Nota: Todavía me quedan dos exámenes que rendir, así que transcribí esto a toda velocidad. ¡Disculpen los errores!


CLOCKS


IV

Time won't fly, it's like I'm paralyzed by it

o—


«Debo admitir que, cuando Kenma mencionó que la persona de la que había estado enamorado antes no tenía por qué tratarse exactamente de una chica, entré medio en pánico. Es decir, no era como si me aterrara la idea de fijarme en un chico de un día para otro, era deportista y sabía que eso ocurría mucho en ese ambiente, o sea, lo había visto en alguna parte; pero aun así me resultó inesperado.

La primera persona que se me vino a la mente no fue precisamente Kenma (como podría haberse interpretado), sino Tsukishima. Por muy raro que se oyese, hasta yo sabía que no en vano tantos sentimientos raros se apoderaban de mí con solo verlo. Estaba casi seguro de que se trataba de él. Quizá por mero instinto, o lo que fuera. Pero no podía quitármelo de la cabeza.

Lo que más me hacía cranear, sin embargo, no era tanto que se tratara de él, sino la posibilidad de que aquello fuera de los dos lados. Y no trataba de autoconsolarme o algo así, era más bien una especie de corazonada. De que Tsukishima podría, al menos, saber algo.

Obviamente, no me diría mucho. Si fui correspondido o no, menos que menos. Quizá era muchísimo más difícil para él hablar de ello (considerando, además, que parecía serle difícil hablar de la mayor parte de las cosas). En fin, solo quería una pista. No estaba seguro de querer que todo volviera a ser como antes —independientemente de si fui feliz o no— porque no tendría idea de qué hacer en ese caso. Pero sí que quería saber la verdad.

Tenía el presentimiento de que, al descubrirlo, podría recuperar la mayor parte de mis recuerdos. Incluso algo más significativo que lo del ensayo y el bloqueo instintivo. Quería más. Más y más. Y esa especie de ambición que me dominó entonces sólo podía ser paliada si veía a Tsukishima. Si conversaba con él.

Por ello… terminé contactando con él.

Sin darme cuenta, empecé a sentirme ansioso y tampoco noté que los dolores punzantes de cabeza se hacían cada vez más esporádicos. Como si todo me guiara hacia un gran avance…».

o—

Vio el tren detenerse en la plataforma correspondiente y, en consecuencia, su frecuencia cardiaca aumentó considerablemente. No se sentía así de ansioso desde… Desde que despertó y vio a quienes decían ser sus padres llorar en la clínica.

Distinguió a Tsukishima entre el gentío que bajaba del transporte. El mismo lo miró, sin acompañarse de ninguna mueca, y comenzó a acercarse a él, a paso lento. Traía los auriculares puestos y las manos en los bolsillos.

Kuroo sonrió levemente cuando lo tuvo a menos de dos metros de distancia, y se puso de pie. Saludó al muchacho cortésmente y él le devolvió el gesto luego de haberse retirado los cascos. Le hizo un gesto de ir hacia adelante, y Kuroo asintió. Caminaron fuera de la estación, en silencio.

Fue algo incómodo al principio.

No quería ir directamente al grano, pero tampoco sabía cómo darle vueltas o por dónde exactamente empezar. Preguntarle directamente si sabía algo clave acerca de su vida pasada no era una opción.

—Kuroo-san.

Tsukishima detuvo la marcha a unas cuadras de la estación, cerca de lo que parecía ser un parque en el que todavía no había demasiada gente, quizá por el horario, y en el que la fresca brisa de un invierno terminal daba de lleno por todas partes, gracias a los numerosos árboles que allí se encontraban. Comenzó a caminar hacia el banquillo más cercano a ellos.

Tetsurou lo miró atentamente y, enseguida, lo siguió.

Se sentaron uno junto al otro, sin proferir palabra alguna. El silencio reinó entre ellos durante un tiempo considerable. Veían los vehículos pasar a gran velocidad; a los niños que acababan de salir del instituto, volver a casa con sus padres; y otros detalles insulsos, que la gente tiende a visualizar cuando está con otra persona y no sabe de qué exactamente hablar.

