Disclaimer: HQ! pertenece en su totalidad a Furudate-sensei; yo sólo me enamoro de sus personajes, shippeo como puedo y escribo cosas como ésta sin fines de lucro.

Dedicatoria: A Scheidl, porque se lo prometí y me ha estado lanzando su buena vibra desde que hablamos en ese bello grupito (Kass, adoro tus fics por cierto). Espero que te guste esto aunque sea un poquito.


CLOCKS


I

The day that never comes

o


El tiempo no se detiene para reparar los daños, ni para enmendar errores. Los relojes no pueden ir para atrás. En la oscura soledad, sólo queda seguir adelante, aunque las memorias no se puedan contar. Aunque los sueños no se hagan realidad…

o

«Cada vez que creo que voy a progresar, siento que mi cabeza duele.

No se trata de un dolor cualquiera, no. Es uno agudo y potente, justo como una puntada en el centro del cráneo, que me hace retorcer el cuerpo y perder momentáneamente los sentidos.

Y, entonces, nuevamente no soy capaz de recordar nada.

Duele. Duele profunda e insoportablemente. Y siento que a los que me rodean les duele igual.

Sueño con que este calvario termine pronto. Pero parece que ese día nunca vendrá. Nunca viene. Y, al despertar, vuelvo a mi triste y patética realidad.

Y oigo esa voz, que me pide con angustia: 'Por favor, di que no me has olvidado. Di que me recordarás'»

o

Era el último cliente del día. Lo supo al instante, desde que el encargado tomó su pedido más apresurado de lo habitual y murmuró algo sobre que ya era bastante tarde como para seguir atendiendo gente, simulando no querer que él lo oyera, cuando era obvio que de todas maneras lo haría.

Kenma simplemente decidió restarle importancia, cogió aquel ramen recientemente empaquetado, dejó unos billetes sobre la mesada, y se marchó del lugar a paso lento.

Estaba empezando a ponerse más fresco y oscuro afuera, y eso lo hizo suspirar, resignado. Otra vez tendría que acortar el tiempo de los videojuegos esa noche y tendría que leer algo de historia si no quería suspender el examen del día siguiente.

Y todo aquel esfuerzo, por complacerlo a él, llevándole un poco de aquel asqueroso ramen caliente del local que tanto le gustó cuando lo probó hacía unos días.

Bufó una vez que se encontró frente a aquella puerta y, antes de tocarla, ésta se abrió repentinamente, ocasionando que se topara de cara justamente con el chico al que buscaba, quien, a su vez, se vio sorprendido mientras se encargaba de sacar la basura.

—Oh, viniste.

Él sólo se encogió de hombros y aguardó a que el más alto tirara aquella apestosa bolsa para, finalmente, tenderle el pequeño obsequio que se había molestado en llevarle.

—Aquí está —habló, calmado.

—De verdad lo trajiste —el dueño de casa abrió parcialmente el paquete y lo olfateó—. Ah, huele delicioso. Gracias, Kenma.

Le dedicó una sonrisa limpia y de lo más sincera, mientras lo invitaba a pasar dentro.

Kozume caminó adentro y frunció el ceño, algo molesto, no tanto por el gesto de su amigo, sino más bien porque aquello no era lo que usualmente el mismo hubiera hecho. Faltaba algo...

Algo como una mala broma o una provocación.

—¿Tus padres salieron? —preguntó con voz neutral, como siempre, al sentir el hogar completamente solitario.

—Sí. No tardarán en volver. Yo aprovechaba para acomodar mi cuarto —respondió el otro mientras se acomodaba en el sofá para comenzar a devorarse aquellos fideos—. Y ¿qué hay de ti? Pensé que tenías un examen mañana.

Kenma frunció el ceño otra vez, en respuesta.

—Lo tengo. Es insoportablemente largo.

Obtuvo una ligera risa de parte del otro.

—Ánimo. Ya recuperarás el tiempo para tu consola.

—No es eso en todo lo que pienso —masculló, provocando que su compañero volviera a reír.

Sí, ahí estaba. Ese algo. Aunque no como siempre.

