas algo, préstame mucha atención, no te pierdas de nada —pidió, y acercó su mano libre para tomar una de las mías—. Somos los dos ahora, tú y yo en esto —me dio un repaso y detuvo su vista sobre mi vientre, luego, esbozó un intento de sonrisa—. Corrijo, somos tres. Y si bien estamos rodeados de amigos, estamos solos cuando de este tema trata. Existe una facción determinada a acabar con nuestras vidas. ¿Entiendes eso? Incluso, con la vida de nuestra niña. Nosotros más que nadie debemos estar al tanto de la situación, y aunque me pese admitirlo, Kenny ha sido un gran apoyo en tal aspecto.

» El punto es, sin ir más lejos, que estoy contigo. No estoy enfadado por lo de Christa, o Historia, ni siquiera encuentro absurdo que hayas confiado en ella. Le entregaste tu confianza porque eres noble y esperaste lo mismo de vuelta. Eso habla de ti; lo que ella hizo, habla de ella. No lo olvides, nunca.

» Desconozco los motivos de la mocosa. No intento lapidarla, pero tampoco lo haré contigo. Mucho menos contigo. Nunca contigo.

Dijo todas esas palabras con su voz oscura tan característica, pero también con un deje de suavidad. Cuando me pidió completa atención, mi escrutinio se incrementó al triple y, junto con eso, todos mis sentidos lo situaron como el objetivo. Sus ojos húmedos y azules me miraron, divagaron, pero finalmente volvieron a mí durante su discurso.

Y yo no pude hacer nada excepto quedarme viéndole embelesada.

—Estoy asustada… no en pánico, precisamente, pero sí asustada —confesé, sosteniendo su mano con más fuerza—. La Facción está por contraatacar, es un hecho. Desde su ataque en la catedral hasta ahora, han tenido tiempo suficiente para prepararse, Levi. Y presiento el final de todo pisando nuestros talones.

Jadeé, al darme cuenta de que aquello era algo que se había escondido en lo más profundo de mi interior, tal como un miedo inconsciente, y ahora que emergía lograba hacerme estremecer. Tal vez, sí, sí era pánico. Tal vez, era el horror de pensar que pudiesen acabar con mi vida, con la vida que se desarrollaba en mi vientre.

—Eso no ocurrirá…

—Levi, tengo miedo. No puedo luchar en mi estado —manifesté mi más real preocupación—. No quiero que le hagan daño a mi bebé.

—Nuestro bebé, Mikasa. También tiene parte de mi información genética.

Le di una mirada de desconcierto. Luego sonreí con tristeza.

—Lo siento…

—Con eso me refiero a que soy tan responsable de esto como tú. Yo voy a cuidar de ambas.

—Era más fácil conmigo estando operativa…

—Ya es suficiente —se quejó—. Mírame —exigió, tras ponerse de pie para llegar a mí y sostenerme el rostro con ambas manos—, te amo, ¿entiendes eso? Si entiendes eso, que es la raíz de todo, entenderás todo lo demás. Y no volverás a dudar. Serás tan fuerte como siempre.

—Lo seré —tomé aire profundamente y recapacité. Por un segundo, el pavor había hecho lo suyo—, seré la mujer que vale por cien soldados.

—La mamá que vale por cien soldados —susurró él, frente a mi rostro, sin dejar de verme con intensidad.

De pronto, reparé en ello. En lo que eso significaba, que Levi nunca lo había dicho para mí, y en lo mucho que me gustaba cómo sonaba. Mi visión se volvió difusa por un momento mientras lo procesaba, mas no tardé en pedirle que me lo aclarase, porque era agradable ratificarlo, formalizarlo, darle tanta vida como la que ya tenía.

—¿Cómo me llamaste?

Levi enarcó una ceja, desentendido. Me dio la respuesta como si la sugiriese.

—¿Mamá?

—Sí, mamá —musité, y estiré el cuello para alcanzarlo y darle un beso—. Y el papá más fuerte de la humanidad.

Levi suspiró y me encerró en sus brazos con fuerza.

—Mientras yo viva, nunca, Mikasa, nunca se hará real lo que temes. No mientras yo viva.

—Yo sé eso. Lo sé, Levi —mis manos sostuvieron sus costillas, buscando que no se sintiera incómodo por estar inclinado hacia mí—. Eso solo que todo esto ha sido tan complejo. Y ya cada vez falta menos… añoro tanto el momento de poder tenerla entre mis brazos y, al mismo tiempo, me aterra. No permitas que la lleven, Levi. Si no soy capaz de luchar, no permitas…

—Nunca, no mientras yo viva… no mientras viva…


POV: LEVI


Tras esa promesa, el día que Historia apareció y desapareció dentro de un mismo hito, el acontecer de los sucesos fue tan vertiginoso que fue imposible controlarlo. Y aunque ante la inesperada avalancha de eventos perdimos el raciocinio, solo sé que tuve en mente un mismo mandamiento que cumplir a como diese lugar: mantenerme con vida.

Conversar con Mikasa fue un proceso de oxigenación que no podía dejar pasar. Hacerle entender que mi determinación no era negociable me brindaba cierta confidencia. Quería que ella confiara en mí, que pudiese dejar sus preocupaciones en mis manos y, de ese modo, se apoyase contra mi cuando el agotamiento le consumiese las energías. Ella podía descansar, podía permitírselo, y mientras yo tuviese brío suficiente para respaldarla, no tendría que agobiarse por ello.

Y, aunque renuente en un comienzo, con el tiempo Mikasa aceptó que no podía ser de otra forma. Junto con eso, me brindó la quietud que tanto ansiaba.

En otros aspectos, la situación era mucho más compleja.

Transcurrieron tres meses desde la desaparición de Historia Reiss, pero lamentablemente no conseguimos dar con su paradero. Era tan alarmante como parecía: podía haberla detenido la facción, podía haberse perdido, quizás incluso, podía haberse accidentado y haber muerto. Era el panorama más desalentador.

Durante la primera semana, Ymir estuvo detenida. A la segunda semana, Mikasa decidió que era adecuado liberarla y sumarla a los escuadrones de búsqueda. Se lo planteó a Erwin con sutileza, y aunque desconfiado en un comienzo, cedió tras varias reuniones con Ymir. La muchacha decidió tomar cartas en el asunto y mantener postura firme frente a la situación. Definitivamente, no huyó, ni hizo nada que pudiese atentar contra su integridad o la nuestra. Cooperó activamente en las sesiones de búsqueda, aun cuando en ocasiones los escuadrones tuvieron que pasar incontables horas a las afueras de los cuarteles.

Simplemente, parecía que la tierra la había succionado hasta hacerla desaparecer. No obstante, no dimos la causa por perdida. Continuó siendo una de nuestras grandes prioridades, por lo menos, hasta antes de que «ocurriese lo peor».

Fue Kenny Ackerman quien dio la alarma, tras volver de una de sus misiones de patrullaje.

Aquel día, hubiese perdido mi último vestigio de paciencia de no ser porque la situación no acabó como supuse que haría.

Una tarde, Mikasa salió en compañía de Sasha hacia el pueblo en dirección a la tienda de la yerbatera. Necesitaba de una infusión para controlar el sueño, puesto que las preocupaciones vigentes solían interrumpir sus noches. La cuatro ojos insistió en que podía ser perjudicial para salud, por lo que Mikasa decidió ayudarse con remedios naturales. Cuando regresó de sus compras, lo hizo con el espanto dibujado en el rostro y con Kenny a sus espaldas, rodeado por el grupo de hombres que tenía asignado.

Había descubierto un grupo de secuaces de Thomas Olsson, líder de la Facción, espiando a Mikasa.

Ellos estaban de vuelta.

—Mikasa, no puedes volver a salir, no por ahora —espetó Hange.

Nos habíamos reunido en la oficina de Erwin para informar el acontecimiento. Kenny también estaba presente.

—Pero…

—¿Vas a discutir? Pudieron haberte matado —me negué a oír cualquier berrinche sin sentido de su parte.

—No se trata de discutir, Levi. Pero podrían encontrarme incluso aquí.

—No vendrán aquí, estás rodeada de soldados, Mikasa. Aunque lo dudes, los hombres de Olsson no son idiotas.

—No tenemos más opción —Erwin, quien había permanecido sentado en su escritorio, se puso de pie, en una postura recia, y con el rostro ceñudo, teñido de determinación, declaró—: Necesito a todos los soldados dispuestos a disparar.

Por un momento, el silencio embargó la estancia. A Kenny no le importaba, a mí no me importaba… pero Hange dudó un instante, un ligero titubeo que ocasionó el incómodo mutismo entre nosotros.

—Hange —busqué interceder, pero Erwin retomó la palabra.

—Hange, reúne a los líderes de escuadrón en la sala de reuniones. La orden es clara. Que se prepare todo soldado para disparar.

—Contra personas…

—Contra enemigos —aclaró Erwin, sin flaquear.

—Que así sea —asintió ella, para luego mirar a Mikasa, quien se encontraba con los hombros caídos, en una posición abatida.

La orden de Erwin fue clara y concisa, y como toda orden que se tomaba con tal determinación, fue acatada sin cuestionamiento de ningún soldado. Pero, aunque no fuese de forma verbal, aun así, podía verse el disgusto en los rostros sombríos. Y lo entendía. Nunca iba a ser igual asesinar titanes —aunque estos también fuesen personas— que matar humanos. Quizás, su forma grotesca nos ayudaba a olvidar ciertas cosas que habíamos descubierto. Asesinar a un humano, en su forma natural, era escabroso.

Mas como entes de la Legión, no podíamos flaquear.

Por ende, el trabajo fatigoso continuó por un largo tiempo.

Kenny estaba a cargo de recopilar información y cualquier antecedente de vital importancia en cuanto a los movimientos de la Facción. Aquello nos permitía tomar control sobre la búsqueda de Historia y, además, tiempo para otras tareas anexas, como intentar dar con el paradero de Darius Zacklay. Recuperarlo tenía tanta prioridad como dar con la mocosa Reiss; sin la ayuda de Darius, nos resultaba bastante engorroso recuperar los permisos para las misiones extramuros.

No obstante, la buena nueva no tardó en llegar. Quizás, fue menos tiempo de lo esperado, y no terminaba de sorprenderme cómo hacía Kenny para conseguir las cosas con tamaña facilidad. Haber vivido con él durante mi juventud, al parecer, era insuficiente. Porque no acababa de creerme su destreza. La conocía, pero era difícil de aceptar —quizás, por mero orgullo— que su utilidad era preocupantemente ventajosa.

Todo ocurrió cuando me encontraba en una reunión con Erwin. Kenny llegó de improviso, abriendo la puerta de par en par para luego aventar al suelo a un sujeto de peculiar aspecto. El hombre tenía el rostro desagradablemente sudado y lucía atemorizado. Su cabello enmarañado se encontraba repleto de hierbajos y suciedad. Estaba jadeando y alzó su mirada para ver a Erwin y a mí.

—¿Qué significa esto?

Erwin se puso de pie en el acto para avanzar hasta el sujeto.

—Espía de Thomas Olsson —dijo Kenny, y luego se agachó para tomar al hombre del cabello y alzarlo como si sostuviera un conejo muerto—. Estas lacras siguen espiando…

Tras oírle, mi corazón se agitó violentamente. No le conocía, pero luego de oír su origen y motivos de estar ahí, un subidón de ira me arrastró a querer acabarlo. No obstante, Erwin no iba a permitirlo. Me sostuvo del hombro para detenerme antes de que pudiese hacer algo, y ordenó a Kenny llevar al hombre hasta los calabozos para extraerle información de manera adecuada. Y yo bien sabía que iba a utilizar a Hange y sus peculiares métodos para conseguirlo.

—Levi, ve y busca a tu escuadrón. Necesito que sondeen el perímetro.

Antes de retirarme y acatar la orden, le di un último repaso al sujeto que temblaba incesantemente. Pasé por su costado, sin quitarle los ojos de encima, pero me dispuse a avanzar y enfocarme en la petición.

Me arrepentí en el instante, y volteé fugaz para acomodarle una patada con cizaña, una tan fuerte que logró hacerlo boquear.

—Levi —dijo Erwin con sutileza, como si me amonestara de forma amigable.

—No era necesario, yo le di varias —dijo Kenny, mirándome sorprendido.

No respondí a los comentarios. Solté un bufido y me retiré de la estancia.


Durante la noche, acompañé a Hange en los calabozos.

El sujeto que resultó ser espía de Olsson fue designado a un cuarto especial, sin ventanas, oscuro y vacío, no como las celdas habituales. Hange estaba preparada para experimentar con él si era necesario, y tal parecía que su renuencia a dañar personas se había terminado esfumando durante la misma tarde.

