Después De La Tormenta Viene El Amor

Historia adaptada del hermoso fic "Ensoñación", de Earline Nathaly. Derechos reservados por creative commons a la autora y adaptado a Zootopia por nosotros.

Este es un fic que participa en el concurso "¡Trabajando en parejas! Del foro "Cuartel General del ZPD y lo estaré realizando junto a mi compañera: Ana Frozen Free.

AU: Nick y Judy son estudiantes de la preparatoria de Zootopia. El zorro ha estado prendido un rato ya por la coneja, sin embargo, jamás cruzaron palabras. ¿Podrá una tormenta y un fin de semana atrapados cambiar eso?

Edades (17 años: Nick) (16 años: Judy)


Solo Una Llovizna

Voltee a mí alrededor por enésima desde que llegue a la clase. En pocas palabras, era un desmadre total. El panorama no era para menos después de todo. Una clase con treinta y tantos alumnos pubertos y "rebeldes", sin maestro y para empeorarlo, en viernes. Más específicamente la última clase de viernes. De hecho, me sorprendía que las cuatro paredes del lugar siguieran donde estaban.

Voltee al otro asiento del escritorio doble donde me encontraba. Mi pequeño amigo Finnick se encontraba en una especie de trance viendo a la nada. De hecho, y conociéndolo, no me sorprendería que estuviera muy colocado.

Mis preocupaciones también eran bastante fuertes. Parecía como si fuera a llover, y mi carro, por malditos azares del destino, se encontraba en el mecánico debido a unos cambios de pastillas que se debían efectuar. Para colmo, mi padre estaba en un viaje de negocios

Voltee a mi alrededor, buscando unas orejas largas que por alguna razón, ya se había costumbre para mi tratar de ubicar en todas las clases. Este movimiento, que no pasó desapercibido por Finnick, también pareció devolverlo a sus cabales. Pude ver que sonreía con malicia.

— ¿Buscando a la linda conejita Wilde?

Yo solo rodé los ojos, sin contestarle realmente a Finnick. No le daría más contenido para que siguiera burlándose de mí. Vi de reojo como el zorro saco su celular, escribió algunas cosas, y luego, y sin previo aviso, se paró y empezó a caminar hacia la salida.

—Finnick…eh… ¿A dónde vas?

—Me voy un poco a la mierda —Dijo cantando un poco la última parte.

—Si sabes que terminaras volándote el año ¿verdad?

— ¿Qué dijiste? —Preguntó el zorro mientras fingía un altavoz por sobre su oreja. —No te oigo debido a mis esfuerzos por ignorarte. — Finnick se puso unas gafas mientras salía del salón.

Salió justo a tiempo para no toparse con el maestro de literatura, un camello bastante joven, el cual iba entrando apurado. Dejo sus cosas en su escritorio, y se dirigió a la clase.

—Chicos, a ver, ya basta del relajo. —Al ver que era ignorado, añadió. —Ya sé que es la última clase de viernes y que ya se quieren ir, pero por favor, un último esfuerzo. —Seguían ignorándolo olímpicamente. — ¡A ver cabrones! ¡No me pagan una miseria por venir a aguantar un montón de animales en estampida! ¡Me lo pagan por hacer como que doy clases, así que se me van calmando o los pongo a traducir la Divina Comedia de Dante para el lunes!

No muchos aparte de mi comprendieron el chiste, sin embargo, el tono de la voz del maestro fue más que suficiente para calmarlos.

—Muy bien…Ahora voy a pasar lista. — ¿Ailegather, Jaén?

Así se fue hasta que llego al apellido que todos habíamos estado esperando. — ¿Hopps, Judy?... ¿Hopps? —El maestro se encontraba igual de sorprendido que nosotros, y es que la coneja rara vez llegaba tarde a clases.

No es que fuera una empollona ni nada por el estilo. Simplemente era bastante enfocada. De los IQs más altos de toda la clase según el examen de psicología anual, la coneja era una alumna modelo. Responsable, perseverante y seria, siempre cumplía y siempre llegaba temprano…bueno, siempre excepto hoy. No es que me fijara mucho en ella.