Era en momentos como ése cuando Kenma sentía que no todo estaba perdido. Quizá las memorias ya no... pero la esencia de su amigo aún estaba allí, a metro y medio de distancia, con aquel pequeño tinte provocativo en el tono de voz, pero la mirada más melancólica de lo medianamente permitido en él.

Suspiró. Él estaba claramente abatido. ¿Por qué no sólo lo soltaba y ya? Eso haría las cosas mucho más fáciles.

—Kuro.

—Lo sé, lo has notado —el moreno exhaló, cabizbajo—. Te lo explicaré. Sólo dame un minuto.

El setter de tercer año estudió a su amigo en silencio, mientras éste se terminaba su cena, aturdido. Era más que obvio que le costaba muchísimo hablar de ello y era realmente comprensible, después de todo.

Pero decírselo a alguien también estaba bien.

—Hoy ha venido otro par —comentó, al fin, después de unos minutos.

Kenma alzó las cejas. Ya se esperaba algo como eso.

—¿No sé trató de Nekomata-sensei, Tora o Kai? —aventuró, deseando que haber mencionado los nombres no lo empeorara todo.

Kuroo negó con la cabeza.

—Esta vez eran... umh —titubeó. Se esforzó por mencionarlo adecuadamente, pero los nombres no llegaron a él y, ciertamente, temió equivocarse—. Bueno, al parecer solía rivalizar con uno de ellos, el más bajo, y comportarme como un verdadero general con el más alto... que, por cierto, era un rascacielos. Me sorprendió bastante lo alto que era —sonrió un poco, con nostalgia—. Ambos eran... muy enérgicos. Y discutieron un par de veces.

Kenma asintió.

—Yaku y Lev.

—¿Li…- cómo?

—Lev —movió sus labios lentamente, agudizando la dificultosa pronunciación—. Es descendiente ruso.

—Oh, sí. Él lo mencionó —Tetsurō sonrió y se rascó la nuca.

Guardaron silencio y sus miradas se encontraron. Kenma vio tristeza en aquellos ojos negros y frunció un poco los labios, antes de cuestionar:

—¿Y?

El mayor negó, frustrado.

—No fui capaz de recordar absolutamente nada, a pesar de que lo intenté con todas mis fuerzas —soltó, visiblemente molesto—. Siento que los he decepcionado otra vez.

Kozume le dio unas palmaditas en la rodilla y lo observó, calmado y seguro.

—Sabemos que lo has intentado bastante. No estamos decepcionados, Kuro.

El aludido soltó una risa algo irónica.

—Ni siquiera he podido recordarte a ti, que fuiste mi amigo desde la infancia —murmuró, cansinamente—. A duras penas reconocí a mis padres. Y, ahora, no puedo recordar a los compañeros que, aparentemente, tanto aprecié. Honestamente, estoy empezando a perder las esperanzas. Si esto es un castigo por algo, es muy cruel, Kenma.

El menor parpadeó un par de veces y luego suspiró. No podía demostrar angustia, cuando su amigo se encontraba en ese estado. Debía ser un buen apoyo.

—Ya basta. Sólo tenemos que trabajar un poco más.

—¿Eso crees?

Kenma asintió, demostrando seguridad por fuera, aunque lo cierto era que por dentro tenía mil dudas que quería resolver cuanto antes.

—Esos recuerdos volverán —sentenció.

El silencio sepulcral que de pronto reinó aquella sala, fue interrumpido por el teléfono móvil de Kozume, que acaba de recibir un mensaje bien extenso y lleno de emoticones, característico de cierta persona. Hizo una mueca extraña.

Lo leyó atentamente y, con rapidez, tecleó una corta y precisa respuesta, como estaba acostumbrado a hacerlo.

De pronto, levantó la vista hacia Kuroo, quien lo observaba fija y sospechosamente. Sus mejillas amenazaron tornarse rojas ante una posible cargada de parte de su amigo, pero ésta no llegó. Al menos no como hacía unos meses lo hubiera hecho.

De nuevo. No quería volver.

—¿Es el chico que mencionaste antes? —preguntó el pelinegro, curioso y sin aparentes intenciones ocultas.