Ahora parecía más que entusiasta y motivada.

Entré a la sala que apenas era iluminada por la tímida luz de un candelabro. Hange estaba ahí, revisando sus herramientas de trabajo que, de momento, tendrían otra utilidad. Las acercaba a la luz para reconocerlas y, tras hacerlo, sonreía de manera maliciosa.

—Me causa repulsión verte así —manifesté mientras sostenía una taza de té frente a mi boca.

—Qué ironía —dijo simpática—. Tú vienes a tomar el té mientras me ves hacer esto.

Torcí la boca, esbozando una sonrisa cínica y luego sorbí mi infusión.

—Monstruo —oí el susurro tembloroso del hombre que yacía preso en su silla, atado de forma miserable, con los labios sanguinolentos y aspecto penoso—. Maldito monstruo despreciable…

Hange hizo un mohín de desconcierto al oírle hablar. No supimos a quién de los dos se refería, por lo que la cuatro ojos decidió intervenir.

—¿Me dices eso a mí? No soy yo la que tiene intenciones de asesinar a un bebé. Esto que vamos a hacer es innecesario. Si tan solo cooperases, sería distinto… pero te rehúsas… y la verdad, nosotros no tenemos tiemp…

—Él… el monstruo es él… —declaró, alzando su mirada hacia Hange y evitando mirarme a mí—. ¿Cómo puedes ser amiga de un monstruo?

Enarqué una ceja ante sus palabras torcidas. Parecía un fanático perteneciente a un tipo de secta, y tal parecía que la Facción no estaba lejos de serlo. El hombre no cesaba de temblar, temí que fuese a darle un infarto en cualquier momento. Y eso también me ocasionaba repulsión: su cobardía.

—¿Monstruo? —pregunté, con voz firme y tono fuerte.

Le hice dar un respingo y, finalmente, me miró.

Su rostro mostraba cuánto me repudiaba y me temía al mismo tiempo. Y no conseguía comprender el por qué, si no era yo quien portaba peligrosas herramientas en las manos. Mikasa lo había dicho en diversas ocasiones, Kenny se lo había contado, sobre lo mucho que aquellas personas temían a los Ackerman. Y si bien comprendía el desplante que poseíamos en el campo de batalla, eso no nos volvía tiranos. Nunca habíamos herido a nadie por diversión ni vileza, en cambio, todo nuestro talento trabajaba en pos de la humanidad.

—Tú eres un monstruo despreciable, capaz de fornicar con una mocosa, de tu linaje, y engredar un asqueroso demonio…

—¡Oye, alto ahí! —protestó Hange—. Las desviaciones de mi amigo no son de tu incumbencia, trastocado.

—Cuatro ojos de mierda —protesté, asesinándola con la mirada.

—No vamos a seguir cambiando el tema, estimado rehén —le sonrió mientras sostenía un par de pinzas en las manos—. Vamos a conversar sobre otros temas más interesantes.

» El juego es así: si contestas mal, te arranco una uña; si no contestas, te arranco una uña; si contestas bien, te haré otra pregunta y si me engañas con una de las dos, te arranco dos uñas de una sola vez, ¿queda claro?

Los labios del hombre temblaron, arrugó el rostro con espanto y dolor anticipado. Sollozó, y negó con la cabeza, no buscando delatar su oposición, sino sin poder creer lo que Hange le estaba ofreciendo. No tenía más opción excepto el sufrimiento.

—¿Cómo puedes…? —el hombre me miró de reojo.

—Consagré mi vida a los Ackerman hace mucho tiempo, estimado rehén —le tomó la mano, como si quisiera acariciarla, cuando en verdad tanteaba el tamaño de las uñas—. He sido adoptada por la manada, así que estoy en deuda con ellos.

—Nadie te ha adoptado… y, segundo… cuatro ojos de mierda —espeté.

Luego de eso, la tortura comenzó.

Sabía que por las circunstancias en las que se había desarrollado mi vida, contaba con sangre fría y calculadora. No obstante, los gritos ahogados, la saliva, las lágrimas y la sangre que emergía de los dedos me provocaron la necesidad de rasquetearme las manos. No me sorprendía el hecho, me inquietaba todo lo que emanaba de aquel sujeto que me odiaba por ser parte de un añoso clan (y «ser parte» era una expresión un tanto grande para alguien que nunca lo había considerado como tal, producto de vivir bajo completa ignorancia).

A pesar de todo el sufrimiento que Hange le provocaba al hombre, este no parecía recular. El sujeto estaba temblando, había orinado los pantalones (las ganas de rascarme se volvieron más intensas), lloraba, jadeante, pero no había manera de que soltara las palabras que esperábamos.

—No entiendo por qué morirías por Thomas Olsson —comenté, cuando Hange buscaba más herramientas con qué jugar—. Prefieres someterte a esta situación, antes que, simplemente, decir la verdad y ahorrarte todo el malestar. Solo te ha quitado cinco uñas. Podrías detener esto ahora. O seguirá con los dientes y no te gustará.

Reticente, alzó el rostro para verme fijo a los ojos. Titubeó antes de decir algo; en su mirada, podía percibir la cantidad de odio inconmensurable que me profería.

—Si ustedes no me matan hoy, y abro la boca, Olsson me asesinará mañana. Mi destino está zanjado.

—¿Y prefieres morir en silencio? —incliné la cabeza, estudiándolo con incredulidad—. Además, ¿por qué crees que Olsson se enterará de que abriste la boca? ¿Piensas que seríamos tan idiotas para dejarte libre? No sucederá.

El hombre tragó saliva con dificultad.

—¿Entonces?

—Tengo una oferta para ti. Curiosamente, hoy me siento más misericordioso que de costumbre —oí a Hange liberar un quejido de frustración, mas le clavé una mirada fría en el acto. No volvió a protestar—. Dinos la verdad, y te encerraremos en un calabozo para que estés a salvo. Como mis planes son acabar con Olsson, cuando ya no sea un peligro para ti, te dejaré en libertad. Después de todo, trabajas bajo el velo de la ignorancia. Mi esposa y yo no compartimos lazos sanguíneos, si es eso lo que Olsson les ha dicho. Por otro lado, ella es mayor de edad, y estamos casados de forma legal. Espera una hija mía, la que ustedes buscan asesinar: ¿quién es el monstruo?

Los párpados del sujeto se ensancharon violentamente como si le hubiese dado una tremenda noticia. De todas formas, no bajó la guardia. Me contempló receloso durante varios segundos silenciosos, sopesando la oferta que acababa de proponerle.

Tanto odio había en el discurso de Olsson, que había erigido un profundo resentimiento en el corazón de personas que no nos conocían. Ellos le seguían, habían creído cada palabra que él había dicho, habían adquirido su odio como propio, habían entregado su vida por una causa ajena a ellos.

Me pregunté: ¿cuál era la recompensa de tamaña acción como hacernos desaparecer? Debía valer demasiado la pena como para arraigarse a tales creencias.

—Si acepto, ¿qué probabilidades hay de que me estés diciendo la verdad? —tartamudeó, mirándome desesperanzado.

Abandoné mi postura anterior para enderezarme y caminar hasta pararme erguido y seguro frente a sus ojos.

—Mi nombre es Levi Ackerman. No Thomas Olsson. Es toda la muestra de confianza que puedo darte. Él puede matarte, aun si no dices la verdad ahora. Yo te di otra opción. Dale un repaso a la logística y analiza tus opciones; toma aquella de la que te arrepientas menos…

Nuestro rehén se llamaba Vito Astor, era padre de dos niñas pequeñas, y trabajaba para Olsson puesto que le había prometido protección, una buena morada para su familia e ingresos imaginarios que aún no recibía pero que serían prósperos. No podía creer que hubiese tanta inocencia acumulada en una sola persona, y se lo hice saber. Empero, me respondió: «Cuando seas padre, lo entenderás».

Curamos sus manos; Hange las desinfectó y vendó. Luego de eso, le llevamos a una celda. Allí se le proporcionó una cama y el mismo menú del que gozaban los soldados. No era el mejor servicio, pero era la mejor opción. Si lo dejaba libre, Olsson se enteraría de que estábamos al tanto de sus próximos pasos y asesinaría a Vito; modificaría su estrategia, lo que no nos convenía de ninguna forma, ya que pisarle los talones era tan complejo como lento.

El hombre reveló la posición de una de las bases de Thomas. No sabía el paradero exacto del hombre, y, en realidad, ninguno de los secuaces lo sabía. El maldito Olsson era astuto, no arriesgaba por nada del mundo.

Lo importante de su revelación trataba del paradero de Darius Zacklay. La segunda parte más importante aún, y la más desastrosa, era que Olsson tenía planeado un ataque en grande en el centro de la ciudad, utilizando titanes ágiles, para darnos cacería. La orden era acabar con la vida de Mikasa y la mía de una vez por todas. Y, sumado a eso, también con la vida de Kenny.

Ni un solo Ackerman con vida.

La alarma estalló tras informárselo a Erwin Smith. Una ola de caos y pavor envolvió a los soldados de la Legión, no obstante, Erwin estuvo ahí para alinear las estrategias. Teníamos bastante potencial para ganar esa batalla. La confesión de Vito y la recopilación de información de los patrullajes de Kenny habían sido trascendentales, por lo que llevábamos ventaja.

—¿De dónde sacan a los titanes ágiles? —pregunté a Vito. Le acompañé en su celda, un día, tras haberle llevado el almuerzo.

—Sueros, sueros inyectables. Lo más probable es que tomen prisioneros y los intervengan. No sentirán a los titanes venir, no los verán, no hasta que ya se encuentren en su forma operativa.

Ahora entendía todo. Todo tenía sentido.

El ataque a la muralla María hacía tiempo atrás, cuando había desaparecido toda la línea de defensa…

Creaban a los titanes al momento del ataque, por eso, no los advertíamos con anticipación, tampoco en la misión en el bosque, cuando Mikasa y yo nos aislamos. Nunca les sentíamos… siempre aparecían de la nada. De la inyección de un suero…

—¿Quién tiene los sueros? ¿De dónde los sacan?

—No cuestionábamos las decisiones de Olsson. Él tiene los sueros, pero nunca nos dijo de dónde los sacaba. Si preguntábamos, perdíamos la vida por ello.

—Está bien. Gracias —solté y me puse de pie para informar a Erwin. Pero la voz de Vito me detuvo un segundo.

—Por favor, Levi Ackerman —giré el rostro sobre el hombro para verle—, mi familia reside en un pequeño poblado de Yalkell. Ellos no saben que trabajo para Olsson, piensan que soy guardia de una finca. Si su tiempo alcanza, cuénteles que vivo para que tengan paz, pero que no digan nada hasta que todo cese. Llevan tiempo sin verme. Como padre, espero que entienda —agachó la cabeza, buscando ocultarme su dolor.

No le di respuesta. Aguardé un par de segundos, atento a cualquier comentario extra, pero no le oí de nuevo, no excepto el sonido de la cuchara contra el plato.

Asentí levemente, pero no supe si alcanzó a verme. Luego de eso, emprendí camino.


Erwin estaba de pie frente al ventanal de su oficina. Desde allí, custodiaba el sendero de ingreso y todo el paisaje verdoso, y dividía su mente entre las preocupaciones y sus consideraciones sobre la hermosa vista.

Su té estaba enfriándose.

Intenté emitir algún comentario al respecto, mas cuando lo intenté, volteó y volvió a tomar asiento. Yo me encontraba sentado frente a su escritorio, acariciando el borde de mi taza con un pulgar. La ansiedad había conseguido que agotase mi bebida antes de lo usual, y, entonces, me encontraba a la espera de las palabras de Erwin.

—¿Confías en mis soldados? —inquirí al verlo tan nervioso.

—No fuiste con ellos. No desconfío, pero sin ti al mando las probabilidades son inciertas.

—Tú quisiste dejarme aquí, sigo tus órdenes.

—Me sirves aquí, de momento.

Mi escuadrón se encontraba encomendado a la misión de rescatar a Darius. Les habíamos indicado las coordenadas entregadas por Vito y les habíamos enviado a su suerte. En un comienzo, sentí aquella decisión como algo riesgoso. Pero tras tomar la inhumana decisión de amenazar a Vito con la seguridad de su familia, entendí que él no pretendía jugarnos ningún tipo de emboscada. Además, me convenció tras decirme que no tenía manera de comunicarse con la Facción. Eso era cierto.

