Disclaimer: Todos los personajes pertenecen a Rumiko Takahashi.
A favor de la campaña con voz y voto, porque agregar a favoritos y no dejar review es como manosearme una teta y salir corriendo.
Advertencia: Alto contenido erótico, menores y personas en desacuerdo abstenerse de leer.
Capitulo corregido por Danperjaz.
Plumas negras
"Como una mariposa hipnotizada
en tus llamas."
Como una mariposa hipnotizada, Rin dejaba de ser ella misma cuando observaba el caminar del profesor Sesshōmaru. Su sola e imponente presencia la hacía sentir insípida, demasiado inferior a la belleza que él lograba proyectar. Porque, era sabido que las miradas del profesor, estaban inyectadas de fuego. Un fuego dorado y abrasador, como llamas que ansiaban devorar todo de ella. Tan diminuta.
… …
No era muy extraño que a menudo la joven castaña despertara en su cama, empapada en sudor, con los latidos de su corazón erráticos, con inmensos deseos de convertirse en la suave tela que la envolvía y poder al fin satisfacer sus más bajos deseos. Los deseos oscuros y ocultos que sólo podía expresar o revivir en sueños.
Sus sueños la atormentaban y torturaban siguiendo cada paso que ella daba. Inmiscuyéndose en los pensamientos que deseaba mantener calmados, pero nada podía hacer cuando sus fantasmas tomaban forma de carne y hueso, cometiendo el atrevimiento de toparse con ella en cada esquina en la que doblaba o lugar que quisiera frecuentar. Estaban en el colegio, en la cafetería, en la biblioteca, en su propia casa, y lo peor de todo, era el terror en el que se veía inmersa al saber que cada noche, ellos se colarían en sus sueños con el único propósito de abusar de ella, de violar su frágil mente y destrozar su cordura en una lenta agonía tan dolorosa como placentera.
Era normal, agobiante también, pero era, de cierto modo, liberador sentir tanto dolor que le recordaba su sinsentido de vida, porque al menos en el dolor, ella podía sentir algo real.
Y como ya había sucedido en las veces anteriores, quería volverse parte de la tela que la cubría, quería ser tan suave para satisfacer la ansiedad de tacto humano que la consumía. Quería volverse como el aire, ser inmortal en cada movimiento y poder gozar así de las caricias que podría provocar en los cuerpos de los mortales.
Se sentía cansada. Quizás, por el sueño, tal vez de la vida que llevaba adelante con mucho esfuerzo. De cualquier modo, cuando despertaba, sus extremidades se percibían sin fuerzas, lánguidas, como pesos muertos que debía arrastrar, porque ¿para que usaría los brazos si no tenía a quien abrazar? Y… ¿Para qué eran útiles las piernas si no podía enrollarlas en la cintura de nadie? Nunca sería capaz de abrazar, ni de acariciar otra piel, porque estaba destinada a temer lo desconocido, porque no había podido gozar de aquello que tanto ansiaba. Era una marca que tenía grabada en el cuerpo, como un tatuaje, y nunca se le borraría, aunque lo intentara.
Una vez más, cerró sus ojos para dejarse ir, para que su deseo de volver al mismo sueño, se hiciera realidad, para acabar de sufrir con mucha impotencia.
… …
Ella sabía que las miradas curiosas estaban detrás de su espalda, lo sentía en cada exhalación incómoda que su cuerpo proporcionaba, en las espinas clavadas en la piel de su nuca, era como una molesta presencia que no podría quitarse de encima jamás. Porque, era de su total conocimiento, desde hacía bastante tiempo, que en las mañanas, cuando se dirigía caminando al colegio, vistiendo ese ridículo uniforme gris que la hacía ver invisible en la presencia de los profesores, los vecinos se preocupaban por verla pálida, por saber que estaba sola, y ella los odiaba tanto, tanto por sentir la más diminuta necesidad de molestarse por ella, de gastar un minuto de su tiempo en observarla, porque ansiaba ser invisible. Dejar de sentir esa paranoia que nunca le permitiría gozar por completo de la compañía de algún amigo, porque los amigos deseaban abrazar, y ella sentía tanto miedo de los abrazos, como el mismo miedo que ciertas personas les tiene a las serpientes, pues ella veía el verdadero veneno en lo más peligroso: en los hombres.
Sentirse bajo las miradas de aquellos que conocían su historia, era ya un trámite al que se veía obligada todas las mañanas, aunque eso no lo hacía menos molesto. Era un verdadero estorbo para el esfuerzo que ella invertía en tratar de simular tranquilidad. Sólo debía dar pasos, caminar hasta llegar a su destino, y no era nada fácil. El colegio se veía tan lejos todas las mañanas. En cambio, cuando regresaba, se sentía tan cerca de su residencia, tanto que ella no quería llegar. Nunca.
A dos cuadras de distancia del establecimiento, era parte de su rutina que se detuviera a esperar a su compañera Sango. Esa traviesa y alocada compañera suya que le daba un toque diferente a su gris realidad. Era diferente por sus palabras sin mencionar la obvia personalidad que poseía. Contrastaba tanto con ella, porque una era tan extrovertida en cuanto la otra era callada, silenciosa y los ojos siempre se mantenían ocultos.
Sonrió en soledad, observando a la nada al recordar las veces en que un profesor las castigó a ambas por hablar en hora de clases, y sólo eran palabras que no podían ser pronunciadas por ella, pero jamás había podido abandonar a su amiga en los castigos.
—Quisiera saber el motivo de esa sonrisa extraña —la voz jovial de su acompañante, la sacó de sus pensamientos. Se acercaba con una sonrisa aún más extensa en sus labios de la que mantenía Rin en su rostro, pues esta parecía más, forzada a permanecer allí.
La aludida bajó la mirada, escondiéndola para evitar que sus ojos fueran captados en su propia nube de cavilaciones. Se mantuvo inerte, sujetando la mochila en el hombro derecho, mientras su amiga la tenía sujeta del brazo izquierdo. Ambas tendían a comportarse como si fueran pareja, sin importar lo que dijeran los demás. Después de todo, era jóvenes para comportarse como tal.
—Espero que el profesor de física esté ausente hoy. No quiero saber sobre la nota deplorable que seguramente me he ganado —comentó Sango distraídamente sin dejar de observar el azul del cielo, sin molestarse en notar el rojo del semáforo. Era parte de sus actividades diarias que Rin la guiara hasta el colegio, y ella sería la fiel seguidora ciega.
