— TO YOU, MY KITTY —

1


Cuando crías a un niño en un Parque de Atracciones, lo acostumbras a vivir de la diversión y las emociones fuertes. Boris amaba que su vida fuera como una ruleta rusa sin calibrar, porque Mary, sin darse cuenta, le había creado ese canon en su cabeza. Amaba mirar cara a cara a la Muerte y reírse con esa sonrisa felina tan característica suya. Eso era algo que ni tan siquiera Alice pudo cambiar de su mejor amigo gato, a pesar de todos los esfuerzos. Suponía que la chica estuviera prometida con el padrino de la mafia de Wonderland, Blood Dupré, no ayudaba mucho a la causa.

Desde que el pequeño gato humanoide aprendió a decir "papá", no hubo quien capaz de callarle. Le gustaba mucho abrir la boca, le gustaba mucho, también, meter la pata con ella. Pero sobretodo, y un dato que lo diferenciaba de cualquier otro niño, le gustaba saber con exactitud de que iba eso sobre lo que hablaba.

— Papá, ¿por qué la gente que trabaja para ti no tiene cara? —le había preguntado una vez el felino a su padre adoptivo.

Mery se recolocó las gafas y tragó grueso, si bien cuando adoptó al felino supo que tendría que criarle preparado para el mundo cruel en el que vivían, darle una mentalidad cruel, no era eso lo que él quería para el pequeño Boris. De todas formas, no iba maquillarle la verdad, no iba a contarle cuentos de hadas cuando a su alrededor existía una guerra en la que él tendría que participar. Mery sólo esperaba que a medida que creciese, su hijo escogiese el bando correcto y suplicaba que tuviera fuerzas suficientes para lograr el cambio que él mismo no pudo en su juventud.

— Es porque ellos no tienen personalidad, Boris —le había contestado al pequeño gato, de la forma más sonriente posible, aun cuando estuviera abriéndole los ojos a una realidad cruel.

El niño gato se rascó una orejita violeta, mientras trataba de encontrarle el sentido a las palabras se su padre, sin lograrlo.

— ¿Qué es personalidad?

El humano tamborileó con los dedos en sus piernas, antes de tomar a Boris en su regazo y hablarle lo más conciliador posible.

— La personalidad, Boris, es lo que nos hace ser personas.

El niño miró sorprendido a su padre.

— ¿Ellos no son personas? Pero... ¡ellos realmente lo parecen!

Mery parpadeó un par de veces para no echarse a llorar y seguir sonriendole a su hijo.

— Son personas, Boris, creeme que lo son —quería por sobretodo que eso quedara grabado a fuego en la mente del gato—, pero les han quitado el permiso de serlo y ahora viven sólo para nosotros.

El gato humanoide arrugó la nariz, tratando de comprender.

— Entonces... ¿son cómo mis soldados de juguete? Ellos parecen personas, pero no lo son.

— Sí, Boris, son como tus soldados de juguete.

Exacto, juguetes, mandados sin ningún valor para la gente importante.

— ¡Pero papá, ellos no son juguetes...! ¿o sí? —cuestionó el pequeño.

El hombre acarició al felino por entre las orejas, con una sonrisa que no le llegaba a los ojos.

— No lo son, pequeño, pero están obligados a vivir como si lo fueran.

Al fin pareció que el pequeño comprendió, cuando arrugó su ceño e infló sus mejillas en indignación.

— ¡Eso es horrible, no me gusta! —declaró el pequeño felino— ¿Por qué tiene que ser así?

El hombre dejó de acariciar a su hijo felino para decirle, tal vez demasiado pronto, la verdad que más pesaría al gato de Cheshire.

—Porque el mundo es malo, hijo, muy malo.

Ni tan siquiera él estaba libre de culpa.

Fue a partir de ahí que Boris se acostumbró a hacer el tonto, pues a su pequeña mente de niño de tres años no se le ocurría otra cosa para animar, aunque fuera un poco, a los trabajadores del parque. Aunque ninguno de ellos tenía boca que abrir para reír abiertamente a las tonterías del felino, Boris podía escucharlas. Y para el niño era suficiente.

