Como prometí en su día, llegan Yakuzas, pero unos muy normales que digamos, ni con reglas normales...


Datos del fic:

Título: Pacto de sangre.

Pareja: NaruHina, SasuSaku, Shikatema, InoSai, GaaMat, ItaZumi.

Ranking: M.

Temas: Violencia, lenguaje Soez, romance, violaciones, sexo, drama, angustia. Muerte de personajes.

Género: Romance/drama.

Advertencias: OOC, IC. AU/ UA. Long fic.

Disclaimer: Los personajes de Naruto utilizados no son de mi autoria. La historia sí. Cualquier coincidencia es pura casualidad.


Resumen:

Año 2020.

Las mafias han dejado de ser lo que eran. El nuevo cambio en los suburbios y la caída de importantes nombres, provocaron que tan solo algunas familias importantes continuaran con el empuje. De diversas uniones, algunas familias que antes eran mayores, tuvieron que inclinarse ante nuevas y doblegar sus armas a su servicio.

Y el gran cambio en las mafias era predominante: Estaban dominadas por mujeres.

Las ricas herederas que no solo deberán de batallar en hacerse valer y darse a respetar por hombres fríos y duros. Si no que también deberán de luchar contra sus impulsos como mujer.

*Más información en Imaginación Fanfiction.


Pacto de sangre.

Muerte solitaria


La noche era fría. El aliento se le congelaba en la garganta. El abrigo se pegaba sobre su piel y no evitaba el contacto con el aire. El cigarrillo se negaba a encender. Un crack tras otro y por más que el mechero saltara, la llama se apagaba.

Maldijo entre dientes, con el cigarrillo entre los labios. Empezó a llover.

No. Aquella no era una buena noche.

Cada vez hacía más frío y el tiempo lluvioso impedía que su visión fuera clara. Quizás las gotas de lluvia empezaban a metérsele dentro de los ojos. Se frotó uno de ellos pero no sirvió de nada. Continuaba nublado.

Se llevó esa misma mano hasta el bolsillo delantero y buscó a tientas la fotografía. Dedos temblorosos sujetando lo que no tardó en ser un pequeño trozo de cartón mojado, con dos rostros de felices sonrisas borrándose.

Aún así, sonrió.

La fotografía resbaló de sus dedos lentamente, cayendo a su lado, justo sobre el reguero de sangre y su mano, pesada y cansada.

Demasiado tarde empezaron a sonar las sirenas de la ambulancia.

Con una sonrisa, su vida se escapaba.

Hinata Hyûga estaba segura de que aquello no estaba bien. Para nada.

El sol entraba por una enorme ventana que no era la de su casa. Y mucho menos su cama tendría una colcha azul con logotipos de hotel. No tendría las piernas desnudas religadas entre las sábanas con el borde del hotel escrito.

Tampoco tendría ese terrible dolor de cabeza ni olería a alcohol, a tabaco y… a sexo.

Se pasó una mano por el flequillo, echándolo hacia atrás y haciendo que los cabellos regresaran a su puesto de nuevo. Entrecerró los ojos, esperando que la visión se le amoldara a la media luz que entraba por las cortinas. Sus ojos eran lo mejor que tenía, pero en esos momentos, no conseguía enfocar bien. Probablemente, a causa de los restos del alcohol.

Necesitaba orientarse. Pensar correctamente dónde se encontraba. Podía llegar a la teoría de que era un hotel, obviamente. Pero las preguntas de cómo había llegado o por qué, continuaban difusas.

Recordaba vagamente una fiesta. Una de las tantas a las que le obligaban a asistir. Sin embargo, a esa había ido con deseos de quitarse de encima el peso de sus cargas diarias y sobre todo, a sus dos guardaespaldas.

Había bailado y bebido como una loca sin darse cuenta. Podía ser tímida y cauta, pero algunas veces aparecían esos días locos. No eran muy frecuentes, pero cuando sucedían era del tema de beber y regresar a su casa en taxi para recibir por la mañana una buena charla de las mil y una cosas que no debería de hacer, una buena jaqueca y la vergüenza que le quedaba calada hasta en los huesos.

Pero ese día era algo nuevo. Muy nuevo.

Se frotó el ceño deseando poder tener antes que nada una pastilla para la cabeza y su jaqueca profunda. Después podría poner en orden la situación, o eso pensaba.

Algo a su lado llamó su atención. El roce de sábanas contra algo. Algo que rozaba las sábanas. Calor emanando a su lado y una respiración que no había notado hasta ese momento.

Agrandó los ojos, tensándose. Giró levemente la cabeza, mirando de reojo, rogando que su visión no la fallara. Y no lo hizo. Al menos, no demasiado.

A su lado derecho se encontraba un hombre acostado de espaldas. Con amplia espalda cubierta por un tatuaje extraño, anaranjado y en su nalga derecha, unas letras borrosas. La cabeza la tenía cubierta por la almohada. Abrió la boca, boqueando como un pez y dio un brinco.

Su ropa estaba desperdigada por la habitación. Azorada, encontró sus bragas sobre el sofá y un pequeño flashback inundó su mente, haciendo que tropezara para cogerlas. Nunca se hubiera imaginado que ella sería capaz de hacer algo así. Montarse a horcajadas sobre la cara de un hombre no era algo de una dama como ella.

Sacudió la cabeza, buscando el resto de su ropa, vistiéndose a base de saltitos, encontrando su arma oculta tras un florero en la entrada y saliendo sin más.

No quería saber nada más. No podía dar la cara.

Muerta de vergüenza, abandonó el edificio a grandes pasos, subiéndose al primer taxi y deseando ocultarse bajo su techo.

Kiba Inuzuka daba vueltas por la entrada, ignorando las miradas de Shino y sacudiendo sus manos para espantar los mosquitos que quedaban de la noche. Su fiel perro descansaba sobre las piedras del jardín y fue el primero en levantar las orejas cuando el olor de la persona que crispaba sus nervios asomó por la puerta. El gran perro corrió para dar su recibimiento, ladrando pese a las peticiones de silencio de la muchacha, pero cuando levantó sus característicos ojos hacia él, pudo ver en ellos que se había percatado de que estaba "muerta".

Kiba colocó las manos sobre su cintura, sintiendo el chaleco y la funda de la pistola clavársele en las costillas. Se pasó una mano por el rostro, remarcando las dos marcas de sus tatuajes, rojas y llamativas, como dos colmillos sobre sus mejillas. Sus ojos brillaron cuando la vio llegar hasta ellos a pasos pequeños pero apresurados.

—Kiba, recuerda quién es— aconsejó Shino en un susurro. Kiba lo ignoró.

—B-buenos días, Kiba-kun, Shino-kun— saludó tímida la muchacha. Kiba gruñó.

Tenía el mejor olfato de toda la casa después de su perro. Era el mejor. Y podía oler perfectamente los restos de una loca noche en ella. Alcohol, tabaco y sexo. La miró de arriba abajo, con su ropa revuelta, la falta de un pendiente, el suave maquillaje que quedaban como restos, los ojos guiñados por dolor de cabeza.

—¿¡Tienes idea de lo preocupados que estábamos!? — gritó inclinándose hacia ella, olisqueándola más profundamente.

Hinata se encogió. Miró entre sus flequillos y parpadeó, tragando mientras sus mejillas se teñían de aquel tono precioso sonrosado.

—Lo… lo siento, se me fue la hora y…

—Y la mano— bufó Kiba frunciendo la nariz. Akamaru, su perro, ladró y movió la cola, feliz e ignorante.

Hinata enrojeció y se lamió los labios, inclinando la cabeza. Dio un salto ágil y entró en el interior de la casa. Kiba estaba a punto de decir algo más, pero Shino levantó una mano, impidiéndoselo.

—Todos entendemos cómo te sientes, Kiba. Ella es… nuestra princesa. Pero también es humana. Solo fue de fiesta.

Kiba clavó los ojos en él, sin poder averiguar exactamente qué pensaba. Sus ojos cubiertos por unas pequeñas gafas de sol de no dejaban ver nunca sus pensamientos. Ambos eran compañeros desde demasiados años como para si quiera pensarlos. Y ambos habían servido a Hinata desde tiempos inmemorables, seguramente.

Por ese mismo motivo, que esa chica tímida algún que otro día al año se soltara la melena de esa forma, sin avisar, sin dejar en claro donde iba, le provocaba unos nervios increíbles.