Los automóviles detuvieron su avance. Momento en que las jóvenes tomaron provecho para atravesar la calle. Una miraba al frente, mientras la otra distraída, se dedicaba a observar los colores de los coches sin prestar oídos a la voz de su amiga.
—¿Cuánto tiempo crees que me tomará ahorrar para comprar un coche? — preguntó girando el rostro para observar con atención los ojos claros de una Rin que no había terminado de formular sus palabras. Ésta le respondió con una ceja en alto, una vez que estuvieron de pie en la vereda de enfrente.
—Creí que hablábamos sobre tu preocupación en las notas que recibirás —no había reproche en su voz, es más, parecía que le costaba pronunciar muchas palabras en una sola oración.
Sango levantó las dos cejas sin saber exactamente qué responder, con la boca abierta dejándose ver en evidencia.
—¿Decías algo?
Rin negó sin tener intención de molestarse ya en intentar una conversación normal. No era necesario simular para sentirse tranquila, pero a veces tenía la sensación de que a los demás no les resultaba más fácil de lo difícil que le parecía a ella disfrazar sus emociones hasta un punto en que nadie notara la oscuridad que, infinita, traspasaba su alma.
—Lo siento. Por favor continúa.
Su amiga se veía realmente apenada, pero ese no era el motivo con la inmensidad de importancia que Rin buscaba para hacer de sus labios sonidos o susurros de consuelo. No quiso continuar. Lo único que Sango obtuvo fue un movimiento negativo de cabeza, y con un suspiro atragantado en la garganta, uno lleno de arrepentimiento y de pena, volvió a enredar su brazo en el izquierdo de la joven de mirada triste, arrastrándola a la escuela, o a un lugar donde podía intentar dejar de pensar.
El recorrido fue relativamente corto, y el silencio las envolvió a ambas, en los pensamientos que mantenían respectivamente en la intimidad que una mente de labios sellados podía otorgar.
El levantamiento de la imponente estructura ante ella le recordó a Rin, la postura cargada de poder que una persona poseía cuando ingresaba al salón de clases atrayendo con su caminar las miradas de atención de cada adolescente como si solo contuvieran una caja de hormonas en alerta de ebullición, como si su profesor insinuara todo el tiempo que se le antojaba tener sexo con alguna de ellas.
"Que tontas."
Si supieran que él no sería capaz de rebajarse tanto, que no era de sus prioridades ni de su más diminuto interés el perder el tiempo en situaciones tan banales, en actividades mundanas que no anticipaban más que un placer pasajero, un momento de pasión efímero. Él estaba más preocupado por temas de real importancia, por conservar la alta categoría de su mirada, y no se prestaría a un sexo primitivo con cualquier mujer. Rin estaba segura de que él buscaba alguien especial, una que cumpliera sus expectativas y pudiera hacerle el amor todas las noches porque sería su mujer, la única que tuviera el derecho de recibir ese trato.
Una punzada de celos la atravesó cuando un suspiro suyo fue absorbido por el aire. Una punzada de dolor al imaginar una escena de erotismo máximo, de roces incitantes al placer carnal, y de gemidos de labios atrapados bajo una cortina de cabello plateado.
Con las manos presas en puños, reconoció que era absurdo el modo en que reaccionaba a tales pensamientos, y su propia persona se extrañó de saber que estaba pensando con la más clara y nítida idea de posesión sobre alguien que casi no recordaba su nombre. Eso dolía tanto.
—¿Te encuentras bien, linda? —la voz de Sango resonó en su cabeza, produciendo el efecto de ecos a sus oídos. ¿Bien? Ciertamente, se hallaba un poco mareada, asustada también, pues la inquietante ansiedad que se expandía en su vientre le producía molestos nervios como calambres expandiéndose por sus venas, avanzando a una velocidad luz por su cuerpo al completo, internándose en sus mejillas como cuello en forma de un furioso sonrojo. Era el efecto que causaba la idea de saber que en unos insípidos minutos vería a su profesor Sesshōmaru. Su nombre se escuchaba tan sensual, y en su mente, ella lo pronunció en un tortuoso gemido.
"Sesshōmaru."
—Rin —insistió una vez más su amiga mientras tironeaba de su brazo para atraer su atención, y ella no hacía más que observarla con los labios formando una línea, la garganta seca y una incomodidad creciente al saberse bajo una mirada inquisidora. Bajó el rostro escondiendo sus ojos debajo del flequillo y asintió con la cabeza.
—Pareces nerviosa.
¿Por qué todas las amigas debían ser tan curiosas? ¿O sólo era Sango?
Mordiéndose el labio inferior, con la intención de calmar un poco de su inquietud, levantó el rostro, la observó para sonreírle en una mueca forzada y volver a asentir. No pareció ser suficientemente sincera para su compañera, pero bastó para que dejara de lado su curiosidad y diera paso a la compresión. Dejó de insistir.
—Bien —pronunció en un hondo bostezo—. Vayamos adentro, no quiero llegar tarde.
Se acomodó el cordón de la mochila sobre el hombro antes de avanzar sin dejar de tirar del brazo de Rin, aunque eso fuera una acción innecesaria, pues hoy, en el momento en que ingresara a la escuela, y como sucedía todos los días, ella no pensaría en desear que la clase culminara.
… …
Habían pasado sólo dos minutos desde que habían ingresado al salón, y lo que Rin podía notar de su alrededor era el hecho de verse rodeada de voces mezcladas y constantes de las jóvenes que, invitadas por los rumores que se expandían en la institución, insistían en mover sus turnos al mismo que ella compartía con pocos hombres adolescentes y su amiga Sango. Era molesto observar el impacto que ocasionaba la personalidad del profesor, y ridículo que muchas mujeres se dejen seducir por una remota idea de poder gozar de ese hombre cuando en realidad no podrían hacer más que verlo impartir las clases.
"¿Las llamas ridículas a ellas, Rin?"
Oh. Esa voz pesada que se dedicaba a fastidiarla había despertado tarde aquel día; sin embargo, se encontraba presente para, como era su costumbre, interferir en sus pensamientos. Detestaba ser consiente de como su misma personalidad se dividía en dos para, muchas veces, discutir consigo misma. Se podía decir todas las palabras que sus labios rosados no podían evocar.
Sí. Ella también resultaba ser un tanto ridícula.