El mayor comenzó hablando de alguna tontería como el clima y cosas así, puesto que fue él quien sugirió que se encontraran. No quería hacer perder más tiempo a Tsukishima, así que decidió que era mejor intentar entablar conversación cuanto antes. Lo último que quería era que el rubio se molestara y lo abandonara.

Aunque, de todas maneras, aquella no parecía ser su intención.

Lo interrumpió casi con brusquedad y lo miró, seriamente.

«Tengo que decirte algo importante», murmuró.

Kuroo se perdió en sus misteriosos ojos dorados y le costó prestar cien por ciento de atención a lo siguiente que dijo.

o—

Antes de que hubiera transcurrido media hora después de cruzar las primeras miradas con Tsukishima en la estación, Kuroo notó que el parque donde se habían detenido, se había llenado de gente. Niños jugando en los columpios y balancines, ancianos haciendo caminata, parejas y jóvenes atléticos trotando con fervor… Un muy agradable y bonito panorama.

Sin embargo, las palabras que acababa de dedicarle su supuesto aprendiz de bloqueos lo habían calado tan hondo, que aún no podía procesarlas del todo. Es decir, realmente no había estado equivocado cuando pensó que podría ser él quien le diera las pistas que necesitaba.

Realmente había sido así.

«Fue una mala sincronización. Un gran error mío, quizá. Nada de eso tuvo que haber sucedido».

Sí, por supuesto. Un accidente. Eso había sido. Buscar culpables era estúpido, no tenían por qué hacerlo. Ni él, ni Tsukishima. Había sucedido, y ya no había vuelta atrás. Lamentarse por no haber podido evitarlo ya no servía de nada. Lo sabía a la perfección. Y estaba seguro de que Tsukishima (que era todavía más listo que él) lo sabía también.

Entonces… ¿por qué su mirada se había vuelto tan opaca?

A Kuroo se le estrujó el corazón. Intentó mostrarle una sonrisa. No estaba de más querer reconfortarlo aunque fuera un poco, ¿cierto? Falló. Al instante, volvió a ponerse serio. Las piernas le temblaban ligeramente. Estaba algo nervioso e indeciso.

—Así que —soltó, luego de un leve carraspeo—, después de todo, iba a… reunirme contigo cuando ocurrió el accidente.

Quiso cerciorarse de que no lo había interpretado todo mal. No estaba seguro de poder entender los mensajes de la gente que usaba mucho la ironía, como Tsukishima. Éste le mantuvo la mirada sin demasiada firmeza y soltó un suspiro.

—Sí.

—Ya veo —el mayor asintió. Procuró esbozar otra sonrisa, esta vez más sincera. El menor se había esforzado en ir hasta ahí para contárselo, se merecía al menos algo calidez—. Cielos. Eso sí que es una sorpresa.

Bien. Ahora sabía que un poco más de dos meses atrás había estado escribiendo con Tsukishima continuamente. De hecho, mucho más de lo que dos amigos normalmente lo harían. Sí. Con ello casi confirmaba sus sospechas de que había estado enamorado de él. También sabía que habrían tenido una cita, si él no hubiera impactado su automóvil contra aquella enorme columna de electricidad (según versiones, intentando esquivar a otro vehículo) esa tarde del demonio. Y, por último, acababa de caer en la cuenta de que Tsukishima Kei se sentía responsable de su accidente. O sea, creía que tenía la culpa de todo lo sucedido.

Aquel indicio de duda en su mirada lo decía todo.

Y Kuroo tenía que dejarle en claro que estaba equivocado.

—No tiene caso que sigas culpándote —mencionó, después de un largo suspiro—. Por lo que veo (y me has contado), he sido únicamente yo quien quiso todo esto. Quien lo provocó.