El equipo había partido la tarde anterior y debía volver pronto. Por tales razones, acompañaba a Erwin en su oficina, ambos atentos a cualquier novedad. No podíamos dejar las instalaciones de la Legión por ningún motivo; dentro teníamos a un rehén importante, estaba Mikasa, estaba Eren, incluso, debíamos resguardar a Ymir para que no fuese a escapar. Demasiada responsabilidad como para soltar todo el material que disponíamos.

Y, además, Gunther había erigido un talento de comandar bastante interesante. No importaba que fuese mi subordinado, confiaba plenamente en su madurez y en su capacidad de decisión.

Solo por ese motivo, accedí a mantenerme en el castillo. Además, si obteníamos noticias sobre Historia, debía mantenerme cerca. Con todas las cosas que restaban en el tintero, y con Mikasa fuera de servicio, dividir tareas era imperativo.

—Espero que vuelvan pronto —comenté—. Me inquieta la demora.

—Paciencia.

—Tú no la tienes en este momento. No me la pidas a mí —rechisté.

—Hay mucho trabajo pendiente, Levi. Tengo que saber administrar a mis efectivos, y eres la carta uno de dos bajo la manga. Te recuerdo que mi carta número dos parece haberse tragado una calabaza.

Bufé fastidiado.

—La simpatía del comentario era innecesaria.

—¡Comandante! —Petra irrumpió en la oficina, abriendo ambas puertas de par en par, con los ojos exaltados y la respiración agitada—. Lo encontramos, por favor, le necesitamos en la enfermería.

Cuando intenté ponerme de pie, Erwin ya no estaba en la oficina, ni tampoco Petra. Todo ocurrió a velocidad vertiginosa. Me vi en la obligación de seguirles a zancadas, intentando sumarme a la buena nueva.

Tras avanzar y acercarnos a la sala de enfermería, pude divisar al resto de mis soldados en perfecto estado, un tanto agitados, pero todos gozando de buena salud. Fruncí el entrecejo tras verles en tan buenas condiciones, sin entender por qué nos dirigíamos hacia enfermería realmente. Más tarde reparé en que podía tratarse de Darius. Entonces, la preocupación incrementó y me apresuré para llegar a la sala.

Allí estaba Hange… y Darius… en perfecto estado también.

Gunther entró después de mí.

—Fue casi ridículo —masculló para que solo yo pudiese oírle—. Por poco y se rescata solo…

—En efecto —Darius le oyó de todos modos—. No pensaba que fueses a demorar tanto. Tuve que ingeniármelas —increpó a Erwin.

—Las cosas han sido complejas desde entonces. Desconocíamos el paradero de la Facción. Aún desconocemos muchas cosas —dijo Erwin con templanza.

—Tan complejas como para celebrar una boda —dijo Darius, y volteó a verme. Ensanché los ojos con sorpresa—. Tus soldados hicieron un reporte fugaz para mí antes de venir aquí. Lamento haberme perdido tan histórica ceremonia.

La base estaba emplazada en un lote de casitas abandonadas, casitas insultantemente pequeñas. Allí, al interior de un establo, tirado sobre la paja, mantenían retenido a Darius. Le habían hecho sobrevivir a base de pan y agua. Y era notorio. Si bien no había sufrido daños físicos, había perdido considerable peso, despojándose de su anterior figura maciza.

Los comentarios de Gunther sobre el tema se debían a que a Darius, en su desesperación por huir, había buscado diversas maneras de escapar. Cuando mi escuadrón dio con la base y se aventuró por todos sus rincones, Darius ya no estaba atado, se había liberado y luchaba contra un hombre en el establo.

Todo lo demás fue tan sencillo como absurdo.

Sin embargo, no era tan novedosos sabiendo que se trataba precisamente de él. Darius era una persona perspicaz, y, además, lo más probable era que su sed de venganza hubiese alimentado su brío, puesto que Gregor Durston, su mejor amigo, le había fallado. Había fingido su muerte, trabajaba para la Facción y encima había ayudado a Olsson a raptarle.

En el castillo, se le brindaron todas las atenciones —aunque escasas— que pudimos entregarle. Primeramente, agua caliente y ropa limpia. Luego de eso, comida.

Darius no era una persona que dejara pasar el tiempo, en cambio, aprovechaba cada ocasión como una valiosa oportunidad. No importaba que llevase tiempo de rapto, que apenas durante ese día hubiese podido tomar un baño, ni siquiera importaba que acabase de volver de tan funesta experiencia. En un dos por tres, y tras varios estiramientos, puso manos a la obra.

Llamó a una reunión a los entes más importantes de la Legión y comenzó a ordenar. Fue una reunión extensa donde expusimos todos los detalles y novedades acaecidos desde su rapto, todo lo que ocurrió tras el incidente de la catedral, quién era Olsson, por qué Kenny estaba de nuestro lado, que Mikasa estaba embarazada —y que Erwin se lo había ocultado (tras eso, replicó un fiero mohín) —, y que nos habíamos casado. Todo, incluidos los detalles más ínfimos.

Nada quedó fuera de conversación.

—No hay tiempo que perder… Erwin, lo que está ocurriendo es grave —comentó.

En la mesa de sala de reuniones, nos encontrábamos Erwin, Hange y yo. Darius había tomado lugar en la cabecera.

—Lo sabemos. Entendemos la complejidad del asunto. Mis órdenes han sido claras, Darius. Mis soldados se preparan para enfrentar un enemigo poco usual —dijo Erwin.

—No es poco usual —interrumpí—. Dado que los titanes son humanos intervenidos por medio de un suero, en el fondo, siempre estuvimos asesinando personas… No es poco usual…

—Que midan diez o quince metros, alguna vez, hizo que les creyésemos monstruos. Atacar a una persona con su forma natural es totalmente distinto. Tal vez, no para ti, Levi. Sí para el resto de los soldados…

—El asunto es —Darius alzó la voz— que necesito que tomes la gran decisión, Erwin.

—¿Y eso sería…?

—Demandar a la Policía Militar —Erwin enarcó ambas cejas espesas y sus ojos se expandieron con sorpresa. Había asombro y fascinación por igual escondidos en su mirada. Hange, quien permanecía milagrosamente silenciosa, tuvo una reacción similar—. Es el momento exacto. La Facción operó gracias a la intervención de la Policía, hay infiltrados, y lo más probable es que Nile Dawk sea el mayor responsable de todo esto. Mi rapto es una ventaja enorme para ustedes. Las condiciones se han dado y nos encontramos en el punto exacto. Tienes mi apoyo, Erwin. Solo te queda proceder…

—Lo que no quita que sea arriesgado. Vamos a agitar las aguas más que de costumbre. Temo crear demasiada incertidumbre entre las personas. ¿En quién confiarán? Las divisiones militares no hacen más que ir de riña en riña, mas los titanes siguen merodeando los muros. Perderemos credibilidad…

—O la afianzarán. Depende de cómo lo enfrentes, Erwin Smith. ¿Arriesgarás?

—Depende de las consecuencias.

—¿Y qué tanto beneficio podrías sacar de esto? Necesitamos que la Policía Militar pierda protagonismo, por lo menos, durante un tiempo. Si lo que me han contado es cierto, que la Facción pretende contratacar, es menester desactivar las funciones de la Policía. Es extremista, lo acepto, pero es más expedito que indagar miembro por miembro hasta dar con el paradero de los involucrados. No posees esa cantidad de tiempo, Erwin.

—Yo estoy de acuerdo —Hange habló de pronto—. La Policía ha sido nuestro principal obstáculo al momento de trabajar, sobre todo, con las misiones extra muros, las que no hemos podido retomar hace meses. Todas las investigaciones están pausadas o a medio terminar. Nos han mantenido al margen, quietos e ignorantes. Es suficiente ya… valdrá la pena arriesgar.

—O no seremos capaces de prepararnos para enfrentar el ataque de la Facción. Nadie sabe dónde está Olsson, ni siquiera sus secuaces, y solo nos queda tener las espadas operativas para cuando se le ocurra interceder —contemplé a Erwin, esperando enseñarle en mi expresión mi más genuina preocupación.

Erwin clavó la mirada sobre la mesa y soltó un largo suspiro. Era complejo, pero entendía que las opciones eran lógicas y no podía regatearlas. Y aun así, aunque fuese muy a su pesar, yo sabía que él no temería al dar la orden, que sacrificar era su mayor estrategia, que podía echarse todo el peso del mundo sobre los hombros, sin flaquear, pero no expondría a la humanidad.

Así que aceptó. Aceptó, y al día siguiente, tras dar el anuncio del regreso de Darius, Erwin Smith presentó su demanda contra la Policía Militar.


―Debiesen ser quinientos metros al oeste… ―sentí el peso de Eren caer a mi lado.

Había descendido del gran árbol dando bote de rama en rama hasta, finalmente, aterrizar con pesadez.

―Estamos cerca ―Gunther sostuvo las riendas de su caballo que se había puesto nervioso con el brinco de Eren.

―Andando ―comandé, y continuamos por el sendero que nos había guiado.

Era una temprana madrugada.

Durante la semana, el caos se había desatado de forma catastrófica. Tras la demanda de Erwin y el regreso de Darius Zacklay, la población se había mostrado inquieta. Erwin, como siempre, había hecho uso de su simpatía para contener la información expuesta en los periódicos y evitar el pánico colectivo innecesario. La seguridad de las personas no se vería afectada por todo aquello que acontecía.

Darius también tomó protagonismo en ello, moviendo de inmediato a los entes de la Corte Marcial. Su regreso no era motivo de alegría sino de todo lo contrario: trabajo exhaustivo y abundante preocupación. No tardó en tomar cartas en el asunto en cuanto a la demanda contra la Policía. El primer citado en cuestión fue Nile Dawk.

Había estado esperando más oposición de su parte, un mínimo de resistencia, pero también comprendía que su renuencia a batallar se debía a que Nile estaba al tanto de sus errores. Todas las verdades habían salido a la luz o estaban a la espera de hacerlo. Era cuestión de tiempo. Por lo que seguir fingiendo inocencia solo agravaba sus cargos.

La sugerencia de Darius resultó provechosa de muchas maneras. No solo porque era preciso que así ocurriese, sino porque todo aquel embrollo mantendría a la Policía alejada de la Legión por suficiente tiempo, lo que nos daba ventaja para seguir avanzando en otros asuntos.

No obstante, algo inesperado ocurrió, o por lo menos inesperado a mi criterio. Cuando el juicio contra Nile se llevó a cabo, Erwin Smith estuvo entre los presentes, y también mi escuadrón junto a mí, nosotros en representación de la Legión. Fue cuando Darius dictaba la sentencia que Nile decidió interrumpir, impulsado por su desesperación. No se extendió en explicaciones, sus palabras fueron breves y tajantes: «Sea cual sea su dictamen, estoy dispuesto a cooperar con Erwin Smith. No es una opción que me convenga ni me agrade, pero es necesario. La Facción, como se conoce a este grupo de personas que están contra los Ackerman, realizará un próximo ataque dentro de los distritos, probablemente, en el centro de Stohess. Si eso ocurre, digamos adiós a la humanidad dentro de las murallas. Los titanes ágiles no se contendrán».

Sus declaraciones fueron graves. Darius mostró su rostro inundado en sorpresa, porque la sospecha, finalmente, quedaba ratificada. Cuando intentó amonestar a Nile por toda la información que el sujeto manejaba, este le contestó: «Tan solo no inactive las labores de Policía. Si lo hace, perderán efectivos para enfrentar el ataque. Deténgame a mí, que soy el único involucrado».

Tras eso, comenzó la investigación. Y no solo eso. Nile confesó el paradero de otra de las bases de Olsson, una que, curiosamente, tenía captivo a un rehén cuya identidad se desconocía.

Y hasta allá nos dirigíamos. En aquel entonces, nos aproximábamos al paradero de dicha base, aguardando la esperanza de que aquel rehén tratase de Historia Reiss. Aquel supuesto lugar se emplazaba en el medio de un claro rodeado por un bosque de inmensos abetos. Era un sector frío y neblinoso, con denso aroma a humedad.

La madrugada había sido perfecta para nuestra intervención, suponíamos que los guardias estarían dormitando.

―Llegamos ―dijo Eren, frenando su caballo abruptamente.

―Avanzaremos a pie. Los caballos deberán quedar atados por aquí en algún lugar ―mandé.

―Capitán Levi, de todos modos, hemos avanzado suficiente ―expresó Petra―. Tal vez, si retrocedemos un par de metros…

―O nos internamos un poco más en el bosque ―completó Auruo―. Dejar a los animales pastando evitará que relinchen y nos acusen.