Aunque el sonido ensordecedor de susurros y murmullos no cesó, los oídos de Rin captaron pasos secos que se acercaban a la puerta del aula. No supo distinguir qué sonido resultaba ser de mayor magnitud, si el de los pasos que pronto mostrarían al que los producían, o el de los latidos frenéticos que su corazón desbocado causaba en su pecho, que le provocaba inmensos deseos de huir, de esconderse de sus propios miedos, como también, existían anhelos de permanecer quieta en su lugar, inerte en el pupitre que la contenía, para evitar ser vista de un modo muy vergonzoso cuando notaran el brillo que asomaba a sus ojos claros en el momento en que estos fueran regalados con la visión de Sesshōmaru. Porque ella sabía, aunque no lo viera, que sus orbes se llenaban de luz cada vez que lo sentía llegar, o lo cruzaba en un pasillo, y sus mejillas se teñían de rojo si escuchaba la fría voz que podían contener muchas emociones, muchas ideas que llenaban su mente de imágenes propensas a lo prohibido. Ella estaba tan fascinada por él, de su olor y su cuerpo.
Nunca se lo había comentado a nadie más que a su propio diario, que una vez le fue otorgada la ocasión de observar sin ser vista. Había podido gozar de contemplar la figura desnuda de su profesor. Desde entonces, no era posible quitar de su memoria la piel nívea que se extendía bajo la humedad del agua que recorría su cuerpo, la misma agua que ella odió con todo su ser porque esta sí podía tocarlo, podía sentir la caricia de la temperatura corporal bajo ella. No obstante, la misma visión del agua le otorgaba un peso enigmático a la imagen, un brillo tan encantador como tentador. Hacía que ella quisiera tocarlo, hasta lamer cada parte de su cuerpo, cada gota que se burlaba de ella en la acción de resbalar sobre la espalda ancha en un lento y tortuoso recorrido. ¡Dichosas gotas!
"Promiscua".
Esa voz se reía de ella otra vez, pero tenía razón, demasiada, porque de pronto, sentía su rostro caliente y sus labios secos. Estaba dejándose llevar por imágenes que no existían más que en sus pensamientos. Era una pervertida en toda la palabra.
Si estuviera en soledad protegida por la privacidad de su habitación, reiría como una demente, mas este no era el caso, y la prueba de ello era que las conversaciones a su alrededor cesaron cuando la masculina figura alta del profesor ingresó al curso, y su corazón también dejó de latir por un segundo; permaneciendo en total silencio al sincronizarse con el pausado caminar de su profesor. ¿Por qué debía ser tan hermoso?
"¿Por qué tiene que hipnotizarme con su innata belleza y su obstinada personalidad?"
Sesshōmaru se detuvo frente a la clase, observando con ojos inexpresivos la fila de nuevos alumnos para, luego de analizarlos, girar en dirección al escritorio que usaba habitualmente. Se inclinó sobre el en la acción de depositar sus pertenencias en la superficie, permitiendo sin saber, que las jóvenes suspiraran de excitación al contemplar la larga cortina de cabello plateado que daba un toque místico a su rostro. Un suspiro en conjunto donde también se hallaba el de Rin, el mismo que él capto al levantar la mirada de improviso para hallarla frente a su presencia.
Los ojos ámbares se estrecharon cuando la reconocieron mientras los de ella se llenaban de sorpresa, y dejó que su ser se sintiera empequeñecer. Hoy podía arrepentirse de ser tan obvia y haber elegido la opción de situarse a un metro de distancia de él. Pero no pudo evitar la idea, la tentación de saberse la única que podría llamar su atención, porque el profesor podía ocultarlo, simular no recordar y aun así ella sabría que él estaba al pendiente de su actuar, de sus ojos claros como traviesos que no podían perder detalle de cada acción que su Sesshōmaru realizara.
Aquello quería arrancarle una tímida y pequeña sonrisa de satisfacción, aun ante la mirada dorada.
"Mi Sesshōmaru".
Con la misma parsimonia que poseía diariamente se incorporó de su sitio, como si no la hubiese visto. Rodeó el escritorio y tomó asiento tras este, tomándose un par de segundos para acomodarse antes de prestarse a dictar los nombres de la lista que se encontraba ante él. Un poco del cabello plateado cayó sobre el rostro, y en un gesto lento de la mano, lo quitó de su campo de visión mientras que en el proceso rosaba parte de la tela de su camisa blanca, aunque solo fuera esa porción que cubría su cuello.
Rin pensaba que en el día actual, el color del saco gris como el de la corbata, favorecía demasiado a que el color de los ojos dorados resaltara. Sin mencionar lo obvio sobre los finos y pulcros rasgos que marcaban su rostro. Y no consideraba normal creer que la nariz de él era adorable.
En un suspiro suave, apartó los ojos para evitar que notaran su entusiasmo en cuanto a observarlo se tratara, y buscó algún punto vacío en el cual centrar su atención.
—¡Kuro! —rugió la potente voz del profesor. De inmediato llamó la atención de quien más ansiaba pasar desapercibido. Pero irremediablemente había dejado de verlo, de escuchar las voces exteriores y por lo tanto de concentrarse en la acción que cometía Sesshōmaru de tomar lista todos los días. Y la vergüenza la llenó como el sonrojo que cubrió sus mejillas cuando se vio presa de un par de ojos cargados de fuego, enojados.
—Le agradecería que por favor dejara de soñar con ilusiones típicas de adolescentes, al menos en mi clase.
Ni siquiera fue necesario separar tanto los exquisitos labios para pronunciar esas palabras ofensivas.
"¿Adolescente?"
Él bajó la vista para continuar en su tarea mientras ella sentía un aguijón de rabia apuñalar sus emociones. No sólo por vergüenza o el hecho de sentirse ridícula, sino por comprobar una vez más que no era alguien de real importancia en su vida, nada más era considerada una joven de la extensa lista que conformaban las mujeres fascinadas por él.
"Como si realmente fuera una sorpresa".
Y Rin deseó con todo su ser que las horas se movieran rápidas, que lo días se sucedieran de manera más acelerada, que el año acabara para que esa agonía de verlo todos los días terminara. Quería dejar de verse envuelta en su aura de mortandad de ilusiones, o correría el grave riesgo de caer rendida a sus pies como al borde de la razón.