Tsukishima frunció el ceño y los labios, en una terrible mueca de disgusto. Negó con la cabeza, preparándose para acotar algo o protestar. Kuroo no le dio esa oportunidad.

—No me mires así —continuó, angustiado—. No hay que ser demasiado inteligente para notar que el insistente siempre he sido yo, Kenma siempre me lo recuerda, entre otras cosas. Seguramente, estaba obligándote a entrenar otra vez, o qué sé yo. No creo, a juzgar por el carácter que me has mostrado hasta ahora, que hayas sido tú el que lo planeó todo. Mis mensajes, mis planes, mi accidente, mi culpa, ¿sí? —hizo algo parecido a un guiño, aunque con más tensión de la que quiso demostrar—. Ya déjalo estar.

El menor negó otra vez con la cabeza. La leve expresión de preocupación todavía no abandonaba del todo su rostro.

—No puedo creer que haya llegado hasta este punto —dijo, removiéndose en el banco, pero sin dejar de mirarlo un solo segundo.

La gravedad del hecho seguía siendo la misma, independientemente del alivio de haberlo aclarado aunque fuera un poco, pensaba Kei.

Kuroo se encogió de hombros.

—El neurólogo dijo que se trata de un raro caso de amnesia retrógrada, o algo así —empezó a explicar, para tratar de alivianar el ambiente—. Eso explica por qué no puedo recordar sucesos pasados, pero aun así he conservado mis habilidades psicomotoras y muchos de mis conocimientos, como lo aprendido en la universidad y el voleibol. Dijo que era raro, porque he perdido también el recuerdo de la mayoría de mis datos de identidad. Usualmente, tendría que haber perdido solo las memorias vividas hace poco. Seguramente, todo esto es debido al largo tiempo que estuve en coma.

—Es nuevo oírte hablar científicamente —bromeó Tsukishima.

Tetsurou sonrió y se rascó la nuca.

—El panorama no es tan feo —aseguró—. Todavía mantengo todas mis demás funciones cerebrales, así que es probable que recupere mis recuerdos con un poco más de tiempo. O, al menos, eso espero.

—Me imagino.

—El médico dijo, además —prosiguió—, que debo «alimentar» mi memoria con cosas que solía hacer y también eliminar el estrés. Creo que voy por buen camino. Estos últimos días he estado más tranquilo que nunca. Quizá sea una buena señal.

Kei suspiró. Hizo una ligera mueca que evidenció que todavía no estaba convencido para nada. A Kuroo eso lo inquietó.

—Ya… no pongas ese rostro —murmuró el mayor—. Está claro que nada de esto es tu culpa.

—Aun así… fue precipitado.

—¿Qué?

—Todo. Haber aceptado tu invitación… Y lo de ahora: tratar de que lo recuerdes todo, obligándote a jugar voleibol de un día para otro.

Kuroo negó con la cabeza, en un movimiento algo frenético.

—De ninguna manera. Esto es lo que más me ha ayudado a recobrar la compostura y querer ser el mismo de antes —explicó, demostrando seguridad. Hizo un amago de sonrisa—. Además, no digas que deberías haber rechazado salir conmigo en una cita. Eso es aún más doloroso que las migrañas nocturnas que suelen darme.

El rubio parpadeó repetidas veces cuando oyó aquello, como si no pudiera creerlo del todo. Una tenue sonrisa surcó sus labios y, entonces, negó con la cabeza.

—A veces —murmuró, en tono casi inaudible—, es justo como si estuviera junto a tu antiguo yo.

Entonces, se quedó tieso y volteó el rostro, como si se arrepintiera de haberlo soltado. Fue un gesto algo tierno.

Kuroo sonrió, satisfecho.

—¿Sí? Eso es bueno. Me da esperanzas.

Se quedaron un largo tiempo en silencio, después de eso.

La gente pasaba y los observaba extrañada. Eran dos chicos más altos que el promedio y estaban sentados en medio del parque sin decirse una sola palabra. Kuroo creyó que, seguramente, verlos desde afuera debía ser algo inusual y divertido. No pudo dejar de sonreír.

