¡Hola, hola! ¿Cómo han estado? Espero que bien.

Aquí vengo trayendo el tercer y último capítulo de éste fanfic. ¡Espero que les guste! :3


Para mi querida Bau (LaBauhaus), que me ha retado a escribir éste pequeño trabajo bajo las siguientes características:

Pairing: MIMATO

Características: Todos los digielegidos están en una fiesta (puede ser de algún casamiento o algo por el estilo), los quiero a TODOS bien rotos, bien en cualquiera (hasta a Jou y Kou y Sora, nada de responsables que cuidan al resto), algunos hasta pueden están drogados, están de fiesta alegre. Sin saber cómo, Mimi y Yamato terminan solos por su cuenta y terminan en más cualquiera (if you know what I mean)

Género: Hazlo como quieras.

Así pues, les dejo la lectura, esperando que les guste, principalmente a ti, Bau :3


Capítulo 3

«Egoístas»


22 de Junio - 03:56 hs.

Miró con gracia la habitación oscurecida, apreciando a través de la penumbra los sillones volcados, las cortinas caídas, sus ropas desperdigadas por todo el lugar, las sápensara alfombras manchadas con ellos mismos... Tanto caos a su alrededor, pero él no podía dejar de pensar cuán en paz podía sentirse.

La mano de Mimi ―dulce, suave, gentil― buscó la suya y las levantó. Eran dos manos tan distintas pero que encajaban a la perfección: la de Yamato, la sostenía y protegía, mientras que la de Mimi lo llenaba de ternura y cariño. Él, recostado sobre los pechos de la mujer, cerró los ojos y aspiró su aroma: una mezcla afrodisíaca entre su sudor y su propio perfume. Le gustaba el contraste entre la propia esencia de Mimi y la lavanda que solía contener los aromas de la Tachikawa.

Yamato se removió un poco de ella, poniendo sus manos a horcajadas de su cabeza, contemplando el aún acalorado rostro de su amiga. Mimi sonrió para él y se sentó sobre la cama, consiguiendo que él hiciera lo mismo. A gatas, se movió hacia él y lo abrazó hasta hundir su nariz en el cuello de Yamato. Él sonrió y la cubrió con sus brazos, sintiendo el ritmo de sus latidos, raudos, como los propios.

¿Te arrepientes? ―Susurró Yamato en su oído. Ella se tensó un poco y luego apartó su rostro para mirarlo.

¿Me convierte en una mala persona si digo que no? ―Yamato sonrió con tristeza y acomodó unos mechones revoltosos tras la oreja de Mimi.

No creo que lo seas... ―Susurró contra los labios de Mimi―; sólo creo que..., llegamos un poco tarde.

Mimi ahogó un sollozo en sus labios y se abandonó en él, sintiendo como sus labios la hacían regresar a sus días de colegio; o sus manos, le rememoraban cómo era saberse deseada; y en sus ojos supo que no importara el tiempo que pase, la fuerza en su mirada le decía que él la seguía amando.


23 de Junio – 15:29 hs.

El vapor del te lo tomó por sorpresa. Levantó la mirada hasta la mesera que, con una sonrisa, les sirvió una taza de té a cada uno de los presentes. Formuló una mueca bajo la excusa de una sonrisa. No tenía ganas y por lo que podía apreciar en sus acompañantes, no era el único que tenía la educación como última prioridad.

Koushiro y sus ojeras resaltaban sobre su piel pálida, su cabello rojizo y apagado sólo era uno de los problemas aparentes que lucía el amante de la tecnología. Junto a él, Jyou lo acompañaba con igual (o peor) aspecto, quiándole al saquito de té el resto de agua caliente que aún poseía. Ken e Iori eran los únicos que parecían bien puestos, pero aun así, el cansancio se leía en sus bostezos incesantes.

―Vaya, ustedes hacen lucir divertidos a los muertos ―Comentó divertido Taichi, recibiendo miradas ceñudas por parte de los otros cuatro hombres sentados en aquella mesa, bajo el amparo de una pérgola de ramas y flores.

―No queremos escucharte, Taichi; no en éstos momentos ―Acotó Jyou sin mucha paciencia.

―Jyou tiene razón. Guarda silencio, por favor ―Pidió Koushiro, quien agregaba la cortesía, no porque lo sintiese, sino porque ya venía programado de esa manera.

Yamato trató de no reír de la sorpresa de Taichi, teniéndose que ver como el villano del cuento para sus amigos.

―Ya les dije que yo no fui el que repartió los cigarrillos de marih… ―Todos, salvo Yamato, lo hicieron callar.