—Hinata es nuestra responsabilidad así como nuestra jefa— dictaminó, no restándole importancia al asunto—. Ella no es un hombre.

Shino frunció el ceño cruzándose de brazos. Iba cubierto con una camisa gris hasta el cuello, del cual se podía ver el comienzo de aquel enredado tatuaje en forma de insectos que siempre le provocaba una condenada arcada en la garganta. Empujó las gafas más arriba sobre el puente de la nariz y fijó su mirada en él.

—Cuando queremos, bien que deseamos que se comporte como un hombre, debido a su estatus.

—Es la jefa. Natural que deseemos eso— ladró.

Shino suspiró y posó una pesada mano sobre la cabeza de Akamaru.

—Entonces, deja que en esos momentos también lo sea. Aunque el hombre no venga con un bombo*, la mujer sigue teniendo esos deseos que… ¿Estás escuchándome Kiba?

Absolutamente no. No podía estar escuchándole. Mantenía la mirada fija en las cortinas corridas del dormitorio de Hinata. El sol empezaba a acariciar los cristales, provocando que las lilas cortinas brillaran.

Hinata suspiró cansadamente mientras el agua resbalaba por su cuerpo. A medida que se había ido desnudando su piel había desvelado marcas y señales que nunca antes habían estado ahí.

Avergonzada, pensó que no quería recordar cómo había terminado marcada de ese modo. Sin embargo, a medida que el agua goteaba por su cuerpo, los recuerdos se hacían cada vez más vividos.

Manos grandes, brazos fuertes, piel suave, boca demandante y firme. Una lengua ávida y unos movimientos gráciles y firmes. Anchos hombros, caderas contra las suyas. Suspiros y gritos, su ropa volando a cualquier parte en la habitación y su propia lengua moviéndose de una forma que no reconocía en ella.

Le habían hecho el amor como nunca. Vivió más orgasmos de los que podía recordar.

Pero del mismo modo, tampoco recordaba el rostro del hombre con el que se había acostado. Tan solo, en su mente continuaba aquel extraño tatuaje y aquellas letras, curiosamente, en su nalga.

Se frotó el jabón con fuerza en la cara y terminó por salir. Por más que se lavara no iban a marcharse los chupetones ni las marcas de los dientes. Y la sensación de aquellas manos por su cuerpo era una caricia imposible de borrar con solo jabón y especias.

—Hinata-dono, le traje el desayuno.

La voz de su Nana la regresó al momento. Asomó la húmeda cabeza y sonrió.

—Muchas gracias, Nifune, puedes marcharte.

—Oh, santo cielos— exclamó la mujer dejando la bandeja sobre la mesita de noche y caminando hacia ella a grandes zancadas—. No me diga que acaba de llegar.

Hinata enrojeció y cubrió aún más su cuerpo con el albornoz.

—S-sí. Lo hice.

La Nana chasqueó la lengua repetidas veces, empujándola hacia el tocador y sacando el secador.

—Si Hanabi-san se entera, probablemente la regañará de nuevo. Deje que me encargue de usted.

Y mientras era acicalada, Hinata dio por perdida la pequeña siesta que deseaba echarse antes de que la jaqueca fuera a más.

La mujer habló sin cesar del nuevo día que les esperaba. Reuniones, visitas, más reuniones. Lo de siempre.

Hinata miró con desespero hacia la ventana con las cortinas corridas. Por un instante, deseó más que nunca ser un ave que pudiera migrar.

—Hoy tiene una reunión con las otras señoritas— informó Nifune antes de marcharse mientras ella degustaba una pequeña porción del desayuno, deseando que su estómago le permitiera mantenerlo—. Ya sabe, esas aburridas de mujeres. Me parecen más interesantes las que tiene que ver con territorios y demás—. La mujer sacudió la cabeza e hizo una reverencia—. No tarde en bajar, Hinata-dono. Ellos esperan.

Hinata miró hacia su bol de arroz y tragó pesadamente.

Sí. Ser un trozo de arroz sería mejor.

.

Sakura clavó la mirada en el kimono. Era precioso, eso no se lo discutía a nadie. Pero empezaba a estar harta de tener que llevarlos. Era joven, con un cuerpo esplendoroso y ágil. Su piel era cremosa y sus cabellos largos. Sus ojos grandes y su boca pequeña. Como una muñeca de porcelana. Ya le bastaba con eso del mírame y no me toques, pero no, tenía que vestir con aquellos trajes ceremoniales.

Diablos, daría su mejor katana por unos pantalones vaqueros y un suéter.

—Sakura.

Miró por encima del hombro hacia la puerta. Como siempre, no le había escuchado llegar y tampoco usaba honorifico. De todos los hombres que tenía a su lado, aquel era el único capaz de sorprenderla cuando menos lo esperaba. Muchas veces la sobresaltaba al no avisar de su presencia hasta que se daba de bruces con él. O simplemente, era como una sombra más en la habitación hasta que conseguía quedarse dormida.

—Sasuke-kun— nombró arqueando una ceja.

Él no se inmutó. Continuó mirándola fríamente, como si estuviera escrutando un cuadro que no le entregaba más importancia que una mosca molesta en la nariz. Sus ojos negros clavados en ella, observándole hasta el alma. Estaba a punto de sonrojarse y tuvo que desviar la mirada hacia el kimono nuevamente y alargar una mano para sujetarlo y echárselo por encima.

El hombre continuó ahí mientras se vestía, probablemente, sin dejar de observarla.

Sasuke Uchiha, su segundo al mando. Sasuke, el hombre de hielo que nunca se inmutaba, ni siquiera, viéndola en paños menores. El de pocas palabras que con tan solo una mirada era capaz de poner en su sitio al más valiente de los hombres.

El hombre que no cesaba de dar vueltas por su mente. El que se imaginaba teniendo un momento de debilidad. Del que deseaba descubrir su punto flaco.

—Llegaremos tarde— recordó levantando la mano derecha y mostrando su reloj.

Sakura bufó mientras terminaba de colocarse el último adorno en el cabello y le miraba con impaciencia.

—SI llevara unos simples vaqueros y un suéter no tardaría tanto— bufó caminando a pasos cortos hasta su altura, asegurándose que el obi ocultaba correctamente su cuchillo.

Sasuke no se inmutó. Colocó una mano firme en su espalda, quemándole como fuego el contacto y la empujó hacia el exterior. Una fila enorme de hombres se arrodilló frente a ella y le saludaron el nuevo día como si fuera el mejor de ellos. Sakura los ignoró, concentrándose en no tropezarse con las faldas del kimono y buscando con la mirada y ceño fruncido a su alrededor.

—¿Dónde está? — susurró. Sasuke bufó.

—En cualquier parte— gruñó una respuesta y remarcó su mano en la cintura, empujándola más hasta que llegó a la calle.

—Va a terminar metiéndonos en líos, este tonto de…— algo cayó frente a ella, una sombra, interrumpiéndola.

Sakura retrocedió y echó la mano hacia atrás, lista para cualquier ataque y defenderse. Sin embargo, fue Sasuke quien puso una mano frente a ella, deteniéndola mientras la cubría con la mitad de su cuerpo. Por encima de su hombro, colocándose de puntillas, alcanzó a ver la rubia cabeza del sujeto de su conversación.

—¡Naruto! — exclamó colocando los brazos en jarras.

El rubio de ojos azules sonrió al verla y levantó el índice y el corazón para formar el signo de la victoria. Sasuke guardó su arma bajo la axila, en su funda, y lo fulminó con la mirada.

—Llegas tarde— reprendió seco. Sakura asintió con la cabeza, cruzándose de brazos y maldiciendo la tirantez del kimono.

Naruto bufó y se incorporó hasta que sus alturas casi quedaron a la par. Sakura tuvo que levantar un poco la cabeza para poder mirarles a la cara.

Por un instante, se permitió echar la vista atrás, cuando los tres eran simplemente críos que jugaban al pilla pilla, con un Naruto más bajito que ellos dos, con un Sasuke terriblemente adorable cuando se le escapaba algún sonrojo y sin problemas por su parte. No tenían que empujarla por un pasillo en demanda de prisa. No tenían que protegerla con su cuerpo.

—Sakura-dono.

La voz de Naruto la hizo regresar.

—Vámonos o llegaremos tarde— zanjó antes de que las preguntas cayeran sobre ella ante su gesto ausente.

