NA: ¡Hola! Aclaro que tengo pensado continuar este fic, pero al participar en un reto tendré que esperar a que éste finalice antes de volver a actualizar :)

En este fic Voldemort no existe y Draco y Hermione estudian su último año en Hogwarts.

Disclaimer: Todo lo que reconozcan le pertenece a JKR.

Aviso: Este fic participa en el Reto #5: "Dramione", del foro "Hogwarts a través de los años".

Longitud: 3582 palabras.


Capítulo 1: Condenados a no separarse.


—Maldito viejo chiflado —murmuró Draco, saliendo a grandes zancadas del despacho del director.

—Esto no hubiera pasado si tú y tus amigos no hubierais empezado todo —dijo una voz a sus espaldas.

—Cállate Potter —farfulló el rubio—. Andando Granger, tengo cosas que hacer.

Ella miró con resignación a sus amigos antes de darse la vuelta y seguir al Slytherin por el pasillo.

Debido a las constantes quejas de los profesores acerca de las peleas e interrupciones de clase por los seis alumnos, el director Dumbledore había decidido imponerles el peor de los castigos.

—Permaneceréis en parejas durante una semana, unidos por un hechizo fusionador que no os permitirá que os separéis de vuestro compañero a más de cinco metros. Uno de Gryffindor con uno de Slytherin. Será el azar el que decida dichas parejas. A ver si así sois capaces de empatizar un poco los unos con los otros —había dicho el anciano director con aburrimiento, dejándolos a todos boquiabiertos.

Hermione suspiró. La suerte había decidido que fuera ella quien tuviera que aguantar al más imbécil de los tres… A Malfoy. A Draco Malfoy. Un escalofrío le recorrió la columna vertebral ante tal pensamiento.
Harry había sido unido con Goyle y Ron con Crabbe, cuyos cerebros eran tan minúsculos que uno podía amoldarlos a su gusto en poco más de dos horas. Esos dos no habían nacido para liderar, sino para seguir a alguien y acatar órdenes. Ella apretó los labios, molesta. Seguro que a Harry y a Ron no les sería complicado lidiar con ellos.
Estaba sumida en un torbellino de autocompasión, lamentándose por haber sido la peor parada de sus amigos, cuando se dio cuenta de que tenía los cordones de su zapato derecho desatados, por lo que se agachó y empezó a atarlos.

—¡Maldita sea! —exclamó Malfoy unos pasos más adelante. Hermione levantó la vista justo cuando él parecía darse de bruces con una pared invisible.

Aunque fue capaz de reprimir la risa, no pudo evitar que la comisura de sus labios se levantaran a modo de media sonrisa.

—¿Qué te crees que haces? —espetó él, visiblemente molesto.

—Una poción multijugos —respondió ella, todavía sonriendo—. ¿A ti qué te parece?

—Borra esa estúpida sonrisa de la cara, Granger.

—No tengo constancia de que dentro del castigo haya una cláusula que diga que uno no se puede reír cuando el otro se de semejante porrazo —comentó, segura de sí misma. Terminó de atarse los cordones y se puso en pie, dispuesta a seguirlo—. ¿Dónde vamos?

Draco bufó mientras se ponían en marcha.

—Limítate a caminar, Granger —dijo con desprecio.

Unos pasos más atrás, Hermione volvió a sonreír.

—¡Joder!

El rubio se llevó las manos a la cara, dándose la vuelta para mirar qué había provocado que se parara de nuevo… Y lo que encontró no le gustó. Ella lo miraba cinco metros más allá, con malicia.

—¿Dónde vamos? —repitió, sabiéndose poderosa.

Draco tuvo que hacer acopio de todo su autocontrol para no matarla allí mismo. Una Sangre sucia como ella no tenía derecho siquiera a dirigirle la palabra, y ella se atrevía a exigirle una respuesta.
Él se quedó pensativo unos segundos, preguntándose si…
Se acercó con cuidado a la barrera que delimitaba los escasos metros que tenían de margen y, cuando la encontró, apoyó el hombro sobre ella, ejerciendo toda la fuerza de la que fue capaz.
Ésta pareció desplazarse, empujando por la espalda a la castaña y haciéndole avanzar en contra de su voluntad.

Había funcionado.

Ella trataba de oponer resistencia, pero la fuerza de aquella endeble muchacha no podía equipararse a la de un deportista como Draco.

—¡Vale! —terminó exclamando ella al fin, percatándose de que todos los que les rodeaban se quedaban mirando aquella extraña escenita.

