Hola a todos. Vengo trayendo una nueva historia cargada de drama, romance y lágrimas por mi parte, porque sí, he llorado bastante al escribirlo D':

Éste fic está dedicado a mi queridísima Parabatai, Chia :3

Las características especificadas son las siguientes:

Pairing: Mimato, hijo. Yamakari (en el resumen entenderán)

Características: Pese a que Yamato se negaba, Hikari quería ser madre (Sí, lo que se habló en el grupo Yamakari). El embarazo es complicado porque Hikari es demasiado pequeña y el bebé grande. Yamato tiene que elegir entre uno y otro. Hikari no le va a perdonar que no eliga al bebé, así que el bebé es quien deciden salvar. Yamato, dada su experiencia con su padre y viviendo solo, va bien con el hijo, pero las noches y el trabajo empiezan a poderle. hikari empieza a aparecer por las noches y el bebé va a mejor, pero Yamato se da cuenta de que su hijo necesita una madre. No quiere que crezca sin conocer ese placer como él. Va buscando candidatas y para ello, pide ayuda a Mimi. Lo que no sabe es que la candidata la tiene delante hasta que la ve interactuar con su hijo.

Género: Romance/Hurt/confort


Disclaimer: Digimon no me pertenece.

Summary: Para ella, cuando las luciérnagas morían, se convertían en estrellas. Pero, ¿qué pasa si tu estrella muere?


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Capítulo 1:

«Elígela a ella»

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Mirar el cielo de noche siempre fue una afición suya. Desde pequeño le gustaba perderse de la realidad mientras contemplaba las estrellas, brillando sobre aquel manto oscuro. Casi imperceptible en la ciudad y a pesar de eso, él buscaba siempre levantar la mirada a lo que el infinito le llamaba.

Caló una vez más del cigarrillo y exhaló el humo de su interior. El fumar mientras miraba el cielo era uno de esos placeres personales que evocaba en su soledad, en la tranquilidad y cuando necesitaba reorganizar sus pensamientos.

Perdió la noción del tiempo que estaba empleando ya, pero sabía que pasó bastante, aun así, no daba con la respuesta a aquella inquietud abrumadora que le privaba del sueño. Era una sensación de ahogo que no podía externalizar, o, mejor dicho, no sabía cómo.

―¿Yamato? ―Dio un imperceptible respingo al oír su voz, somnolienta por supuesto y antes de girarse a mirarla, apagó el cigarrillo por la barandilla del balcón.

Oyó a la puerta vidriada correrse y sólo allí se volteó a mirarla. Una sonrisa nerviosa nació al inicio, pero cuando la apreció con los ojos aún semi-cerrados y fregándoselo con uno de sus puñitos, aflojó la tensión en sus hombros.

―¿Qué haces levantada? ―Se atrevió a cuestionar y la vio enarcando una ceja, sonriendo aún con la somnolencia impregnada en sus delicadas facciones. Caminó hasta él y apoyó su frente contra su pecho, era a lo máximo que ella podía aspirar a alcanzarlo.

No podía borrar la sonrisa de su rostro cuando ella hacía eso, actuando como la niña que ya no era, pero que él siempre recordaría. Sintió sus finos brazos rodearle la cintura y entonces, la castaña levantó su mirada hacia él.

―No quieras cambiar la perspectiva de las cosas, Yamato ―Leyó seriedad, pero también un deje de diversión en su voz. Esa mezcla que sólo ella podía pronunciar y darle gracia al asunto por su aspecto de niña aún.

―Deberías de tenerme más respeto… ―Comentó él acariciando sus finos y cortos cabellos―, soy tu mayor después de todo.

―Lo estás haciendo de nuevo ―Y allí iba su mohín de fingida molestia. Él no lo soportaba mucho y acababa besándola uno de sus cachetes inflados, escuchándola reír por lo bajo―. ¿Entonces…? ―Preguntó ella, una vez que él se alejó para mirarla a los ojos café. No quería hablar del asunto y prefería hacerse el desentendido y dar por sentado el tema. Era una pena que para la astuta mente de Hikari Yagami, ese tipo de jugadas no sirvieran de mucho―. No te hagas el tonto…, algo te preocupa.

