V

— … ¡Ah!

Gritó, levantándose estrepitosamente de su asiento de avión. La mujer que iba a su lado, una octogenaria con cara de pocos amigos, lo fulminó con la mirada mientras volvía a cerrar los ojos, probablemente intentando recuperar el sueño que había sido interrumpido gracias a él.

Duncan se revolvió, incómodo.

Había tenido esa pesadilla otra vez. Era la tercera de esa semana.

Suspiró mientras colocaba su asiento reclinado a la normalidad.

Su cerebro continuaba atormentándolo con los recuerdos de su pasado, con el llanto incontrolable de la mujer que su corazón no podía olvidar. Era imposible olvidar cada facción suya, tan delicada y bella, ser consumidas por la amargura y la ira del engaño que había sufrido. Lo que él mismo había provocado.

Semejante paisaje dantesco lo perseguía prácticamente cada noche desde que ella decidió volver.

Dio un respiro hondo, intentando olvidar.

— Vuelo especial mis pelotas — exclamó.

Iba camino a Muskoka, al dichoso reencuentro que Chris había planeado. Decir que no estaba emocionado por la situación sería una mentira, pero de esas realmente gordas; muy en el interior, le alegraba poder volver a ver a todos sus antiguos compañeros de reparto, a los que – a la mayoría – ya les había perdido la pista hace varios años.

Recordaba haberse topado alguna vez con Heather en el supermercado, o haber visto a lo lejos a Sadie – sin Katie, por raro que le pareciese – mientras recorría las ajetreadas calles del centro de Toronto. Del resto, ni una sola pista, exceptuando, claro está, a Gwen y, por tanto, a Trent.

Miró su reloj. Eran ya las nueve de la mañana, por lo que su vuelo debía estar por aterrizar; realmente nunca entendió el punto de tomar un avión para llegar a Muskoka, si el viaje en bus sólo tardaría hora y media. En cualquier caso, según el e-mail de Chris, alguien lo estaría esperando en el aeropuerto de dicho distrito para iniciar el viaje en barco hasta el campamento.

Pasaron solo un par de minutos cuando el capitán informó que el avión comenzaría la aproximación. Esta, sin duda, era la peor parte de volar. Cerró los ojos y trató de pensar en lo bien que lo pasaría este par de días en Wawanakwa.

Un escalofrío recorrió su espalda; no sabía si por el miedo al aterrizaje o por la dulce ironía de sus pensamientos.

— ¡Campistas, reúnanse!

La voz de Chris Mclean reverberó durante algunos segundos a través del altavoz.

Estaban todos, absolutamente todos, reunidos en el muelle, el mismo lugar donde toda su aventura había comenzado. Suspiró, había pasado demasiado tiempo.

Miró con cierto nerviosismo a la rubia que se encontraba a su lado, tratando en vano de calmar los intensos latidos de su corazón. Tenía miedo, ciertamente, pero no se podía estar más alejada de la civilización que aquí, ¿verdad?

Bridgette le guiñó el ojo, como dándole la razón a sus pensamientos. Quieras que no, este era el lugar más alejado y remoto que conocía; el más seguro, al fin y al cabo. Casi todos sus compañeros conocían su situación y estaban dispuestos a protegerla, a pesar de la negativa que había dado en un principio la de piel canela; le parecía sumamente egoísta forzarlos a cubrirle la espalda, cuando la mayoría tenía mucho que perder.

Recorrió todas las familiares caras a su lado, una por una. Se revolvió incómoda al ver el avanzado embarazo de Heather, el anillo de oro que reposaba en el dedo anular de Noah, las manos entrelazadas de Beth y Justin, cómo Owen abrazaba a Izzy después de todo el tiempo que estuvieron separados; incluso, se atrevió a mirar como Duncan, DJ, Harold y Geoff charlaban alegremente, recordando los viejos tiempos cuando compartían equipo.

Tragó en seco. Su mirada se detuvo, obviamente, en Duncan. Recorrió sus facciones, tan duras y toscas, pero que con el semblante amigable que mantenía parecían totalmente fuera de lugar. Sus ojos azules brillaban intensamente y rio, recordando cómo él solía mirarla de esa forma. Sin querer, acarició su vientre de forma melancólica, buscando el calor que ya no existía dentro de él.

