A/N: Inicio nuevo fanfic aún teniendo varios en curso. Hasta el momento he podido ir actualizándolos todos, así que pido paciencia porque quiero tomarme mi tiempo en escribir esta historia. Bokuto es un personaje que me encanta y creo que mi buhito se merecía tener el protagonismo de esta historia.
Este es solo el prólogo. Me ha quedado más dramático de lo que pensaba en un principio, pero creo que es necesario para entender cómo será la otra protagonista de esta historia. Habrá drama, bastante, pero quiero que haya también momentos bonitos en los que la superación y la amistad estén muy presentes. Espero poder ir logrando todo lo que me propongo con esta historia.
Si a alguien le apetece dejar un comentario o una sugerencia, todo es bien recibido :)
Disclaimer: Haikyuu y sus personajes no me pertenecen.
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El color de una sinfonía
Prólogo
—Eso es, Narumi. Sonríe —su madre sonrió, mostrándole sus preciosos y perfectos dientes blancos—. Eso es lo que mejor sabemos hacer como Matsuyamas que somos.
Forzó una sonrisa, pero sentía que no estaba bien. No estaba bien sonreír. Ni siquiera debía estar ahí.
Su madre le dio un empujoncito para que siguiera al hombre que había ido a buscarla. Ella le siguió en silencio por el pasillo. Durante el trayecto, observó sus bonitos zapatos de charol negro, que asomaban cada vez que daba una zancada por el bajo de su carísimo vestido largo de color crema. No tenía que estar ahí. No estaba bien.
—Es tu turno —el hombre le hizo una seña para que saliera y ella asintió.
El silencio que había en el teatro permitió que el sonido de la suela de sus zapatos contra la madera resonara por toda la sala, emitiendo un vacío eco. Saludó al que sería su acompañante al piano y se giró hacia el público, al que también mostró sus respetos antes de comenzar. Sintió sus manos sudorosas cuando colocó su violin en posición. Sentía que sus finos y delgados dedos no podían ni siquiera sujetar el arco, pero, igualmente, se puso en posición, a sabiendas de que con aquellos temblores no podría interpretar bien.
El capricho Nº 24 de Paganini
Bien. Había comenzado muy bien. A medida que sentía cómo las notas surgían de las cuerdas de su violín con naturalidad supo que todo estaba bien. Cerró los ojos y la imagen de él se instaló en su mente. Su pelo alborotado y su sonrisa inocente. Incluso recordaba la pequeña arruga que se le formaba en sus ojos cada vez que reía… ¿O eran más? Y, entonces, sintió que su corazón se aceleraba.
"A mí me toca siempre la parte aburrida, Narumi, así que tienes que prometerme que serás la mejor"
Habían pasado dos días y ya se estaba olvidando de cómo era él. Abrió los ojos, notando las miradas fijas del público sobre ella. Cada vez iba más rápido. Más. Y más. Era incapaz de controlar sus movimientos. Su corazón, que parecía querer salirse de su cuerpo, había establecido el compás por su cuenta y su pecho había comenzado a dolerle tanto como sus dedos. Se sentía asustada y perdida. No podía seguir el ritmo que debía y los colores del mundo que la rodeaba comenzaba a desvanecerse lentamente.
Buscó a su madre entre el público. Sus ojos se movían rápido, casi tanto como la melodía que estaba interpretando. Estaba en tercera fila o eso se suponía porque su asiento estaba vacío. No estaba. Lo sabía. Siguió buscando entre la multitud mientras su respiración se aceleraba. Sentía que su garganta se cerraba, pero aguantó las ganas de dar una bocanada de aire. Tenía que encontrarla. ¿Por qué no estaba sentada? No se podía permitir respirar hasta que la encontrara.
De repente, la vio. Estaba de pie al final del pasillo principal, apoyada al lado de la puerta. Estaba hablando por teléfono con alguien y, a pesar de la distancia, se percató de que había comenzado a llorar. Mentirosa, pensó. Sus piernas habían empezado a temblar también. Mentirosa, mentirosa, mentirosa. Le había dicho que sonriera, le había dicho que fingiera como mejor sabía hacer. Lo había sabido desde el principio. No estaba bien. No estaba bien que hubiera ido y no estaba bien que se hubiera subido a aquel escenario. No debía estar allí.
Con un chirrido que revolvió al público, dejó de tocar. Aquello hizo que su madre dejara de hablar por teléfono y la mirara. Se mordió el labio, conteniendo las ganas de gritarle lo mucho que la odiaba en esos momentos por obligarla a subirse a aquel escenario. No obstante, tiró el violin al suelo sin apartar su mirada de la de su madre. Aquello era una sentencia. La odiaba. La odiaba por haberla obligado a hacer eso cuando, desde un principio, no debían haber ido. ¿Que sonriera? Ella debía haber sido la primera en sonreír, no en llorar.
No le importó el murmullo que comenzó a inundar la sala. Giró sobre sus talones y dejó el escenario. Nadie, durante su camino hacia la puerta del teatro, se atrevió a dirigirle la palabra. Aún así, pudo sentir sus miradas de preocupación, escepticismo y, sobre todo, lástima, pero no lástima por lo que pudiera estar sintiendo, sino porque la virtuosa violinista acababa de dictar su sentencia. Pero eso era lo que menos le importaba.
—¡Narumi! —su madre le gritó— ¡Narumi! —la mujer corrió hacia ella y la agarró del brazo, pero ella se soltó de su agarre con un movimiento brusco.
—¡Déjame! —sus ojos se llenaron de lágrimas— ¿¡Qué clase de madre deja que su hija haga algo así en un día como este!?
—Lo hice por Horaru…
Sus ojos se abrieron de par en par. Sintió ganas de reír, de reír a carcajadas por lo ridículo de la situación, pero no lo hizo, sino que se limitó a aferrarse un mechón de su pelo, como si quisiera arrancarlo, conteniendo las ganas que tenia de decirle a su madre todo lo que pasaba por su mente.
—Ese es el problema… Que lo hiciste por él sin pensar en cómo me sentiría yo. Como siempre.
Madre e hija guardaron silencio. No se miraron en ningún momento, sino que mantuvieron sus cabezas agachadas, reflexionando sobre lo sucedido en los dos últimos días. Segundos después, las dos abandonaron el teatro sin decir nada.
Aquel día, se rompieron muchas cosas. Dos corazones. Una relación. Y una familia.
"Todos los dolores que nos alejan son dolores perdidos"
— Simone Weil
~ ¡Nos leemos!