En ese minuto, celebré su elocuencia. Convenimos con ello, y tras dejar a los caballos atados a varios metros de la base, emprendimos camino, sosteniendo armas entre las manos para enfrentar cualquier eventualidad.

Rodear la base fue sencillo. No había hombres custodiando el perímetro. La edificación no era más que una enorme cabaña con techo de paja. A las fueras de la misma, se enfilaban fardos de heno, y algunos montículos de pajilla desperdigada.

La neblina entregaba un aspecto fúnebre al escenario, y también las ventanas oscuras, cubiertas por cortinas de color opaco, seguramente, con las intenciones de ocultar el interior. Y, aun así, tampoco había luces encendidas que pudiesen entreverse por los recovecos. Los hombres de Olsson debían estar durmiendo o, incluso, podían estar fuera, lo que facilitaba enormemente las cosas.

Con una ganzúa, nos permitimos entrar en la guarida, intentando ocasionar la menor cantidad de ruido. Junto a Gunther nos encargamos de ello, Erd y Petra nos cuidaban las espaldas mientras que Eren y Auruo resguardaban nuestra parte frontal, sin dejar de apuntar en ningún momento.

Tras abrirse la puerta, se encontraba la sala de estar. No había un comedor como tal, sino una pequeña mesa aislada hacia un rincón, y el resto del escenario se componía de botellones de vino, sillones, y dos guardias ebrios desparramados sobre el suelo. No había estética alguna ni preocupación por el lugar en sí. No era más que el corral donde se refugiaban.

Gunther ingresó conservando sus movimientos sigilosos. Asimismo, le siguieron Eren, Petra, Auruo y Erd. Finalmente, entré yo, juntando la puerta a mis espaldas para no despertar a los guardias con el frío de la madrugada, pero sin cerrarla del todo para no hacerlo con el ruido tampoco.

Como un felino, avancé hasta sus figuras. Ambos dormían flojamente, salvo uno de ellos que parecía querer despertarse pronto. Y, en efecto, lo hizo. Fue el momento propicio para ubicarme rápidamente a sus espaldas para así sostenerlo del cuello con el antebrazo y ejercer presión durante unos segundos para conseguir desmayarlo.

Conté diez segundos mientras mi equipo me observaba con temor. Al segundo ocho, tenía al sujeto dormido entre mis brazos y a mis subordinados sudando por el nerviosismo.

Luego de eso, les di la orden para que comenzaran a sondear la zona. No teníamos tiempo que perder.

Tras verlos desaparecer, volqué mi atención al guardia restante. Y al oírle roncar, supe que era imposible despertarle.

El resto de tiempo escudriñando la base resultó vertiginoso. Quizás, la oscuridad de la madrugada no nos parecía grata, o el hedor del lugar, la suciedad, el desorden y la sensación de encierro, puesto que los pasillos estrechos apenas permitían desplazarse de un rincón a otro. Sumado a eso, actuamos con desasosiego, conscientes de que aquellos guardias en la entrada no debían ser los únicos, y que, probablemente, algunos más estuviesen de camino.

Mientras mi escuadrón revisaba cada esquina del primer piso, yo reparé en una pequeña escalera que llevaba hacia un lugar, un supuesto segundo piso que no era visible desde fuera. Lo más seguro era que se tratase de un viejo desván.

Primero, realicé un sondeo veloz en diversas direcciones, y al constatar que no había trampas ni peligros de por medio, me escabullí hasta llegar a la escalera y ascender por ella de forma rápida pero silenciosa. No buscaba alterar el mutismo fúnebre que cubría aquel lugar, ni tampoco alertar a quien fuera que estuviese escondido allí arriba.

Cuando alcancé el desván, noté que sería muy difícil intentar encontrar algo allí. Todo estaba insoportablemente oscuro. No obstante, intenté adaptarme unos segundos, buscando comprobar que eso pudiese ayudarme, y solo lo hizo en una breve cuota. Pude vislumbrar algunas siluetas de cajas u otras cosas apiladas, pero nada nítido.

Tomé impulso para sentarse a la orilla de la abertura por la que ingresé, y me mantuve discreto en todo momento. Me arrastré suavemente por la superficie, intentando descubrir mi alrededor únicamente con la palma de mis manos. Tocaba todo cuanto podía, haciendo de mis yemas mis nuevos ojos. Sin embargo, finalmente, comprendí que allí no había nada de interés.

Tan solo era un viejo desván.

Y estaba por rendirme, por descender para ir en busca de mi escuadrón cuando palpé lo que parecía ser una manilla. La tomé, buscando el sentido en que giraba y, cuando finalmente operó, descubrí que se trataba de una pequeña ventana.

A las fueras, la oscuridad comenzaba a dispersarse, volviendo el paisaje un poco más visible.

Fue la oportunidad perfecta para terminar de descifrar el interior del desván. Ciertamente, allí solo había cajas apiladas. O eso creía, hasta que mi escudriñamiento dio con la sombra de un bulto ubicado en la esquina más lejana.

Dejé la ventana abierta, para no perder la escasa luz que me ayudaba a ver mejor, y avancé en cuclillas hasta la figura tendida en el suelo. Los vellos de mi nuca se erizaron cuando reparé que trataba de una persona, y lo primero que vino a mi mente fue que, debido a la ausencia de putrefacción en el aire, debía estar viva.

La sostuve del hombro para girarle y hallar su rostro. Era difuso en ese momento, mas pensé que podía tratarse de un niño. Era pequeño, tenía el cabello corto y negro. Parecía muy frágil y estaba frío.

Me quité la capa en el acto, para cubrirle. Actué rápidamente, bloqueando mi mente de cualquier pensamiento anexo; toda mi atención derivó en aquel hallazgo y en la suprema necesidad que tenía de rescatarle y sacarlo de ahí. No tenía dudas, los hombres de Olsson le tenían cautivo en aquel lugar.

Le arropé con cuidado. Parecía que había desmayado; quizás, por falta de agua, quizás, por falta de comida. Y cada opción siguiente se me hacía más horrorosa que la anterior. Me apresuré para bajar pronto de allí y reunirme con mi equipo… sin embargo, tras intentar tomar el cuerpo, oí un leve quejido.

Mis ojos se abrieron con sorpresa, y más aún cuando el niño giró el rostro para mirarme y verme con total espanto y cierto alivio al mismo tiempo.

No, no era un niño.

―Capitán… ―si no alzó la voz, se debía a que se encontraba en pésimo estado.

―Historia ―musité, notando, entonces, que su cabello se encontraba en pésimas condiciones.

Estaba mal cortado, con mechones más largos y otros más cortos, y además estaba cubierto por algún tipo de pintura negra, quizás, henna o algo similar. Tomé uno de sus mechones con curiosidad y lo sostuve entre mis dedos.

Sé que la hice estremecer con eso. Estaba aterrada.

―No… ―gimoteó en voz baja, pero, aun así, sostuvo la solapa de mi chaqueta, como si buscase afirmarse.

―Eso no importa ahora ―la envolví en la capa, volviéndola un bollo para tomarla y sacarla de ahí―. No importa nada excepto sacarte de aquí. ¿Te hicieron daño?

―Solo encerrarme ―estaba muy débil; tenía los labios resecos y pálidos, los párpados se le entrecerraban por el cansancio y su voz no era más que un hilo de aire. Se veía terrible, no podía dejar de ver su cabello y de pensar cómo había terminado así. Sé que lo notó cuando me respondió―: Lo del cabello fue mi decisión…

En la tenue penumbra que comenzaba a esfumarse, fui testigo del agotamiento en sus ojos. Entendía el motivo tras el corte de cabello: ocultarse. Pero seguía siendo sorpresivo.

Mas no perdí el rumbo de la misión que tenía en ese momento.

―¿Puedes ayudarme a ayudarte? Será difícil bajar contigo si no te afirmas ―le pedí.

―Lo intentaré.

―¿Hay más hombres, Historia? ¿Más de ellos en algún lugar?

―Hay dos guardias abajo. Solo dos. Los otros tres volverán pronto. Si no nos apuramos…

―Afírmate ―la interrumpí, y la llevé conmigo hacia la bajada.

Cuando estábamos por descender, oí la voz de Eren llamándome entre susurros forzosos.

Se encontraba a los pies de la escalera, mirando hacia arriba, corroborando que podía encontrarme ahí. No tardé en aparecer por la abertura. Al verme sostener el cuerpo entre los brazos, los ojos de Eren se desbordaron de sus cuencas y su boca se abrió de par en par.

―¿Es un cadáver? ―rechistó.

―Es tu compañera, Eren ―gruñí―. Ayúdame y recibe ―demandé, sosteniendo a Historia para ubicarla de manera que pudiese bajar y que Eren la pudiese recibir.

―¡Christa! ―la voz del muchacho sonó demasiado elevada para mi gusto, y se lo hice saber tras enseñarle un mohín asesino―. Lo siento ―musitó.

Que la mocosa fuese pequeña era ventajoso, sobre todo, al momento de cubrirla con la capa, mas no cuando se intentaba hacerla bajar, porque yo estaba demasiado alto y Eren estaba demasiado bajo. Temía que fuese a caer y golpearse.

Pero, para mi sorpresa, ella buscó sacar fuerzas, aunque no las tuviese.

―Intentaré ―me dijo y, tras eso, hizo descender uno de sus pies, para apoyarlo en uno de los escalones. Estaba descalza.

Eren estaba abajo, con los brazos abiertos como si esperase lo peor. Sus ojos no abandonaban la figura de la muchacha que intentaba descender. Yo le sostenía una mano para equilibrarla, mas tarde o temprano tendría que dejarla ir por su cuenta.

La preocupación de Eren era agitada. No esperó más ni dio espacio a que ocurriese. Se abalanzó sobre la escalera para recibirla. La tomó por la cintura, y en un movimiento torpe, le quitó la capa de encima. La muchacha resbaló por el movimiento tan lerdo y abrupto, fue casi como si sus energías hubiesen vuelto de golpe, porque aleteó buscando equilibrarse.

Entonces, Eren la atrapó, alcanzó a sujetarla y ella le lanzó los brazos al cuello.

En ese mismo instante, fue como si Eren hubiese sido víctima de un calambre, porque soltó un quejido ronco y cayó al suelo, con la muchacha sobre el regazo. Historia chilló por el sobresalto, y pareció confundida tras la reacción de Eren. Más aún tras verlo sostenerse la cabeza con ambas manos.

―Eren, ¿estás bien? ―no tardé en bajar para ubicarme junto a ellos.

El resto de mi escuadrón se nos sumó.

―¿Qué ocurrió? ―Petra apresuró el paso para ser testigo del escenario, y liberó un jadeo sorpresivo tras ver a la niña Reiss con el aspecto andrajoso y el cabello destrozado.

―Eren ―insistí, al ver que no me respondía y mantenía los ojos cerrados―, oye, ¿me escuchas?

―Sí, capitán Levi ―musitó, abriendo los párpados despacio, con el rostro ensombrecido, como si tras la breve caída hubiese cambiado completamente, como si sostener a Historia entre los brazos hubiese demarcado un antes y un después.

―¿Qué pasó contigo? ―tomé a Historia para ayudarla a quitarse de allí, sin quitarle los ojos de encima a Eren.

Petra no tardó en coger la capa que estaba tirada para arropar a la muchacha con ella y resguardarla consigo mientras yo intentaba comprender las reacciones de Eren.

―Solo un dolor muy fuerte en la cabeza… ―pareció más triste de lo normal―. Salgamos de aquí.


.

.*.

.

Historia Reiss no era el mejor nombre para ella. Por eso, al saberse descubierta, decidió desaparecer. Porque era tanto más fácil esfumarse ella misma que intentar esquivar a cada uno de los curiosos que osaran a preguntar. No había sido con el fin de provocar daño, sino su desesperada manera por mantenerse lejos de cosas que prefería olvidar.

Durante su viaje con el fin de perderse, cuando ya se encontraba lejos de Legión y cerca de unos poblados en los que podía rogar por asilo, un grupo de hombres la encontró. Y la reconoció. Fue tan ridículo que incluso fue innecesario cruzar palabras. Ellos sabían quién era ella de antemano.

Sin saberlo, la Legión representaba su mayor refugio. Y ella, ingenuamente, había salido corriendo de ahí, abalanzándose sobre la trampa, creyendo que era lo mejor. Se entregó al destino que buscaba evadir, lo hizo cegada por el temor. Cuando la arrastraron hasta la cabaña, supo que su vida no volvería a ser la misma.

No obstante, agradeció que nadie osara a ponerle las manos encima. Lo que no evitó que recibiera golpes y malos tratos, como no darle comida o agua cuando «se olvidaban» de ella. Había perdido la noción del tiempo, pero sabía que había pasado varios días así… cuando le comentaron que habían pasado tres meses, por poco echó a llorar. No podía creerlo.