El menor asintió, sencillamente, en respuesta.

—Sí, lo supuse —razonó Tetsurō—. Cuando hablaste de él por primera vez, pusiste esa misma expresión. Ya sabes, más como... ¿emocionado?

Kenma bufó, completamente avergonzado, aunque por dentro se encontró confundido… puesto que él ya le había dicho lo mismo una vez. Acto seguido, se levantó del sofá con pereza, creyendo que ya era hora de ir a estudiar.

—No hago tal expresión —murmuró, disgustado—. Tú también estuviste así por los mensajes de alguien, algún tiempo atrás.

Kuroo abrió excesivamente los ojos, con sorpresa.

—¿Lo estuve? —su voz se agitó y su respiración se hizo pesada, algo dentro de él hizo que todo su pecho se oprimiera—. ¿Cómo es esa persona?

El habitualmente silencioso setter caminó hasta la puerta, aunque no más tan calmado como de costumbre.

—Es mejor que lo sepas más adelante. Buenas noches, Kuro —sentenció y se retiró, apresurando el paso, sin darle la posibilidad al aludido de despedirse también y agradecerle por el ramen.

El pelinegro quedó estático en su lugar, observando la puerta, dubitativo. Aquello sí que lo había tomado por sorpresa.

Así que alguna vez hubo alguien, ¿eh?

Suspiró, desganado.

Tenía el presentimiento de que haber perdido la memoria era lo peor que le había sucedido en la vida y deseaba que aquel calvario terminara pronto, o no soportaría demasiado. Lo sentía. Estaba preocupando y decepcionando a todos, y ya no quería seguir así. Maldijo ese día, nuevamente.

Llegó a su habitación, pensativo, y se arrojó a la cama hecha a medias, desganado. Al día siguiente retomaría sus clases en la universidad y esperaba poder dormir tranquilo esa noche, aunque dudaba que fuera así.

Fijó la vista en la ventana, desde su posición, y se perdió en aquel bellísimo cielo nocturno. Se preguntó por qué demonios la luna parecía brillar más que nunca en ese momento.

Se le hizo cálido y su pecho se tranquilizó.

—o—

Cuando Kenma al fin llegó a casa del instituto esa tarde, se permitió soltar un gran suspiro, que lo hizo sentir un poco más ligero.

Se sentía algo molesto. Quería creer que le había ido pésimo en la prueba porque la noche anterior no había podido contenerse y había terminado jugando como diez partidas rápidas del juego del momento, y no porque fuera realmente malo en Historia Occidental. Además, la intensa práctica en el club esa tarde, había sido motivo suficiente para aumentar su nivel de estrés. El entrenador dijo que se acercaban las preliminares para el torneo de primavera (el último de ese año, anterior a las nacionales) y que harían lo que fuera para, finalmente, conseguirlo esta vez. La verdad se sentía algo presionado. Si Kuroo hubiera seguido siendo el capitán del equipo, todo habría sido diferente…, mucho más fácil. Pero, después de todo, casi hacía un año que él y sus demás compañeros egresados se habían retirado del club.

Así que no había nada que hacer.

Exhaló y decidió dejarlo pasar.

Como Kuroo había aparecido en su mente en ese instante, había decidido ir a visitarlo y preguntarle un poco sobre su primer día de nuevo en la universidad —había decidido empezar a ser un amigo un poco más atento—, antes de que se hiciera tarde y ya no pudiera jugar videojuegos esa noche.

Tocó la puerta de la casa de al lado y esperó pacientemente como dos minutos luego de los cuales, la amable madre de Tetsurō lo recibió con una gran sonrisa, como de costumbre.

—Buenas noches —dijo e hizo una educada reverencia.

—Ah, es Kenma-kun —soltó la mujer, ocasionando que su marido también se asomara un poco a la puerta—. Tetsurō no ha llegado todavía.

El chico frunció los labios y luego realizó otra amable reverencia, con la intención de marcharse de nuevo a su hogar. Ya iría al día siguiente, cuando saliera del instituto, al medio día aproximadamente.

—Vendré mañana entonces —murmuró y dio media vuelta.