Lo miró de reojo. Era guapo, sí. Lucía sumamente intelectual y un poco malhumorado a simple vista. No era muy distinto a lo que era en verdad. Era bastante delgado y tenía la piel tan blanca, que podría confundirse con un miembro de alguna familia perteneciente a la nobleza. Pero… más que su atractivo físico, le causó curiosidad pensar en qué pudo haberle atraído de Tsukishima antes. Por qué debió haberle gustado en el pasado.

De pronto, quiso conocerlo mejor. Quiso saber algo más de él. Quizá…

—Kuroo-san.

Salió de su trance y notó que Tsukishima ya estaba de pie frente a él.

—¿Hm?

—Dije que iba a ayudarte —murmuró, serio—. Puede que haya encontrado algo que pueda funcionar.

—¿Es así? —lo imitó, levantándose también—. ¿Qué vas a hacer? ¿Darme un golpe tan duro como el del accidente para ver si así puedo recordar algo? Debería funcionar, según la película que vi ayer.

A Kei le sorprendió que, más que nunca, estuviera actuando como el Kuroo Tetsurou de Nekoma. Esbozó una pseudo-sonrisa.

—De hecho, me gustaría intentarlo —soltó, mirándolo retóricamente—. Pero no. He encontrado antiguos mensajes tuyos, donde me pedías ciertas cosas. Era como una lista de lo que te gustaría que hiciéramos si llegáramos a salir…

—Oh.

Kuroo levantó las cejas y Tsukishima se mostró levemente avergonzado por lo que acababa de decir. Rápidamente, lo aclaró:

—Salir… en el sentido de tener… reuniones. Ir por ahí… solo eso.

—Sí, por supuesto —Tetsurou asintió, confundido. Había entendido perfectamente, sin necesidad de aclaraciones—. Interesante. Así que, ¿usaremos esa especie de lista para ver si, cumpliendo mis deseos, puedo llegar a recordar cómo fui en ese entonces?

—Algo así.

—Bien.

—Bien.

—Y… ¿cuándo empezamos?

Tsukishima lo pensó un poco. Miró fugazmente su reloj y luego a Kuroo.

—Hoy —sentenció—. Vamos a dar una pequeña vuelta —y comenzó a caminar apresuradamente luego de hacerle un gesto, como ordenándole que lo siguiera.

El pelinegro, anonadado, comenzó a seguirlo a toda velocidad. No sabía que estaba siendo arrastrado hacia la estación de metro, pero tenía el presentimiento de que, fuera lo que fuera todo aquello, podría funcionar.

o—

Más o menos media hora después de haberse subido al transporte, Tsukishima le indicó que era hora de bajarse. Kuroo simplemente obedeció y, antes de darse cuenta, estaban caminando otra vez por las calles citadinas.

Cuando empezaba a creer que estaba completamente perdido, Tsukishima volvió a detenerse de golpe y murmuró que habían llegado, mirándolo de reojo.

A Kuroo le pareció raro que se hubieran detenido frente a un viejo y enorme museo, que ya había cerrado a esas horas de la tarde. Ya empezaba a oscurecer y era lógico que lugares como ese decidieran terminar sus labores del día, después de todo. Entonces, ¿qué exactamente estaban haciendo allí?

Iba a preguntárselo a Tsukishima, pero éste habló primero, todavía sin mirarlo directamente:

—Una vez me preguntaste qué me gustaba, aparte del voleibol —pronunció, algo aturdido, al parecer, casi nervioso—. Así que... aquí está.

El mayor parpadeó repetidas veces. Aquello no se lo esperó.

—¿Aquí? —volvió a observar el enorme letrero del lugar. Bueno, él era algo así como un genio, tenía sentido que le gustasen esas cosas, más o menos—. Oh, sí. Entiendo.