La rubia la miró afligida y tomó su mano. Courtney la apretó lo más fuerte que pudo.

Sin duda, esto estaba siendo demasiado duro.

Había intentado con todas sus fuerzas alejarlo de su vida, y ahí estaba otra vez, frente a ella; con un solo guiño podía hacer que cayera nuevamente a sus pies.

Lo peor, es que él lo sabía perfectamente.

Un fuerte estruendo llegó hasta sus oídos y vio cómo Chris salió eyectado de un avión en llamas. El paracaídas que se encontraba en su espalda hizo que su caída fuera todo menos trágica; hubo un suspiro grupal.

— ¿No estás demasiado viejo para seguir haciendo estas estupideces? — exclamó LeShawna.

— Para que sepas estoy en la flor de mi juventud — le contestó la estrella, sacudiéndose el polvo de su canoso cabello —, y podría hacerlo de nuevo.

Todos pusieron los ojos en blanco.

— En fin — exclamó, fingiendo ofenderse —, ¡bienvenidos al Campamento Wawanakwa! ¿qué tal les parece? Lindo, ¿cierto?

Y la verdad es que así era. No se parecía en nada a lo que recordaba: la vieja cabaña había desaparecido y en su defecto sólo se encontraba un gigantesco hotel, muy parecido al que recordaba de All Stars. Se notaba todo perfectamente nuevo y bien construido, además de tener un equilibrio con la naturaleza que, al parecer, había decidido regresar al lugar.

— Nada de desechos radioactivos, ¿verdad? — inquirió Bridgette, visiblemente ofendida —, si veo un solo animal sufriendo, me largo de aquí.

— La respuesta es no — sonrió Mclean —, pero si así lo fuera, tendrías que regresar nadando, linda. Los botes no regresarán aquí en cuatro días.

— Bueno, no me vendrían mal unas vacaciones después de todo — dijo Heather, acariciando su abultado vientre.

— Mientras lo que sea que esté allí dentro se quede ahí, puedes hacer lo que te plazca — respondió Chris, encogiéndose de hombros —, los esperaré en media hora en el comedor para la cena de bienvenida.

Y así, el cuarentón comenzó una caminata hasta desaparecer de la vista de todos.

— Esto no está tan mal, ¿verdad? — preguntó Trent, dándole un golpe con el codo a la chica a su lado.

— Por ahora — bufó ella —, esto me parece muy sospechoso.

— La verdad es que a mí también — concordó Harold —, la isla está demasiado normal para mi gusto.

— No lo sé — se encogió de hombros Alejandro —, pero no desaprovecharé unas vacaciones gratis.

Todos comenzaron a adentrarse a la isla. Algunos entraron directamente hacia el hotel, otros simplemente decidieron recorrer el lugar.

Courtney, en tanto, se quedó allí, en el muelle, mirando hacia el horizonte. Se sentó en el borde, pensando en si realmente haber venido había sido una buena idea. El sol se ocultaba frente a sus ojos, y no podía evitar pensar en que cada segundo que pasaba Jay se acercaba cada vez más a ella.

Si hubiera acabado con ella desde un principio, esto no estaría pasando, pensó. Por su culpa todos estaban en peligro, sólo porque ella decidió que valía la pena salir de su encierro e intentar vivir su vida.

Pero no lo valía.

Después de que le quitó lo que más le importaba, ya nada valía la pena. Se había convertido en nada, un frasco vacío incapaz de ser llenado con nada.

¿Valía la pena el peligro al que se encontraban expuestos sus amigos por un frasco vacío?

Claro que no.

Una lágrima rebelde cayó por su mejilla hasta desaparecer, y volvió a acariciar su vientre, recordando a su bebé sin nombre que no tenía la culpa de nada. Y pensó, con furia, que si nunca hubiera conocido a Duncan todo esto jamás habría pasado. Que si nunca se hubiera enamorado de él como ella lo hizo, nadie estaría en peligro.

Y es que era culpa suya, pero también de Duncan. Por haberla hecho caer en sus brazos y dejarla sola. Por haberla hecha suya y desecharla, e ignorar la existencia del fruto de ambos.