Yamato creía en el karma, por supuesto. Creía que toda acción conlleva una respuesta, dependiendo lo que ésta fuera en un principio. Pero nunca estaba de más darle una ayuda para que llegara lo más pronto posible. Y el caso de mencionar accidentalmente que Taichi tuvo algo que ver con la droga inhalada por todos, recibiendo un amedrentamiento por parte de éstos, era lo que Yamato consideraba «justicia». Pero lo que realmente molestó a sus amigos era que Taichi los hiciese ejercitarse tras una borrachera de muerte, teniendo en cuenta que los presentes no tenían ni la más pálida idea de experiencias al respecto.

Justicia, se dijo y bebió un poco del té caliente.

Sus ojos viajaron, de por sí, hacia la otra zona que tenían frente a ellos, casi por inercia. No tenía planeado encontrarse con Mimi y Wallace caminando de la mano, dirigiéndose hacia alguna de las zonas del vasto hotel.

Frunció el ceño casi por acto reflejo, como si lo que estuviese viendo fuese algo desagradable. ¿Para qué mentir? Lo era.

―Así que el novio de Mimi llegó, ¿eh? ―Preguntó Daisuke, consiguiendo la mirada de Yamato en ello.

―Es bueno verlos juntos ―Apremió Jyou sin despegar la vista de su taza de té―. Mimi estaba muy emocionada con verlo, después de todo.

―Mimi no luce muy feliz ―Se atrevió a decir Iori, mirando, al igual que los demás a su castaña amiga.

Yamato miró al pequeño del grupo y luego bajó los ojos al suelo. No era el único que pensara en eso. Volvió su vista a ella y apreciar cómo Mimi hablaba con un Wallace que encontraba más interesante su teléfono móvil que ella, le hacía arder la sangre.

Dejó su té sobre la mesa blanca y se retiró de allí, poniendo alguna excusa pobre que nadie, en realidad, prestó demasiada atención.


23 de Junio - 15:55hs.

Mimi fue quien insistió a Wallace para ir a la piscina en la azotea del hotel. Era una de las más bellas vistas que poseía, pudiendo observar todo a su alrededor, mientras disfrutas de un poco de sol, agua y la compañía de tu novio.

El sabor en su boca cambiaba cada vez que llamaba a Wallace de esa manera. Lo miraba e intentaba sonreír sin que el acto fuese la más cruel tortura. Tenía el cargo de consciencia ahorcándola cada vez más.

Y aunque intentara hablar de ello con él, parecía que siempre acababa atorado en la punta de su lengua, rogando por salir y peleando por no hacerlo.

Vio a Wallace tecleando en su móvil para su secretaria. Frunció el ceño ligeramente y dejó escapar un suspiro aburrido. Miró a su alrededor. No habían personas a esas horas de la tarde y era algo que ella debía de aprovechar con su novio. Lo miró por el rabillo del ojo, sonriendo con travesura.

―Wall… ―Llamó Mimi recibiendo al índice del aludido en un gesto por que le aguardara un minuto. Mimi frunció los labios pero no hizo caso. Se puso de pié del sillón playero y fue quitándose el vestido blanco que cubría su bikini celeste―, cariño, vamos a nadar un poco.

Mimi tomó la mano de Wallace y le arrebató el teléfono, haciendo oír su risa. Muy mal error.

―¡Mimi, devuélveme el teléfono! ―Le reclamó molesto el rubio, pudiendo apreciar el rostro estupefacto de su novia, paralizada en su lugar al oírle hablar de esa manera.

―Sólo quiero pasar un momento contigo, Wallace ―Dijo Mimi, endureciendo su postura. Se sentía indeseada y ridícula en esos momentos.

Wallace caminó hasta ella y le sacó su teléfono con cierta dureza. Lo escuchó decir algo sobre un mensaje muy importante para su secretaria y de que le habían confirmado una cena con algunos inversionistas japoneses.

Ella sólo dejó que tomara posesión del objeto tecnológico, sin molestarse en recalcarle que a ella poco le importaba su negocio o su secretaria o sus inversionistas. Ella quería estar con él, pero eso parecía darle igual al Borton.

El norteamericano continuó tecleando cuando tomó la toalla que había traído con él y comenzó a caminar hacia la salida del lugar.

―Enviaré unos correos en la habitación ―Fue todo lo que dijo y Mimi lo vio marchar.

Estuvo unos segundos allí, de pié, intentando dar con la razón que la hacía sentirse tan miserable. Bajó la mirada y encontró su vestido blanco en el suelo. Sonrió con ironía al tomarlo y volver a recostarse en el sillón playero, con sus lentes de sol y su mentón apuntando al cielo, intentando no derrumbarse allí mismo.