… …
¿Cómo podía ser posible? ¡Un absurdo sucedido ante su presencia! Una de sus nuevas e intelectuales compañeras se atrevió a sonreírle con coquetería a Sesshōmaru, y él ¡se sonrojó! ¿Cómo sucedió eso? ¡Maldición! Él no pudo haberse sonrojado. Y lo más grave de la situación era que, aunque molesta, a ella se le antojara tocar esa piel colorida que prometía una alta temperatura en su cuerpo. Quería conocer más de él porque el verlo sonrojado e incómodo en ese traje pesado, lo convertía en un mortal que se hallaba a su alcance, en un ser que si podía exponerse a los sentidos humanos. ¡Si solo pudiera lamer cada porción de su piel! Pensar que eso podría cumplirse era una idea tan descabellada como el mismo hecho de solo imaginárselo en pleno acto sexual con una adolescente… ¿acto sexual? ¡Oh, no!
"Rin. Rin… calma tu caliente mente, niña". —Se burló esa molesta voz de su conciencia alocada, siniestra, y susurró mordazmente al final: — "Alguien podría darse cuenta de lo que piensas."
Hasta podía escuchar el sonido de esa lengua chasqueando en una boca invisible.
Gruñó internamente cuando reconoció que lo que escuchaba en su cabeza, era la más sencilla verdad sobre su carácter escondido. Resultaba muy pesado que su propia razón fuera engañada y acabara siempre pensando en lo que ansiaba dejar de lado. Las jóvenes normales y decentes no pensarían en las mismas cosas que ella. Estaba segura de que su amiga Sango no lo haría.
—Es tan atractivo y hermoso. ¡Me encanta! —la risueña voz de una colegiala ubicada un par de metros adelante y sentada en el mismo césped que ella, resonó a su alrededor irrumpiendo en los pensamientos de varias personas que se hallaban intentando crear una amena conversación en los pocos minutos de receso que les quedaba.
—Y no olvidemos lo sexi que lo hizo ver ese sonrojo —respondió la compañera que se encontraba a su lado recostada en el suelo, en una ronda de cinco jóvenes—. ¿Cuánto apuestan a que puedo conseguir una sonrisa coqueta de él —propuso mientras sus cejas se alzaban en un gesto de seguridad y sus labios sonreían—, o hasta algo más?
Oírlas provocó que Rin se retractara de lo que había pensado anteriormente sobre las modalidades correctas de una mujer, y se propuso marcharse de allí porque no era de su agrado ser testigo de cómo difamaban la imagen de alguien a quien apreciaba. Pero al parecer, la mala suerte la acompañaba aquel día porque en el momento exacto en que se incorporó de su lugar, el hermano de su amiga se acercó a ella con una tímida sonrisa adornando su grácil rostro.
—¿Puedo acompañarte? —la duda plasmada en su voz evitó que Rin tuviera la fortaleza para rechazar su oferta.
—Claro —realizó un gesto de obviedad con los hombros y volvió a sentarse de cuclillas en el mismo sitio—. ¿Cómo estás? —dijo mientras buscaba deshacerse del incesante e incómodo nerviosismo naciente en la acción de reubicar la posición de su mochila negra que se situaba quieta a su lado.
—Bien, es obvio que la clase de historia agota un poco a cualquiera, pero ha sido suficiente salir al sol para despejarme del sueño —las palabras fueron pronunciadas rápidas, quizás demasiadas en un intento de fingir tranquilidad, y la forzada sonrisa que le siguió no produjo más que Rin quisiera alejarse de inmediato de él porque su propia mente empezaba a gritarle que tenía miedo.
"Es un iluso. Piensa que podrías interesarte en él y su aburrida vida donde no buscara más que usarte para agotar su precoz y sedienta bolsa de hormonas sexuales alocadas."
Eso le resultó tenebroso, y la asqueó saber que existía la posibilidad de que alguien como el joven hermano de su amiga, utilizara su recuerdo para masturbarse y gimiera su nombre cuando acabara eyaculando en su mano. Realmente asqueroso. Pero debía considerar también que la posibilidad de que su miedo era infundado, era tan latente como la anterior.
—Te ves linda hoy.
"Ilusa tú. ¡No!... Ese miedo no es infundado".
¿Linda? Decirle eso era la excusa más antigua que un hombre utilizaba para acercarse a una mujer, y lograr su cometido final. Aparentemente, su retorcida mente no era tan equivoca en sus pensamientos.
—He estado hablando con Sango y me comento que… últimamente no… te encuentras animada —"Indiscreta y bocazas Sango" —. Entonces se me ocurrió que podría… he… yo… —el que se trabara con las palabras no era bueno para ella—, quisiera saber si tu…
Su agobiante parloteo se vio frustrado cuando el frenar abrupto de un coche produjo un sonido ensordecedor. Suficiente para que Rin reconociera de quien se trataba y se pusiera de pie de un salto, emocionada por verse libre de su incómoda situación o también podría ser por saber de quien la esperaba en el interior del auto.
Giró con pena en su rostro a ver al joven que se mantuvo inerte pues no había gozado del tiempo necesario para reaccionar.
—Lo siento, Kohaku.
"Mentirosa".
Esta vez, no le pareció que esa voz irónica fuera molesta, porque sería hipócrita negar que le era agradable poder alejarse de ese lugar, y de las personas que se encontraban allí.
Se apresuró a recoger su bolsa sin molestarse en notar de qué parte la estaba tomando. Corrió al coche sin girar a observar la sorpresa plasmada en varios rostros, solo fue importante detenerse cuando se plantó ante el asiento del copiloto, y se vio obligada a contener el aire antes de dignarse a levantar los ojos una vez que la puerta fue movida.
El rostro impoluto y sereno de Sesshōmaru se presentó a su visión, sin molestarse aunque fuera en sólo mirarla. Su atención estaba puesta más allá de donde estaba parada Rin, detrás de su espalda. Esta movió sus ojos para descubrir que el centro de atención de su profesor se hallaba en Kohaku. Realmente sorprendente.
—Rin, nos vamos.
Cuando ella volvió a verlo, él estaba contemplando la circulación de la calle ante sí. Pero su voz dejaba muy en claro que estaba pendiente de cualquiera que fuese su reacción a la orden explicita en sus palabras.
Ella liberó el aire que mantuvo preso en sus pulmones sin darse cuenta, y se dispuso a subir al vehículo. Se encargó de asegurar el cinturón alrededor de su cuerpo antes de darle la oportunidad a él de que la reprendiera como era su costumbre. No quería que la tratara como una niña. Él no.