—¡Kenma-kun, espera!

Volvió la vista y se encontró con aquel par de preocupadas miradas posadas en su persona. El padre de su amigo solía destacar por sus imponentes presencia y altura, pero en ese momento no era más que un hombre visiblemente afligido, aguardando algo detrás de su mujer.

Kozume supo que nada bueno podía esperar, aquellos ojos expectantes y suplicantes lo decían todo.

—Nosotros… —la mujer observó fugazmente a su esposo—, creemos que ya es tiempo de dejar esto.

—¿A qué se refiere? —preguntó él, curioso.

El hombre mayor fue quien habló esta vez:

—Tetsurō no se ha estado sintiendo bien —comenzó—. Las visitas que le hacen ustedes, sus amigos y ex compañeros, son un bellísimo gesto, en serio. Pero lo notamos increíblemente decaído cada vez que eso pasa.

Kenma creyó comprender a dónde se dirigía el asunto. Aguardó, con suma paciencia.

—Estuvimos pensando —volvió a hablar la mujer—, y decidimos dejar de hacer esto. Creemos que es mejor que Tetsurō se acostumbre a esta nueva vida y pueda, a su manera, volver a empezar...

—De cero —complementó el hombre.

—Entonces... ¿quieren… suspender las visitas? —el chico, ahora sí, los observaba con ojos desorbitados y de pronto su respiración se volvió un poco más agitada.

Estaba empezando a preocuparse. No quería creer que los padres de Kuroo fueran capaces de dejar a su hijo así, sin la posibilidad de hallar las respuestas.

Porque estaba más que claro que el muchacho quería recuperar la memoria, más que nada en ese momento. Estaba bien, también comprendía que él se sintiera mal con la sensación de estar decepcionando a todos y que sus padres quisieran protegerlo, pero...

¿De verdad iban a ser así de injustos? Kuroo merecía esforzarse un poco más, o al menos él pensaba así. Y ellos merecían y querían brindar esa ayuda, ese pequeño granito de arena, aun si de momento fuera insignificante...

—De hecho, sí —afirmó la mujer, viéndolo a los ojos, algo apenada.

A Kenma empezó a dolerle el cuello como cuando no podía pasar al siguiente nivel en algún videojuego, y empezaba a estresarse.

—No nos malinterpretes, chico —pronunció el padre de su amigo, para sentenciar el asunto—. Estamos agradecidos con sus ex compañeros del club, pero realmente queremos que él deje de sufrir. Y la única alternativa factible por el momento es alejarlo completamente de todo lo que tenga que ver con el voleibol. Esa vida para él ya no existe.

Kenma no dijo nada más. Simplemente asintió, dubitativo y confundido, y se marchó a casa intentando no dar grandes zancadas.

Al final, iba a hacer algo que había prometido no hacer por nada del mundo.

Una vez en su cuarto, buscó el número de cierta persona en el directorio telefónico que anteriormente había pertenecido a Kuroo (el mismo lo había escrito y lo había olvidado en casa de su amigo una noche). Sin pensárselo dos veces, lo marcó.

A los pocos segundos, había sentido su membrana timpánica siendo golpeada más de lo debido. Aquella estruendosa voz resonó en su cabeza como un eco, una y otra vez, y hasta le dio algo de jaqueca. Esa persona realmente nunca cambiaría.

Sólo esperaba que ese plan resultara, al menos.

—o—

«Kuroo-san, somos enemigos, ¿no? ¿Por qué nos das consejos, entonces?»

A Kuroo, durante todo ese día, le había dolido profundamente la cabeza. Las múltiples punzadas en sus sienes habían sido insoportables, y únicamente ahora que llegaba a casa, todo parecía apaciguarse.

Iba a ser dos días que no platicaba con nadie más que con sus padres. Kenma no había ido a visitarlo el día anterior —como había prometido— y sólo había cruzado saludo con un par de chicas y un señor ya mucho mayor, en la universidad.

Era todo raro. Según le habían dicho, antes de caer en aquel estado de coma, aquel fatídico día, él había sido un chico ridículamente sociable y abierto. Ahora le costaba increíblemente adaptarse a todo, tan rápido. Incluso había tenido ese extraño sueño en el que enseñaba voleibol a alguien, pero no podía ver su rostro. No sabía quién era.