―¿Por qué lo dices? ―Ella desfiló una sonrisa y señaló con su índice la prueba principal: su cigarrillo apagado y aun destilando un ligero hilo de humo.

―Sin mencionar que hueles a nicotina ―Se sonrojó tras su acusación, pues había prometido dejar de hacerlo. Ella no lo decía con malicia, pero sí con preocupación. Lo veía en sus ojos―. Has estado actuando raro últimamente.

―Debe de parecértelo nada más… ―Y huyó de su mirada. Ella era tan transparente, que era mejor escapar de sus ojos antes de que su transparencia termine por delatarte.

―¿Es por lo de…? ―Preguntó Hikari y él leyó culpa en su voz. Enseguida la miró y la apretó con un poco más de fuerza contra su cuerpo, consiguiendo su mirada café. La observó en silencio un segundo. Ella se sentía culpable y él un idiota.

La besó entonces, no en la mejilla, no en la frente. La besó en los labios, con dulzura y con deseo, degustando de sus labios finos y delicados, saboreando de ella y olvidándose de la niña de años atrás para besar a la mujer que a él le gustaba hacer el amor por las noches y acurrucarla en su cuerpo cuando hacía frío. A la mujer que compartía sus noches y sus días y era su compañera en los momentos más difíciles como en los sencillos. Y a la mujer que, en esos momentos, llevaba en su interior una pequeña parte de él.

Deshizo el beso sin desearlo y sonrió al verla sonrojada, con los labios hinchados levemente. Sus ojos estaban brillando un poco más, porque había lágrimas que amenazaban con derramarse y él temía que fuesen por su culpa. Se apresuró a hablar.

―No. No es por lo del bebé, Hikari… ―Y mentía, porque sí era por él. Yamato temía por ella, por el bebé que venía en camino y por sí mismo, porque había una parte muy profunda de sus pensamientos que le hacían temer por su rol como padre. Porque no quería cometer errores ni perjudicar a su familia. Él provenía de una cuna que parecía albergar sólo prejuicios y dolor.

Y a pesar de eso, ella lo miraba como si fuese el ser más perfecto que haya pisado la tierra.

Bajó sus anchas manos hasta el vientre de Hikari y sus ojos las acompañaron, centrándose en el lugar donde su hijo crecía con el correr de los segundos. «Mi hijo…» Pronunció en su mente y se sintió extraño. Desde que supo que iría a ser padre, trataba de pronunciar esas dos palabras, aunque sea en su mente, pero aún le sabían tan ajenas.

―Yamato, no tienes que fingir…, no conmigo ―La miró un poco dolido y encontró el mismo sentimiento en los ojos de su novia―. Es normal que tengas miedo, yo también lo tengo. No te juzgo ni espero que estés seguro de nada aún.

―Es que eres demasiado joven… ―Se atrevió a decir y era verdad. Diecinueve años apenas tenía Hikari y ya llevaba en su vientre un niño. Era muy joven y él era el culpable―. Taichi no estaba de acuerdo con esto, después de todo y―

―Taichi nunca estará de acuerdo a la primera, ni, aunque yo tenga cincuenta años ―Dijo con una sonrisa y eso lo tranquilizó un poco más―. Pero él no es el verdadero problema, ¿no es así?

El rubio se mordió el interior de su boca, porque ella leía a través de él. Dejó escapar un suspiro cansado.

―¿Cómo lo haces?

―¿Qué cosa? ―Preguntó fingiendo una voz inocente que lo hizo sonreír un poco. Ella atrajo su mirada antes de que él la apartara―. No eres muy difícil de leer.

―Tú comprendes fácilmente, en todo caso ―Y la de la sonrisa era ella. Hikari lo abrazó y él se encorvó un poco para abrazarla mejor―. No te culpo por tener miedo… Sólo…, sólo no te guardes tus miedos…

Si ella supiera que aquello era un mal hábito suyo. Cerró los ojos y la apretó un poco más contra él. Le gustaba sentir su pequeño cuerpo y a ella, que la estrujara así.