El sonido de la puerta del lugar abriéndose la alertó, la hizo sentarse a esperar por la imagen de su novio que nunca llegó. No era Wallace el que yacía de pie bajo el umbral de la puerta, mirándola con esos ojos azules, profundos e inquisidores.

Algo en ella tembló. No era miedo. Era emoción.

―Lo lamento ―Dijo Yamato comenzando a avanzar hacia el interior de la azotea―; no creí que hubiese alguien a ésta hora.

―¿Por qué no regresas luego, si lo que buscas es soledad? ―Soltó Mimi, aguardando por ver su ceño fruncido, algún sonrojo o por lo menos, percibir su enojo.

Él no se detuvo y fue hasta donde estaba ella para dejar su toalla en el sillón vecino, se quitó la playera y la miró entonces.

―Como si fuese a irme por ti ―Una sonrisa se dibujó en los rostros de ambos.

Yamato avanzó hasta tener los dedos del pie en contacto con el inicio de la piscina. Sin otra cosa por decir, dio un clavado y el agua lo absorbió casi con gusto. Mimi rió para sí misma, recibiendo las gotas de agua que le fueron concedidas. Yamato no era de los que provocaba a las personas; no era como Taichi o ella que le gustaban crear hogueras de simples cerillos. Claro que con los años que tenían conociéndose, aprendió a cómo responder las provocaciones de Mimi.

Él sacó su torso del agua para tomar un poco de aire. Estaba al otro extremo de Mimi, pero ellos podían apreciarse sin dificultad alguna.

La Tachikawa dejó escapar un suspiro, rendido. Ella no tenía por qué permanecer en ese lugar. Yamato y ella volvieron a cruzar una línea que hacía tiempo se les fue arrebatada. Era consciente que su aventura de la anterior noche podría justificarse al estar bajo los efectos de alcohol y marihuana; mas no podría perdonarse el cometer otra tontería estando sobria.

Por más que todo su ser gritara por ello.

Se colocó el vestido ligero y blanco, de pié, con toda intención de marcharse.

―¿Irás a continuar la farsa? ―La pregunta de Yamato le supo a una bofetada que detuvo todo movimiento en ella.

Dirigió su mirada a él; no había sonrisas ni miradas cómplices. Él la miraba serio, con su habitual ceño inquisidor. Ella lo imitó, enderezándose completamente, mirándolo ofendida, dispuesta a defenderse.

―¿Disculpa?

―Ya me oíste ―Cortó la distancia entre sus posiciones nadando hacia ella. La idea de tenerlo cerca le aterraba. Ella era un manojo de nervios teniéndolo tan cerca.

―No tienes derecho a decir nada, Yamato.

Se endureció en su sitio y trató de que su imagen saliendo de la piscina, no causar estragos en ella. Se arrepintió de no haber huido de aquel lugar cuando tuvo la oportunidad.

―Tienes razón ―Concedió, limpiándose el agua que de su frente caía―; no puedo decirte qué hacer con tu vida...; pero no puedo sólo ver cómo luchas por alguien que no te presta atención.

Escucharlo decir esas cosas le hirvió la sangre y ya no pensaba en los nervios que le provocaba tenerlo allí; sino que rememoró memorias del pasado, de su juventud, de su adolescencia y del dolor de antaño.

―Por el amor de… ¿Te das cuenta de lo que estás diciendo? ―Explotó ella, sin interesarle ver culpa en los ojos de Yamato―. Eres un maldito cínico.

Ella comenzó a caminar lejos de él, dispuesta a marcharse y no mirar a atrás. Él lo sabía y temía por ello. Por temor, tomó su mano y la hizo detenerse, pero no contó con recibir una bofetada por parte de la otra mano de Mimi.

―¡Todo esto es tu culpa! ―Bramó Mimi, enseñando como las lágrimas amenazaban con resbalar de sus ojos―. No puedes sólo opinar de mi relación con Wallace. No tienes el derecho al haber sido tú quien permitió que me marchara en primer lugar.

La mejilla roja le latía y sabía que Mimi sentía el mismo escozor en su palma. Él sintió culpa y dolor de reconocerse autor de esas lágrimas que hacía tiempo había provocado y que aún tenían el mismo sabor.

―Lo sé… ―Susurró.

―¡Lo hubiese hecho, Yamato! ¡Lo hubiese dejado todo por ti, maldito insensible! ―Ella trató de abofetearlo nuevamente, invadida por el dolor, la rabia y el pasado; lo hubiese logrado de no ser por la mano del hombre, sujetando su palma abierta.