Ambos hombres se colocaron cada uno a su lado y la escoltaron en dirección a la limusina. Una vez dentro, deseó poder estirar las piernas y quedarse libre de ataduras, pero eso no había más que comenzado.

Las reuniones, los aburridos temas de posesión y para remate, tener que soportar el calor con ese dichoso traje. Miró hacia el exterior, donde abandonaban los terrenos conocidos para meterse en medio del distrito comercial. Una tienda tenía un maniquí que sonreía. Era feliz, más feliz que ella. Llevaba una camiseta y unos pantalones cortos.

Quién no era feliz de ese modo.

—¿Cuál es la agenda de hoy? — preguntó mirando hacia ambos hombres.

Sasuke fue el primero en sacar su móvil y rebuscar. Naruto hizo lo propio, inclinándose hacia ella para que pudiera ver mejor la pantalla. Le llegó el aroma a césped fresco y ramen.

—Tienes reunión con varios líderes, con trabajadores y por la tarde, reunión con las chicas— explicó. Sakura asintió, pensativa.

Sasuke rechinó los dientes y desvió su atención al exterior. Sakura comprendía por qué. Una de las reuniones se llevaría a cabo en su antiguo hogar. Naruto y él eran diferentes no solo en aspectos de color o físico. Si no también el modo en que habían llegado hasta sus manos.

Al principio, ella era la subordinada y ellos los líderes. Dos clanes, dos fuerzas. Cayeron como moscas en tiempos difíciles y sin embargo, su propio clan creció hasta el punto de poder absorber a Uzumakis y Uchihas.

Las situaciones fueron diferentes.

Naruto perdió todos sus seres queridos y quedó como único heredero. Sasuke fue vendido para mantener la reputación del clan Uchiha bajo una falsa creencia. Los dos, enlazados a ella más de lo que quisieran. Los tres, viejos amigos, unidos por algo más que juegos y risas.

Y después, estaba la reunión con las chicas. Naruto hablaba despreocupadamente de ellas, como si fuera lo más natural del mundo. Sin embargo, Sakura sabía que aquellas reuniones no eran lo que parecía.

No, desde aquel día.

.

Sacudió la pipa contra la madera y observó la ceniza caer sobre la piedra. Las cerdas de la escoba no tardó en borrarlas del mapa. Suspiró y levantó los ojos hacia el cielo. Aquello era tan monótono. Por más que a los demás les gustara, ella necesitaba animación. Era demasiado temprano para sentirse una vieja aburrida.

Solo tenía diecinueve años, no cien.

Rodó los ojos una vez más, cuando como costumbre, Shikamaru apareció bostezando. Se frotaba el cuello con molestia y dejaba una gran cantidad de papeles sobre la mesa junto a ella.

—¿Cansado? — cuestionó lánguida. Él suspiró y se encogió de hombros.

—El papeleo es demasiado problemático. Tu padre dejó muchas cosas atrás— murmuró dejándose caer sobre los cojines—. Encima, tengo una dichosa reunión con empresas Arenas para el nuevo proyecto. ¿Por qué demonios quieres poner un parque en ese lugar, Ino-Dono?

La muchacha echó hacia atrás sus rubios cabellos y suspiró.

—¿No te parece bien que cuide del lugar donde nos criamos? Es mi territorio, te recuerdo. No debería de ser problemático. — Sonrió al pronunciar la última palabra, observando el mohín de sus labios.

—Siempre es problemático— terminó por protestar. Ino volvió a golpear la pipa contra el suelo sin dejar de sonreír.

Su querido "problemático" era el mejor y más inteligente hombre que hubiera en la tierra. Sin embargo, tenía un defecto que, aunque a veces lo pasaba por alto, otras era desesperante. Era un vago de preferencia.

Confiaba en él plenamente. A tal punto que llevaba sus finanzas y demás tareas que requerían de una mente ávida como la de él. Ino se había aburrido la primera vez que intentó llevar a cabo la tarea de comprender sus cuentas. Shikamaru quedó relegado a esa tarea cuando intentó explicárselo y los papeles salieron volando.

Desde entonces, era frecuente que él se encargara de algunas reuniones pesadas.

—¿Por qué poner un parque, Ino? — El sonido de un paquete de patatillas tan característico se escuchó desde atrás. Ino no necesitó volverse para saber que a quién pertenecía esa voz.

—Chôji. ¿Acaso no recuerdas cuando jugábamos ahí? — cuestionó dando una calada a la pipa y mirando lo más que pudo hacia atrás.

El rechoncho amigo de su infancia sonrió mientras guiñaba los ojos e intentaba comprender qué planeaba. Ino suspiró, defraudada. Los dos hombres que habían formado parte de su más tierna infancia, olvidaban tales temas. En aquellos tiempos a ella la llevaban como una reina a todas partes y se suponía que su familia era la sirviente de los Nara.

—Bah. Olvidadlo. Nunca lo entenderíais.

Shikamaru se frotó la cabeza y bufó. Era apuesto pese a todo. Sus ojos negros, tez limpia y con una ligera formilla de barba en la barbilla.

—De todas maneras, tu capricho va a costarnos una buena fortuna. Empresas Arenas no son baratas, Ino.

—No importa— reprendió encogiéndose de hombros—. Es lo más excitante que puedo hacer en todo el día, demonios.

Dejó la pipa a un lado y se echó hacia atrás. Chôji negó.

—Creo que va a ser más interesante si prestas atención a tu visita, Ino.

—¿A mi visita? — cuestionó al mismo tiempo que sus riñones daban contra la madera. Chôji señaló frente a ella con una patatilla.

—Bonitas piernas.

Ino dio un respingo, poniéndose en pie y cubriéndose con el kimono lo mejor que pudo y encaró a la persona que había dicho tal atrevimiento. Shikamaru se había puesto a su lado, colocando una mano en su espalda. Chôji también lo hizo y pudo ver las sombras de otros de sus hombres cubriéndola.

Pero solo era un sujeto.

Vestido de negro, a juego con sus ojos y cabellos, pese a su tez blanca. Sujetaba una libreta en su mano derecha y en la izquierda, mostraba una placa de policía. Ino se preguntó si era tan estúpido como para delatarse de ese modo. La habían investigado muchas veces, especialmente, después de lo de aquel día.

Ese hombre o tenía unos cojones como pelotas de básquet o eran tan estúpido como un macho de mantis.

A Ino le encantó la loca idea de una posible muerte que luego tapar. Sería lo más interesante en días.

Se echó hacia delante para recuperar la pipa que se había caído en el suelo. Sabía perfectamente que sus senos serían visibles y seductores para él. Ya que iba a morir, que al menos disfrutara. O que disfrutara ella.

—¿A qué se debe exactamente su visita? — cuestionó.

Él guardó la placa y continuó sonriendo con esa clase de sonrisa que dan ganas de golpear hasta que desaparece. Se metió lentamente la mano en el bolsillo, remarcando con la otra que no iba a sacar nada peligroso.

Ino lo miró con curiosidad.

—Exactamente por esto.

Y mostró una fotografía. Ino alargó la mano a la par que él para cogerla. Shikamaru entrecerró los ojos por encima de su hombro. Ino miró la fotografía con una sonrisa que se fue borrando a medida que reconocía lo que había en ella. Se llevó la mano hasta la boca a la par que las lágrimas impregnaban sus ojos.

—¡Shikamaru! — exclamó en un hilo de voz, escondiéndose en sus brazos.

Shikamaru se inclinó y sin soltarla, recogió la fotografía. Sus dedos temblaron y su cuerpo se tensó. Un gemido de dolor se creó en su garganta.

—Asuma Sarutobi— expresó el policía—. Fue hallado esta mañana muerto. Su cuerpo representaba muerte por tres disparos a quemarropa.

Chôji dejó caer el paquete de patatillas contra el suelo y con una rapidez que no se esperaría en él, aferró al policía del cuello de la camisa y lo tiró al suelo. Con su enorme cuerpo lo mantuvo contra el suelo, golpeándolo repetidas veces.

—¡ESO ES MENTIRA!

—No la es— negó el hombre sujetándole de las manos—. Es Asuma Sarutobi.

Desvió la mirada hacia Ino, quien miraba la escena con los ojos acuosos. Shikamaru la había soltado y se había acercado hasta Chôji, tocándole el hombro para que se detuviera.

—Chôji. Es suficiente. No puedes poner más en evidencia a Ino-dono con tu comportamiento.