De acuerdo, mentira, pero en mi defensa, no era el único macho que babeaba por ella, incluso, no era el único carnívoro. Y es que cualquiera, fuera depredador, fuera presa, mientras tuviera algo de sentido común también estaría con ella. La primera coneja en entrar al equipo de voleibol, siendo que tuvo que ganarse a pulso el lugar, venciendo diferentes estereotipos y dificultades de toda clase, había llegado a convertirse en la capitana.

A eso, y a su alto rendimiento académico, debíamos agregarle su físico. Era bonita…bueno, en realidad, mucho más que bonita, era hermosa. Jamás en mi vida había visto unos ojos tan coloridos y expresivos. En resumen, le arrebataba suspiros a la mayoría de la población masculina del colegio. Claro, no era algo de lo que ella fuera plenamente consciente.

Hermosa de cara, con un cuerpo envidiable, bueno en los deportes, de modales cordiales pero reservados, y calificaciones excelentes, era un enigma. Y lo único que yo podía hacer era admirarla y desearla en silencio.

Ya sé que muchos me juzgarían, pero en mi defensa, no solo me gustaba por su apariencia. Aparte de que era la única que me daba lucha en la rapidez de cálculos matemáticos, también era la única persona, desde que tengo uso de la memoria, que ha logrado callarme en un debate de lenguaje. Yo era bueno por naturaleza para poder dejar callado a cualquiera, sea cual sea su argumento. Incluso, y sin alardear, diría que puedo convencer a cualquiera que el cielo se quema en las tardes, y por eso se vuelve rojo. Sin embargo, la astuta coneja transmitía sus ideas con tanta convicción y claridad, que se me hizo difícil el hacerle resistencia, y al final, me derroto. Fue desde ese entonces que el respeto que sentía hacia ella se convirtió en algo más. También fue la única vez que le hablé.

Como había dicho, pretendientes no le faltaban, y grandes populares del salón como Savage habían tratado ya de impresionarla. ¿Qué le dijo Judy para que dejara de molestar? Nadie lo sabía, pero sus intentos habían disminuido muy considerablemente. Aun así, el terco conejo no perdía las esperanzas.

El maestro estaba por pasar al siguiente de la lista, cuando se oyó una armoniosa pero cansada voz desde la puerta del salón.

— ¡Presente! —La coneja parecía cansada, y también que acababa de tomar un baño. El hecho de que había estado en entrenamiento lo demostraba la bolsa deportiva que traía aparte de su mochila.

El maestro la vio, como decidiendo que hacer con ella.

—Muy bien Hopps, adelante, se lo perdonare porque nunca había pasado, pero tenga más cuidado la próxima vez.

Ella asintió, apurada, y busco con la mirada un asiento.

Jack Savage, quien estaba cerca de la puerta, le ofreció "galantemente" el que se sentara en el lugar de la cebra que estaba a la par de él, a lo que el equino respondió con el ceño fruncido, en el debate de si ceder o no su lugar. Mas no tuvo que tomar ninguna decisión, ya que la coneja paso olímpicamente de Savage, y se dirigió al otro lado del salón, más específicamente donde yo me encontraba.

—Disculpa… ¿está el asiento ocupado?

Tardé unos cuantos segundos en darme cuenta que se estaba dirigiendo a mí.

"Ok Nick, no la cagues, si te está hablando a ti, respira profundo, la pregunta no es tan difícil, simplemente analízala."

— ¿Me hablas a mí?

"¡Muy bien campeón!...Pendejo." Mi subconsciente no me estaba ayudando.

La coneja vio hacia los otros lugares ocupados alrededor nuestro, dando a entender que no podía ser de otra manera.

—Digo… ¡Oh sí! Claro, puedes usarlo, no hay problema.

Ella esbozo una sonrisa agradecida y se sentó en el lugar que le deje libre. Dejo su bolsa y su mochila a un lado y saco su cuaderno de la materia. Afortunadamente, ni ella ni yo éramos de los que hablaban mientras pasaban la asistencia.

Finalmente el maestro finalizo con un —Wilde, Nick.