Aún no lo comprendía del todo. ¿Él le había cuestionado sobre sus aficiones? Bien. Al parecer no había sido tan flojo ligando. O eso parecía. No obstante, Tsukishima debía creer que sí. ¿Quién preguntaba algo tan trivial en esos días? Como sea. Habían hablado más que de voleibol. Esa podría ser una buena señal.

—Así que... un museo. ¿Vienes muy seguido?

—No, realmente —respondió el rubio, encogiéndose de hombros—. Pero siempre me ha llamado la atención.

—Umh. ¿La historia y esas cosas? —cuestionó, curioso.

—Paleontología.

—Oh —Kuroo se lo pensó detenidamente unos segundos. Estaba casi seguro de que sabía algo de eso, o que lo había escuchado antes, en algún lugar—. Entiendo. Dinosaurios y esas cosas.

El silencio volvió a reinar entre ellos. El pelinegro buscó una forma de rellenarlo, sin poder ocultar aquello que parecía emoción. Ese Tsukishima no se cansaba de sorprenderlo. Desde un principio le pareció una persona tranquila y aburrida —¿perezosa, tal vez?—; del tipo que no se esforzaría demasiado si no era por su propio bien. Y, sin embargo, allí estaba. Había viajado sin más esa tarde, hasta Tokio, y todo para enseñarle ese lugar, quizá para que intentara recordar algo más. Al final, resultó ser inesperadamente amable.

Porque no parecía haber otra razón concreta por la que decidiera ayudarlo tanto. O quizá simplemente se sentía verdaderamente culpable.

Una tenue sonrisa enternecida adornó los labios del mayor.

—¿De verdad te molan esas cosas? —inquirió, sin cambiar de expresión—. Nombres raros, anatomía compleja... Quizá supe un poco de eso antes. Algo me dice que así fue. Porque me vienen ciertas imágenes a la cabeza.

Si no estuviera observando directa y detalladamente a Tsukishima, Tetsurou no hubiera notado que, de pronto, las mejillas del menor adquirieron un suave tono rosa. Por alguna razón, parecía haberse avergonzado un poco con todo ese asunto.

—De niño tenía cierta afición —murmuró, en voz muy baja. Ciertamente, no sabía bien cómo explicarlo—. Ahora solo me parece interesante. Eso. No es como si quisiera dedicarme a ello algún día. En serio, no. —recalcó.

Kuroo soltó una risa.

La manera en que Tsukishima decía algo y luego se corregía o agregaba aclaraciones innecesarias con tanto ímpetu, se le hacía tan... adorable. Le dieron unas indescriptibles ganas de molestarlo, pero tampoco quería tentar su suerte. No estaba seguro de cómo podría reaccionar el chico. Además, era algo así como un privilegio tenerlo allí. Es decir, era su antiguo amor imposible, ¿no?

—Así que interesante, ¿eh? —insistió otro tanto.

Kei resopló.

—Sí.

«El único realmente interesante aquí, eres tú, Tsukishima».

No, cielos. Sonaba bien, pero no podía decirle eso. Aunque, a decir verdad, ya se hacía una idea de por qué le había gustado antes. Era de lo más peculiar. Y era lindo.

—Bueno, yo creo es genial —optó por comentar, cruzándose de brazos—. Digo, no me esperaba algo así. Acaso... ¿ya sabía de esta afición tuya, antes de sufrir el accidente?

—«Interés» —corrigió el rubio, frunciendo un poco más el entrecejo. No le gustaba como sonaba eso de afición, después de todo—. Sí. Te había mencionado algo una vez.

«Ah, por eso me sonaba».

—Ya veo —Kuroo suspiró, de pronto cabizbajo—. Perdón. No pude recordarlo.

Tsukishima se apresuró en negar con la cabeza. No había querido agregarle más presión o algo similar.

—El propósito original era que intentaras recordar tus propios intereses, no los míos.

Tetsurou parpadeó repetidas veces. Así que de eso se trataba.

—Oh, ¿los míos? ¿No vas a decírmelos tú?