Hermione frunció el ceño con enfado. Le acababa de descubrir sin querer que podría arrastrarla hasta donde quisiera, cuando quisiera. Y tenían que soportarse así de cerca una semana entera. Ella no tenía el control en ese aspecto y eso la ponía nerviosa.
Terminó aceptando que tendría que dar su brazo a torcer aquella vez, aunque eso no hizo que disminuyera su enfado consigo misma.

Caminaron en silencio, manteniendo las distancias todo lo que les era posible. Ella resopló un par de veces, ansiosa de llegar a donde fuera que se dirigiera Malfoy.
Cuando al fin pararon frente a una gran puerta de madera en las mazmorras y Draco llamó con los nudillos un par de veces, Hermione sintió cómo la curiosidad iba ganándole terreno a su sensación de fastidio.

El profesor Snape abrió unos segundos después, arqueando una ceja mientras miraba de arriba abajo a Hermione. Por lo visto no la esperaba a ella.

—Dumbledore nos ha castigado —se limitó a decir el rubio, entrando en el despacho del profesor.

Éste asintió, como si el anciano director ya le hubiera hablado anteriormente de sus intenciones con ambos tríos.

Hermione se sentó en una silla, al lado de Malfoy, y observó con sorpresa cómo él sacaba un trozo de pergamino y una pluma y se ponía a escribir lo que Snape iba diciendo.
El profesor hablaba sobre cantidades de ciertos ingredientes y distintas maneras de elaborar varias pociones que ella sabía que entraban en el temario de los EXTASIS… ¿Malfoy estaba tomando clases particulares con el profesor Snape? ¿Por qué le estaba ayudando a él y no a ella? ¿No sería más justo establecer un horario y un aula para que todos pudieran repasar aquella asignatura?
No pudo evitar abrir la boca desmesuradamente cuando Snape habló de un truco para la realización de la Poción Matalobos del cual ella no tenía constancia.

—¿Os importaría si yo también copio? —preguntó, visiblemente excitada.

Malfoy dejó de copiar y Snape de dictar, y ambos desviaron la mirada hacia ella con irritación.
El profesor abrió un cajón del escritorio, sacando un trozo de pergamino y dejándolo en la mesa con un golpe sordo. Luego, agitó la varita una vez y apareció una pluma larga y blanca ante sus narices. Hermione la cogió sin vacilar.

—Como iba diciendo…

Ambos salieron de aquel despacho una hora más tarde, Draco con la mirada fija al frente y Hermione más contenta que nunca. Se aferró a aquellas notas como si ya fueran su acreditación de haber superado los EXTASIS… Ese pergamino que sujetaba podía marcar la diferencia entre un simple "Supera las expectativas" y el maravilloso "Extraordinario" que tanto anhelaba.

—¿Desde cuándo te da Snape clases particulares? —preguntó ella, curiosa.

—Por injusto que te parezca, Granger, en Hogwarts hay quienes tenemos privilegios sobre los demás —respondió él, acelerando el paso al darse cuenta de que estaban caminando a la misma altura.

Ella ignoró su comentario, no sin cierta dificultad.

—Ahora tenemos clase juntos —comentó ella, recordando el horario que se había encargado de memorizar desde el inicio del curso.

—¿Y a dónde te crees que voy? —espetó él.

Hermione apretó los labios para no entrar en su juego… Pero le costaba horrores no responder a sus malas maneras.

Cuando llegaron a la clase de Herbología, los alumnos de la casa Gryffindor y Slytherin ya se encontraban entrando en el invernadero. Hermione buscó con la mirada a sus amigos y pudo divisarlos al final de la gran mesa central. Agradecida por poder reunirse con ellos de nuevo y olvidarse por un momento del inhumano castigo que les habían impuesto, se apresuró a caminar hacia ellos a toda prisa… Siendo ella la que aquella vez experimentara la sensación de darse contra un muro invisible en toda la cara.

Malfoy, que se había parado para escuchar los halagos y adulaciones de las chicas de su casa cuando lo vieron pasar, empezó a reírse malvadamente al darse cuenta de lo que había provocado, siendo copiado enseguida por Parkinson y compañía, que reían estúpidamente sin entender lo que había pasado realmente.

—Muévete —gruñó Hermione, viendo con rabia cómo avanzaba a pasos enanos sólo para fastidiarla.

—¡Por favor, pónganse alrededor de la mesa y presten atención! —había pedido la profesora Sprout con voz aguda.

Draco empujó de un codazo a un chico Gryffindor que se encontraba junto a Crabbe y se puso en su lugar, mientras Hermione estiraba los brazos para evitar darse otro porrazo mientras se acercaba a sus amigos, unos pasos más allá. Ambos parecían divertidos, como si no les resultase completamente horripilante el hecho de aguantar a esos dos pegados a ellos toda la semana. Hermione los miró, examinando sus rostros y pidiendo una explicación sin palabras.