Cuando confirmé mi existencia en el salón de clases, un silencio sepulcral, casi ensayado, se cernió sobre el salón de clases. Al parecer, muchos de los distraídos se habían dado cuenta que Judy no estaba sentada sola como siempre. Sino con el enigmático de Wilde.

Y de repente, empezaron los murmullos. Cualquiera que hubiera puesto aunque sea un poco de atención en la clase de biología, sabría que los zorros y los conejos eran opuestos por naturaleza. Además, hablábamos de la deseada Judy Hopps, que por una muy rara razón estaba con el raro de Wilde.

Ya me esperaba los comentarios, y la verdad, no me importaban en lo absoluto. Sin embargo, una extraña felicidad se apodero de mí cuando note que a ella tampoco le importaba.

—Muy bien, muy bien, ya estuvo bueno, ahora, el trabajo. —El maestro nos enseñó una pila de hojas en su escritorio. —En parejas deberán hacer el análisis de un libro. Ese libro puede ser cualquiera de la lista que les daré a continuación. Tendrán que hacer un análisis objetivo de la historia, uno subjetivo. Pondrán un comentario personal de la historia en general, y por ultimo tendrán que analizar a tres de los personajes, sus características e influencia a lo largo de la historia. —Al ver que las personas ya empezaban a elegir parejas, los paro en seco. —Alto, alto, no he dicho que ustedes decidirán las parejas. Yo las hare.

El murmullo de desaprobación general no se hizo esperar.

—Bien, para no hacerles las cosas más complicadas, trabajaran con su pareja de escritorio. —Sin decir nada más, el camello empezó a repartir las hojas con el trabajo.

Judy recibió la hoja que le pasó el profesor, y con un ligero toque de dedos, la puso en el medio para que los dos pudiéramos leerla.

—Tendrán todo el fin de semana para hacer el proyecto —Nos dijo el profesor. —Lo entregaran el lunes a primera hora de literatura.

Por enésima vez en el día, una oleada de desaprobadores murmullos se oyó por toda la sala.

— ¿No es suficiente para ustedes? Entonces como extra tendrán que…

Cualquier sonido desapareció por arte de magia.

—Así me gusta, ahora ¡trabajen! —El maestro se sentó en su asiento y abrió un libro tan grande, que probablemente contenía la Biblia y el Corán, ambas con el texto original, las traducciones en español, latín y hebreo, y las notas de autor incluidas.

Sonreí al pensar ese tipo de cosas, y me obligue a serenarme. Feliz de tener algo que hacer, empecé a echarle una ojeada a la lista

—Eh… ¿Qué te parece el conde de Montecristo? —Dijo Judy viendo el primero de la lista.

Me le quede viendo. Si había leído semejante bestia cargada de pesado idioma de época, muy posiblemente había leído todos los demás.

—No se… ¿Cumbres borrascosas? —Sugerí yo viendo el título.

Judy arrugo su nariz en un tierno gesto que pretendía ser de disgusto.

—Por favor, dejemos el melodrama hasta abajo…no quiero escribir sobre el triste amor rural.

—Ok…Entonces dejamos "Orgullo y prejuicio" fuera ¿no?

Ella sonrió.

— ¿"La confesión" de John Grishman? —Preguntó ella señalando el título.

Esa vez fui yo el que hizo el mohín de disgusto. —Prefiero evitarme el estrés judicial de leer otro thriller contrarreloj.

— ¿Crimen y Castigo?

No me parecía tampoco la idea.

—No creo que sea buena idea el analizar a Dostoievski.

Judy pareció pensar un momento mis palabras, hasta darse cuenta de lo que eso significaba.

—Tienes razón…

De repente, leí un título que si me interesaba un poco más.

"Inferno" Por Dan Brown.

Sin embargo… ¿Qué tan raro-masónico-iluminati-conspirador sonaría si lo sugería?

Al final fue ella quien lo sugirió. La vi con una ceja arqueada.

— ¿Leíste Inferno?

Me regreso la misma mirada, aunque de manera bromista.

—Tú leíste cumbres borrascosas.

Genial, me callaban por segunda vez en mi vida, y resultaba ser la misma persona. No pude sino reconocerlo.