Auruo le acercó una cantimplora, y ella no tardó en beberla por completo y jadear al final, buscando reponerse.

El viaje de vuelta fue tedioso. Cabalgaron hasta cierto punto en que aguardaba una carreta. Eren ofreció su caballo y Auruo el suyo para hacerla andar. Petra, Erd y el capitán Levi continuaron el viaje en sobre sus propios animales mientras que Auruo condujo la carreta y Eren la acompañó sobre la misma.

Historia estaba cubierta por las capas de todos ellos, envuelta hasta casi desaparecer. Tenía sueño y hambre. Quería comer y, si podía, dormir en su cama.

Pensar en su habitación le trajo recuerdos de Ymir…

Ymir… ¿cómo estaría ella?

―¿Por qué escapaste? ―la voz de Eren la sacó de sus pensamientos.

Tras el incidente en la cabaña, el semblante del joven no había vuelto a ser el mismo.

La muchacha inclinó la cabeza hacia un costado, producto del agotamiento. Sus ojos se posaron sobre Eren por un breve segundo y, luego, su mirada comenzó a divagar sobre el paisaje. No sabía qué esperaba oír él, mas sí sabía que sus razones eran demasiadas y que no tenía fuerzas ni motivaciones para exponerlas de momento.

Solo guardó silencio.

―Ya todos saben la verdad ―mencionó el muchacho y se removió con la intención de llegar más cerca de ella.

Lo consiguió.

―No sé cómo enfrentarme a esto ―la voz de Historia se oía seca―. No me siento bien. Cuando lleguemos, es seguro que Hange me tome y se entretenga conmigo en la sala de enfermerías. Luego de eso, seré su mayor objeto de estudio, ¿no es así?

―Christa…

―Puedes llamarme Historia ―había tanto cansancio en todo su ser. Eren sentía que se lo transmitía de alguna manera―… Eren… ya luego podrás preguntarme todo lo que quieras. Solo quiero descansar.

―Lo harás. Lo siento ―su voz se tornó más oscura y, sin embargo, más comprensiva―. Solo… ―suspiró―. Intento comprender. Siempre fuiste desagradablemente condescendiente. Y, de la noche a la mañana, tú demuestras todo lo contrario…

―Eren… ―musitó Historia, intentando reprochar.

―Sí, lo siento ―asintió él, tensando la mandíbula y volcando la vista hacia los árboles―. Tan solo… si no sabes cómo lidiar con ello, yo estaré contigo en todo momento ―la joven alzó la vista hacia él y lo miró con extrañeza―. Eso con tal de que vuelvas y acabemos juntos con este eterno suplicio.

No recordaba tener tan buenos lazos con Eren. No significaba que hubiesen sido enemigos, por el contrario, ella siempre intentaba ser comprensiva con él y el peso que cargaba sobre sus hombros. Pero ver a Eren preocupado por ella era una novedad. Tampoco le molestaba. En su frágil estado, aquello era como una luz en medio de la oscuridad; quería aferrarse a ello con todas sus fuerzas, o las que tenía.

Solo que, antes de hacerlo, prefirió mantener la compostura.

―¿Por qué…, Eren? ―de pronto, se hundió aún más en el lote de capas que la arropaban, casi dispersándose en medio de todas ellas―. ¿Qué estás haciendo?

Eren quiso extender su brazo hacia ella, mas se detuvo al recordar la experiencia en la cabaña.

―¿Quién más que yo sabe cómo se siente ser señalado con el dedo? ―la sonrisa de Eren era irónica.

Ella no la correspondió. Su pequeña cabeza volvió a caer hacia un costado. Finalmente, el cansancio la había vencido.

Durante unos minutos, Eren se dedicó a mirarla. Lucía extraña con aquel corte de cabello y la tinta que se había aventado encima; tinta que comenzaba a desvanecerse, revelando un par de mechones claros y centellantes. Parecían canas, y aquello la hacía parecer tontamente tierna. Sus intentos por esconderse del mundo la habían arrastrado al peor destino… eso también había sido tonto.

Eren exhaló abundante aire con pesadez.

Cerró los ojos y se sumergió en el recuerdo de Historia cayendo entre sus brazos. En el preciso momento que su piel tocó la suya, tal como una explosión, una sesión de imágenes fugaces y entrelazadas se cruzaron por su mente, aturdiéndolo y espantándolo sobremanera. Horrorizado ante aquella nueva revelación, no pudo evitar perder el equilibrio y caer de espaldas. Se había tomado la cabeza entre las manos en un afán por buscar reposo, pero era como si las imágenes, a pesar de haberse terminado en el momento en que soltó a la joven, le hubiesen dejado un enorme malestar.

Tenía una sola noción en mente… Sabía que Historia era, de momento, el principal tópico a tratar para la Legión. Y cuando Erwin diese aviso de su hallazgo, entonces, lo sería para lo Corte Marcial y todos los altos mandos.

No supo qué lo arrastró a tomar tal decisión ―podía ser, únicamente, elocuencia―, pero optó por guardar silencio, al menos, hasta que todo se calmase. Historia cumplía un rol importante, y él no buscaba atribuirle más complicaciones. Sin embargo, de algo estaba seguro, de algo que estaba dispuesto a descubrir por su propia cuenta si era necesario, y tal vez solicitase la ayuda de ella en algún momento ―podría ser su pequeño secreto―, pero sabía que tenía que intentarlo, tenía que probar, tenía que corroborar que no estaba enloqueciendo y que su sed de respuestas no le había hecho alucinar. Debía tocarla de nuevo.

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.*.

.


El regreso de Christa Lenz, como Historia Reiss, fue bastante discreto. Nos preocupaba enormemente su seguridad, por lo que solo se comunicó a las personas justas y necesarias. No fue una tarea compleja, considerando el atentado que la muchacha había cometido contra su cabellera. Poco a poco, la henna comenzaba a desaparecer, no obstante, los tijeretazos que se había propinado seguían siendo más que evidentes. Y, aun así, aquello fue lo que la hizo pasar desapercibida.

Se le asignó una habitación privada, alejada del resto de sus compañeros. Necesitábamos darle un minuto de paz, y tan solo un minuto puesto que el tiempo apremiaba, y yo no estaba dispuesto a perderlo. Además, otra de las razones fue que necesitábamos que Hange estabilizara su salud. Estaba muy deshidratada, y lo último que nos faltaba era que enfermase.

A Ymir se le informó de su hallazgo, y aunque la joven, desesperada tras enterarse, buscó la manera de llegar a ella, se le denegó todo encuentro hasta nuevo aviso. Historia tenía que estar resguardada hasta que salud mejorase. Una vez hecho eso, podría visitarla y podrían conversar cualquier cosa que estuviera pendiente.

Ymir protestó, luchó, se enfadó. Mas se contentó al saber que Historia estaba bien y con vida. Cedió cuando le di mi palabra de que podría volverle a ver.

En cuanto a Mikasa… ella no emitió comentario. Liberó un suspiro de alivio tras saber que su desatino no había desatado mayores tragedias, como que Historia hubiese muerto. Pero no consultó dónde le encontramos, en qué condiciones se encontraba, ni siquiera pidió encararla. Mikasa estaba inmersa en sus pensamientos desde que el día del parto se acercaba. Permanecía silente y pensativa, encima, estaba preocupada por el ataque de la Facción. Historia no figuraba en su lista de inquietudes.

En cambio, Historia sí quería ver a Mikasa, quería darle la merecida disculpa, y cuando me lo solicitó, admitió también sentir miedo de hacerse la idea. Mi respuesta fue trasparente, le dije la verdad: Mikasa no quería verla. Ante tal confesión, ella agachó la mirada sin dejar de sonreír con amargura. Finalmente, dijo:

―Yo sé, capitán Levi, que no es el momento propicio para conversar el asunto. Pero ―frunció los labios y alzó el rostro para mirarme―… lo atenderé después. Cuando todo se calme.

Estaba sentada en el borde de su nueva cama, en su nueva habitación. Yo, de pie frente a ella, la contemplaba y buscaba entender por qué, tras toda la información que teníamos, ella insistía en ser tan humilde y bondadosa. Tuve la idea de que Historia, realmente, quería a Mikasa, y esperé, con toda sinceridad, que esta última supiera juzgar bien cuando tuviese que enfrentarse a aquel conflicto.

Todos los tratos especiales que se tuvieron con Historia fueron ordenanza de Erwin Smith. No estaba dentro de sus planes someterla a tensión, sobre todo, con el asunto del presunto ataque de la Facción. Fingir la mayor quietud posible era un requisito, que no hubiese ni un solo rumor en el aire que evidenciara alguna novedad con respecto a nuestra división. Tal como si la Legión estuviese trabajando rutinariamente, ignorante del medio que le rodeaba.

Cuando la verdad era que, día a día, nos preparábamos para enfrentar el desenlace de los planes de la Facción.

Desde aquel momento, transcurrió un mes completo. No hubo ataques durante aquel período, solamente, el vicio de la sugestión y la paranoia incontrolable. Erwin no dormía y, a pesar de que yo sabía que su sueño era irregular, en ese último mes su rostro había comenzado a desaliñarse. No hacía más que llevar a cabo reuniones con Historia, quien finalmente dejó salir a la luz sus verdaderas raíces. Esperaríamos hasta que el ataque se consumara para poder reponernos de ello y hacer que Historia tomase su lugar como lo que era, como lo que Kenny nos había dicho tiempo atrás: la verdadera ocupante del trono real; reina.

De momento, era mejor esconderla bajo siete llaves. No sabíamos qué intenciones tenía la Facción aparte de asesinar a los Ackerman, y no pretendíamos averiguarlo por medio de errores como tal. La anticipación fue nuestra mejor aliada. Y lo seguiría siendo mientras no supiésemos la hora exacta ni el lugar de aquel atentado que tanto temíamos.

Una tarde en la que no me encontraba bien, producto del trabajo excesivo y las preocupaciones atosigantes, decidí darme un tiempo de relajo en mi habitación. Sabía que Mikasa estaría allí, reposando un momento, puesto que aquel iba siendo el noveno mes; la espalda le dolía horrores, se sentía inquieta todo el tiempo, y sufría de ligeras contracciones que, según Hange, no eran las del parto precisamente sino previas a él, como si su propia anatomía la estuviese preparando para enfrentarlo.

Cuando entré al cuarto, la encontré sentada sobre la cama, con la espalda apoyada en una pila de almohadones, con su enorme abdomen simpático, y un par de palillos entre las manos; estaba tejiendo.

―¿Cómo estás? ―inquirí, acercándome a ella lentamente mientras me quitaba la chaqueta.

Con esta misma, le cubrí las piernas. Ella me sonrió ligeramente.

―Estoy mórbida y adolorida ―me dijo con simpleza sin quitar la atención de su labor.

Me hizo sonreír de vuelta. No tardé en sentarme a su lado, en la orilla del colchón.

―¿Qué tejes? ―me interesé, y sostuve la hebra de lana entre mis dedos.

―Una gorra ―sus manos no cesaban de moverse; tenía técnica―. Luego, bordaré una avecilla sobre un trozo de tela y la coseré en la gorra. Quizás, añada un par de flores de adorno.

Mi mano se extendió hasta encontrar las suyas, para detenerla un momento. Necesitaba un segundo de su atención.

―Mikasa ―tomé aire―, estas cosas, ¿te las enseñó tu madre?

Su rostro se iluminó tras reparar en que yo recordaba aquel detalle, de tantas veces que me había hablado de su familia.

―Sí ―admitió―, bordar era una actividad muy importante para mi familia, por lo menos, por parte de mi madre. Ella me enseñó todas las técnicas que sé. Creí haberlas olvidado, pero… aún funciona…

Sentí que estaba emocionada, le gustaba sacar partido al pequeño legado que le habían concedido sus padres. Había sido breve, pero suficiente para que ella les recordase toda su vida.

Reunió todas sus herramientas, incluidos el ovillo con el producto a medio terminar y los apartó hacia la mesa auxiliar, cuidando que nada fuese a caerse. Si algo amaba de Mikasa, era su forma de ser tan detallista. Era soldado, era tosca y brusca cuando debía serlo, mas cuando no, revelaba su lado más delicado y minucioso. Tal sumatoria de cualidades me habían hecho caer por ella desde un comienzo.

Era hermosa, mi mocosa hermosa con forma de calabaza.

―Calabaza mía ―dije, y me acerqué hasta ella para sostener su rostro entre mis manos.

―No ayudas en nada, ¿sabes?