―¿Me contarías nuevamente la historia sobre Orihime y Hikoboshi?

Yamato no pudo contener una pequeña risa y se separó para mirarla con una ceja enarcada. Ella se encogió de hombros, sin borrar su sonrisa del rostro.

―¿Te refieres a Vega y Altair? ―Hikari frunció el ceño―. Son cuentos de estrellas solamente.

―Es mi favorito ―Y se separó de él, caminando hasta tener la barandilla del balcón contra su abdomen. Él la vio levantando su índice hacia el cielo―. ¿Son aquellas?

―En realidad, no podrás apreciarlas en la ciudad ―Se puso detrás de ella y tomó con su mano el brazo de Hikari para dirigirla hacia donde tendría que apreciarse a la estrella Vega―. Cuenta la leyenda que una princesa de excepcional belleza, llamada Orihime se enamoró de un pastor ―Movió un poco el brazo de la joven para señalizar la ubicación de Altair―, llamado Hikoboshi.

»Orihime era una magnífica tejedora, de allí su nombre. Ella era hija de Tentei, el Rey celestial, quien amaba a su hija y ponderaba su bello trabajo de tejer telas a orillas del río Amanogawa, la Vía Láctea, pero su trabajo era extenso, teniendo que trabajar de sol a sol, sin poder conocer a nadie de quien enamorarse.

»Tentei decidió entonces concretar el encuentro entre su hija e Hikoboshi, un pastor de estrellas. Al conocerse, ambos se enamoraron de inmediato y al poco tiempo, contrajeron matrimonio. Pero tras la boda, Orihime descuidó su trabajo, como Hikeboshi a su rebaño, cuyas estrellas se desperdigaron por todo el firmamento ―Dijo mientras puntualizaba las tantas estrellas que podían apreciar en el cielo―. Tentei, furioso ante aquel descuido por parte de ambos, los separó del cielo, dejando uno a cada lado del río Amanogawa.

»Desolada por la separación de su esposo, Orihime le imploró a su padre el permitirle volver a verlo. Las lágrimas de su hija conmovieron al rey, así que permitió que el séptimo día del séptimo mes lunar y, a través del puente que atravesaba el río Amanogawa, ambos puedan volver a verse.

Yamato bajó el brazo de Hikari, pero ninguno dejó de observar el cielo.

―¿Sabías que, cuando una luciérnaga muere, se convierte en estrella? ―Yamato sonrió con sus palabras y Hikari lo miró con su ceño fruncido―. No te rías, es verdad.

―¿De dónde sacas eso?

―De una película… ―Yamato la abrazó y puso su mentón sobre el hombro de la joven―. ¿Quieres oír mi teoría?

―Hasta tienes una teoría.

―Sí, es bastante buena.

Yamato rio por lo bajo.

―Oigamos tu teoría, entonces.

―Por cada estrella que hay el cielo, hay una luciérnaga en el mundo. Quizá vuelen buscando a su estrella favorita y sólo cuando mueren, pueden ir a encontrarla ―Ella ladeó su rostro para mirarlo con las cejas elevadas―. A que es buena.

Yamato no podía borrar su sonrisa del rostro y ella le dio una palmada en uno de los brazos que rodeaban su cintura.

―Entonces, es por eso que tienen luz propia y vuelan sin rumbo fijo, ¿es eso? ―Hikari asintió.

―Ellas iluminan la noche y tratan de encontrar a su estrella de esa manera. Es por eso que no hay luciérnagas en las ciudades…, porque las luces acaparan su brillo y las estrellas no podrán verlas.

Yamato la miraba mientras hablaba, observando el cielo y pronunciando esas palabras como si fuesen la pura verdad. De hecho, era la pura verdad para ella y él podría creer en todo lo que Hikari le dijera. Ella volvió a mirarlo. ―Si alguna vez tienes la necesidad de dudar de tu rol como padre…, entonces háblale de fantasías que hagan sonreír a nuestro hijo.

―Me pides demasiado, mujer. No soy creativo como tú que…, hasta tienes una teoría propia ―Ambos rieron y Hikari volvió darle una palmada a su brazo.