Ella, a sus jóvenes 18 años, de verdad pensó que podrían ser juntos una familia feliz. Y al enterarse de su engaño supo que lo único bueno que quedaba de ella, era el niño que crecía en su vientre. Quizás, sólo quizás, era hora de contarle la verdad…

Escuchó pasos tras de ella, y era obvio de quien se trataba. Muy en el fondo, esperaba que tarde o temprano llegase a su lado.

— ¿Estás bien? — le preguntó. Sintió su cálida mano en su espalda, mientras se sentaba a su lado.

— Creo que sí — respondió, limpiándose las lágrimas.

— Pues te ves fatal — dijo él. Una risa ahogada salió de los labios de la castaña.

— Sí, lo sé — suspiró.

Se quedaron así, ambos. Sentían como el viento recorría sus cuerpos y como el calor quemaba sus cabezas. Ya era casi la hora que Chris había estipulado, pero ellos quedarse así para siempre. La dulce tensión que se sentía los regocijaba, los hacía sentir vivos.

— Sabes, hay algo que no te he dicho — dijo ella. Volteó a ver los ojos azul marino de su acompañante y se inundó en ellos, en su tranquilidad y calor.

— Me lo imagino — rio —, hay muchas cosas que merezco que me digas y que no has dicho.

— No es eso — sonrió. Su cabello largo, tomado en una cola, se mecía al son del viento —, es algo mucho más complicado.

— Te escucho.

Ella tomó su mano. Él abrió sus ojos, confundido.

— Primero tienes que prometerme que, sin importar lo que pienses, nada de esto fue tu culpa — mintió.

El moreno tragó saliva y asintió, Courtney suspiró.

Finalmente estaba preparada.

— Sé que quieres que estemos juntos, como en los viejos tiempos — comenzó —, pero no podemos. Simplemente no podemos. Estoy huyendo, y no me quedaré aquí por mucho tiempo, no puedo hacerte eso, y tampoco puedo hacérmelo a mí.

Duncan asintió. Él sabía que se trataba de algo así.

— Hace mucho tiempo, cuando aún estábamos juntos, pasó algo. Nunca pude contártelo porque, al principio, realmente pensé que no te interesaría; ya sabes, había pasado eso, habíamos terminado y no querías saber nada de mí, ni yo nada de ti.

La castaña tragó saliva.

— No fue hasta que me eliminaron el programa que lo supe con certeza, pero siempre tuve sospechas: yo estaba embarazada — cerró los ojos con fuerza. Juraba que podía escuchar como la saliva de Duncan pasaba con dificultad por su garganta —. Tenía mi vida perfectamente planeada hasta que llegó ese momento, y no supe qué hacer. Hablé con mis padres, y decidieron que abandonaría mis ideas sobre la universidad y me casaría con el hijo de unos amigos; mi bebé y yo nos iríamos lejos de aquí, para que nadie nunca supiera lo que había ocurrido y, especialmente, de quien era mi hijo.

El moreno apretó los puños con fuerza, Courtney podía sentir como cada músculo de su cuerpo se tensaba. Tomó su mano, y la apretó con fuerza, tratando de darle, en vano, el confort que necesitaba.

— Me fui a Inglaterra con él. Nos casamos y pensé que de esa forma sería feliz: él venía de una buena familia y tenía dinero. Realmente nunca lo supe con certeza, pero siempre sospeché que el plan original de mis padres era deshacerse de mí de una vez por todas — continuó —, y para eso, debían romperme en pedazos. Y lo hicieron.

— Él me golpeaba día y noche, sin embargo, yo era capaz de aguantar por mi hijo. Aún así, sentía como mi cuerpo se debilitaba, y poco a poco fue quitando trozos de mi vida. Hasta que un día…

Y paró. Recordar aquello le partía el corazón, y su mente decidió que era suficiente. Rompió a llorar, de forma escandalosa, mientras el chico a su lado permanecía atónito por la situación.

— No podemos estar juntos — sollozó —, porque viene a por mí a terminar su trabajo, y no puedo dejar que te haga daño.

Duncan la miró. Ella, con sus manos empapadas por sus lágrimas, acarició su mejilla. Una suave sonrisa se dibujó en su rostro, a la vez que su ceño volvía a quebrarse.

— Porque incluso hoy, y a pesar de todo…

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Aún te sigo amando.