―No te enojes.

―No me enojo.

―No fue un comentario con malas intenciones, por el contrario. Te ves hermosa.

―Conozco tu sarcasmo, Levi ―insistió, consiguiendo despertar aún más mis ganas de besarla.

Y así como amaba que fuese detallista, amaba también otros aspectos más prácticos, como sentirla contra mi boca, sentir que el abrigo de sus labios contrastaba cualquier malestar que pudiese afectarme. Amaba sentir cómo controlaba el ritmo, cuando la dejaba hacer, y cuando se entregaba al ser mi turno de cambiar el giro.

Me había cuestionado tantas cosas, tantas… desde que todo comenzó y, así, cada día. Y había aprendido gracias a ella a no darle espacio de no ser necesario. Mas había una cosa en particular que siempre rondaba mis pensamientos y que, por mucho que intentase contener, se materializaba para hacerme la misma pregunta de siempre: «¿Realmente merecía todo eso, todo ese pedazo de cielo del que podía disfrutar, aun cuando sabía que el mundo amenazaba con hundirse?».

Y nunca obtuve la respuesta.

Siempre se perdía en los rincones más recónditos de mi mente, porque siempre aparecía cuando estaba con Mikasa, y si estaba con Mikasa, entonces, ella se volvía mi todo y se apoderaba de mi mente. La incógnita se desvanecía en la distancia, y en mi plena consciencia ella abundaba.

Separarme de ella fue difícil y, en efecto, siempre lo era. Dos, tres o hasta cinco besos más seguían al que supuestamente intentaba terminar. Y se debía a que, tras el descubrimiento de lo que me provocaba besarla, sentía que no podía volver al momento anterior a eso. Ya lo había experimentado, ya sabía cómo era, y no podía desistir de ello.

―Levi ―protestó ella, aun cuando yo sabía que no una era protesta en sí, sino más bien su forma de evidenciar mis caprichos.

―No me acostumbres a hacer cosas que luego tendré que evitar ―rocé su nariz con la mía―. Es cruel.

―Pobre víctima ―susurró y volvió a besarme.

Fue un beso largo, calmante, relajante…

No me di cuenta del momento en el que estaba deslizándome hacia un costado. Mikasa me sostuvo de los hombros y me dio un sacudón. Abrí los ojos dificultosamente para dar con su rostro frente al mío. Su ceño estaba fruncido, pero no parecía molesta. Mas bien demostraba preocupación y reproche.

―No te quedes dormido mientras me besas ―me regañó―. Por otro lado, deberías descansar. Todo este tiempo sin dormir o durmiendo casi una hora por noche es demasiado, incluso para ti. Ven aquí.

Y aun con su forma de calabaza, encontró la manera de darme un espacio a mí a su costado.

Esa tarde fue el último descanso que pude permitirme.

Lo recuerdo como la paz más grande que pude haber experimentado. Me dormí con la ilusión de que mi esposa velaba mi sueño y de que mi pequeña hija estaba próxima a ver la luz del sol. No pensé en Historia, ni en todo el caos que se sumaba a eso, tampoco recordé a Erwin y su cara de culo, ni a la cuatro ojos y sus ideas locas, no pensé en los muros ni en la Facción. Solo en lo agradecido que estaba de las cosas que tenía, de lo que había conseguido, y de lo que estaba por venir.

No supe qué me llevó a portarme tan optimista minutos antes de caer rendido.

Pero fue una buena manera de amortiguar el bajón que sufriría la estabilidad preventiva que fingíamos.


Pasada la hora de almuerzo, los cuarteles de la Legión se tiñeron de un increíble silencio. Fue un día común como cualquier otro en el que, tras comer, nos encerrábamos en nuestras actividades para no disponer de más tiempo libre hasta el anochecer.

Todo parecía quieto. El cielo tenía un color desabrido, un celeste demasiado claro, y extensas y escuálidas nubes lo cruzaban de lado a lado. Había brisa, fresca y constante brisa que barría algunas flores que se habían soltado de sus plantas. Desde el alfeizar de Hange podía verlo todo.

Nos encontrábamos en su oficina, realizando cuadratura de cuentas; los ingresos que entraban a la Legión debían justificarse mes a mes y coincidir perfectamente. En realidad, siempre era de ese modo. Nunca gastábamos más de lo que debíamos, ni había ningún tipo de mal uso del dinero. Por lo tanto, cuando se hacía el recuento, todo calzaba a la perfección. Mas no dejaba de ser una labor tediosa.

―Está todo tan tranquilo ―comentó Hange mientras revisaba un par de informes.

―Sí, no te molestes en hablar ―contesté, buscando fastidiarla.

La miré de soslayo y noté el puchero que hizo tras oírme. No era sincero; fue otra de sus bromas tontas.

―Amargado.

―Cuatro ojos…

―¡RÁPIDO! ¡CORRAN!

Y ahí acabó la paz. Tal como si Hange hubiese invocado el caos con su ingenuo comentario.

―¡Capitán Levi! ¡Mayor Hange! ―Moblit entró corriendo a la oficina, portando, de forma desordenada, nuestros equipos entre sus brazos. Dio tropezones, pero finalmente llegó al escritorio y aventó las cosas con urgencia―. El ataque se desató en la ciudad, ¡mucha gente está muriendo! ¡El comandante Erwin va de camino con un par de escuadrones!


Cada segundo que avanzaba era contado por los latidos de mi corazón que retumbaban en mis oídos. Sabía que gozaba de provechosas cualidades para la batalla, pero podría jurar que nunca había actuado tan rápido en toda mi vida, llegando incluso a sorprenderme el cómo conseguí actuar sin fallas y en tan poco tiempo.

Busqué a Mikasa y, cuando la encontré, me dispuse a llevarla conmigo a un lugar seguro.

Kenny Ackerman no tardó en aparecer en los cuarteles de la Legión. Los escuadrones debían salir como refuerzos, pero poco a poco; si los usábamos a todos, íbamos a quedarnos sin efectivos. Fue la orden que dio Erwin Smith, pero que replicó Kenny Ackerman tras su llegada. Además, no tardó en buscarme y nos encontramos casi en el acto. Yo llevaba a Mikasa conmigo, la sostenía de la cintura con un brazo, y Hange estaba haciéndome compañía. No podíamos dejar a Mikasa a la deriva. Mucho menos yo.

―Erwin me envió a buscarte, Mikasa ―contó Kenny. Fue cuando me di cuenta de que portaba un abrigo y una gorra para Mikasa―. Tengo una carreta y un buen par de caballos. Voy a sacarte de aquí; conozco una cabaña en buenas condiciones donde podrás refugiarte mientras nosotros nos enfrentamos a esto.

―Pero… ―ella quiso protestar.

―Kenny, voy contigo ―dije.

―No, eso no sucederá.

Fruncí el ceño en un gesto ofendido, sabiendo que no era una posibilidad que pudiéramos regatear.

―¿Qué quieres decir?

―Erwin te necesita en el frente de batalla. Fue lo que me dijo. Antes de llevarme a Mikasa conmigo, tengo que acercarte al sendero principal de camino a la ciudad para que vayas junto a Erwin. La mujer de lentes viene con nosotros también ―declaró con abrumadora seguridad.

Hange gesticuló un mohín sorpresivo.

El encuentro se dio en el pasillo anterior a la salida. Podía oír las pisadas ir de un lado a otro; todos los soldados estaban preparándose para ir a batallar. Erwin había sido el primero en correr. Kenny nos comentó que incluso la Policía y las Tropas de Guarnición estaban luchando para contrarrestar el ataque en lo que los soldados de la Legión tardaban en llegar al sitio del caos.

―No tenemos tiempo ―gruñó Kenny, tomando a Mikasa del brazo para halarla―. Rápido, suban a la carreta.

Le acompañamos en el acto. Ayudé a Mikasa a vestir el abrigo y acomodarse la gorra, para luego ayudarla a subir a la carreta. Hange ya estaba arriba, y Kenny estaba con las riendas del caballo en las manos. Al apenas subirme, sentí el empujón que hizo andar el carro.

Kenny condujo a toda velocidad.

Sabía que mi presencia era fundamental para enfrentar el ataque contra los titanes ágiles, pero Mikasa se veía pálida y comenzaba a estremecerme. En otra ocasión, habría corrido en dirección a la ciudad, pero tenía mis motivos para querer permanecer a su lado. No quería que aquella noticia tan tremenda le afectara a su estado de alguna manera. No sabía qué hacer si sucedía de aquel modo. Por eso, aunque traía puesto el equipo y en mi mente se anegaban los pensamientos sobre lo que estaba ocurriendo, mis ojos no cesaban de contemplarla.

Sí, estaba pálida, nerviosa, asustada… extraña.

Y comenzaba a asustarme a mí.

―Cuando nos bajemos, tú te quedarás con Erwin ―dijo Hange―. Yo iré en busca de mi escuadrón. Moblit se quedó en los cuarteles, organizando a los soldados. Yo se lo pedí. Pero dejé a mi escuadrón sin líder de momento ―entristeció, bajando la mirada―… Por eso, al bajarme, iré directo al frente, ¿está bien?

―Claro que está bien ―asentí, sin dejar de tener mi atención sobre Mikasa.

Llevé mis manos a tomar las suyas, y ella alzó su rostro para mirarme por primera vez en todo aquel momento. Yo sabía qué había tras sus ojos brillantes y apenados: la culpa y la frustración de no poder hacer nada, de no poder unirse a la batalla, de ser, como ella consideraba, un obstáculo.

Pero, aún si así fuese, no me importaba. Debía mantenerla a salvo sin importar cuánto costara.

―No va a pasarte nada ―me acerqué a ella y la rodeé con un brazo para acercarla a mí―. Es una promesa que no cesaré de repetir: no voy dejar que te hagan daño, a ninguna de las dos…

―Levi, gracias… ―se conmocionó la cuatro ojos, sacándome de mis cabales aún en las circunstancias que se habían presentado.

Solté un áspero gruñido.

―Está bien, a las tres… ―acepté a regañadientes, y Hange me dio un repaso receloso al darse cuenta de que no había estado hablando de ella―. Solo mantén la calma. Yo me encargaré de que estés a salvo.

―Pero, Levi ―jadeó ella―… ¿me pides que me quede encerrada en una cabaña mientras sé que allá afuera tu podrías morir?

Abrí la boca, buscando qué responder a eso, pero la cerré a los segundos, sabiendo que nunca, nunca podría contestarle. Aquello no era una certeza, tampoco improbable, era sino una realidad. Y ante eso solo podía decirle una sola cosa:

―Lo importante, Mikasa, es que tú estés bien y que nuestra hija también lo esté ―sostuve su rostro entre mis manos para acercarlo al mío, para tener toda su atención. Nunca me importó tan poco que Hange estuviese mirándonos―. Yo lucharé como siempre he hecho. Eso puedo prometerte, que no daré mi brazo a torcer en ningún momento.

―Promete que volverás ―había empezado a llorar.

―Tú sabes…

―Aunque sea mentira, Levi. Prométeme.

Su petición me dejó sin aire en los pulmones y con un sentimiento tan agitado estrechándome la garganta.

Solté un largo suspiro, porque, por primera vez en mi vida, estaba nervioso. Porque esta vez sí quería volver, debía volver, tenía que volver…

―Estoy tan enamorado de ti, Mikasa. No puedo mentirte… ―acepté, para luego depositar un beso sobre sus labios salados―. Pero lucharé hasta el final. ¿Está bien?

―Prométeme.

―Lo prometo.

La carreta se detuvo abruptamente.

De un brinco abandoné el carro para dirigirme al encuentro con Erwin. Hubiese querido decirle tantas cosas más a Mikasa, pero sabía que el tiempo estaba en nuestra contra.

Erwin estaba ahí, junto a Eren Jaeger (y comprendí que la presencia de este último se debía a que, por ser un titán cambiante, debía resguardársele también). No obstante, reparé en otro detalle: los rostros de ambos me aclaraban que aquello que habían visto en la ciudad superaba con creces cualquier misión que hubiésemos tenido antes.

―Levi, es hora de irnos ―dijo Erwin.

―Erwin, mi escuadrón… ―Hange intentaba ajustar las correas de su equipo.

―Están todos bien. Con los cañones de la Guarnición y el apoyo de la Policía hemos resistido bien. El problema es que, por ser titanes ágiles, han brincado de un lado a otro, ocasionando destrozos por doquier. En este momento, hemos logrado contenerlos, pero tememos que vengan muchos más. Así que deprisa, tenemos que volver pronto.