Ella no borró esa dulce sonrisa del rostro cuando el silencio volvió a reinar a su alrededor. Mirarla con esa sonrisa le provocaba un sonrojo infantil en sus mejillas.

―No te desacredites…, me gusta cuando me hablas de las constelaciones y de Orihime y Hikoboshi ―Se volvió hasta tenerlo delante y con sus manos, atrajo el rostro de Yamato hacia el suyo. Pegó su frente a la de él―. Te amará, Yamato; ya lo está haciendo en éstos momentos.

Él no pudo evitar sonreír un poco. Porque Hikari tenía es facilidad por serenar su alma, trayendo la calma a él. Ella congregaba todos sus miedos en un solo lugar para purgarlos con su luz.

Cerró los ojos y la abrazó con fuerza.

Si debía pedir un deseo ante alguna estrella o a alguna luciérnaga, sólo podía desear que Hikari nunca le faltara en su vida, porque era todo lo que él necesitaba para no perder su norte.


«¿Por qué todo parecía querer rehuir de él?»


Sostenía con fuerza la mano de Hikari, contemplando su rostro enrojecido por el esfuerzo. La médica sólo le pedía que pujara, mientras las enfermeras le indicaban cómo debía respirar. Yamato contemplaba con temor a su esposa, pues parecía que podría romperse en cualquier momento.

Sabía que el parto no era tarea fácil y el dolor experimentado durante éste no tenía comparación.

Oía a Hikari gritando a cada empuje que daba. Yamato la ayudaba con palabras que él consideraba de aliento, pero ya ni siquiera sabía lo que debía de hacer. Todo lo que había leído para ese momento parecía haber sido borrado de su memoria y sólo actuaba por instinto.

El parto se había adelantado demasiado. Tras siete meses y medio les tomó por sorpresa su hija que ya deseaba salir. No recordaba haber corrido tan rápido en toda su vida. Entre juntar la ropa de Hikari y la de la bebé, para ayudarla a llevarle al auto, podía sentir los segundos traqueteando en su cerebro.

Hikari había mantenido la calma, o tratando de hacerlo, durante todo el tiempo, desde que recibieron la noticia de que serían padres como durante los siete meses y medio que implicó la espera de su niña. Ella había elaborado un álbum de fotos captando cada momento de esos meses, con cada desvelada, cada comida extraña que se le antojaba comer, cada instante en el que veía su panza creciendo. Todo lo tenía registrado en fotos, en escritos, en la mente incluso.

Compraron ejemplares de paternidad y asistieron a profesionales que les instruyeran en todo lo relacionado a lo que estaban por experimentar. Fueron meses de preparación, de expectativa, de ansiedad… Pero no había manuales ni consejos que lo prepararan realmente para lo que se avecinaba.

―¡Vamos, Ishida-san, un puje más! ―Pedía la obstetra a los pies de Hikari, preparando para la llegada de su hija.

―¡Ya no…! ¡Ah! ―El rostro de Hikari se enrojeció aún más, si era posible. Yamato luchaba por no perder la paciencia ni la cordura al ver a su esposa en ese estado.

Pitidos en máquinas alertaron y una maldición se escapó de la boca de la obstetra.

Todo lo que Yamato recordaba de ese momento era ver cómo el color rojizo en el rostro de Hikari iba atenuándose hasta quedar casi pálida. El movimiento errático dentro de la sala no le alarmaron tanto como las palabras de Hikari.

―Por favor… Elígela a ella… ―La palidez llegó a él.

―Ishida-san, le pediremos que deje la sala, por favor ―Habló una de las enfermeras con tono firme y serio. Él la miró sin comprender y se debatía entre el rostro de su esposa y la de la enfermera.

―Pero, Hikari…

―El parto se ha complicado un poco. Por favor, retírese de la sala.

Se ha complicado un poco era una manera de camuflar las cosas. Como cuando intentas aminorar un hecho de gravedad con lindas palabras. Yamato lo sabía, no era un niño ni un idiota. Se negaba a salir, exigía respuestas cuando los nervios se le estaban crispando al ver a su esposa perdiendo color de a poco.