El chico se detuvo, mirándole a él y luego a ella, levantándose tras dar una última sacudida. El policía se puso en pie y miró a ambos, luego a ella.

—Necesito que responda algunas preguntas… señorita.

Ino aprovechó el momento para recuperarse. Si algo había aprendido en ese tiempo, era a mantener las apariencias. Y era lo más importante en su mundo.

—Bien. ¿Señor…?

—Sai— se presentó el sujeto acercándose a ella cuando Chôji y Shikamaru se lo permitieron.

—De acuerdo. Señor Sai, por favor, tome asiento— invitó—. Responderé todo lo que necesite.

Aunque por dentro estuviera muriéndose de pena.

.

El sonido de sus tacones era la marca de su presencia. Todas las cabezas se giraban para mirarla. Y no era sus carpetas o hojas lo que realmente miraban. Tampoco eran sus zapatos de tacón de marca. Ni su vestido ajustado en zonas que no sabía que eran ajustables y se resaltaban. Tampoco era su rubio y rizado cabello.

No. Es que era la hermana del jefe y estaba totalmente cabreada. Para variar.

Empujó la puerta de su despacho a la par que gritaba el nombre de la causa de sus problemas. La pequeña secretaria se encogió y soltó todos los folios sobre su escritorio. La miró con aquellos ojos negros suyos llenos de pánico.

—Por… por favor. No me diga que he vuelto a hacerlo, Temari-san.

—Exactamente, Matsuri— confirmó. Dejó sobre la mesa la agenda electrónica y se dirigió hacia su despacho mientras hablaba y su secretaria la seguía—. Has equivocado una cita que nos ha costado la pérdida de un millón de yenes. ¿Tienes idea de cuánto de tu sueldo sería eso?

Matsuri rodó los ojos con temor.

—Demasiados meses.

—Exacto— señaló sentándose tras la mesa de su escritorio—. Y si no conseguimos ventas así, no podré pagarte. Ni si quiera yo cobraré.

Se pasó una mano por el cabello en un vano intento de aplanárselo. Pero no sirvió de nada. Encendió el ordenador y vio a su secretaria revisar.

—Ah. Eso… es cierto. También en media hora tiene una entrevista con un tal Shikamaru Nara.

Clavó la mirada en ella, con el ceño fruncido.

—¿En media hora? — exclamó—. ¿Dónde?

—Pues… aquí— se defendió asustada—. Fue con él con quien equivoqué la reunión. Lo siento mucho. Confundí el día.

Temari se puso en pie, golpeando la mesa con las palmas de la mano. Tanto el lapicero como Matsuri dieron un respingo importante.

—¿Tienes idea de que hoy comeré con mi hermano? — ladró—. Ya me lo veía venir. ¿Qué tal ha ido tu reunión con el importante señor presidente de industrias del país de la nieve que ha venido expresamente para nada? — Intentó poner voz de hombre y luego cambió a su propio tono—. Oh, genial. Mi secretaria ha decidido que era mejor posponer esa entrevista para hacerla con un Yakuza. ¡Nada del otro mundo!

—¿Un Ya… Yaku…?

—¡Yazuka! — exclamó—. Por dios, Matsuri, despierta. Los Nara es un viejo clan que gobernaba la mitad de Japón en años atrás. Cuando llegó el cambio que existió, fueron uno de los clanes que se vio caer y servir a otro menos importante que tomó más fuerza que él. El hijo heredero sirve ahora a la mujer que lo domina.

Matsuri estaba perpleja, completamente perdida.

—¿Una mujer… domina el clan de la Yazuka?

Temari negó y se sentó de nuevo, quitándose el pañuelo que rodeaba su cuello, sintiéndose asfixiada.

—Las cosas han cambiado desde aquel fatídico día. Supongo que tú no sabes nada porque eres de la parte de libertad y mundo de colores.

Y de la parte en que tu hermano no estuvo metido en eso y sigue dentro.

—Olvídalo. Cuando llegue, házmelo pasar.

La vio asentir y girarse con intenciones de salirse. Temari apoyó los codos sobre la mesa y la barbilla sobre las manos.

—Y Matsuri. Otro error e irás derechita a la calle.

La joven emitió un gritito y salió del despacho, completamente nerviosa. Era una buena secretaria. La mejor que había tenido nunca. Y era tan joven que tenía la cualidad de recorrerse el edificio en nada. O quizás simplemente es que le tenía miedo.

No la culpaba. Todavía no podía evitar ser ella misma. Durante años había estado por encima de todo, dando órdenes a diestro y siniestro. Disfrutando de la capacidad de tener hombres a su mando capaces de quitar una vida si ella chasqueaba los dedos. No por nada había sido, y era, la princesa Sabaku no Temari. La hija del Yazuka más desastroso de cierta parte y el único que había dejado como heredero un varón.

Su hermano poseía la gran franquicia Arena S.A. Una empresa en la que entraba mucho dinero. Pero solo era una especie de tapadera para pasar el tiempo mientras la paz era lo que recorría las calles de Japón.

Había cambiado mucho desde que heredó tal peso y por suerte, su carácter también. Antes frio y con facilidad de gatillo, meterse en la empresa, fue como abrir a algo nuevo. Aunque siempre parecía faltarle algo.

Temari siempre pensó que se trataría de una mujer. Le había creado citas a ciegas que terminaban con una mujer saliendo corriendo de su despacho y cuando ella entraba a reclamar, solo le veía encogerse de hombros, sentado en el escritorio, con los pantalones abiertos y un cigarrillo llegando hacia su boca.

Kankuro, su segundo hermano y secretario personal de su hermano menor, siempre alegaba que no existía la mujer capaz de hacerle comprender que ser un capullo con las chicas no iba a resultar siempre algo tan maravilloso.

Kankuro llevaba casado desde los dieciséis años con una mujer que su padre eligió, pero que aún así, tras su muerte, se negó a dejar atrás. Temari le envidiaba. Pensar en un hombre que fuera capaz de tener los pantalones puestos y ser capaz de hacerla feliz, era algo que había dejado de pensar tiempo atrás tras varias relaciones tan fracasadas como el hundimiento del Titanic.

Aquel recuerdo le llevó a pensar en su próxima reunión. Shikamaru Nara era el Yakuza más vago que hubiera conocido en su vida. Era el tipo de hombre que prefería estar mirando las nubes que insertando una espada en la espalda de alguien. Y pese a todo, era un hombre peligroso.

Solo lo había visto una vez. En la última fiesta de su hermano en que se vio con la obligación de invitar a otros líderes. Por supuesto, la escandalosa líder del clan Yamanaka acudió y él con ella. Un hijo de primera casa relegado a un Yakuza de segunda.

Recordaba sus suspiros de fastidio y la mira oscura que le dedicó, como si viera a cualquier persona. Había inclinado la cabeza con respeto. Pero aquello era únicamente educación. Nada más. Ni siquiera se fijó en su escote o en su espalda. Mucho menos en su trasero.

Quizás fuera porque ya iba acompañada, pero por algún motivo, fue molesto no resultar atractiva para un hombre como él.

Tener que reunirse estaba siendo ya un dolor de cabeza.

Abrió el archivo con la información necesaria y puso los ojos en blanco. Por culpa de Matsuri y sus torpezas, había perdido tal cantidad de dinero a cambio de un… un dichoso parque infantil. No es que no le gustaran los niños. Es que no solían dar dinero.

La cifra que iban a gastar en ello era menor incluso que la que podría haber obtenido.

Maldita fuera Matsuri y sus incapaces dotes de ordenar una agenda. Y maldita fuera por no acordarse de llevarle su café.

Se levantó, abriendo la puerta y tal y como lo hizo, se quedó estática en la puerta.

Su hermano estaba ahí, sin previo aviso, inclinado sobre la mesa de su secretaria, señalando algo. Esta estaba colorada como una cereza y sonriente mientras apuntaba algo en un folio.

Si no fuera porque lo veía incapaz, juraría que su hermano estaba tirándole los tejos a su secretaria.

.

Matsuri sentía el corazón a punto de estallarle en el pecho. No era normal que el jefe bajara hasta el despacho de Temari, sin aviso, especialmente. Generalmente, cuando quería algo, llamaba. Y a Matsuri se le caía el teléfono varias veces tras descubrir a quien pertenecía el número. Solía hacer hueco en la agenda para una cita con él.