El recorrido sucedió en silencio. Unos escasos cinco minutos que Rin quiso llenar, por primera vez, con palabras. Pero estas acordaron no salir de su boca, y escaparon de su coordinación. Por eso, y por mantener intacta su dignidad se aseguró de mantener los labios sellados. Una acción que era ya conocida para ambos, y una rutina diaria que los envolvió con soltura.
… …
El ambiente podía notarse tenso desde que había ingresado al departamento de pertenencia masculina y la tensión había comenzado desde el momento en que sus ojos marrones claros se vieron cautivados por la imagen de un vestido rosa olvidado en el sofá de la sala. Podía asegurar que sus pobres ojos casi se salieron de sus orbitas, de la sorpresa y la indignación. Una combinación que no dejaba más que amargura a su paso.
Sesshōmaru actuó rápidamente ante la conmoción de ella. Depositó una mano sobre la espalda femenina, sin tomar en cuenta los impulsos emocionales como eléctricos que provocaba en el joven cuerpo, y la empujó hasta la mesa elegante que se encontraba en el comedor. Arrastrándola lejos de la zona peligrosa de su casa.
Y Rin se mantuvo silente, algo común, pero desconcertante porque él era uno de los pocos privilegiados que podían escuchar su melodiosa voz. Se había ganado su lugar desde el inicio de las clases de tutoría. Ahora, la veía cabizbaja escondiendo la mirada de sus ojos inquisidores, y la sensación de molestia era la misma para los dos.
¿Cómo comportarse normal, si había visto un vestido precioso arrojado en el sofá blanco de la sala de-su-profesor? Además, había gozado de suficiente tiempo para comprobar lo arrugado de la tela. Y era difícil evitar que un nudo negro se apoderara de su garganta, un agobiante y grueso nudo.
En un intento de respirar, un angustiado suspiro escapó de su boca, ruidoso y llamativo de atención. Todo lo contrario a lo que ella buscaba. No se sorprendía, pues casi nada podía suceder como lo deseaba, y todo con respecto a Sesshōmaru. Él la volvía nada.
—Cinco minutos —fueron las palabras secas de emociones que profirió él, sólo para obtener como respuesta una mirada confundida—. Es el tiempo del que dispone para terminar de analizar el texto y darme una respuesta concisa.
Ella arrugó la nariz. Tendía a realizar esa acción sin darse realmente cuenta, cuando estaba molesta por algo. ¿Por qué demonios el seguía resultándole brillante a pesar de las pocas consideraciones que tenía con ella? ¡Imbécil él!
Se encontraban inmersos en el silencio antes de que él hablara. El peli plata con los brazos cruzados en un espera impaciente, de pie frente a ella que estaba sentada junto a la mesa de cristal, y sintiéndose tan pequeña como siempre ante la mirada dorada.
¿Qué debía analizar? ¡El texto! Ni siquiera había entendido la mitad de ello. Además, cuando el título no hacía más que burlarse de su situación, menos ganas poseía de querer entenderlo.
"¿Qué es el amor?"
Estaba sopesando seriamente la posibilidad de que él podría haberle dado esta tarea apropósito. Acaso… ¿la estaba exponiendo a la burla?
—Aún espero una respuesta —él no se movió de su lugar al hablar, manteniéndose tan controlado como podía hacerlo ante su presencia. Ella sabía. No podía estar imaginándolo. Él la examinaba con la mirada mucho más de lo que cualquiera podía hacerlo, significado de que no le era indiferente.
—No han pasado los cinco minutos...
—No —la interrumpió—, pero es obvio que no tiene interés en realizar la actividad que le he propuesto.
"Que perceptivo".
¡Desgraciada sarcástica! Pues claro, su afirmación era tan acertada como el azul del cielo.
—Lo siento —intentó decir una palabra más, pero su boca sólo se abrió en un sonido mudo, boqueando como un pez. Aunque odiaba mostrarse vulnerable ante otra persona, nada pudo hacer.
No pudo verlo ni tenía manera de comprobar lo que creía, pero si podía sentir los ojos ámbares recorriendo cada centímetro de ella. No le molestaba, ni le incomodaba porque ciertamente no le bastaba con que él solo observara. Una minúscula parte de sí, ansiaba comprobar la textura de la piel que él poseía, aquella que aun recordaba con precisión. Ella quería saber qué sucedería si los demás supieran que nadie más podía describir el cuerpo masculino con la misma exactitud que ella lo haría. Le agradaba saber que las compañeras de curso morirían de celos si conocieran que había gozado de contemplarlo desnudo. Sucedido por una casualidad, pero verdaderamente un acontecimiento exquisito para cualquier mujer, y los ojos de ésta.
Sus mejillas guardaron calor, y entendió que estaba expuesta a su mirada… Si tan siquiera él conociera sus pensamientos.
Estuvo a punto de sofocarse cuando levantó los ojos y efectivamente lo descubrió observándola. Se sintió como si hubiese descubierto las imágenes fugases que una y otra vez venían a su mente. Sintió vergüenza, y adrenalina, leve pero ahí estaba.
—Responda —exclamó con el ceño fruncido, como si realmente ella pudiera darle lo que buscaba. La estaba poniendo a prueba. Le encantaba hacerlo.
—Dígamelo usted —contestó en un sonido débil. Porque los deseos de hablar dejaron de atosigarla cuando ingresó al conocido lugar de trabajo y avistó esa ropa de mujer olvidada. No quería considerar que quizás, en realidad lo dejaron allí porque alguien deseaba tenerlo como un recuerdo.
Sesshōmaru descruzó los brazos, y escondió las manos en los bolsillos, con esa misma desesperante paciencia que lo caracterizaba. Despegó los labios finos que poseía con la intención de hablar. Claro que su intención de hacerlo podría cumplirse en el momento en que él quisiera o se le antojara satisfacer los oídos de su alumna con su voz.
Por un momento, las orbes doradas refulgieron cuando permanecieron por un minuto eterno observándola. La ponían nerviosa.
—El amor… —su voz se arrastró suave como terciopelo— es… —se detuvo cavilando algo, buscando palabras que usar, y cuando levantó una mano para acariciar su labio inferior con un dedo, Rin sintió el vuelco que su estómago sufrió al contemplarlo. Cada acción que él cometiera producía un efecto intenso en ella, era como un veneno oscuro que se expandía por sus venas, una sustancia que manchaba su sangre.
