Título: El chico de la parada

Resumen: John no toma muy seguido el autobús, y cuando finalmente lo hace descubre que es mucho más divertido e interesante que ir en taxi, se encuentra con el chico misterioso de la parada y su vida cambia.

Notas: Los personajes no son míos y espero que disfruten del relato.

Advertencias: Muerte de un personaje secundario, nada más.


El chico de la parada

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Que en paz descanse, Harry Watson.

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Un ataque al hígado, sabía que tomar iba a acabar con la vida de su hermana, ¿Pero que podía hacer él? Absolutamente nada más que dejar un par de orquídeas en su tumba y frotar las lágrimas casi secas que tenía en sus mejillas, ese día hacia un tiempo terrible, llovía, como casi siempre en Londres, sólo que las nubes grises sobre él nunca le habían parecido tan tristes como ese día.

Y se agachó, flexionando sus rodillas aunque le costaba, y agarró la tumba con una de sus manos, se paró con esfuerzo, y abrió el paraguas, lo puso sobre su cabeza y camino, con una pierna cojeando apenas, hasta la parada del autobús, recordando que no había traído dinero para ir a su casa en un taxi. Llegó a la parada y había muy pocas personas. Lógico, con lo que llovía. Habían algunas personas hablando, y en un lugar alejado, un chico, más bien un hombre, que llamó su atención, no sabía porque, quizás el color indescriptible de sus ojos o lo indescifrable de su mirada, o sus labios quizás, que se levantaban suavemente para enseñarle una pequeña sonrisa traviesa, que seguro se le escapó sin permiso de su dueño, esos pómulos afilados que lograban hacer sentir a John completamente perdido y fuera de lugar, o esos rizos oscuros que caían en la frente de aquel chico, mojados por la lluvia. Tenía puesto unos pantalones negros y un abrigo muy largo, sin olvidar esa característica bufanda de un azul opaco que rodeaba su blanco cuello, era muy pálido, quizás demasiado para ser alguien que este sano, tenía un celular entre sus delicados, largos y suponía que habilidosos dedos, escribiendo un mensaje de texto. John se dio cuenta que miraba como estúpido al misterioso hombre, dándose cuenta de que mientras él se protegía del agua bajo su paraguas, aquel extraño estaba mojándose, empapado en agua que caía del cielo, no podía permitirlo.

Se acercó con cuidado y puso sobre su cabeza la sombrilla, lo peor de todo es que después de un par de minutos el hombre parecía ignorar su existencia, es como si ni siquiera hubiese notado a John, o que ya no estaba mojándose. Después de un par de minutos, de la nada aquel extraño se giró para poder mirarlo a la cara y el doctor sólo podía pensar en porque no se había quedado alejado, había hecho las cosas sin pensar y lo más seguro es que, ahora que el chico había notado su presencia lo tachase de loco, o raro, o las dos.

— ¿Afganistán o Irak?

— ¿Disculpa?

El extraño se quedó callado por unos minutos hasta que, después de un par de segundos, en los que John se sintió vulnerable debido a la manera en que aquellos ojos de color indefinido lo observaban. Ese hombre no lo estaba mirando. Ese hombre buscaba desnudar su alma.

— Recientemente has perdido a un ser querido, probablemente a tu hermano, eres doctor y ex médico militar. Antes apostabas, pero pudiste dejarlo. Tienes una leve cojera, otra cosa que indica que si fuiste a la guerra, lo que nos lleva a la pregunta: ¿Afganistán o Irak?

El chico misterioso de la parada finalmente se calló y volvió a observar a John en silencio, que estaba atónito. ¿Cómo era posible? Muchas cosas vinieron a la mente de John Watson pero ninguna de las opciones era factible, y se permitió decir lo que quería, no creía que ese hombre lo hubiese investigado, seguramente ni siquiera conocía su nombre.

— Eso fue fantástico.

Eso fue todo lo que necesitó para hacer desaparecer la expresión de serenidad que tenía en el rostro el extraño frente a él, y la incredulidad dio paso para ser una de las emociones que se apoderaban del cuerpo de su chico misterioso, y luego una felicidad que por un curioso motivo hizo que John quiera adular todos los días ese fantástico don.

— ¿Cómo supiste? — habló John, al ver que el chico no salía de su sorpresa inicial —. No me digas que eres una especie de adivino o algo así.

— Para nada. Yo no adivino, yo sacó deducciones, siempre precisas, mientras que adivinar es algo muy distinto a deducir — parece que había ofendido al chico —, y, en realidad, es más fácil de lo que crees. Sabía que antes habías apostado por un boleto viejo que tienes en el bolsillo izquierdo del abrigo, por tu cojera, postura derecha y rígida, y tu corte de pelo puedo decir que fuiste un militar, un médico, trabajas mucho con tus manos y eso se nota, tus zapatos tienen adherida tierra mojada y el lugar más próximo con barro es el cementerio.

— Todo es correcto, excepto por una cosa, no es un hermano, es mi hermana, Harriet, — dijo, tratando de no pensar en que podría haber hecho algo por su hermana, aunque esa haber estado ahí — Eso fue maravilloso, fue fantástico, increíble.

Se veía por la sonrisa del hombre de pómulos afilados que no estaba muy acostumbrado a ser halagado. Y claramente le gustaba ser adulado por sus impresionantes capacidades deductivas.

— ¿Eres de la policía?

— No. — Negó rotundamente, arrugando levemente la nariz al escuchar nombrar la policía — Los de Scotland Yard son todos unos inútiles. Yo soy más bien, un detective consultor — mencionó con orgullo.

— ¿Detective consultor? Ese oficio...

— Yo mismo lo invente.

John tenía gustos particulares, por personas muy excéntricas.

Llegó el ómnibus, National Express que operaba en todos lugares de Gran Bretaña. Ambos se subieron al mismo. Al mismo tiempo en el que John abrió la boca para preguntar si podía sentarse al lado del chico de la parada, el habló.

— Si, puedes sentarte conmigo.

— Oh, bien, gracias — dijo John mientras tomaba asiento

Se la pasaron hablando de los casos del hombre, que no era parte de la policía pero que trabajaba con ella, John se enamoró, del misterio, el peligro, la adrenalina, incluso pensó en preguntarle al chico misterioso si pensaba tener un compañero de casos. Si le hubiese tenido más confianza seguramente le hubiese dicho.

— ¿Cuál es tu nombre? — dios, John no podía creer que nunca le hubiese preguntado su nombre.

— Ah, soy... — parece haber visto algo. — Esta es mi parada. No pensé que me había descuidado tanto, casi me la paso, bueno, adiós.

— Adiós. — dijo con una sonrisa y vio cómo se bajaba en la Baker Street.

Ahora cada vez que piense en el será el "chico de la parada".