El mundo y los personajes son de Suzanne Collins, yo sólo hago que lloren como bebés.

Esta historia participa en el minireto "Una pareja para Haymitch" del foro El diente de león.


Capítulo I: Seeder

Recuérdame

—Otro —exige Haymitch y el cantinero le mira con los ojos muy abiertos antes de llenar su vaso. Es nuevo, probablemente es la primera vez que ve a alguien tomar tanto sin desmayarse. Haymitch resopla, ya se acostumbrará. La risa grave y apagada de Chaff le llega a los oídos distante, está borracho, pero no más que él.

Las pantallas de Pontos, un Bar de mala muerte en la zona gris del Capitolio, repiten una y otra vez la muerte de Caleb y Marian, como si supieran que él estaba en ése momento viéndolos ser atravesados por la misma lanza del bruto del Distrito 2 por enésima vez en el día. Haymitch apura el trago, queriendo olvidar sus caras, sus nombres, sus familias y el estúpido listón rojo que llevaba ella en la trenza el día de la Cosecha. Y aunque sabe que jamás lo logrará, lo seguirá intentando porque no tiene una mejor alternativa.

La imagen de la pantalla se funde en su cerebro con todas las anteriores y Haymitch disfruta de ésta victoria temporal. De éste estado etílico tan grave que a penas puede mantenerse en el banco. Corrección, que no puede mantenerse en el banco. Sabe que se ha golpeado la cabeza, pero no le duele, nunca le duele hasta el otro día. Vagamente piensa en que no tiene por qué haber otro día, que simplemente puede seguir tomando hasta que sus riñones por fin exploten y se entretiene con la idea de morir por unos minutos. Pero sabe que no lo dejarán.

Es el único Vencedor de su Distrito y el Capitolio no se permitirá perderle, aunque sea un inútil saco de basura. O en especial porque es un inútil saco de basura. Se une a la risa ronca de Chaff, aunque no ha escuchado el chiste, ni le importa. Sólo quiere reírse de la ironía que es que el que menos quería sobrevivir a los Juegos era el que se había salvado.

El himno de Panem comienza a sonar en las pantallas, y Haymitch comprende que se ha acabado la vista mandatoria, que puede irse al hotel a dormirse en una piscina de su propio vómito hasta el día siguiente, pero no cuenta con que los Agentes de Paz han decidido que hoy harán una ronda en aquél bar. Y entonces tiene que cantar, tiene que ponerse una mano en el pecho y fingir que se acuerda de la letra del himno. Pero no puede, si abre la boca sabe que sólo saldrá una mezcla asquerosa de bilis y alcohol.

A los Agentes no les importa, se ponen detrás de él y uno de ellos se lleva la mano a su porra. Se vería más amenazante si Haymitch no estuviera borracho, pero aún así surte el efecto deseado. Abre la boca, mano en el pecho, y va a hacer un sonido con su garganta cuando siente cómo el vómito sube por ella, y mancha por completo el uniforme blanco que tiene enfrente.


La mirada de Seeder es dura y seca cuando va por él y Chaff a las mazmorras de Panem. Se cruza de brazos y gesticula violentamente al discutir contra el Jefe de la cárcel para que les deje salir bajo juramento. Pero es imposible, incluso los Vencedores tienen que pagar la fianza, y no es una suma pequeña.

—Eres un ángel —le dice Chaff intentando abrazarla a través de los barrotes—. ¿Cuánto te debo? —pregunta mientras un agente abre la reja.

—Lo tomé de tu paga esta vez —gruñe Seeder haciéndose a un lado para que abran también la de Haymitch—. Espero que les haya quedado menos dinero para irse de jarras.

—Relájate Seed, deberías venir con nosotros algún día —propone Chaff siguiendo con sus intentos de abrazarla, pero Seeder se pone al lado del agente y a Chaff no le queda más remedio que bajar los brazos decepcionado.