Kei se cruzó de brazos y volvió a negar con la cabeza.

—Es mejor si lo intentas por tu cuenta.

El mayor lo observó con atención. Asintió, decidido.

—Sí. Déjame ver.

Colocó una mano en su barbilla y se dispuso a pensar en algo. Intentó concentrarse cerrando los ojos. ¿Música, pintura, ciencia? ¿Qué podía ser?

Tic-tac. Tic-tac.

Pasaron segundos, minutos. Silencio. El tiempo no iba a detenerse. Tampoco estaba volando. Era sólo como si Kuroo (únicamente él) estuviera paralizado y no pudiera avanzar. Algo como una laguna mental atravesó sus pensamientos. Y nada.

No pudo recordar nada.

El rubio lo notó perfectamente.

—Está bien, Kuroo-san.

—Lo siento —soltó, apenado.

Tsukishima decidió que ya era suficiente por ese día. Tampoco era bueno forzar más las cosas, ¿cierto? No era sano.

Observó su reloj pulsera y luego a Kuroo. Alzó las cejas. Ya se había puesto un tanto oscuro y él todavía debía emprender un viaje largo de regreso a Miyagi.

—Deberíamos descansar —dijo.

Kuroo cerró los ojos con fuerza, fugazmente, frustrado. Los volvió a abrir, dedicándole a Tsukishima una mirada profunda, entre agradecida y algo acongojada. Asintió, entonces, resignado.

Kei le pidió que lo siguiera alrededor de dos cuadras más arriba. Caminaron todo ese trayecto en silencio. El tránsito y los numerosos faroles iluminaban el barrio ya. Doblaron en una esquina y Tetsurou se sorprendió al caer en la cuenta de que aquella era la calle de su casa.

Cielos. Por lo visto, tendría que esmerarse un poco más en recordar caminos y cosas así. La universidad y la estación habían sido sus únicos rumbos en solitario hasta ese momento; a todos los lugares adonde fue después, Kenma tuvo que acompañarlo. Bueno, ahora sabía dónde quedaba el museo, al menos.

—¿Conoces bien la ciudad? —le preguntó al rubio, cuando al fin estuvieron frente a su residencia.

—Para nada.

Lo miró interrogante. Esa había sido una respuesta muy rápida.

—Kozume-san me guió un poco —admitió.

Kuroo le enseñó otra sonrisa, esta vez con algo de nostalgia. No podía creer que la tarde se hubiera acabado tan rápido. No quería creerlo. No quería que se acabara.

—Entonces tendré que empezar a explorar yo también—manifestó, simulado exceso de optimismo y decisión—, digo, para no tener problemas ni perdernos la próxima vez.

Tsukishima lo miró fijamente. Kuroo sintió un vacío indescriptible internamente.

—Habrá... próxima vez, ¿cierto? —cuestionó, sólo para asegurar.

El rubio fingió desinterés, pero asintió.

—Me parece bien.

«La próxima vez».

Kuroo lo vio hacer una leve y rápida reverencia antes de dar media vuelta y comenzar a marcharse.

—Nos vemos, Kuroo-san.

—Sí. Nos vemos.

Los pasos del chico eran lentos y aun así a Kuroo le parecía que se alejaba demasiado rápido. Y no quería seguir viéndolo partir. Se exasperó. ¿Qué era esa sensación? ¿Qué tipo de impulso se suponía que estaba naciendo en él?

«No te vayas».

Al diablo.

—¡Tsukki! —exclamó, entonces.

Tsukishima se detuvo instantáneamente. Parecía anonadado. Volvió la vista a él, con los ojos abiertos como platos. Como si no pudiera creer lo que acababa de escuchar.

—Tsukki —Kuroo repitió, en un débil murmullo.

—¿Sí?

El aludido volvió a acercarse a él, apenas unos pasos. Parecía algo ensimismado.

Tetsurou tragó grueso. El corazón le latía con fuerza, pero aún no podía descifrar qué era lo que sentía en ese preciso momento o por qué de pronto sintió tanta necesidad de lanzarse a abrazarlo. No lo hizo.