Giré sobre mis pies para despedirme de Mikasa, para darle un beso que me llenara de energías antes de partir, pero cuando volteé esperando encontrarla sentada dentro del carro, en cambio, la vi de pie, al apenas salir de su lugar, extendiendo su brazo hacia Hange para tomarla del hombro con fuerza.

Quise preguntarle qué ocurría, qué necesitaba, mas cuando estaba por abrir la boca, ella liberó un extenso y desgarrador gemido.

―¡Mikasa!

Corrí hasta ella, intentando tomarla de algún lugar, buscando comprender lo que ocurría. La única respuesta que obtuve de ella fue otro alarido.

―Mikasa, ¡no puede ser!

Hange, quien ya estaba dispuesta a partir, tuvo que pegar media vuelta para asistir a Mikasa. Mi mocosa no hablaba, solo se quejaba y se sostenía el abdomen a la vez que buscaba respirar con calma.

―¿Qué sucede? ―vociferé, exigiéndole a Hange la respuesta.

―¡Ya viene el bebé! ―se tomó la cabeza con ambas manos―. ¡Mikasa, sube a la carreta! ¡Erwin, Erwin! ―chillaba histérica, corriendo de un lado a otro.

Yo estaba estático, sin poder creer que algo como eso pudiese estarnos ocurriendo. El impacto me bañó como un balde de agua gélida, agua que me recorrió de pies a cabeza, aturdiéndome.

¿Por qué… justo ahora?

Mis ojos desbordaban pánico, estaban abiertos en toda su magnitud, y algo clavaba en la parte trasera de mi cabeza. ¿Cómo me iba a ir, cómo iba a luchar así? Mikasa sollozaba y respiraba pausadamente; de pronto, fue como si todos los presentes hubiésemos desaparecido de su alrededor, y como si solo pudiese pensar en sí misma y en lo que estaba sintiendo.

―Hange, llévate a Mikasa ―mandó Erwin, en un afán por recuperar la cordura del momento.

Kenny había bajado de la carreta tras haber oído los chillidos; Eren tenía una expresión de horror, ojos inmensos y boca abierta; y yo no sabía cómo reaccionar.

―Pero, Erwin…

―Hange, eres la única que puede ayudarla. No tenemos más tiempo, ¡rápido! ―le exigió con voz fuerte y autoritaria―. Apenas termines, necesito que vuelvas. Puedes dejar a Mikasa bajo el cuidado de Kenny.

―¡Entendido! ―le respondió, y antes de que Erwin pudiese añadir algo más, Hange ya estaba arriba de la carreta y Kenny tomando su lugar para conducirla.

―Levi, nos vamos ―me dijo Erwin, y luego volteó con prisa; Eren le siguió.

―No… Erwin… ―fue lo único que pude decir para detenerlo.

Volteó en el acto para verme con ojos incrédulos.

Yo sé que él estaba seguro de lo que yo iba a pedirle, y sabía que yo conocía su respuesta. Pero no iba a dejarme vencer por tal suposición, la situación lo requería. Mi vida no era la misma de antes. Y si bien había apostado mi vida a la Legión, había algo que necesitaba hacer y que no iba a perdonarle negármelo.

―Levi… ―habló con tono de advertencia.

―Erwin, déjame ir con ella, por favor ―supliqué como primera opción.

Kenny no hizo andar la carreta, puesto que notó mi renuencia a marcharme.

―Te necesito en el frente, luchando ―y yo sabía que así era, lo entendía a la perfección, pero tan solo necesitaba un poco tiempo para enfrentar aquello.

―Lo sé. Por eso volveré, lo prometo ―le aseguré.

No podía partir sin asegurarme de que Mikasa estuviese bien.

―Te necesito ahora. No después ―no cambió su expresión en ningún momento.

Valoraba su profesionalismo y entendía las prioridades. Tan solo quería que él entendiese las mías.

―Erwin, esto lo cambia todo. Por favor.

―Levi, cuanto antes mejor. Mente fría, te necesito en el frente.

Sí, tenía que tener mente fría, no podía dejarme llevar por lo que acababa de presenciar, pero si no me quedaba tranquilo, no podría concentrarme en el campo de batalla. Sabía el valor que tenía para esa misión, y por eso no estaba desistiendo de formar parte de ella. Quería estar con Mikasa hasta que estuviese a salvo, y luego volvería a luchar.

Según sus propias palabras, la horda estaba contenida. Tenía un poco de tiempo, un poco, pero lo tenía.

―Erwin, volveré… por favor…

―¡Comandante! ―la voz de Eren irrumpiendo la conversación nos hizo espabilar. Erwin le prestó completa atención tras verlo interponerse entre ambos―. Mikasa no se encuentra bien. Necesita de un lugar donde estar cómoda y esta conversación lo retrasa todo. Deje ir al capitán Levi, yo me quedaré en el frente por ahora.

―Eren ―titubeé, intentando entender su punto.

―Eren, he intentado resguardarte, sabes que es riesgoso para ti porque no sabemos qué pretende la Facción… Tú también eres un titán…

―Y, precisamente, por eso creo que es oportuno situarme en lugar del capitán Levi. Usted sabe que aprendí a controlarme hace tiempo, solo será hasta que el capitán pueda volver.

―¿Usarás tu forma de titán? ―pregunté, abriendo los ojos de par en par.

―Si usted viese las condiciones de la ciudad en este momento, capitán, no estaría haciéndome esa pregunta. ¿Acepta mi propuesta?

―¿Erwin? ―redirigí la pregunta a la persona que tenía la palabra final.

Un nuevo chillido de Mikasa y una puteada de Kenny Ackerman apurándonos fueron suficientes para sacarnos de la burbuja.

Erwin aceptó, no sin antes decirme:

―Apenas todo termine, te quiero de vuelta.

Tras eso, volteó abruptamente y se dirigió hacia los caballos que se hallaban dispuestos a un par de metros de nuestra ubicación. Eren le siguió en el acto y soltó al tercer caballo que debía pertenecerme.

La carreta partió, Kenny no esperó ni un segundo más y se lo agradecí profundamente.

Eren me acercó el caballo y me lo entregó.

―Buena suerte, capitán. Que nazca sana ―dijo, y le dio la vuelta al animal para seguir el adelantado rastro de Erwin.

―¡Eren! ―al apenas oírme detuvo al caballo. Volteó a verme con ojos sorprendidos―, gracias.


Llegar a la cabaña que Kenny había mencionado fue sencillo. El carro se detuvo a un par de metros de esta, tras eso, Hange no tardó en bajarse para ayudar a Mikasa y Kenny se acercó para hacer lo mismo. Yo apresuré el galope de mi caballo, me detuve cerca de ellos. Era una cabaña dispuesta en un amplio campo verde y floreado. Estaba rodeada de grandes árboles frondosos; el sector se asemejaba bastante a la casa de Mikasa en las montañas.

De un solo brinco bajé del caballo y me uní para ayudarles. Kenny se adelantó para abrirnos la puerta mientras Hange y yo ayudábamos a Mikasa a avanzar poco a poco. Ella respiraba como Hange le indicaba: que lo hiciera profundo, con pausa, que estuviera tranquila, que no íbamos a dejarla sola, así los muros se cayesen.

Al entrar en la cabaña, noté que todo estaba muy bien organizado. Aquel lugar había sido una de las bases de Kenny, y si bien aún tenía algunos rencores guardados para el viejo, en ese minuto, todos ellos se esfumaron tras fijarme en que él ―él solo― había reparado en todo eso, había anticipado cada detalle, cuando ni yo mismo había podido producto del incesante trabajo.

«Gracias, gracias de aquí hasta las estrellas», replicaba en mi mente mientras procuraba ser todo el soporte de Mikasa.

―¡Kenny! Fuentes, fuentes con agua… y… ¡mantas! ―ordenó Hange, a la vez que nos guiaba hasta un cuarto.

Allí había una cama. Quizás, no la mejor cama del mundo, pero sí un lugar donde mi mocosa calabaza podría reposar antes de comenzar con todo el parto…

¡Mierda, que estaba nervioso! Sentía el corazón palpitar en mis sienes, mis oídos y mi garganta. Toda la agitación no había conseguido más que hacerme sudar como nunca antes había hecho, las gotas rodaban por mi frente, mi nariz, mis mejillas. El aire se sentía caliente, y no se debía a la temperatura del día. Era yo, yo y mi histeria, yo y el calor propio que expedía producto de la exaltación.

Sentía que mi cerebro iba a explotar, porque mis compañeros estaban entregando sus vidas en el frente, porque sabía cuán necesario era yo entre ellos, porque temía que todo se saliera de control y los titanes ágiles acabasen buscándonos y encontrándonos. Y por mientras pensaba en que mi hija tenía que nacer, iba a nacer, allí mismo, frente a mis ojos.

Mikasa lloraba, gritaba, chillaba con tanta agonía y volvía a intentar respirar. Y yo no podía concentrarme, no podía calmarme. Pensaba en todo a la vez, y sentía un carnaval infinito golpear en mi cabeza, tambores estrepitosos bombeando sin ton ni son, solo ruido, maniático ruido atolondrándome, angustiándome, desesperándome.

― ¿Cómo puedo ayudarte? ―tartamudeé, porque no sabía, no entendía… era la primera vez en mi vida que atestiguaba algo como tal, y si alguna vez lo hice, no lo recuerdo. Pero, aún si así fuese, ahora era distinto, ¡Dios que era distinto! Era mi esposa, era mi hija―. Dime, ¿qué te duele? ―y sí, sonaba absurdo, pero quería ayudarla, y no sabía cómo―. ¿Qué hago? ¿Qué te duele?

― ¡TODO! ―me gritó con toda la fuerza de sus pulmones, y no quise insistir en mi escudriñamiento excesivamente atento, porque supuse que el dolor la estaba sacando de sus casillas, tanto como para no dejarla pensar.

Quizás, mi silencio ayudaba más que cualquier otra cosa.

No obstante, al llegar a la cama, mi preocupación disminuyó un poco. Sabía que, una vez que ella estuviese cómoda, podría permitirme respirar un poco más tranquilo. Mas me equivoqué. Porque recostarla y disponerla sobre el colchón no significó que sufriese menos.

―Levi, tienes que entender que Mikasa entró en trabajo de parto. No importa cómo se ponga o para donde se mueva, las contracciones insistirán ―comentó Hange, atándose el cabello con fuerza, sin dejar ni un solo mechón suelto―. Necesitamos buen ánimo aquí, ¿está bien?

―Hange…

―No quiero oír excusas. Vamos a hacerlo por Mikasa, por un segundo, olvídate de lo que está pasando allí afuera… Volveremos.

Intenté calmarme luego de sus palabras. Tomé distancia de ella, quien ya estaba dispuesta a comenzar con su labor. Se ubicó entre las piernas de Mikasa y la revisó. Le cubrió los muslos con una manta para darle privacidad y se permitió el espacio solo para ella, para sus manos y lo que debía hacer.

Le hizo un par de preguntas, conversaron, lo sé porque Mikasa asintió, dijo algo, meneó su cabeza e hizo gestos intentando comunicarle a Hange lo que estaba sintiendo, y al parecer llegaron a un mutuo acuerdo cuando Hange le explicó lo que sucedería a continuación.

Todo eso no era más que un escenario mudo frente a mis ojos, especulaciones derivadas de las imágenes que veía, porque en ese momento, mi mente no estaba presente, mis oídos estaban tapados, mis movimientos bloqueados.

Tenía tantas ganas de ayudar pero no sabía cómo… no sabía cómo. Veía a Hange darle indicaciones a Kenny, y a Kenny ir y venir acarreando cosas cuya utilidad no lograba comprender.

Y solamente salí de mi estupor cuando mis oídos lograron canalizar las palabras que Hange dedicó a Mikasa antes de que todo comenzara.

―…entonces, cuando yo te indique, vas a comenzar a empujar, ¿está bien?

¿A empujar?

Sacudí la cabeza y me moví en el acto.

Avancé hasta la cama y me ubiqué a un costado de Mikasa. Supe que me necesitaba cuando la sentí mover su cabeza, buscando rozarme de alguna manera. No tenía conocimientos técnicos sobre un parto, pero entendí que mi presencia, mi apoyo, eran todo cuanto podía dar. Y ella lo ratificó cuando busqué su mano y ella tomó la mía y la besó.

Me acomodé aún más en la cama, acercando mi cuerpo al de ella, y mientras una de mis manos sostenía la suya, la otra acariciaba su cabello, y mis labios susurraban palabras de aliento sobre el mismo.

― ¡Ahora, Mikasa, como la soldado que vale por cien hombres! ―instó Hange, y Mikasa hizo uso de todas sus fuerzas para empujar, sin embargo, se rindió al instante cuando notó que el dolor era demasiado y no pudo contra él.