—¿Y entonces quién vendría a sacarlos? —pregunta con el ceño fruncido. Haymitch a penas va saliendo de su celda, despacio y con la cabeza entre las manos—. Par de brutos —dice Seeder antes de caminar hacia la salida.

—¿Qué rastrevíspula le ha picado? —pregunta Chaff siguiéndola a trompicones. Haymitch hace una mueca de dolor e intenta apurar el paso, pero se siente terrible. Necesita un trago.

El sol es peor de lo que Haymitch imaginaba, parece ser mediodía y está seguro de que Seeder ha escogido ésta hora para sacarlos a propósito. Esa mujer puede llegar a ser tan cruel a veces que le da escalofríos.

—¡Eh Seed, espera! —grita Chaff tapándose los ojos con la mano derecha.

—No puedo, aún tenemos un tributo en la arena, ¿recuerdas? —responde Seeder en la voz más fría que tiene, ésa que te hace recordar el momento en que ganó los Juegos. Y le dedica a ambos una mirada de profundo desprecio.

Chaff se sienta en una jardinera y mira al vacío, dejando que su compañera Vencedora se aleje a paso rápido hacia el Centro de Control. Haymitch la sigue con la mirada, sabe que Seeder está dolida porque ni él ni Chaff la apoyan, pero también sabe que en cuanto acaben los Juegos de éste año lo entenderá, como todos los años. Chaff no puede ayudarla, porque antes que con ella, su lealtad estaba con el chico que murió la noche anterior devorado por aves metálicas y otro pedacito de él ha muerto al mismo tiempo que su tributo.

Seeder lo entenderá después, cuando la responsabilidad que tiene ahora sea levantada de sus hombros de una forma u otra, cuando su chica gane o muera, entonces volverán todos a ser los de antes, más o menos.


Seeder se ha puesto a llorar y Haymitch tiene la estúpida urgencia de preguntarle si ha sido tan malo. Pero ella comienza a hablar antes de que él pueda pronunciar una palabra.

—¿Por qué no puede ser así siempre? —pregunta mirándole hacia arriba con ésos enormes ojos cafés bañados en lágrimas. La respuesta se le atora en la garganta y prefiere acariciar sus chinos con dulzura.

Quiere decirle tantas cosas, quiere prometerle que va a cambiar, que va a entregarse a ella en cuerpo y alma, que va a ser un mejor hombre y que va a intentar cambiar el mundo con ella. Pero no puede. Así como no puede evitar bajar sus dedos por su cara, su pecho, su abdomen, sus piernas y todas las partes suaves de la mujer que tiene desnuda a su lado. E incluso por sus partes duras. Sigue el contorno de sus cicatrices con la yema del dedo índice y ella se estremece.

—Basta Haymitch —le pide—. No me hagas esto otra vez.

Se detiene de golpe y vuelve a querer preguntarle por qué no lo disfruta, pero entonces entiende a qué se refiere. Seeder no está hablando del sexo, está hablando de lo que viene después, de lo que vendrá en unas semanas. Está hablando de la Cosecha, del desfile, las entrevistas y la arena. Está hablando de los meses en los que le perderá gracias al alcohol, la culpa y los recuerdos. Está hablando de todo lo que le ha hablado antes y que aún no ha cambiado. Que nunca cambiará.

—Te quiero —susurra él en su oído, e intenta que ésas dos simples palabras abarquen todo lo que siente por ella, pero sabe que no es suficiente.

—Yo más —dice ella. Y Haymitch lo cree, no duda ni por un segundo que Seeder le quiera más de lo que la quiere a ella. Quiere que no sea así, quiere darle lo que se merece, sin embargo en Panem nadie tenía lo que se merecía, ni siquiera ella.


Chaff se ha enterado y Haymitch quiere meterse bajo una roca para siempre.

Ya han pasado la etapa del hermano mayor sobreprotector, la del amigo indignado y la del pretendiente decepcionado, pero aún está la etapa del que se mete en lo que no le importa y no hay una cantidad suficiente de alcohol que le haga evitar ésta plática con él.