Tras intentos fallidos, ella continuó forzando su liberación, pero lo único que consiguió fue que su llanto saliera a la luz.

―Lo sé, maldita sea…; lo sabía en ese momento y lo sé ahora ―La atrajo hacia él a pesar de la lucha de Mimi por verse libre. Ante el contacto de la piel húmeda de Yamato, ella comenzó a tranquilizar sus movimientos, a dejar de luchar y congregar su llanto al pecho del hombre―. Sabía que estabas dispuesta a dejarlo todo por quedarte aquí. No podía sólo pensar en mí, Mimi. Tenías muchos planes fuera de aquí...

Acarició su espalda, su cabello, escuchando sus sollozos, sintiendo sus lágrimas sobre su piel húmeda de por sí. Hacía tanto tiempo que no habían estado de esa manera, tan juntos. Tantos recuerdos de su juventud, de sus años juntos, de sus besos, de sus caricias, de sus secretos, de todo lo que implicaba haber estado en la piel del otro, respirar su aire y haberse hecho uno sólo.

La estrechó con más fuerza, rogando por regresar en el tiempo sin nada por lo cual cambiar. Él sabía que Mimi estaba hecha para el exterior, para salir y conocer el mundo; con tantos planes que la precedían y con tantas metas que buscaban ser cumplidas.

Nunca se hubiese perdonado el privarla de eso.

―Si pudieras ser egoísta por una vez… ―Susurró Mimi contra su piel. Él cerró los ojos ante las vibraciones que emitían sus palabras contra sí―, ¿me habrías dicho que me quedara…, aquella vez?

Él se alejó un poco de ella, permitiéndose los ojos caramelos y cristalinos de Mimi.

―No, no lo haría ―Respondió sin titubear. Sonrió ligeramente al percibir los ojos tristes de Mimi y acercó sus labios a los de ella, besándolos dulcemente y a vez, haciéndolos tan suyos.

Ella no opuso resistencia. ¿Cómo hacerlo? Cuando Yamato la besaba, ella parecía olvidarse de todo, todos. Sólo podía pensar en lo bien que se sentía con sus besos, con sus labios, con su sabor.

―Porque ya fui egoísta al aceptar tus clases de baile… ―Susurró él, haciendo una pausa de los besos, pero sin despegar demasiado sus labios ni permitir que sus ojos se abrieran―; y asistir a todas las condenadas reuniones que hacías para los ensayos… Fui egoísta al bailar contigo aún cuando sabía que tenías un novio a kilómetros de ti y lo fui al aceptar beber contigo… Egoísta fui al drogarme a tu lado y permitir que todo haya sucedido…

Ella lo miró con sorpresa y el pigmento rojizo tiñó sus mejillas, haciéndolo sonreír un poco más a él. Eran pocas las ocasiones en las que él podía colorearlas, como si el rubor de una adolescente fuese.

―¿Ya pudiste recordar todo lo sucedido ayer? ―Preguntó Yamato, pero Mimi sólo pudo abrir la boca para intentar formular una respuesta que no llegó. Él volvió a besarla, casi con desesperación y ella gimió en su boca. Tantos deseos suspendidos en el aire y una historia que no pudo ser fue el sabor que tiñó sus labios. Tanta melancolía. Quizá fue por eso que Yamato se animó a pronunciar―. Quédate ahora... Conmigo...

El teléfono de Mimi comenzó a sonar, advirtiendo una llamada. Él la soltó con cierta reticencia y ella se escapó de él sin desearlo. Sus ojos no se apartaron del otro, aún cuando ella tenía el teléfono en la mano y una respuesta en la punta de la lengua.

Finalmente, Mimi bajó su mirar hasta la pantalla y leyó el nombre de Wallace. Su presente y su futuro se debatían con su nombre. Yamato era el nombre del pasado y allí era donde debía quedarse, ¿no?

¿No?

―Ésta madrugada dejaremos el hotel…, Wallace… ―Suspiró―, él tiene asuntos pendientes con su empresa… ―Yamato asintió sin decir nada. Miró el suelo y el volver al agua le supo tentador―. Lo que has hecho hace años lo consideré egoísta. No tenías derecho a decidir por mí, pero igual lo hiciste.

―Lo lamento... ―Ella sonrió ante sus palabras y caminó hacia él.

―La próxima vez, será mi turno ―Finalizó para tomar sus cosas y marcharse de allí.


23 de Junio 20:00hs.

Escucharlo hablar con esos hombres de traje la ponía de nervios. Prefería mirar a las demás mesas a ver qué había de interesante. El que la mayoría fueran felices parejas cenando, le golpeaba el orgullo demasiado profundo, así que con rabia, llevó su copa de vino tinto a los labios y bebió casi hasta al fondo. Sentía el calor subiendo por ella, hirviéndole aún más la sangre.