—Touché, será Inferno entonces. De hecho, creo que seremos los únicos que lo elegirán.

— ¿Por? —Preguntó sinceramente curiosa la coneja.

—Serán distintos factores, la complejidad de la trama, la exquisitez de la escritura que no todos comprenden, los increíbles giros literarios…o podría ser que no ha salido la película. —Dije, enfatizando todo lo primero con mucho drama.

Judy rió. Y todo el salón quedo en silencio. Ella rara vez reía, y si lo hacía, era con bastante recato. Trate de hacer memoria, y nunca la había oído de esa manera. Ella se tapó la boca, avergonzada, talvez pensando que se había reído muy alto, cuando en realidad solo se había reído. Se aclaró la garganta y trato de hacer como si nada había pasado.

Dado el hecho de que los trabajos en clase son relegados hasta por la intervención de una mosca, un hecho tan raro como la seria y recatada Judy Hopps riendo abiertamente, es algo digno de comentar, tal y como pudimos comprobar cuando los chismorreos volvieron a tomar prioridad. Decidimos hacer caso omiso.

A pesar de que ambos conocíamos del tema, no podíamos adelantar mucho sin la ayuda del bendito internet, y no quedaba mucho de clase cuando nos dimos cuenta que en realidad llevábamos bastante poco cuando el maestro dio el aviso de que la clase había terminado.

Traté de que la desilusión por no pasar más tiempo con la interesante coneja no se me notara. Sin embargo necesitaría su número de teléfono si queríamos terminar el trabajo, sin embargo, no sabía cómo hacerle sin salir tan ardido como Savage.

Judy recogió todas sus cosas y las guardo en su mochila. Después, y para mi total sorpresa, fue ella quien preguntó.

— ¿Tienes algo que hacer hoy en la tarde?

La pregunta, lo admito, me tomo condenadamente desprevenido.

— ¿No?

—Eh…muy bien, ¿Qué te parece si vamos a mi casa, terminamos este maldito trabajo y así tenemos nuestros fines de semana enteros?

"Ok Nick, este es el momento en el que respondes que si… ¿Nick? ¡Nick! ¿Qué hice para merecer estar dentro de la mente de este estúpido)"

Los lamentos de mi propio subconsciente me sacaron de mi letargo.

— ¿Eh? ¡Ah sí!, ¡Claro, claro!

Ella me sonrió gentilmente y se colgó su mochila en el hombro.

— ¡Déjame ayudarte!

Por un momento creí que diría que no, mas sabiendo lo independiente que podía llegar a ser la coneja, más para mi sorpresa, me dirigió una sonrisa agradecida y me entregó su mochila.

Estábamos a punto de retirarnos cuando oímos que el maestro iba a dar un último aviso.

—Feliz descanso chicos, espero verlos con sus trabajos listos el sábado —Al ver la cara de pocos amigos de todo el mundo, el camello siguió. —Vamos, no es tan difícil y ustedes son listos. Apostaría que por cada mesa, mínimo, suman un cociente intelectual de doscientos treinta.

—Talvez —Dije yo entre dientes para que no me oyera. —Pero eso también lo suman cinco imbéciles. —Judy fue la única en oír mi comentario, y por segunda vez en el día, la hice reír.

"Muy bien Nick, cada día me sorprendes más…"

— ¿Me sigues en tu carro? —Preguntó Judy mientras abría su capó y metía sus cosas dentro.

Me rasque la nuca con gesto incómodo.

—Creo que…no podré. Mi carro esta en…mantenimiento.

—Muy bien… —Judy me dirigió otra amable sonrisa. —Entonces, sube.

Estaba al borde de la confusión al de pronto tratarla con tanta familiaridad. Me subí en el asiento del copiloto y arrancó en dirección a su casa.

Nuestra única parada fue a comprar algo para comer, y nada más. Después de unos veinte minutos, llegamos a la casa de Judy, casi al mismo tiempo en el que una briza empezaba a caer, mas no le di mucha importancia. ¿Qué tanto podía causar una ligera llovizna?

No tenía ni idea.