Solo solía ir cuando era la hora de reunirse, durante la comida, simplemente porque al bajar recogía a su hermana o simplemente había días, que ni se personaba.

Y siempre era una condena para ella. No podía negarlo. Y al parecer, tampoco ocultarlo: estaba completamente loquita por él.

Es que no era un hombre normal. Tenía unos cabellos curiosamente hermosos. Su color favorito en esos momentos. Seguramente suaves al tacto. Sus ojos eran como dos piedras preciosas y aunque su carácter era claramente a veces de terror, serio y de escasas palabras, porque siempre que estaba cerca de ella era actos o frases cortas, estaba segura de que si entablaba una conversación con él, no se cansaría de escuchar su voz jamás. Tan jodidamente sexy que era capaz de crear un orgasmo en ella.

Y qué menos decir de su musculatura. Lo había visto tan solo una vez sin camiseta y fue suficiente para saber que el hombre se cuidaba, fornido y tremendamente sexy.

Desde entonces, sus ojos lo seguían a todas partes y estaba segura de que también afectaba a su trabajo. Mientras que su jefa le gritaba, ella se moría por los huesos de su hermano.

—¿Gaara?

Ambos levantaron la vista del escritorio. En un folio estaba escribiendo datos de importancia que después debía de pasar al ordenador de Temari. Ninguno de los dos había escuchado que se encontraba ahí y Matsuri casi dio un brinco.

—Temari— nombró él levantándose de la mesa y acercándose a su hermana—. ¿Tienes una reunión con un miembro de la Yakuza del rango de Yamanaka?

La rubia frunció las cejas y la miró. Matsuri hizo señas de no haberle dicho nada, nerviosa. Temari odiaba que su hermano se enterase de sus tareas diarias, especialmente, las que no tenían que ver con la empresa.

—Sí. Shikamaru Nara. ¿Por qué?

Gaara se frotó el mentón, pensativo.

—¿Has visto los periódicos?

Ella negó y Matsuri se levantó a toda prisa para ir a buscar uno. Cuando regresó, lo extendió frente a ambos. Gaara fue el que lo cogió y abrió el periódico por una página en concreto. Temari leyó rápidamente, poniéndose más pálida a medida que leía, hasta que echó las hojas hacia atrás y miró a su hermano con espanto.

—¿Sarutobi? — cuestionó. El pelirrojo asintió, cambiando el peso de su pie a otro—. Dios mío. Ese hombre… era el mentor de muchos de nosotros. Y especialmente, de los Yamanaka.

Se volvió hacia ella, mirándola seria.

—Llama al señor Nara, Matsuri. Ofrécele cambiar la cita— ordenó.

Matsuri asintió, pero justo cuando estaba descolgando el teléfono, las puertas se abrieron. Un hombre apuesto, joven, de cabellos tan negros como su mirada, entró, mirando a ambos.

—No será necesario— expresó.

Llevaba un traje negro y por el cuello, podía percibir un tatuaje.

Apretó la mano de Gaara y luego la de su jefa, mirándoles con respeto. Matsuri había visto a mucha gente mirarles de ese mismo modo, pero la gran mayoría parecía sentir más miedo que otra cosa por ellos.

Fue entonces cuando los rumores acerca de que sus jefes eran en realidad un clan de Yakuzas, llegó hasta sus oídos. Había buscado en internet, incluso en los historiales, pero por supuesto, no era algo que se pondría en un currículum.

Sin embargo, cuando Temari había recalcado esa palabra momentos antes y viendo la tensión en ese momento entre ellos, entendió que realmente la cosa era más conflictiva de lo que parecía.

—Mis condolencias— habló Gaara mirándole a los ojos.

Shikamaru Nara inclinó la cabeza levemente.

—Gracias.

—¿Está seguro de querer hacerlo? Podemos cambiar la fecha para otro día— ofreció Temari señalándola.

El hombre posó sus ojos sobre ella y pese a todo, Matsuri no sintió ese miedo atroz que parecía sentir todo el mundo en las famosas películas. Parecía un hombre normal, sencillo. En medio de luto. No un asesino capaz de matarlos ahí mismo si alguien decía algo indebido.

—No, prefiero tenerla. Ino-Dono desea que se siga adelante.

Temari asintió y cuadró sus hombros. Se hizo a un lado y lo invitó a seguirla al interior de su despacho. Antes de cerrar, la miró con aquella mirada de "dos cafés" que siempre usaba cuando tenía clientes. Ella asintió, dispuesta a llevárselos.

Se detuvo, cuando vio a Gaara mirando fijamente la puerta, con gesto serio. Peligroso.

¿Y si eran ciertos los rumores?

—¿Gaara-sama? — cuestionó.

Él pareció volver a la realidad, se giró y tras revolverle los cabellos, presionó el botón del ascensor.

—Los cafés, Matsuri. Los cafés.

Y ella corrió a por ellos, con las mejillas ardiéndole y el corazón latiéndole a toda presión.

.

Shikamaru sentía el cuerpo tan pesado que el café le supo a pura gloria. La noticia que había recibido esa mañana había caído como una bomba para todos, pero especialmente para él. Si no conociera y tuviera en cuenta sus responsabilidades, probablemente estaría en cualquier otro sitio que ahí.

No. Pensándolo bien; quería estar en cualquier otro sitio que no fuera ahí. Quizás, atravesando al hijo de puta que había matado a ese hombre al que consideraba como su padre con una katana, cortándolo en pedacitos y tirándolo por el desagüe.

Pero no. Tenía que estar ahí sentado, con un café entre las manos y mirando hacia la rubia mujer que tenía un carácter demasiado problemático para su gusto. Podía ser todo lo atractiva que quisiera, llevar ese condenado vestido que se le apretaba maravillosamente en las preciosas nalgas que tenía. Aún así, sería la última mujer que invitaría a una cena.

Él ya estaba acostumbrado a las seducciones de las mujeres. Ino era una mujer puramente provocativa. Si tenía que llevar el kimono ajustado, ella se lo abría. SI había que ir vestida de etiqueta, buscaba un vestido lo más provocativo posible. Y era una experta en jugar con los hombres.

Sin embargo, le había preocupado dejarla atrás con ese policía haciendo preguntas a cual más desagradable. Confiaba en Chôji, pero estaba tan trastocado que dudaba que pudiera resistir las ganas de estrangularle.

Dios santo. Tenía tantas ganas de que llegara la tarde y dejar a Ino en la reunión mientras se tomaba un tiempo para poder pensar.

—¿Shikamaru?

Levantó los ojos de la mesa hacia ella. Temari se había inclinado sobre el mueble para acercarle unos documentos. Desde su posición pudo oler su perfume. Dulce y provocativo a la vez. En otro momento, podría haberse sentido alagado.

Recogió los papeles y los miró rápidamente.

—Estas fueron las condiciones que nos pidió. Hemos hecho una especie de plano. No sé si estará de acuerdo en las condiciones y el precio.

Shikamaru leyó las palabras, se fijó en las formas del plano, pero no en el precio.

—Ino-dono alegó que no importaba cuánto costara. Pagaría lo necesario.

Temari asintió y le entregó una pluma.

—Nosotros nos encargaremos entonces, de que sea su agrado. ¿Usted nos asegura que tendremos facilidad y seguridad? No nos vamos a engañar— continuó uniendo los dedos bajo su preciosa barbilla—, todos sabemos los peligrosos que son los barrios llevados por una de las ramas de Yakuza más importante. Seguramente tendrán muchos enemigos que quieran evitar su… proclame infantil.

Shikamaru se echó hacia atrás, colocando las manos sobre su estómago. Maldita fuera toda aquella dichosa reunión.

—Los barrios colindantes pertenecen a los Haruno y Hyûga. No tendremos ningún problema. Ahora mismo tenemos paz.

Clavó los ojos en ella, fijo.

—Debería de saberlo de sobra.

Temari se tensó y pudo notarlo en sus hombros y en el rictus de su boca. Shikamaru empezó a pensar si no había despertado a un demonio.

—Lo sé. Sé de pe a pa donde llegan los terrenos de cada clan. También conozco los de mi hermano. No míos. Soy una mujer de negocios, nada más.

Shikamaru la miró fijamente y no supo entender si fue con envidia o con tristeza. Al contrario que el resto de familias, ella había quedado relegada debido al hijo menor varón. Desde aquel día las cosas no cambiaron para Temari, quien siempre fue relegada bajo el mandando de uno de sus hermanos. Siempre recibiendo miradas por encima del hombro.