Jadeó agotada y aspiró aire con desesperación; las lágrimas corrían por sus mejillas.

Nunca había visto a Mikasa tan roja.

―No puedo… ―chilló, mandando la cabeza hacia atrás con frustración.

― ¡Sí, preciosa, sí puedes! De nuevo ―insistió Hange―. Una vez más, ¡vamos!

―Muérdeme ―le dije, buscando la solución a su problema, y no había tiempo para pensar, para traer otra manta, simplemente, situé mi antebrazo frente a su boca, y ella alzó la mirada, temerosa, sin poder creer lo que estaba ofreciéndole―. Solo muérdeme y empuja con fuerza. Estoy contigo.

―Mikasa, empuja ―pidió Hange nuevamente.

Los ojos de Mikasa brillaban, anegados de lágrimas. El dolor vino de nuevo y se vio obligada a enterrar el rostro en mi antebrazo, negándose a llevar a cabo el ofrecimiento anteriormente hecho. No obstante, el dolor fue más fuerte, y cedió, abriendo la boca y enterrando los dientes con fuerza, haciéndome gruñir enérgicamente a la vez que ella ahogaba el grito en mi antebrazo.

Sus gritos y los míos formularon una armonía escandalosa.

― ¡Es ella la que está dando a luz, no tú! ―me retó Hange al verme fruncir el ceño por el dolor y quejarme entre gruñidos.

― ¡Pero a mí me están mordiendo! ―me defendí―, cuatro ojos de…

―¡Cállate, criajo de mierda! ―me gritó Kenny, quien venía entrando a la habitación con una fuente llena de agua―. Harán falta más mantas. Ya están todas sucias… ―comentó, tras ver todas las mantas que Hange había utilizado ya―. Voy por más.

―¡Hange! ―gritó Mikasa, inquieta, desesperada.

La cuatro ojos volteó su atención a la entrepierna de Mikasa, y sonrió con emoción.

―¡Ya viene, Mikasa! ¡Vamos, una vez más, yo sé que tú puedes!

Ya viene…

No podía creerlo…

El sentimiento era enorme, tanto, que no cabía en mi pecho. No podía respirar bien, y, de pronto, las mordidas de Mikasa se volvieron intrascendentales. Mi corazón comenzó a palpitar mucho más fuerte que antes, sacudiéndome por dentro, porque faltaba poco, poco para verla, para tenerla entre mis brazos, para saber quién era…

Sentí que yo mismo iba a acabar con mi vida en ese preciso instante, que la ansiedad iba a ahogarme, y que nunca debí pedirle a Hange que me quitara las gotas para los nervios. ¡Cuánto las necesitaba en ese momento! Las manos me temblaban, pero los tiritones se escondían tras la firmeza que preparaba para cada nueva mordida. No obstante, mi respiración era trémula, y se dejaba en evidencia sobre el cabello de Mikasa. Sí, de forma tan notoria, que ella tuvo que musitar para mí:

―Tranquilo, Levi…

Asentí, mi mentón rozó su cabello en el acto.

Mis ojos no abandonaban a Hange, porque sus gestos eran reveladores.

Todo lo que ella mostrase por medio de sus muecas reflejaba el panorama que aguardaba por nosotros. Y no sabía qué pensar cuando la veía al borde de las lágrimas con una sonrisa enorme, que amenazaba con romperle la cara, con tanta emoción, que me provocaba la histérica urgencia de gritarle y preguntarle qué estaba pasando.

―¡Y una vez más! ―jadeó Hange, de forma suficientemente audible, como si ella misma pudiese declararse exhausta.

―Vamos, Mikasa… ―la besé en la sien y le ofrecí mi brazo una vez más.

El empuje de Mikasa fue valiente, fue de soldado, fue en honor al linaje oculto tras su apellido, y el alarido furibundo y enérgico que liberó, finalmente, trajo al mundo a nuestra hija.

―¡Muy bien! ―rio Hange, celebrando mientras tomaba a la pequeña criatura entre las manos y comenzaba a limpiarla con afán―. ¡Sí, es una niña!

Justo en ese momento, Kenny Ackerman entró a la habitación, y en su rostro se dibujó una expresión que yo jamás había visto. Podía compararse a la liberación… avanzó hasta Hange para entregarle más mantas y ayudar a limpiar a la bebé. Debo admitir los celos absurdos que me atacaron tras saber que era Hange la primera en tocarla, pero tampoco pude hacer mucho en aquel momento de impacto, en aquel momento en que mi vida se veía sacudida de manera tan fantástica.

―Mira, Mikasa ―Hange se puso de pie y le acercó la bebé―. ¿No es hermosa?

Mikasa asintió con fervor, llorando de emoción, tocando la mejilla de la pequeña que yacía frente a sus ojos. Reía, reía gustosa sabiendo que la tenía frente a ella, que era real, y que era suya.

―Hola, Niiv ―susurró Mikasa, exhausta, jadeante.

―Kenny, prepara la fuente, necesito lavarla mejor ―le pidió Hange, alejando a la bebé de nosotros para limpiarla.

Kenny la ayudó con eso, de modo que ella pudiese preocuparse de Mikasa. La revisó y limpió, para dejarla descansar.

―Todo en orden, Mikasa.

―¿En orden? Si yo sentí que me partía por la mitad ―comentó la aludida, gozando del momento en que podía sentirse tranquila al fin.

―Eres una mujer con una buena anatomía ―la elogió.

Cuando Niiv estuvo limpia, Hange la acomodó entre mantas para protegerla. Comenzó a analizarla por todos lados, asegurándose de que todo estuviese normal, mientras, Mikasa y yo esperábamos que nos dijera eso mismo que tanto ansiábamos.

Por un momento, le di mi atención a ella. Estaba transpirada, con el cabello pegado a la frente, un poco menos roja de la cara, y con el agotamiento exudando de cada poro. Pero parecía tranquila, podía verlo en la pequeña sonrisa que asomaba en sus labios, sobre todo, cuando se concentraba en mirar a Hange revisando a la bebé.

La moví con suavidad, buscando llamar su atención. Aún estaba a su lado, aún sostenía su mano, pero mi antebrazo al fin era libre. Cuando viró el rostro para mirarme, le sonreí ligeramente. Frunció los labios con timidez, seguramente, por sentirse apenada tras el escándalo que habíamos armado minutos antes, pero, con nuestra hija presente en nuestro mundo, aquello no importaba mucho ya.

―¿Cómo estás? ―pregunté.

―¿Cómo está tu brazo? ―se sonrojó de nuevo.

―Lo del brazo fue idea mía ―sostuve su mentón para que volviese a mirarme. Sus ojos grises, cristalinos, bellos me contemplaron con aquella mirada cándida e inocente que tenía cuando se sentía avergonzada; sus espesas pestañas largas no hicieron más que decorar el encanto de su forma de verme―. Estoy tan orgulloso… ―musité y me acerqué para depositar un beso sobre sus labios.

Hange nos interrumpió, llamando nuestra atención con el esclarecimiento de su garganta.

Fijé mis ojos en ella, buscando entender qué quería. Entonces, la vi de pie, con la bebé entre los brazos, viéndome con picardía y una sonrisa fraterna.

―Ven aquí ―me llamó.

Y mi cuerpo entero se estremeció al oírle decir eso. Me quedé en mi lugar sin mover un músculo, como si quisiera extender el momento en que debiese ocurrir, aun cuando sabía que tiempo era lo último que teníamos. Pero me aterraba, me abrumaba conocer aquella nueva parte de mí. Era cruzar una frontera que me llevaría a territorio desconocido, que marcaría un antes y un después, y tal pensamiento me reducía. La situación entera se volvía gigante ante mi presencia.

―Anda ―me señaló Mikasa, empujándome con su hombro―. Yo podré tenerla conmigo todo el tiempo que quiera… Tú debes partir.

Y aquel desolador recordatorio fue motivación suficiente para ponerme de pie y acabar con la incertidumbre. Tenía que enfrentarlo, ver a mi nueva realidad a la cara y darle la bienvenida con los brazos abiertos.

Caminé hasta Hange, respirando con pausa y asimilando lo que estaba por suceder: iba a sostener a mi hija, mi propia hija, entre mis brazos. Cuando llegué a su posición, Hange me miró, intentando esconder una sonrisa traviesa. Miró a la bebé, y luego me dio un repaso a mí. Y volvió a replicar aquel mohín que la acusaba de reprimir una risilla tonta.

―¿Estás seguro de que no eras tú el embarazado? ―se mofó. Enarqué una ceja con petulancia, instándola a continuar, porque no comprendía a qué se refería―. Es igual a ti ―completó.

Oí a Mikasa reír con ligereza, mas preferí ignorar los comentarios de Hange y la burla cómplice de Mikasa, para inclinarme sobre los brazos de Hange para mirar a la pequeña… mi pequeña. Mas cuando estuve lo suficientemente cerca, la cuatro ojos la extendió hacia mí, y no tuve más opción que recibirla, con miedo, con temor…

«Se me va a caer, se me va a caer, se me va a caer »… era todo lo que podía pensar.

Sin embargo, ella estuvo más rápido entre mis brazos de lo que mi cerebro logró reaccionar para darse cuenta de ello.

Entonces, la vi directamente a los ojos, o a las pequeñas rendijillas que pretendían serlo…

Y supe que mi vida completa le pertenecía… que era suyo hasta el final de mis días…

Ante su existencia me estremecí, me incliné, me postré como súbdito, porque no acababa de creer que aquella criatura sublime y celestial fuese real gracias a mí en cierto porcentaje. No, no podía creerlo, ¿cómo iba a creer que yo, la persona más austera jamás conocida, con un pasado lóbrego y sórdido, hubiese redimido sus errores para luego permitirse crear algo tan maravilloso?

Mi vida completa se aventuró frente a mis ojos, mostrándome miseria, desilusiones y pérdidas infinitas; incluso, recuerdos de mi madre surcaron mi mente, llevándome a los días más oscuros de mi infancia; también, los días juntos Kenny, los días de soledad, hambre y delincuencia, los días de malos actos y deudas, los días de dolor y oscuridad, los días de ansiedad y angustia, los días de resignación y desesperanza… todos ellos quedaron atrás, coronándose como simples recuerdos añejos. El presente estaba entre mis brazos, en forma de un ser precioso y radiante. En forma de algo que jamás creí posible… en forma de familia.

Y la calidez de tal concepto me abrigó el pecho, como si durante mucho tiempo hubiese estado perdido en la nada y, finalmente, hubiese encontrado mi hogar.

Los quejidos sordos que emitió Niiv fueron el detonador que hizo estallar mis emociones. Oírla pudo más conmigo. Mi resistencia no fue la suficiente, no contuvo el peso de la emoción, así que, mientras sostenía a mi hija entre los brazos, dejaba que el agua escurriese de mis ojos a torrentes desbordantes. Torrentes que cayeron humedeciendo la manta que la cubría, y que se incrementaron cuando sentí su diminuta manita rozar mi rostro.

Ella era gloria, gloria pura en forma tangible.

―¡Levi! ―Hange estaba sorprendida.

Yo mismo lo estaba.

Porque sentí que, en ese preciso momento, todos mis pecados habían sido perdonados.

Ella era mi redención. Un nuevo concepto de felicidad. La verdadera vida que nos había sido negada durante tanto tiempo.

Sentí los pasos de Kenny, lo sentí llevarse a Hange consigo y pedirle un espacio para nosotros.

No obstante, ella insistió en quedarse un segundo más, por lo menos, para alcanzar a recordarme:

―Levi, Kenny cuidará a Mikasa. ¡Tenemos que irnos ya!

Sí, lo sabía. Tenía que despedirme y no quería.

Mas sabía que parte del éxito de nuestra misión allí fuera dependía de mí, que las personas que estaban apostando su vida en el frente confiaban en mí, sobre todo, mi escuadrón, y Erwin, a quien consideraba mi mejor amigo. Así que resistí la tentación de quedarme, resistí todo apego que me unía a las dos personas que estaban ahí, a aquellas dos mujeres maravillosas que significaban toda mi vida.

Pero reajusté mis convicciones. Viviría hasta el final, lucharía hasta el final. Y con esa certeza en mente, ajusté las correas de mi equipo tras haber dejado a mi hija en los brazos de su madre.

Niiv era toda la energía que necesitaba para unirme a la batalla. Y la motivación de volver con vida. Y solo había bastado con tenerla un par de minutos en mis brazos para despertar el poder oculto en mis venas, aquel que me impelió a montar mi caballo y sostener las riendas con vigor.