Estúpido Wallace que no podía sólo visitarla porque deseaba verla.

Rodó los ojos cuando las risas de los caballeros en su mesa subieron de tono. Wallace podía ser todo un príncipe azul, la encantaba con detalles y podía decirle los halagos más preciosos, con esa picardía suya. Lo amaba, por supuesto; pero era una verdadera lástima que tuviese que compartir trono en el corazón del norteamericano con los benditos inversionistas de su empresa.

Wallace Borton regresó a Japón de su viaje de negocios y la sorprendió con su presencia en el Destined Hotel. La culpabilidad de haberle sido infiel duró el tiempo que creyó que su retorno se debía a ella.

―Unos empresarios japoneses me invitaron a cenar precisamente en éste hotel ―Dijo con emoción Wallace mientras se anudaba la corbata frente al espejo del cuarto. Mimi, que había estado poniéndose sus pendientes de perlas, emocionada por tener una cena romántica con su novio, frenó todo movimiento al oírle hablar. Se giró a verlo como si acabara de dirigirse a ella en algún idioma desconocido―. Así que me dije a mí mismo: «Qué suerte la mía. Mi princesa se hospeda en el mismo hotel».

Él se giró para sonreírle, recibiendo un intento fallido por parte de Mimi. Las ganas de llorar regresaron, pero no por culpa o cargo de consciencia; sino porque aquel sentimiento de saberse tan lejana y desconocida, la abrumaba.

Y allí estaban, en el lujoso restaurante al aire libre que contaba el hotel de los Ichijouji, compartiendo una cena entre siete personas a las que todas le parecían completos extraños. Y eso incluía a Wallace Borton.

―Nos alegra que su empresa de tejidos nos dé luz verde para firmar el contrato, Señor Borton ―Habló uno de los viejos hombres presentes en la mesa, recibiendo asentimientos a su alrededor―. Estoy seguro que su esposa y usted tendrán un gran avance con la compañía. Nos espera una prospera relación comercial.

El comentario incomodó tanto a Wallace como a Mimi, pero enseguida una sonrisa se hizo ver en el Borton.

―De hecho, Señor Kawahira, Mimi y yo aún no estamos casados ―Aquella acotación borró la simpatía en los rostros de los hombres presentes, como si lo que acabara de decir fuese algún tipo de blasfemia. El rubio sudó frío, pero enseguida rodeó con su brazo a Mimi, trayéndola a él―; pero eso cambiará en diciembre. Estamos emocionados por la boda y por supuesto, están todos invitados.

La gracia de todos opacó la sorpresa de Mimi, intentando comprender lo que acabó sucediendo. Miró a Wallace pero sólo recibió hombros elevados, como diciéndole que no tenía de otra.

Suficiente, se dijo. Se puso de pie con fuerza, consiguiendo un sepulcral silencio mientras todas las miradas se centraban en ella. Wallace tenía una sonrisa a punto de caerse al ver su rostro molesto, pero ella no vaciló.

―Si me disculpan, iré a tomar aire y aguardaré a que la invitación a mi propia boda llegue ―Tomó la copa de vino y se la bebió toda de un trago. Depositó la cola del cristal contra la mesa con demasiada fuerza y con una sonrisa irónica, miró a los hombres estupefactos―. Caballeros...

Sin más, se retiró de aquel lugar, con la cabeza palpitándole y las mejillas ardiendo de calor. Sus ojos se cristalizaban y sentía como si tuviese vidrios atascados en su garganta, siendo la clara señal que tenían sus lágrimas para decirle que ya no podía continuar acallando lo que en ella se moría por salir.

―¡Mimi! ―La voz de Wallace sólo empeoró los fallidos intentos de su autocontrol. Las lágrimas comenzaron a caer y sus pasos no hicieron más que acelerarse― ¡Espera, Meems!

―¡Suéltame, Wallace! ¡No hay nada que hablar! ―Bramó Mimi cuando sintió la mano de su novio sujetando su muñeca, consiguiendo que se detuviera.

―¡Déjame explicarte! ―Rogó― Tú no sabes todo lo que he sacrificado para llegar a donde estoy. Necesito conseguir que estos hombres firmen para…

―¡Deja de ponerlos de excusa, Wallace! ―Cortó Mimi, molesta. Ya no le interesaba llorar frente a él. Estaba cansada de guardarse las cosas por tanto tiempo― No me hables como si fuese una niña que no entiende lo que haces.

―¡Entonces, compréndeme!