Una mujer trabajadora. Que no se rendía. Pero estaba seguro de que cuando estaba en la cama, a solas, se preguntaba para qué. Sin encontrar sentido a su vida.

—Entonces, puedo asegurarle que sí— aseguró chasqueando la lengua—. Sería problemático si no fuera así.

—Lo que me refiero, Shikamaru. Es que no quiero que mis trabajadores se quejen porque tienen a alguien con una pistola apuntándole a la cabeza para que se den más prisa. La obra durará lo que tenga que durar, sin faltas ni nada así.

—Precavida— alagó.

—Es lo menos que puedo hacer por mis trabajadores— respondió sin inmutarse.

La afamada mujer de hierro no tenía esa fama por tenerla, comprendió.

Pasó el bolígrafo por encima de las hojas, firmando en nombre de Ino y luego se lo devolvió todo. Ella tecleó varias cosas en el ordenador y luego se volvió para mirar la impresora.

Escuchó el sonido del tacón sobre el parqué y notó que cambiaba de postura, cruzando las piernas. La impresora terminó su trabajo y ella se echó hacia delante. Él perdió el hilo de sus movimientos cuando dio con las nubes que se veían desde su ventana.

—Shikamaru— llamó ella haciéndole regresar en sí.

—Ah.

Aceptó los papeles que le entregara y los miró por encima. Siempre le había bastado leer una vez y rápidamente para captar la esencia de una cosa. Esos simples documentos también.

—¿Es todo?

—Así es— confirmó ella poniéndose en pie—. ¿Necesita algún tipo de información extra?

Shikamaru negó. Necesitaba salir de ahí. Que le diera el aire fresco. Encender un cigarrillo y mirar las nubes, en un vano intento de que las nubes se llevaran su dolor.

.

Era la hora de comer cuando volvió a verla. Correr por los pasillos mientras cargaba un montón de carpetas que parecía casi imposible para ella. Ir y venir era algo que sucedía frecuentemente. El lugar de los archivos estaba colocado justo frente a su despacho. Y este solía tener la puerta abierta cuando no tenía visitas inapropiadas.

Kankuro pasaba más tiempo fuera de su puesto de trabajo que dentro, especialmente, desde que su mujer estaba embarazada. Era algo que no le habían dicho todavía a Temari. Quizás, porque esta se había estado quejando durante una semana entera de tener que hacer un parque infantil para niños en la zona de los Yamanaka. Kankuro pensaba que no estaba preparada para saber que era tía.

Más bien, dudaba que existiera un hombre para ella, como una mujer para él.

Gaara no estaba seguro de eso. Temari era una mujer atractiva, quizás demasiado para algunos tipos, pero esperaba poder casar a su hermana cuando quisiera. Eso sí, el hombre debía de ser el adecuado. Gaara no sabía cómo lo sabría, pero estaba seguro de que así sería.

Por su parte… era todo otro tema.

Había sido elegido como líder de su familia cuando tenía siete años. Desde entonces, lo educaron para ser un líder recto, frio y sin el menor interés en una mujer más del necesario. Ellas estaban por debajo, a sus pies. Temari le había demostrado que no era así. En realidad, si él no existiera, ella sería la que tendría los mandos de todo.

Tuvo una etapa de oscuridad que se había aplacado levemente. Los cambios drásticos del resto de bandas, también afectaba. Especialmente, en sus enseñanzas. También afectó la última batalla que su clan tuvo con el Haruno.

Lo recordaba como si fuera ayer.

Recordaba a la líder, la joven Sakura Haruno, empuñando un arma. Tenía moretones en el rostro y parte de su cuerpo, sangraba. Y aun así, se mantenía de pie, plantándole cara pese a estar muerta de miedo. Su mirada era firme y claramente, no se apartaría. Así que Gaara recordaba haber tomado la decisión de deshacerse de ella. Un estorbo menos.

Fue entonces cuando apareció aquel mastodonte rubio delante de él, a base de puñetazos y patadas, importándole un bledo que estuviera empuñando un arma y pudiera matarle de un tiro. Gaara apenas tuvo oportunidad de defenderse. Estaba a punto de morir cuando se detuvo.

La chica lo hizo detenerse. Aun así, él lo estampó contra el suelo y soltó aquellas palabras que jamás olvidaría.

La vida es demasiado divertida como para que la extingas, imbécil. ¡Vívela y comprenderás!

Y eso empezó a hacer. Cambió rápidamente de consejeros, que pasaron a mejor vida inevitablemente. Y se centró en dejarse ayudar por sus hermanos y más fieles hombres. De ahí, que las empresas Arenas subiera tan alto y se convirtiera en la principal empresa de construcción en la que cualquier persona, tuviera recursos o no, pensaba para su edificación.

Propuso a su hermano librarle de las cargas ocasionadas por su padre, aunque este se negó, y le dio la libertad que por tantos años había ansiado Temari. Sin embargo, esta decidió volcarse en la empresa más incluso que él. Aún así, esperaba que algún día sentara la cabeza.

Y él, bueno, no podía sentar la cabeza. Saborear mujeres era un pecado que habían querido vetarle. Rubias, morenas, pelirrojas, castañas. Altas, bajas, gorditas. La única barrea impuesta era claramente no tomar nunca menores. Aunque alguna que otra vez se había encontrado con meter su lengua en una adolescente que había fingido su edad.

Nada que no arreglara un poco de dinero y unos tapones para los oídos.

Pero últimamente, todo lo que probaba le sabía a poco. Era como si su satisfacción nunca estuviera plena.

Fue entonces cuando se dio cuenta de que observaba a una única mujer más de lo que haría nunca en un bar de alterne. Según Kankuro, los ojos de un hombre siempre giraban en rotación a la mujer que amaban sin que este pudiera evitarlo, así como cuando un hombre se fijaba de espaldas de una mujer que amaba, siempre era la misma mujer.

Paparruchas.

—Te has fijado en la secretaria de Temari— señaló Kankuro unos días atrás mientras dejaba unos documentos sobre su mesa. La castaña había pasado por delante a toda prisa, tropezándose con uno de los sillones de cuero—. Le mirabas el culo.

Gaara chasqueó la lengua y se había preguntado desde cuándo era capaz de tener ese tipo de conversaciones con su hermano. No le molestaba, la verdad fuera dicha, pero odiaba cuando tenía razón.

—Vas a hacer que Temari la cargue con la culpa. La distraes.

Gaara no pudo evitar hacerlo. Porque cuanto más la distraía, más adorable le parecía. Eso sí, la chica tenía una lengua que para qué. Cuando le daba por hablar, no se detenía y a veces hasta perdía el hilo de la conversación, pareciendo que solo ella hablara y él fuera un mueble ahí, frente a ella.

Pero era divertido ver cómo se le caían las cosas o simplemente, tropezaba por estar mirando a otro lado.

—La puerta y el sofá— apostó mientras la miraba por encima de su taza de café.

Y así fue. Se chocó contra la puerta y ella y todo el material dio de lleno contra el sofá. Avergonzada, se levantó, se colocó la falda y salió. ÉL había desviado la mirada para darle intimidad, pero estaba seguro de si hubiera mirado, se habría puesto como un tomate y terminaría saliendo a toda prisa.

—Mujeres— murmuró dejando la taza sobre la mesa para escuchar el taconeo de su hermana que informaba de su presencia—. Temari.

La rubia se dejó caer en el sofá frente a él, cruzando las piernas y frotándose el ceño.

—Esta secretaria mía me va a causar un montón de problemas.

—¿Ha terminado tu cita? — cuestionó como si nada.

Temari le devolvió una mirada de advertencia a la que él no hizo caso.

—Sabes que sí de sobras. Te he enviado mi carpeta para que lo revises. Mira que tener que atenderle justo cuando ha pasado eso… ese sujeto era importante para el clan Yamanaka. ¿Nos va a traer problemas?

Gaara lo sopesó por un instante y luego negó.

—En realidad no debería. Y si vienen, se resolverán.

Sintió la mirada de Temari sobre él mientras firmaba lo necesario digitalmente. Cuando se volvió a mirarla, la rubia suspiró y sonrió entre dientes. De esa forma que en escasas ocasiones la había visto hacer cuando era una niña.

—Has cambiado mucho. A mejor. Antes habrías mandado a alguien a investigar y de paso, matarlos si era necesario. Si fallaban, los matabas a ellos.