—¿Desde cuándo? —pregunta metiéndose un puñado de cacahuates a la boca. Hoy han ido a un Bar más o menos decente, falta una semana para la Cosecha y aún no hay tanta gente en lugares como éstos.

—Desde siempre —contesta Haymitch y aunque Chaff entrecierra los ojos incrédulo es cierto. Él era un adolescente lleno de adrenalina e ideas peligrosas cuando puso el primer pie en el Centro de Control. Seeder tenía unos cuantos años de experiencia y fue la única que estuvo con él paso a paso, desde que se sentó, hasta que una hora después seguía gritándole a sus tributos que corrieran, moviendo botones e intentando mandar regalos sin fondos a dos niños que se desangraban lentamente. Después de eso lo llevó al baño y comenzó a besarle con furia.

—Impresionante —comenta Chaff. Puede parecer impresionante, puesto que las relaciones entre Vencedores eran de lo más comunes, pero nunca duraban mucho. En parte porque el Capitolio no las veía con buenos ojos y en parte porque besar al mentor del tributo que le cortó la cabeza al tuyo nunca resultaba ser muy romántico—. ¿Y qué planean hacer?

La pregunta le cayó como balde de agua fría a Haymitch. ¿Qué iban a hacer? ¿Qué podían hacer?

—No lo sé —dice sinceramente y nota cómo Chaff lo mira con pesar.

—Yo pago la primera ronda —murmura y entonces Haymitch se acuerda de por qué es su mejor amigo.


—Es ella —afirma Seeder con solemnidad levantándose de la consola de mando en la que poco a poco va apagándose el nombre de Rue. Chaff parpadea furiosamente, intentando contener las lágrimas a medida que Katniss pone flores junto al cuerpo de la pequeña de doce años.

Los cinco Vencedores rebeldes que están lo suficientemente cerca para escuchar ponen toda su atención en la pantalla, valorando al tributo femenino de Haymitch y uno a uno dan el visto bueno con un asentimiento rápido de cabeza.

—Me lo temía —murmura Haymitch entre dientes, volteando nervioso hacia los Vigilantes que se encuentran abajo de ellos. Seneca Crane sonríe de oreja a oreja, sin duda planeando un par de sorpresas desagradables para uno de sus tributos más populares—. No pueden dejarnos morir en paz.

Seeder pone una mano sobre su hombro y le da un beso en la mejilla. El mundo deja de girar de repente. No es que nunca lo hubiera besado, es que nunca lo había besado así, con cariño, casi por costumbre, como una pareja de mejores amigos que descubrieron que son el amor de la vida del otro. Y por unos segundos se olvida de Katniss, se olvida de Peeta y de Maysilee y Caleb y Marian. A la mierda el Capitolio y Snow, a la mierda Heavensbee y Mags y Beetee y su mentado plan. Todo a la mierda excepto él y Seeder y ése beso lleno de significados.

Pero el momento pasa y cuando voltea Seeder ya no está a su lado, sino al lado de Chaff, mandando un pan oscuro, en forma de media luna y salpicado de semillas. Un agradecimiento.

—¿Lo sabrá no? ¿El panadero le dijo? —pregunta antes de enviarlo y Haymitch asiente con la cabeza. Ella aprieta el botón y él se levanta y le susurra algo al oído que la sonroja furiosamente—. Yo también te amo —le dice ella por lo bajo. Chaff nunca los mira, pero sonríe con la cara puesta en la pantalla.


Taius se levanta de la silla y la avienta a la consola con tal fuerza que la parte en dos. Un segundo después ya le han aventado un dardo tranquilizante al Vencedor moreno de setenta años que fue una leyenda en el Distrito 11 y se lo han llevado de la sala. Haymitch está tentado de hacer lo mismo, de volverse loco y comenzar a destruir todo lo que tenga que ver con aquél Vasallaje maldito, con el Capitolio y con el imbécil mamarrajo de Gloss. Pero ni siquiera la escena de la muerte de Seeder lo lleva al punto de quiebre que es cuando proyectan su fotografía en el cielo, justo antes que la de Chaff.