―Lo intento, Wallace, pero ¿qué hay de mí? ―Él negó con la cabeza, como si no creyera lo que estuviera oyendo―. ¿Te has preguntado cómo me he sentido todo éste tiempo? ¡Tú sólo tienes tiempo para ellos, para tu empresa y ¿dónde quedo yo, eh?!

―Mimi, si es por la boda…

―¡No! Maldición, Wallace… ¿Qué no entiendes? No se trata de algo nuevo, es algo que venimos arrastrando desde hace años…

Él se pasó las manos por el cabello, incapaz de razonar con ella. Mimi se mordió el labio y bajó la mirada.

―Wallace... Tengo que confesarte algo...


24 de Junio - 04:40hs.

No había podido conciliar el sueño durante toda la noche, pensando en Mimi, recordando sus años junto a ella y preguntándose qué hubiese sucedido si ella no hubiese dejado Japón hace tantos años atrás. Miró la hora y suspiró. No iba a dormir más; era ridículo obligarse a ello cuando era consciente que perdería. Yamato prefirió sólo colocarse los audífonos y darle play a su tracklist favorita.

Mirando la hora, recordó las palabras de Mimi, anunciándole su partida junto a Wallace, de regreso a tierra americana. Ya debió de haberse marchado y pensar en eso, lo hacía sentirse tan miserable. Taichi notó aquella decepción en sus ojos aquella noche; Tai no era tan tonto como le gustaría que fuera en algunas ocasiones. Lo conocía y era consciente de que el Ishida le ocultaba cosas; mas lo que mejor sabía el Yagami era que esas cosas tenían mucho que ver con ella.

Se puso de pié con toda intención de arreglar sus pertenencias. Ese día regresaría a su casa y ya que el sueño se hacía del rogar, le resultó entretenida la idea de ordenar sus ropas de regreso a la maleta. Tomó sus playeras y las encimó con sus camisas perfectamente dobladas. El aroma a la lavandería se desprendía de ellas casi con cualquier movimiento. Aspiró un poco y dejó salir un suspiro, un poco frustrado, un poco cansado.

El sonido de algo golpeándose contra el suelo lo hizo mirar a sus pies, hallando un bonito brazalete de perlas blancas. Frunció el ceño tratando de dar con la razón por la que se encontraba entre sus cosas y al instante de tomarlo entre sus dedos, fue consciente de que aquella pieza era propiedad de Mimi Tachikawa.

Lo recordó en su muñeca, tintineándo con cada movimiento de sus manos. La había reconocido, era su brazalete, el que usó en la boda de su hermano. ¿Como llegó entre sus cosas? Y darse cuenta que eran sus prendas de boda, las mismas que se entremezclaron con las de Mimi al ser recogidas por las mujeres de limpieza, lo hizo esbozar una pequeña sonrisa. Quizá sea lo único que lleve de ella, además de los recuerdos de su noche juntos.

Cerró en su palma el brazalete y lo estrujó con cierta fuerza, sintiendo como las esferas se defendían contra su carne, lastimándolo al mismo tiempo.

Una sonrisa irónica se formó en sus labios.

No tenía mucho que hacer en esas cuatro paredes contemplando un recuerdo que debía mantenerse así: en el pasado. Aquella aventura sin memoria que vivió con Mimi fue sólo una despedida definitiva de todo lo que llegó a vivir con ella.

Quiera aceptarlo o no, él deseaba que hubiese otra manera, otro camino por que las cosas entre ambos haya sido otra historia.

Salió del cuarto cargando sólo su toalla. Necesitaba del agua en esos momentos. Nadar siempre lo ayudaba a encontrar calma si las respuestas no querían hacer acto de presencia. Él no quería soluciones… Sólo deseaba tranquilidad.

Aunque en su interior reinara el caos.


24 de Junio - 05:37hs.

La oscuridad llenaba las esquinas del salón de la piscina cubierta. Había calma y quietud y eso lo reconfortaba. Se pasó las manos por el cabello, amagando tranquilizarse a sí mismo sin mucho resultado. El movimiento del agua, que sí mismo creaba con cada brazada, no era suficiente para aminorar lo que dentro suyo se debatía, continuó nadando.

Tenía en la mente a Mimi; tenía grabado en la retina sus ojos tristes y en sus labios, su sabor. Quería mentirse diciéndose que aquella aventura fue la despedida que no se pudieron dar hace años, cuando habían terminado su relación para que ella pueda abandonar Japón y persiguiera sus sueños en el extranjero… Quería mentirse, pero era tan malo en esa materia, que ni él mismo se creía.

No sabía por qué había ido a la terraza la tarde anterior. O quizá sí, pero no se atrevía a decírselo a sí mismo, temiendo que la culpa vuelva a arrastrarlo.