Quiso hablar, decir algo que calmara lo denso del aire, pero su lengua se volvió torpe y sus labios sólo pudieron liberar un poco de aire caliente. Se sintió tonta.
Entonces, Sesshōmaru volvió de su ensimismamiento, detuvo su acción y guardó nuevamente su mano. Parecía más centrado ahora.
—Según la teoría genética, el amor no se trata de algo más que impulsos provocados por el cuerpo… —explicó mirándola—… sólo es el deseo de satisfacerse en el acto carnal del sexo.
Esa palabra susurrada parecía incitarla a suspirar, a gemir. Se lo oía tan sensual.
Mientras hablaba, su cuerpo fue moviéndose lentamente en pasos alrededor de la mesa, hasta detenerse detrás de la adolescente, donde ella no lo podía ver, aunque si escuchar claramente. Su voz era como la seda, explicándole aquello que ella desconocía como temática, pues su vivencia aún era joven.
—Según la cerebral, se basa en ciertas sustancias que produce el cerebro, y estas al recorrer el cuerpo humano causa las sensaciones que dicen los enamorados nacen del corazón, cuando en realidad él no hace más que cumplir las órdenes de otro órgano.
"¿Entonces, todo lo que siento es a causa de un sistema que funciona dentro de mí?...Decepcionante".
—Además, especialistas afirman que estar enamorado es beneficioso para la salud… hmph.
Rin podía imaginar el gesto de soberbia en su rostro, con los labios formando una línea, los ojos cerrados pensando que lo dicho era ridículo, y verlo como si fuera real.
—El modo en que influencia en la salud —prosiguió—, es bastante favorable. Cuando un hombre enamorado es herido de gravedad, el amor que siente le da ánimos y esto hace que el cuerpo reciba señales positivas que lo obligan a recuperarse.
Ella escuchaba, no significaba que se sintiera bien escuchándolo decir lo que se creía era el amor. No. Lo interesante de aquello era oír su monótona voz.
—Muchos creen que el amor —su voz bajó varios decibeles, casi susurrando—, es una mera ilusión, sin mencionar que los religiosos lo toman como un don divino y que sólo debe prosperar bajo la bendición del matrimonio.
Lo escuchó moverse, dar un par de pasos. Su frágil corazón latió desbocado cuando vio los brazos masculinos extenderse a cada lado de ella hasta apoyar las manos en el cristal de la superficie. Estaba tan cerca que podía sentir las hebras plateadas acariciar una porción de su hombro y parte de su espalda. La sensación de una caricia de su cabello aun sobre la delgada tela de la camiseta escolar, le propiciaba latigazos eléctricos a sus huesos, eran nervios recorriendo cada fibra de su ser. Él la hacía temblar.
—¿Tu qué crees, Rin? —cuestionó en un tono bajo mientras sus labios se hallaban cerca de su oído derecho, y su respirar erizaba la piel de su nuca. Estaba mareando su conciencia y torturando su razón al llamarla por su nombre. Inevitablemente ella quería más.
—Una… ilusión, quizás —respondió con el poco aire que le quedaba en los pulmones, un poco asustada de quedarse seca y de que nunca más pudiera pronunciar palabras.
El cabello plateado se alejó de ella, señal de que él se estaba incorporando. Levantó los ojos para verlo de pie a su lado, escudriñándola.
—Ilusión —dijo, acariciando la palabra con su lengua filosa, sin verla realmente a ella en un principio, pero sus ojos brillaron excitados de pronto y Rin supo que la observaba—. ¿Tú crees?
La duda de si era una pregunta real o retórica, se plantó en ella. Optó por lo segundo para tener una excusa ante su silencio.
De repente, el profesor dobló una rodilla hincándose en el suelo para lograr quedar a la altura del rostro asombrado de ella, pues sus ojos chocolates se abrieron desmesurados al comprender que lo tenía relativamente cerca del alcance de sus dedos. Podría tocarlo.
"Atrévete".
¡No! No sería capaz de cometer tal estupidez. Si ella se atreviera, el riesgo de que la despidiera como alumna era tan palpable, y le daba pánico pensarlo.
—Dime, Rin —el rostro masculino se alzaba ladeado en busca de la conexión con las orbes de la joven entre tanto ella permanecía estática en su hipnótica mirada— ¿Esto es una ilusión?
Con tortuosa paciencia depositó su mano derecha sobre el frágil y pálido muslo que vibró ante su contacto frio. Esta vez, el corazón de ella se detuvo en el proceso acelerado de latir. ¡La estaba tocando! Sin darse cuenta, sus pequeños dedos se aferraron con un pedido de auxilio inaudible a los bordes de la silla que la sostenía. Podría caerse si no estuviera sentada. Y él siguió inerte con los dedos casi rozando porción de piel prohibida si subía un poco más su mano.
La piel de su muslo se erizó, y las yemas que ella sentía en su cuerpo, se estaban volviendo caliente en contraste a su contacto. Sintió que su corazón volvía a latir lentamente recordándole que aun debía respirar, que estaba viva. Sus parpados le pesaron, y en una onda expiración cerró los ojos. Debía calmarse. Se estaba mostrando débil, patética. No debía dejar que él notara la influencia que poseía sobre su cuerpo humano.
"Patética". Le susurró esa malvada voz. La odiaba tanto para hacerle ver sus errores.
"El jamás se fijaría en alguien como tú". Cierto, y dolía.
Volvió a abrir los ojos, y se encontró con la mirada ambarina… ¿arrepentida?
No pudo asegurarlo porque rápidamente él la apartó de su inspección, centrándose en el frio vidrio de la mesa con una molestia tan fácil de captar, haciendo que ella sólo aumentara su incertidumbre. Pero no le cuestionó nada, pues el movimiento de la mano alejándose de ella, llamó su atención recordándole la pregunta que había quedado en el aire y que ella no había respondido, aunque la sensación de vacío que la embargo cuando él impuso distancia estuvo a punto de distraerla.
—No —fue lo único coherente que pudo decir sin quitar la atención de los movimientos masculinos.
Sesshōmaru se hallaba de pie, buscando no observarla.
—¿Entonces, se retracta de su respuesta anterior? —había vuelto al trato formal.
