*Todos los personajes pertenecen a Masashi Kishimoto, pero eso ya lo saben ;)
EL HILO ROJO
Por alguna desconocida, tal vez tonta o retorcida razón siempre creyó que pese a que las cosas por lo regular se encausan y toman el rumbo que predestinadamente deben tener, el resultado lógico es que el desenlace favorezca a las personas cuyos sentimientos son honestos o buenos (¿no es así que el bien siempre triunfa sobre el mal?); sin embargo un gran número de acontecimientos en su vida habían tenido conclusiones nada parecidas a lo que ella deseaba en realidad o a lo que creía merecer. Todo lo que entendía acerca del amor, la forma en que se ama a los otros y el sentido en que uno debe relacionarse sanamente con los demás para ser amado… lo había aplicado al revés, inclusive los tiempos que había invertido en esos menesteres, sin que rebasaran los límites de lo mentalmente saludable para ella, estaban desfasados también, sabiendo pues que hay mucho más en la vida además del amor de tintes románticos sumado a otras cosas que podrían representar una existencia exitosa y plena.
Ahí estaba ella, surfeando sin fin sobre sus sábanas de seda cual dunas blancas, rondando de un extremo al otro de su cama que en ese momento le parecía interminable, incapaz de conciliar el sueño ni por un solo minuto. No es que le desagradara en lo absoluto trasnochar; anteriormente en innumerables ocasiones durante toda su adolescencia fuera por estudio o por diversión había pasado la noche entera sin pegar un solo ojo y sin embargo esperaba el día siguiente tan llena de energía como quien ha descansado plácidamente durante muchas horas. Pese a ser una noche especialmente calurosa no era tampoco esa la circunstancia especial que la incomodaba, nada tenía que ver el clima con su intranquilidad a decir verdad, mantenía sus amplias ventanas abiertas de par en par como invitando a la brisa nocturna a colarse a través de ellas, y si bien no refrescaba demasiado ni hacia mucho viento, por lo menos el encierro no provocaba más calor del que ya existía en el interior de su habitación. Ocasionalmente y de contrabando se metía uno que otro mosquito que atraído inevitablemente hacia su pálida piel, se posaba presto sobre ella y dejaba una rojiza marca que en unos segundos más daría comezón. Una luna tímida y menguante se deslizaba discretamente recorriendo unos pocos rincones de esas cuatro paredes, dibujando una sonrisa burlona aparente dedicada para ella desde lo alto.
A pesar de ser poseedora de un lustroso, largo y abundante cabello del color del cielo que anticipa la tormenta, sedoso y suave como la más fina de las telas, ahora renegaba del hecho de que le generara tanto calor. Algunos mechones rebeldes se pegaban a su tez, provocando evidente molestia, pero era inútil retirarlos, apenas se cambiaba de posición volvían a caer sobre su rostro, decidió evitarse la pena ya que después de todo no importaba tener una visión o apariencia perfecta mientras se intenta dormir. Y aunque toda ella sudorosa debía ser la visión más exquisita en este ingrato mundo para cualquier mortal, aun así blasfemaba en conjunto el malestar que le causaba todo aquello.
No era la noche sofocante, no eran los insectos fastidiosos ni su larga y calurosa cabellera, había algo más que ocupaba sus pensamientos y le despojaba de su tan necesario descanso, pese a que no había sido un día tan exigente. Era uno, solo un mísero pensamiento el que la atribulaba: el hilo rojo.
Ella era un tipo de amalgama especial que no se ve muy a menudo, la clase de mujer que a pesar de ser muy sencilla, es precisamente esa simpleza que le concedía una especial y sutil belleza, usaba poco maquillaje no más de lo necesario. Unos jeans de mezclilla deslavados y una blusa de corte modesto eran suficientes para hacerla ver atractiva, para desgracia del resto de sus compañeras de escuela que con frecuencia la envidiaban en secreto y juzgaban de mosca muerta, pero eso le tenía muy sin cuidado, cosas tan absurdas no merecían un minuto de sus pensamientos. No obstante contaba con amistades genuinas y muy queridas, por lo tanto esas gentes criticonas terminaban reducidas a nada.
Esa mañana mientras almorzaba huevos revueltos insípidos acompañados de café de mala calidad en la cafetería de su universidad, se unieron a su mesa un par chicas y mejores amigas suyas, se trababa de una espléndida y jovial rubia de nombre Yamanaka Ino, además de una castaña de ojos marrones y no menos llamativa y llena de energía llamada Mitsashi Tenten. Llegaron juntas como un tifón sacándola de su ensimismamiento con la confianza que siempre las caracterizaba a ambas, se dirigieron en dirección a ella esbozando un par de enormes y brillantes sonrisas.
-¡Hey Hinata-chan!- exclamaron al unísono. Mientras tomaron asiento y comenzaron a parlotear incesantemente, aunque no le molestaba en lo absoluto, ya que era habitual en la dinámica de la amistad de esas tres, estaba más que acostumbrada a sus escandalosas intromisiones.
-¡A que no adivinas que historia más romántica hemos escuchado hoy!- Dijo una sonrojada Ino al tiempo que pellizcaba sus propias mejillas carmesí y entrecerraba sus celestes ojos tupidos de negras y largas pestañas, evidentemente Tenten la secundaba por supuesto.
-Pues no, la verdad es que no lo adivino- Comentó Hinata al tiempo que abría su boca para llevarse una porción de su no delicioso almuerzo.- Sorpréndeme- dejó continuar a Ino.
De inmediato aclaró su garganta e hizo uso del tono más solemne que poseía su voz para darle cierto toque novelesco a la historia -Cuenta una leyenda que las personas destinadas a conocerse tienen un hilo rojo atado en sus dedos. Este hilo nunca desaparece y permanece constantemente atado, a pesar del tiempo y la distancia. No importa lo que tardes en conocer a esa persona, ni importa el tiempo que pases sin verla, ni siquiera importa si vives en la otra punta del mundo: el hilo se estirará hasta el infinito pero nunca se romperá. Este hilo lleva contigo desde tu nacimiento y te acompañará, tensado en mayor o menor medida, más o menos enredado, a lo largo de toda tu vida. Así es que, el Abuelo de la Luna, cada noche sale a conocer a los recién nacidos y a atarles un hilo rojo a su dedo, un hilo que decidirá su futuro, un hilo que guiará estas almas para que nunca se pierdan…
Un momento de silencio reinó un breve instante…muy breve en efecto, ambas jóvenes ansiosas esperaban la reacción su amiga, era bien sabido por ambas que existía un capítulo de su vida, que incluía un corazón acongojado causa de un amor no correspondido. -¿¡No es eso maravilloso Hinata!?- Profirieron el par de ruidosas chicas mientras se abrazaban jubilosas, probablemente pensando que no importaba cuantas vicisitudes experimentaran durante su vida amorosa, la existencia o la veracidad de aquella historia garantizaba que independientemente de los obstáculos que enfrentaran en ese ámbito la conexión entre ellas y su verdadero amor terminaría por entregarlos el uno a los brazos del otro al final del día, eso aplicaba también para su compañera, así que resultaba una conclusión maravillosa.
Sin embargo la respuesta que obtuvieron de su parte no contenía la emoción esperada, inclusive su semblante pareció reflexivo y nostálgico, como escudriñando en algún recuerdo, y por el contrario las sorprendió con una pregunta que no habían incluido en su ecuación. -¿Qué pasa si el amor de tu vida te ha herido demasiado, te has cansado y decides usar unas tijeras?-. Dio un pequeño sorbo a su café y suspiró.