Recostó los codos fuera del agua, en el piso de arenilla que contaba el borde de ésta. Cerró los ojos y permitió que el sonido del agua calmara su alma, su mente y todo su ser.

Y la pregunta que le había hecho Mimi volvió a retumbar en su cabeza: «Si pudieras ser egoísta por una vez…, ¿me habrías dicho que me quedara…, aquella vez?»

Fue sincero y dijo que no lo haría; él no le hubiese pedido quedarse en aquel tiempo…; sin embargo, lo hizo esa tarde, le había pedido que se quedara con él, sin obtener respuesta.

Se sentía como un idiota. No; era un idiota.

Cuando la puerta del cuarto se abrió, irrumpiendo ligeramente la calma que la piscina vacía de personas, él dio un respingo por la sorpresa, dirigiendo sus ojos hasta la entrada y apreciando la figura femenina ingresando por ella.

―¿Qué haces aquí? ―Preguntó él, intentando sonar duro sin conseguirlo. Podía leerse dolor en sus ojos y su voz no simulaba nada distinto. Ella sonrió un poco, feliz de poder ver lo que provocaba su presencia en Yamato.

No le respondió enseguida. Ella avanzó hacia donde estaba él, permitiendo que su bata de baño se ondee conforme su grácil caminar marcaba. Él no podía dejar de observarla, intentando comprender por qué Mimi estaba allí, intentando decirse que era un simple espejismo aunque muy en lo profundo, su acelerado palpitar, le dijera lo contrario. Llegó hasta él y se deshizo de la bata de baño, dejándolo caer al suelo como si no tuviese sentido alguno el llevarlo puesto, enseñándole el conjunto de bikini celeste que a él tanto le gustaba ver en ella. Yamato agradecía que el cuarto estuviese a oscuras, porque no toleraría ninguna broma suya a causa de su sonrojado rostro. Aquel bikini lo estaba tentando a pecar y ya tenía suficientes remordimientos.

―Sólo vine a nadar ―Su sonrisa juguetona lo puso tenso y a pesar de eso, él no se movió de su sitio; sólo cuando ella se arrodilló delante suyo y metió sus pies de a poco, él le brindó algo de espacio.

―No son horas de andar por aquí.

―¿Lo dice la persona que nada fuera de horario? ―Inquirió ella, sin apartar la mirada de la suya.

Él no respondió nada más. Era una tarea difícil con Mimi; ella siempre encontraría la manera de sobreponerse a sus palabras, de darle la vuelta a las cosas y acabar como ganadora. Siempre. Era su don.

Estuvieron observándose casi por un minuto, sin decir nada más. Contemplarse era lo único que servía en esos momentos, como si estuviesen pensando en su siguiente movimiento.

―¿Me dejarás entrar? ―Preguntó Mimi y él lo pensó un segundo para alejarse un poco más. Ella sonrió y se dejó caer al agua.

Él no se movió de su sitio. Ella no se acercó a él. Permanecieron allí, quietos y con el agua acariciándoles al ritmo que ésta marcaba.

―¿Por qué no estás con él ahora? ―La voz de Yamato se escuchaba molesta, a pesar de haberlo dicho en un susurro.

―Porque estoy aquí contigo ―Respondió como si fuese lo más obvio del mundo. Él frunció el ceño sin ganas de bromear y ella sonrió con gusto por verlo enojado.

―No estoy jugando, Mimi.

―Ese es tú problema ―Susurró ella, acortando la distancia entre ambos. Él no se apartó, sólo la vio hacerse con su espacio propio; si era sincero, él era capaz de entregarle todo sin poner resistencia. Verla allí, sólo fundamentaba la debilidad que él tenía hacia ella―. Te he dicho que sería yo quien decidiera por ambos y que me concedería el título de egoísta. No me importa, ¿sabes? ―Posó su diestra sobre el pecho de Yamato, allí donde su corazón bombeaba a mil por hora. La vio sonreír por lo bajo―. Se lo conté a Wallace… No pareció muy sorprendido. Esperaba un poco más de drama, como en las novelas. ¿Sabes qué dolió más? ―Él no dijo nada, pero su mirada la alentaba a hablar― Wallace no dudó en abordar el avión de regreso a Nueva York; lo iba a hacer con o sin mí.

―Un golpe al orgullo ―Susurró él y ella asintió. El índice de Mimi comenzó a trazar espirales sobre su pecho y su tacto era todo lo que necesitaba para convertir el agua tibia en caliente.