— Papá, ¿por qué tú tienes orejas a un lado de la cara y yo tengo orejas peludas encima de la cabeza? —le cuestionó también en otra ocasión, realmente intrigado— ¡No se parecen en nada! ¡Inclusó tengo cola! ¿Por qué solo yo tengo cola peluda?

Mery le sonrió y le acarició su cabello violeta.

— Porque yo soy humano, Boris, y tú eres un gato.

— ¿Qué es ser un gato, papá?

Mery se acomodó las gafas y giró su vista a otra parte.

— En realidad, no lo sé, hijo —le había confesado, no demasiado cómodo en verdad—, eso es algo que tendrás que descubrir tú sólo, con el paso del tiempo.

Y así fue como Boris cogió la costumbre de probarse a si mismo con cada oportunidad que tenía, para descubrir lo que significaba ser un gato.

Hubo una vez en la que en esas, Boris se cansó muchísimo y, agotado, decidió echarse una siesta al sol, acurrucado hecho bolita encima de un muro. Algo que, al parecer, era cosa de ser un gato, porque nunca se lo había visto hacer a otra persona. Sin embargo, aun en tranquilidad, no pudo descansar demasiado, pues hubo algo que le alarmó.

— ¡Papá, papá! —exclamó muy asustado, al borde de las lágrimas, el pelaje de su cola estaba totalmente erizado— ¡Hay algo dentro mio que no para de hacer ruido! ¡Me da miedo!

El hombre, sospechando que era ese "algo", se puso a la altura de su hijo y le secó las lágrimas con los pulgares de su mano.

— ¿Y cómo era ese ruido?

Boris abrió grandes sus ojos.

— ¿Es qué no lo escuchas? —cuestionó— ¡Hace Tic Tac, Tic Tac, Tic Tac y suena muy alto! ¡HAZ QUE PARE!

El hombre no pudo hacer otra cosa más que reír.

— Tranquilo Boris, eso es bueno —el niño le miró fijamente—. Ese es tu reloj, indicándote que éstas vivo.

El felino infló sus cachetes en molestía.

— ¡Pues mi reloj es un pesado!

— Tal vez, pero muchas veces reconforta escucharlo.

Puede. Pero a Boris sólo le sacaba de quicio. Lo suficiente para que fuera peligroso, pues en su mente, por culpa de que estar vivo significaba tener que soportar ese Tic Tac dentro suyo todo el rato, el gato dejó de apreciar su vida. Y no había prueba de superación en la que no peligrara la misma. Así descubrió que le gustaba la adrenalina en su cuerpo.

Pero de todas ellas, sin duda alguna, la pregunta crucial, la que Mery temía de entre todas, la hizo cuando sólo tenía siete años.

— Papá, ¿puedo salir fuera del parque?

La cabeza del humano se giró como un resorte hacía su pequeño hijo, le clavó la mirada como nunca lo había hecho antes y le dio la peor respuesta posible.

— ¡Ni en broma! —exclamó.

El gato parpadeó, más sorprendido que asustado por la reacción de su padre.

— ¿Pero por qué no, papá? —cada rincón del Parque él ya lo tenía más que sabido, y del mundo exterior solo había visto un espeso bosque, desde los muros de su habitación. Un bosque que el deseaba recorrer y ¿por qué no? saltar de árbol en árbol— ¡Si yo quiero!

El humano se mordió la lengua. Podía enfrentar muchas cosas, ser sincero con Boris con muchas otras, pero definitivamente no iba a decirle a su hijo de sólo siete años que afuera de los seguros muros del parque, se estaba librando una guerra tan sangrienta, como estúpida y sin sentido. Era algo que le superaba. No quería que Boris conociera los horrores de la guerra, no todavía.

— Porque yo digo que no y punto final.

Repito, muy mala respuesta.

Esa fue la primera vez que al felino se le antojó desobedecer. Así que lo hizo. Saltó los muros cuando nadie le veía y así conoció una parte de Wonderland desde el exterior.

Y también a cierto personaje que respondía al nombre de Conejo Blanco.