―Sufrió un desgarre al pujar ―Explicó la enfermera desde el umbral, mientras detrás suyo colocaban una mascarilla de oxígeno en Hikari―. Por favor, mantenga la calma y espere afuera. Le avisaremos cómo va todo.

―¡¿Ella estará bien?! ―Preguntó sin dejar de elevar la voz―. ¡¿Mi hija estará bien?!

Leyó culpa en los ojos de la mujer, pero la vio evocando un asentimiento con la cabeza.

―Haremos todo lo posible por salvarlas a ambas.

Sin otra palabra más, Yamato tenía frente a él la puerta cerrada y el alma por los suelos. Aún podía apreciar la pequeña y dulce sonrisa en Hikari le dedicó antes de entrar a la sala.

Él quería volver a ver esa sonrisa

Yamato conoció lo que era el verdadero miedo.


«Por favor… Elígela a ella…»


Uno nunca está preparado para decir adiós. Mucho menos cuando la historia parecía dar inicio.

Apretó los puños con fuerza al ver salir a la enfermera que le habló unos momentos atrás. Tanto él como los demás que yacían a la espera de la noticia, de alguna esperanza, se pusieron de pie.

La mujer no venía sola. Una incubadora la acompañaba. Yamato no sabía si avanzar o no. Estar cerca de aquella incubadora era estar cerca de la realidad y aún no estaba listo para eso. Aún yacía rememorando su noche de bodas y el rostro de Hikari infundado de blanco.

―Ishida-san ―Llamó la enfermera. Todos voltearon a verlo estático en su sitio, aguardando porque hiciera algo más.

¿Lo odiarían si dijera que su cuerpo parecía no pertenecerle en esos momentos? Pero así era. Su cuerpo, un costal inerte, no quería reaccionar a lo que tenía delante. ¿Cómo poder hacerlo? Si leía dos cosas en aquella escena.

Una noticia buena…

Y otra…

No.

Definitivamente, uno nunca estaba preparado para decir adiós.


Las palmadas de aliento y los cálidos apretones de mano nunca eran necesarios; no para él, al menos. Todos intentaban transmitir sus condolencias, pero él no quería eso.

Exhaló el humo de su boca y lo vio elevándose y perdiéndose con la brisa de invierno. El cielo yacía nublado, como todo a su alrededor. «Deja de mirar el cielo…» Se dijo con pena. Todo, maldita sea, todo le recordaban a ella.

Se desajustó la corbata negra que hacía juego con el traje del mismo color. El frío calaba en su interior, pero él prefería eso a tener que estar nuevamente dentro de aquella casa, la cual había trabajado tanto por comprar y poder vivir la vida de casado que siempre quiso..., junto a ella.

«¡Yamato, hagamos un muñeco de nieve!»

«Me encanta el invierno, ¿sabes?»

«Sí, porque tengo la excusa de que puedo abrazarte y tú no me gruñirás por eso…»

La veía tan nítida aún. Con esas sonrisas dulces y esa risa que parecía ser la melodía mejor compuesta. La podía apreciar enfundada en su abrigo rosa pálido, armando bolas de nieve y aún tenía ese tonto pensamiento que ella siempre parecía ir acorde al paisaje que tuviese detrás.

Escuchó pasos acercándose, pero no se molestó en mirar de quién se trataba. Tras los acontecimientos recientes, la lista de la personas que querrían acercarse a él en esos momentos, era bastante corta.

―Yamato… ―Exhaló humo cuando escuchó la voz de Mimi desde atrás. Sonaba trémula, algo muy extraño conociéndola―. Te estaban buscando.

―Lo dudo ―Respondió por lo bajo.

Un momento de silencio que era difícil de saber si lo mejor estaba en quebrarlo o no. Exhaló un suspiro y dejó caer las manos.

―Si esperas que vaya nuevamente adentro para recibir miradas de pena u odio, pierdes tu tiempo.