Rin abrió la boca buscando no sofocarse y dijo:
—Sí —no podía decir más. Suficientes actividades por un día la habían dejado exhausta y con nulos deseos de expresarse. El silencio era el que siempre la comprendía mejor.
… …
Pequeñas gotas en el cristal del parabrisas le hicieron preguntarse si aquel día se cumpliría su más oculto deseo de nunca regresar a su casa, y no buscaba la muerte para lograrlo. Quizás, una tormenta cargada de truenos lograra hacer que el tráfico se atascara y los coches no obtuvieran salida a ningún lugar. Entonces, Sesshōmaru se vería obligado a regresar a su departamento con ella aún en su auto. No sería tan malo pasar un poco más de tiempo a su lado, a pesar del revuelto que se mantenía en su estómago. Pero no sucedería lo que pensaba, porque sólo se trataban de pequeñas gotas diminutas mojando el vidrio.
—¿Prefieres que te lleve a casa? —su voz cortó con cualquier pensamiento que ella podría tener.
¿A casa? ¿Se refería a la suya o a la de él?
—No. Hoy… —"se me antoja quedarme con usted". — debo ir con la… —¿Cómo llamarla?
—Entiendo.
Y ella agradecía enormemente que entendiera.
… …
Nunca fue de su agrado ni voluntad asistir con un profesional de la psicología, mucho menos cuando en esa oficina tan tétrica ella podía volverse un total recipiente de sentimientos neutros.
El cristal del ventanal que intentaba darle un toque celebre al espacio, no producía más que la luz del sol se filtrara hasta situarse sobre el frio piso y le daba contemplaciones de rutina consumidora de vitalidad. Rin odiaba la rutina gris que se apoderaba de esa oficina. Además, la mirada analítica y sombría de la doctora era un incentivo a hacer que cualquiera permaneciera en un total silencio sepulcral.
—¿Algo que quieras decirme, Rin?
Su voz se escuchaba más fría de la que poseía Sesshōmaru. Aunque esta mujer fuera de verdad hermosa, con sus lentes cuadrados y las uñas pulidas, sus ojos seguían mostrándose vacíos en su presencia. ¿Cómo se supone que podría ayudarla?
Negó con un movimiento de cabeza sin atreverse a mirarla. De pronto, el azul de la pared le parecía más interesante.
Escuchó lentos trazos sobre una libreta, rasgados que llamaron su atención. La miro esperando un día saber qué era lo que esa mujer anotaba allí con una lapicera azul. Le gustaba el color, aparentemente.
—Espero me cuentes sobre tus sueños.
No había notado que la psicóloga volvía a examinarla.
Aspiró una gran cantidad de aire pesado. Se había vuelto denso de pronto.
—Los… sueños vuelven a ser los mismos —mientras hablaba, sus orbes se volvieron vacías, sin brillo que los alumbrara—. Hoy he soñado con… Kohaku, el hermano de Sango, mi amiga, y…—tragó saliva antes de proseguir— cuando me lo cruce en la escuela… muchos… pensamientos atacaron mi mente. Pensamientos desagradables… no quiero volver a hablarle —sus últimas palabras surgieron doloridas, en una súplica.
La doctora, levantó una mano con el fin de acomodar sus lentes en la punta de su fina nariz.
—El que no quieras hablarle ahora, significa que le hablabas antes —supuso.
Los ojos chocolates, se movieron inquietos por la habitación, buscando que mirar en lugar de a esa mujer con apariencia de manipuladora.
—Rin, ¿has puesto en práctica lo que te he recomendado?
—¿El diario? —preguntó bajito.
—Sí, el diario —ella se escuchó resignada, como si estuviera cansada de ese caso largo que pretendía ser la situación de Rin, si ella no realizaba los consejos que recibía.
—No.
—Recuerda por favor que, creo que será una actividad productiva para ti, y te ayudara en tu retroceso en el habla. Lo vuelvo a recomendar. Tómalo en cuenta.
La paciente, sólo asintió sin escucharla realmente. Consideraba que eso del diario, demostraría que seguía siendo una niña asustada, justamente lo contrario de lo que ella quería proyectar.
—¿Qué me dices sobre tu profesor?
La pregunta cortó el aire como si lo hubiese hecho un cuchillo con el respirar de Rin. Le molestó que esa mujer hablara del tema como si fuese lo más normal. Se debatía terriblemente entre la posibilidad de que contarle había sido una mala idea, porque desde entonces, no dejaba de preguntar por él en cada consulta. Quería hacer que dejara de recordarle que nunca lo tendría como lo deseaba, para ella sola, sin esconderse del mundo.
—¿Qué quiere que le diga? —sinceramente, estaba contraatacando.
—¿Has tenido los mismos sueños que protagonizan otros, con él?
"¿Qué?" Hasta su propia enemiga interior se oía ofendida. ¿Cómo puede preguntarle tan descabellada idea como si se tratara del clima?
La joven la observaba con los ojos llenos de sorpresa y rabia. Era tan obvia. Y su mente parecía estar trabajando a una velocidad luz, buscando que responder, podían sentirse los errajes moviéndose con demasiada precisión en esa cabeza llena de secretos.
Rin dejó de verla directamente porque se sentía inferior a aquella mirada de piedra. Entonces, centró su atención en un par de plumas negras depositadas sobre el escritorio, plumas secas de aves hermosas muertas.
—¿Cómo podría?... —dijo mientras su tono se volvía de obviedad— si lo amo.
… …
Lo amaba. No importaba lo que dijera esa mujer, o las teorías que les diera el propio Sesshōmaru sobre el amor. En cualquier situación, o teoría, ella lo amaba.
¡Qué tonta! Quería reír de gracia, y reír como loca al recordar la cara llena de sorpresa de su analista cuando la escuchó. Al fin había podido ocasionar una emoción en ese rostro frío. Estaba alegre por ello.
Se abstuvo de reír como desquiciada porque una pareja caminó junto a ella, traspasando su lenta velocidad. Sin mencionar, la edad de la pareja de ancianos que logró sacarla de su ensimismamiento porque en realidad no caminaban muy deprisa. Ella caminaba lento.
Se detuvo bajo un árbol de sakura, aprovechando el momento para acomodar la mochila sobre su hombro, este ya estaba cansado pues la oficina de cierta mujer profesional se hallaba algo lejos de su casa. Una flor blanca que caía ante su rostro llamó su atención. El árbol estaba húmedo por la lluvia que había acontecido anteriormente. Aunque escasa, suficiente para esa pequeña planta. Notaba que debido a las gotas que aun la recorrían sobre su tronco, varias flores se habían desprendido acortando así su longitud de vida. Le daba pena observarlas porque le recordaba la vida de los humanos, tan frágiles e inconscientes como ese vegetal.