—Crabbe y Goyle parecen dos gallinas sin cabeza cuando Malfoy no está cerca —comentó Ron con una sonrisa.

—Si fueran un poco más tenues podrían pasar perfectamente por dos fantasmas de Hogwarts —añadió Harry.

Hermione frunció el ceño mientras intentaba concentrarse en la lección de la profesora Sprout, pero el hecho de que ella fuera la que menos problemas diera y la que más castigo recibiera no le parecía nada justo.

Después de tener que estudiar con detenimiento una porción del tallo de un Lazo del Diablo para descubrir sus propiedades y características, la profesora mandó una redacción sobre las conclusiones que hubieran obtenido a lo largo de la clase, provocando el descontento de muchos de los allí presentes.

Hermione suspiró, despidiéndose de sus amigos y acercándose al Slytherin.

—Vamos a la biblioteca —dijo ella, esperando a su lado a que recogiera sus cosas.

—¿Tú nunca descansas, Granger? —preguntó él, irritado ante la perspectiva de tener que seguir estudiando.

—No cuando hay trabajo que hacer —respondió ella, zanjando el asunto.

Una vez en la biblioteca, Hermione obligó a Draco a seguirla a través de las estanterías en busca de material apropiado para documentarse mejor sobre aquella planta parecida a una tentácula venenosa, y así poder entregar una redacción decente… Pero él no tardo en quejarse al cabo de unos minutos.

—Por Merlín Granger, elige un maldito libro de una vez.

El hecho de que varias personas le mandaran a callar en siseos hizo que las orejas se les pusieran coloradas de repente. Se acercó a ella, arrebatándole de las manos los dos libros que sostenía y que llevaba mirando un buen rato. Echó una rápida ojeada a las portadas y guardó de nuevo el más pesado en el estante, devolviéndole el otro y haciendo un gesto con la mano para que lo siguiera hacia las mesas. Ignoró su ceño fruncido y se giró, divisando una libre, alejada de las demás, que parecía más que perfecta. Empezó a caminar hacia ella, asegurándose de vez en cuando por el rabillo del ojo que no se quedaba parada de nuevo. Llegó a la mesa y se sentó, sacando otro pergamino y punteando en él con la pluma mientras pensaba qué poner. Granger se sentó frente a él, abriendo el libro y empezando a ojearlo. Él decidió empezar escribiendo su nombre en la esquina superior derecha. Luego, siguió escribiendo un poco más abajo, haciendo una breve descripción de la planta en cuestión. Después de pasar varios minutos estrujándose los sesos para escribir un párrafo tan escueto, levantó la vista y comprobó con fastidio cómo ella ya llevaba redactada una carilla entera del pergamino.

—Eh —dijo él, llamando su atención—. Enséñame qué tienes.

—¿Perdón? —preguntó ella en un susurro.

—Que me dejes leer lo que has escrito —la instó por lo bajo.

Ella se quedó mirándolo unos segundos, preguntándose si estaría hablando en serio. Luego, desplazó el libro abierto con los dedos hacia él y dijo:

—Aquí viene toda la información que puedas necesitar. Cógelo, a mí ya no me hace falta.

Draco agarró el libro con tanta rabia que casi arranca un par de páginas en su arrebato. Ella le dedicó una severa mirada, frunciendo el ceño y apretando los labios, antes de volver a concentrarse en su redacción.
Él pasó varias páginas, leyendo algún que otro párrafo por encima en busca de información que pudiera serle útil, pero pronto se aburrió de perder el tiempo, por lo que cerró el libro de mala gana y se puso en pie.

—Levanta —le dijo, distrayéndola de nuevo—. Tengo que ir al baño.

—¿Qué? —dijo ella a modo de respuesta, con una expresión de horror reflejada en el rostro.

Él dio un par de pasos hacia la mesa, apoyando las manos en ella y acercándose a la Gryffindor.

—Que tengo que mear, Granger —respondió, mirándola fijamente a los ojos.

Ella se puso en pie rápidamente, recogiendo sus cosas y poniéndose rígida mientras evitaba mirarle a la cara. Draco hizo una mueca antes de volverse y dirigirse hacia la puerta, saliendo de la biblioteca y caminando hacia los baños más cercanos, que estaban un par de pasillos más allá. Cuando estuvieron frente a ellos, Draco se volvió hacia Granger.

—Vas a tener que entrar —dijo, abriendo la puerta.

Ella puso cara de espanto ante sus palabras, abriendo la boca para protestar pero volviendo a cerrarla al no ser capaz de articular palabra.