Taichi no deseaba verlo en esos momentos y aunque sus amigos no lo culpaban, tampoco estaban en las mejores condiciones para hablar de condolencias. Verse encerrado entre un montón de trajes negros y los sollozos tristes era todo lo que él no deseaba en esos momentos. Siempre rehuyó de ese tipo de situaciones y estaba seguro que más de uno lo estaban tachando de insensible y frívolo, pero él no quería ver la fotografía de su esposa junto a sus cenizas.

Él quería recordarla riendo y armando muñecos de nieve. Recostada en el césped en tardes de verano y abrazarse al recuerdo de su pequeño cuerpo a mitad de la noche.

Lo siguiente que escuchó fue a Mimi caminando hasta él y sentarse en los escalones que lo soportaban. La miró quitando una cajetilla de cigarrillos del interior de su chaqueta negra y su propio encendedor.

―En realidad, sólo vine bajo la excusa de buscarte. No podía permanecer por mucho más tiempo dentro… Ella no está allí ―Y la vio exhalando el mismo humo que él.

El blanco había cubierto tantas cosas a su alrededor. Techos, céspedes, aceras, árboles. Volvió a levantar la mirada hacia el cielo nublado. Ya nada sería igual, lo sabía. Él ya no podría ver la nieve como algo bueno…, ni el cielo como una afición suya.


La quietud en el cuarto parecía volverlo tan débil. El silencio y la oscuridad le sabían a veneno por primera vez. Los movimientos que empleaba, pequeños saltos acompasados, tenían la función de tranquilizar a su hija, siendo lo único que en esos momentos lo mantenían despierto.

Miró el rostro dormido de la pequeña bebé en sus brazos y el color amarillo pastel que adornaba sus ropitas le aguijonaban el pecho. Aún se sentía extraño cargándola. Mimi había dicho que no podía huir para siempre de la niña, que él era su padre y debía hacerse cargo.

Echó un suspiro de alivio. Hacer dormir a Hotaru no representaba mucho dilema, pero podía extenderse dependiendo el humor la niña.

Apreció la oscuridad del cielo por la rendija de tela en su ventana. Perdió la noción del tiempo. Siempre era así cuando llegaba la noche y su cita nocturna con el cielo se permitía. Pero esa noche no saldría al balcón como siempre hacía; de hecho, dejó de salir al balcón para apreciar la noche desde hace meses.

Contuvo el aliento un momento y cerró los ojos.

Nunca se consideró una persona que mostrara sus sentimientos con facilidad. Era un torpe cuando de externalizar emociones se trataba. Podría sonar ridículo el decir que lo primero que su hija conoció de él, no fue la sonrisa que todo bebé descubre en sus padres cuando los ven por primera vez.

No, todo lo contrario. Yamato recibió a su hija con lágrimas de dolor y una latente pregunta en su cabeza.

«¿Por qué?»

Abrazó un poco más a la bebé, aferrándose a aquella quietud que enseñaba el diminuto ser en esos momentos. Se acercó a la cuna de la niña y la depositó con cuidado en ésta, viéndola dormir con tanta paz en su rostro. Hace a penas un mes que Hotaru retorno a sus brazos tras permanecer los anteriores días en una incubadora, prevista de suministros alimenticios y calor, pues su ciclo no se concretó como estaba previsto.

Tantas cosas sucedieron sin ser previstas.

Acarició una de las mejillas de su hija hasta tocar la punta de su nariz y una sonrisa triste se deslizó por sus labios.

―Ella diría que heredaste su nariz… ―Susurró a la nada.

La sonrisa le dolía, como le dolía la garganta al tratar de detener las ganas de llorar un poco más. Sólo un poco más, mientras se preguntaba por qué tenía que ser ella.

¿Por qué tuvo que ser Hikari?


«¿Por qué nada podía pertenecerle sin desaparecer delante de sus ojos?»


Notas:

Un inicio bastante triste, pero prometo que irá cambiando con el correr de los capítulos.

Me siento bastante identificada con ésta historia, siendo la principal razón por la cual quise tomarla. Sólo espero poder brindar un buen trabajo, Chia :3

Y me despido hasta el siguiente capítulo, a la espera de sus comentarios.

Nos estamos leyendo.

Besitos a todos~