Se cuestionó de pronto lo que podría ocurrir si ella muriera en un lapso corto de tiempo, y si lo hiciera sin haberle dicho a su profesor lo que sentía por él. Sería terrible, y en donde sea que ella se encontrase luego de la muerte, se sentiría muy triste, desolada porque él nunca sabría sobre sus sentimientos.
¿Qué pasaría si le dijera lo que guardaba con tanto celo justo ahora? No tenía nada que perder. Además, era demasiado fácil elegir el cambio de instituto como que su amiga se fuera con ella, y si no pudiera hacerlo, Rin la visitaría siempre. Su tía, quien la cuidaba, no dejaría que perdiera la única firme amistad que poseía porque sabía que, aunque sus primos fueran amables, nadie la distraía ni alegraba como Sango.
Tomando una decisión, giró en redondo y caminó en dirección contraria, acelerando por momentos el paso, deteniéndose por otros mientras su mente no dejaba de pensar. ¿Qué le diría? Justo ahora esa molesta voz que la atosigaba siempre, se había quedado callada, al parecer, sin intenciones de darle una respuesta. La entendía, porque ¡Iba a hablar con Sesshōmaru! Le diría lo que sentía. ¡Qué horror! Sentía un miedo atroz apoderarse de ella, el mismo miedo que tensaba sus músculos, y el nerviosismo que la traspasaba hacia que se volviera torpe en su caminar como en su respiración.
Aún no había terminado de maquinar un plan cuando se descubrió ante la estructura inmensa donde se encontraba el departamento de su profesor. Se le cortaba la respiración por momentos. Pero debía conservarse valiente y atraer fortaleza. Ya había llegado hasta allí. Obligó a sus piernas a moverse y lo logró hasta verse en la recepción de dicho edificio.
La recepcionista la reconoció. Era fácil recordar una cara que acompañaba siempre al rostro hermoso de Sesshōmaru. Comprensible.
—Rin, hola —la saludó con una sincera sonrisa que logró ensanchar los labios de la más joven.
—Hola —contestó apenas.
—¿Buscas al señor Sesshōmaru?
Ella asintió, mordiendo su labio inferior. Estaba muy nerviosa.
—Allí lo tienes, subiendo al ascensor —dijo señalándole en la dirección que debía mirar.
Con precisada lentitud la sonrisa que antes plasmaba en su rostro, desapareció del mismo siendo reemplazada por la más pura y absoluta tristeza.
Sesshōmaru se encontraba frente al ascensor como lo había indicado la recepcionista, pero no estaba solo, es más, se encontraba acompañado de una mujer de la cual rodeaba su cintura con un brazo posesivo. Él estaba con una mujer. ¡Con una mujer!... no supo que le dolió más, si verlo abrazarla o contemplar cómo se acercaba hasta su oído para susurrarle con una sonrisa. ¡Él estaba sonriendo! Definitivamente, algo se rompió en el interior de Rin. Algo se volvió amargo en su pecho y ascendió hasta su garganta. Un nudo se insertó en su lengua, uno que no podía quitar de allí.
—¿Estas bien, Rin?
No había notado que mantenía los labios fruncidos, y que lagrimas mojaron sus mejillas hasta que la voz de su acompañante la hizo girar el rostro produciendo que las lágrimas cayeran sobre su boca, humedeciendo sus labios rosados haciendo que probara el sabor salado.
No supo responder. Lo único que pudo hacer fue girar y salir corriendo del lugar, sin detenerse a pensar que en el vuelo podría caer. No fue consiente de la lluvia hasta que esta la empañó por completo e hizo que resbalara a pocos metros fuera del ingreso al edificio. Cayó sobre sus piernas y sintió un agudo dolor en un tobillo. No supo cual. No importaba, no era tan grande como el pinchazo de dolor que traspasaba su corazón. Ese inútil órgano que no era el que se enamoraba según su profesor. ¡Maldito Sesshōmaru! Si era igual que todos los hombres, si gastaba tiempo en placeres sexuales y banales. Si era humano como ella. No tenía nada de especial.
Lloró bajo la lluvia sin levantar el rostro y dejando que gemidos escaparan de su boca. Ahora, ya no podría hablar otra vez con nadie, ni siquiera con él. No quería.
Se sintió tan desamparada, tan sola.
El aire que consumía empezó a faltarle y sufrió demasiado frío sobre su piel. Estaba teniendo un ataque de pánico. Escuchaba voces lejanas hablarle pero no podía enfocar bien la vista. Siluetas se movían a su alrededor. Un hombre la cargó en brazos y la llevó con él. Podía saber que era un hombre porque su cuerpo era fuerte y la había cargado como una pluma.
Ya no sentía la lluvia golpear su rostro aunque si lo notada empapado por completo. Abrió los ojos con pesadez, y la respiración agitada. Reconoció la silueta de la joven recepcionista porque su cabello negro contrastaba con el gris del uniforme. Llevaba algo en mano, quizás su mochila. No le dio importancia. Dejó que la inconciencia la arrastrara de nuevo. Era tan difícil respirar.
Su cuerpo se percibía suave, y liviano. Se estaba desmayando. De pronto, volvió a sentirse elevada. Intentó captar algún sonido, mas era difícil. Un calor corporal la quiso consumir, muy cómodo, un perfume conocido la envolvió como sólo lo hacia el perfume de él. Y lo último que pudo escuchar fue una voz masculina preocupada:
—¡Rin! ¡Mi pequeña Rin!
-o-
-o-
Y son las cuatro de la madrugada, pero ya quería compensarlas porque siento que me he demorado, y ha sido porque se juntaron varias cosas que realizar.
No crean que me olvido de Rojo y Negro, ese lo tendrán muy pronto.
Este es un pequeño proyecto que debía a la hermosa y sensual Danper. Ustedes ya la conocen. Esto constara de apenas cuatro capítulos, hasta ahora. Pues he decidido dejarlo a disposición de ustedes.
Espero que también mi hermosa Millyh, note la participación que ha tenido ella aquí. (¡Sucia y sexi!)
Ahora sí, un beso enorme para cada uno.
Un placer. Dmonisa.