Suspiró. Deseaba ver la luna desde una posición bonita esa noche también. Eso le ayudaba a pensar.

El sol estaba por ponerse ya y estaba solo en casa. Sus padres habían salido, por lo visto, antes de que él regresara de sus clases, y otra vez no tenía con quién hablar. Se había dado un baño y ello lo ayudó a relajarse un poco.

Decidió encender el televisor, cuando oyó que alguien tocaba el timbre y corrió a la entrada.

—Kuro.

Kenma apareció por la puerta con la misma expresión despreocupada de siempre. Kuroo sonrió levemente y se hizo a un lado, con la intención de dejarlo pasar.

—Oh, ahora te dignas a aparecer —mencionó, tratando de ponerle algo de seriedad al tono de voz, de modo que el otro se molestara un poco.

Cosas como ésa, involuntariamente salían de su boca continuamente; haciendo que se preguntara si su antiguo yo era siempre así de jodido y provocador.

No sabía, por supuesto, que Kozume se sentía aliviado al oírlo hablar así.

—El examen de ayer fue horrible —refunfuñó el menor, aún parado junto al umbral.

—¿Por eso no viniste? —aventuró el pelinegro, sonriendo—... ni siquiera me trajiste ramen, o pescado frito, como prometiste.

Kenma suspiró.

—No, pero... —se hizo ligeramente a un lado, para dejar pasar a los demás—, hoy no vine solo.

Sorpresa.

Más chicos que conocían a su antiguo yo.

—Veo que aún no has cambiado ese tan rudo gusto que tienes para la comida, senpai.

—¡Whoooo, esta casa es enorme! ¡Como se esperaba de una de Tokio!

—¡Hey, hey, hey! ¡Oh, Dios! ¡Bro, cuánto tiempo!

—No seas tan ruidoso en casa ajena, Bokuto-san.

Los ojos de Kuroo se abrieron de par en par al ver a aquellos cinco jóvenes increíblemente altos —bueno, a excepción de uno— y aparentemente atléticos ingresar a la sala. No supo qué, pero algo lo hizo sonreír con absoluta sinceridad. Debían tratarse de más amigos del club.

Otra punzada de dolor alcanzó de nuevo sus sienes.

—Umh —Kenma miró a los recién llegados y luego a Tetsurō, y suspiró, apenado—. Recuerden que deben... presentarse —murmuró.

—Oh, es cierto —el más alto se acercó al mayor, con una sonrisa llena de confianza—. Mi nombre el Lev. Haiba Lev. Nos hemos visto hace...

Kuroo le devolvió el gesto, interrumpiéndolo.

—Sí, he logrado reconocerte, Lev.

El aludido ensanchó su sonrisa y, satisfecho, se hizo a un lado.

—¡Yo soy Hinata Shōyō! —exclamó el pequeño del grupo, hiperactivo y algo tonto, se le notaba a leguas—. ¡Mucho gusto, Kuroo-san!

Kuroo le tendió la mano y no pudo evitar sonreír. Qué chico más entusiasta... ¿siempre estuvo rodeado de personas así?

—Akaashi Keiji —murmuró con tranquilidad un pelinegro. Su semblante se mantuvo serio, pero era como cálido—. Mucho gusto.

—Igual —Tetsurō mantuvo la sonrisa, pues había algo en ese chico que le brindaba cierta tranquilidad. Quizá alguna vez habían tenido una buena relación.

Paseó fugazmente la vista por los otros dos que quedaban. El muchacho de pelo desordenado y aparentemente de dos colores, dio un paso hacia él y pareció contenerse al límite para no lanzarse a abrazarlo. Kuroo tuvo el presentimiento de que fue así con sólo mirarlo.

—¡Hey! —saludó y extendió frenéticamente el brazo, ofreciéndole la mano—. Ha pasado tiem- no, espera, mucho gusto, Kuroo-kun —forzó una sonrisa cuando el aludido tomó su mano—. Mi nombre es Bokuto Kōtarō, y he pertenecido alguna vez al top cinco de Japón.