Gaara reunió sus dedos bajo su barbilla, pensativo.

—No he cambiado tanto. Sigo siendo un Yakuza. SI fallan, mueren.

Ella negó.

—No es del mismo que antes. Bueno, no importa.

Se levantó, frotándose los muslos con las manos para bajarse la falda. Demasiado estrecha para su gusto. Pero Temari era capaz de morderle si le decía algo. Ya bastantes kimonos llevaba en su casa por obligación.

—Entonces, si no quieres nada más. Iré a ver esas tierras.

—No necesito nada más— recalcó.

A menos que fuera su secretaria. Y mierda, esa era una buena, muy buena idea.

Temari se detuvo en la puerta y miró por encima del hombro.

—Gaara. Nunca te he dicho con quién deberías de acostarte ni nada así. Te he presentado amigas, nada más. Pero, quítale los ojos de encima a mi secretaria. Matsuri es buena chica. No me la vuelvas loca.

Y salió, haciendo ruido con sus tacones mientras él se negaba a prometer tal cosa.

.

Naruto fue el primero en bajar y extender la mano. Sakura descendió lentamente y maldijo entre dientes cuando el fuerte sol le golpeó de lleno en el rostro. Estaba seguro de que lo primero que haría sería ducharse. Y cuanto más fría fuera el agua, mejor. El calor era algo que la irritaba.

No la juzgaba. Él mismo quería mandar a la mierda ese traje y ponerse lo más cómodo posible. Pero sus horas de trabajo no terminaban hasta que Sakura estaba completamente dormida en su cama, casi siempre desnuda, y con buena seguridad.

Maldita fuera aquella mocosa a la que se suponía que debía proteger. Maldita fuera su amistad de antaño. Antes era una niña llorona que le molestaba con sus berridos y sus peticiones mimadas. Ahora era una condenada mujer con ropas seductoras y capacidad de hacerle perder el sentido si era necesario.

Y eso antes no sucedía. No. Todo aquello pasaba desde que un mes atrás se la encontrara saliendo de la ducha, con toda esa suave y brillante piel colorada por el calor del agua. Con las gotas cayendo en caricias por sus senos, resbalando de sus pezones. Deslizándose por su vientre hasta perderse en el bello de su triangular forma entre las piernas.

Maldito fuera el día en que por escucharla gritar por una dichosa araña él entrara a ver qué sucedía, pistola en mano y con los ojos bien abiertos. No se perdió un condenado detalle.

Aún así, tuvo el temple de entregarle una toalla, matar a la araña con cierta saña y gruñirle que se diera prisa en vestirse y no molestara con más tonterías.

Desde aquel día, ella le provocaba en todo momento y mientras él no cediera, todo iría bien. Aunque tuviera que soportar sus condenados morros y sus actos inseguros.

Esa mañana había tenido lugar uno mientras se reunían con algunas de las empresas que ella poseía. Uno de los tantos matones que deseaban ver caer la cabeza de Haruno había atacado en unas circunstancias no esperadas. Ni él ni Naruto tuvieron tiempo de reaccionar hasta que estuvo encima. Sakura sacó el arma que guardaba siempre tras ella y lo acuchilló con sangre fría.

Luego estuvo llorando media hora en el coche entre los brazos de Naruto.

—Si no te hubiera separado— gruñó cuando atravesaron las puertas de la casa.

Sakura se detuvo en seco, mirándole con las cejas enarcadas. Todavía tenía surcos bajo los ojos de haber llorado y un momento antes estaba criticando el hecho de tener que volver a maquillarse para ir a encontrarse con sus amigas. Además de cambiarse de ropa.

En ese momento le miraba como si no esperara esa frase de su parte. Probablemente fuera así. Pero generalmente era él quien le echaba la bronca, mientras que Naruto siempre la apoyaba, fuera lo que fuera. Un día pensó que el rubio sería capaz hasta de darle su arma para que se suicidara si fuera necesario.

—¿Qué? — murmuró.

—Te dije que no te separaras de nosotros— reiteró.

Sakura se puso de puntillas, poniendo las manos en su espalda para sacar el arma y mostrársela.

—Creo que se defenderme bastante bien. ¿O olvidas quién ha tenido que matar a ese hombre?

—Desde el principio podríamos haberlo hecho nosotros— gruñó cogiendo el arma y entregándosela a otro sirviente para que la limpiara.

Sakura simplemente se frotó el cabello y comenzó a andar a pasitos rápidos hacia su dormitorio, desnudándose por el camino.

—Teme— advirtió Naruto rascándose los rubios cabellos—. No ha sido nada.

Sasuke lo fulminó con la mirada.

—Podría haber sido.

Sasuke odiaba que Naruto sacara el contexto de peligrosidad de su mente cuando todo había pasado. Él era de los que actuaban al instante, no premeditadamente. Sasuke era todo lo contrario. Aunque no lo pareciera.

—No necesitamos a Sakura de mal humor hoy— aseguro Uzumaki hundiendo las manos dentro del bolsillo de su chaqueta—. Ya has oído las noticias. Seguramente luego se trate de hacerse condolencias unas a otras entre las chicas.

—¿Y?

Naruto le miró con una ceja alzada.

—Pues que es mejor que esté serena que…

—Escondes tus errores concediéndole deseos.

Naruto enrojeció repentinamente, casi escupiendo baba mientras le recriminaba.

—Esta mañana has llegado tarde, Dobe. Tomaste un día de permiso que no te correspondía.

—Tsk. No perdonas una, Teme. Necesitaba salir y tomar una canita al aire. Tú también lo haces de vez en cuando. Que yo te tapo muchas veces.

Sasuke lo miró como si fuera lo más tonto que le hubiera pasado en el día.

—No me cubres. Son mis días libres, Usuratonkachi.

Naruto carraspeó, abriéndose la corbata.

—E-Es igual, maldición. ¡Deja de meterte, Dattebayo! Tuve una noche fantástica. ¡FANTÁSTICA!

El moreno suspiró.

—Una pilingui más— declaró.

Pero Uzumaki continuó con esa sonrisa embobado y apenas le hizo caso. Se volvió para alejarse y seguir a Sakura, mientras él maldecía entre dientes, no teniendo más motivo que seguirle.

.

Naruto silbaba mientras ayudaba a Sakura a cruzar el umbral de la casa de reuniones. La chica estaba resplandeciente, porque en una reverenda rebelión, se había puesto unos pantalones negros ajustados y una camisa. En el cuello llevaba un pañuelo rosa y el arma oculta en la parte trasera de los pantalones. O más bien, a simple vista, según Sasuke, quien no había parado de remugar desde que la vio salir así del dormitorio.

La reunión entre esas mujeres siempre sucedía del mismo modo. Lo más ruidosa posible, entre gritos, susurros, risas incomprensivas. Muestra de sus mejores hombres e historias para contar.

Ellos se mantenían alrededor de la habitación, en pie mientras duraba todo aquello. Simplemente las miraban. Aseguraban su alrededor y simplemente se preparaban para cualquier cosa. Turnándose de vez en cuando para un descanso, tomarse algo o incluso comer.

Así podían estar por horas. Porque las mujeres, aunque fueran líderes, tenían esa capacidad.

Esa vez la visita estaba siendo diferente.

Yamanaka estaba estirada lánguidamente sobre los cojines, con los cabellos cayendo a un lado de su cuerpo y golpeaba la pipa contra un cenicero de pie. El resto de mujeres estaban sentadas a su lado, en silencio. Todas vestidas de negro de los pies a la cabeza. Pese a su rebeldía, Sakura, como las demás, llevaba el cabello recogido y había inclinado la cabeza con condolencia ante ella.

La rubia no había dicho una palabra.

Tenía los ojos enrojecidos y ojeras bajo estos que remarcaban sus lágrimas. Uno de sus guarda espaldas, Shikamaru, faltaba y Chôji no cesaba de comer a gruñidos mientras intentaba evitar que el llanto escapara a su control.

Todos conocían ya la historia.

Asuma Sarutobi.

Naruto le recordaba. Fue uno de los hombres que, de pequeño, cuando había fingido estar disparando una pistola, se detuvo para ponerle el arma correctamente y le dio un consejo que jamás olvidaría.

Recuerda apuntar siempre, a tu enemigo. Pero hazte esta pregunta: ¿Realmente vale la pena usar un arma de fuego? Cuando necesites proteger algo lo sabrás.