—Puedo... llamarte así, ¿verdad?

Kei suspiró, como resignado. O ligeramente aliviado. No mostró ningún atisbo de sonrisa, pero su expresión derrochaba calidez. Se encogió de hombros.

—De todos modos, no hay manera de impedirlo.

Kuroo lo observó marcharse, hasta el final. Hasta que su silueta se perdió totalmente en el oscuro horizonte.

—Gracias, Tsukki.

Le gustaba cómo sonaba.

o—

La aguda melodía que indicaba game over resonó fuertemente por enésima vez en toda aquella habitación que no era de Kuroo, pero podía decirse que casi lo era. El muchacho gimió y, luego, murmuró una seguidilla de maldiciones, hundiendo el rostro en la almohada. No podía concentrarse para nada.

Se incorporó de golpe. Tenía que soltarlo.

—Hey, Kenma.

—¿Hm?

El aludido se encontraba junto a él en la habitación, frente a la PC, redactando un pequeño proyecto que debía entregar para poder aprobar una asignatura bastante tediosa.

—No puede estar tan mal, ¿cierto?

—¿Qué cosa?

—Ya sabes —se removió, incómodo—. Querer a un chico.

Kenma dejó de tipear y se volteó hacia su amigo, para dirigirle una mirada entre asombrada y algo contrariada a la vez. Kuroo se encogió, parecía confundido y levemente angustiado. Sabía que Kenma ya sabía de qué iba todo eso.

—¿Pasó algo con Tsukishima ayer? —fue directo al grano.

Tetsurou suspiró pesadamente y luego negó con la cabeza.

—No, no —aclaró, aunque no muy seguro de sus palabras—. Quiero decir, nada importante. Es sólo que me puse a pensarlo mucho.

—¿Y encontraste alguna respuesta?

—¿Cómo decirlo? —frunció un poco más el ceño—. Podría... seguir sintiendo algo por él. Probablemente.

Kozume parpadeó varias veces. Lo observó sin más, serio, mientras pensaba. Luego, se giró, volviendo a su antigua posición, para comenzar a teclear otra vez sobre el computador. Lanzó, después de un minuto, un suspiro cuyo significado Kuroo no pudo interpretar. Quizá representó alivio, o cansancio. No lo comprendió muy bien.

—Kuro —habló, entonces, el menor—. Deberías hablar de esto con Bokuto o Akaashi. Ellos saben más del tema.

—¿Lo saben? —preguntó, genuinamente curioso—. ¿Por qué lo dices? ¿Están saliendo? —aventuró.

—Eso parece.

—Oh —el mayor reflexionó un momento sobre ello—. Claro. Por supuesto. Les preguntaré.

Kenma asintió, todavía dándole la espalda. Kuroo se exaltó un poco y terminó sonriendo.

—¡Sabía que ellos tenían algo!

—Bueno, fuiste tú quien lo notó en primera instancia, en el pasado.

Se sintió orgulloso de sí mismo. Un poco.

—Fui perceptivo, ¿eh?

—Aunque era evidente.

Tetsurou soltó una risita.

—¿Tanto como lo tuyo con... —lo meditó. No tenía idea de cómo debería llamarlo para que sonara a su antiguo 'yo', así que apostó a decir simplemente el nombre—, Hinata-kun?

Kenma dio un respingo instantáneo. Se puso rojo hasta las orejas. Kuroo más o menos lo notó.

—Shouyou y yo no...

Exhaló y decidió retirarse de la habitación a toda prisa. Ni siquiera le dio tiempo a Kuroo de agregar algo más, y tampoco se excusó. Aquello lo había hecho bajar la guardia como nunca. Y no quería lidiar con eso en ese momento.

Kuroo, por su parte, solo y abandonado (como el proyecto de Kenma), simplemente chasqueó la lengua y retomó su partida en la consola de su amigo. Al parecer, había tocado un punto sensible.