Akaashi, a su lado, le dio un codazo.

—No era necesario mencionar eso, Bokuto-san —casi lo regañó y Kuroo pudo notar perfectamente la compenetración que tenían el uno con el otro. Debían tener una relación muy especial, a juzgar por sus miradas—. Él probablemente no comprenda a qué te estás refiriendo.

El muchacho retiró su mano, con algo de duda y melancolía, y Tetsurō realmente lamentó no haber podido recordarlo. Seguramente ello le causaba un increíble daño.

—Mucho gusto, Bokuto —trató de seguir sonriendo, para alivianar un poco el ambiente.

¿Por qué todos se empeñaban en ayudarle a recordar?

Estaba claro que aún no podría lograrlo y que lo mejor era que se olvidaran de él…, había reflexionado sobre eso muchas veces. Aun así, más y más gente iba allí, junto a él, esperando a que algo de lo que dijeran funcionara y lo ayudara a recuperarse. Y ese hecho, a pesar de hacerlo sufrir, también le daba cierta esperanza, aunque nunca —hasta ese momento— había sido tan significativa.

—Kuroo-san —saludó el otro chico, haciendo que desviara la vista hacia él.

Sus miradas se encontraron y algo dentro de Kuroo se estrujó.

«Detente, por favor, Kuroo-san».

El corazón le latió con más fuerza que nunca y, antes de tomar la mano ofrecida por el chico, miró fugazmente a Kenma. Se sorprendió al comprobar que, efectivamente como lo había presentido, su amigo estaba prestando más atención que nunca a aquel saludo. Parecía observarlos intensamente, con gran curiosidad.

«No me llames así, Kuroo-san».

¿Quién era él?

Ba-dump. Ba-dump. Ba-dum.

«Kuroo-san».

—Hola —correspondió el saludo, simplemente por decir algo, y su propia mano estrechada contra la áspera de ese chico desconocido provocó que cierta corriente eléctrica le recorriera todo el cuerpo. ¿Acaso estaba por hacerlo temblar?

Le recordó a la reluciente luna que observaba las noches en las que quería encontrar la calma. Su dorada mirada le brindaba esa misma sensación de calidez, sí. Allí estaba la luna. Era altísima y rubia, tenía aspecto de lo más intelectual con aquellos lentes y el semblante serio y despreocupado, y olía malditamente bien.

Ba-dump. Ba-dump. Ba-dump.

—Soy Tsukishima —murmuró el otro con voz aterciopelada y, extrañamente, pareció no querer romper el contacto—. Tsukishima Kei.

Kuroo sintió un profundo dolor en la garganta, y la punzada en el centro de la cabeza volvió a atacarlo de lleno.

A pesar de lo mucho que lo intentó, tampoco pudo recordarlo. Pero aquel misterioso sueño había vuelto a hacer eco en su cabeza y entonces olvidó que había más personas que simplemente ellos dos ahí.

Por favor, di que no me has olvidado. Di que me recordarás…

.

.

.

Continuará… si quieren.


N/A: ¡Hola! ¿Qué hago aquí cuando debería estar estudiando aproximadamente mil páginas? Pues, ni yo lo sé xD

Esta idea me surgió ya hace un buen tiempo, y la he estado escribiendo por trocitos. Al fin la he podido plasmar completamente. Originalmente, iba a ser un one-shot, pero si se da la oportunidad (y si ustedes quieren) voy a darle una continuación. Ya tengo planeado lo que sigue, y todo n-n

No iba a darle tanto enfoque a Kenma, porque está más que claro que esto es (o será) un KuroTsuki con todas las letras, pero decidí que, como él es su mejor amigo, tomará un papel muy importante a la hora de ayudarlo a recordar. Ah, sí, más adelante explicaré cómo perdió la memoria mi sexy gato y qué sucedió antes de eso.

No sé qué tal me ha quedado esto. Es más bien un experimento (?) Ya ustedes me darán su opinión (eso espero).

¡Gracias por haber leído hasta aquí! ¿Qué les ha parecido?

Matta-ne.

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