Es entonces que se permite ir al baño donde se besaron por primera vez y derrumbarse por completo. Sin la ayuda del alcohol para calmar su dolor es aún más difícil combatir las ganas de salir y partir en dos el cuello de todo el que se ponga a su alcance. Pero después de la rabia, llegan las olas de profundo arrepentimiento, pide perdón a gritos, berrea y patalea y le importa un carajo que todo afuera lo escuchen, porque es lo menos que puede hacer por ella.

Después de haberla sometido a sus constantes desplantes, a su horrible carácter, a sus malos hábitos con la bebida, a sus inseguridades y pesadillas, después de haber compartido noches interminables de pláticas, sonrisas y peleas absurdas. Después de todo, no había podido hacer nada por ella, no había podido salvarla y lo peor de todo, no había podido pedirle perdón por haberse dado por vencido consigo mismo, por no haber visto lo mucho que ella lo necesitaba también.

Un toque, dos toques, tres toques en la puerta y Haymitch respondió con un gruñido animal. Casi retando a quien sea que estuviera detrás de esa puerta a interrumpir su miseria. Lo deseaba, deseaba que alguien entrara por ésa puerta y le diera una excusa para retorcerle el cuello.

Otro toque más.

—Tengo algo para ti.

La voz de Annie le llegó desde muy lejos, pero aún así logró sacarlo de sus pensamientos.

—¿Qué quieres? —preguntó abriendo la puerta en un tono mucho más amenazante de lo que pretendía, pero Annie no movió un músculo.

—Toma —Le tendió una carta escrita en papel reciclado marrón, con dibujos de espigas de trigo en el marco. De inmediato la tomó y la apretó contra su rostro. Olía a ella.


Haymitch:

Estoy orgullosa de ti.

Quería que supieras eso en éste momento, en el que probablemente tenga la espada de Cashmere clavada en la espalda. No es tu culpa, nada de ésto es tu culpa, y sé que te lo he dicho millones de veces, que es lo que todos nos decimos al dormir y nunca logra significar nada. Pero creo que ha llegado el momento de que dejes ir todos ésos nombres que recitas a diario, que dejes que sus recuerdos descansen en paz, y que dejes de huir del dolor.

Sé que has conocido lo peor que el mundo tiene que ofrecer, pero me gusta pensar que a través de mí también conociste lo mejor, y no me refiero a todas esas posiciones extrañas que jamás lograré entender cómo pudimos hacer. Sino a todas las sonrisas francas que logré arrancarte, y a todos los suspiros que sacaste de mí.

Quiero para ti la sanación en vida que yo he encontrado en la muerte. Quiero que sepas que me voy satisfecha de todo lo que hice con el tiempo que pasé en éste mundo, que pese a mis circunstancias hice el menor de los males e intenté expiar mis pecados y mis culpas. Quiero que te des la oportunidad de vivir el amor con libertad, ésa libertad que tu y yo siempre anhelamos. Esa escolta tuya no es nada fea sin maquillaje.

Y antes de que me ruedes los ojos y te enojes conmigo recuerda que soy una mujer que te ama muchísimo, y sólo quiero lo mejor para ti. Recuerdame cada que veas al aire mecer las hojas de los árboles, y cada que comas un durazno o una fresa. Recuerdame al estar en el lugar oscuro de tu mente, batallando con tus demonios, porque ahí estaré siempre para ayudarte.

Recuerdame Haymitch y nunca moriré.


Nota de la autora:
Ésta historia tendrá al menos otra pareja para Haymitch que será Katniss, pero quiero dejar en claro que el siguiente capítulo y los demás que haya si es que se da el caso son historias separadas y en ningún modo tienen que ver la una con la otra. Es decir, Haymitch no andaba por ahí con todas al mismo tiempo.

Dada la aclaración, espero que les haya gustado mi debut en el foro. Un saludo. H