Un amago de sonrisa surcó sus labios. Se sentía algo divertido. Eso de molestarlo hasta avergonzarlo.

¿Era bueno que pensara así?

o—

En la siguiente sesión de remates y bloqueos que tuvieron, unos días después, cuando se quedaron a solas por un momento, Kuroo se lo mencionó a Bokuto. Que le gustaría que le hablara de él y Akaashi.

El de pelo bicromático abrió mucho los ojos al oírlo. Hizo una mueca, como incomodándose, y miró de soslayo a Keiji. Éste era ajeno a la conversación; parecía estar discutiendo algo con Tsukishima, a unos metros. Por fortuna, Lev y Shouyou eran una fiesta por sí solos, por lo que tampoco se enteraron de nada.

Entonces, Bokuto suspiró, levemente aliviado.

—Está bien —siseó, cuidando que los demás no oyeran—. Puedo recogerte mañana de la universidad.

Kuroo se mostró conforme.

—Hecho.

—Pero, eh —el búho se mostró nervioso—. No le digas a Akaashi. Va a molestarse conmigo.

Kuroo simplemente asintió, algo confundido, cuando los más jóvenes del grupo empezaban a llamarlos cerca de la red para comenzar a practicar ya.

Al parecer la relación entre sus dos amigos no era algo que podía sacar a relucir así como así.

Obviamente, no notó que Tsukishima lo había quedado mirando en silencio, antes de que se acercara a él para comenzar con las lecciones de bloqueo.

o—

Estaban en un enorme campo, teñido de verde por todas partes. No había nada más que un roble, junto a ellos, y un pasto interminable a sus pies. Sólo eran ellos dos, el resplandor del sol que caía sobre sus rostros, y una vieja cámara.

Da un paso más adelante, Tsukki —habló, y su propia voz se oyó más aterciopelada de lo usual—. Ahí.

El aludido obedeció.

¿Podrías, por favor, dejar de llamarme así, Kuroo-san?

Bien. Gira un poco el rostro a la izquierda. Eso. Quédate así —indicó, con paciencia y cierto entusiasmo—. Ahora levanta un poco el mentón. Perfecto.

Una brisa acarició sus pieles. Estaban a metros de distancia, pero Kuroo sentía como si se estuvieran dando un profundo abrazo. Cerró los ojos una milésima de segundo.

Kuroo-san.

Sí. No te muevas.

El aparato hizo clic, y un repentino y avasallante haz de luz iluminó el rostro del rubio, casi cegándolo.

Listo.

«La toma perfecta»

o—

Kuroo abrió los ojos de golpe esa mañana, sudoroso, agitado y con un leve dolor de cabeza. Los rayos del sol se colaban por el ventanal de la habitación y le daban justo en el rostro, más intensamente de lo usual.

Le tomó unos pocos segundos despertarse por completo.

Observó su teléfono móvil y comprobó que ya era demasiado tarde como para intentar toparse con Kenma. Éste ya debía haber ido al instituto.

Suspiró.

Estaba casi cien por ciento seguro de que sólo había sido un sueño. Podía jurar que sí. Era sólo que... había algo en él.

Algo como...

Se levantó de la cama como un rayo y revolvió desesperadamente uno de sus cajones. Al rato, encontró lo que buscaba.

Una sonrisa involuntaria le apareció en el rostro.

«Lo tengo».

o—

Tsukishima Kei realmente no estaba prestando mayor atención a aquella primera (aburridísima) clase del día, cuando sintió que su smartphone le vibró en el bolsillo.

Lo miró cuidadosamente.

»De: Kuroo-san.

Fotografía, ¿no, Tsukki?

Mi afición solía ser la fotografía.

. . . .

A su lado, Yamaguchi se preguntaba por qué Tsukki traía esa extraña expresión en el rostro.

.

.

.

Continuará, si quieren.


Gracias por leer y apoyarme siempre. Nos leemos pronto (espero).

¿Reviews?