—Con cinco metros no llego ni a los lavabos —explicó, observando cómo las mejillas de la castaña empezaban a colorearse bajo sus pecas.

Apartó la vista bruscamente de ella y entró, sujetándole la puerta para comprobar que no se quedaba fuera. Caminó hacia uno de los aseos y cerró la puerta tras él, pero Hermione se había quedado demasiado atrás.

—Acércate un paso más —dijo él por encima del ruido de las cañerías.

Ella obedeció, y Draco pudo alcanzar el retrete.
Hermione nunca se había sentido tan pequeña entre cuatro paredes. Miraba a su alrededor, sintiendo los latidos de su corazón golpeando detrás de las orejas, siendo consciente por el ardor de sus mejillas que pronto empezaría a sentirse mareada. Alguien tiró de la cadena, y estaba segura de que no había sido Draco. Unos pocos metros más allá, un chico de su mismo curso que vestía la túnica amarilla salió del aseo y se quedó quieto cuando la vio allí plantada, más colorada que la cola de un escreguto.

—¿Qué haces aquí? Éste es el baño de los chicos —dijo, acercándose a ella.

Se oyó el ruido de otra cadena y Draco se apresuró a salir del aseo.

—Viene conmigo, imbécil —soltó, mirando de arriba abajo al muchacho, que, extrañado, se había dado prisa por salir de allí.

El rubio se acercó a los lavabos, abrió un grifo y se lavó las manos. Hermione se quedó mirando la enorme piscina que había a un lado, así como las duchas pegadas a la pared del fondo. No hizo ningún tipo de comentario, pero por cómo la miró Malfoy, supo que él tampoco se ducharía aquel día. Ambos salieron del baño sin mediar palabra, percatándose de que ya había empezado a oscurecer.

—Vayamos a cenar —dijo él, y Hermione asintió, sintiendo su estómago rugir.

Pero pronto se encontraron con la problemática de decidir en qué mesa sentarse. Draco dio por hecho que disfrutarían de la cena en su mesa, pero Hermione tenía algo que objetar.

—Ahí están Crabbe y Goyle —dijo, señalando en la dirección opuesta a la que se dirigía el rubio—. Si nos sentamos en tu mesa seré la única Gryffindor, en cambio tú no estarás solo si cenamos con los de mi casa.

Draco se lo pensó unos segundos antes de gruñir por lo bajo y cruzar el comedor tras ella. Hermione tuvo que pasar por debajo de la mesa para unirse a sus compañeros y sentarse frente a Malfoy, que ya se había sentado con sus amigos.

Cuando él y Hermione terminaron de cenar, Crabbe y Goyle todavía tenían su plato hasta arriba de comida. Ella se despidió con resignación de Ron y Harry y salió del gran comedor junto con Malfoy. Caminaban por el silencioso pasillo cuando una pregunta cruzó la mente de la castaña tan fugazmente como una Snitch.

—¿Dónde vamos a dormir? —consiguió pronunciar, en un susurro.

Él se quedó clavado en el suelo de repente, frunciendo el ceño y doblando los labios mientras intentaba encontrar una respuesta coherente para esa pregunta… Pero al no descubrir ninguna, le hizo un gesto con la cabeza a la chica y se apresuró a caminar por los pasadizos del colegio, que cada vez estaban más y más oscuros.

—¿Dónde se supone que vamos a dormir? —preguntó el rubio cuando el director les recibió en su despacho.

El anciano enlazó sus dedos sobre su regazo y se acomodó en el asiento, mirándolos a ambos intermitentemente por encima de sus gafas de media luna.

—Donde ustedes decidan —respondió con tranquilidad.

—Yo no pienso poner un pie en la sala común de Gryffindor —dijo Draco, sintiendo un escalofrío recorrer su columna vertebral—. Mucho menos dormir en el dormitorio de las chicas.

—A mí tampoco me apetece dormir rodeada de Slytherins —añadió la castaña.

El director dio un leve suspiro antes de incorporarse sobre el escritorio.

—Si he decidido imponeros este castigo es para que aprendáis a comunicaros entre ustedes, yo no pienso intervenir ahí… Tendréis que poneros de acuerdo.

Después de insistir un poco más, y tras comprender que no conseguirían hacerle entrar en razón, ambos abandonaron el despacho con la sensación de no haber sacado nada en claro.

—Podría preguntarle a Hagrid si podemos quedarnos a dormir en su cabaña… —propuso Hermione a la vez que pensaba otras alternativas.

Él la miró como si hubiera perdido el juicio.