Miró la espalda de Sakura, inclinada hacia delante para echar agua sobre unas piedras calientes. Unió las manos en son de rezo y tembló. Probablemente recordando. O quizás no.

Los Sarutobi siempre había sido un buen clan. Quizás uno de los más sabios. Y a él le habían gustado. Esa forma de mirar, de sonreír. La calidez de sus manos. Siempre había sido entrañable.

Por ende, sentía muchísimo lo que ellos estaban padeciendo.

Entre las mujeres, había una de más que no solía estar y por la mirada que le dedicaba Sasuke, la conocía. Naruto se fijó más, frunciendo el ceño. Izumi Uchiha. Una pieza extraña. Pero cuando vio entrar a otra mujer, pelirroja, de tez morena y ojos de gato, dorados, comprendió que realmente no. Muchas otras mujeres empezaron a llegar. Todas inclinándose sobre Ino, susurrándole sus condolencias.

Ino hacia caso omiso o gruñía un gracias de vez en cuando. Parecía estar muy lejos de ahí. Quizás, con Shikamaru, llorando entre sus brazos.

Finalmente, una última mujer con un bebé en brazos entraron. Los cigarrillos fueron directos a los ceniceros y se apagaron. Hasta Ino concedió un descanso a su pobre pipa. Se levantó y estrechó entre sus brazos a la mujer morena y de ojos rojos que reconoció de haberla visto alguna que otra vez.

Entonces, vio entrar a Shikamaru, inclinándose como los demás y dedicándoles una mirada de salutación antes de ocupar su puesto junto a Chôji. Este y él intercambiaron una frase, pero nada más. Sus miradas se centraron en la morena mujer, que agradecía y permitía que alguien sostuviera a la que resultó ser su hija.

Era la esposa de Asuma. O más bien, su amante a la que todo el mundo respetaba como si fuera una primera esposa. No habían llegado a casarse, pero eso no importaba.

El bebé se detuvo en las manos de Hinata Hyûga. La hermosa mujer que gobernaba en los dominios, no pocos importantes, de los Hyûga. Naruto la había visto la primera vez en una de las reuniones. Tímida, muy educada. Casi como un pájaro enjaulado. Sus dos guardaespaldas siempre estaban susurrándole algo y provocando que se sonrojara con culpabilidad.

Era una línea de sangre muy abundante. Y él conocía a una de ellas especialmente. Sasuke podía quejarse todo lo que quisiera, pero él había disfrutado totalmente de una noche de sexo con una hembra de ese clan. Y vaya fiera. Demonios, de recordarlo sentía un cosquilleo por toda la espalda, pese a no ser el momento idóneo.

Miró a su alrededor, ojo avizor, con la sonrisa en su rostro y recibiendo un codazo por parte de Sasuke como reprimenda. Bufó y frotándose el lugar, buscó con la mirada más tranquilamente. Solo Kiba y Shino estaba dentro. Fuera debía de haber más Hyûga. Quizás alguna chica que protegiera a su cabeza. Esperaba poder verla cuando saliera.

De algo que estaba seguro, es que esa chica olía a flores y tenía un tatuaje en su espalda en forma de capullo cerrado con dos ramas cruzando la principal. Estaba seguro de reconocerla. No existían dos tatuajes iguales en ese mundo.

Y no es que quisiera acosarla. Es que esa mujer pareció haber nacido perfecta para él.

Solo sería una noche, pero esa química era tan grande que no podía ser casualidad.

—¿Eres Naruto Uzumaki?

Había estado tan concentrado en el recuerdo de esa noche de pasión, que apenas había sido consciente de que la pelirroja de piel oscura se había acercado a él. Naruto se tensó al tenerla tan cerca y asintió.

El puñetazo dio de lleno contra su mejilla. Las chicas callaron y centraron su atención en ellos. Sakura miró, sorprendida, pero luego cerró la boca.

La mujer se volvió para regresar a su asiento, cruzándose de brazos y mirando hacia Sakura, inclinó la cabeza, como agradecimiento. La mujer de cabellos rosados desquitó el problema con una mano, mientras la otra la apretaba contra el cojín debajo de ella. Los demás esperaron unos segundos antes de retomar las conversaciones cortadas.

Sasuke a su lado suspiró.

—Te dije que no te acostaras con ella.

Naruto chasqueó la lengua, frotándose el lugar golpeado solo un instante antes de volver a cuadrarse.

—Cállate, Teme. ¿Por qué a ti no te parten la cara? — expresó señalando con la mirada hacia Izumi Uchiha.

Sasuke ni la miró.

Tampoco le contestó.

.

La policía estaba sumamente inquieta. Como cada mes en que los líderes de la Yakuza se reunían. Especialmente, con la muerte de un líder de un clan anclado a uno de los más importantes. Todos habían tenido miedo de que les asignaran los casos.

A él le tocó cargar con ello.

No le importaba realmente. Generalmente los días eran tranquilos y típicos desde que perdiera a su compañero años atrás y fuera enviado a esa parte de la raíz de la policía. La que se encargaba de asegurarse que ni los Yakuza los molestaran, ni de ellos molestar. Al fin y al cabo, ya no era un secreto que la mitad del lugar estaba comprado.

A él todavía no le habían ofrecido dinero. Dudaba si quiera que aceptara.

Pero no le gustaba nada ir con las espaldas descubiertas y su jefe le había enviado allí de ese modo. Con la noticia que podía haber acabado con su vida y frente a una mujer que se veía peligrosa si contradecías. Además, había tenido más armas apuntándole en la nuca que cuando estuvo en clases de adiestramiento de tiro cuando era solo un simple cadete.

Aún así, había sido tratado en buenas condiciones y la líder le atendió con firmeza y seguridad tras un momento de hundimiento que recuperó rápidamente. No le sorprendió. Al fin y al cabo, había sido educada para esos momentos.

Sus respuestas no dejaron más que puertas abiertas en el asesinato. A primera vista podía parecer una rencilla. Una discusión entre bandas. Pero nadie asesinaba a un líder sin un motivo oculto.

Pero todos o se llevaban muy bien o repentinamente se odiaban a muerte simplemente porque uno había tosido al lado de otro. Claro que la cosa no era tan simple, pero muchas cosas influían. Especialmente, la muerte de un camarada. El problema es que ese hombre, era el camarada de muchos de ellos.

Por lo que podía ver, su anciano abuelo había mantenido la paz mucho tiempo con otros líderes. Hasta que sucedió la crisis de catorce años atrás. Nadie hablaba nunca de ello. Y cuando él entró en el cuerpo, ya era un verdadero misterio. Pero conocía a la persona que le informaría de todo.

Aunque no se sintiera cómodo con ella.

—Sai.

Se inclinó en una reverencia y procuró mirar hacia sus distinguidos zapatos tan brillantes y negros que podrían haber parecido pozos oscuros. A veces lo eran.

Danzô Shimura estaba sentado sobre el sofá verde de siempre. El mismo que en antaño vio cuando era tan solo un niño. Un estremecimiento le recorrió la espalda y supo que el hombre estaba mirándole de arriba abajo.

Él no quería mirarle.

Tenía el cuerpo quemado y vendado. Siempre olía extraño y pocos mechones oscuros escapaban de su cabeza. La primera vez que lo vio vomitó a causa del espanto y el dolor. Ahora estaba acostumbrado. Incluso así, prefería no mirarle directamente a menos que fuera lo más estricto y necesario.

—¿Por qué has venido?

—Hoy es la reunión de los clanes. El asesinato de Asuma Sarutobi tiene a toda la policía nerviosa. Pero eso es algo que ya sabes.

El hombre no contestó. Golpeó el bastón contra el suelo para que continuara.

—Sin embargo, Sabaku no Gaara no ha asistido.

Shimura bufó.

—¿Acaso tú irías rodeado de tantas palabrerías falsas entre mujeres? — cuestionó lentamente, mirándole con astucia—. Bueno, tú no opinas exactamente. ¿Qué importancia tiene todo esto? Tu deber es mantenerlos vigilados.

Sai asintió y sonrió de esa forma tan extraña que siempre causaba inquietud en Danzô.

—¿Qué sucedió hace catorce años?

Hubo un frio silencio. Inquietud quizás. Tentado a mirar más allá de sus zapatos, llegó hasta sus rodillas.

—Hace catorce años… los líderes de todas las yazukas de todo este país, cometieron el peor de los peores errores de su vida…

Continuará...