―Me encerré en el cuarto desde que él se fue y pensé en lo que quería hacer… Me dije: «Ser buena persona no sirve de mucho; sólo consigues que se olviden de ti y te dejen atrás».

Ella separó su mano del pecho del hombre y llevó a ambas a su propia nuca. El Ishida no comprendió su acción hasta ver como las correas del sostén de Mimi se aflojaron y entonces las manos de ella viajaron ahora tras su espalda. Su sonrisa felina lo atormentaba.

―No eres una mala persona, Mimi… ―Titubeó al decirlo, estando pendiente en las correas del sostén del bikini.

―Tienes razón; no soy mala persona…, pero sí soy complicada y no soy perfecta aunque tengo un gran corazón. Me pierdo, me busco y encuentro…, me entrego por completo, no por la mitad. ¿Sabes por qué fallamos en el pasado? ―Preguntó de pronto. Él enarcó una ceja simplemente― Porque fui tu media amiga y tú casi amor…; no quiero serlo más, Yamato: es todo o nada y no me gustan los términos medios… ¿Qué me dices? ¿Tomas mi oferta o no?

Él sonrió de costado al oírla hablar de esa manera. Mimi tenía en claro lo que quería y ponía los puntos donde debían ir. Era directa cuando quería algo y ella lo quería a él.

El temor de Yamato fue real cuando ella se deshizo finalmente del sostén de su bikini y se lo enseñó. Su rostro se tornó en un llameante color carmesí que no conoció precedentes y aunque tratara de mirarla a los ojos, los volúmenes que acariciaba el agua y ocultaba sutilmente, lo llamaban.

―¿Cómo esperas que lo considere…, si tú…, estás..., así...? ―Apartó la mirada y ella echó a reír con ganas.

Lo siguiente que sintió Yamato fue que el sontén acabó contra sus ojos, siendo vendados por ellos.

―Qué descortés de mi parte… ―Susurró contra los labios de él―, ¿ahora puedes pensar mejor?

La piel de Ishida se tornó caliente y su respiración errática al sentir los pezones duros de Mimi contra su pecho plano.

―M..., Mimi…

―No me has respondido, Yama ―Dijo ella―; ¿aceptas mi oferta o no?

Él se llevó la mano a la venda improvisada que tenía sobre los ojos y se lo quitó para mirarla. La oscuridad reinante no era suficiente como para ocultar la expectativa que tenía Mimi en sus ojos, como la emoción en sus labios.

Él aproximó sus manos hasta su cintura y no lo pensó demasiado cuando sus labios buscaron los de ella en un beso desesperado, ansiado por ser saciado. Ella enredó sus brazos en su cuello y apegó su pecho desnudo al de él. Las emociones, incontrolables torrentes corriendo en ambos, luchaban contra su propio autocontrol sin que ellos quisieran hacer demasiado esfuerzo por apaciguarlos. Ella dio un pequeño gruñido cuando él la arrinconó contra la pared de la piscina y sus finas piernas apresaron la cintura de Yamato, pudiendo sentir el deseo de ambos incrementándose con cada beso, con cada caricia.

―Mi... Mimi ―Interrumpió el beso Yamato, recibiendo una mirada ceñuda por parte de ella―, no quiero hacerlo aquí.

―Dios, Yamato... Suenas a niña virgen ―Volvió a atraerlo hacia ella y ahogó las quejas del rubio con sus labios. Él no se hizo del rogar y fue deslizando la parte baja del traje de baño de Mimi.

Luces desde el exterior, linternas vigilantes, los hizo detenerse y mirar por sobre sus espaldas, descubriendo que eso de la guardia nocturna era verdad. Yamato tomó a Mimi para zambullirse dentro del agua, antes de que los descubrieran. Había un tinte a deja vú que los hacía sonreír internamente, recordando su despertar del día anterior cuando la borrachera y la lujuria se mezclaron. Una aventura sin nombre que sólo les sirvió para recordar qué era lo que querían.

Mal o bien..., egoístas o no, de algo estaban seguros. Eso de hacer retrospectiva y tratar de recordar los sucesos pasados, les sirvió de mucho más.

Ambos salieron del agua. Ella con la bata encima, mientras en su mano llevaba su bikini mojada. Él, tomando su toalla en una mano, mientras la otra jalaba a Mimi fuera del cuarto, rumbo a su cama y lo que sería su historia a partir de ése día.

Hay veces en las que buscando una cosa, acabas por hallar algo más y aquel era el mejor consuelo que un par de egoístas tenían.


Fin :D

Lamento tanto la tardanza. Retomé las clases en la facultad y no tengo tiempo para nada más ;w; Espero que les haya gustado y si no, háganmelo saber :DD

Besis~