—¿De verdad piensas que voy a dormir con ese salvaje cerca? De ninguna manera, a saber qué bichos guarda en el cajón de los calcetines.

—No veo otra opción —dijo ella, cruzándose de brazos.

—Dormiremos en las mazmorras —zanjó el rubio.

—Me niego en rotundo.

Él profirió un profundo suspiro, tratando de mantener la compostura.

—Escucha, en mi sala común mando yo. Nadie te pondrá un dedo encima, si es eso lo que temes.

Ella se quedó sopesando sus palabras un momento, sin llegar a convencerse.

—La sala común de Gryffindor es mucho más cálida y acogedora —dijo, como último recurso.

—No me convences, Granger —terció él, sonriendo ladeadamente ante su desesperado intento—. Tendrás que aprender a ser más persuasiva si quieres conseguirlo.

Ella le dedicó una mirada envenenada mientras intentaba asimilar que estaba a punto de pasar la noche en el refugio de las serpientes.

—Déjame coger mi pijama al menos.

—Bueno, vale —respondió él, sintiéndose generoso—. Pero no voy a entrar, así que a ver cómo lo haces.

Hermione caminó a grandes zancadas, completamente irritada con la situación que le había tocado aguantar, hasta llegar frente al cuadro de la señora Gorda.

—Tarta de calabaza —dijo ella, haciendo que éste se abriera y le dejara paso.

—¿Qué clase de contraseña es esa? —se preguntó Draco en voz alta.

Ella hizo oídos sordos a sus palabras mientras echaba un vistazo, desde fuera, al interior de su sala común.

—¡Padma!

La aludida se levantó del sofá, dejando el libro que estaba leyendo a un lado, y se asomó a la puerta, extrañada de ver a Hermione con Malfoy.

—¿Puedes bajarme mi pijama, por favor? —pidió ella, esperando que no hiciera ninguna pregunta al respecto.

Su compañera de habitación frunció el ceño, desconcertada, pero se alejó sin decir nada.

Hermione y Draco esperaron pacientemente, estirando todo lo posible los cinco metros, a que la muchacha regresara.

—Ya te lo explicaré —susurró ella cuando cogió su pijama y se alejó siguiendo al rubio.

—Lago negro —dijo Draco cuando llegaron a las mazmorras.

—¿Qué tipo de contraseña es esa? —repitió la castaña, haciendo una mueca.

—Cállate. Vamos.

Hermione siguió a Malfoy a través de su sala común, que era de todo menos bonita y acogedora. Sintió erizársele el vello de la nuca ante tanta penumbra y frío. Subieron las escaleras hasta los dormitorios, y para sorpresa de Hermione, Draco empezó a desnudarse.

—¿Qué haces? —exclamó ella, horrorizada.

Él se volvió lentamente, con el torso desnudo, y la miró con incredulidad.

—Hacerte un striptease no, Granger, tampoco te emociones —espetó.

—Menos mal —respondió ella, apartando la mirada hasta que él terminó de vestirse—. No mires.

Draco pareció sorprendido por lo que acababa de escuchar.

—Ni que tuviera interés en verte desnuda —dijo, dándole la espalda—. Ugh.

—Ya está —gruñó ella al cabo de un minuto, recogiendo su ropa del suelo.

Draco volvió a girarse, poniendo una expresión de espanto al encontrarse de pronto con aquel insulto al buen gusto.

—No tengo palabras —dijo al fin, deshaciendo su cama.

—¿Dónde duermo yo? —preguntó ella.

Draco hizo un gesto con la mano, abarcando el suelo.

—Tienes cinco metros cuadrados de suelo donde elegir.

Ella negó con la cabeza, tirando del brazo del rubio para evitar que se metiera en la cama.

—¡No me toques! —exclamó él, dando un tirón y soltándose de sus impuras manos.

—Abajo hay un sofá bastante grande, parece cómodo —se apresuró a decir—. Además de sillones.

Draco la miró con odio. ¿Cómo se atrevía a pedirle que durmiera en un sofá?

—Por favor… Yo he aceptado dormir en tu sala común.

Él se volvió y arrancó las mantas de su cama de un tirón, caminando hacia la puerta y saliendo por ella. Hermione le siguió mientras bajaba las escaleras y lo observó dejarse caer sobre el sofá, abarcándolo entero.
Ella no abrió la boca para quejarse y se sentó de buena gana en un mullido sillón mientras observaba cómo Draco se tapaba con la ropa de su cama.
Suspirando, ella extendió su propia ropa por sus piernas encogidas sobre el sillón y, luego, estiró su túnica, tratando de cubrir todo su cuerpo. Algo le decía que aquella noche pasaría frío.